LUMBELIER (LA COLINA DEL MIEDO)

 



LUMBELIER 

LA COLINA DEL MIEDO


Autora

Yolanda García Vázquez 

Derechos de autor reservados 

España 

Septiembre 2021


"El miedo hace al lobo más grande de lo que es."

Proverbio alemán 



                  Personajes de esta novela 



Lily Martínez  - Mujer joven, escritora, nueva inquilina de Lumbelier y protagonista de esta novela

Alfredo Bosco  - Nuevo jardinero de Lumbelier,  guitarrista y cantautor en sus ratos libres 

Leopoldo Núñez  -  Alcalde de Cumbeira Do Norte. Ex militar republicano 

Adela Palacios  - Esposa del Alcalde y aficionada al espiritismo 

Carlos Ramírez  -  Ex agente del CESID,  vecino del pueblo y chico de los recados del ayuntamiento 

Ermelinda Cifuentes  - Joven vecina del pueblo, desaparecida en extrañas circunstancias 

Fermín Rubianes  - Agente inmobiliario de Lumbelier 

Hortensia Alvarez  - Estanquera del pueblo y chismosa oficial 

Víctor Suárez  -  Secretario del Alcalde 

Carola Luengos  - Ex corista de provincias, procedente de Lugo 

Eduardo García -  Joven adolescente y sobrino de Hortensia Alvarez 

César Aldana  - Comisario de policía procedente de la Coruña 

Julieta Vázquez  -  Joven vecina del pueblo. Ex novia de Carlos Ramírez 

Gonzalo Quiroga  - Anciano del pueblo. Ex coronel del ejército 

Rosamunda Bermejo  - Anciana del pueblo. Viuda. Madre de Carlos Ramírez 

Lorenzo Aguirre  -  Teniente del ejército nacional, desaparecido en extrañas circunstancias 

Celia Villanueva  -  Esposa de Lorenzo Aguirre, desaparecida en extrañas circunstancias 

Gérard Lumbelier -  Empresario francés. Primer propietario de Lumbelier. Muerto en trágicas circunstancias 

Petunie  Lumbelier  -  Esposa de Gerard. Fallecida repentinamente años atrás 

Alphonse y Pierre Lumbelier  -  Hijos mayores del matrimonio Lumbelier, fallecidos en la I Guerra Mundial 

Camille  Lumbelier  -  Hija pequeña del matrimonio Lumbelier y superviviente de la familia Lumbelier 

Roger Martin Lumbelier  -  Hijo de Camille y último superviviente de la familia Lumbelier 

Rafael Ventura  -  Pintor. Autor del cuadro de la biblioteca.  Fallecido en trágicas circunstancias 

Aurora Freire  -  Anciana vecina del pueblo. Amiga de Hortensia Alvarez 

Úrsula Garrido  - Mujer de mediana edad, viuda y prima de Aurora Alday 

Manuel Teixido   - Dueño de la Taberna del Marino Feliz 

Gertrudis Piñero  -  Anciana vecina del pueblo. Amiga de Hortensia 

Roberto Leiva  -  Policía de la Brigada de Homicidios y ayudante del comisario Aldana 

Agustín Garzón -  Policía de la Brigada de Homicidios y ayudante del comisario Aldana 

Modesta Fernández  -  Mujer de mediana edad. Vecina de Rosamunda Bermejo 

Esmeralda Robledo  -  Mujer de mediana edad. Médium y maestra espiritual de Adela Palacios 

Manuel Uribe - General de la Guardia Civil 

Luis Figueroa  -  Espiritista y amigo de Esmeralda Robledo 

Germán Avellaneda  -  Pintor y amigo de Rafael Ventura 



Primera Parte

Prólogo 


31 de Octubre de 1976

La señorita Lily apretó el acelerador.  
Las copas de los árboles parecían querer engullir la estrecha carretera que bajo la noche lluviosa parecía un río espectral.
No había tiempo, no había tiempo... 
El cielo derramaba furioso una sinfonía de truenos y relámpagos sobre el asfalto, como si quisiera advertirle de algo. 

Era curioso cómo había empezado todo, pero en aquella etapa de su vida poco ya le sorprendía.
Lily Martínez respiraba agitadamente mientras aferraba sus manos al volante. Una angustiosa sensación oprimía sus sienes como si quisiera aplastarla. Su pecho subía y bajaba como si de un momento a otro se le fuera a salir el corazón.
Sin embargo, no dejaba de ser extraño que justo en aquel momento fuese capaz de mantener la cabeza fría, teniendo en cuenta todo lo que había presenciado, tal vez quizás por la insoportable naturaleza de los hechos y sin duda por el instinto de supervivencia. 

Más rápido, más rápido…

La carretera parecía no tener fin.
¿Adónde la llevaría? poco importaba, cuando lo urgente era escapar, ¿de qué? Ni ella misma lo sabía con certeza, solo era consciente de que el asunto había estallado y era tan monstruoso que no podía enfrentarlo sin perder el juicio o su propia vida.
Además, ¿quién iba a creerla?
Incluso a ella le había costado asimilarlo hasta aquella misma noche.
No podía ser cierto. ¡No!
Pero lo era...

La señorita Lily se aferraba al volante como a un rama sobre el abismo. La lluvia comenzó a arreciar. 
Puso su mente en blanco tratando de no pensar.
Lo importante ahora era mantener la cordura antes de que…

                           _______________

Dos meses antes

Capítulo I
La casa de la colina 

Lumbelier era una casa solariega de finales del siglo XIX. Se hallaba situada sobre la colina de un pueblo costero de Galicia. Su extraño nombre se debía al origen francés de sus primeros propietarios. A pesar de lo recargado de su estilo y ornamentación, no era excesivamente grande, pero sí lo suficientemente imponente como para llamar la atención de los habitantes del pueblo y de cualquier forastero que se dejara caer por allí. 
A lo largo de los años la casa había cambiado frecuentemente de inquilinos, siendo un misterio el motivo por el cual nadie prolongaba mucho su estancia allí; esto añadido al hecho de que nadie conociera la identidad de sus actuales dueños, daba a la casa cierta fama, lo que mantenía vivo el interés de los lugareños, que no dejaban de inventar historias grotescas acerca de Lumbelier, sin ningún fundamento, según algunos.
Y aunque últimamente las nuevas generaciones parecían reírse de aquellas historias fantasmagóricas, el halo de misterio prevalecía sobre la casa como su sello más característico. 
A partir de la década de los años 50, la casa ya no volvió a ponerse más a la venta. Se contaba que el nuevo propietario era algo extravagante y por razones que nadie podía adivinar no iba a instalarse a vivir allí nunca. Tampoco iba a vender. Su intención era solo alquilar la casa por temporadas. Este hecho inusual en aquella zona y entre las casas de ese estilo, también era motivo de especulaciones entre los vecinos del pueblo, que llegaban a conclusiones descabelladas del porqué la casa ya no iba a venderse nunca. 
Así Lumbelier atesoró con el paso de los años su merecida fama de "casa con historia"; y a raíz de cierto escándalo que alimentó las tertulias del vecindario, la casa de la colina permaneció cerrada durante los últimos cinco años. 
Se hicieron reformas y finalmente la pasada primavera el cartel de "Se Alquila" volvió a pender de la entrada de Lumbelier como si nunca fuera a quitarse de allí.

Hasta que un día...

- Creo que puedo permitírmelo. No es mucho dinero.  

Fermín Rubianes observó detenidamente a la mujer que tenía delante. Debía tener unos 35 años. Llevaba el cabello oscuro recogido en la nuca y su aspecto era tan pulcro y digno que incluso a él, que ya rondaba los 60 años, le producía estupor. Parecía una mujer de otro tiempo, y del tipo de las que saben mantenerse firmes ante la vida y ante los hombres. No era muy bonita, pero resultaba agradable mirarla. Parecía, por un lado, tan frágil y etérea, y por el otro, tan segura de sí misma, que no dejaba de ser chocante. Como agente inmobiliario de Lumbelier era obligación suya indagar en la vida personal de futuros inquilinos; esto se había convertido en norma habitual en los últimos tiempos, sobretodo después de los desagradables acontecimientos de hacía unos cinco veranos, cuando una comuna de hippies se instaló en la casa, originando un descomunal escándalo entre los lugareños. A él le tocó hacerse cargo de la situación entonces y había sido generosamente recompensado por ello.
Lumbelier llevaba cinco años deshabitada. Tenía fama de ser un lugar maléfico, en el que nadie desearía pasar una sola noche, por lo que el hecho de que una dama forastera quisiera instalarse allí no dejaba de ser una buena noticia.

Fermín Rubianes no descubrió mucho sobre ella, solo que era de Madrid, soltera, sin cargas familiares, y aficionada a la escritura. Según ella misma le dijo, había estado enferma, algo de los nervios, y necesitaba un lugar tranquilo para recuperarse y comenzar una nueva etapa. Disponía de unos buenos ahorros y tenía en mente el proyecto de escribir un libro. Le gustaría quedarse por tiempo indefinido. A ella le parecía el lugar ideal. 
No obtuvo más información, pero quedó satisfecho. 
La señorita Lily Martínez se instalaría en la casa de la colina a primeros de Septiembre. Así quedó acordado.

                   _________________

Capítulo II
Secretos

Hortensia Alvarez hizo un chasquido con la lengua después de escuchar las últimas novedades del pueblo de boca de la señorita Freire.

- Por lo visto es de Madrid, soltera y con una grave enfermedad.  Creo que es escritora y pretende instalarse indefinidamente en la casa…


- ¡Bah! alguna loca que no sabe donde meter su dinero. No sabe lo que le espera…


Las dos mujeres asistieron, satisfechas de saberse conocedoras de todos los secretos de los alrededores.
Úrsula Garrido, una prima lejana de la señorita Freire, las escuchaba boquiabierta. Era nueva en el pueblo, acababa de trasladarse allí al fallecer su esposo, y entre las otras dos mujeres la estaban poniendo al tanto de los chismes del vecindario. 

Un joven entró en el estanco con expresión malhumorada. Hortensia lo miró de arriba a abajo sacando sus propias conclusiones. Le entregó su paquete de tabaco rubio y unos sellos. Cuando el hombre hubo salido la estanquera le dijo a Úrsula Garrido: 

- A ese lo dejó plantado la novia por andar con comunistas, que me lo sé yo…


- Si su padre levantara la cabeza… - agregó la señorita  Aurora Freire, quien a sus 70 años se enorgullecía de permanecer soltera - ¡Qué vergüenza! No sé a dónde vamos a llegar...


Hortensia asintió. Con 54 años recién cumplidos, y sin haber salido nunca de aquel lugar, presumía de conocer a fondo el lado más oscuro de sus prójimos. Era la guardiana de los secretos del pueblo; chismes e historias inconfesables que gustosamente compartía con sus viejas amigas.
Nada escapaba a su radar y a su lengua. 

Aunque había algo que jamás le había contado a nadie,
porque si lo supieran…

                        _________________________

Lumbelier pareció darle la bienvenida; así lo percibió la señorita Lily, quien con expresión de aprobación se abrazó a la casa con la mirada. Para una mujer como ella, proveniente de un humilde barrio de Madrid, que siempre había vivido con incomodidades y estrecheces, aquel exquisito lugar se le antojó un pequeño paraíso. Un lugar para sanar todas sus heridas y recuperar la confianza en sí misma; El ambiente ideal para iniciar su catarsis y cerrar de una vez el peor capítulo de su vida; y sólo Dios sabía la falta que le hacía.
Recordó con pesar los largos meses de convalecencia después de su crisis nerviosa. 
Las marcas en sus muñecas indicaban la gravedad del asunto, y lo cerca que había estado de volverse loca. Como bien decía su tía Clotilde :
"Para llegar a vieja lo mejor es mantenerse alejada de los hombres"
Alejandro había resultado ser un príncipe de tebeo. Descubrir que tenía los pies de barro no había sido lo peor, sí no haberse enamorado perdidamente de alguien que no merecía la pena. 
"Las mujeres como nosotras, mejor solas", decía la tía Clotilde, quien después de aquello la había acogido en su pisito de la Coruña, pues Lily no tenía a nadie en el mundo, y después de ser dada de alta en el sanatorio mental, todavía convaleciente y sin disponer de suficientes recursos para subsistir, la buena mujer se hizo cargo de ella como única pariente. 
"Tú eres como yo, siempre lo supe. Lástima que viviéramos tan lejos…"

Lily sonrió con tristeza al recordarla. 

Tía Clotilde falleció pocos meses después de acogerla en su casa. Le dejó su pequeño piso de la Coruña y unos pocos ahorros para poder mantenerse holgadamente durante un tiempo. 
Lily había perdido su empleo de editora en una revista literaria durante su internamiento, y ahora se felicitaba por ello, pues Madrid era la ciudad a la que no deseaba volver.

Allí había sucedido todo. 

Ahora que disponía de cierto margen de tiempo y un poco de holgura económica debía poner en orden sus asuntos personales e intentar llevar a cabo su ansiado proyecto de ser escritora.
La casa le ayudaría, estaba segura.
Por ser la otra zona donde habían surgido sus raíces, aquella región del país no sólo le fascinaba, si no que la sentía como una parte primordial de su yo más íntimo, aquel que estaba conectado a su lado más sensitivo y artístico. 

El agente inmobiliario llegó en su Ford a la hora acordada para enseñarle a Lily su nuevo hogar. 

                              _______________________


Capítulo III
El Alcalde 


Septiembre caía con belleza poética en Cumbeira Do Norte. Un pueblo costero con antepasados celtas y todo el encantamiento bucólico de las tierras gallegas.
Leopoldo Núñez se sentía satisfecho de su labor como alcalde del pueblo.
Vivía con su esposa en una elegante residencia, contigua al edificio del Ayuntamiento. Como ex militar republicano había tenido que medrar mucho para llegar a ese honorable puesto. Para él, eso no había sido demasiado complicado, pues manejaba con gracia el arte de la adulación y el engaño. Tenía la opinión de que la dignidad no era una cualidad que pudiera desarrollarse en el interior de uno, según sus experiencias, la dignidad se ganaba y también se compraba, se podía vender, y si había que robarla, se la robaba. Nada de eso supuso mucho esfuerzo para él, aunque al principio, lo verdaderamente difícil fue ocultar su auténtica naturaleza a los que ingenuamente creían en él, pero todo era cuestión de práctica. 
Ante los ojos de los hombres era un líder honorable, muy cercano y carismático.
Todo el mundo admiraba al alcalde;
todo el mundo lo respetaba y confiaba en él;
todo el mundo...menos, su esposa;
quien a pesar de ser conocedora de la parte más oscura de su marido, sentía por este un amor enfermizo, jamás correspondido. 

________________

Adela Palacios observaba a su marido a través de sus lentes. Sentados uno a cada extremo de la gran mesa del salón, comían un día más en silencio.
Él sabía que ella lo sabía, como sabía también el porqué ella callaba y prefería fingir ignorancia. Ser la esposa del alcalde no era nada despreciable; lo contrario suponía el ostracismo y el rechazo social de todos los que admiraban a su marido. 
Ella por su parte también sabía cómo y cuándo había comenzado todo, y no dejaba de culparse, pues erróneamente pensaba que el hecho de no haberle dado hijos había sido un factor importante en todo aquello que era preferible no nombrar. 

Después de apurar su copa de brandy, Leopoldo Núñez dijo distraídamente: 

- Lumbelier tendrá un nuevo inquilino…Ya veremos qué pasa...


Adela abrió los ojos desmesuradamente, sospechando lo que había implícito en tales palabras. Era como si su marido supiera que ella lo sabía todo y que no le importaba, y también, como si la estuviera probando o desafiando a que hablase.
Su marido encendió un habano mientras la taladraba con la mirada. Ella bajó los ojos avergonzada mientras repetía en su interior : 
"Eres un monstruo,  eres un monstruo…" 

                     _________________________

Victor Suárez llegó a su cuarto del hotel visiblemente contrariado. Cerró la puerta de golpe y se deshizo el nudo de la corbata con expresión malhumorada. Había descubierto cierta información que no dejaba de inquietarle. Como secretario del alcalde conocía al dedillo todas las andanzas de su jefe, incluidas sus aventuras extramatrimoniales, pero esto último era demasiado.
¡Menudo hijo de …!
Trató de calmarse mientras se preparaba un gin tonic. 
Sentado en el sofá frente a la ventana fue sopesando los pros y los contras de aquella situación. 
Menos mal que tenía el comodín de Carola...
La pelirroja sabía hacer bien su trabajo. 
Apuró su copa de un trago y apretó los labios en un gesto de aprobación. 

De pronto su corazón se aceleró al recordar la última novedad del pueblo. 

Lumbelier iba a estar habitada próximamente. 


                              ________________________

Frente al espejo de su tocador, Carola Luengos se observaba satisfecha. Su esbelta figura se adivinaba seductora debajo de un vestido ceñido de raso negro. Su melena rojiza y lisa caía suavemente sobre los hombros. Enfundada en unos largos tacones hubiera podido producir taquicardias en cualquier sitio,
pero ella no era una cualquiera. Era simplemente una luchadora que sabía aprovechar cualquier oportunidad. Habiendo fracasado como actriz de revista, y sin contar con suficientes recursos, no dudó en acceder ante aquella propuesta. Era la primera vez que se dedicaba a eso, y aunque al principio le había costado aceptar, ahora le divertía el hecho de tener que coquetear con cierto hombre poderoso a cambio de información. 
Y si además le pagaban bien, ¿por qué no?
"Una Mata Hari de provincias", se rió de sí misma ante esa ocurrencia.
Se descalzó de sus apretados zapatos, se quitó su ajustado vestido y se puso una bata tan decente y puritana que no pudo evitar soltar una estridente carcajada. 
Si él me viera ahora así, ¿qué pensaría de mí…?
Recordó su primer encuentro con él en aquella casa fantasmal.
Le había costado mantenerlo a raya, pero era una especialista en eso.
¡Que ridículos eran los hombres!, y tan fáciles de engañar que casi le producían lástima. Bueno, en el fondo se lo merecían. 

Carola se recostó en su sofá con su novela favorita mientras no dejaba de repetirse :  
"Eres un actriz extraordinaria, nena"
Suspiró satisfecha al recordar que disponía de toda la tarde para entretenerse con la lectura antes de su segunda cita con él en aquella misteriosa casa. 

             __________________________

Capítulo IV
Indicios

Aquella tarde en la sala de estar de la pensión donde se alojaba, el comisario César Aldana contemplaba la vieja radio del aparador con aparente ensimismamiento.
Echaba de menos a su esposa y a sus hijos. 
Había sido enviado a aquella zona hacía bien poco para investigar la desaparición de la joven Ermelinda Cifuentes, ocurrida un año atrás.
Según las primeras investigaciones de sus homólogos en la región, había indicios de delito en aquel caso, pero por alguna extraña razón la investigación se hallaba en punto muerto; Así que dado su brillante currículum como investigador en casos similares y por ser miembro especial de la Brigada de Homicidios de la Coruña, le encomendaron la tarea de investigar aquel caso sin resolver. Eso sí, debía ser muy discreto, pues con el cambio de régimen que estaba teniendo lugar en el país, las cosas estaban cambiando, y la gente, en especial los funcionarios, con ayuda de los periodistas, estaban muy susceptibles y vigilaban cualquier abuso de poder de las autoridades para intentar liarla.
Para acompañarle en sus pesquisas sin llamar demasiado la atención, desde la Jefatura Central le habían enviado a dos hombres, Roberto Leiva y Agustín Garzón, dos eficientes agentes que se paseaban por el pueblo vestidos de paisano, y recogiendo información.  
También le habían pedido que colaborara estrechamente con las autoridades del pueblo, especialmente con la Guardia Civil, estos estaban también muy susceptibles últimamente. 
"Política, siempre política", pensó César Aldana 
Sin embargo él era un sabueso y de los mejores, y dejaba a otros la misión de hacer política, mientras a él lo dejaran hacer su trabajo. 
En sus investigaciones por el pueblo no había descubierto gran cosa, pero intuía a una legua el delito, y en la desaparición de la chica lo había. 
No dejaba de darle vueltas a cierto asunto.
Para un hombre como él, cuando encontraba una pieza que no encajaba ya no la soltaba. La joven Ermelinda había desaparecido sin dejar rastro hacía justo un año, eso era bien sabido por todos. La buscaron por todas partes sin éxito. Presentía que algo turbio se escondía tras esa misteriosa desaparición. Era una buena chica, algo díscola, pero jamás hubiera abandonado el hogar familiar sin dejar rastro. 
El comisario Aldana no podía concentrarse en lo que su joven oficial le comentaba. No dejaba de darle vueltas a lo que el anciano padre de Ermelinda le había dicho cuando habló con él: 

"Mi pequeña siempre me hablaba de Lumbelier, la casa de la colina. Alardeaba de lo mucho que conocía esa casa. Y también me dijo que algún día sería suya. Bueno, creo que solo eran elucubraciones de su mente fantasiosa".



                          ________________________


Capítulo V 
El cuadro 

Bajo el velo crepuscular Lumbelier parecía una casa de cuento.
Como Alicia en el País de las maravillas, la señorita Lily se dejó guiar por el agente inmobiliario hacia el interior de la casa. 

Excepto, el mobiliario básico, Lumbelier estaba casi vacía, esto no impedía que al entrar pareciera un lugar de ensueño. 

La casa constaba de dos plantas y un ático.
En el piso inferior, a la derecha, se hallaba el salón principal, con una enorme chimenea de estilo imperial. Las paredes estaban desnudas, pero recién pintadas. Salvo una gran araña de luces que pendía del techo y un grueso cortinaje de brocado azul, la espaciosa habitación se hallaba vacía. Según le iba diciendo el señor Rubianes, habían hecho limpieza general hacía poco tiempo. Tras las cortinas había una ventana francesa que se abría a una pequeña terraza, donde una copia de la Venus de Milo resaltaba en el centro de una fuente de piedra. 
"Absolutamente encantador", pensó Lily
Ella le daría su toque personal a aquel lugar 

La cocina era de estilo rústico, aunque conservaba todo el mobiliario.
- ...y por deferencia del propietario no falta ningún electrodoméstico de última generación - dijo orgulloso el señor Rubianes 
En el ala izquierda de la casa había dos habitaciones completamente vacías, pero limpias, como el resto de la casa. Según el agente inmobiliario la instalación eléctrica y las cañerías eran nuevas y se habían hecho importantes reformas en toda la casa, tanto en la fachada como en el interior. La casa constaba de tres baños, dos arriba y uno en el piso de abajo, completamente equipados; últimamente habían instalado duchas modernas por deferencia del propietario, y aunque las habitaciones principales y los dormitorios estuvieran vacíos, ella podría encontrar mobiliario barato y en buenas condiciones en un importante almacén del pueblo. 

(A Fermín Rubianes siempre le incomodaba recordar esto a futuros inquilinos, pero estaba obligado a decirlo por orden del propietario. Al agente le molestaba especialmente recordarles que podían comprar mobiliario barato para la casa en el pueblo o alrededores, pues nadie aguantaba demasiado tiempo allí. Él sabía porqué.)

En el centro del amplio vestíbulo se hallaba una larga escalera que conducía a la planta superior. 
Igual que el salón principal, las paredes del hall se hallaban desnudas e impolutas. 

Lily siguió recorriendo la planta baja. 
Junto al salón se hallaba la que iba a ser la parte más importante de la estancia de Lily en Lumbelier, la biblioteca…

Nada más entrar ya notó algo especial en esa habitación, y lo achacó al hecho de ser escritora y hallarse en un cuarto dedicado exclusivamente a la lectura, pero conforme fueron pasando los minutos la sensación se hizo más intensa y difícil de explicar. 

Por primera vez en toda su vida sentía que estaba en el lugar en el que debía estar. 
El agente inmobiliario continuó hablando: 

Por razones de índole sentimental, el propietario recreó esta habitación tal y como debió estar en su origen, allá por 1890. Trajo mobiliario especial para la decoración y a lo largo de 25 años se ha mantenido intacta. A todos los inquilinos que se han instalado en esta casa se les ha prohibido cambiar la decoración, agregar o cambiar ningún otro mueble. No hay nada de gran valor, pero son órdenes estrictas del propietario. Espero que usted cumpla esta norma. 


Lily asintió con la mirada, intrigada por esta revelación.

A excepción de las otras habitaciones de la casa, la biblioteca tenía vida propia, y no solo por el hecho de estar amueblada, si no por algo más...
Era como una postal de otro tiempo. Entrar allí era entrar a otro mundo.
En realidad era una biblioteca muy poco común, más bien parecía la mezcla de una sala de estar y un cuarto de lectura,
y también algo más que Lily no supo definir. 
Recorrió la luminosa habitación con sus grandes ojos castaños. 
Las paredes estaban cubiertas por enormes estanterías de caoba, repletas de libros y libros.
Una tupida alfombra de color verde oscuro cubría todo el suelo. 
Delante de los blancos visillos se hallaba situada una mesa de escritorio. 
Había un enorme sofá de lectura junto a una lámpara de pie. En una esquina, un viejo clavicordio parecía sumergido en el sueño de la música. Junto a él una exquisita vidriera albergaba miniaturas de cristal. Dos lámparas chinas rodeaban lo que el señor Rubianes le señaló como "El rincón de Marcopolo", un confortable diván en forma de canoa forrado de seda roja. Lo había traído de Venecia el actual propietario de la casa. 
En la pared de enfrente un secreter parecía haber albergado los secretos de otro tiempo.

Fue entonces cuando lo vio…

De la pared frontal izquierda pendía imponente un enorme cuadro.
Parecía mirarla desde algún espacio etéreo...

Era de una belleza abrumadora y magnética 
Y no dejaba de ser extraño que lo hubieran dejado colgado ahí, pues ni en el vestíbulo, ni en el salón, ni en las otras habitaciones que había visto había ningún cuadro. 
También resultaba extraño que a parte de la cocina y los baños,  esa fuera la única sala amueblada de la casa. 

Fijó más la vista en el lienzo para impregnarse de él 
Simulaba una escena campestre con varios niños y adultos. Por las vestimentas parecían de principios de siglo. Los colores que el artista había usado eran suaves y la mayoría de tonos pastel, por lo que al observarlo no solo relajaba la vista, sino que producía un estado de agradable laxitud. 

Parecía representar a una familia. Estaban todos junto a un estanque o pequeño lago, rodeados de frondosa vegetación y exuberantes jardines. El sol iluminaba el paisaje. Al fondo se divisaba un bosque, y al otro extremo, una casa imponente. Los niños eran tres, dos chicos y una chica. Parecían jugar con una cometa. Junto a ellos, un anciano sonriente sostenía una enorme sombrilla, y sentada junto a una mesa sobre el césped, se hallaba una pareja observando. Lily supuso que serían los padres de los chiquillos.
Dos chicas con cofia y delantal parecían servir la merienda. Junto a los pies del padre de los niños, un perro de lanas reposaba mansamente.
Era una escena encantadora que armonizaba maravillosamente con el resto de la habitación. Lily no podía despegar los ojos del cuadro. Siguiendo su intuición desvió la mirada a la parte superior del lienzo, allí donde el artista había pintado la fachada de una casa, y efectivamente, ella había acertado, pues la imagen que se adivinaba era la de Lumbelier,  tal y como debió haber sido 90 años atrás.

Debajo del cuadro había incrustada una chapa dorada con letras inscritas que rezaban : 

"Lumbelier; Sueños de cristal" 
Artista : Rafael Ventura 

Embriagada con la suave y bucólica belleza de aquel cuadro y siguiendo al agente inmobiliario Lily subió a la planta superior.

La amplia escalera se hallaba cubierta por una pesada alfombra de color rojizo, que según le dijo el agente, había sido colocada recientemente. 
El piso superior constaba de cinco habitaciones y el baño principal. Junto a cada puerta había instalados apliques de luz en forma de farol.
La que iba a ser su habitación se hallaba al fondo del corredor, y era la única con baño propio, y por deferencia del propietario habían instalado una cama, una mesita de noche y un armario ropero. Un amplio cortinaje de seda blanca cubría la pared lateral, donde una ventana mostraba la vista más bella que Lily divisó desde su llegada a Lumbelier.
Sí, iba a ser genial vivir allí.
El señor Rubianes la condujo hasta el ático donde se hallaban tres pequeños cuartos que según le dijo habían estado destinados a los miembros de la servidumbre.
También estaban vacíos.

El desván era otra cosa…

A pesar de la desnudez de la habitación, Lily sintió el peso de otro tiempo, además de percibir un aura de encantamiento. Había sido el cuarto de juegos de los niños y las huellas de estos aún podían percibirse en el ambiente.
Lily era una mujer muy sensitiva y podía apreciar estas cosas. 
En la pared lateral había una ventana redonda desde donde se divisaba todo el pueblo.
Lily suspiró de satisfacción. Sentía que aquel encantador lugar la había estado esperando toda la vida.
Al descender a la planta baja el agente la condujo hasta el sótano. No había mucho que ver allí. Supuso que en un pasado lejano las paredes habrían albergado hileras de botellas de vino, pero salvo unas cajas de herramientas y una escalera, no había nada más allí. Eso sí, todo estaba muy limpio. 

Junto a la casa había un pequeño cobertizo, que al hallarse vacío, Lily pensó que sería el lugar ideal para guardar su coche. Se había comprado un seat 600 de segunda mano al fallecer tía Clotilde. Era la primera vez que tenía un automóvil, aunque se había sacado el carnet de conducir hacía años, cuando estudiaba filosofía y letras en Madrid. 

A la izquierda de la casa había un estanque de aguas cristalinas, el mismo que había pintado en el cuadro de la biblioteca. Un cenador inglés y unos viejos columpios coronaban aquella encantadora escena. 
Los jardines ocupaban toda la hacienda, aunque estaban bastantes descuidados, pero según le dijo el señor Rubianes, el propietario ya había hecho el encargo de contratar a un nuevo jardinero; le avisarían de esto cuando empezaran los trabajos.
También le informó que no diera ningún crédito a las historias fantasmagóricas que circulaban por el pueblo sobre la casa. Eran falsas, propias de la superstición y excesiva imaginación de los lugareños. 
Ella sonrió divertida, sabiendo que era lógico que una casa de ese estilo tuviera cierta fama.
Después de los consejos de rigor, y de firmar algunos documentos, el administrador le entregó las llaves de la hacienda.
Al despedirse de Lily le recordó que para cualquier consulta que deseara hacerle la atendería en su despacho o por el teléfono que había en su tarjeta.

Lily pasó esa noche en una pequeña posada del pueblo. La había alquilado esa misma mañana, cuando quedó acordado que iba a ser la nueva inquilina de Lumbelier. Desde allí organizaría todo el traslado a su nuevo hogar.
A pesar del agotamiento, Lily sentía crecer nuevas fuerzas en su interior, junto al entusiasmo propio de haber encontrado la casa de sus sueños.
Antes de quedarse dormida una imagen fabulosa se dibujó en su pensamiento. 

El cuadro de la biblioteca…

Capítulo VI
La nueva inquilina 

Esa noche Carlos Ramírez no podía conciliar el sueño.
Había escuchado por ahí que Lumbelier iba a tener un nuevo inquilino.
Cinco largos años deshabitada y ahora…
¡Qué raro!
Tumbado en su camastro escuchaba el eco del transistor que su anciana madre escuchaba todas las noches.
Parecía que a su vieja se le estaba yendo la cabeza y él no podía hacer nada por evitarlo.
Pero no era eso lo que lo inquietaba.
La presión a la que había estado sometido comenzaba a pasarle factura y tenía miedo de dar un traspiés, porque entonces…
Pero no, no debía pensar en ello.
Durante años había sido el chico de los recados del Ayuntamiento, pero no ganaba lo suficiente como para mantenerse él mismo y a su vieja. 
Así que cuando tuvo la opción de ser informante del CESID no dudó ni un instante, pues aquel trabajo especial le iba a proporcionar unos buenos dividendos con los que nunca había contado.
Cierto que era algo arriesgado, pero él tenía mucho cerebro, más de lo que la gente podía apreciar. 
Y por primera vez en su vida empezó a sentirse importante y a ganar mucho dinero. 
Aunque poco después y como era costumbre, todo se fue al carajo.
Le dijeron que ya no iban a contar más con sus servicios. Al mismo tiempo su novia se fundió todo el dinero que le habían pagado, y encima lo dejó tirado como a un perro. 
Tuvo que rogar en el Ayuntamiento para ser readmitido como el chico de los recados y eso hizo que su rencor hacia todos aumentase. 
Sabía que se reían de él. 
Justo cuando pensó que su suerte se había ido a pique para siempre surgió aquel otro asunto y si todo salía como había previsto podría irse a Francia a vivir con su vieja, tal y como había soñado.
Desde niño siempre tuvo la sensación que aquel no era su lugar, y salvo algunos viajes a la Coruña por motivos de su "otro trabajo", nunca había salido de allí. Ahora tendría la posibilidad y los medios. Pero debía ser muy cuidadoso. Cualquier descuido podía poner en peligro la operación y su propia vida.
El corazón comenzó a golpearle con fuerza. 
Se acordó de la malograda Ermelinda, y de cómo acabó su historia, pero a él no iba a sucederle lo mismo. 

                ____________________________

Hortensia Alvarez miraba la luna filtrarse por los visillos de su habitación. Se hallaba acostada intentando dormir, sabiendo que esa noche iba a costarle. Desde que se enteró que Lumbelier iba a estar habitada de nuevo, todos los fantasmas del pasado habían comenzado a acosarle.
Trató de serenarse pensando en sus cosas.
Ser la estanquera del pueblo se había convertido en su medio de vida desde que su padre falleciera hacía ya 20 años.
Hortensia tenía lengua de víbora, pero era un alma piadosa. Nunca presumía de lo mucho que ayudaba a la gente sin recursos, especialmente a los ancianos enfermos y sin familia. Nadie que tuviera problemas para subsistir era invisible para Hortensia. Al mismo tiempo cualquier secreto o chisme del pueblo era aireado por ella con insano deleite, esto hacía que mucha gente no supiera a qué atenerse con ella, hecho que le proporcionaba una enorme satisfacción, pues como siempre le había dicho su difunto padre :

"Haz que la gente nunca pueda saber cómo eres. Deja que especulen. No des explicaciones, ni desnudes tu interior. Eso te hará fuerte y no tendrás que depender emocionalmente de nadie."

