UN MILAGRO EN EL ASFALTO Sueños De Un Mendigo


 

A la memoria de Enrique Molina



UN MILAGRO EN EL ASFALTO 
Sueños De Un Mendigo 


Autora Yolanda García Vázquez 
España 
2022
Derechos reservados 


Madrid 1986
Diciembre 



La tarde caía melancólica sobre el asfalto. Madrid parecía envuelta en un halo de ensueño, y su acostumbrado bullicio a esa horas estaba suspendido en una especie de limbo. Era como si todos los fantasmas de los habitantes que habían vivido en esa ciudad a lo largo de los años, hubieran regresado para reclamar algo. El cielo, espejo de aquel encantamiento, contribuía al misterio proyectando un espectáculo multicolor y fascinante, donde nada ni nadie era lo que aparentaba ser. 
Entre aquella amalgama de resplandores y bucólica pesadez, un hombre contemplaba el urbe con los ojos llenos de ayer.
Se hallaba sentado en una acera, apoyado en la pared. Era su "nuevo rincón", y aunque era nuevo en aquella zona, se sentía muy cómodo allí. Había razones de peso para ello.
"El amable", como así le llamaban por su buen carácter y disposición, cerró los ojos y viajó unos instantes. Sonrió. Su pecho se llenó de aire al rememorar un tiempo feliz, muy lejano en la distancia. 

Había viajado desde Levante a Madrid con un solo objetivo, y esperaba poderlo cumplir en breve.
Bostezó, y colocó la lata vacía para las monedas sobre la pequeña mantita donde se hallaba sentado. 
Se apretó la bufanda y la raída chaqueta, pues hacía mucho frío en Madrid en aquella época del año.
Recordó otro frío y otros lugares...
La guerra, el frente ruso, y como aquel frío se le había quedado en la piel y en el alma.
Pero aquello había quedado atrás, y en aquel momento de su vida presente, parecía como si lo hubiera soñado. Últimamente,  en su nueva etapa, le sucedía con muchos momentos dramáticos de su vida pasada. Era como si la relevancia que habían tenido cuando sucedieron, y su influencia a lo largo de su vida, hubiera perdido peso y consistencia, y ahora se presentasen como jirones de sueños que nunca habían existido. En cambio,  los pocos momentos felices de su existencia, tenían ahora una fuerza sobrenatural y prodigiosa, como si él solo hubiese estado vivo cuando sucedieron. Le pareció algo asombroso, pero desde su último cumpleaños todo lo era. En vez de dudar de su estabilidad mental decidió disfrutar de ese momento y de ese don, que estaba seguro, el Cielo le había concedido.
Ciertamente, su vida había sido dramática, comenzando su adversidad y declive con el estallido de la guerra civil. Al finalizar la contienda, por ser teniente del ejército republicano, fue hecho prisionero, y más tarde enviado como miembro de la División Azul a aquella otra guerra que habría de quedarse en sus ojos para siempre. 
A su regreso, libre de la pena de cárcel por sus servicios en apoyo del ejército alemán, ya no era el mismo hombre. Era como si hubiera muerto por dentro, aunque por fuera mostrase su lado más amable, característica que se hizo más acusada en él después del periodo de prueba.
Nunca se recuperó de aquello. Se dedicó a dejarse llevar y a sobrevivir como pudo, sin hacer planes para el mañana. No tenía a nadie en el mundo. Algunos camaradas del ejército, o habían muerto, o habían prosperado, y le miraban por encima del hombro. Con algunos trabajos y chapuzas en alguna obra conseguía mantenerse, hasta que fue desahuciado de la pensión donde vivía. Fue dando tumbos como un paria hasta ser recogido en un albergue, donde pasó muchos años.
Al principio no pedía limosna, pues se había especializado como pintor y encontraba trabajo pintando fachadas, pero a causa de una enfermedad aquello se acabó, y cuando se recuperó ya nadie quería contratar sus servicios.
Fue así como acabó pidiendo limosna, y así continuó durante años. Nunca culpó a nadie de su situación, aceptó su destino sin preocuparse demasiado por él mismo. Era consciente entonces que todos sus sueños y aspiraciones habían quedado enterrados en alguna trinchera de la frontera rusa, y que nunca lograría zafarse de la sensación de ser un perdedor. 
No obstante, en los últimos tiempos algo había cambiado; Lo notaba, y ese fue el motivo de su viaje a Madrid, aparte del sueño que tuvo la noche de su último cumpleaños...
Suspiró emocionado, y a pesar del frío, sintió el calor recorrer su cuerpo.
Se llevó la mano al pecho, al lugar donde guardaba su más preciado tesoro. Metió los dedos en el bolsillo interior de su chaqueta, y sacó una pequeña bolsita transparente. Notó sus ojos llenarse de lágrimas, y después, una tierna sonrisa se dibujó en su rostro.
Había guardado durante muchos años el interior de aquella bolsita. Era su talismán; Lo más valioso que tenía. Miró a través del plástico,  y se recreó en el pequeño tirabuzón rubio que ella le había regalado cuando se fue a la guerra, cincuenta años atrás. 