Y bien sabía ella desde joven lo importante que iba a ser el hecho de ser fuerte y emocionalmente independiente, sobre todo después de aquello…

Cerró los ojos tratando de no pensar.
Pero los recuerdos y los pensamientos acudieron en tropel para mortificarla.

Lumbelier;
Lumbelier...

En lo más recóndito de su conciencia volvió a asomar la casa de la colina tal y como la viera aquella lejana noche, víspera del día de difuntos de 1946...

                      ___________________________

Capítulo VII
Una Mata Hari de provincias 

Recostada en "El rincón de Marco Polo", Carola Luengos se desperezó como una dulce gatita. Llevaba puesto su mejor vestido, un traje de alta costura de terciopelo esmeralda que había encargado solo para aquellos encuentros. Se había descalzado de sus largos tacones mientras esperaba la copa que él estaba preparando. Sacó el espejito de su bolso y se retocó los labios y el cabello. 
Él iba elegantemente vestido. Escuchándolo se podía apreciar que era un buen conversador, muy brillante e ingenioso. No obstante, para una mujer sagaz como ella, las impecables maneras de su acompañante no ocultaban al farsante que era. A ella no podía engañarla, ella en cambio, sí podía engañarlo a él. 

Esa era su misión, entre coqueteos y besos, y siempre manteniéndolo a raya, hacer que él hablara, que se pavoneara delante de ella, con la esperanza de obtener "algo" que ella no iba a darle nunca. 

- Nuestra segunda cita en Lumbelier, querida, y la última antes de que esa mosquita muerta se instale en la casa. Espero que esta noche seas un poco más amable       conmigo. Ya sabes lo que quiero decir...

Carola se mordió el labio inferior con gesto preocupante.
¿Más amable…?
¿Qué quería decir ese canalla? 
Ella no estaba dispuesta a…
¡Eso Nunca!
Era una aventurera, una corista, pero no una fulana.
Sin embargo aún no había sacado información jugosa sobre él, que era para lo que había sido contratada.
Los pensamientos se agolparon en su cerebro mientras sujetaba el vaso de ginger ale que él le ofrecía. 

- Bueno, ya te dije que no soy como las otras…


Él la miró con expresión divertida, como si no se creyera lo que la joven le estaba diciendo. 

 - Lo sé Carola, por eso me gustas tanto...


Ella intentó sopesar sus palabras antes de decir :

 - No tengo demasiada experiencia en estos asuntos. ¿Comprendes? Me gusta ir despacio. Además eres un hombre casado y con un cargo importante …


Él dejó de sonreír y le clavó sus afilados ojos con fiereza animal. No estaba dispuesto a perder esa valiosa pieza por nada del mundo. iba a ser suya, costara lo que costara, pero debía ir con cuidado. 
Con mucho cuidado…
Pensó que había sido muy arriesgado traer a Carola a la biblioteca con el otro asunto aún sin resolver, pero aquella pelirroja le enloquecía tanto que no pudo evitarlo, y no había tenido tiempo aún de buscar un sitio mejor. 

Sin embargo, la chica era de las "difíciles", y él había corrido ese riesgo innecesariamente.
En lo sucesivo debía ser más precavido.  
Sobretodo hasta que no solventara con éxito el asunto que durante todo el verano lo había estado agobiando. 

Sin embargo, aquello iba a ser tan fácil como complicado seducir a este bombón.
Y ambas situaciones lo excitaban.

La atrajo hacía él con delicadeza sensual mientras le susurraba al oído : 

- Soy un hombre muy paciente, pequeña. No sabes hasta qué punto…

Carola trataba de encontrar las palabras adecuadas para frenar los intentos amorosos del hombre sin levantar demasiadas sospechas y lo más importante, para seguir manteniendo vivo el interés de él hacia ella.
                    -  Esta casa me da miedo Leo, tal vez en otro lugar. No lo sé. Vámonos de aquí; ya hemos bebido bastante y es tarde. 
El hombre obedeció resignado y para su propia sorpresa, maravillado por la actitud decorosa de la joven, lo que no dejaba de ser una novedad en él. 

Aquel territorio iba a ser difícil de conquistar, pero extrañamente a lo que era norma habitual en su relación con las mujeres, y por vez primera, eso le excitaba más que cualquier otra cosa en el mundo.  

Leopoldo sacó a Carola de Lumbelier y la acompañó en su Renault hasta las inmediaciones del pueblo.
Aquel viejo coche, que casi nadie sabía que él era el propietario, era el que usaba para aquellos menesteres. 

Aparcó en un callejón oscuro para no ser visto. Le indicó a Carola que bajase y recorriese sola el trayecto hasta el Hostal Principal, donde la joven se alojaba. 
Después de despedirse de ella y con la sangre golpeando sus venas por el deseo insatisfecho, dio una vuelta a la manzana y aparcó su coche en el garaje del Ayuntamiento.  

Era una noche oscura, tan oscura como sus pensamientos. 

                                    _______________________

Capítulo VIII
Interrogantes


Fermín Rubianes se hallaba en el salón de su casa viendo la televisión con su esposa. Echaban una de esas películas antiguas que tanto le gustaban, pese a ello se notaba inquieto, pues no dejaba de pensar en la biblioteca de Lumbelier. La nueva inquilina parecía una mujer decente, y según ella, deseaba instalarse indefinidamente en la casa. Él sabía que el propietario no deseaba que ningún inquilino prolongara su estancia allí más allá de seis u ocho meses. Sabía cómo lograr que abandonaran ellos mismos, sin ejercer ninguna presión directa. Desde que adquiriera la casa había procedido así, excepto con la comuna de hippies, en la que Rubianes se había visto obligado a intervenir. 
Si el propietario iba a proceder como de costumbre, impidiendo "a su manera" que la nueva inquilina no prolongara su estancia en la casa más allá de ocho meses, ¿por qué había dicho aquello…?

¿por qué…?

_________________________

Roberto Leiva y Agustín Garzón habían sido enviados a Cumbeira Do Norte para acompañar al comisario Aldana en sus investigaciones. Eran agentes avezados de la Brigada de Homicidios de la Coruña. A pesar de su juventud, ambos presumían de un currículum envidiable. También eran disciplinados y muy intuitivos. Sin embargo, desde su llegada al pueblo habían notado como un pesado muro se levantaba cuando sus investigaciones les conducían hasta determinado punto. Era como si los lugareños tuvieran ciertas sospechas, y entre ellos se jactaran de saber algunas cosas, pero cuando eran preguntados por la policía, preferían guardar silencio como temerosos de que algo pudiera sucederles si hablaban demasiado. Este hecho que también solía ser habitual en la ciudad, y en especial entre la gente mayor, se acusaba de forma más exagerada y escandalosa en aquel pueblo, y entre la gente más joven. 

Notaban el miedo en sus ojos, y no dejaban de preguntarse 
hasta cuando los ciudadanos de su país seguirían albergando ese miedo ancestral a las autoridades.

Por otra parte, vientos de cambios soplaban en el horizonte.  Una nueva época se abría paso; y otra se desvanecía.
Ellos lo notaban, pero en aquel pueblo de bucólicos paisajes y secretos insondables parecía que las cosas no iban a cambiar nunca. 

Era como si el tiempo se hubiera detenido. 

Capítulo IX
La mudanza 

Lily trajo todo el mobiliario y sus cosas del piso de la Coruña, incluidos los juegos de sábanas, las mantelerías, y las vajillas de porcelana de tía Clotilde. Todos sus enseres personales, su máquina de escribir, su tocadiscos, sus libros y los recuerdos de toda una vida, incluido el ajuar de su boda, una boda que ya no iba a celebrarse nunca.
Durante aquellos primeros días de la mudanza se sintió llena de vitalidad y optimismo. 
Durante el día se ocupaba de instalar sus cosas en Lumbelier y por las noches bajaba al pueblo a descansar. Hubo que hacer algunos arreglos más en la casa, cómo instalar una nueva línea telefónica, arreglar la antena de televisión y reforzar la seguridad de la casa con nuevos y modernos cerrojos, esto último fue sugerencia del administrador.
Lily acomodó una de las habitaciones vacías del ala izquierda de la planta baja con la intención de hacer de ella una sala de estar. Allí puso el viejo televisor de su piso de la Coruña, la mecedora de tía Clotilde y su máquina de coser. Vistió la pared lateral con unos visillos que había comprado en los almacenes del pueblo, y agregó una estufa para las noches de invierno. El antiguo sinfonier de tía Clotilde reinaba pegado a la pared frontal. Con algunos lienzos y grabados cubrió las otras paredes. Completó la decoración de la habitación con un juego de sofás de segunda mano, una mesita de mármol para el café y su viejo tocadiscos. 
No estaba mal para empezar.
No era una habitación tan mágica como la biblioteca, pero al menos todas las cosas eran suyas. 
En cuanto a la máquina de escribir, supo desde el primer instante donde la colocaría.

Después de finalizada la mudanza, Lily hizo un último viaje a la Coruña para poner en alquiler su piso. Esto le proporcionaría unos ingresos que le permitirían seguir tirando sin tocar el dinero de tía Clotilde. Realizó algunos trámites y regresó a Cumbeira Do Norte para instalarse indefinidamente en la casa de sus sueños. 

______________________


Capítulo VI
Las hadas del bosque 


"- ¡Cuidado con las hadas del bosque! - solía repetirle su abuela de niño - Si alguna te mira puedes quedar petrificado. -" 

Alfredo Bosco sonrió con nostalgia al recordar su infancia y el marco de supersticiones en el que había sido criado. Hacía mucho tiempo que había puesto distancia entre él y la tierra de sus ancestros. Madrid era más vital, más auténtica, más real, y también más asfixiante, e insoportable. No había podido encontrar su sitio en esa vasta ciudad y aprovechando unas vacaciones hacía ya dos veranos, decidió regresar a la región donde pasó su infancia y adolescencia. Nada quedaba de la vieja casa donde nació; su único pariente, su abuela Petra, había fallecido hacía años. Nadie parecía recordarle, pues habían pasado casi 20 años desde su partida, pero algo fuertemente enraizado en aquella tierra lo atraía inexorablemente, algo que en el pasado lo había agobiado y que ahora deseaba que lo engullera para siempre. 
Solo así podría encontrarse a sí mismo. 
El misterio, la ensoñación bucólica de aquel lugar, tenían reflejo en su propio yo. Sentía palpitar la melancolía de los bosques en su interior como el preludio de esa canción que se gestaba en su ser, pululando por salir…
En Madrid ningún sucio trabajo había logrado opacar al músico que llevaba dentro. El bullicio, las prisas, las primeras huelgas tras el cambio de régimen, las protestas estudiantiles, las cargas policiales, el insoportable ajetreo, no habían hecho más que reforzar su temperamento artístico, pero entre dedicarse a su vocación con el estómago vacío, y encontrar un trabajo que lo mantuviera, no había lugar para la duda. Sin embargo, conforme más se alejaba de su deseo de dedicarse a la música, más incómodo e insatisfecho se sentía. No se sentía parte de aquella nueva sociedad dispuesta a rendir cuentas a la anterior, al precio que fuera, incluso con sangre si hacía falta. No era su mundo, ni deseaba que lo fuera. El gentío de la gran ciudad lo agobiaba y le impedía encontrar la calma necesaria para seguir adelante, completamente solo, perdido y con el alma llena de música. Tenía 38 años y sentía que la vida se le estaba escapando de las manos sin haber encontrado su sitio, y conforme iba pasando el tiempo notaba con más intensidad como el fuego creativo iba quemándole por dentro.
Bueno, ahora todo sería diferente, pues ya no regresaría más a Madrid. Llevaba dos años viviendo en una comarca cercana, donde había conseguido un empleo en una empresa de jardinería. Había aprendido el oficio pronto y no se podía quejar. Estaba en la tierra que le vio nacer y tenía un trabajo. En cuanto a la composición musical la practicaba por las noches cuando llegaba a su casa cansado del trabajo. Tal vez algún día enviaría sus canciones a alguna radio o discográfica. No lo sabía aún. ¡Qué más daba!, lo importante era dar rienda suelta a aquel torrente artístico que nacía en su interior.
Para eso había nacido 
"El jardinero músico…" - pensó y se rió para sus adentros.
Le habían contratado para arreglar los jardines de una vieja hacienda situada en un pueblo vecino : 
Lumbelier…
Solo escuchar ese nombre puso en alerta sus sentidos.
Recordó las historias que su abuela le había contado de niño acerca de ese lugar, y también recordó como cierta tarde de octubre, él y un amigo suyo hicieron una excursión a Cumbeira Do Norte para ver de cerca la casa de la colina.
Lo que allí presenciaron fue algo que influyó pocos años después en su exilio de aquella región. Ni él ni su amigo se lo habían contado a nadie. Rubén había fallecido hacía poco en una emboscada en Beirut, donde trabajaba como corresponsal de guerra. Ahora era él, el único guardián de aquel secreto. 
Durante años relegó aquel misterio en el fondo de su memoria y a su retorno a la región no se le ocurrió visitar ni una sola vez el lugar, por temor a que oscureciera la paz que ahora disfrutaba. Sin embargo, todo empezó a emerger en la superficie al ser contratado para arreglar los jardines de Lumbelier…
No dejaba de ser una ironía del destino.

Así fue como aquella tarde de mediados de septiembre, Alfredo Bosco se adentró en los bosques para volver a ver la casa de la colina.
Si iba a trabajar allí, mejor familiarizarse con el lugar. 

Miró al cielo. Los nubarrones iban tornándose de color acero sobre la colina, que bajo la corona crepuscular daban al lugar un aspecto de fábula.
"¿Y si nada de esto fuera real?" - pensó 

Fue entonces cuando la vio…

Sintió entrecortarse su respiración. 

¡Cuidado con las hadas, cuidado con las hadas…!

Allí en medio de la bruma del atardecer con un vestido algo pasado de moda y los largos cabellos al viento, descubrió a la que parecía ser la criatura más angelical de la Tierra.

Parecía como perdida, alterada por algún motivo.
La atisbó desde lejos, recreándose en el halo fantasmal que proyectaba. Supo por lógica que debía tratarse de la nueva inquilina de Lumbelier.  

Volvió sobre sus pasos tratando de no ser descubierto y profundamente conmovido por la exquisita delicadeza de aquella desconocida.

                __________________________


Capítulo X
La pelirroja 


Esa tarde en la Taberna del Marino Feliz, Victor Suárez meditaba sobre su última conversación con Carola. Había salido antes de lo habitual del trabajo debido a la información que había obtenido de la pelirroja. Sentado al fondo del recinto y frente a una humeante taza de café no dejó de darle vueltas al asunto.
Así que el alcalde planeaba su traslado a Madrid para las nuevas elecciones generales que se celebrarían el año próximo, y que su objetivo era nada más y nada menos que ser diputado del Congreso por el partido de moda.
Cumbeira Do Norte se le quedaba pequeño a Little Cesar y si las encuestas no se equivocaban y el partido de moda era elegido ganador, el alcalde pasaría a ser miembro del primer gobierno de la democracia. 
Eso ya sería demasiado. 
Bueno, él intentaría de algún modo que su jefe no hiciera realidad esos sueños de gloria.
Tenía motivos de sobra para ello...
La pelirroja había hecho bien su trabajo, pero tenía que haber algo más, algo más…
Algo que él pudiera utilizar contra él llegado el momento. 
Victor Suárez tenía la esperanza de que con el cambio de régimen que se estaba gestando muchos hombres poderosos como el alcalde quedarían desprotegidos ante la ley por crímenes cometidos en el pasado. 
Por lo que se había puesto como meta recabar información sensible sobre su jefe para que cuando llegara ese momento, él pudiera utilizarla.
Carola le estaba ayudando. 

Recordó que la joven salía esa misma tarde de viaje, así se lo había hecho saber la joven cuando hablaron en una sala del Hostal Principal. 
¿Fue su imaginación o Carola parecía preocupada por algo? 
Victor encendió un cigarrillo inquieto. Alzó la vista y comprobó como desde la barra, Carlos Ramírez, aquel don nadie que trabajaba como chico de los recados en el Ayuntamiento, lo observaba fijamente. Lo saludó con una leve inclinación de cabeza mientras pensaba : 
"Menudo tarado…Me pregunto que vio Ermelinda en él..."

                      __________________________

A bordo del tren de las 19 horas, Carola Luengos pensaba en su último encuentro con el alcalde. Iba a pasar unos días con su madre que vivía en un pueblo de Lugo. Se encontraba algo inquieta, pues aunque había logrado sacar buena información, se empezaba a dar cuenta de que ese trabajo no era para ella. 
Él le había dicho que como Lumbelier iba a estar habitada de nuevo, ya no podrían citarse allí, por lo que estaba buscando un lugar discreto para futuros encuentros con ella. 
Carola se había inquietado al escuchar esto, y notó la primera señal de alarma.
Debía seguir siendo cuidadosa y seguir manteniéndolo a raya, aunque era consciente de que un hombre como él pronto se cansaría de la coquetería y los besos y reclamaría "algo más", entonces es cuando ella desaparecería, así lo había acordado con Victor cuando le ofreció aquel peculiar trabajo; pero antes de eso, aún debía sacar más información de él, aunque Carola empezaba a sentirse incómoda, y no era por lo peligroso de la situación, si no por algo que había empezado a dar señales esa misma tarde, hablando con Victor Suárez, el hombre que la había contratado.
 
Era algo nuevo, con lo que no contaba.


Capítulo XI
La noche


En su despacho de la alcaldía, Leopodo Núñez esperaba ansioso una llamada de teléfono. La lluvia comenzaba a repiquetear contra los cristales. 

Ya no había motivos para demorar más aquel asunto.
Sabía perfectamente que había llegado el momento de actuar, si no lo hacía, pronto se vería envuelto en un escándalo sin precedentes. 

Ring, ring, ring...
Descolgó el auricular 

- Bien, esta noche a las 12 en la biblioteca de Lumbelier 


La otra voz asintió 

El alcalde sonrió satisfecho mientras guardaba su revólver con silenciador en el bolsillo interior de su chaqueta. 
Se asomó por la ventana y comprobó que la lluvia se había estancado. 
Iba a ser una noche interesante, pensó mientras se colocaba un clavel en la solapa.

                        _________________________

            
En la sala de estar Adela Palacios se hallaba sumergida en su labor de bordado. Le relajaba hundir y sacar la aguja del bastidor, pero aquella noche, no. Algo iba a suceder, lo presentía. Durante la cena su marido se había mostrado más alterado que de costumbre. Apenas había probado bocado y se quejó de un insistente dolor de cabeza. Se había retirado a su sala de lectura sin terminar el postre, avisando que si se quedaba dormido nadie acudiera a despertarlo. Ella suponía que estaba molesto porque "la otra" se había ido de viaje unos días. Adela también notó algo más; era como si su marido, el todopoderoso alcalde, tuviera miedo de algo.

Miró el reloj. Las once de la noche. Suspiró con resignación. Sería mejor irse a acostar. 
Se asomó al salón de lectura donde su marido parecía sumergido en una apasionante historia. 

- Buenas noches, Leo...  - le dijo tímidamente 

Él no le contestó 
Mientras Adela subía las escaleras rumbo al dormitorio se sintió vieja y sola.
Nadie la necesitaba.

              __________________

"Las noches son peligrosas", solía repetirle su madre desde niño, pero a Carlos Ramírez le inquietaba más la luz del día, cuando todo el mundo fingía una normalidad imposible, mientras guardaban en sus adentros los monstruos de sus actos. Bien, él no tenía nada que reprocharse. Todo lo que había hecho había sido movido por el hecho de impartir cierta justicia, bueno el dinero ayudaba, claro está, pero la gente a la que había vigilado para pasar información al CESID no eran más que escoria comunista. Se había infiltrado en varias organizaciones clandestinas de ideología soviética para informar al Servicio de Inteligencia de sus proyectos. También dio nombres y direcciones. Le pagaron muy bien, pero después de un tiempo le dijeron que ya no iban a necesitar más de sus servicios. Se sintió ofendido, pero no dijo nada. Él nunca decía nada, solo pensaba y después actuaba. Al poco tiempo su novia se fundió casi toda la pasta y encima lo acusó de ser rojo. Tuvo que ser muy cuidadoso entonces, aunque no pudo evitar que se propagaran los rumores en torno a él. Esa bruja del estanco había hecho bien su trabajo.
Como los odiaba a todos. No veía el momento de salir de allí.
Bueno, esa noche iba a solucionar un asunto que pronto lo alejaría de aquel pueblo para siempre. 
Recordó a Ermelinda y la expresión de su rostro cuando el otro apretó su cuello.
El problema de Ermelinda es que había subestimado a su contrincante, pero él había sido más precavido. 

Carlos Ramírez se guardó un sobre lacrado en el bolsillo interior de su chaqueta. Dio un trago de coñac y salió de su habitación. Al pasar por el vestíbulo se asomó a la salita y vio a su vieja en la mecedora escuchando su programa de radio favorito. 
Observó con pesar el sucio empapelado de las paredes, los muebles viejos, la insoportable estrechez de aquella casa y dijo para sí mismo : 

Pronto te sacaré de aquí, vieja, pronto…

Salió a enfrentarse a la noche como al propio demonio.

                     ____________________________________


Capítulo XII
La bella durmiente 


La primera noche en Lumbelier fue mágica para Lily.
Había estado toda la tarde ocupada con las nuevas cerraduras. Después de tomar un café había salido a dar un paseo por la playa. Le fascinaban las rocas de los acantilados y el chillido de las gaviotas al sobrevolar la arena. Los paisajes grisáceos y bucólicos producían en ella un efecto balsámico, y al mismo tiempo incentivaban su espíritu creativo. Como escritora sabía que se estaba gestando en su interior una historia y que pronto daría señales de vida. Solo tenía que dejar que sucediera.
El frescor de la brisa y el aroma del mar le trajeron recuerdos felices de su niñez. Se sintió arropada por aquel lugar, como una bebé entre los brazos de su madre y supo que nunca se marcharía de allí. 

Al regresar a Lumbelier bajo los primeros destellos del crepúsculo le sorprendió la figura de un hombre que desde el bosque, la observaba asombrado. Esto la intrigó, pero como no parecía representar ninguna amenaza, no le dio más importancia.
"Algún vecino curioso con el hecho de que la casa vuelva a estar habitada", pensó. 
Después de comprobar cuidadosamente los nuevos cerrojos, se preparó una copiosa cena.
El entusiasmo por su primera noche en la casa unido al largo paseo le habían abierto el apetito. 
Puso un disco con el Ave Verum de Mozart mientras preparaba la mesa de su saloncito. Sacó del viejo sinfonier la mantelería bordada de tía Clotilde y la vajilla de porcelana. Era su primera noche en la casa y quería celebrarla con todos los honores. Esa mañana había comprado víveres en el pueblo para una semana. Después de preparar el bistec con patatas y la ensalada de pasta y queso, puso los viejos candelabros de su madre sobre la mesa y encendió también la televisión, aunque sin sonido, solo para que la acompañara.
Al día siguiente estrenaría la biblioteca, que era el lugar donde empezaría a escribir su novela, así lo había decidido, pero esa noche le tocaba el turno a su saloncito. 
Después de finalizar su cena y dulcemente embriagada por el licor de frutas que le habían regalado en la bodega del pueblo, Lily se acurrucó en el sofá y se quedó dormida.

                                ________________________

Alfredo Bosco observaba la luna a través de la ventana de su cuarto. Esa misma mañana había alquilado una habitación en una pensión de Cumbeira Do Norte. Pronto debía comenzar sus trabajos en los jardines de Lumbelier y era mejor que le pillara cerca. Lo cierto es que no podía quitarse del pensamiento la imagen de la misteriosa mujer que había visto en la casa de la colina. Debía tratarse de un hada, sin duda alguna, pues solo un hada podía poseer esa exquisita delicadeza y fragilidad, ese encanto sutil y fantasmal, propio de las criaturas etéreas. 
Pero también había algo más, algo que él había percibido al observarla. Alfredo sintió un nudo en la garganta;
Un profundo escalofrío recorrió su cuerpo al recordar cómo había vislumbrado una negra sombra sobre ella. 
Que él presintiera este tipo de "cosas" había sido algo normal durante su infancia y primera juventud. Su abuela lo achacaba a "su don especial", pero a él le aterrorizaba tener estos presagios.
Aparte de lo presenciado aquella lejana tarde de su niñez en la casa de la colina, sus percepciones extra sensoriales habían sido también motivo para su exilio de aquella región al llegar a la edad adulta. En su vida en Madrid y en sus viajes por el país, jamás había vuelto a tener estos presagios, y esa misma tarde frente a aquel hada misteriosa, todo había comenzado de nuevo.
La dama en cuestión se hallaba en peligro, pero la naturaleza de aquel peligro era algo ajeno para él. Eso todavía no podía verlo. Recordaba que de niño, tenía incluso visiones de los acontecimientos futuros que iban a sucederle a ciertas personas, esto solía ocasionarle mucha angustia entonces.
Su abuela lo ayudaba en aquellos momentos. Sonrió con tristeza. ¡Como la echaba de menos! Ella había sido el único pariente que había conocido. Se preguntó qué consejos le hubiera dado en esa situación. 
Encendió un cigarrillo mientras escuchaba salir desde el transistor esa vieja canción de los Platters que siempre lo sacudía en lo más hondo. 
Supo que ya no iba a poder quitarse de la cabeza a la dama de Lumbelier y que a partir de aquel día tendría que vigilarla para evitar que nada malo le sucediera.
"Debo protegerla", pensó, aunque no sabía de qué o de quién. 
Miró su reloj, las 23:30
Finalmente no había llovido esa noche. Cerró la ventana y con las notas de aquella melodía inmortal resonando en sus oídos, Alfredo Bosco se durmió. 

                              ________________________


Capítulo XIII
El lobo

Leopoldo Núñez contempló desde fuera la imponente fachada de Lumbelier y suspiró satisfecho. Bajo el velo nocturno, la casa parecía sacada de un cuento de Allan Poe. 
Una fuerza magnética lo unía a aquel lugar desde su lejana juventud cuando en una tarde de octubre el secreto de Lumbelier se reveló ante sus ojos. 
Ya nada volvió a ser igual desde entonces. Hasta aquel mismo día había llevado con amargura y resentimiento el hecho de haber pertenecido al bando perdedor después de la guerra. Pese a su buena conducta y colaboración con los mandatarios del nuevo régimen, no lograba ascender y comprobó con pesar que nunca pasaría de ser un simple peón en aquel diabólico tablero de codicia y vanidad. Él, que había nacido para ser el Rey de todas las partidas que se jugaran en las altas esferas, no estaba dispuesto a conformarse con un puesto inferior. Como teniente del ejército republicano había demostrado astucia y coraje en innumerables ocasiones. Su informe militar era impecable, razón por la cual había sido respetado por sus enemigos, después en el poder. 
Pero debido a esa misma reputación también desconfiaban de él, y ya le habían insinuado indirectamente que jamás iban a permitir que llegara arriba de la pirámide. 
Pero algo sucedió aquella lejana tarde, víspera del día de difuntos de 1946, algo que habría de ayudarle después a subir todos los peldaños hasta la cima. 
Envuelto en la niebla nocturna encendió un cigarrillo. Las situaciones complicadas aguzaban sus sentidos. Sintió la misma sensación que durante la contienda civil había experimentado cada vez que presentía el ataque del enemigo.
Iba a ser fácil, pero tenía que ser precavido.
Miró su reloj, las 23:45
No atisbó ninguna luz en la casa por lo que supuso que la nueva inquilina ya estaría descansando. 
Pensó en ella
La había visto merodear por el pueblo mientras la chica preparaba la mudanza.
"Una mujer decente, de esas que ya no hay…", le había dicho el agente inmobiliario. 
Volvió a sonreír; siempre le divertían las expresiones mojigatas de aquellos ultra católicos con los que llevaba colaborando casi 40 años. 
Astuto como un zorro, siempre supo manejarse con comodidad entre aquellos contra los que había luchado, así había logrado ser alcalde de Cumbeira Do Norte, pero eso no iba a ser nada comparado con lo que tenía proyectado. Desde antes de la muerte del dictador, se estaba preparando el escenario político de otra nueva España, en la que él ya había decidido que iba a tener un papel relevante. A través de importantes contactos en las altas esferas había tenido acceso a información privilegiada, razón por la que había sido admitido en determinados círculos. Pronto usaría esos vínculos para alcanzar el puesto más alto del poder. Nada ni nadie iba a impedirlo. 
Apagó el cigarrillo con la suela del zapato. 
Las 12 en punto. 
Había llegado el momento... 

"Vamos a visitar el palacio de la bella durmiente."


             _________________________



Hortensia Alvarez viajaba al pasado...
Se veía a sí misma a la edad de 24 años, con su vestido blanco de los domingos, y el cabello recogido en un lazo rosa. 
El sol del atardecer caía rojizo sobre la playa. 
Hortensia vagaba por los bosques como una ninfa. Iba canturreando una canción de moda. Estaba enamorada y aunque el objeto de sus sentimientos desconocía este hecho, podía presumir de no ser del todo invisible para él. Para una muchacha inocente y bien educada como ella, el amor se presentaba como un pequeño limbo orlado de nubes rosadas. Todo era hermoso desde que comenzó a sentirlo. Él era tan alto y apuesto. ¡Un galán de película! Hortensia suspiró. Cierto era que había luchado a favor de los rojos durante la guerra, pero según comentaban su padre y su tío cuando tenían aquellas tertulias alrededor de la chimenea, había colaborado generosamente con el nuevo régimen, y ahora era un defensor a ultranza de los principios elementales del Movimiento.
Hortensia le vio por primera vez cuando él como oficial del Ayuntamiento había ido a la pequeña casa donde ella vivía con sus padres, para hacerles firmar unos documentos importantes en relación con la adquisición de unos terrenos de su familia por parte de la alcaldía. Iba vestido de blanco, con el cabello corto engominado y su enorme carisma no dejó indiferente a nadie. Hortensia sintió el flechazo del amor por primera vez.
Salvo las estrellas de la pantalla, ningún muchacho había conseguido despertar en ella algún sentimiento romántico. Era una muchacha tímida y reservada, que desconocía absolutamente todo acerca de los hombres. 
Por eso fue tan intenso lo que sintió.. 
Él vivía en el hostal que había en la plaza del pueblo y según murmuraban las vecinas andaba en relaciones formales con la hija del notario. Hortensia que vivía en el campo comenzó a acudir a menudo a la plaza solo para poder verlo. Se sentía tan pequeña en su presencia. Enrojecía sólo si él la miraba. El no mostraba mucho interés por ella, pero siempre la saludaba cortésmente. Y así fue como la joven Hortensia comenzó a hilvanar las más románticas fantasías en la almohada de su corazón. 

Una noche en la verbena de San Juan, él la había mirado desde el otro extremo de la plaza. La orquesta tocaba el célebre tema de Agustín Lara "Solamente una vez". Vigiladas de cerca por las ancianas, todas las jóvenes casaderas bailaban con sus acompañantes, todas, menos ella. Hortensia Alvarez debido a su timidez y a su falta de atractivo no parecía interesarle a ningún miembro del sexo opuesto.
Pero aquella noche él la miraba con una intensidad arrolladora. 
Una intensidad que removió todos los cimientos de la inocente Hortensia. 
De repente, Leopoldo Núñez, el joven oficial del ayuntamiento y el dueño de su corazón atravesó la plaza en varias zancadas y la invitó a bailar.
Fue la noche más mágica y bella de su joven vida. 
Su primer baile, y precisamente con él;
Su amor secreto...
Bajo las estrellas de aquel cielo de verano, Hortensia Alvarez flotó como un hada entre los brazos de Leopoldo. 
La música los envolvía con un halo fantástico mientras los corrillos de ancianas no dejaban de mirarlos y de murmurar. 

Desde aquella noche se hicieron muy buenos amigos y aunque ella se guardó mucho de revelarle sus sentimientos a él, algunas vecinas del pueblo parecían haberlo descubierto.

"Que galante es ese Leopoldo, y cuánta nobleza muestra al ser tan amable con la pobre Hortensia. La joven parece otra. Y es que la pobre es tan poquita cosa y tan ñoña…¿Tú crees que la hija del notario se sentirá ofendida por la amistad de su novio con Hortensia?..."  

Esa clase de comentarios no molestaban a Hortensia que vivió aquellas últimas semanas de verano como en un sueño.

Eran buenos amigos y confidentes. Él le hablaba de libros, películas y música. Nunca le cogió de la mano ni mostró ningún tipo de atracción hacia ella, cosa que ella achacó a su tacto y a su extremada caballerosidad. Era su amigo del alma y eso le bastaba. 
Pero en aquella lejana noche víspera del día de difuntos de 1946, inesperadamente, todo cambió.

Hortensia sintió un escalofrío y regresó bruscamente de su viaje en el tiempo. 

                 ________________________

Carlos Ramírez llegó sin resuello hasta la fachada de Lumbelier. No le llegaba la camisa al cuerpo. Un frío sudor recorría todo su cuerpo. Solo quería finalizar de una vez aquel maldito asunto y comenzar una nueva vida lejos de aquel infame lugar.
Miró su reloj. Las 23:50
Justo a tiempo.  Él lo estaría esperando. 
Se palpó el sobre con los negativos debajo de su chaqueta.
Le sorprendió la facilidad con la que él había accedido después de ver la fotografía. 
Bueno, estos peces gordos que tanto alardeaban se encogían al mínimo contratiempo. El todopoderoso alcalde había resultado ser un montón de basura y él que no era más que un don nadie en aquel pueblo, gracias a su sagacidad lo había conseguido poner en jaque mate.

Pronto él y su vieja estarían lejos de allí. 

                           

__________________________


Capítulo XIV
La esposa ideal 


En su confortable lecho, Adela Palacios evocaba el pasado.
No era más que una forastera recién llegada a Cumbeira Do Norte en aquel lejano verano de 1947. Había llegado a aquel pueblo costero como dama de compañía de cierta marquesa. Alojada en el Hostal Principal trabó amistad con un atractivo oficial del Ayuntamiento que también se hospedaba allí.
La vida de Adela Palacios había quedado marcada para siempre, cuando su prometido, un joven miliciano con el que había proyectado casarse, fue fusilado por las hordas fascistas al comenzar la guerra.
Mujer de firme carácter, había vivido muchas experiencias traumáticas durante la guerra, lo que la había hecho refugiarse en sí misma y desconfiar por instinto de los demás. Sin embargo no pudo evitar sentir una atracción irresistible hacia aquel hombre que la cortejaba. Y es que Leopoldo Núñez a sus 38 años era sin duda el varón más apuesto que ella había visto nunca. Sabía perfectamente que no era amor lo que sentía por él, el amor de Adela yacía en una cuneta con un tiro en la nuca. Esto que empezaba a sentir solo era esa cosa contra la que advertían los curas en sus púlpitos, pero a sus 32 años la señorita Palacios se veía incapaz de resistir por más tiempo aquella tentación. 
Se sabía atractiva y deseable para los hombres, pero a todos los que la pretendían sabía mantenerlos a raya, a todos menos a Leopoldo.
Se casaron poco tiempo después. 
Al principio su vida de casada fue idílica. La pasión amorosa existente entre los dos borró cualquier vestigio de amargura del pasado de Adela, pero bien sabía ella que aquello no era suficiente, pues ansiaba además el amor de su marido. Pronto se dio cuenta de que él no la amaba, que solo sentía por ella una atracción animal, la misma que sentía por todas las mujeres y a pesar de esto, Adela Palacios se enamoró perdidamente de su esposo.

Paralelamente a este descubrimiento, Adela notó como su propio carácter cambiaba, volviéndose una mujer más taciturna y apática. Mientras su marido iba escalando puestos en el Ayuntamiento, ella se aferró a sí misma y aquel amor salvaje que sentía por él, un amor que él no se merecía, pero que ella no podía evitar.
Cuando descubrió que no podía tener hijos renunció al propósito de conquistar el corazón de su marido, eso y el hecho de ser conocedora de las continuas infidelidades de Leopoldo fueron motivo suficiente para que Adela se volcara de lleno en otra pasión recién descubierta por ella: el ocultismo.
Todo empezó una tarde de otoño tomando café con unas amigas y siguió después con sesiones de ouija y rituales de magia. Al principio le parecía una broma, pero luego se fue volcando más hasta que se convirtió en una adicción. Como esposa del alcalde debía ser discreta con estas prácticas de tan mala fama en la sociedad.  Una vez a la semana se reunía con otras personas, iniciadas como ella, en un piso de la capital y allí después del café y las pastas se sumergían en el inefable mundo del espiritismo.
No se consideraba una bruja, ni mucho menos. Ella era cristiana devota, pero también un alma curiosa y deseosa de comprender ciertas cosas inexplicables.
Había podido contactar con el espíritu de su difunto novio, el miliciano y también con la marquesa para la que había trabajado antes de casarse.
Sin embargo no estaba preparada para las revelaciones de un espíritu desconocido que la advirtió de un grave peligro. 
Se estremeció al recordarlo.
Fue la semana de la festividad de San Juan 
Desde entonces una sombra de inquietud alteraba por entero su ser.
Recordó las palabras :

"El secreto se halla en Lumbelier…"


Capítulo XV
Una horma en su zapato 


Por razones que no conviene revelar ahora, el alcalde podía entrar en la casa de la colina sin ningún problema.
Había un panel secreto en la pared exterior de la biblioteca que había sido construido por el primer dueño de la casa. Al deslizarlo desde fuera, descubría una pequeña puerta con una cerradura, y sólo quien fuera conocedor de esto y poseyera la llave podía entrar dentro. Desde la noche víspera del día de difuntos de 1946, Leopoldo Núñez estaba fuertemente ligado a la casa, y el motivo de aquella estrecha relación era tan espeluznante que hasta a él mismo le había costado asimilarlo, al mismo tiempo le había proporcionado una seguridad con la que jamás hubiera soñado. Por otra parte, ser conocedor de aquel fabuloso secreto y sacarle partido a su manera le había hecho sentirse más poderoso.

Todo fue genial hasta que aquel mindundi que trabajaba en el Ayuntamiento empezó a hacerle chantaje. Él sabía por experiencia que solo había una forma de tratar a un chantajista, pero cuando conoció la identidad del extorsionador se alteró bastante, pues sabía que además había sido informador del CESID, y sabía demasiado bien que él contaba con muchos enemigos en el Servicio de Inteligencia, que aprovecharían cualquier oportunidad para lanzarse sobre él como lobos. Aquel tarado decía poseer información de sobra para venderla y hundir al alcalde para siempre. El muy capullo le afirmó por teléfono que lo había presenciado todo y además lo había fotografiado. Se jactó de que llevaba tiempo siguiéndole, espiándole en sus encuentros con Ermelinda en la biblioteca de Lumbelier.  El alcalde apretó los dientes conteniendo la rabia.
En los últimos tiempos en que Lumbelier se hallaba deshabitada, la biblioteca de la casa era el lugar donde se citaba con sus amantes. Era un sitio discreto y que nadie relacionaría con él. 
Era muy precavido en estos asuntos, así que no lograba entender como aquel zumbado lo había descubierto. Fueron días de intriga, y de no saber qué actitud tomar ante su extorsionador. 
Sin embargo, como al principio se mostró reticente a colaborar, el otro le envió una fotografía en la que se veía al alcalde apretando el cuello de Ermelinda agonizante.
Junto a la imagen había una nota que decía : 

"Tengo más fotos como esta. Son muy desagradables. Usted y Ermelinda discutiendo aquella noche, ella señalándole con el dedo, usted zarandeándola, golpeándola, y desgraciadamente estrangulándola y depositando su cadáver sobre el diván mientras pensaba qué debía hacer. Los negativos también están en mi poder, yo mismo los revelé. Nadie los ha visto y nadie los verá si usted colabora, si decide no hacerlo,  yo me vería obligado a…" 

Sinceramente :
Un amigo 


Recordó lo que le había costado contener la ira al leer esas palabras, pero también suspiró aliviado al saber que el chantajista desconocía por completo el "otro asunto", aunque con lo que ya sabía y las imágenes que tenía en su poder era suficiente para hundirlo.

Pero…el cadáver de Ermelinda no había aparecido.
Él sonrió.
Ni aparecería... 

Había acordado con Ramírez que le haría entrega de dos millones de pesetas a cambio de las fotografías y los negativos que lo incriminaban en el asesinato de su antigua amante. 
¡Ermelinda, Oh, Ermelinda!
Una horma en su zapato y un tremendo error.
Se indignó consigo mismo después de aquello.
Que un hombre curtido como él hubiera caído en las redes de aquella pécora era desesperante. Iba de buena chica, pero era una golfa de campeonato y además ambiciosa. Al principio se divertía con ella, pero cuando empezó a volverse más controladora y posesiva, no tuvo más remedio que actuar. Fue el verano pasado. Le agradó recordar que aquella noche al citarse con ella en la biblioteca no tenía la más mínima intención de hacerle daño, solo quería ofrecerle dinero, y dar por terminada su relación, pero la chica no estaba conforme; y tenía algo importante que revelarle. 
Recordó haber sentido una amalgama de sensaciones opuestas cuando escuchó de labios de ella que estaba embarazada de él y que no pensaba deshacerse del niño. Pero la parte que hizo saltar las alarmas fue cuando ella le amenazó con proclamar a los cuatro vientos su relación y la paternidad del hijo que esperaba si no le hacía entrega de algo muy valioso para él. 

Al principio la escuchó atónito, sin comprender muy bien adónde quería ir a parar aquella zorra, y sabiendo perfectamente que cualquiera podía ser el padre de su hijo. Trató de contenerse e intentar calmar a la joven cuyo tono de voz iba subiendo progresivamente, pero cuando escuchó la palabra : "¡Psicópata!" en boca de Ermelinda y las amenazas de ésta, el tigre que llevaba dentro saltó. 
Reconoció las señales, pero le costó un poco más que la otra vez.
Ermelinda luchó por su vida.
Sintió una punzada de angustia al evocar la expresión de los ojos de la joven al extinguirse su vida. 
No había súplica en aquella última mirada, tampoco miedo, solo un destello de triunfante victoria.
Se preguntó por qué…

Suspiró aliviado. Ermelinda ya no era un problema; 
Pero que aquel mal parido estuviera espiando y fotografiando la escena había sido solo cuestión de mala suerte; Y también de negligencia por su parte. Como zorro astuto que era debió haber sido más precavido. Ahora ya era tarde, pero no lo suficiente para actuar y enterrar el asunto definitivamente. 
Con ese zumbado de Ramírez sería fácil.
¡Y rápido!
Él era un cazador y de los buenos. Podía oler el miedo de su presa a distancia, y disfrutar de la sensación de poder que le proporcionaba. 

Y miedo fue lo primero que olió al entrar en la biblioteca.

                    ________________________ 


Capítulo XVI
El depredador 

El reloj de cuco dio las 12 de la madrugada en la biblioteca de Lumbelier. 

Carlos Ramírez tocó suavemente el cristal de la ventana. Llevaba consigo una pequeña linterna con la que enfocó hacia dentro.
Recordó aquella otra noche, un año atrás, cuando Ermelinda fue estrangulada en ese mismo lugar y un escalofrío recorrió su espina dorsal. Trató de serenarse mientras contemplaba con estupor deslizarse un panel en la pared exterior de la casa. 
Entró. 
Las lámparas chinas se encendieron de repente. 
Frente a él se hallaba erguido el alcalde traspasándolo con aquella mirada de acero. Ya no llevaba puesta su máscara de hombre cordial y campechano. Ante él tenía al mismo psicópata que había estrangulado a su joven amante. Desde aquella noche no dejaba de preguntarse dónde habría podido esconder el cadáver. En un año que había pasado desde la desaparición de Ermelinda no se tuvo más noticias de ella, ni viva ni muerta. La chica era algo ligera de cascos, era bien sabido en el pueblo. Trabó amistad con ella después de que su novia lo dejara, pero a él no le gustaba mucho, pues la chica tenía mala fama. Dejó que coqueteara con él solo para darle una lección a su ex, Julieta. Intuía que Ermelinda iba tras él buscando algo, pues por norma general, él no solía tener ningún éxito con las mujeres. Ni siquiera tenía amigos. Era el tipo más impopular del pueblo; así que resultaba extraño que de repente esa fulana se interesara por él. Le siguió la corriente hasta que un buen día le preguntó a Ermelinda qué era lo que buscaba de él. Fue así de directo, y ella con una sinceridad meridiana le reveló que era la amante de Leopoldo Núñez y le hizo una sorprendente propuesta: 
"Chantajear al alcalde"
Él sería su socio y se repartirían el dinero después de finalizado el trabajo. 
Solo tenía que fotografíar sus encuentros amorosos en la biblioteca de Lumbelier. Tras la ventana y envuelto en la sombra nocturna le sería fácil. Ella dejaría los finos visillos levemente descorridos y procuraría dejar encendida una lámpara, para que no tuviera que recurrir al flash. Bastaría solo una vez. 
El alcalde estaría pillado y se vería obligado a ceder al chantaje. 
Al principio no le agradó aquello, incluso le repugnó y rechazó la oferta, pero después accedió. Ermelinda era una mujer de muchos recursos, tenía cerebro y al igual que él quería irse del pueblo para siempre.
Sin embargo al poco tiempo descubrió que estaba embarazada del alcalde, así se lo hizo saber a Carlos, y según le dijo la chica, había habido un cambio de planes. Rompió su pacto con él y empezó a actuar por su propia cuenta. Esto le indignó y molestó, pero no mostró ningún reparo y decidió que también él actuaría por su propia cuenta. 
Iba a darle una lección a los dos. 
Comenzó a seguir y a espiar a Ermelinda y al alcalde en sus citas en la biblioteca de Lumbelier. Por supuesto la chica ignoraba todo esto, pues ella misma había roto el pacto.
Se alegró de no haber visto nunca imágenes excesivamente tórridas entre ellos, aunque se imaginaba lo que debía pasar cuando se apagaban las luces.
Ermelinda y el alcalde representaban lo peor de aquel pueblo. Su repugnancia hacía ellos fue en aumento. 

Le intrigaba también el hecho de que el alcalde se citara con la joven en la casa de la colina, pues no sabía qué relación podía tener el alcalde con aquel misterioso lugar. Lo achacó al hecho de ser el todopoderoso hombre de Cumbeira Do Norte, conocedor de todos los secretos, medrador y dueño de las vidas de sus habitantes.  
Carlos se compró una cámara fotográfica de último modelo y pensaba utilizarla. Era aficionado a la fotografía y él mismo revelaba sus fotos. 
Aquella noche se adentró sigiloso en los jardines de Lumbelier. No sabía muy bien qué es lo que iba a fotografíar, pero algo captaría con su cámara. Estaba seguro. Y si no, tenía tiempo de sobra. Él era muy paciente.
Las lámparas chinas de la biblioteca estaban encendidas y el hombre y la mujer discutían acaloradamente. 
Le sorprendió ver los visillos ligeramente entreabiertos.
Tras la ventana, agazapado en la oscuridad con su cámara, él comenzó a hacer fotografías. Tomó capturas de la acalorada discusión entre los dos. Antes había desactivado el flash para no ser sorprendido desde dentro, pues con la luz de la biblioteca era suficiente para capturar las imágenes. Siguió fotografiando la escena mientras los escuchaba discutir acaloradamente, hasta que en un momento de la violenta discusión y para su sorpresa, el alcalde aferró con sus manos el cuello de Ermelinda y apretó hasta provocarle la muerte.
Recordó angustiado lo fuerte que había sido para él presenciar aquella escena desde fuera, pero todo sucedió demasiado rápido y apenas tuvo tiempo de recoger con su cámara unas tomas más después del asesinato de Ermelinda. Después huyó despavorido de allí.

Desde aquella noche siempre le persiguió la duda de si hubiera podido salvar a la chica, pero ya era tarde, y él no había tenido la culpa. Ermelinda no debió subestimar a aquel monstruo. 
También tuvo la vaga sensación, en un instante fugaz, de que la chica lo había visto tras la ventana fotografiando la escena, antes de caer muerta en brazos de su asesino, aunque no estaba seguro.

Ahora tenía delante al asesino de la joven, con aquella expresión felina que pocos conocían.
Era un depredador. Eso Carlos lo sabía bien. Él podía ser un espía, un traidor, un chantajista, pero jamás le había hecho daño a nadie, y menos a una mujer. 
¡Qué detalle más macabro citarse allí con él, y en la primera noche en la que la casa volvía a estar habitada!
Se preguntó por qué. 

Leopoldo Núñez sonrió divertido mirando hacia el techo. Con voz susurrante le dijo:

- No debemos demorar mucho este encuentro. La nueva inquilina podría despertarse y…


Sin poder controlar su nerviosismo Carlos Ramírez asintió.  Sacó de su chaqueta el sobre lacrado y se lo entregó al alcalde.

Leopoldo Núñez abrió el sobre, estudió las fotografías y comprobó al trasluz los negativos. Mientras lo hacía Carlos no dejaba de observarle, al mismo tiempo que se secaba el sudor de la frente con un pañuelo. 
Los pensamientos se agolpaban en su cerebro mientras una idea monstruosa comenzaba a tomar forma. 
¿Cómo había sido tan idiota? 
Se arrepintió de no haber traído consigo un arma para defenderse en el caso de que el otro lo atacara. Aquel viejo de la taberna se lo había advertido; Pero él no tenía ningún arma.  Jamás había usado un revólver. Ingenuamente había pensado cuando comenzó el asunto que su mejor arma sería su cerebro. Así le había sucedido siempre.
Curiosamente Ermelinda también solía decir eso. 

- Espero que no te hayas guardado ninguna fotografía o negativo de recuerdo … - le preguntó el alcalde con tono burlón - Eso sería una irresponsabilidad por tu parte y esas jugarretas traen consecuencias. ¿Comprendes lo que quiero decir? 

Carlos tragó saliva mientras notaba la sangre subir a su rostro. 

- Sí señor, pero yo soy legal. Ahí está todo 

Leopoldo Núñez volvió a taladrarlo con la mirada.

- ¿Sigues haciendo trabajitos para el CESID? - volvió a preguntarle 

- No, señor. Acabé ya con todo eso. Solo quiero marcharme del pueblo con mi vieja y vivir tranquilo. 

Leopoldo Núñez volvió a sonreír 

Eso está muy bien y te felicito, pero comprenderás que no me fíe mucho de tu palabra. Puedes haber escondido algo para utilizarlo cuando se te acabe el dinero. Es un riesgo que no me puedo permitir...

Carlos comenzó a respirar agitadamente 

- No sé qué quiere decir, señor...

- Pues, que quiero que me convenzas de que puedo confiar en ti - respondió el alcalde sibilinamente 

Los segundos comenzaron a ralentizarse. El pulso de Carlos golpeaba sus sienes con violencia. 

- Confíe en mí, señor. No me he guardado nada. Lo prometo - respondió tratando de parecer tranquilo 

Leopoldo Núñez no dejaba de sonreír con expresión burlona. Carlos podía percibir toda su oscuridad e inmundicia al ser traspasado por aquella mirada felina.

De pronto intuyó que jamás saldría de allí con vida.

- Te creo - sentenció el alcalde y añadió - Ahora te toca tu parte... 


Fue tan rápido que al pobre Carlos apenas le dio tiempo a pensar en su madre. Si, había acertado. Nunca saldría de allí.
El silenciador del revólver amortiguó el ruido del disparo.

Carlos Ramírez se desplomó sin vida sobre la alfombra verde del suelo. En sus ojos abiertos las anheladas calles de París parecían haber quedado congeladas para siempre.
Veloz como una alimaña, Leopoldo Núñez cogió el cuerpo del joven y lo trasladó a ese secreto lugar donde jamás nadie podría encontrarlo. Allí descansaría junto a Ermelinda y junto a otros que igual que estos habían cometido el error de desafiarle. 

Al regresar a la biblioteca comprobó cualquier descuido que hubiera podido cometer. Revisó cuidadosamente la alfombra.  Tenía vista de lince y ni una mota de polvo se le podía pasar por alto. Por fortuna la herida del disparo había sido limpia. Como antiguo militar sabía dónde dar el tiro de gracia sin causar una fuerte hemorragia. Salvo unas pequeñas gotas de sangre que limpió esmeradamente, apenas notó nada más.
Solo media hora le llevó todo el asunto. Finalizada la tarea echó un último vistazo al cuadro...
Hizo una pequeña reverencia y salió de la biblioteca por el mismo sitio que había entrado.

          __________________________


Capítulo XVII
Despertares 

La señorita Lily se despertó de repente. 
Tenía el cuerpo entumecido.  
Observó con extrañeza el sofá sobre el que se había quedado dormida. La televisión seguía encendida, sin volumen, y la nieve de la pantalla indicaba que la programación había finalizado. El tocadiscos se había parado. Encendió la luz de la mesita de mármol y al fin recordó dónde estaba. 
Miró su reloj de pulsera
La 01:45
¡Santo Cielo! Había dormido más de dos horas 
Se desperezó y bebió un poco de agua.
Por algún motivo se sintió feliz. Luego recordó porqué.

Su primera noche en Lumbelier...

Se sentía como la protagonista de una historia de Henry James, allí sola, rodeada de un pasado que le hubiera gustado conocer. Un pasado intenso y esplendoroso que había quedado impregnado para siempre entre aquellas paredes. Ese pasado que iba a ayudarle a traerla de vuelta a la vida y a sí misma. 
Aún quedaba mucha noche y todavía tenía sueño.
Lily subió las escaleras rumbo a su dormitorio, ajena a la espeluznante escena ocurrida una hora antes en la biblioteca. 

    ____________________________



Los amaneceres en Cumbeira Do Norte parecían emular a los amaneceres del tiempo. Septiembre encontraba su pequeño paraíso entre aquellas colinas y valles, que cubiertos de velos púrpuras y dorados parecían formar parte de una tierra de leyenda. 

Alfredo Bosco conducía su furgoneta rumbo a Lumbelier.  Aunque oficialmente comenzaba sus trabajos en los jardines al día siguiente, pensó que no estaría mal echar otro vistazo a aquel lugar. El día anterior desde la alta verja apenas había tenido tiempo para apreciar gran cosa. Sabía que los jardines de la casa eran imponentes; los recordaba de su excursión de niño a aquel lugar, y sabía que era mejor supervisar antes todo el terreno para saber el trabajo que debía hacer.

Y también sabía que necesitaba volver a verla.
 
Durante la noche había soñado con ella y le inquietaba profundamente la naturaleza de aquel sueño.
 
El hada de Lumbelier corría descalza por el bosque. Una densa niebla nocturna la envolvía. Sobre su amplio camisón un chal de lana danzaba con el viento. Sus largos cabellos castaños ondeaban armoniosamente bajo la luz de la luna, pero la expresión de su rostro le heló el corazón. Parecía huir de algo o de alguien. Tenía miedo, mucho miedo. 
Él se acercó cuidadosamente para ofrecerle su ayuda, pero ella pareció no verle. Siguió andando apresuradamente rumbo a la playa y mirando hacia atrás para comprobar si alguien la perseguía. 
Al despertar, Alfredo Bosco tuvo de nuevo otro presentimiento, esta vez con más intensidad. Debía vigilarla a toda costa.

Conduciendo por la estrecha carretera no dejaba de pensar en la forma en que se presentaría ante ella. Bueno, él era artista, algo se le ocurriría. 
Había sido contratado a través de la agencia de mantenimiento de parques y jardines para la que trabajaba. También hacía trabajos eventuales para el Ayuntamiento de la comarca donde residía desde hacía dos años. Era muy bueno en eso de la azada y las flores, y además barato. 
Lo sorprendente era que hubiera sido precisamente él el elegido para arreglar los jardines de la casa de la colina.

¿Una señal del destino?

Todo lo presenciado en Lumbelier aquel día de la víspera de difuntos de 1946 había ido poco a poco emergiendo en su conciencia antes de su inminente trabajo en los jardines de la casa.
Alfredo notaba el peligro, lo olía, y sabía lo que sucedía cuando tenía esos presagios. 
Inquieto, apretó el acelerador. 

        ____________________________


Lily despertó temprano esa mañana. Sonrió al ver la luz dorada filtrarse por los visillos. Una corriente de entusiasmo y vitalidad recorrió su ser. Después de su aseo diario y tomar un desayuno frugal decidió que había llegado el momento de estrenar la biblioteca.

Entró sigilosamente, como una niña en una cueva mágica. Una oleada de satisfacción la invadió. Desde la primera vez que pisó esa habitación sintió una sensación imposible de explicar. Pues junto a la fascinación que le producía el hecho de que la habitación era un cuarto de lectura, y por los bellos resplandores de otro tiempo, estaba también ese otro sentimiento de temor y aprehensión. Como escritora que era, Lily era muy sensitiva, percibía al instante, la inspiración y aquel cuarto era un manantial de ella. Era la habitación con más vida que había pisado Lily en toda su existencia. También percibía el misterio entre esas cuatro paredes y eso no dejaba de seducirle. Estaba segura que la biblioteca era el lugar ideal para dejar que la novela que se gestaba en su interior tomara forma y vida. 
Pensó que el nuevo propietario debía ser un hombre muy original al haber querido reflejar el ambiente de la biblioteca en sus inicios allá por 1890. Y sin duda lo más sorprendente era el hecho de querer mantenerla intacta, según le había informado el agente durante su primera visita a la casa. Algún tipo de capricho extravagante o tal vez algún misterio insondable que encerraba esa habitación, o solamente lo que le había dicho el señor Rubianes, motivos sentimentales. Bueno, ella respetaría esa norma, no cambiaría ni agregaría ningún mueble, solo su máquina de escribir; y ya tenía el lugar elegido para transformar en palabras la historia que iba a dar a luz en ese cuarto mágico. 
La mesa escritorio que había frente a la ventana. 

Lily suspiró feliz y agudizando sus sentidos concentró su mirada en la parte más importante de la biblioteca :
El cuadro…

Durante su mudanza no fueron pocas las veces que se asomara a la biblioteca solo para admirar aquella obra maestra de la pintura. Lo que producía en su interior era similar a lo que producía la propia habitación, pero más agudizado. Belleza, ensoñación, calma, inspiración, amor, melancolía, pasión, ternura, dolor, fuerza, angustia, dicha, magia y una profunda incertidumbre. Era demasiado lo que proyectaba el cuadro. Emociones muy intensas y contrarias.
Era como el alma de un artista, así lo percibía ella.
Si la biblioteca estaba viva, el cuadro era su corazón. 

Le encantaba recrearse en la escena de los niños jugando con la cometa. El artista había sabido proyectar magistralmente la sana y despreocupada alegría de los chiquillos en una tarde veraniega. 
Acercó más su mirada para impregnarse de esa belleza, y apunto estaba de acariciar el lienzo cuando el timbre de la puerta la sacó de sus ensoñaciones. 


Capítulo XVIII

El jardinero 



Un hombre alto y apuesto la observaba atentamente frente a la puerta. No parecía joven, pero tampoco mayor. Tenía el cabello un poco largo, aunque no descuidado. Vestía pantalón de pana verde oscuro y chaqueta de fieltro. Tenía ese estilo inconfundible de muchos varones de esa época, entre bohemio y obrero. Las patillas un poco largas, y una mirada limpia e intensa.

Parecía algo confundido. 


- Disculpe, señorita…- dijo titubeante mientras le tendía la mano - Me llamo Alfredo Bosco. Soy el nuevo jardinero. Empiezo mañana mismo mi trabajo aquí y quería conocer bien los terrenos antes de comenzar. Supongo que la habrán puesto al corriente. Espero no incomodarla…

Lily lo observó aún más detenidamente.

El hombre parecía algo inquieto, pero se veía sincero. Algo en él le recordó al curioso de la tarde anterior, el que sorprendió merodeando por los bosques. Aunque de lejos no pudo apreciar su rostro, se preguntó si no sería la misma persona.

También recordó la conversación con el agente inmobiliario cuando le informó de que un nuevo jardinero había sido contratado para arreglar los jardines de Lumbelier. 

- ¡Oh, si, lo recuerdo…! -  contestó ella mientras estrechaba su mano

Alfredo la estudió, satisfecho de comprobar que ella parecía encontrarse bien, pero al estrechar su delicada mano le sorprendió la frialdad de su tacto. 

- Bueno, voy a echar un vistazo a los jardines. No me demoraré mucho. Traje mi furgoneta. - dijo él mientras laobservaba a través de unos grandes ojos castaños. 

Lily asintió amablemente.

El hombre parecía algo tímido y desubicado.

Un poco huraño también. Ella lo achacó al carácter típico de los lugareños, ignorando que Alfredo Bosco había pasado 20 años viviendo en Madrid. 


                 ___________________________


Capítulo XIX

Dudas e inquietudes 


Rosamunda Bermejo se sentía inquieta. A sus 90 años pocas cosas la alteraban, pero esto era muy inusual y preocupante.  Su hijo Carlos no había regresado a casa aún. Jamás desde que llegó a la edad adulta se había ausentado tanto tiempo, salvo en aquellos viajes a la Coruña, que tan importantes eran para él. Ella sabía bien dónde se hallaba en todo momento su hijo. Le escuchó salir la noche anterior; supuso que iba a tomar un poco el fresco y a dar un vuelta por la taberna. También pensó que tal vez iba a hablar con Julieta, su ex novia. Habían roto hacía más de un año, y Carlos andaba muy desmejorado. Parecía que quería hablar con la chica, así se lo comentó el día anterior. A ella le extrañó, pero intuyó que tenían pendiente una conversación. Así que supuso que aquella noche tardaría más de lo habitual. Pero Carlos no había dormido en su cama, y lo que es peor, no había regresado. Eso no era normal. 

Hoy tenía el día libre en el Ayuntamiento.  Había dicho que solo quería pasarlo durmiendo, pues había tenido mucho trabajo las últimas semanas. Era muy extraño que no estuviera ya enfundado en las sábanas. ¿Dónde estaría? 

Sintió la sangre agolparse en sus sienes. Decidió prepararse una infusión para intentar serenarse. Más tarde iría a casa de Julieta y le preguntaría; también pasaría por la Taberna del Marino Feliz, era el lugar que solía frecuentar. Nada malo le habría pasado. Era su pequeño. Pronto regresaría. 


                   __________________________



Adela Palacios se despertó temprano aquella mañana. 

Ese día tenía sesión de espiritismo en la ciudad. Siempre que llegaba ese día se despertaba de muy buen humor, como si hubiera rejuvenecido. Le sorprendió ver a su marido durmiendo junto a ella. Últimamente pasaba muchas noches en su sala de lectura y cuando le entraba sueño se abría la cama plegable del sofá y se dormía allí mismo. A ella poco le impresionaba ya de la actitud de su marido, pero se alegró de verlo reposando mansamente junto a ella. Se le aceleró el corazón al recordar fugazmente su primer año de casados y todas las emociones que experimentó por primera vez con su marido. Aquello era irrecuperable y no pudo evitar culparse por el fracaso de su matrimonio. También se reprochó el seguir enamorada de él,  después de todo lo que ella había descubierto. Pero era una mujer de sentimientos profundos y no podía evitar lo que sentía. 

Se acurrucó junto a su esposo tal y como había hecho en sus primeras noches de recién casada. Puso su cabeza en su pecho recreándose en los latidos de su corazón.

Se sonrojó ligeramente al recordar su noche de bodas. 

Fue entonces cuando lo oyó…

"...Los maté a todos, los maté a todos. ¡Déjenme en paz!"

Apartó bruscamente la cabeza. Su marido estaba teniendo una pesadilla. Parecía estar pasando un momento angustioso. Su respiración agitada dejaba salir un tropel de palabras sin sentido, excepto la última frase.  

¿Qué había querido decir? ¿Algún problema con su labor como alcalde? ¿Oscuros recuerdos de la guerra?

¡Oh, Señor, ¿qué crisis personal estaba atravesando Leopoldo que tenía esos sueños tan horribles? Le gustaría tanto poder ayudarle, calmar su inquietud. 

Su marido parecía siempre un hombre tan seguro de sí mismo, tan satisfecho de la vida, aunque bien sabía ella que todo ese halo de autosuficiencia no era más que un escudo. Lo miró con tristeza mientras él seguía durmiendo. 

¡Oh, si su esposo quisiera confiar en ella!


                 ________________________


Capítulo XX

La historia del cuadro 


Esa mañana en la ciudad, en su gabinete de agente inmobiliario, Fermín Rubianes no dejaba de darle vueltas a un asunto.

En su última conversación con el propietario, éste le había insinuado que tal vez se llevase con él el cuadro de la biblioteca. Era una obra de arte de incalculable belleza, y puesto que pronto abandonaría el pueblo, había pensado que lo mejor era llevarse con él el cuadro de Lumbelier.  

Nadie mejor que Fermín Rubianes conocía la verdadera historia del cuadro. 

La última obra del artista andaluz, Rafael Ventura, "Lumbelier; Sueños de cristal" que había sido regalada a los primeros propietarios de la casa de la colina por el malogrado pintor en 1890, fue donada a una galería de arte en 1923. La heredera de Lumbelier alegó que daba mala suerte. Lo cierto es que desde la adquisición del cuadro en 1890, una serie de continuas desgracias había golpeado los cimientos de Lumbelier con saña.

Rafael Ventura, el autor del cuadro, se había suicidado en la biblioteca de la casa delante de su obra maestra. Según contaban, se había enamorado perdidamente de la esposa de su amigo, Gérard Lumbelier, el primer propietario de la casa de la colina. La esposa del citado, Petunie, que también amaba al pintor, aunque fue fiel a su marido, al descubrir el cadáver de su amado en el suelo, sufrió un colapso y falleció poco después. El señor Lumbelier atormentado por la repentina muerte de su esposa e incapaz de hallar consuelo, puso en venta la casa y abandonó la hacienda para siempre. Se instaló con sus tres hijos pequeños y su anciano padre en una casa de la Riviera, pero enloqueció al poco tiempo y tuvo que ser internado en un manicomio donde falleció poco después a la edad de 40 años. Su anciano padre al enterarse de la fatal noticia se disparó un tiro. Al poco tiempo, las dos doncellas que habían servido en Lumbelier y que seguían trabajando para la familia en Francia, murieron en el acto al volcarse el coche en el que viajaban. 

Los dos hijos mayores de la pareja murieron en combate durante la primera guerra mundial.

A consecuencia de estas tragedias, nadie deseaba comprar la casa de la colina, y permaneció cerrada durante largos años. La única heredera de Lumbelier, Camille, hija pequeña de la malograda pareja, se instaló en la casa al contraer matrimonio con un fotógrafo inglés. Debió ser después de firmarse el Armisticio.  Todo transcurrió con normalidad hasta que el esposo de Camille enfermó gravemente de tifus, falleciendo poco antes de que su esposa diese a luz a su primer hijo. Desolada por tantas tragedias familiares, Camille decidió abandonar Lumbelier definitivamente y se instaló con su hijo pequeño en una localidad de la costa azul. Antes de su partida puso en venta la casa y donó el cuadro de la biblioteca a una firma de arte en Madrid; según ella reveló a su sirvienta y más tarde a su hijo, el cuadro era el culpable de todas las desgracias de su familia. Estaba maldito. Y era mejor que estuviera lejos de la casa para que la futura familia que comprara la casa pudiera vivir en paz.

Lumbelier estuvo varios años con el cartel de "Se Vende". Debido a los rumores a nadie parecía interesarle. Finalmente la casa fue a parar a manos de un militar vasco retirado, quien deseaba pasar allí la etapa final de su vida. Fue recién instaurada la II República.

Durante un tiempo no hubo novedad importante en Lumbelier. Parecía como si la maldición de la casa se hubiera esfumado.

El anciano general era viudo, y con un hijo que estudiaba la carrera militar. Parece ser que en sus últimos años encontró cierta paz en la casa.