Hortensia, que así se llamaba su novia, la única que tuvo en su vida, se había cortado un mechón de su cabello, y se lo había entregado la última vez que la viera. Ella le rogó que lo guardase hasta que volvieran a verse. Durante los meses duros en el frente, ese pequeño recuerdo de su novia, lo había sostenido; y durante su etapa en la cárcel, y después en la frontera rusa,  había sido como un relicario para él, pero al regresar, vencido y marcado, se enteró de que ella se había marchado a Madrid al casarse con un comerciante. A pesar del golpe inicial, aceptó aquella derrota, como habría de aceptar después tantas derrotas en su vida. Nunca volvió a verla, y tampoco hizo ningún intento por acercarse, pero jamás la sacó de su corazón; Siempre la tuvo presente, y en los momentos difíciles de su vida, se recreaba en los bellos recuerdos que tenía de ella.

La noche de su último cumpleaños volvió a verla en sueños, tal y como la viera por última vez antes de partir al frente. Lo que sucedió en ese sueño fue esencial para la determinación que tomó después.
De ese modo se encontraba en Madrid como un forastero, y como un pedigueño más.
No importaba demasiado la ciudad, pues para un paria todas las ciudades se parecen; Sin embargo, en esta ocasión era diferente, pues sabía que ella estaba cerca, y eso le suavizaba todas las heridas del corazón y del espíritu. 
La clave estaba en el sueño de su último cumpleaños meses atrás, y todo lo que en él sucedía...
En el sueño le fue revelado dónde vivía ella, y supo desde aquella noche de su 75 cumpleaños, que los sueños no mienten.
La misma tarde de su llegada a Madrid se había acercado al portal donde vivía ella, y allí había hecho guardia varios días para poder verla. 
Sabía que iba a encontrarla, porque se lo decía su corazón, y porque lo había soñado. 

Una mañana la vio salir con una chica más joven. que intuyó debía ser su hija, o un familiar cercano. La emoción que sintió al volver a ver a su amada, 50 años después, fue indescriptible. Ya no era aquella lozana muchacha de su juventud, obviamente, pero conservaba intacta su belleza, y aquel halo enigmático y etéreo que lo había cautivado. Supo por instinto que jamás haría el intento de acercarse a ella; En cambio, tuvo la fuerte intuición de que ella sí se acercaría a él. Eran esa clase de cosas que sentía en los últimos tiempos, y según lo que había soñado la noche de su 75 cumpleaños, era algo que iba a suceder. 

Todas las mañanas se sentaba en aquella esquina, cerca del supermercado, con la esperanza de verla pasar, aunque según había comprobado, aquella chica joven le hacía la compra diaria. 
Había pasado más de una semana desde su llegada a Madrid, y sólo la había visto una vez, pero según su intuición, el sueño que había tenido meses atrás, estaba a punto de cumplirse. 

Aquel día se había despertado con la sensación de que algo extraordinario iba a suceder. Se hallaba exaltado, y con el corazón desbocado. Algo dentro le decía que ella pasaría aquel día por aquella acera para ir al supermercado, tal y como sucedía en el sueño. Pese a ser un mendigo conservaba cierto aire de dignidad y apostura de su juventud, que ni la mendicidad ni los achaques habían logrado borrar. No obstante, sus ropas raídas y su barba blanca no engañaban a nadie.
Se gastó el poco dinero que sacaba de las limosnas en comprar una colonia para caballeros; También se lavó un poco en el baño del albergue donde dormía, pues quería oler bien cuando ella pasara. 
Así fue como aquella tarde en que el sol se inclinaba sobre el asfalto misteriosamente, se dispuso a esperar la realización de un milagro. 


Hortensia andaba presurosa por la acera. A pesar de sus 70 años, recién cumplidos, mantenía el paso ligero. Siempre le había gustado andar, aunque desde la muerte de su marido, no salía mucho a la calle, y tampoco lo necesitaba, pues su hija le solía hacer las compras, pero ese día se hallaba ausente, y ella necesitaba "cabello ángel" urgentemente, pues tenía que hacer unos pasteles para las fiestas navideñas que se acercaban. Esa tarea la animaba mucho, y bien sabía ella lo importante que era encontrar una ocupación que la sacara de su ostracismo. A pesar de la fuerte depresión que padecía desde el fallecimiento de su esposo, una nueva sensación se había hecho paso en su interior, y le estaba sucediendo desde que tuviera aquel enigmático sueño, meses atrás. 
Su corazón palpitó al recordar ese sueño, y al protagonista del mismo. Lo más llamativo fue lo real que había sido, y aquella sensación de que era premonitorio de algo.
Curiosamente había tenido ese sueño un 17 de Mayo, el mismo día que cumplía años una persona muy querida de su pasado.
Tembló al pensar esto. Se subió el cuello de su abrigo y cruzó el semáforo. Eran las seis de la tarde. Miró al cielo unos instantes, y se recreó en los tonos rojizos. Al bajar la vista tropezó con unos ojos que la observaban desde el suelo.
A pesar de una luz fugaz que pasó por su mente, hizo caso omiso.
"- Otro pedigueño más pidiendo limosna - " pensó 
Se llevó la mano al bolsillo, y sacó unas monedas que entregó al mendigo.
Al volver a mirarlo, aquella luz volvió a pasar por su cerebro. 
El hombre la observaba embelesado, parecía como si...