Después de fallecer el anciano por causas naturales, la casa pasó a manos de su hijo, el teniente Lorenzo Aguirre, un héroe de la guerra civil, quien en 1945 se instaló allí con su esposa. Nada importante pasó en la casa de la colina durante ese periodo. Durante un viaje a Madrid al año siguiente, el joven propietario descubrió en una galería de arte un cuadro relacionado con su propiedad. Quedó maravillado por la belleza de la obra, eso unido al hecho de que la pintura representaba a su propia casa hizo que la adquiriera por un módico precio.  

Así fue como el cuadro regresó a Lumbelier.


Y a partir de ese momento los problemas regresaron a la casa de la colina.

Se rumoreaba que la esposa del teniente tenía una aventura con un vecino del pueblo, y a consecuencia de esto se habían presenciado violentos enfrentamientos y amenazas entre la pareja por parte de la servidumbre. Los criados incapaces de aguantar por más tiempo esa situación, embargados por el ambiente hostil que emanaba de aquellas paredes, y por la fama del cuadro de provocar desgracias, abandonaron la casa, y en la noche de la víspera del día de difuntos de 1946 el propietario y su esposa desaparecieron sin dejar rastro. Los rumores sobre la maldición de Lumbelier se dispararon de nuevo. Después de un tiempo conveniente sin recibir noticias sobre los propietarios, y al no haber tenido estos descendencia, la casa pasó a ser propiedad de la alcaldía de Cumbeira Do Norte, así quedó declarado en la última voluntad del teniente Aguirre, quien dispuso a través de una cláusula en su testamento, que en caso de fallecer él antes que su esposa, la casa pasara a ser propiedad del pueblo. 

Tiempo después Lumbelier fue puesta a la venta a través de una agencia inmobiliaria de la ciudad.

Fue adquirida de forma anónima por alguien que no deseaba hacer pública su identidad, tampoco deseaba vivir en la casa. Parecía que solo deseaba usarla como fuente de ingresos al ponerla en alquiler.

Durante los 25 años siguientes Lumbelier tuvo numerosos inquilinos, pero nadie aguantaba mucho tiempo allí. El propietario lo sabía y parecía alegrarse por ello. Es más, hacía todo lo posible para que eso sucediera. 


Después de la adquisición de Lumbelier, el nuevo dueño puso a subasta todo el mobiliario anterior, todo menos el cuadro de la biblioteca. Se encargó de decorar él mismo esa habitación especial. Trató de recrear el estilo que debió tener la biblioteca en su origen, allá por 1890. Para ello usó grabados y fotografías que de la casa había en la hemeroteca municipal. 

Cuando alguien se convertía en inquilino de Lumbelier, debía agregar su propio mobiliario a la casa, ya que ésta siempre se entregaba vacía, a excepción de la biblioteca, que por orden expresa del propietario debía mantenerse con la misma decoración. Le encomendó al agente inmobiliario la supervisión periódica de la biblioteca y del cuadro como si de algo sagrado se tratara. Él nunca hizo demasiadas preguntas, aunque no dejó de intrigarle la obsesión del propietario con la biblioteca y en especial con el cuadro. 

Desde que la comuna de hippies fuera expulsada de la casa por orden judicial, Lumbelier había estado deshabitada. Él sabía qué utilidad le dio el propietario a la casa durante este tiempo,  y aunque interiormente reprobaba esta actitud, se guardó mucho de decirlo. 

Ver, oír y callar, era su lema

El último año se habían hecho importantes reformas en la casa, pues el propietario tenía intención de volver a alquilar Lumbelier.

Sin embargo, cuando su jefe le informó que en poco tiempo se llevaría el cuadro de la biblioteca con él, no dejaba de darle vueltas al asunto. El propietario sabía que el cuadro daba mala suerte, que estaba maldito. Él también. Era gallego y creía en estas cosas; además lo había comprobado por sí mismo, como también sospechaba que al propietario le interesaba que el cuadro "hiciera de las suyas" con los inquilinos, como si buscase que nadie aguantara mucho tiempo allí, por tal motivo eso de dar un giro a aquella situación llevándose el cuadro con él, no dejaba de ser chocante y también preocupante. 

¿Pensaba tal vez desembarazarse de Lumbelier poniéndola a la venta? ¿A qué era debido ese cambio? 

Estaba acostumbrado a las excentricidades de su jefe,

y rara vez solía preguntar. 


Por otra parte, nadie, excepto Fermín Rubianes, conocía la identidad del propietario de Lumbelier.  


               _________________________


Capítulo XXI

Presentimientos 


Los jardines de Lumbelier presentaban un lamentable abandono. Lo que en otro tiempo debió haber sido motivo de orgullo y satisfacción ahora no era más que un vasto paraje de abrojos, maleza y salvaje vegetación. Los enormes sauces llorones mantenían aún cierta dignidad, pero los parterres yacían cubiertos de mala hierba. Los macizos de césped que en otro tiempo coronaban la entrada a la hacienda se hallaban resecos e invadidos de insectos y de la vieja rosaleda no quedaba más que un esqueleto de hojas muertas. Pensó que le esperaba mucho trabajo allí, pero valía la pena con tal de estar cerca de ella, y vigilar para que nada malo le sucediera.

Según le habían informado, en un mes debía restaurar los jardines de la casa y si necesitaba algún ayudante, solo debía pedirlo. El propietario corría con todos los gastos. 

¿Ayudante? Él solo se bastaba para aquel trabajo.

Se sentó sobre un sillón de piedra junto al estanque y encendió un cigarrillo.  

Sabía que acabaría pensando en ello…

Era inevitable 

¿Todavía seguiría aquel misterioso cuadro en la biblioteca?

Habían pasado 30 años y todavía la visión de aquella sobrecogedora escena recorría su ser como si de una corriente eléctrica se tratara.

No, no fue una alucinación propia de un chiquillo impresionable. Su amigo Rubén también la había presenciado.  Ahora estaba muerto. 

Él necesitaba vivir en paz. No debía adentrarse de nuevo en aquel insondable misterio, pero también necesitaba proteger al hada de Lumbelier contra todo peligro. 


                  _________________________



- Hace mucho tiempo que no he hablado con Carlos - 


Julieta Vázquez sostenía inquieta su taza de café. Su ex suegra la miraba fijamente como si ella estuviera al tanto de todo lo que su hijo hacía. Ya no le interesaba ese hombre; lo había dejado bien claro.

Julieta expuso a la señora Bermejo todo lo que había sucedido, pues era consciente de que Carlos lo habría tergiversado todo. Conocía a su ex suegra desde niña y le tenía un enorme cariño, pero desde su ruptura con Carlos la notaba distante con ella, y aunque lo comprendía, necesitaba que la mujer volviera a confiar en ella. 

Él le había dado un dinero como préstamo para saldar una deuda de sus padres. Ella no se había fundido toda la pasta como él la acusó, bien es cierto que se había ido a unos grandes almacenes y se había comprado "ciertos caprichos" con el dinero sobrante, pero iba a devolverle hasta el último céntimo, ella no tenía nada que reprocharse.  Él estaba muy enfadado, y habían discutido. 

Ella se sintió tan humillada cuando él la acusó que pensó que lo mejor que podía hacer era romper su relación con él.

Carlos era un poco difícil, y había cambiado mucho.

No, él no había hecho ningún intento de querer reconciliarse con ella, y ella no había salido con nadie desde entonces.

Julieta desvió incómoda la mirada de la señora Bermejo. Apreciaba mucho a la madre de Carlos, siempre fue amable y cariñosa con ella; en cambio su hijo no parecía estar bien de la cabeza, pero eso no se lo podía decir a su madre.

Se despidió de la anciana diciéndole que ignoraba dónde podía encontrarse su hijo, pero que la mantuviese informada ante cualquier novedad. 

Aunque hubieran roto, y llevaran un año sin hablarse, ella no deseaba que nada malo pudiera sucederle a su hijo Carlos. 

Tampoco en la Taberna del Marino Feliz le dieron noticias de su hijo. El anciano coronel Quiroga que solía hablar últimamente con Carlos no se encontraba allí esa mañana. 

Rosamunda Bermejo comenzó a inquietarse. Todo era muy extraño. Decidió acercarse al Ayuntamiento para preguntarle a los compañeros de trabajo de su hijo si tenían noticias de él. 

Ellos deberían saber algo.

Estaba inmersa en sus cavilaciones cuando atravesó la entrada del edificio.

Tan distraída iba que chocó contra un hombre que andaba en dirección contraria.  Alzó la vista y lo vio.

Leopoldo Núñez, el alcalde de Cumbeira Do Norte le dedicó la más encantadora de sus sonrisas 

- ¡Oh, señora Bermejo!, ¿cómo usted por aquí? 

Fueron milésimas de segundo, pero al cruzarse con la mirada del alcalde, la anciana lo presintió todo…

Creyó volverse loca.

No podía ser.

Era una idea descabellada. Esos seriales que escuchaba por la radio la estaban trastornando, pero detrás de aquella máscara de amabilidad y buenos modales, vio al lobo que se escondía dentro. 

Comenzó a temblar, deseó salir corriendo. 

- ¿Se encuentra usted bien? - Le preguntó el alcalde con suavidad 

A la anciana le costaba respirar 

- Mi...hijo...no pasó la noche en casa... - Tragó saliva para continuar - no ha regresado aún. Tengo miedo de que le haya podido suceder algo…Nunca se ausenta tanto tiempo ...

Él asintió con gesto grave, y mientras la cogía suavemente por la cintura, la condujo hasta una sala contigua. Hizo un ademán con la mano, y Rosamunda Bermejo pronto se vio rodeada por las chicas de la limpieza y dos oficiales.  

La anciana estaba pálida, casi a punto de desmayarse. La recostaron en un sofá y le dieron un vaso de agua mientras la abanicaban. 

Leopoldo Núñez se hizo cargo de la situación. 

Telefoneó a la Guardia Civil y a la policía municipal e informó del asunto. Dio órdenes estrictas de que si a la mañana siguiente no había noticias del joven se hiciera una batida por el pueblo. Mientras tanto debían recopilar información sobre Carlos Ramírez, del tipo de con quién había sido visto, dónde había estado.

Sabía manejar magistralmente ese tipo de situaciones, por eso era un hombre tan apreciado y admirado.  

Acarició con ternura la mano de la anciana. Ella no debía preocuparse.  Ahí estaban para ayudarla. No, los compañeros de su hijo en la alcaldía no sabían nada de su paradero, pero eso no debía inquietarla. Él ya había dado las órdenes pertinentes. Todo se solucionaría. 

El alcalde se felicitó a sí mismo por sus extraordinarias dotes de actor.


Había actuado igual cuando desapareció Ermelinda.


                       _____________________



Capítulo XXII

La conexión 


Sentada junto a la mesa escritorio de la biblioteca, Lily tecleaba su máquina de escribir con afán. Le sorprendió la fluidez con la que las ideas salían de sus dedos transformadas en palabras. La historia que llevaba dentro estaba cogiendo forma. Aquel mágico cuarto era el lugar más propicio para que renaciera la escritora que habitaba en ella.

El nuevo jardinero ya se había despedido. Le avisó que al día siguiente comenzaría su trabajo. 

"Extraño hombre, pero parece honrado" , pensó Lily

Siguió tecleando su máquina de escribir como si el tiempo se hubiera detenido. 

Lo notaba 

La inspiración se proyectaba fuera de ella desde su interior. Sabía que esta vez lo lograría.

Escribir siempre había sido fácil para ella, pero desde que estaba convaleciente no había podido conectar con su yo interior.

La biblioteca había obrado el milagro. 


           ___________________


La ciudad siempre parecía acogerla con agrado. Adela Palacios había llegado esa mañana en el tren que siempre cogía para sus desplazamientos fuera del pueblo. Una vez a la semana tenía lugar la ansiada sesión de espiritismo. Solían ser siete personas en aquellas reuniones, aunque a veces se agregaba alguien más. Las sesiones duraban alrededor de hora y media, según se encontrara de ánimo y disposición la médium. Esmeralda Robledo, una mujer de 40 años, tenía la capacidad para contactar con habitantes del otro lado. Era una mujer de fuerte personalidad y deslumbrante belleza, no obstante mantenía a los hombres alejados de ella. Pues para la gran Esmeralda todo aquello que pudiera alejarla de su crecimiento espiritual era una amenaza.
Después de tomar el café y las pastas, la médium guiaba a sus seis "alumnos", como ella los llamaba, a una habitación interior sin ventanas, y allí con las manos enlazadas iniciaban las sesiones.  
Siempre había mensajes y recados del más allá. La última vez les había tocado el turno al señor Figueroa y a Adela. Ambos habían recibido mensajes algo preocupantes y esperaban solventar esa tarde todas sus dudas. 

La señorita Esmeralda inclinó hacia atrás su oscura melena ondulada. Los otros seis, tres mujeres y tres caballeros la observaban expectantes.
En el centro de la mesa una vela blanca iluminaba apenas los rostros de sus seis "alumnos".
Después de unos largos segundos la médium abrió sus verdes ojos y con una voz que no era la suya dijo en tono gutural y arrastrando las sílabas :

"Es...estoy... en un... lu...lugar... hú...húme...do. Ten...tengo... frío... mu...mucho frí...o…Qui...quiero... que me... sa...saquen… de aquí…"

Un profundo escalofrío recorrió la espina dorsal de los allí presentes.
Después la llama de la vela se apagó dejándolos inmersos en una insoportable oscuridad. 

                _______________________


Capítulo XXIII
La desaparición de Carlos 


En su despacho de la alcaldía, Victor Suarez analizaba la situación. Carlos, el chico de los recados había desaparecido sin dejar rastro. Eran ya las 15:30 de la tarde, y no había noticias de su paradero. Recordó haberlo visto dos días atrás en la Taberna del Marino Feliz; parecía algo inquieto, y también recordó haber notado como si el joven quisiera abordarlo para hablar con él. Por otro lado intuía que algo grave le había sucedido. No lo conocía mucho. Era un joven huraño y taciturno, y según murmuraban, había sido informante del CESID.
¿Tal vez alguien se había sentido amenazado?
También recordó que se le había visto salir con Ermelinda un par de veces. 
Victor sintió un ligero escalofrío al recordar a aquella chica, no exento de cierto sentimiento de culpabilidad. 


                   ________________________



En el estanco del pueblo, Hortensia Alvarez comentaba las últimas novedades con su amiga, la señorita Freire.

Carlos Ramírez, el chico de la señora Bermejo, aún no ha aparecido. Anoche no durmió en su cama. Andan por ahí preguntando si alguien lo ha visto en las últimas horas. Mañana harán una batida por los bosques y la playa. A su madre le ha dado un síncope y le han puesto una enfermera para que la vigile. 


La señorita Aurora Freire movía con pesar la cabeza pensando en aquella preocupante noticia. 
A sus 70 años presumía de lo bien informada que estaba de la vida privada de los lugareños, y al igual que a Hortensia, pocas cosas escapaban a su radar, no obstante, a diferencia de su amiga la estanquera, no poseía una mente muy analítica, por lo que casi siempre argumentaba sus opiniones en base a criterios ajenos.
Hortensia Alvarez por el contrario desechaba por principio cualquier conclusión a la que ella misma no hubiera llegado;
por algo era la estanquera y chismosa oficial del pueblo. 

- Dicen por ahí que aún no se ha recuperado de la ruptura con su novia, y que andaba muy deprimido, pero ese chico siempre fue un pelín raro, así que yo no creo que se haya "matao"...

Después de escuchar a la estanquera exponer sus dudas, y según había escuchado en la tienda de ultramarinos en boca de otros vecinos, Aurora Freire añadió bajando el tono de voz : 

- No sé, Hortensia... Puede que se haya tirado al mar…Ese chico no estaba bien...Todo el mundo opina lo mismo. 

Hortensia apretó los labios. Su amiga Aurora Freire siempre se posicionaba al lado de la mayoría, porque era lo más cómodo. Afortunadamente, ella no era así. Apreciaba a su amiga, pero no pensaba decirle lo que ella sospechaba, como tampoco le había dicho a nadie lo que ella intuía que le había podido suceder a Ermelinda, un año atrás. Difundiendo secretos era una maestra, pero guardándolos era aún mejor.
Sobre todo desde aquella lejana noche, víspera del día de difuntos de 1946, cuando ella presenció aquello…

En Lumbelier estaba la clave de todo, estaba segura.  
Pensó que ya iba siendo hora de hacerle una visita a la nueva inquilina de la casa de la colina.

                             _______________________


Capítulo XXIV
Visiones perturbadoras


Lily Martínez miró el reloj y dio un respingo.
¡Santo Cielo, las 4 de la tarde! Llevaba escribiendo horas y no se había percatado de ello.
Se estiró en el asiento mientras se frotaba los ojos. Le había cundido mucho su primer día de escritura en la biblioteca.  Cerró su máquina de escribir y se levantó. Ya continuaría más tarde.
Antes de salir echó una ojeada al cuadro.
Le gustaba viajar por aquellos tonos pastel que tanto la relajaban.

Al principio no se dio cuenta, pero luego, se le hizo un nudo en la garganta…

Abrió los ojos desmesuradamente; 
En una de las ventanas de la casa pintada en el cuadro, justo la que daba a la biblioteca, se podía apreciar la figura de un hombre alto de espaldas. Llevaba el brazo derecho inclinado sobre su sien, a la que apuntaba con un revólver.

Lily tragó saliva…

Había estudiado infinidad de veces el lienzo, conocía cada detalle y estaba segura de no haber visto antes ese personaje pintado en el cuadro. La escena era aterradora y contrastaba de forma espeluznante con el resto. 
Lily volvió a frotarse los ojos y aguzó más la vista.
Se le aceleró el corazón;

La figura del hombre pintado en la ventana del cuadro había desaparecido.

                     ________________________


Capítulo XXV
Sollozos

Tumbada en el lecho de su habitación, Rosamunda Bermejo sollozaba amargamente. Ladeaba la cabeza de un lado a otro de la almohada con pesar. Una enfermera de mediana edad puesta por el alcalde, la vigilaba constantemente. A su lado, su ex nuera Julieta la observaba con preocupación mientras los pensamientos se agolpaban en su cabeza.
Pobre mujer. No era justo. Carlos estaba algo zumbado, pero era un buen hijo. Siempre se ocupaba de que a su madre no le faltara de nada. Era protector y cariñoso con ella. A parte de Carlos, Rosamunda no tenía a nadie en el mundo. ¿Qué iba a ser de ella si su hijo no aparecía? No andaba bien de salud, y apenas tenía dinero ahorrado. Su pensión de viudez apenas alcanzaría ahora para pagar el alquiler de la casa y para mantenerse ella sin el sueldo de Carlos.
Al llegar a este punto de sus elucubraciones, Julieta sintió una punzada de arrepentimiento, pues ella había gastado alegremente casi todo el dinero que Carlos le había prestado para saldar una deuda de sus padres. Había inflado la cifra de aquella deuda intencionadamente, y había gastado el dinero sobrante en ropa, y artículos caros, además de perfumes y caprichos. Miró las sucias paredes, los muebles viejos y rotos, y se sintió la persona más miserable del mundo. El sentimiento de culpabilidad la embargó por completo. 
Cogió la huesuda mano de la anciana entre sus manos y se dijo para sí misma :
"Yo la recompensaré por gastarme el dinero de su hijo, de algún modo lo haré." 

                       ________________________


Capitulo XXVI
Rumores


A las 6 de la tarde la noticia de la desaparición de Carlos ya era vox populi en todo el pueblo. 

En la Taberna del Marino Feliz, la clientela habitual exponía sus sospechas acerca de lo que podía haberle sucedido. 

- 'Pa' mi que se 'matao'… - dijo el anciano señor Fariñas 

- Opino igual - agregó su cuñado Andrés - Era un poco raro ese chico, pero últimamente estaba como ido…

- ¡Bah…! no lo creo -  dijo limpiando la barra del bar el señor Teixido -  a mi vecino que trabaja con él en la alcaldía, le comentó que pronto él y su vieja se irían del pueblo definitivamente. Puede que esté por ahí dando vueltas, cavilando, y cuando a él se le antoje regrese como si nada.  -  sentenció el dueño de la taberna. 

Gonzalo Quiroga, el anciano coronel retirado que estaba hojeando el periódico añadió :

- Puede que alguien lo haya quitado de en medio…

Todos lo miraron intrigados pensando quizá que al viejo señor Quiroga se le estaba yendo la pinza. 


  _______________________


Alfredo Bosco entró al estanco para comprar su paquete de rubio. Nada más llegó al mostrador le incomodó la mirada inquisitoria de la estanquera.
Él desvió la mirada fingiendo indiferencia. 

- ¿Cuándo empieza su trabajo en Lumbelier? -  Le preguntó la mujer 

Alfredo dio un respingo algo alterado. No conocía a nadie en el pueblo. ¿Cómo se habría enterado esa mujer?

- Aquí las noticias vuelan, ya sabe….- añadió ella 

- Imagino… - respondió él - Bueno, no creo ser tan importante 

- No se moleste, por favor, pero me gustaría saberlo. - dijo Hortensia en tono amable

Alfredo sonrió levemente. No le gustaba mucho hablar con desconocidos y menos cuando trataban de indagar en su vida, pero él era amable por naturaleza, así que no pudo evitar informar a la mujer.

- Mañana mismo. Buenas tardes 

Y recogiendo su cambio salió del estanco. 

Hortensia entrecerró los ojos reflexionando. El nuevo jardinero de Lumbelier, forastero y por lo visto muy atractivo. 
Sería interesante ver cómo evolucionaba ese asunto. 
Un día de estos iba a acercarse a la casa de la colina a indagar. 

Miró su reloj, dentro de unas horas si Carlos no daba señales de vida comenzaría el rastreo por el pueblo.
Sería al amanecer del día siguiente.
Ella no se perdería ese espectáculo por nada del mundo. Sería interesante observar el rostro del alcalde durante la batida del bosque.

Si él supiera lo que ella sabía…

              _______________________


Capítulo XXVII
Cosas raras


Lily regresó algo inquieta de su paseo por la playa. No dejaba de pensar en la visión del cuadro. Estaba segura de no haberlo imaginado, pero lo que la incomodaba era la creciente duda de si su cerebro no le habría gastado una broma pesada.
Había pasado diez largos meses internada en un sanatorio mental. Díez meses en los que su cerebro había sufrido episodios de despersonalización y alucinaciones debido al trauma producido por la ruptura con su prometido. Lily pensó que nunca recuperaría la lucidez, pero se recuperó completamente.
Y durante un tiempo después de su alta médica, no volvió a tener problemas, y ahora de repente empezaba a ver cosas raras...
¿o tal vez no…?
Para no preocuparse demasiado lo achacó al estrés producido por la mudanza y el cambio de casa. Ella era muy sensible y el ambiente de la casa la impresionaba en todos los sentidos. 
Sí, eso debió haber sido. 
Después de la cena y de comprobar los cerrojos como cada noche, Lily subió a su habitación. Estaba agotada y sin ganas de ver la televisión. Al día siguiente vería las cosas de otra manera. 

                        ____________________


Durante la cena, Adela Palacios no probó bocado. No dejaban de martillear su cerebro las frases que la Voz había pronunciado en la sesión de espiritismo de esa mañana. 
También en otra ocasión la Voz se había referido a la casa de la colina.
Adela sospechaba que su marido había tenido una aventura con Ermelinda, y probablemente al igual que con las otras, se había citado con ella en la biblioteca de la casa de la colina. 
Entonces, no le dio más importancia, igual que al resto de mujeres que pasaban por la vida del alcalde. 
Con anterioridad había descubierto que su marido solía citarse en Lumbelier con sus jóvenes amantes, pensó que tal vez Leopoldo conocía al propietario anónimo de Lumbelier, y debido a su cargo de alcalde del pueblo, este le proporcionaba su hacienda como lugar para sus citas amorosas. Era un sitio discreto, llevaba años sin ponerse en alquiler y nadie solía merodear por allí debido a su mala fama. 
En cuanto a la desaparición de la chica siempre pensó que se había marchado a Madrid con algún joven, tal y como se había rumoreado en un principio, sin embargo últimamente, algo en su interior le decía que la chica podía estar muerta y no muy lejos de allí. 
Miró a su esposo desde el otro extremo de la mesa. Él parecía tenso, más de lo acostumbrado. No obstante, cuando alzó la vista y la sorprendió observándolo, le dedicó la más encantadora de las sonrisas, mientras le decía suavemente : 

- ¿Te encuentras bien, querida? 



_____________


Capítulo XVIII
La batida


Ese jueves Cumbeira Do Norte despertó envuelto en una nube de tensa inquietud. La noticia de la desaparición de Carlos Ramírez mantenía en vilo a los habitantes del pueblo, quienes esperaban expectantes el devenir de los acontecimientos. El joven Carlos no era un muchacho muy apreciado por sus vecinos, su carácter huraño y desconfiado habían contribuido a ello, pero todos sabían que era un buen hijo y que se desvivía por su madre, la anciana señora Bermejo, a la que todos los vecinos del pueblo apreciaban. Se alegraron de que su ex nuera Julieta no se hubiera despegado de ella desde la desaparición de Carlos, y esperaban ansiosos una buena noticia ese día, sin embargo algo les hacía dudar de la buena resolución de aquel asunto. Esa misma mañana comenzaría la búsqueda y el rastreo por el pueblo, en concreto por los bosques y la playa. La Guardia Civil ya tenía preparados sus efectivos en esos lugares. Algunos vecinos se habían ofrecido voluntarios para rastrear los bosques. A las ocho en punto comenzaba la batida.
El cielo grisáceo y plomizo contribuía a dar al escenario un ambiente de desasosiego. 
Cubierto con su viejo gabán, el General Alfonso Uribe estudiaba el terreno y daba a sus hombres las órdenes pertinentes. Otro efectivo se hallaba inspeccionando las rocas de la playa. Iba a ser un día complicado. El General intuía la tragedia. A su lado el comisario Aldana, de la Brigada de Homicidios de la Coruña, que había sido enviado para investigar el caso sin resolver de Ermelinda, intercambiaba opiniones con sus dos agentes. El resto de los allí congregados no podían evitar comparar aquella situación con la desaparición hacía un año de la joven Ermelinda. 

___________________


Hortensia Alvarez se había despertado temprano aquella mañana. Después de abrir el estanco, y hacer algunos quehaceres, dejó a su sobrino Eduardo a cargo del establecimiento, alegando que esa mañana tenía mucho trabajo por delante.
Embutida en un fino abrigo se encaminó hacia el bosque donde se iba a producir la primera batida. 
El frío aire matutino estimuló su agudeza mental. Sabía que él estaría allí, y eso no pensaba perdérselo. 
Las nubes caían amenazantes sobre los bosques, como si supieran lo que iba a acontecer.  
Una ligera neblina daba al paisaje un halo fantasmal, no exento de una belleza deslumbrante. 
Hortensia aligeraba su paso con apremio. Miró su reloj. Ya habrían empezado.
Al cruzar el pequeño arroyo se topó con el coronel Quiroga. Una leve inclinación de cabeza fue el único saludo que intercambiaron.
"¿Qué hará el viejo éste aquí? ¿También siente curiosidad o quiere prestarse voluntario?", pensó incomoda 

Llegó sin resuello al centro del bosque.  
Abriendo los ojos como platos contempló toda la escena policial.
Unos cuantos curiosos se habían acercado al lugar formando un corrillo. En el centro, algunos jóvenes voluntarios intercambiaban opiniones con los agentes. Los pastores alemanes ya estaban preparados. 
Hortensia atisbó con la mirada 
El anciano coronel Quiroga, fumando su pipa, la observaba desde un extremo. Ella siguió recorriendo los rostros de los allí presentes con inquietud.
Fue entonces cuando lo vio
Leopoldo Núñez, elegantemente ataviado, charlaba con el comisario Aldana. 
La expresión de su rostro revelaba gravedad y también algo más, eso que Hortensia percibió en el rostro del alcalde aquella noche, víspera del día de difuntos de 1946.

La mirada del lobo acechante…

___________________


Capítulo XXIX
Sin aliento


Alfredo Bosco se hallaba ocupado en los jardines de Lumbelier. Era su primer día de trabajo y aunque la inquietud creciente por los acontecimientos del pueblo y por su propio estado emocional, lo invadía, no podía evitar sentir cierto alivio por estar cerca de ella. Esperaba que la mujer no se diera cuenta, pero él se había auto declarado como su protector, y mientras él anduviera cerca, nada malo le sucedería al hada de Lumbelier,  se lo había prometido a sí mismo. 
No obstante algo le martilleaba sin cesar, algo que durante años había relegado intencionadamente en lo más hondo de su conciencia y que ahora afloraba a la superficie :

El cuadro de la biblioteca…

La señorita Lily se hallaba trabajando en su novela. Intentaba en vano recuperar el hilo creativo que había seguido el día anterior, pero era inútil. No lograba concentrarse. Algo fallaba y ella sabía porqué. 
La duda había regresado para desestabilizarla. Le incomodaba profundamente, pues desde que fuera dada de alta en el sanatorio, no había vuelto a dudar de su estado mental.
La extraña visión en el cuadro el día anterior había traído de vuelta muchos interrogantes sobre su estabilidad psicológica. Dejó de teclear y encendió un cigarrillo. 
El jardinero había comenzado esa mañana su trabajo. Parecía buena persona, pero la observaba de un modo extraño, como si la vigilara. Lo había saludado esa misma mañana al llegar él para realizar su trabajo. El hombre llevaba ya varias horas inmerso en su faena sin apenas tomar un descanso. Pensó que no estaría mal acercarse a él y ofrecerle un refresco o un café, aunque solo fuera por educación. 
Lily abandonó el escritorio con esta idea en la cabeza y al pasar por delante del cuadro, necesitó comprobar de nuevo que todo estaba normal.

No obstante, al fijar bien la vista algo la dejó sin aliento. 

Allí, tras la misma ventana de la casa donde el día anterior había presenciado fugazmente la figura de un hombre con una pistola en la sien, se hallaban ahora pintadas las figuras de dos hombres forcejeando violentamente. 
En milésimas de segundo un sinfín de interrogantes giraron por su cabeza. Lily se sintió desfallecer. Escuchó los latidos de su corazón golpearle las sienes. 
¿Qué era aquello, y qué significaba? 
Contrastaba terriblemente con la bucólica serenidad del cuadro. Lily sabía que no era producto de su imaginación. Lo estaba viendo con sus propios ojos, y la escena pintada tenía el mismo color y textura que el resto del lienzo, pero al igual que la figura del hombre del día anterior, no pertenecían a la pintura original. Habían sido agregadas... 
Pero ¿por qué y por quién?
¿Alguien pretendía gastarle una broma o asustarla? 
O peor aún, ¿su mente le estaba jugando una mala pasada?

Otra vez la duda…

Era la misma ventana en la que el día anterior había visto la figura pintada de un suicida. 

La ventana de la biblioteca... 
La habitación donde ahora se encontraba. 

Lily sintió como las cuatro paredes comenzaron a girar sobre ella como si quisieran tragársela.
Salió despavorida de la biblioteca, cruzó el vestíbulo y salió afuera. 

Llegó corriendo hasta el fondo del jardín, donde Alfredo Bosco trabajaba afanosamente. 
Nada más verla el jardinero contuvo la respiración. 
La mujer estaba pálida y parecía que había visto un fantasma.  Dejó la azada y se acercó a ella con expresión interrogante.
Lily le tiró del brazo impacientemente. 

- ¡Rápido, venga! Tiene que ver esto. Si no pensaré que me he vuelto loca...


Apresuradamente condujo al jardinero hasta la biblioteca y le señaló un punto del cuadro.

- Mire bien, se lo ruego. Ahí en la ventana que da a la biblioteca... 


Alfredo aguzó la vista, tal y como Lily le indicó, pero en esa ventana pintada en el cuadro, no vio nada…

Ella lo observaba fijamente conteniendo el aliento y tratando de no mirar al cuadro. 

- No veo nada, señorita…Solo la ventana pintada.

Lily abrió los ojos desmesuradamente. Desvió la mirada de nuevo hasta la ventana del cuadro, y efectivamente, no había nada. Las figuras pintadas de los dos hombres forcejeando habían desaparecido.
Pero ¿cómo era posible eso? Estaba segura de haberlo visto. No había sido una alucinación. No podía serlo, y sin embargo…
Bajó la mirada ante los ojos del hombre. Se sintió avergonzada y ridícula delante de él.
Alfredo Bosco volvió a mirar la pintura intentando que su rostro no reflejara la inquietud que sentía por volver a estar delante de aquel cuadro, cuya primera visión a la edad de ocho años estuvo a punto de trastocarle la razón. 
Lo que él y su amigo vieron ese lejano día eran ese tipo de cosas por las que encierran a la gente. Nunca se lo contaron a nadie. 
A lo largo de su vida y en sueños, esa imagen sobrenatural, había acudido a su mente para atormentar su descanso, pero en los últimos tiempos se había vuelto más difusa y lejana, como si nunca hubiera existido. Así lo había decidido él.
Sin embargo, al ser contratado para arreglar los jardines de Lumbelier el asunto había ido emergiendo hasta la superficie. 
Ahora, por segunda vez en su vida, volvía a estar delante de aquel fabuloso enigma y no sabía cómo reaccionar. 
El cuadro estaba en su estado normal, pero por lo visto estaba causando problemas al hada de Lumbelier. 
Le sorprendía que los propietarios hubieran dejado esa pintura tan valiosa en una casa que frecuentemente estaba deshabitada. No sabía mucho de Lumbelier en la época actual, pero su abuela siendo niño le había contado algunas cosas sobrecogedoras del lugar y ya entonces era bien sabido que era una "casa con historia". Aquella lejana tarde de octubre de 1946 había podido comprobarlo por sí mismo. 
Sabía por instinto que la mujer debía haber visto algo inusual y que no lo debió haber imaginado, pero prefirió callar y dejar que fuera ella la que confiara en él. No obstante, Lily guardó silencio y fingió no darle importancia al asunto. 

- ¡Oh, disculpe!,  creo que la vista me jugó una mala pasada...Soy escritora y bueno...Esta casa me impacta mucho. Siento haberle molestado. ¿Quiere tomar algo?


Alfredo asintió comprensivo sabiendo que la mujer no iba a confiar en él, pero siendo consciente de que ella había visto algo extraño en el cuadro. 
La escudriñó intensamente antes de responder :

- No, gracias, señorita Lily. Tengo el almuerzo en mi furgoneta.  Tal vez otro día. 


Ella asintió aliviada. No tenía muchas ganas de seguir hablando, sólo quería intentar calmarse y buscar una explicación lógica para aquel enigma. Pensó que un paseo por la playa le iría bien.

Antes de despedirse de ella para volver a su trabajo, Alfredo Bosco no pudo evitar decirle :

- Usted no se preocupe, señorita. Todo irá bien.


____________________


Capítulo XXX
El Caso


Carlos Ramírez fue dado por desaparecido en extrañas circunstancias. Las batidas de ese día y de los días posteriores no dieron ningún resultado y al igual que el año anterior con la misteriosa desaparición de Ermelinda, el asunto dio para muchas especulaciones entre los lugareños, quienes debido a las amistades peligrosas del joven para sus trabajos para el CESID, pensaron que había debido sufrir un ajuste de cuentas o algo más turbio. 
Su ex novia Julieta se ocupó todo el tiempo de la anciana madre de Carlos, y a los pocos días se trasladó a vivir con ella, con la aprobación de sus propios padres, que vivían en el otro extremo del pueblo. Todo el mundo aplaudió este hecho. La pobre señora Bermejo había empeorado de salud y apenas podía valerse por sí misma. Tener a Julieta cerca le vendría muy bien.
Fueron quince días de intensa actividad en Cumbeira Do Norte, pues varios corresponsales del diario "El Caso" que investigaban desapariciones extrañas por la zona, se habían trasladado al pueblo a raíz del asunto de Carlos. Nada se concretó de las investigaciones de los periodistas, pero todo el mundo coincidió en la idea de un ajuste de cuentas.
Todo el pueblo parecía estar de acuerdo en eso.
Todos menos el comisario Aldana, quien sospechaba que algo mucho más oscuro se ocultaba tras la desaparición del joven, como intuía también que la desaparición de Carlos estaba relacionada con la de la joven Ermelinda un año atrás. 

___________________


Capítulo XXXI
Una mujer sola


En Lumbelier, la señorita Lily no lograba zafarse de su inquietud. El entusiasmo previo que había experimentado durante la mudanza había desaparecido. Era como si su antigua ansiedad hubiera regresado amenazando cualquier instante de belleza o de paz.
Y en cuanto a la biblioteca de la casa, Lily dejó de usarla como despacho, procurando entrar lo menos posible.
Lily pasaba largas horas en su sala de estar, leyendo o viendo la televisión. Cuando cruzaba el ancho vestíbulo evitaba pasar cerca de la puerta de la biblioteca, como temerosa de sufrir el inevitable impulso de entrar y descubrir otra siniestra imagen en el cuadro.
Como deseosa de buscar un lugar tranquilo en la casa para poder volver a conectar con su yo creativo, se acostumbró diariamente a pasar algunos ratos en la pequeña terraza que daba al salón principal, la de la fuente con la Venus de Milo en el centro, que por estar cubierta de altos arbustos impedía que Lily fuera observada desde fuera. 
Le gustaba sentarse allí por las noches y disfrutar de la brisa nocturna y del aroma de la maria luisa que ocupaba el mini jardín de la terraza, esperando que la inspiración regresara, sin embargo al poco tiempo, al sentir que su creatividad se había estancado y no progresaba, pensó que las musas se habían esfumado para siempre. 
Se sentía incómoda y molesta consigo misma, porque Lily pensaba que la visión de aquellas imágenes en el lienzo era producto de su imaginación y la inequívoca señal de que su enfermedad nerviosa había regresado. Sólo hallaba cierta calma paseando por la playa y también por los bosques limítrofes a Lumbelier.  Al pueblo apenas se acercaba, salvo en su automóvil para hacer la compra semanal, y siempre procuraba no ser vista por nadie. Era consciente de que los lugareños murmuraban sobre ella.

"Una mujer sola viviendo en una casa solariega con historia". 

No le importaba mucho lo que dijeran. Lily era de esas raras personas que vivían de dentro hacia fuera y lo que pensaran de ella los demás apenas le incomodaba; solo se reprochaba una cosa, haberse dejado vencer de nuevo por sus temores absurdos y por la duda creciente de su inestabilidad mental, y todo por unas imágenes pintadas en un lienzo.
También estaba indignada consigo misma por haber perdido la inspiración y haber abandonado su novela. Se consolaba a sí misma diciendo que pronto pasaría esa crisis, que todo era producto del estrés producido por el cambio de casa, por las historias escuchadas sobre Lumbelier, y por el ambiente del pueblo después de la desaparición del joven Carlos.
Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos, Lily fue entrando poco a poco en un estado de melancólica apatía, siendo ajena a que alguien la vigilaba muy de cerca...

Y no era solo el jardinero.

_________________


Capítulo XXXII
Confesiones


Carola Luengos agachó la cabeza delante de él. Era un momento complicado para ella, pero debía ser fuerte y anunciar su decisión. Él la comprendería, y tal vez…
No lo conocía mucho, pero lo tenía por un hombre honesto y cabal.
También estaba lo otro, eso con lo que ella no contaba, y que era el motivo de que ahora estuviera delante de él a punto de confesarle lo que nunca creyó que le confesaría a ningún hombre, y que además era el motivo de su decisión. 

- No puedo seguir con esto, Victor. Ese hombre me da miedo. Quiere algo más de mi, y sabes que yo no soy una cualquiera...No estoy dispuesta a… Bueno, ya te lo advertí cuando me ofreciste el trabajo, y estuviste de acuerdo. Además…hay otra cosa... 

Carola alzó la vista y clavó sus azules ojos en él como pidiendo ayuda.

- He descubierto que estoy...

Victor la miró con los ojos muy abiertos, aterrado por lo que la pelirroja pudiera revelarle.
Se hallaban de pie en un saloncito del hotel donde Victor se alojaba, que por fortuna y a aquella hora, se hallaba vacío. Era reacio a verse con ella en cualquier lugar del pueblo, pues si llegaba a oídos del alcalde que los dos se conocían, podía atar cabos y entonces descubrir que Carola trabajaba para Victor. 
Se mantenían en contacto a través del teléfono, y por carta; También en alguna ocasión se habían citado en una cafetería de una localidad cercana, pero sus entrevistas solían tenerlas en El Parador del Olvido, un parque natural a una milla del pueblo; pero aquella tarde Carola le había insistido en que debía verlo para decirle algo muy importante, y no teniendo tiempo para buscar otro sitio más discreto se habían citado allí. 
El joven giró la cabeza hacia la puerta del saloncito, temeroso de que alguien pudiera entrar. La sujetó por los hombros y le preguntó alterado : 

- ¿Qué has descubierto? ¡Habla Carola!

Ella se mordió el labio inferior y cogió aire antes de añadir con lágrimas en los ojos : 

- He descubierto que...me he enamorado...de ti...

Desvió la mirada avergonzada mientras Victor la observaba asombrado, sin dar crédito a lo que estaba escuchando. Había esperado escuchar cualquier cosa menos eso.
El hombre esbozó una mueca burlona mientras trataba de comprender este nuevo aspecto de la situación.
¡Esta si que era buena!
Había contratado a una Mata Hari aficionada y además romántica,y además honesta, y además se había enamorado de él. 


__________________



Capítulo  XXXIII
Un nuevo giro


A Victor no le quedaba en su vida mucho sitio para los sentimentalismos. Todo lo que sabía de las mujeres es que siempre acababan dándole problemas. Así que después de una relación que en su caso duró más tiempo de lo habitual, poniendo a prueba su sistema nervioso, procuraba mantenerse alejado lo más posible de ellas. 
Estaba en una etapa difícil de su vida, y no quería tener demasiadas complicaciones. 
Desde que cumplió la mayoría de edad, Victor solo encontraba satisfacción en el hecho de que algún día vengaría la muerte de sus padres, fusilados por rojos al finalizar la guerra civil. Hecho que lo llevó a él y a su hermano pequeño a ser enviados a un hospicio después de aquello. Toda su adolescencia y posterior juventud la empeñó en idear su venganza. Cuando conoció el nombre del que había delatado a sus padres ya no tuvo la menor duda de que llevaría su empresa a cabo. Sin embargo, él no era un asesino, por lo que el tipo de venganza que llevaría a cabo sería diferente, pero altamente satisfactoria.
Procedente de Lugo, se trasladó al pueblo hacía sólo dos años. Ser admitido como secretario personal del alcalde no fue demasiado complicado. Su historial era impecable, y demasiado brillante como para no ser tenido en cuenta. Sin embargo, lo difícil fue tener que fingir cordialidad y respeto ante él, y sobre todo, contener su ira cada vez que lo tenía delante.
Como secretario de Leopoldo Núñez no había descubierto gran cosa sobre su jefe, solo líos de faldas, y esas cosas.
Pero hacía unas semanas y a través de Carola, había descubierto que el alcalde era el propietario anónimo de Lumbelier.

Y eso sí le llamó la atención 

Recordó la primera vez que había escuchado ese nombre, y fue en boca de la malograda Ermelinda. La chica solía hablar de esa casa, pero él no podía relacionarla entonces con el alcalde, sin embargo, con esta información nueva, el asunto tomaba un cariz diferente.
Un año y medio atrás había contratado los servicios de una joven del pueblo, Ermelinda Cifuentes, para espiar al alcalde y sacar información jugosa que él pudiera utilizar contra su jefe, pero la chica era bastante ligera de cascos, muy fantasiosa, y temeraria. Al poco tiempo rompió su trato con él. Esto le enfureció, pues le había dado a Ermelinda un dinero adelantado por un trabajo que ella no había hecho aún, y así se lo hizo saber a ella, pero Ermelinda lo amenazó con denunciarlo al alcalde por espionaje si no la dejaba en paz. Era nuevo en el pueblo y debía andarse con cuidado. Después se enteró que Ermelinda se había convertido en la nueva amiguita del alcalde, y que al mismo tiempo salía con Carlos, el chico de los recados en el Ayuntamiento.
Tomó una actitud prudente ante esta situación y guardó silencio, esperando otra oportunidad más adelante.
Cuando Ermelinda desapareció misteriosamente poco después lo achacó al carácter alocado de la joven, quien tal vez se había ido del pueblo con algún indeseable. Sin embargo siempre tuvo la duda de que algo turbio se escondía tras esa repentina desaparición. 

La pasada primavera en un viaje a Lugo conoció a una corista muy atractiva, inteligente y con cierta clase, por lo que después de trabar amistad con ella no dudó en ofrecerle el empleo, seguro de que esta no le fallaría como Ermelinda. Además Carola resultó ser mucho más formal y sensata de lo que en un principio se imaginó. En sólo dos citas con el alcalde había descubierto que era el propietario anónimo de Lumbelier, y eso solo coqueteando ligeramente con él. Sin duda era una mujer brillante y en la que él podía confiar. 
También la pelirroja le había informado de la intención del alcalde de abandonar su cargo público en Cumbeira Do Norte y embarcarse en la política nacional del país, presentándose en las nuevas elecciones generales, y con vistas al Congreso de los Diputados. Sin embargo todavía no le había proporcionado información suculenta y sabía que un hombre de su naturaleza debía tener muchos esqueletos en el armario. Un hombre que había vendido a sus propios camaradas después de la guerra, un ser sin escrúpulos como el bastardo que delató a sus padres, debía tener a la fuerza algún turbio asunto que ocultar y él iba a descubrirlo.
Muy pronto los hombres como Leopoldo Núñez, iban a dejar de estar protegidos por la ley, y deberían responder por acciones pasadas.
Y entonces él aprovecharía esa oportunidad. Solo debía encontrar algo, algo que él pudiera utilizar contra él llegado el momento, pero ahora, la delicada Mata Hari añadía una nuevo giro al argumento y él no estaba preparado para ello.

- No estoy para bromas, Carola … - se arrepintió de decirlo al ver la expresión de la chica 

- Siento haberlo dicho, Victor, pero es la verdad, por eso no puedo seguir... - respondió ella con gesto de gravedad 

Víctor se sintió molesto. ¡Maldita sea! La chica parecía sincera, pero no era el momento para algo así.
Era un contratiempo.
El alcalde se había encaprichado de ella y no la iba a soltar fácilmente sin descubrir antes que alguien se la había puesto para espiarlo.
Victor Suárez no era un sinvergüenza, ni un miserable, sin embargo lo que estaba sopesando en su cabeza le hizo tener esa idea de si mismo. Por experiencia sabía que las mujeres cuando se sentían amadas eran capaces de cualquier cosa. Tal vez si él fingía que también se había enamorado de ella, Carola aceptaría seguir trabajando para él y por lo tanto, citándose con el alcalde.
Le sonrió tiernamente cuando le dijo : 

- Es un inconveniente, Carola, pero a lo mejor no eres la única que se ha enamorado.

Se sintió un monstruo cuando le dijo eso.


____________________


Capítulo XXXIV
Las amigas 


Al día siguiente Hortensia Alvarez tocó al timbre de la verja de Lumbelier.  Eran las tres de la tarde y pensó que la inquilina debía encontrarse en casa a esa hora. Sabía que era algo sedentaria y por lo tanto no andaría muy lejos; como sabía también que tenía un carácter algo hosco y huidizo, aunque a ella nadie se le resistía. 
Apretó el timbre de nuevo 
Se felicitó a sí misma cuando vio a Lily encaminarse hasta la verja de entrada. 
La saludó cortésmente 

- ¡Oh, muchas gracias! Espero no molestarla. Soy Hortensia Alvarez, la estanquera del pueblo.  La he visto algunas veces en la tienda de ultramarinos y como se instaló aquí hace unas semanas quería darle la bienvenida. No pude antes por el asunto del pobre Carlos. Bueno, solo quiero que sepa que si alguna vez necesita algo estaré encantada de ayudarle.  Espero que su estancia en Lumbelier sea lo más agradable posible.

Lily la escuchó sorprendida mientras la observaba atentamente. Parecía sincera y era muy locuaz. Iba vestida con un traje de mezclilla gris. Su cabello corto formaba un casco de bucles rojizos sobre su cabeza. Debía tener unos 50 años. Se la veía una mujer vigorosa, y extrovertida. 
La mujer sacó de su cesto un recipiente de plástico envuelto en papel de aluminio que entregó a Lily con una sonrisa triunfal. 

- ¡Mi pastel de moras! Espero que le guste.

Lily le sonrió gratamente 

- ¡Oh, que amable! Muchas gracias, Hortensia. Es la primera persona del pueblo que me da la bienvenida. 

Hortensia intentaba prolongar la conversación mientras trataba de escudriñar el interior de la hacienda. Al darse cuenta de que la joven parecía tener prisa, le dijo : 

Si lo desea puede hacerme una visita cuando guste. Estaré encantada de tomar un café con usted. Vivo arriba del estanco, en la Calle de los carabineros, número 7; pregunte por Hortensia. Trabajo toda la semana, pero los viernes y los fines de semana descanso, y me sustituye mi sobrino. Cualquier día de estos puede venir a verme. Será un placer charlar con usted. 

Lily asintió con la cabeza, y prometió que así lo haría. No sabía porqué, pero le gustaba esa mujer. Había algo en ella que le resultaba vagamente familiar. 


____________________


En su lecho de enferma Rosamunda Bermejo se aferraba a la mano de su ex nuera Julieta. La chica se estaba portando tan bien. No solo cuidaba de ella como una hija, sino que se ocupaba del mantenimiento de la casa, la compra y otros menesteres. Desde la desaparición de su hijo Carlos Julieta había sido su ángel guardián. 

- … Niña, has sido muy buena conmigo…No sé cómo pagarte lo que estás haciendo por mi...

Julieta agachó la cabeza emocionada. Con sus padres no se llevaba muy bien. Vivían en el otro extremo del pueblo.  Siempre estaban recriminándole cosas, como si nunca estuvieran contentos con ella. Había recibido poco cariño de ellos, eran muy severos e intransigentes.
Pero Rosamunda era otra cosa.
Desde que Carlos la llevó a la casa y la presentó como su novia, enseguida tuvo una conexión especial con la anciana.

- Me hubiera gustado tanto que tú y él...ya sabes, pero ahora es imposible... - dijo la mujer apenada

Julieta le acarició tiernamente la mejilla tratando de consolarla. 

- ...Lo sé querida, pero no se torture. A él no le gustaría verla así. 

Rosamunda besó la mano de Julieta con ternura y gratitud,  pero de repente la expresión de su rostro cambió. Su tez se puso blanca y empezó a balbucear.  

- Creo...creo que a Carlos lo mataron y sospecho quién pudo hacerlo…


Capítulo XXXV
El Hotel Azur 


Por la tarde del día siguiente, Leopoldo Núñez en su habitación del Hotel Azur comenzaba a impacientarse. Movía lentamente su copa de jerez mientras miraba por la ventana. Se había citado allí con Carola, parecía que la chica había decidido al fin ser amable con él, lo que no dejaba de ser sorprendente.
El Hotel Azur se hallaba en una comarca algo distante de Cumbeira Do Norte. Era un sitio discreto, sin embargo, era muy arriesgado para un hombre de su posición quedar en un sitio como aquel con una mujer. Él era un hombre muy conocido en toda Galicia, y cualquiera podía reconocerle. No debía cometer ninguna torpeza ahora que iba a dar el salto a la política nacional. Debía ser muy cuidadoso, y también debía encontrar el momento de hablar con su esposa del asunto, pues todavía no la había informado. Últimamente la notaba algo alterada.  
Suspiró aliviado al pensar lo bien que se había resuelto el asunto de Carlos, pero ahora debía concentrarse en su próxima meta : el Congreso de los diputados. Ya había hablado con cierta gente. Estaban ansiosos por su incorporación a las listas electorales. Había programado su traslado a Madrid antes de la próxima Navidad, pero debía de pensar en cómo y en qué momento les daría la noticia a los miembros de la Junta. Sabía que algunos estarían encantados de perderle de vista.
En cuanto a sus votantes y al resto de los lugareños del pueblo,  no estaba aún muy seguro de cuál sería la reacción, pues aunque era un hombre muy valorado y apreciado por todos, los tiempos estaban cambiando y él representaba una época que las nuevas generaciones querían superar. 
No obstante, su nivel de popularidad en el pueblo se encontraba en su punto más álgido, pues los lugareños seguían estando agradecidos con su gestión como alcalde. 
Pocos eran los vecinos que no habían sucumbido a su enorme carisma, aunque era consciente de que cierta persona se la tenía jurada hacía años.
La chismosa de Hortensia Alvarez 
El alcalde no ignoraba que la mujer lo tenía en el punto de mira de su odio desde hacía años, cuando él fingió un interés romántico hacia ella que no sentía. La muchacha se hizo ilusiones al respecto. Leopoldo sonrió burlonamente. No fue ninguna tontería trabar amistad con la fea del pueblo, la chica más solitaria e impopular de Cumbeira Do Norte. A él le vino bien, pues le ayudó a cambiar la opinión que los lugareños tenían de él, y bien sabía él la falta que eso le hacía. Se volvió muy popular de repente. Sonrió de nuevo; pero menudo tostón fue ser amigo de aquella palurda sin sangre en las venas. Era tan mojigata que le producía arcadas. 
Todo el mundo se tragó el cuento, hasta la hija del notario con la que él estaba prometido y que al comenzar él su amistad con Hortensia, rompió su compromiso. Fue una gran actuación y nadie sospechó nada, como tampoco sospechó nadie de su relación con Celia Villanueva, la esposa del último propietario de Lumbelier. 
Se puso rígido al recordar cómo acabó aquella historia. 
Pero habían pasado ya 30 años de aquello.
Fue la víspera del día de difuntos de 1946
Desde aquella noche Hortensia cambió radicalmente con él.
Era como si…
Bueno qué más daba. 
Después conoció a Adela, su esposa. Un bombón recién llegado al pueblo, con muchos prejuicios, pero con unas curvas de escándalo. El tipo de mujer que le encendía la sangre. Fue fácil conquistarla, pero imposible conocerla, y mucho menos satisfacerla, pues su esposa nunca parecía estar conforme con nada. Sin embargo, representaba su papel de esposa del alcalde a la perfección. Él estaba al tanto de la afición de su esposa por el ocultismo y no se inmiscuía, como tampoco ella se inmiscuía en las aventuras extra matrimoniales de su esposo. Era un pacto de silencio que sin decir una palabra los dos cumplían. El alcalde hizo una mueca burlona mientras pensaba que a pesar de todo Adela había sido una buena esposa. Si, había hecho bien su papel, sólo había fallado en una cosa : "En darle un hijo".
Era lo único que le reprochaba a su esposa.
Se deshizo el nudo de la corbata con gesto impaciente. Dio otro sorbo de jerez y se tumbó en el sofá mientras pensaba en Carola. Su corazón comenzó a latir con fuerza. 
Por regla general solía cansarse rápidamente de sus amantes. Todas acababan volviéndose controladoras, posesivas e insoportables, pero con Carola era distinto, y aún no sabía porqué…
Aquella preciosa joven de 30 años le atraía con una fiereza casi animal, y sabía que no era sólo por sus encantos, sino por otra cosa que la chica tenía y en ninguna de sus amantes había percibido : "Clase". Carola poseía una distinción natural, una elegancia y dignidad innatas, y eso producía en él un deseo de no sólo querer poseer su cuerpo, sino también su mente y su alma. 
Además era la primera mujer que se le resistía y eso le excitaba mucho más, aunque aquel día todo parecía indicar que iba a darle al fin lo que él llevaba reclamando desde que la conoció. 
Leopoldo miró impaciente su reloj. La chica se retrasaba ya media hora.
¿Qué le habría pasado?


__________________


Capítulo XXXVI
Despechada

Carola Luengos frente a su tocador se cepillaba el cabello. Eran las cuatro de la tarde y no le apetecía salir. Tenía jaqueca y solo deseaba tumbarse en el sofá con su novela favorita. Su melena cobriza caía seductora sobre sus hombros. Ante el espejo Carola no podía contener las lágrimas pensando en su última conversación con Victor. Sabía que él había mentido al decirle que él también se había enamorado de ella, y lo había hecho para que siguiera trabajando para él, es decir, para que siguiera viéndose con el alcalde. Que estúpidos eran los hombres y que poco sabían del corazón de una mujer enamorada. Pero ¿por qué un hombre culto y noble como Victor tenía ese empecinamiento enfermizo en querer vengarse del alcalde? Bien es cierto que Leopoldo era un hombre inquietante y seguro que se habría creado muchos enemigos, pero, ¿por qué precisamente un chico como él, serio, honesto, con una educación y reputación intachable, tenía ese afán por querer descubrir algún secreto inconfesable del alcalde para destruir su carrera política? 
¿Y por qué deseaba vengarse de él?
Recordó la noche que conoció a Victor. Fue en Lugo; acababa de terminar su función en el teatro cuando él la abordó en la calle. Fue muy cortés y caballeroso. Alto y apuesto, parecía diferente de los demás. Después de unas copas y una agradable charla le propuso quedar para cenar la noche siguiente. Ella aceptó porque había quedado encantada con su brillante conversación, sus buenos modales y porque intuyó que tras esta invitación no había ningún oscuro motivo. Su intuición casi nunca le fallaba. A la noche siguiente él la llevó a un elegante restaurante de la ciudad, y después del café fue cuando él le hizo la inesperada propuesta. Al principio rehusó y se sintió molesta, así se lo hizo saber a Victor, quien disculpándose con ella le dijo muy serio : 

"No es lo que te imaginas…"


Sin embargo ella se sintió ofendida y rechazó la oferta, pero después cuando la compañía rescindió su contrato no tuvo más remedio que aceptar. Era demasiado dinero para ser rehusado. Cierto era que solo se trataba de tomar unas copas y coquetear con un hombre poderoso para sacar información, no había nada más, así se lo volvió a asegurar Victor, pero lo que la incomodaba era que el hombre le hubiera hecho ese tipo de propuesta.  
Aunque no era inocente respecto a los hombres, no tenía demasiada experiencia con ellos, salvo una relación con un cómico que acabó dejándola por otra, Carola apenas tuvo trato con hombres. Sin embargo necesitaba el dinero urgentemente. Debía mantener a su anciana madre que vivía sola en un pueblo de Lugo, sin recibir ninguna pensión, y proyectaba en un futuro comprarse una casita en la costa, para poder vivir allí con su madre. En los planes de Carola no cabía ningún hombre, pues su corazón había sido roto a los 20 años cuando el hombre del que estaba enamorada y al que se había entregado, la dejó para casarse con otra. Carola, romántica en exceso y despechada, se prometió no volver a sufrir nunca por ningún hombre y huyó todo lo que pudo de compañías masculinas. Sin embargo era increíblemente atractiva, y aunque su actitud en el teatro y fuera de él estaba más cerca de la de una secretaria que de la de una corista, era consciente de las miradas de deseo cuando bailaba en el escenario junto a las chicas del coro, pero mantenía a raya a todos sus admiradores y les recordaba que ella no era de esas. Sin embargo, ahora había aceptado flirtear con un hombre poderoso a cambio de dinero y aunque solo se trataba de coquetear, ella sentía que su aprehensión había aumentado, sobre todo al comprobar que se había enamorado de Victor, pero que él no sentía nada por ella.
Dio un respingo al recordar que Leopoldo la esperaba esa misma tarde en una habitación del Hotel Azur. 
El alcalde le había hecho la sucia propuesta de pasar unas horas con él en un discreto lugar de una comarca vecina. Ella se había negado indignada, pero después, dolida de su entrevista con Victor, telefoneó al alcalde y le dijo que accedía a verse con él en el Hotel Azur, sabiendo que no acudiría a la cita y para darle una lección a Victor, y de paso también al alcalde. 
Se sentía herida, desengañada, pero perdidamente enamorada, y eso era un grave problema. 
Carola suponía que al darle plantón al alcalde a propósito, este se ofendería y ya no desearía volver a saber nada de ella.
No le importaba demasiado lo que el alcalde dijera al no acudir ella al hotel Azur,  solo quería que Victor se disculpara por haber fingido estar enamorado de ella para que siguiera trabajando para él.  
Y si no se disculpaba es que no merecía la pena. Se había enamorado de un miserable, y era preferible estar sola. Dejaría el pueblo y regresaría al pueblo con su madre. No era la primera vez que un hombre le rompía el corazón.
Sobreviviría 
Se dirigió al teléfono y marcó un número. Después de unos interminables segundos escuchó la voz autoritaria de Leopoldo Núñez al otro lado del hilo telefónico.

- Lo siento, Leopoldo. No puedo...Creo que no debemos vernos más.  

Y con gesto firme colgó el auricular no sin antes escuchar la voz del alcalde preguntar irritado:

- ¿Qué significa esto, Carola?


___________________


Capítulo XXXVII
El coronel Quiroga 


El comisario Aldana tomaba una copa en la Taberna del Marino Feliz. Aunque el caso de Ermelinda estaba aparentemente cerrado, él y sus hombres seguían investigando por su cuenta. Para el comisario la relación con el caso de Carlos Ramírez estaba muy clara, pero para no entorpecer las investigaciones de la Guardia Civil con el último asunto, se dedicaban a indagar procurando no llamar demasiado la atención.  
Él sabía que el muchacho antes de desaparecer solía dejarse caer por la taberna con frecuencia y esperaba que alguien, confidencialmente, pudiera darle alguna información. No sería fácil. Pues los lugareños eran desconfiados por naturaleza, y tenían un temor ancestral a la policía, aunque también sabía que de conocer alguien algo relevante no tardaría mucho en confiárselo a él, extraoficialmente, claro está.  
Echó un vistazo al local. Los más mayores estaban jugando su partida diaria de Mus. Al fondo, el secretario del alcalde, Victor Suárez, leía el periódico con atención. Le intrigaba ese chico. Era demasiado perfecto para ser auténtico, y además, había escuchado algunos rumores respecto a cierto asunto. Sería interesante mantener una charla con él, eso sí, sin despertar ningún tipo de alerta en el joven. 
El anciano coronel Quiroga no le quitaba los ojos de encima. Debía de andar cerca de los 90. Había sido un héroe durante la guerra de Marruecos, siendo muy respetado por ello. Era uno de los más ancianos del lugar y lo sabía todo de todo el mundo, sin embargo, el hombre era desconfiado por naturaleza y parco en palabras. Según habían descubierto sus hombres, Carlos y el viejo solían conversar mucho últimamente. El comisario Aldana no sabía cómo entrarle al hombre sin generar demasiadas sospechas. Después de finalizar la partida, el anciano coronel se acercó a la barra y pidió una infusión. Se acarició el estómago con expresión de malestar, mientras ladeaba la cabeza hacia el comisario.

- A mi edad, ya se sabe...todo son achaques 

El comisario asintió mientras lo observaba con atención. Parecía que el viejo tenía ganas de hablar. 
El coronel Quiroga que era un hombre muy alto hizo un ademán y se inclinó hasta el oído del comisario. 

- ...Lo del joven Carlos no fue un ajuste de cuentas; fue otra cosa…-  le susurró el viejo


El comisario Aldana puso toda su maquinaria mental en funcionamiento, y midió mucho sus palabras antes de agregar :

- ¿Sabe usted algo, coronel?

El anciano abrió los ojos desmesuradamente 

- No mucho, pero me lo imagino...Carlos podía ser un simple, pero no se le escapaba nada de nadie. En los últimos tiempos solíamos hablar y me pedía consejo sobre ciertos asuntos. ¿Sabe? Creo que yo era el único en quien confiaba. Fui compañero de batallón de su padre durante la guerra de Marruecos. El muchacho me respetaba y admiraba por eso. Me reveló algunas cosas, aunque de otras ya estaba yo al tanto por mis contactos. Los del CESID no apreciaban mucho su forma de trabajar, y habían prescindido de sus servicios, pues según alegaban ellos, Carlos se "inventaba las historias" o robaba información a otros compañeros. Debido a que los del CESID ya no iban a requerir de sus servicios, Carlos estaba muy furioso con ellos y a veces bebía más de la cuenta.  Yo le daba buenos consejos, pero si no le gustaban se enfadaba conmigo. Él odiaba el pueblo, tenía sus motivos, que por supuesto yo no compartía. Planeaba marcharse de aquí con su madre, pero no tenía dinero. Una tarde que lo piqué un poco se explayó conmigo. Me contó que poseía cierta valiosa información sobre "alguien" e iba a poner todas las cartas sobre la mesa. Un buen negocio, me dijo. Nada que ver con sus anteriores trabajos para el CESID y cosas de esas. Esta vez era un asunto personal. Según me dio a entender, llegué a la conclusión de que debía estar haciéndole chantaje a alguien importante, y pronto iba a obtener mucho  dinero por ello. No me dijo mucho más. Yo me preocupé, y le dije que tuviera cuidado. Así que cuando desapareció de esa manera imaginé, ya sabe…

El comisario Aldana procesó toda la información recibida del coronel. Aunque no hizo ninguna referencia al hecho de que él y sus hombres ya estaban al tanto de que en el CESID hacía tiempo que habían prescindido de los servicios de Carlos, por considerarlo un inepto y un chapuzas, y por tal motivo sospechaban que el origen de su desaparición debía hallarse en el mismo pueblo, y estrechamente relacionado con la desaparición de Ermelinda. 
Pero esta nueva revelación acerca de un "trabajo" del joven por su cuenta, daba otro giro a sus sospechas. 

Se preguntó qué más sabía el anciano coronel, pues tuvo la sensación de que el hombre había ocultado algo de vital importancia. 


____________________


Capítulo XXXVIII
Paseos por la playa


La señorita Lily paseaba por la playa. Desde sus visiones en el cuadro se hallaba sumida en un estado de inquietud constante. Había dejado de trabajar en su novela, y ya no se sentía cómoda en la casa. Trataba de buscar una explicación lógica a las espeluznantes imágenes que había visto en el cuadro, pero sabía que sería inútil. Es más, sospechaba que su mente enferma era la causante de las visiones y eso le hacía sentirse irritada consigo misma y vulnerable. Pensó en la mirada del jardinero cuando ella se excusó ante él delante del cuadro. Tal vez el hombre pensó que no estaba muy cuerda. Y tal vez no andaba descaminado. 
Recordó que no se había sentido así desde su última crisis antes de ser ingresada en el sanatorio mental.
Sintió escalofríos. Se abrazó a la fina chaqueta de punto mientras el viento de octubre levantaba sus cabellos. 

"Estoy muy sola…,- pensó - Me vendría bien hablar con alguien."


Recordó su encuentro con Hortensia Alvarez el día anterior. La mujer parecía amable. No estaría mal ir a hacerle una visita. Sin poderlo evitar su mente vagó de nuevo hasta la mirada del jardinero.
¿Era su imaginación o el hombre había querido advertirle de algo?
Pero ¿de qué…?

__________________


Esa misma tarde Alfredo Bosco entró en la Taberna del Marino Feliz. Desde su llegada al pueblo era la primera vez que entraba allí.
Había terminado su jornada laboral temprano y preso de una agobiante sensación decidió dar un paseo por la playa. Vio a lo lejos al hada de Lumbelier, paseando sola por la orilla. La percibió extraña, como confusa. Se sintió impotente de no poder calmar su angustia y se alejó en dirección contraria.
Anduvo por el pueblo pensativo durante un rato, y por primera vez fue consciente de una nueva sensación con respecto a la señorita Lily, algo que había temido desde el principio y que sabía que sucedería más tarde o temprano.
Alfredo notaba los síntomas, los reconocía y aunque se sentía transportado a un universo de indescriptible belleza, también le aterrorizaba este nuevo factor, porque sabía que se había enamorado y el proceso era irreversible, y que ello implicaría más desasosiego y más inquietud, pero ya no podría evitarse. 