Pero, no, eso era imposible.
Ella nunca lo había visto antes, y sin embargo, parecía igual al hombre con el que había soñado meses atras;
El mendigo de su sueño...
La fecha del 17 de Mayo resonó en su interior.

El hombre esbozó una amplia sonrisa antes de susurrar : 
- Hortensia, querida...
La mujer dio un brinco sobresaltada, pues algo en aquella voz le había recordado otra voz del pasado.
Una voz muy amada...

Pero no, no podía ser...Era imposible; Sin embargo, según aquel sueño de meses atrás, el mendigo que aparecía en el mismo, era su primer novio, Enrique...
 
¿Y si éste mendigo era él?

¡Pero, eso era muy improbable !
¡No podía ser!
Sin embargo, algo muy adentro de ella le dijo que su intuición era cierta. 
Lo miró profundamente, y en un instante que se le antojó mágico, atisbó la mirada del joven que había sido en aquel verano del 36...La última vez que lo vio.
Se sintió desfallecer,  todo su ser giró en una espiral interminable. Desde otro mundo le llegaron los ruidos del claxon de los coches.
El mundo era un lugar sorprendente...

Él continuó sonriéndole desde el suelo. Parecía el hombre más afortunado de la Tierra, rodeado de cartones y limosnas. 
Hortensia notó aumentar su ritmo cardiaco. Cincuenta años atrás él la había mirado por última vez con aquellos mismos ojos, aquellos ojos que se habían clavado en su alma, y que nunca había conseguido olvidar. 
Una vida entera pasó ante ella, junto al doloroso motivo por el que no quiso esperar a que él regresara de la guerra.
El miedo.

El amor de su vida era ahora un mendigo, y lo más sorprendente, es que a él no parecía importarle, pues como entonces, allí estaba inalterable, aquella dignidad que la había enamorado.
Enrique...
El amor de su vida. El joven apuesto que apenas la había besado. Aquel que solía hablarle de islas de los mares del Sur.
El mismo al que no quiso esperar...
El dueño de su corazón había envejecido por fuera, pero no por dentro. Se notaba en su mirada. 
Ahí estaba aquella luz inextinguible. 
Tal y como había soñado ella meses atrás en aquel sueño premonitorio, él pedía limosna para sobrevivir...Sintió la sangre agolparse en su pecho al recordar el resto del sueño, pero sabía desde aquel 17 de Mayo que todo lo que sucedería sería inevitable, y se sintió joven otra vez.

Tuvo que hacer un esfuerzo para fingir normalidad.
Las palabras se tropezaron en su boca antes de decir : 
- Enrique...
Los ojos de él se llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas dulces. Con la voz compungida, exclamó: 
- Hortensia,  mi pequeña... 
Así la llamaba él entonces, cincuenta años atrás. Una corriente de bienestar recorrió el ser de la mujer, quien turbada por la emoción exclamó: 
- ¡Cuanto tiempo! Dios mío...
Sin dejar de sonreír el hombre respondió:
- Toda una vida. Soñé contigo hace meses, el 17 de Mayo, ¿recuerdas? mi cumpleaños...
Ella asintió exhausta y recordando el sueño de aquella noche dijo : 
- Yo también soñé contigo esa noche...
Sonrieron sin dejar de observarse...
El hombre sacó de su bolsita el mechón de cabello que ella le entregara cincuenta años atrás, se lo mostró a la mujer y con la voz quebrada dijo : 
-Tal y como me pediste lo he guardado hasta nuestro reencuentro...
No hizo falta agregar nada más, pues algo en la expresión de ella hizo que él comprendiera.
Ninguno de los dos había podido olvidar al otro, y el último 17 de Mayo los dos habían soñado lo mismo.

El cielo sobre ellos adquirió una tonalidad púrpura. Las luces del alumbrado navideño se encendieron por primera vez aquel mes.
Algo mágico se percibía en el ambiente. 

Hortensia le estrechó la mano al amor de su vida. Percibiendo el calor de él en su mano, viajó hasta aquella lejana tarde del 36,
y sintiendo que un círculo se cerraba, se aventuró a decir : 
- Te invito a un café...
De la sonrisa que él le dedicó se hubiera podido sacar luz.


Desde el supermercado llegaron los ecos de los primeros villancicos de ese año. Las luces de los escaparates se encendieron de pronto. La ciudad de nuevo resplandecia frente a sus habitantes, que en aquellas fechas sentían encenderse el espíritu de otra Navidad, donde tal vez las oportunidades regresarían otra vez.

Hortensia y el mendigo tomaron un café aquella mágica tarde de Diciembre. Se cuenta por aquel barrio que hablaron durante horas y horas.
Ignoro lo que sucedió después, sin embargo, estoy segura de que fue uno de esos pequeños milagros que cada día suceden sobre el asfalto, cuando el espíritu navideño sale a pasear.



Yolanda García Vázquez 
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