"Cuidado con las hadas del bosque…"

Se sentó a una mesa y pidió un café.
Alguien lo observaba…


__________________


Capítulo XXXIX
Obsesiones y desengaños 


Leopoldo Núñez conducía velozmente por la carretera principal.  En su Ford de último modelo apretaba el acelerador contrariado. La pelirroja no había acudido a la cita en el Hotel Azur, y le había llamado diciéndole que no debían verse más. 
¡Maldita sea!, ¿quién se creía esa zorra que era?
Dándose esos aires de mojigata solo para encenderlo más. Cuando él rondaba una pieza era para cazarla no para recrearse en sus colores. 
Todavía no la había saboreado, y ya lo dejaba tirado.
Iba a pedirle explicaciones a esa corista barata y a dejarle las cosas bien claras. Si era dinero lo que buscaba a él no le importaba, pero no iba a permitir que lo humillara ni que jugara con él. Si ella estaba jugando sucio se iba a arrepentir. 
Comenzó a sudar, y su respiración se agitó, y por primera vez en toda su vida se dio cuenta de que estaba atrapado. Había caído en una tela de araña…

Estaba obsesionado con Carola


___________________


Hortensia Alvarez apagó la televisión. Se sentía agotada. Había sido aquel un día de intenso trabajo, menos mal que últimamente la ayudaba su sobrino Eduardo, aunque el muchacho era algo vago y siempre se escaqueaba para irse con sus amigos. 
Hortensia se alegraba de no haber tenido hijos.
Los jóvenes eran un problema hoy en día.
Desde su primer desengaño amoroso de juventud, Hortensia no volvió a entablar relación con ningún caballero, algo de lo que se vanagloriaba. Tampoco volvió a albergar ningún sentimiento romántico con respecto a ningún hombre.
Todos eran unos bribones.
Aquella noche, víspera del día de difuntos de 1946, la dulce e ingenua soñadora que había sido maduró de golpe dando paso a una mujer resentida y fuertemente traumatizada. No obstante, una nueva fuerza la sostuvo aquellos primeros años y esa fuerza fue la certeza de saber que casi todos los que la rodeaban vivían inmersos en una gran mentira, y por lo tanto, ella ya nunca volvería a sentirse inferior a ellos.
Y además estaba el odio visceral que empezó a sentir por él desde aquella noche.
Hortensia sabía que era un monstruo, y sabía de lo que era capaz. 
Lo había visto con sus propios ojos…
Durante años aquel odio salvaje que sentía la compensó de la humillación recibida, de todas sus carencias afectivas y de todos los sinsabores de la vida. 
Hortensia guardaba un secreto espeluznante que aunque la torturó al comienzo, con el paso del tiempo la hizo sentirse poderosa.
Sabía que más tarde o más temprano él tendría que pagar por aquello, y ella esperaba y esperaba que ese día llegara. 

Y ahora, por alguna misteriosa razón, sabía que el momento se acercaba. 
Pensó en la nueva inquilina de Lumbelier y sonrió. 
Le gustaba esa chica, parecía decente y educada. No como las golfas que pululaban por la ciudad en esos días. Sabía que excepto el jardinero y el cartero, ningún hombre se había acercado a la casa. Hortensia hizo un gesto de aprobación con la cabeza.
E instintivamente supo que aquella chica era un fiel reflejo de ella misma, y enseguida supo la razón. 

Algún canalla le habría partido el corazón. 


_________________


Capítulo  XL 
Asuntos importantes 


Victor Suárez dudó antes de marcar el número de Carola. Sabía que no se estaba comportando decentemente con ella, que había mentido al decirle a la chica que estaba enamorado de ella y que lo había hecho porque necesitaba que la pelirroja siguiera trabajando para él, pero también sabía que no podía evitarlo. 
Necesitaba información suculenta sobre el alcalde antes que éste dejase el pueblo definitivamente para trasladarse a Madrid. También necesitaba tenerlo controlado y vigilado antes de su salto a la política nacional y esa era la mejor forma. Además el alcalde estaba loco por Carola y sería fácil manejarlo a través de ella. Pero Victor no podía evitar sentirse un miserable, pues sabía demasiado bien que le había mentido a Carola, como también intuía que ella se había dado cuenta. 

- ¿Diga?  - preguntó la voz al otro lado del hilo telefónico 

- Carola, soy yo… Tenemos que hablar de asuntos importantes ¿puedo verte luego? - preguntó ansioso 

- No. He terminado contigo y con Leopoldo. -  respondió ella desafiante 

Hubo una breve pausa más elocuente que cualquier palabra 

- Pero...¡Tenemos un trato! - exclamó Victor 

Carola guardó silencio antes de responder : 

- Búscate a otra. Yo no sirvo... - contestó ella, herida en lo más profundo de su ser

- Un momento, ¿y qué me dices del dinero? Llevo pagándote semanalmente desde que llegaste a Cumbeira. Y todos los gastos del hostal donde te alojas, han corrido de mi cuenta, y no has cumplido ni la cuarta parte del trato que hicimos. Es demasiado dinero por nada.

Carola no pudo contener más su indignación 

- Pero ¿quién te has creído que soy? ¿Crees que me tragué el cuento que me contaste ayer? Solo querías que siguiera trabajando para ti. ¡Pues se acabó! En cuanto al dinero te devolveré hasta el último céntimo. No quiero nada de ti y no deseo volver a verte en lo que me queda de vida. 

y en un gesto airado la joven colgó el teléfono.


               ____________________


En su sala de estar Adela Palacios se hallaba ocupada en su labor de bordado. Se sentía inquieta. Leopoldo no había regresado aún del viaje. Asuntos de trabajo, le había dicho.
Falso. Estaba con la otra. Lo sabía. 
Se sentía furiosa, humillada de nuevo por él, aunque el principal objetivo de la ira que sentía era ella misma, por seguir amando a aquel canalla sin corazón. 
Aparte, no dejaba de darle vueltas a la última sesión de espiritismo en casa de Esmeralda Robledo y a lo que la Voz del otro lado había dicho. 

Y sin saber por qué un nombre apareció en su mente. Un nombre rodeado de cierto misterio que exigía su atención. 
 
Lumbelier…
Lumbelier…



Capítulo XLI
Historias de fantasmas

31 de Octubre de 1946

- ¡Camina más deprisa, Rubén! Andas tan despacio que no llegaremos nunca…

El joven Alfredo Bosco, de 8 años de edad, con una mochila a la espalda caminaba delante de su amigo. Habían planeado esa excursión desde hacía tiempo. Provistos de agua y víveres llevaban toda la tarde recorriendo a través de los bosques el camino hacia Lumbelier.

Venían de un pueblo cercano y habían escuchado todas las historias fantasmagóricas sobre la casa de la colina. Escoger esa fecha fue algo salido de la mente de su amigo Rubén, muy aficionado a ese tipo de historias, sin embargo ahora, su amigo no parecía tan valiente como en un principio. 

- Ando al mismo ritmo que tú, Alfredo, lo que pasa es que yo llevo más peso. - respondió su amigo 

- Si no te hubieras empeñado en cargar con tantas cosas irías más ligero…Mira que traer una escala de cuerda, una manta y una lámpara de gas ...Cualquiera diría que vamos a bajar al centro de la Tierra… - se quejó el joven Alfredo 

- No te burles. No sabemos lo que nos podemos encontrar ahí… - respondió Rubén

Alfredo suspiró resignado. Intentaba ser el más práctico y sensato de los dos, pero estaba tan interesado en la historia de la casa como su amigo.  

- La casa está habitada, y no creo que podamos acercarnos mucho. Tampoco creo que haya fantasmas, ni que ahí viva el Conde Drácula.

Rubén se acercó a su oído y dijo con voz apenas audible : 

- Él se ha vuelto loco...El dueño...y ya no tienen servidumbre. Nadie quiere trabajar ahí. El cuadro de la biblioteca está maldito. Dicen que pasan cosas raras…Además nosotros somos investigadores ...y un investigador nunca abandona...

El joven Alfredo asintió. Le gustaba Rubén. Tenía tanta imaginación.

- Está bien. No voy a echarme atrás ahora. Soy tan valiente como tú, pero a la primera cosa rara que vea, salgo corriendo, ¿de acuerdo?

Llegaron a la verja de Lumbelier justo cuando el sol tocó las rocas de la costa. 
La visión de la casa tan cerca les dejó sin aliento.
Era increíblemente hermosa. Solo habían visto casas así en el cine. Bajo los destellos crepusculares, Lumbelier parecía sacada de un cuento de Allan Poe. 
No era excesivamente grande, pero era imponente y percibían en ella algo especial. 
Se miraron estupefactos y después de un breve intercambio de frases decidieron que lo primero era pensar cómo llegar hasta la ventana de la biblioteca, pues según había escuchado Rubén, ahí debía estar la clave de todo el misterio.

No se veía nadie por los alrededores de la casa, ni tampoco escucharon a nadie.
Al fin lograron trepar la alta verja ayudados por la escala de cuerda. Rubén se hizo un pequeño rasguño al bajar al suelo.

La luz del atardecer daba al paisaje un toque de ensueño.
Esa misma noche iba a celebrarse la festividad de difuntos y al día siguiente no tenían que ir a la escuela. Se sintieron animados por este hecho, pero pensaron que debían darse prisa antes de que oscureciera. 
Vadearon el estanque y el cenador inglés hasta llegar a la ventana de la biblioteca.
Se asomaron y a través de los finos visillos vieron algo que les dejó sin aliento …

Ninguna historia que hubieran escuchado antes, ningún relato o película de fantasía que hubieran visto, hubiera podido compararse con aquello, ni de lejos. 

En la pared frontal de la habitación, en el lugar donde según Rubén debía hallarse el cuadro, había ahora un enorme rectángulo de luz, similar a una pantalla de cine. 

Sintieron helarse la sangre en sus venas.
Parecía ser algo de otro mundo... 

Exhaustos y enmudecidos ante aquella visión sobrenatural intentaban sin éxito asimilar lo que estaban contemplando.
Era un enorme marco de resplandores multicolores que parecía fluctuar de afuera hacia dentro.
¡Era una visión fabulosa! Y espectacular.  
Jamás habían visto nada igual.
Con los ojos desorbitados contemplaban la escena como si estuvieran viendo una película de fantasía, o como si estuvieran soñando.
Pero lo más sorprendente de todo llegó cuando vieron a un hombre que les daba la espalda subir a una butaca, introducirse en el enorme rectángulo de luz y desaparecer ante sus ojos. 

Impactados por esta extraordinaria visión salieron huyendo despavoridos de Lumbelier, temiendo que la casa fuera a tragárselos a ellos también.

No contaron a sus familias lo que habían presenciado, pues temían ser reprendidos y castigados, pero a la mañana siguiente, que era festivo, regresaron a la hacienda mejor equipados. Hicieron el mismo recorrido, pero con más precaución, y al asomarse a la ventana que daba a la biblioteca comprobaron que el rectángulo de luz había desaparecido. En su lugar un imponente cuadro dominaba toda la pared. Era el famoso cuadro de Lumbelier, que según Rubén y algunas gentes del pueblo, estaba maldito y que era el motivo por el que él y su amigo habían hecho la primera excursión a la casa de la colina. 
Llegaron a la conclusión de que el cuadro al tener poderes sobrenaturales, se había transformado en aquel rectángulo de luz y se había tragado a aquel hombre desconocido y que lo mejor que podían hacer era largarse de allí antes de que les sucediera a ellos lo mismo. 
No obstante a pesar del susto, se sentían orgullosos de sí mismos, pues habían descubierto el enigma del cuadro de Lumbelier, un lienzo con poderes sobrenaturales que se tragaba a la gente, ellos habían sido testigos, pero también se sentían contrariados y frustrados, pues sabían que nadie iba a creerles. 

Nunca regresaron a aquel lugar y jamás contaron a nadie lo sucedido, aunque fue algo decisivo en el devenir de sus vidas.

Esa noche Alfredo Bosco regresó de su viaje al pasado con el corazón golpeándole el pecho y la amarga sensación de haber guardado ese secreto toda su vida por temor a ser tachado de loco. Rubén había fallecido tiempo atrás y él era ahora el único guardián de aquel enigma. 
Pero lo que más le angustiaba era el hecho de que su amada Lily vivía muy cerca de aquel enigmático cuadro y tenía miedo por lo que pudiera sucederle. 

 

   _________________


Capítulo XLII
Visillos blancos 

Después de cenar Lily tomó un trozo sobrante del pastel de moras que Hortensia Alvarez le había regalado la tarde anterior. Estaba exquisito. Sin duda la mujer era buena cocinera, además de amable. Lily ya había decidido que pronto le haría una visita. Había sido muy amable con ella y por alguna razón que no lograba comprender le caía bien aquella mujer.
Algo en Hortensia le recordaba a sí misma. 

Puso el tocadiscos y la inmortal pieza de Lizst "Sueño de amor" inundó la habitación. Lily se acomodó en el sofá con un libro de poemas. Al poco tiempo se quedó dormida. 

Ya no era la exquisita obra de Lizst la que llegaba a sus oídos. 

Los compases de una música agobiante la atormentaban.  Tampoco se hallaba en la sala de estar de Lumbelier.  
Lily vagaba angustiada por un largo corredor de visillos blancos que flotaban a su alrededor como queriéndosela tragar.
Un profundo dolor se expandía por todo su ser como la señal inequívoca de que algo espantoso iba a suceder. 
El largo corredor parecía no tener fin.
La marcha fúnebre de Frédéric Chopin tiraba de ella con un poder sobrenatural. 

Al fin llegó a un amplio salón que debía ser el mismo que se hallaba vacío en Lumbelier, el de la lámpara de araña y las ventanas francesas. Esta vez parecía diferente porque se hallaba lujosamente amueblado. Todo resplandecía con el brillo de lo recién estrenado. Lily paseó su imagen por el amplio salón recreándose en la opulenta belleza. De pronto una pareja entró en la habitación seguida de dos niños y una niña. Iban vestidos con trajes algo anticuados. Se sentaron en torno a la gran mesa que estaba dispuesta para la comida. Parecían felices y ajenos a la presencia de Lily. Ella supuso que debía tratarse de la primera familia de Lumbelier. Dos doncellas con cofia y delantal iban sirviendo los platos.
Había entre aquellos enigmáticos seres una flotante alegría que contrastaba con la angustia que sentía Lily en su interior. 

De pronto escuchó unos pasos tras ella, salió del salón intrigada y se dirigió al vestíbulo. Vio a un hombre alto dirigirse a la biblioteca. Ella lo siguió presintiendo algo extraño.

Abrió la puerta y vio al hombre llevarse la mano a la sien con una pistola. 

Lily enmudeció 

El ruido del revólver la despertó. 


_________________


Capítulo XLIII
Un ataque de decencia 

Carola Luengos dormía inquieta en su habitación del Hostal Principal. Alguien quería hacerle daño, pero no sabía quién ni porqué. Se hallaba forcejeando con un hombre alto, pero no podía ver bien su rostro. Le faltaba el aire y se estaba ahogando.
Tuvo la sensación de que iba a morir. 
De pronto alguien surgido de entre la niebla la rescató de aquellos brazos asesinos.  
Oyó ruido de golpes y después de unos angustiosos instantes se hallaba en brazos de Victor, quien la consolaba tiernamente mientras le decía: 
"Yo cuidaré de ti, Carola…"

Se despertó empapada en sudor justo a tiempo para escuchar el timbre de la puerta. 
Con el corazón aún golpeándole el pecho se puso una bata y se dirigió al vestíbulo. Miró por la mirilla de la puerta y lo vio.
Dudó antes de abrir, pero ella no era de las que se dejaban amedrentar por ningún hombre.

Leopoldo Núñez la observaba fijamente desde el umbral.

- Creo que me debes una explicación, Carola - dijo él con aparente tranquilidad. 

Ella terminó de abrir la puerta. Lo desafió con la mirada.

- No te debo nada. No debemos vernos, Leopoldo.

La miró como poseído mientras entraba y cerraba la puerta. 

- Pero, ¿por qué? Maldita sea, ¿por qué? - le espetó enojado 

- No soy de esas, ya te habrás dado cuenta...

- Si, lo sé...pero al principio eso no te hizo dudar, ¿eh? - dijo irónico el alcalde

- Un repentino ataque de decencia, tal vez… - respondió ella fríamente 

- No seas sarcástica, nena

Hizo un ademán para acercarse a ella. Carola dio un paso atrás. 

- Me enloqueces y lo sabes, podrías hacer conmigo lo que quisieras…

Ella lo apartó bruscamente, estaba dispuesta a gritar si hacía falta.

- No me toques o gritaré 

- ¡Eh, si que te ha dado fuerte ese ataque de decencia…!¿o será otra cosa? ¿Has hablado con alguien…? - le preguntó el alcalde cada vez irritado

- No sé qué quieres decir. 

- Mira muñeca, tengo planes fantásticos para ti cuando me instale en Madrid. He hablado con un importante productor de cine y televisión. Podría hacerte una reina si eres buena conmigo. 

Carola lo miró despectivamente. El alcalde era de la opinión de que todo se podía comprar, y que todo el mundo tenía su precio, pero con ella estaba equivocado. 

- No me interesa la fama ni el dinero.

El alcalde comenzó a impacientarse. Ya había aguantado demasiado de aquella remilgada corista. 

- Mira, nena, no me gustan estas bromas pesadas. ¿Qué es lo que quieres? ¡Dime!

Carola respiró hondamente. Antes de terminar su amistad con él iba a darle otra lección. 

- Quiero que me olvides. Amo a un hombre.

Leopoldo Núñez abrió desmesuradamente los ojos

- ¿Un hombre? ¿Quién? 

- Alguien al que no le llegas a la suela de los zapatos - respondió ella elevando la barbilla.

- Jajajajaja. Esta si que es buena. Escúchame bien, muñeca. Aunque finjas ahora ser una buena chica, yo sé que eres una fulana. Todas lo sois. Si no ¿a qué viniste a mi? ¿eh? ¿Qué buscabas? Tanta mojigatería, tanto hacer preguntas, ¿qué querías? Vives en el mejor hostal del pueblo, llevas ropa muy cara, no te privas de ningún capricho, y todavía no me has pedido ningún dinero; ¿quién paga tus cuentas? ¿Quién paga tus malditas cuentas? ¿y qué es lo que querías de mí…?

Carola lo miró de arriba a abajo comprendiendo por vez primera el motivo por el que Victor deseaba vengarse del alcalde.
Era un ser despreciable. 

- Me das asco. Sal de mi habitación ahora mismo o llamaré al conserje. No te conviene ningún escándalo ahora, dentro de poco darás el salto a la política nacional. 

Leopoldo Núñez la miró con fiereza animal, tratando de contener su ira.

- De acuerdo, gatita, como gustes, pero recuerda una cosa : ¡a mi nadie me la juega! Si descubro que has jugado sucio conmigo, te arrepentirás. Te aconsejo que en lo sucesivo tengas cuidado...

y ajustándose el nudo de la corbata salió dando un portazo. 

Carola se abrazó a sí misma temblando, pero aliviada de haber roto su relación con el alcalde.


__________________


Capítulo XLIV
A la vieja usanza


El lunes de la semana siguiente el comisario Aldana se reunió con el General Uribe para contrastar toda la información que tenía. El viejo General era un militar a la vieja usanza. Él y sus hombres habían investigado el caso, y ya tenían una idea aproximada de lo que podía haber sucedido. Intuía que en la desaparición de Ermelinda podía haber algo turbio. No obstante, se negaba a aceptar las sospechas del comisario Aldana, pues según él, Cumbeira era un lugar respetable y esa clase de cosas no sucedían allí. Insistió en que solo alguien de fuera podía ser responsable de aquello. Y también agregó que más valía que así fuera, porque eran tiempos complicados debido al cambio de régimen, y los lugareños no estaban preparados para aceptar según qué cosas. Así que le aconsejó cambiar su línea de investigación y no entretenerse con historias absurdas. El comisario se sintió insultado y aunque guardó silencio, se prometió llegar hasta el fondo del asunto, sin girar un ápice de su línea, aunque solo fuera para darle una lección a aquellos caciques de pueblo. 


__________________


En su sala de estar, el coronel Quiroga se hallaba tomando café con una vieja amiga.
Gertrudis Piñero, una anciana vecina del pueblo, viuda y sin hijos, gozaba de mucha simpatía entre sus vecinos. Poseedora de un carácter jovial y una lengua mordaz, solía ir de casa en casa, desmadejando chismes y viejas historias.  Era la reina del punto de cruz en Cumbeira y había iniciado a muchas jovencitas en esos menesteres. Su amistad con el coronel databa de la década de los años 20, cuando el hombre, recién condecorado por sus hazañas en la guerra de Marruecos, había iniciado una relación con su hermana Gloria. 
Gertrudis que desde su adolescencia se había sentido atraída por el gallardo coronel, a pesar de que éste no le hacía el menor caso, no puso ningún reparo a que su hermana pequeña saliera con él, pues sabía que ella no lograría nunca atraer al joven, y si su hermana lo había conseguido era motivo para felicitarse. Prefería al coronel en su familia que fuera de ella, aunque Gertrudis sintiera que su corazón se había roto para siempre. 
Fue la primera en bendecir aquel noviazgo, pero por desgracia la boda nunca llegó a celebrarse, pues su hermana Gloria falleció de meningitis al cumplir los 21 años. 
Algo que sumió al joven coronel en una profunda depresión, pues estaba profundamente enamorado de la joven Gloria. 
Después de aquello y durante años su amistad con el coronel se enfrió, limitándose a saludarse cuando coincidían por el pueblo. El motivo para Gertrudis estaba claro, aunque solo fuera para ella, seguía enamorada de él, y el hombre seguía mostrando esa actitud indiferente hacia ella. Luego estaba el dolor que sentía por la temprana pérdida de su hermana y no podía evitar relacionar indirectamente al coronel con aquel lamentable hecho. Sabía que era injusta, pero no lo podía evitar. 
A las hermanas Piñero su amistad con el coronel no les había traído muy buena suerte.
Al estallar la guerra civil el coronel se unió al ejército sublevado y partió para el frente a ofrecer sus servicios, y según comentaban, el hombre había afirmado que lo mismo le daba regresar vivo que no.
Sin embargo regresó, y según ella misma pudo apreciar, más amargado y resentido que cuando partió. El motivo también estaba claro para Gertrudis, no había superado la muerte de Gloria. 
Luego ella se casó, y en la década de los 60 enviudó de su esposo. 
Por aquel tiempo el coronel Quiroga se marchó a Italia y estuvo una temporada viviendo por aquellos lares. Se rumoreaba que mantenía una relación con una viuda marquesa. 
En 1970 regresó al pueblo, para según él mismo dijo, pasar la última etapa de su vida.

Gertrudis y el coronel siguieron manteniendo las distancias hasta que en el pasado mes de junio, con motivo de las fiestas de San Juan, habían coincidido en una cena organizada por las mujeres de la parroquia. Al entablar conversación con él después de mucho tiempo, Gertrudis comprobó que el coronel parecía otro, más abierto y comunicativo. Él también la notó cambiada, ya no parecía resentida con él. 
Por lo que desde aquel día reiniciaron su amistad dejando los sinsabores y amarguras del pasado atrás.
Más de cincuenta años habían hecho falta para disipar las sombras entre ellos.
Solían merendar juntos algunas tardes o reunirse para charlar.
Esta amistad en el ocaso de su existencia hizo que Gertrudis estuviese más animada de lo habitual, lo mismo podía decirse del coronel. 
Al fin el hombre y ella habían aprendido a ser amigos. 

Aquella tarde Gertrudis y el coronel se hallaban charlando sobre la desaparición del joven Carlos Ramírez. El hombre no dejaba de darle vueltas al asunto. 

- ¿Tú crees que fue alguien del pueblo, Gonzalo? -  le preguntó ella sosteniendo su taza de café 

El anciano tomó aire midiendo sus palabras. 

- No me lo quito de la cabeza, y con Ermelinda tuvo que ser algo parecido  - respondió 

- Entonces, según tú, tenemos un monstruo entre nosotros… - dijo la anciana pensativa 

- Probablemente…

- ¿Y quién crees tú que…? 

El coronel Quiroga guardó silencio. ¡Maldita sea! No estaba seguro, pero su intuición rara vez le fallaba. Sin embargo, aunque lo hubiera sabido fehacientemente jamás se lo haría saber a Gertrudis, pues una mujer tan chismosa como ella no podría evitar ponerse en peligro al manejar una información como aquella. Intentó cambiar de conversación siendo consciente que ella se daría cuenta.


______________


Capítulo XLV
Sexto sentido 


El viernes siguiente amaneció nublado en Cumbeira Do Norte. Se acercaba la festividad de Todos los Santos y como era norma habitual, los lugareños hacían sus preparativos para tal ocasión. Alfredo Bosco conducía su furgoneta camino de Lumbelier.
Los tonos malvas y rojizos del bosque lo atrapaban como los brazos de un pasado lejano al que no deseaba volver. No obstante sabía que el viaje era inevitable y debía enfrentarse a sus propios fantasmas. Desde aquella excursión a Lumbelier en 1946, la percepción que Alfredo tenía de su entorno cambió considerablemente, por lo que en su vida de adulto quiso desvincularse de aquel ambiente de oscurantismo y superstición. Sabía que todo eso estaba relacionado con sus percepciones e incapaz de soportar más tiempo aquel entorno puso distancia entre él y aquel lugar.

Sin embargo, ahora que transcurrido el tiempo había regresado a aquella región, y que el destino había hecho que trabajara en la casa de la colina, su sexto sentido había vuelto, y lo que era más agobiante, pululaba en su interior junto a aquel nuevo sentimiento amoroso.
Alfredo no sabía aún cómo iba a salir parado de aquella estresante situación, pero intuía cosas, y eso le agobiaba y le turbaba. Tampoco dejaba de culparse por haber caído en aquella red. Había regresado a la tierra de sus ancestros buscando el sosiego y había caído en un pozo de inquietantes premoniciones. 

Varias semanas después de empezar su trabajo, los jardines de Lumbelier presentaban otro aspecto. Alfredo había trabajado duro y sin descanso. Había limpiado la maleza y los rastrojos. Los arbustos habían sido cuidadosamente podados. La rosaleda de la entrada se erguía ahora majestuosa. Nuevos macizos de plantas floridas rodeaban el camino hasta la entrada. Se había plantado nuevo césped y los parterres estaban cubiertos ahora por toda clase de flores. Aún le quedaba arreglar el rincón de los sauces llorones y el jardín junto al estanque. Esa parte del exterior de la casa le incomodaba porque estaba muy cerca de la biblioteca.  
El solo pensamiento del cuadro lo inquietaba hasta la extenuación, y más desde que la señorita Lily lo llevara ante su presencia, pero no quería que ella se diera cuenta. 
Apenas hablaba con ella, solo las frases de rigor. Él no dejaba de observarla y de vigilarla. Sabía que andaba preocupada por algo. Lo intuía, y también percibía en ella una profunda melancolía. Su corazón palpitaba con fuerza cuando ella se dirigía a él. Era como si quisiera decirle algo…

Era un inconveniente haberse enamorado en un momento así, y en especial de aquel hada misteriosa, pero ya no podía zafarse de eso, solo esperar adonde le conduciría esa situación. De momento solo tenía el intenso deseo de protegerla y sabía también, como músico que era, que una nueva canción se estaba creando en su interior. 
Alfredo Bosco sonrió 

¡Cuidado con las hadas!


______________


Capítulo XLVI
El rebaño 


En su despacho de la alcaldía Leopodo Núñez estudiaba la situación. Aquella golfa se la había jugado. Bueno, no le pillaba por sorpresa. En su larga trayectoria de don Juan había vivido algunas situaciones complicadas que siempre solventaba con astucia e ingenio. Cuando alguna le daba problemas la cambiaba por otra. Salvo Ermelinda ninguna presentó demasiados problemas, bueno, sin contar a Celia Villanueva en su época de soltero, pero el problema no había sido Celia, si no el marido de Celia…
Aquella tarde de la víspera de difuntos de 1946.
Cuando el destino le había echado una mano en la biblioteca de Lumbelier…
Respiró satisfecho 
También esta vez se congratuló de no haber sido él quien empezara la pelea, aunque bien es cierto que la había provocado.  

Llevaba viéndose con la esposa de su amigo hacía meses.
Su amistad con Lorenzo Aguirre, teniente en la reserva, databa desde los primeros meses de la contienda civil; pese a haber luchado en bandos diferentes les unía una férrea amistad, basada en el carácter independiente e indomable de los dos. Ninguno de ellos tenía ideología política, a ninguno le importaba los derechos de la clase obrera, como tampoco la defensa de los valores tradicionales. Luchaban en el bando que les había tocado, sin más ambición que prosperar en su carrera y tener un puesto de honor en la España que resultara vencedora. Los dos eran cazadores, astutos y temerarios. Su único ideal eran ellos mismos. Representaban a las dos Españas enfrentadas, cada uno en un bando, pero ninguno de ellos hubiera derramado una sola gota de su propia sangre por ningún ideal de aquellas dos Españas. Se veían a sí mismos como mercenarios en aquella guerra y ambos tuvieron que representar el papel de defensores de los ideales de su bando para prosperar, pero no era más que una representación. Se conocieron en la batalla de Lugo, cuando el teniente Aguirre y sus hombres llegaron a la ciudad para consumar el levantamiento del bando nacional. Leopoldo Núñez y sus hombres pelearon por defender la constitución de la República,  pero al final los militares sublevados consumaron la victoria.  Leopoldo Núñez ya había decidido que él no iba a ser un caído, y colaboró estrechamente con las autoridades del nuevo gobierno, dando nombres y revelando secretos. Enseguida se ganó la simpatía de uno de los héroes de la batalla de Lugo, el teniente Lorenzo Aguirre, hijo de un militar vasco de cierto renombre. Se reconocieron como dos lobos astutos entre aquella jauría de fanáticos sedientos de sangre, por un lado, los rojos sindicalistas, analfabetos, ateos, y sanguinarios, y por el otro, los ultra católicos fascistas, fanáticos, vengativos y despiadados.
Los veían como fieras enloquecidas de diferentes manadas, dispuestas a devorarse. Ellos no eran así, los observaban desde un ángulo diferente y se congratulaban de ser distintos. A ellos no les importaban ninguna de las dos Españas, ni los caídos, ni los héroes, ni las víctimas de ningún bando. No les importaba nada ni nadie. Solo luchaban por ellos mismos, y por su afán de llegar a lo más alto. El resto sólo eran el rebaño.

Un rebaño que ellos acechaban en la sombra como lobos que eran.

Así nació su amistad. 

          _________________


Capítulo XLVII
El heredero


Lorenzo Aguirre heredó la finca de Lumbelier al fallecer su padre y se instaló allí con su esposa. Fue en 1945.
Recomendó a su amigo Leopoldo Nuñez, al que había conocido durante la guerra, para trabajar en el Ayuntamiento como oficial, y aunque al principio a su amigo le costó ser aceptado en el pueblo por su pasado de militar republicano, poco a poco fue prosperando y con más rapidez de la que él mismo pensaba.

Todo transcurrió con normalidad en la vida de los dos hombres, hasta que Lorenzo encontró el cuadro de Lumbelier en una galería de arte en Madrid y lo trajo de vuelta a la casa. Fue al mismo tiempo que Leopoldo inició una relación amorosa con la esposa de su amigo, Celia Villanueva. Por esta época la situación en la casa se transformó. El carácter de Lorenzo Aguirre comenzó a cambiar, volviéndose cada vez más irascible. También debido a fenómenos extraños relacionados con el cuadro, la servidumbre fue abandonado la casa, hasta que un día…

Leopoldo Núñez arrugó el entrecejo al recordar aquello.
Fue la época en que él tonteaba con Hortensia Alvarez para ganarse la aprobación de los lugareños que aún no habían olvidado quién había sido. 
Le enfurecía que toda aquella piara de paletos no hicieran más que juzgarlo y perdonarle la vida. Él no dejaba de hacer planes fantásticos para su futuro y en ese futuro los mismos que le habían rechazado, se verían obligados a adorarle. 
Recordó la exuberante belleza de Celia, lo que sentía cuando la observaba. Ella los conocía bien a los dos, sabía lo que eran y no le importaba. Se reía de la fascinación que provocaba en los dos hombres, pero ella no amaba a nadie. Era la señora de Lumbelier y eso era motivo de orgullo para ella. Una tarde después de haber estado con ella en sus aposentos, fue sorprendido por su amigo que había regresado de viaje. Hacía tiempo que sospechaba algo, y al verlo bajar del dormitorio a esa hora le recriminó severamente. 

- ¿Por eso vienes tanto por aquí? ¿Qué hacías ahí arriba? ¡Habla, bastardo! - le gritó su amigo

- ¡Estás loco, Lorenzo! ¿Cómo puedes pensar eso de mi? Soy tu amigo. Sabes que no hay servidumbre en la casa. Tu esposa está preocupada. Necesita servicio doméstico. Me pidió que me ocupara del asunto; tú también me lo pediste. Ya te hablé de ello…

Lorenzo lo agarró de la solapa

- ¡Mientes! Te conozco demasiado bien. Sé de lo que eres capaz. Te gusta tanto la casa como mi esposa y estás planeando cómo quedarte con las dos, pero no lo lograrás, ¿me oyes? No quiero verte más por aquí. ¡Fuera!

- Estás muy alterado, Lorenzo. Has cambiado mucho...Celia me ha dicho que…

Lorenzo Aguirre estalló presa de la cólera 

- ¿Qué te ha dicho ella? ¿Qué? Maldito canalla, si te vuelvo a ver por aquí o merodeando por los alrededores, te mataré, te lo advierto. Te mataré. 

Y a empujones lo echó de la propiedad. Así finalizó la amistad entre los dos hombres.

Leopoldo sonrió burlonamente al recordar aquel episodio.

Y sí, su amigo tenía razón. Él ambicionaba la casa y a su esposa, a la última ya la tenía, y la primera no tardaría en caer, pero debía ser muy precavido.
Él siguió viéndose con Celia en Lumbelier cuando Lorenzo no estaba. Se divertían y se reían de él. Celia sospechaba que su marido estaba perdiendo el juicio, y Leopoldo estaba ideando la forma de desembarazarse de su amigo sin levantar demasiadas sospechas. 
Aunque no tenía del todo claro el éxito de su empresa.

No obstante, todo se resolvió de forma asombrosamente rápida aquella tarde de la víspera de difuntos de 1946 cuando…

             _____________________


Capítulo XLVIII
Aladino y su lámpara maravillosa 


Leopoldo Nuñez se irguió en su asiento del despacho al recordar. 
Había pasado la tarde entera con Celia en su dormitorio. Lorenzo Aguirre estaba ese día en la ciudad. Celia y él después de sus encuentros íntimos solían hacer planes para el futuro. Pensaban que si daban a Lorenzo por loco, y últimamente había dado notables muestras de desequilibrio, sería internado en un sanatorio mental y Celia y él podrían iniciar una vida juntos, pero este plan desagradaba a Leopoldo, ya que él buscaba obtener el respeto de los lugareños, y convivir con una mujer cuyo marido había sido internado en un psiquiátrico, y que además había sido un héroe de guerra, no era la mejor forma de ganarse ese respeto. Él quería otra cosa… La desaparición voluntaria del propio Lorenzo, es decir, el suicidio...
Esa tarde mientras Carola se daba un baño bajó a la biblioteca a reflexionar sobre la situación. Se sentó en el diván a fumar un cigarrillo.

Y fue cuando sucedió…

El cuadro le había llamado la atención desde que Lorenzo lo trajera de vuelta a la casa.
Era de una belleza indescriptible. 
No entendía de arte, pero le fascinaba de la misma forma que le fascinaba la belleza de una mujer.
Era como si…

De pronto se acercó para observarlo mejor e impregnarse de cada detalle. Aquella tarde necesitaba la serena majestuosidad del cuadro para calmarse y poner en orden sus ideas. 
No supo el tiempo que estuvo viajando sobre aquellos suaves colores hasta que un pequeño detalle lo sacó de sus ensoñaciones.
La esquina inferior derecha del cuadro, donde él había visto con anterioridad la firma del autor, se hallaba emborronada, como si alguien hubiera querido borrar el nombre del malogrado pintor, sin lograrlo del todo. 
Le extrañó bastante. Cogió su pañuelo y lo pasó suavemente por la tela. Notó como debajo de su pañuelo algo se deslizara. Al observar su pañuelo de nuevo atisbó manchas de pintura reciente.  
Que raro. Volvió a frotar la tela, esta vez ejerciendo un poco más de presión, y al cabo de unos segundos se quedó paralizado. 

Lo que sucedió a continuación fue el momento más decisivo y trascendental de toda su vida. 
Tragó saliva al recordarlo.

Como por arte de magia la tela del lienzo se abrió por la mitad, dejando entrever un rectángulo de intensa y cegadora luz que recordaba a una pantalla de cine, pero no, no era exactamente eso. Era como un enorme ventanal de energía luminosa en tonos pastel que fluctuaba de afuera hacia dentro, y en el que de cerca podían divisarse las figuras pintadas en el cuadro, pero en forma tridimensional y distorsionadas. Parecía un magma de naturaleza extraña, y también algo más. 

Se quedó maravillado.
Jamás había visto nada igual.

Al cabo de unos minutos de asombrosa expectación hundió su brazo en aquel hueco de energía y no sintió ninguna presión del otro lado.
Sabía que tras la pared donde pendía el cuadro solo se hallaba el extremo del enorme vestíbulo. 
Se alejó unos metros para observar mejor aquella fantástica visión y después de unos instantes se dirigió hacia el fabuloso rectángulo, colocó una butaca delante y se subió a ella con la intención de atravesar el hueco hasta el otro lado. Primero hundió su pierna derecha, luego la izquierda y el resto del cuerpo. 
Leopoldo Núñez desapareció dentro del rectángulo de luz, ajeno a que dos chavales desde fuera habían presenciado toda la escena, a través de los finos visillos de la ventana, huyendo despavoridos al ver como se lo tragaba aquel hueco de misteriosa energía. 

Una vez pasó al otro lado lo que allí descubrió lo dejó sin aliento y fue el punto de apoyo para realizar todo lo que había ambicionado durante años. 

Al bajar al suelo después de cruzar el rectángulo de energía,  Leopoldo Núñez descubrió que no se hallaba en el extremo del vestíbulo de la casa, que estaba contiguo a la pared de la biblioteca. 
Para su sorpresa se encontraba en la misma biblioteca de Lumbelier;
pero no parecía ser la misma habitación, pues el mobiliario era diferente y el "Rincón de Marcopolo" que había traído él de Venecia no estaba, tampoco las lámparas chinas ni el clavicordio. 
Todo era muy extraño. No parecía haber nadie. 
Un profundo silencio reinaba en toda la casa.
Salió fuera. La ventana del dormitorio de Celia era diferente. En cambio el resto estaba igual, aunque parecía mucho más nuevo.
Miró alrededor, tras la verja y más allá del bosque parecía no haber nada. Sólo una espesa neblina.
Entró de unas zancadas en la casa y subió al dormitorio donde Celia estaba dándose un baño. Nada más entrar en la habitación se quedó helado, pues la decoración era completamente diferente.
Fue al baño y ni rastro de Celia.

¿Qué significaba todo eso?

Se asomó por la ventana desde donde siempre se divisaba el campanario del pueblo y solo una espesa neblina rodeando los bosques es todo lo pudo apreciar. ¿Dónde estaba el pueblo? ¿Qué había pasado? 
Trató de serenarse y ordenar sus pensamientos.  
No había señales ni de Celia, ni de Lorenzo, ni de nadie. 
Estaba en Lumbelier, eso estaba seguro, pero no comprendía nada.
La enorme cama con dosel le era completamente ajena. Jamás había dormido allí con Celia.
Entonces, ¿dónde se hallaba? 
Regresó confundido a la biblioteca y allí seguía el rectángulo de luz en todo su enigmático esplendor.
Se quedó largo rato observando alrededor y reparó en un pequeño calendario que había sobre el escritorio.
Octubre 1890
Sintió helarse la sangre en sus venas.
¿Así que había viajado en el tiempo? Imposible, pero ¿qué otra explicación había? 
Para un ateo como él eso era improbable, no obstante sabía que no se hallaba en 1946, eso era evidente, pero…
¿Qué demonios era ese cuadro?
Él no creía en su maleficio, siempre pensó que eran invenciones de la servidumbre supersticiosa, pero que el cuadro era mágico y un desafío a la razón lo acababa de comprobar él mismo. Como el hecho de que lo había transportado a otro lugar, pero no, no tenía la sensación de haber viajado a 1890, más bien debía hallarse en un lugar fuera del tiempo, de ahí que no divisara nada más allá de los bosques, ni siquiera la playa. Recordó una novela que había leído en su juventud sobre entradas secretas y mágicas por las que se viajaba a otros mundos. Y entonces fue cuando entró una idea en su cabeza :  
Se hallaba dentro del cuadro, en un universo con leyes diferentes, donde el cuadro era el centro y fuera de ahí no había nada más. Era sorprendente cómo estas fantásticas ideas iban germinando en su cerebro, hasta ese momento incrédulo con ese tipo de cosas.
Fue una auténtica revelación. El cuadro tenía vida propia, era un mundo aparte dentro de aquel mundo y él había sido el descubridor, ¿o no...?

En la mesa del escritorio vio un pequeño cuaderno envuelto en piel. Nada más abrirlo se quedó helado. 


__________________


Capítulo XLIX
Lingotes de oro


Diario personal del Teniente Lorenzo Aguirre; 1946

Agosto
Lunes 

Nos instalamos en Lumbelier el año pasado. Me gustó el lugar. Un ambiente sano y tranquilo para empezar una nueva vida con mi esposa. No creo en el maleficio de la casa, mi padre tampoco creía. Adquirí el cuadro de la biblioteca en una firma de arte hace unos meses, como era historia de la casa decidí comprarlo y traerlo de vuelta. Aún no he asimilado todo lo que he descubierto. 
Pero, hoy estoy cansado, ya seguiré mañana. 

Martes

Celia está de viaje. A veces creo que se aburre aquí. No sé qué hacer para contentarla. Estoy loco por ella y ella lo sabe y se aprovecha de ello. Tuvimos nuestra primera discusión fuerte la otra noche. No desea tener hijos. Eso me sacó de mis casillas y estuve a punto de perder el control. Ella se rió de mí, y me llamó fracasado.
Si ella supiera lo que tengo en mi poder... 

Miércoles 

Hoy me encuentro mejor. El hecho de haber descubierto algo extraordinario sobre mi casa me infunde un poder especial, como el que sentía los primeros meses de la guerra. Creo que Celia es la culpable de mis crisis nerviosas. Ante ella me siento insignificante. Pero hoy no quiero hablar de ella. He decidido que guardaré aquí todo el oro. Nadie lo descubrirá jamás. Es mi escondite secreto. Durante dos años lo he tenido a buen recaudo en una caja fuerte de la ciudad, pero no me fio de las autoridades. A veces creo que me espían. El oro es mío y solo mío. Fue un buen pago por mis servicios para la sociedad secreta de AVALON. Yo hice bien mi trabajo. Me jugué la vida y fui altamente recompensado en lingotes de oro, pero si los hombres de Franco descubrieran que no sólo trabajé para el enemigo, sino que traicioné los valores del Movimiento y que además fui pagado por ello, sería fusilado por alta traición. Pero afortunadamente fui muy precavido, y ahora he tenido la inmensa fortuna de descubrir el escondite mágico de Lumbelier, donde nadie descubrirá jamás el oro ni los documentos que tengo en mi poder. Poseo documentos de alto valor con información sensible que pondría en serios aprietos a muchos de los hombres de confianza del General. Si alguno decide molestarme, puedo usarlos. Pero lo más importante es el oro. Y donde lo voy a esconder ahora nadie lo descubrirá jamás, como este diario. Es imposible llegar a esta parte de la casa sin atravesar el marco de luz del cuadro y solo yo sé cómo hacerlo. Es increíble la estúpida forma en que lo descubrí…
Me duele la cabeza, ya seguiré otro día. 


Jueves

Estoy muy nervioso. Los paseos por la playa me calman un poco pero no lo suficiente. Celia está jugando conmigo. Cada vez me cuesta más controlarme. Un día de estos perderé la paciencia y…
No tenemos servidumbre desde hace un mes. A los últimos sirvientes les dio por decir por ahí que en la casa se producían fenómenos extraños. También han murmurado sobre nuestras continuas peleas. He encargado a Leopoldo que se ocupe de contratar servicio doméstico de confianza. Pero últimamente no me fío de él. 

Viernes

Creo que estoy algo resfriado, de ahí el malestar que he sentido estos últimos días. 
Yo estaba en lo cierto. Leopoldo no es de fiar. Siempre fue un zorro astuto, pero ahora además he descubierto que es una rata traidora. Sé que va detrás de Celia, si descubro que hay algo entre ellos soy capaz de…
No quiero hablar de ese tema que me excita los nervios.
Ya trasladé todo el oro al escondite. Está enterrado a la izquierda del viejo cenador, bajo el rosal inglés, junto al estanque. Los documentos importantes están en el secreter. 
Puedo entrar siempre que quiera a este lugar. Nadie más puede hacerlo. 
Mientras estoy aquí sé como cerrar la entrada para que nadie que se asome a la " biblioteca real", pueda verla. Lo descubrí la segunda vez que entré a este lugar. Es tan extraordinario y tan sencillo; basta con pasar el dedo por el ángulo inferior derecha del rectángulo de luz, cuando entro aquí, y el cuadro vuelve a su estado normal.
Es fantástico ver como el lienzo se materializa bajo la luz y se cierra herméticamente.
Sé que eso sucede al mismo tiempo en la "biblioteca real" porque lo he comprobado, aunque es demasiado largo de contar aquí. Tal vez en otra ocasión. 
Para volver a la "biblioteca real", como yo la llamo, solo debo hacer la misma operación que para entrar, es decir, frotar sobre la firma del pintor. 
Una vez regresó a la habitación normal, hago la misma operación que cuando cierro la entrada desde el otro lado: 
Pasar el dedo por el ángulo inferior derecha de la pantalla de luz. 
Me siento como Aladino y su lámpara maravillosa. 

Cada vez que quiero entrar a este lado, solo debo frotar,  ejerciendo un poco de presión, la firma del artista, situada en el mismo ángulo inferior. Es tan sencillo que nunca deja de sorprenderme.
Sin embargo, de tanto presionar la firma del pintor, se está emborronando la primera inicial, y me da miedo que pueda llamar la atención de cualquiera y descubrirlo por azar, por lo que he pintado de nuevo esa letra, pero parece que se nota más; así que tengo pensado taparla con una fina pieza de metal, que a su vez estará forrada de tela pintada con la misma tonalidad que el resto del cuadro. Estoy buscando el momento para hacerlo, pero necesito estar tranquilo.
El cuadro me obsesiona.
Y también lo que hay entre mi esposa y Leopoldo.


Sábado 

Yo debo llevar sangre gallega en mis venas porque no me es difícil creer en cosas mágicas y sorprendentes. El cuadro y su extraordinario poder son mis aliados en esta cruzada contra Celia y su amante. Sé que se citan cuando estoy ausente, que se ríen de mí, y lo que es peor, que están intentando que me vuelva loco para poder encerrarme en un manicomio. 
Celia me está haciendo 'luz de gas'. Me desaparecen cosas y luego aparecen en los sitios más insospechados. Incluso me ha insinuado que visite a un especialista de los nervios. Psiquiatras, los llaman. Es una zorra. Quiere quedarse con Lumbelier y con su amante, pero no saben lo que tengo planeado…
Quiero pillarlos 'in fraganti', para después pedir la separación y acusar a Celia de adulterio, quien no tendrá más remedio que abandonar la casa, y en cuanto a Leopoldo, voy a usar toda la información secreta que tengo contra él, por haber traicionado la confianza que puse en su amistad.
Mientras, les dejaré que sigan jugando.


____________________


Después de ese día el teniente Aguirre ya no había escrito más. Leopoldo se dirigió al secreter, lo abrió y efectivamente, allí había mucha información comprometida. Era increíble todo lo que estaba descubriendo en ese extraño lugar. 
Se dirigió al cenador junto al estanque y allí debajo del rosal inglés descubrió una losa que al levantarla dejó entrever un boquete donde alguien había colocado un saco. 
Cuando Leopoldo lo abrió, el cegador resplandor del oro le dio de lleno en los ojos. Un montón de lingotes de oro macizo estaban apilados, como esperando ser descubiertos. Después de unos instantes de deslumbrante fascinación, el alcalde volvió a depositar el saco de oro en su lugar.


__________________


Capítulo L
El otro estanque 


Leopoldo Nuñez vagó por los terrenos de Lumbelier como absorto. Todo aquello era inaudito. 
Miró su reloj y comprobó que el tiempo se había detenido.
Entró en la casa y recorrió todas las habitaciones. Tuvo la sensación de que todo cuanto había allí, objetos, ropas, joyas, libros, no era propiedad de ningún habitante de la casa que hubiera vivido allí. Todo lo que había colgado en los armarios, y depositado en los cajones solo podían tener un único dueño. 
Era, y así se formó esa idea en su cerebro, como si el cuadro fuera el dueño y señor de todo lo que había allí. 
No le extrañó en absoluto llegar a esta conclusión. 

Pensó que había llegado el momento de regresar al otro lado. 

Regresó a la biblioteca donde estaba el rectángulo de luz por donde había entrado, lo atravesó y…

Nada más tocar el suelo se sintió menos ligero.
Todo estaba normal en la biblioteca.
Sin embargo, el marco de energía seguía dominando la habitación con extraordinario poder. Recordó las palabras de Lorenzo en su diario sobre como entrar y como cerrar la entrada en ambos lados, y algo nervioso se dispuso a hacer lo mismo. 
 
De forma mágica vio como la pantalla de luz desaparecía ante sus ojos y el cuadro volvía a su estado habitual.  
Nada hacía sospechar lo que ocultaba en su interior.

Trató de calmar sus nervios por la extraña e impresionante aventura vivida, sabiendo que no tardaría mucho en volver a cruzar el umbral. Ya había pensado lo que haría en la próxima ocasión. 
Se sentía como si hubiera vivido dos vidas, y al mismo tiempo acabara de nacer.
Se sirvió un gin tonic y se recostó en el diván. 
Con expresión de relamida satisfacción comenzó a hacer planes para el futuro. 
Se sentía poderoso, invencible.
Era noche de difuntos, una noche especial para…


________________


A las 9 de la noche Lorenzo Aguirre entró en la biblioteca como un rayo; parecía poseído, fuera de sí. Lo miró fijamente y después de unos insoportables instantes lo agarró por el cuello y empezó a golpearlo.

- ¡Te lo advertí! Te dije que si te volvía a ver en Lumbelier te mataría... 

Leopoldo no opuso resistencia. Después de encajar varios puñetazos se irguió todo lo alto que era, se ajustó la corbata y dijo en tono burlón : 

- ¿En serio querías pillarnos "in fraganti"? Celia y yo no hacemos nada malo. Solo nos reímos de ti...Mírate, no estás bien de la cabeza... Atravesando cuadros, escondiendo documentos secretos y lingotes de oro en lugares extraños. Me pregunto qué dirán los psiquiatras de estas historias. No creo que estés en tus cabales para mantener esta propiedad. Siento decirlo.

Después de unos infinitos segundos en los que los dos hombres se estudiaron, Leopoldo Núñez hizo una pequeña inclinación y agregó:

- Lo siento, pero no deberías dejar tus secretos tirados por ahí para que cualquiera pueda verlos, Lorenzo...

Y señalando el cuadro comenzó a reír descontroladamente.

Lorenzo Aguirre perdió el control y se aferró al cuello del alcalde. 
Después de una breve lucha en la que los dos hombres dieron muestra de su fuerza, Leopodo asestó un fuerte golpe en la cabeza a su contrincante, el cual cayó de espaldas rompiéndose el cráneo contra el pico del alféizar de la ventana. 
Sucedió tan de improviso que incluso a Leopoldo le sorprendió tiempo después. 

Con la rapidez de un felino, se dirigió al cuadro y volvió a frotar el lugar donde se hallaba la firma del artista, y después de unos instantes de angustiosa expectación, el mágico rectángulo se volvió a abrir ante sus ojos.
Esta vez no viajaría solo al "otro lado". El cadáver de Lorenzo lo acompañaría.  
Ya había pensando el lugar donde jamás sería encontrado; 
El estanque de Lumbelier...
O mejor dicho el "otro estanque" de Lumbelier que ahora sería solo suyo.

En su viaje al pasado, Leopoldo Núñez recordó los angustiosos momentos al regresar a la biblioteca después de tirar el cadáver de Lorenzo al estanque, temiendo que Celia hubiera podido escuchar o ver algo.
Después de devolver el cuadro a su estado normal, Leopoldo se sentó justo a tiempo para ver a Celia entrar en la biblioteca visiblemente alterada. 

- ¡Dios mío! ¿Qué ha sucedido? Oí golpes desde arriba. Me quedé dormida después del baño y me he despertado aterrorizada oyendo los gritos de Lorenzo.. ¿Dónde está?

Fueron décimas de segundo y Leopoldo supo al instante lo que ella estaba pensando. 
Para añadir más dramatismo al escenario, la sangre de Lorenzo goteaba desde el alféizar de la ventana hasta el suelo. Ella lo miraba de forma extraña.
Ya no había lugar para la duda.

- Santo Cielo, ¿no lo habrás…?

Los negros ojos de ella que tantas veces lo habían hechizado, lo miraban ahora como a un animal. Él no quería hacer lo que iba a hacer, pero no tenía otra opción. Sabía por instinto que ella no iba a colaborar, y él no podía correr ningún riesgo. No después de lo que había descubierto, y después de lo que había hecho.

También esta vez le sorprendió la rapidez con la que todo sucedió. Celia apenas luchó por su vida cuando las manos de él se aferraron a su delicado cuello. Incluso él tuvo la sensación de que ella deseaba que lo hiciera. 
Pobre Celia, tan bella y tan confiada. Tan exuberante y tan ingenua. Después de todo había planeado meter a su marido en un manicomio. Ninguna mujer era de fiar. 
Él tampoco. Así que estaban en paz. 
Tiró el cadáver de la mujer en el fondo del "otro estanque" de Lumbelier, junto a su esposo, incluso tuvo el detalle de echar dos rosas al agua como último gesto de gratitud por los favores prestados. 
Lorenzo y Celia, sin ellos saberlo, le habían señalado el camino hacia la victoria. 


__________________


Capítulo LI
Colmillos Afilados 


Aquella noche de la víspera de difuntos de 1946 fue la más estresante y agotadora de toda su vida. Ni durante la guerra había vivido una situación semejante. Y junto al dolor emocional que sentía por el peligro vivido, notaba esa nueva sensación de poder que le proporcionaba el ser conocedor de un extraordinario secreto que sabía iba a cambiar su destino para siempre.

Celia y su esposo Lorenzo Aguirre fueron dados por desaparecidos en extrañas circunstancias poco tiempo después. Según se comentó por el pueblo y los alrededores, se sospechaba que tanto él como ella, acuciados por el maleficio de la casa y ante los indicios de locura de él, habían hecho un pacto de muerte y se habían adentrado en el mar. Este rumor fue difundido por él mismo.

"...pues como amigo íntimo de la pareja yo era conocedor de estos hechos y aunque tuve el temor de que algo así sucediera, y estuve vigilando de cerca, no pude evitar la tragedia. Es algo que lamento profundamente, y de lo que siempre me sentiré culpable. Lorenzo Aguirre fue más que un amigo para mí. Fue un compañero, un hermano. Alguien que me enseñó a perdonar, y a seguir adelante. Él me recomendó para el puesto de oficial en el Ayuntamiento, y es algo por lo que le estaré eternamente agradecido. Lorenzo y Celia eran un matrimonio perfecto. No he conocido una pareja más enamorada, y que se tratase con tanto respeto. Eran la envidia de todos los que los conocíamos. Lamentablemente, la maldición de la casa hizo mella en ambos y ya saben lo que sucedió después …Celos, violentas discusiones, ataques de ira, abandono de la servidumbre. Yo no creía mucho en estas cosas, pero ¿cómo es posible que dos personas tan decentes y encantadoras sufrieran estos cambios en tan corto espacio de tiempo? Cuando mi amigo empezó a dar signos de desequilibrio mental ya no tuve dudas de que todo había sido causado por el maleficio de la casa…"

Fingiendo un pesar tan convincente que incluso a él le sorprendió, fue como difundió su opinión de cuanto había ocurrido en la casa de la colina. 

Todos los lugareños dieron crédito a esta historia, que fue de boca en boca y que encajaba con las historias que sobre el matrimonio habían contado antiguos miembros de la servidumbre. Fue una desgracia en el pueblo y se pensó que Lumbelier nunca más volvería a estar habitada.  
Tiempo después él compró de forma anónima la casa de la colina y tanto el cuadro mágico, como los documentos importantes y los lingotes de oro pasaron a ser de su exclusiva propiedad, sin contar con los dos cadáveres que descansaban en el fondo del "otro estanque". 
Leopoldo Núñez contrató a un prestigioso agente inmobiliario para hacerse cargo de los asuntos de la casa, una casa que ya nunca se vendería y le encargó la vigilancia exhaustiva del cuadro de la biblioteca.
Puso a subasta todo el mobiliario de la casa, redecoró la biblioteca para recrear el ambiente de 1890, pues estaba seguro que la trágica muerte del pintor estaba relacionada con el poder del cuadro. Tapó la tela de la esquina inferior derecha del lienzo, que era el lugar donde se accionaba el cuadro al frotar, por una fina placa de acero de un dedo de longitud cubierta de tela pintada, para que ningún futuro inquilino pudiera accionar la entrada del cuadro sin darse cuenta. Solo él lo sabía, sólo él podía hacerlo, y sólo él sabía cómo.
A lo largo de los años posteriores usó los documentos importantes del secreter del "otro lado'' para medrar en su avanzada hacia el poder. Pero fueron los lingotes de oro los que afianzaron su carrera, comprando voluntades y lo que hiciera falta. 
Cada cierto tiempo ponía Lumbelier en alquiler, pues era conveniente que estuviera habitada y deshabitada frecuentemente para seguir especulando con la maldición de la casa, también para justificar la presencia del cuadro en el lugar y tenerlo cerca sin que lo relacionaran con él. 
El "otro lado" también servía para ocultar información comprometida que no era conveniente tener guardada en otro sitio, y por supuesto en el fondo del "otro estanque" se hallaban también los cadáveres de Ermelinda y Carlos. Nadie jamás podría descubrirlos sin descubrir antes el enigma del cuadro, y eso era casi imposible.
Hizo más viajes al "otro lado", solo para verificar que todo se hallaba en orden. También le gustaba merodear por allí sabiendo que nunca iba a ser molestado.
Le sorprendió comprobar con el tiempo como los cadáveres de Celia y Lorenzo apenas daban muestras de descomposición en el fondo del "otro estanque ". Achacó el extraño fenómeno a la naturaleza sobrenatural de aquel lugar. 
La placa de platino forrada de tela pintada que colocó sobre el sitio donde se accionaba el cuadro, (donde el pintor había puesto su firma), apenas se distinguía del resto del lienzo. Su trabajo le había costado que no se notara. Él solo debía deslizarla para dejar al descubierto el lugar donde se hallaba la firma del pintor.
Nadie sospecharía nada y así nadie podría tocar ese lugar en un descuido.
Se felicitó a sí mismo por su astucia.
Era su secreto y eso le hacía sentirse poderoso.

Recordó la llamada de teléfono del comisario Aldana el día anterior y como asombrosamente todo parecía girar a su favor.
Por lo visto Victor Suárez se hallaba en el punto de mira de las investigaciones de la policía, y por supuesto él como buen ciudadano se había prestado a colaborar. 
"Un simple registro", le habían dicho…
Sería interesante ver cómo evolucionaban los acontecimientos. 
Ya estaba harto de su secretario, y de su aparente formalidad.
Mientras esperaba unas cartas que debían llegar esa mañana,
cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo de su butaca.  Viajó a los días anteriores al levantamiento cuando era un joven teniente del ejército republicano. Por su fama de implacable y astuto se ganó el mote entre sus compañeros de "Colmillos Afilados". 
¡Qué tiempos aquellos!
Soltó una carcajada a la que siguieron otras más.
Cualquiera que hubiera entrado en ese momento hubiera visto al alcalde sin su máscara habitual, y al ver la expresión de su rostro se hubiera asustado. 

Pues tras la mesa del despacho del alcalde se hallaba sonriente el rostro de un depredador. 


Capítulo LII
Llamada de auxilio 


Víctor Suárez desayunaba en la Taberna del Marino Feliz. Se encontraba de mal humor y le dolía la cabeza. Había tenido un sueño perturbador con Carola y aún le duraba la sensación angustiosa que había experimentado durante la pesadilla.  Alguien quería hacerle daño a la chica y ella reclamaba su ayuda, pero él no podía acudir a socorrerla porque se hallaba en el fondo de una fosa donde habían tirado los cadáveres de sus padres.
Él escuchaba los gritos de Carola pero no podía moverse y tenía miedo de que alguien pudiera hacerle daño a la joven. Vio como una azada tiraba tierra sobre su cuerpo y los cuerpos sin vida de sus padres. Quiso gritar pero ningún sonido salió de su garganta. Junto a la risa del enterrador escuchó las llamadas de auxilio de Carola. Sintió un dolor inmenso, no por el hecho de que iba a ser enterrado vivo, sino porque la vida de Carola estaba en peligro y él no podía acudir para salvarla.

Se despertó empapado en sudor y con el corazón golpeándole el pecho. Sintió un gran alivio al comprobar que solo había sido un mal sueño. De pronto sintió unos enormes deseos de ir a buscar a Carola para abrazarla y protegerla, y decirle que no dejaría que nadie le hiciera daño nunca y por primera vez se dio cuenta de que estaba enamorado y este descubrimiento le incomodó.  
Recordó que el día anterior su jefe le había telefoneado dándole la tarde del viernes libre, eso le extrañó, pero como era costumbre en él no hizo preguntas. 

Una vez en la taberna y tomando su café de las mañanas se dio cuenta de que un hombre lo observaba desde la barra; era el comisario Aldana. Se sintió molesto y dio un gruñido.

Apuró su café, pagó la cuenta y salió de la taberna mientras la mirada del comisario lo seguía hasta afuera. 


__________________


Capítulo LIII
Un día especial 
 

Adela Palacios se daba los últimos retoques frente al espejo del tocador. Todavía mantenía intactos vestigios de la exuberante belleza que había sido, sin embargo, había ya evidentes signos de marchitez en su rostro y sabía que eso ya era irreversible. Tampoco le importaba mucho eso, si el hombre que amaba no demostraba ningún interés por ella y hacía tiempo que eso era un hecho real. Sin embargo, los últimos días parecía más amable y considerado con ella, incluso la había llamado por el diminutivo de su nombre, Adelita, algo que no hacía desde hacía años. Tenía la sensación de que su marido quería decirle algo y esto no dejaba de ser una novedad, pues él nunca contaba con ella para nada, así que debía ser algo de vital importancia y por lo tanto ella debía dar su visto bueno, por eso él estaba siendo tan cuidadoso. Bueno, ella esperaría el momento.  

Sintió su pulso acelerarse. 

Hoy tenía su acostumbrada sesión de espiritismo en la ciudad.  Era la víspera del día de difuntos y sabía que algo muy importante iba a serle revelado a través de la médium Esmeralda Robledo. Siempre se sentía muy animada y excitada cuando debía acudir a estas citas con el más allá, pero en esta ocasión mucho más, pues sabía que el espíritu que se había puesto en contacto con la Medium iba a hacer otra gran revelación y además era 31 de Octubre. ¿Qué más podía pedir? 


________________


La señorita Lily se despertó ansiosa. Era la víspera del día de difuntos y esa festividad siempre la alteraba. Recordó el agobiante sueño de la noche anterior y un escalofrío recorrió su cuerpo. 
Había soñado de nuevo con la primera familia de Lumbelier y con el pintor autor del cuadro de la biblioteca. 
Llevaba semanas teniendo estos sueños recurrentes. 
Antes de instalarse en Lumbelier se había informado sobre la primera familia de la casa, y por lo tanto era conocedora de aquella trágica historia, pero habían transcurrido casi 90 años, por lo que al principio pensó que no debía dejarse influenciar por eso, sin embargo después de las espeluznantes visiones que había tenido con el cuadro, aquel dramático y lejano suceso subía ahora a la superficie de su conciencia, pues cayó en la cuenta de que el suicida que había visto pintado en la ventana de la casa del cuadro era el autor del mismo cuadro, Rafael Ventura.
En cuanto a la figura de los hombres forcejeando que también había visto pintada en el cuadro, ¿sería un hecho también del pasado?
¿Y porqué ella precisamente tenía esas visiones? Nunca había creído mucho en esa clase de fenómenos, es más los negaba categóricamente, sin embargo las visiones habían existido y con una claridad meridiana, eso era lo que la sorprendía y lo que la intrigaba. Luego estaba lo que más le angustiaba, la explicación lógica a aquel enigma, que no era otra que aceptar que era su mente la que producía las inquietantes imágenes y eso era algo que la atormentaba y dejaba sin fuerzas, pues no estaba preparada para enfrentarse al hecho de que no sólo no se había curado de su crisis nerviosa, si no que había recaído y tal vez con más fuerza que la vez anterior. Sin embargo era una mujer resistente, con muchos recursos internos y sabía amoldarse a las situaciones complicadas. No estaba dispuesta a dejarse caer otra vez en aquella espiral de alucinaciones y pérdida de identidad. Si su mente le estaba tendiendo un pulso ella lucharía para vencerla, le sobraban motivos. 
Se levantó de un salto y se asomó a la ventana. El aire fresco de la mañana la espabiló.

Era increíblemente hermosa la vista que se divisaba desde allí. Cumbeira Do Norte parecía un pueblecito de cuento de hadas, con sus altas montañas abrazando los bosques tan bucólicos que parecían sacados de una antigua leyenda. El brillante verdor de aquellas tierras, aquel halo mágico, aquella luz limpia,  tan especial y característica, y luego la costa tan imponente como fabulosa. Sí, una parte muy importante de sí misma pertenecía a aquel lugar y sacaba nuevas fuerzas de allí, y estaba molesta consigo misma por haber tardado tanto en darse cuenta. Toda su vida viviendo en Madrid se había sentido extraña y desplazada, incomprendida y ajena a sus amistades y compañeros de facultad, como si ella fuera de otro lugar. 
Una chica solitaria, un pez raro, solían decir. 
Ahora sabía porqué;
Su lugar estaba allí…
En aquellas tierras mágicas, y cerca de aquel mar.
Se sintió más animada. Era el día víspera de la festividad de Todos los Santos, y aunque esa fecha le inquietaba, había decidido que era hora de cambiar de actitud. 
Pensó que ya había llegado el momento de ir a visitar a Hortensia Alvarez, que había sido tan amable al invitarla. Necesitaba hablar con alguien y poner distancia entre ella y sus preocupaciones. Le vendría bien. 
Después de su aseo diario y ya vestida, Lily bajó las escaleras canturreando una canción que su padre le cantaba de niña.

Se sentía eufórica, extrañamente feliz…


________________


Capítulo LIV
Recuerdos de una solterona


Hortensia Alvarez se levantó de muy buen humor aquella mañana. Por alguna extraña razón presentía que aquel iba a ser un día especial. Comenzaba un largo fin de semana que como era costumbre se tomaba libre para dedicarse a sus menesteres. Su sobrino Eduardo quedaba a cargo del estanco.
Esa tarde tendría su habitual reunión semanal con sus amigas : la señorita Alday, Úrsula Garrido, la prima de esta, y la anciana señora Gertrudis, que le estaba enseñando a hacer punto de cruz.
Café con pastas y chismes con las amigas, su ocupación favorita.  
Al día siguiente sería el Día de Difuntos e iría al cementerio a visitar la tumba de sus padres. Por la noche tendría cena familiar con sus primos, los padres de Eduardo y jugarían a las cartas hasta bien entrada la madrugada. No le gustaba mucho el marido de su prima, pero sí la tía de éste, una anciana muy graciosa, experta en el juego del julepe. Además siempre era divertido pasar una noche con su prima Elena y el joven Eduardo. El domingo irían todos a la Iglesia, para más tarde ir a la entrega de los premios florales que organizaba el párroco Don Andrés, y todo el pueblo estaría reunido allí. Finalizaría la fiesta en una merienda al aire libre, organizada por las feligresas de la parroquia. 
Sí, un fin de semana divertido y excitante se presentaba por delante y ella iba a disfrutarlo.
Se levantó silbando y vigorosa como una colegiala, y de repente cayó en la cuenta de que ese mismo día se cumplían 30 años de aquella otra noche en la que su percepción del mundo cambió para siempre. 
A pesar del tiempo transcurrido nunca dejaba de angustiarse al evocar el momento en el que tras los finos visillos de una de las ventanas de Lumbelier vio a Leopoldo Núñez estrangular a la esposa del último propietario de la casa.

Hortensia tragó saliva ante este perturbador recuerdo que en aquel tiempo la hizo madurar de repente y convencerse que se había enamorado de un monstruo.

Aquella lejana noche de la víspera de difuntos de 1946 se había acercado hasta la casa de la colina movida por un extraño presentimiento, pues desde hacía poco tiempo sospechaba que algo sucedía entre su amigo Leopoldo y la dueña de Lumbelier, Celia Villanueva.  Como chica formal y bien educada que era sólo quería conocer el estado de la situación, para saber si debía seguir albergando sentimientos románticos respecto a él. Era muy joven e inocente, y no comprendía muy bien la actitud de él hacia ella, pues aunque él nunca le habló de amor, ni había intentado besarla, parecía como si él hubiera dejado "algo" prendido en el aire, entre los dos; y esto en un hombre como él no dejaba de ser extraño. 
Todo lo que ella sabía del amor lo había aprendido en las novelas románticas que leía; presentía cosas, pero era muy inexperta e ignoraba la inmensa mayoría de todo lo relacionado con este tema. Movida por la incertidumbre de no saber lo que él sentía por ella y ante la creciente sospecha de que él tenía una relación con otra mujer, pensó que debía saberlo para no tener que lamentar nada después. 
Se había enterado casualmente de que Leopoldo se dejaba caer con frecuencia por la casa de la colina. 
Al principio lo achacó a su amistad con el dueño, el teniente Aguirre, sin embargo después, las sospechas de que esas visitas eran por otro motivo fueron tomando forma en su cabeza. 
Así que bien entrada la tarde de aquel día lo siguió hasta las inmediaciones de Lumbelier.

Al demorar él la salida, Hortensia se quedó esperando allí fuera sintiendo como las oleadas de vergüenza y humillación subían hasta su rostro, provocando sus primeras lágrimas de despecho, sin embargo, no imaginaba lo que iba a presenciar después. 
Hortensia recordó cómo tuvo infinidad de impulsos de revelar lo que había visto esa noche y como sentía que una extraña fuerza la detenía. Al fin y al cabo, Leopoldo era oficial del Ayuntamiento y empezaba a estar bien considerado, algo que le había costado mucho, y ella no era más que una loca fantasiosa que leía demasiadas novelas y tenía fama de poseer un carácter huraño, solitario y un ilimitado exceso de imaginación. Nadie la creería, pero Hortensia sabía perfectamente que no había sido eso lo que la frenó de ir a las autoridades y denunciarlo, sino el inexplicable deseo de no querer que a Leopoldo le sucediera nada malo, a pesar de lo que ella había presenciado tras los visillos de la ventana de la biblioteca, y esto en sí la molestaba. Aunque eso solo fue al principio, pues luego, sus sentimientos respecto a él cambiaron.

Nunca volvió a hablar con él después de aquella noche, y misteriosamente él fue prosperando. Ella se encerró más en su mundo y para soportar aquella doble humillación se dedicó a hacer lo que su padre siempre le había aconsejado, "fortalecerse por dentro"; y desde aquellos días ya nunca volvió a ser la misma. A veces se cruzaba con él por el pueblo y él apenas reparaba en ella, como si la amistad especial que había habido entre ellos nunca hubiera existido. Fue entonces cuando comenzó a albergar un odio secreto contra él y un deseo insoportable de que algún día se hiciera justicia. Lo vio casarse con una atractiva mujer, convertirse en concejal, ir escalando peldaños, para después convertirse en alcalde y ser aclamado por los lugareños. Lo escuchó dar mítines políticos, ensalzando los valores morales de su gestión en el pueblo. Era muy buen orador y tenía un carisma irresistible. Los habitantes de Cumbeira Do Norte lo querían y respetaban, pero sólo ella sabía el monstruo que habitaba en su interior.  
No reveló nada a nadie de lo que había presenciado. Sabía que el Señor haría justicia más tarde o más temprano. 
No obstante, treinta años esperando que recibiera su merecido y viéndolo prosperar, hicieron que el odio que sentía por él fuera creciendo hasta hacerse insoportable, y curiosamente esa sensación le hacía sentirse fuerte, esperando el momento de su caída, porque sabía que ese día llegaría, y ella estaría allí para verlo. 


__________________


Capítulo LV
Lágrimas de impotencia 


En la salita de la casa de la señora Bermejo, Julieta Vázquez desayunaba y daba vueltas a un asunto que la mantenía inquieta los últimos días. Llevaba mes y medio viviendo con su ex suegra y cuidando de ella desde la desaparición de Carlos. Había logrado en parte rebajar el sentimiento de culpa que sentía por el tema del dinero que Carlos le prestó, y que ella se había gastado alegremente, al ocuparse de aquella anciana 
que tan buena había sido con ella y que tan sola había quedado. Sin embargo la mujer en los últimos días se comportaba de un modo extraño, eso unido a las inquietantes afirmaciones de que sabía que su hijo había sido asesinado y que ella sabía quién había sido, contribuía a que Julieta se sintiera más ansiosa de lo habitual. La había sorprendido el otro día rebuscando entre las cosas de Carlos y ofuscada porque no encontraba "algo", y también le había pedido que la acompañara a casa del anciano coronel Quiroga, con quien Carlos solía conversar en la Taberna del Marino Feliz. Alegando que "el viejo sabía cosas". Ella se negó, diciéndole que no estaba recuperada y que obsesionarse con ese tema solo contribuiría a que enfermera otra vez. Debía aceptar que Carlos había tenido un trabajo muy peligroso y que no volvería, que ellas nada podían hacer, y que lo mejor era olvidar el asunto y seguir viviendo. Cuando vio a la anciana agachar la cabeza y verter unas lágrimas de impotencia le dijo suavemente :

- A él no le gustaría verla así, Rosamunda. Recuérdelo 

La anciana asintió resignada, pero afirmó convencida : 

- A Carlos lo mató ese hombre…Lo siento aquí dentro y no necesito más. 

- …¿Quién? - le espetó Julieta impaciente 

- No puedo decírtelo hasta que no reúna todas las piezas;  tampoco quiero ponerte en peligro, querida. 

La firmeza y la seguridad con la que Rosamunda Bermejo, de 90 años, dijo esto, produjo escalofríos en la joven Julieta, quien no sabía cómo actuar. 
Sin embargo, algo en su fuero interno le decía que tal vez la anciana señora Bermejo no estaba muy lejos de la verdad. 


_____________


Capítulo LVI
La micro cámara 


Leopoldo Núñez miraba atentamente los dos sobres que había sobre la mesa de su despacho. Habían llegado a primera hora de la mañana. Familiarizado con el sobre que llevaba la marca de un conocido laboratorio fotográfico de la ciudad, lo abrió. Dejó el otro sobre para luego.

En 1970 cuando la casa fue cerrada y después del escándalo con la comuna de hippies, instaló una micro cámara fotográfica en la biblioteca para captar cualquier movimiento sospechoso de algún curioso. Semanalmente, Fermín Rubianes recogía los negativos, los llevaba a un laboratorio y ya revelados, los enviaba a su despacho. Nunca hubo novedad. Él se cuidaba de desactivar la micro cámara cuando llevaba a alguna chica a la biblioteca. Durante cinco años habían actuado así, y no hubo el menor problema; sin embargo, al estar de nuevo la casa habitada, el agente había puesto muchos reparos en entrar furtivamente en la biblioteca para recoger los negativos semanalmente, más cuando él triplicó la suma de dinero, el otro accedió inmediatamente. 
A pesar del tiempo que conocía a Fermín Rubianes nunca dejó de sorprenderle lo aprensivo que era. Sin embargo, también era discreto y leal, y esas cualidades suplían todo lo demás. 
Durante años ningún inquilino había presentado problemas en lo referente al cuadro de la biblioteca. Todos cumplieron religiosamente las normas de no cambiar ni agregar nada al mobiliario de la habitación. La mayoría no duraba allí más de seis u ocho meses. Él se encargaba de sembrar el miedo en sus cabezas haciendo correr historias grotescas sobre Lumbelier a través de terceras personas, y provocando fenómenos extraños, para que abandonaran la hacienda antes de tiempo. Sin embargo con la comuna de hippies, hacía unos cinco años, había tenido muchos problemas, y no solo por las quejas del vecindario, sino por los destrozos en la casa y especialmente porque a uno de aquellos locos se le ocurrió la idea de cambiar el cuadro de sitio. Alarmado tuvo que actuar y presionar para que abandonaran la casa, su agente se ocupó de la parte amable del asunto, a él le tocó la parte complicada, recurriendo a la amenaza para librarse de ellos y corriendo el riesgo de que se descubriera que él era el dueño de Lumbelier. 
Sin embargo, no fue suficiente y fue una orden judicial la que los echó de allí. 
Más tarde se enteró de que los desarraigados planeaban ocupar la casa indefinidamente. El susto y el escándalo ocasionados hicieron que Lumbelier permaneciera deshabitada durante cinco largos años. Durante este tiempo la casa fue reformada e instaló medidas de seguridad en torno al cuadro para que nadie pudiera tocarlo sin que él se enterara. Aparte de la micro cámara, mandó pegar el cuadro a la pared con finos cordeles de platino que cruzaban desde el dorso del cuadro hasta el interior de la pared. No eran visibles estos nuevos elementos desde fuera, pero cualquiera que hubiera tenido la intención de llevarse el cuadro o moverlo siquiera, le hubiera sido imposible sin echar abajo la pared entera.
Por fortuna en los últimos tiempos nadie parecía estar muy interesado en la casa de la colina. Las nuevas generaciones parecían reírse del maleficio de Lumbelier, lo que era una ventaja para él, sin embargo, él no descuidó ningún aspecto por mínimo que fuera de la seguridad de la casa y del cuadro en particular. 


_________________


Capítulo LVII
Los ojos del miedo 


Leopoldo Núñez observó las capturas de la micro cámara que acababan de llegar en el sobre del laboratorio fotográfico de la ciudad. 
Alzó las cejas contrariado ante aquel nuevo factor.
En la fotografía que tenía en su mano, la señorita Lily parecía muy impresionada con el cuadro. Observó con más detenimiento para no perderse ningún detalle. 
Por la expresión de su rostro, la nueva inquilina debía haber visto algo extraño en el lienzo. Esto lo inquietó, como el hecho de que en otra captura, se viera a la joven señalándole al jardinero un punto en el cuadro. 
Estudió atentamente las capturas sin comprender lo que querían decir. La joven parecía señalar un punto de la casa pintada en el cuadro y se la veía muy contrariada.
La señorita Lily Martínez llevaba casi dos meses viviendo en Lumbelier. La había vigilado desde que ella inició la mudanza y no parecía del tipo de mujer que dan problemas. No era más que una mosquita muerta que se escondía de los hombres y vagaba sola por la playa, pero le preocupaba la expresión de su rostro al contemplar el cuadro. ¿Qué era lo que había llamado su atención?
Según las capturas que la micro cámara había tomado las primeras semanas que Lily se instaló en la casa, la joven solía pasar mucho tiempo en la biblioteca, e incluso había instalado allí su máquina de escribir;
Sin embargo, en las fotografías nunca la había visto tan alterada con la visión del cuadro. 
Pensó en que había llegado el momento de hacerle una visita. También vigilaría al nuevo jardinero. Había algo en él que le incomodaba y no sabía porqué. Sí, los vigilaría a los dos, pero debía ser muy cuidadoso, porque nadie, excepto Fermín Rubianes y Carola, sabía que él era el auténtico propietario de Lumbelier. 
Luego estaba el otro asunto, ese que había alargado en abordar durante el verano, pero que tarde o temprano debería enfrentar. Su traslado definitivo del pueblo y la venta de la casa.  Sabía, porque lo había comprobado él mismo varias veces, que el cuadro no se accionaba en otro lugar que no fuera la biblioteca, y por lo tanto sería imposible cruzar al "otro lado" si el cuadro era cambiado de sitio, por lo que maduró durante aquel verano la posibilidad de deshacerse del cuadro y sellar definitivamente la entrada al "otro lugar". Era demasiado arriesgado y desde su nuevo puesto en Madrid le sería imposible controlarlo todo. Además desde el asunto de Carlos, sabía que había llevado demasiado lejos su historia con el cuadro, y sabía que había llegado el momento de cortar amarras con aquella fabulosa historia antes de que alguien lo descubriera todo. Lo de Carlos había sido la señal de alarma y fue entonces cuando le soltó a Rubianes su intención de llevarse el cuadro de Lumbelier.  A su agente le había extrañado, pero como era un hombre inteligente no hacía preguntas, pero él sabía que no dejaba de hacer elucubraciones. Bueno, ahora sabía que pronto dejaría de hacerlas porque él tenía también la intención de vender la casa. Sacaría toda la documentación importante del secreter del "otro lado", y sobre todo pondría a buen recaudo los lingotes de oro. Quemaría el cuadro y pondría fin a aquella historia antes de que la historia le pusiera fin a él. Nadie descubriría nunca nada. Durante las últimas semanas había madurado la idea de que la señorita Lily sería una buena propietaria para Lumbelier, y cada vez estaba más convencido. Le haría un precio tan bajo que ella no podría rechazar, pero la expresión de su rostro captada por la micro cámara al observar el cuadro lo había alterado. Pensó que había llegado el momento de hacerle una visita. 


_________________


Capítulo LVIII
Oscuros presagios de un hombre enamorado 



Alfredo Bosco aparcó su furgoneta en el cobertizo de Lumbelier.  Iba a ser un día de mucho trabajo, pues tocaba arreglar la zona del estanque y los terrenos adyacentes, y para eso iba a necesitar casi todo el día.
 
Venía preparado de la pensión con un suculento almuerzo y un termo de café. No había dormido bien esa noche y lo achacaba al último incidente con la señorita Lily en la biblioteca, cuando ella estaba tan alterada por el cuadro, y también porque los oscuros presagios en torno a ella habían aumentado, y estaba muy preocupado, esto añadido al hecho de su nueva situación emocional contribuía a que se sintiera más irritado que de costumbre. 
Luego estaban las investigaciones sobre la desaparición de aquel muchacho. Había escuchado trozos de conversaciones en la taberna y en la pensión, y veía ráfagas de imágenes en su interior, además de percepciones, que por su desconocimiento de aquel asunto y por ser casi un forastero, no podía comprender. 
Y también estaban los recuerdos de aquella tarde de la víspera del día de difuntos de 1946 y el misterioso fenómeno que él y su amigo habían presenciado, y el hecho apabullante de que se encontraba en la misma casa que entonces. 

Se fijó en que el automóvil de ella estaba aparcado en el sitio de costumbre.
Nunca la había visto conducir, aunque ella usaba el coche para hacer sus compras semanales.
Le hubiera gustado ofrecerse para poder ayudarle en esos menesteres, pero no se atrevía.

Todo lo concerniente a ella se había convertido en primordial para él y eso le preocupaba, pero sabía que ya no había solución. 

Estaba enamorado 


_____________________


Capítulo LIX
Los paseos del coronel 


El anciano coronel Quiroga realizaba su paseo matutino. A sus 90 años podía decirse que aún se conservaba en buena forma. Una vida austera, ayuno frecuente y la práctica de ejercicio contribuían a su buen estado, no obstante, él no dejaba de quejarse de sus continuos achaques, que los que le conocían bien, aseguraban que eran imaginarios.

Aquella mañana hacía su recorrido habitual sin dejar de cavilar en la breve conversación que había mantenido con la señora Bermejo, la madre de Carlos.
La mujer había ido a verle aprovechando que Julieta había salido a hacer unas compras; por lo visto la joven vigilaba mucho a su ex suegra debido a su delicado estado de salud.

Él charló unos breves instantes con ella en el vestíbulo de su casa. Le hubiera gustado invitarla a un café, pero la mujer tenía prisa y según ella, no debía demorarse mucho.
La semana de la desaparición de Carlos también había hablado con ella a raíz de cierto asunto que el muchacho le había confiado antes de su desaparición. El coronel Quiroga creyó que era su deber decírselo a su madre, y así lo hizo, sin embargo, al volver a hablar con la mujer, esta parecía mucho más angustiada y su voz sonó apenas audible cuando le susurró: 

- He buscado en el cuarto de Carlos, tal y como usted me dijo - dudó antes de decir - ... Pero, no encontré nada...

Ya no habló más con ella. La mujer parecía muy asustada, como si temiera algo.
Tuvo la sensación de que quería preguntarle algo más, pero ella debió pensarlo mejor, porque de pronto se calló y se marchó apresuradamente.  


___________________


Capítulo LX
El tren de las 10:00


Carola Luengos subió a bordo del tren de las 10:00.
Debía arreglar unos asuntos personales en la ciudad esa mañana y quería estar de vuelta al mediodía para tener una conversación con Victor, tal vez la última.
No estaba dispuesta a mendigar el amor de Victor, pero tampoco iba a consentir que el hombre jugara con ella. Tampoco iba a aceptar ningún dinero por los "servicios prestados". Iba a devolverle hasta el último céntimo que él le había adelantado por su trabajo. Un poco de coqueteo y algunos besos no merecían ser pagados, y menos aún si según Victor ella no había sacado ninguna suculenta información.
Le dolía el corazón, no por haber fracasado en ese trabajo, si no por la actitud de Victor, por su frialdad y por lo mal que la había juzgado.

La noche anterior ya había hecho planes en cuanto a su futuro. 
Iba a regresar a Lugo a vivir con su madre y a emplearse como sirvienta en alguna casa. Dejaría Cumbeira Do Norte para siempre, pero antes debía mirarse en los ojos de Victor para comprobar si era cierto lo que había percibido la última vez que hablara con él.  

Carola Luengos entró en un compartimento casi vacío.
Se sentó y cuando levantó la mirada vio el rostro de Adela Palacios, la esposa del alcalde, observándola fijamente.  

A pesar de la cálida temperatura que había en el tren, Carola sintió un leve escalofrío.
 

__________________


Capítulo LXI
Juego sucio


Leopoldo Núñez miraba fijamente el segundo sobre que había en la mesa de su despacho. Había llegado esa misma mañana, y ya antes de abrirlo sospechaba lo que podía contener.
Había encargado hacía unas semanas que vigilaran a Carola y después de que la chica rompiera su relación con él se había alegrado de hacerlo. Rasgó el sobre con cuidado y sobre la mesa cayeron varias fotografías en color y dos folios escritos a máquina. Miró las fotografías sin asombrarse demasiado. 
Efectivamente, justo lo que venía sospechando hacía tiempo.  
En las imágenes podía verse con claridad a Carola y a su secretario Victor Suárez charlando amistosamente. Había varias capturas de ellos juntos hablando en un café y sentados en un parque de Lugo. Por la expresión de sus rostros no parecía que hubiera nada entre ellos, pero sí que se adivinaba otro tipo de relación, ¿tal vez profesional? 
Sus dudas quedaron despejadas al leer los folios que el detective privado le había enviado.

"Carola Luengos ex corista de provincias, procedente de Lugo. 30 años. Soltera, sin hijos. Se le rescindió el contrato en el teatro donde trabajaba la pasada primavera. Fue vista con el hombre de la fotografía en varias ocasiones en una concurrida cafetería de Lugo. Según cuentan el hombre nunca subió a su piso, y jamás se vio entre ellos una actitud cariñosa. Cierta ex compañera de Carola afirmó que su amiga estaba un poco más animada pues un caballero le había ofrecido trabajo.
En Cumbeira Do Norte fueron vistos hablando en alguna ocasión en el hall del Hostal Principal, donde la chica se hospeda, y solo en una ocasión el hombre subió a la habitación de la joven, pero sólo se demoró allí unos cinco minutos. La mayoría de las reuniones se produjeron en el "Parador del olvido", el parque natural que se halla a una milla de Cumbeira. Estas fotografías datan de esos encuentros. Por lo visto solo se dedican a hablar y bastante …" 

Leopoldo Núñez no necesitó leer más, pues captó a la primera el tipo de relación que había entre Carola y Victor.  
Al principio le extrañó lo poco casual de su primer encuentro con la chica, y la facilidad con la que ella había accedido a citarse con él, ahora con estos datos e información sobre la mesa, no cabía duda, Carola trabajaba para Victor, y el objetivo era el de siempre : "sacar información". Un hombre de su posición tenía enemigos por todas partes. Se felicitaba de no haberle contado a Carola nada demasiado importante, aunque reconoció haber sido muy imprudente al revelarle a la joven que él era el propietario anónimo de Lumbelier. Salvo Fermín Rubianes nadie conocía este hecho, y le inquietaba lo que haría Victor con esa información.
Ese insulso con demasiados buenos informes, siempre le pareció demasiado perfecto para ser de fiar. Bueno, pronto averiguaría las razones por las que Victor Suárez le había espiado, y también se tomaría una dulce venganza por ello.
Se alegró y mucho de la conversación que había tenido por teléfono con el comisario el día anterior, cuando el policía le llamó preguntándole por el horario de trabajo de su secretario. Por lo visto el policía quería registrar el despacho de Victor sin levantar demasiadas sospechas y encontrándose este ausente. Al preguntarle él los motivos de este inusual registro en el Ayuntamiento, el comisario alegó:
"Pura formalidad" 
Leopoldo Núñez ya no necesitó escuchar nada más.
Que sospecharan de Victor Suárez era un golpe de buena suerte, pero que la policía quisiera registrar el despacho de su secretario era una genialidad del destino. 
Ese mismo día llamó a Victor para darle la tarde del viernes libre. 
A la mañana siguiente y después de ver las fotografías de Victor y Carola juntos pensó que el diablo estaba de su parte. 
Iba a matar dos pájaros de un solo tiro, e iba a disfrutar haciéndolo. 

Volvió a mirar una de las fotografías y notó cómo su pulso se aceleraba.
Carola era condenadamente bella y no solo eso, parecía tan digna, tan inalcanzable. 
Apretó los puños con rabia
Debía quitarse a esa pécora de la cabeza o si no... 
¡Maldita sea! Todos buscaban algo de él, todos le desafiaban. Demasiada gente acechando, esperando que diera un traspiés. Treinta años luchando para llegar a donde estaba a punto de llegar y todos poniéndole zancadillas para que no lo lograra. 
Pero nadie iba a impedírselo, de eso estaba seguro. Estaba harto de ese pueblo, y de sus ancestrales costumbres, de las intrigas y el oscurantismo, y sobre todo, estaba harto de Lumbelier. Debía deshacerse de la casa antes de que…
Descolgó el auricular y marcó el número de su agente inmobiliario. 


____________________


Capítulo LXII

Un sabueso de la vieja guardia 

El comisario Aldana entró en el Ayuntamiento. Sabía que había llegado el momento de tener una conversación con Victor Suárez, pues sus investigaciones se iban estrechando cada vez más sobre el secretario del alcalde.

El comisario no creía que el alcalde estuviera relacionado con el caso, no directamente, aunque sí creía que alguien muy próximo debía haber usado su nombre con algún fin. Leopoldo Núñez nunca había estado envuelto en nada turbio. Según sus fuentes, el alcalde había sido investigado en varias ocasiones sin encontrar indicios de delito. Las sospechas del comisario se centraban en Victor Suárez, sobre todo después de enterarse de su amistad con Ermelinda; y de algún modo, y siguiendo su intuición, sospechaba que también debía estar implicado en la desaparición de Carlos.  
La cuestión era la falta de pruebas sustanciales, pero él era un sabueso de la vieja guardia y las iba a encontrar.

Después de intercambiar unas breves palabras en recepción subió hasta el segundo piso usando el ascensor.

Golpeó suavemente con los nudillos en la puerta y una voz al otro lado dijo: 

- Pase

Un contrariado Victor Suárez le esperaba sentado tras la mesa de su despacho. 

- ¡Buenos días! Ya me avisaron desde abajo. ¿Qué desea de mí, comisario?


_________________


Capítulo LXIII
Sin previo aviso 


El alcalde salió de su despacho justo cuando el comisario entraba en la oficina de Victor Suárez. Fue milagroso que los dos hombres no se cruzaran en los pasillos. 
 
Bajó por el ascensor hasta el garaje y subió a su auto. Después de encender la radio arrancó el motor rumbo a Lumbelier.

Había llegado el momento de hacerle una visita a la señorita Lily. 


_________________


Fermín Rubianes colgó el auricular contrariado. No daba crédito a lo que acababa de escuchar. Su jefe quería vender Lumbelier lo antes posible e iba a hacerle una oferta a la señorita Lily esa misma mañana. Le rogó que acudiera a la casa de la colina a la primera llamada de teléfono que él le hiciera con todos los documentos. 

Quiero acabar con este asunto de una vez. Lumbelier es un lastre. 


Le había dicho, visiblemente alterado.

Pero, ¿a santo de qué este radical cambio y sin previo aviso? 
¿Y qué pasaba con el cuadro? 
No le había dado tiempo a hablar más con su jefe.

Ahora tenía que poner en orden precipitadamente todos los documentos y registros de propiedad de Lumbelier y tenerlo a punto para cuando el alcalde llamara, si es que llamaba.

Y justo la víspera del día de difuntos...


___________________


Capítulo LXIV
El sol del último día 


Alfredo Bosco trabajaba con ahínco en los terrenos junto al estanque.

El sol del último día de octubre le daba en la cara dificultando su tarea.
Los matorrales y la maleza cubrían toda aquella zona, pero no conseguían restar un ápice a la belleza de aquel lugar.

Algunas flores recién abiertas dejaban entrever el color de los sueños, pero no eran unos sueños felices, pues una angustia insoportable coronaba aquella parte del jardín, tan cercana al secreto de la casa. 

Demasiada luz, y demasiada sombra…
Algo misteriosamente sutil flotaba en el ambiente.

Se notaba tenso y era por la proximidad de la biblioteca y del cuadro.
También notaba la cercanía física del hada de Lumbelier y eso lo inquietaba aún más, pues presentía el peligro, pero no sabía desde qué dirección venía.

Recordó aquella tarde 30 años atrás, el rectángulo de luz de la biblioteca, y la figura de aquel misterioso hombre.

Su corazón se aceleró bruscamente, y para calmarse comenzó a silbar las primeras notas de la canción que estaba componiendo con su guitarra :

"Cuidado con las hadas". 

No era el sol lo que cegaba sus ojos, sino la sombra del miedo que había visto en la mirada de la señorita Lily. 


_________________


Capítulo LXV
Extrañamente feliz


En su compartimento del tren Adela Palacios estudiaba a la joven que tenía delante. Sin duda se trataba de la última amiguita de su marido. Lo supo desde que en la última recepción de la alcaldía allá por el mes de Junio, Leopodo le había servido una copa. La forma en que se miraron no dejaba lugar a la duda.
Sin embargo, esta chica parecía diferente, como muy alejada del estilo de mujer que le atraía a su marido. Era muy atractiva, y elegante. Vestía con un sobrio traje de chaqueta por el que se adivinaba su esbelta figura. Llevaba el fino cabello cobrizo suelto por los hombros y tenía una expresión de serena dignidad en su rostro.
La chica se puso a leer el periódico con interés. Se sintió vieja y ridícula delante de ella.
Era tan diferente a Ermelinda y a las otras.

Se sintió muy incómoda y trató de evadirse pensando en la sesión de espiritismo que tendría lugar esa mañana en casa de Esmeralda Robledo.  

Al cabo de media hora cuando el tren llegó a su destino, Adela Palacios se levantó para salir y justo al abrir la puerta escuchó la voz de Carola decirle : 

- Es usted toda una señora. Y créame, no tuve nada que ver con su marido. Le doy mi palabra. 

Adela Palacios se giró contrariada

- No sé a qué se refiere, señorita…-  dijo algo confundida 

Carola le sonrió amablemente. Adela le devolvió la sonrisa y añadió: 

- ...No sé, pero la creo… Gracias por decírmelo. Buenos días. 

Y  salió del tren algo ofuscada, pero también feliz, extrañamente feliz. 


__________________


Capítulo LXVI
Disparando con bala


El comisario Aldana y Victor Suárez se estudiaban mutuamente. 
El rostro, por costumbre impasible de Victor, apenas dejaba entrever el carrusel de emociones y pensamientos que giraban atropelladamente en su interior. 

"Este muchacho está a punto de estallar ", pensó el comisario. 

- Ignoro el motivo de su visita, pero ha de saber que soy un ciudadano honrado.  - dijo Victor con tono grave 

El comisario asintió conciliador 

- Tranquilo, señor Suárez.  Es una visita extraoficial.  Sólo deseo hacerle unas preguntas sobre Carlos Ramírez. Nada más.  

¿Fue un espejismo o el comisario percibió una expresión de alivio en el rostro del hombre? 

- Bueno, en ese caso, solo tengo que decirle que apenas tuve trato con él. - contestó Victor - Solía cruzarmelo por los pasillos o coincidía con él en el ascensor. También en la Taberna del Marino me encontraba con él; pero salvo algún breve saludo, nunca hablamos. Era un joven muy raro, apenas se relacionaba con nadie. 

El comisario hizo un ademán con las manos
-  No, no. No me refería a esas cuestiones. Solo quiero saber ¿qué piensa usted que pudo sucederle?

A Victor esta pregunta lo pilló desprevenido, pues no sabía porqué al comisario le podía importar su opinión.   

Midió sus palabras antes de exclamar : 

- ¿Quiere que sea completamente sincero?

- Si, por favor -  respondió el comisario 

Victor sopesó sus palabras antes de decir : 

- Creo que alguien lo quitó de enmedio porque estorbaba

El comisario lo miró fijamente cuando le preguntó : 

- ¿Y tiene idea de a quién podía estorbar?

- No tengo la menor idea. Hablo de oídas, por los comentarios que suelo escuchar en la taberna. Creo que Carlos trabajó para el CESID, según escuché. 

El comisario asintió, complacido de que Victor se mostrara tan confiado, pensó que había llegado el momento de atacarle por sorpresa y ver cómo reaccionaba.

- ¿Conoció usted a Ermelinda? 

Víctor tragó saliva nervioso. La pregunta le había pillado desprevenido y no sabía qué contestar. El comisario lo taladraba con la mirada. 
Por nada del mundo le admitiría al comisario que sabía que la joven había estado viéndose con el alcalde antes de desaparecer sin dejar rastro, y que fue él mismo quien los presentó, y por supuesto jamás admitiría que había contratado a Ermelinda para espiar a su jefe y sacar información, como tampoco le haría saber lo mal que le sentó que la chica rompiera su trato con él y empezara a actuar por su propia cuenta. Ya en su momento achacó la desaparición de la joven a las malas compañías, enterró el asunto en el fondo de su conciencia e intencionadamente lo olvidó. No obstante siempre sintió una pizca de culpabilidad por lo que hubiera podido sucederle a la joven. 

- Si...todo el mundo la conocía… - consiguió decir al fin 

El comisario Aldana bajó el tono de su voz

- ¿Todo el mundo? ¿A qué se refiere? 

- Pues que era una chica muy popular, usted ya me entiende…- respondió Victor midiendo mucho sus palabras.

- ¿Popular entre los hombres, quiere decir? 

A Victor no le gustaba como el comisario lo miraba

- Si… 

- ¿A usted le gustaba? - preguntó el comisario 

- No, no era mi tipo

Victor comenzó a sudar ligeramente. El comisario seguía disparando con bala. 

- Algunos vecinos del pueblo afirman haberlo visto hablar con ella en varias ocasiones...

Después de un tenso silencio, Víctor estalló:  

- ¿A dónde quiere ir a parar? Le repito que no era mi tipo.

- ¿Está seguro? ¿Y del alcalde...?

Victor apretó los puños visiblemente ofuscado 

- ¿Qué quiere decir? La vida amorosa de mi jefe no es de mi incumbencia, y tampoco debería serlo de la policía...

- Lo sé, tranquilo. No se altere, pero pienso que tal vez usted sabe algo o tiene sus sospechas…

El tono del comisario era ahora más sibilino. Victor no podía ocultar por más tiempo su enojo. 

Si esto es un interrogatorio me gustaría saberlo. Conozco mis derechos y usted no puede avasallarme. Por fortuna las cosas están cambiando en este país y los hombres como usted ya no pueden amedrentar a los ciudadanos honrados..

- Calma, calma...Nadie lo está avasallando. Solo es una conversación extraoficial. Nada de lo que me está diciendo quedará en un acta. Confíe en mí…

El comisario estaba satisfecho por los derroteros en los que había desembocado la conversación. Victor lo observaba como un animal acorralado. 

- ¡No me fío de nadie, y menos de la policía!

El comisario observó con satisfacción como el rostro del secretario había adquirido una tonalidad rojiza, y supo que había dado en el clavo. 

- Bueno, no es para ponerse así. Solo quiero intercambiar opiniones con usted y veo que no quiere colaborar. - añadió sarcásticamente el comisario - ¿Sabe? Me resulta muy extraño que si Ermelinda no era su tipo de chica se reuniera usted tanto con ella. Usted ya debería saber que en un pueblo como este se sabe todo. Tiene usted fama de ser un hombre muy solitario, sin apenas amistades y sin vida social, y como verá resulta sorprendente que la única compañía femenina que frecuentara fuera la de la pobre Ermelinda, eso da que pensar ¿no cree...?

Victor tenía los labios resecos, le costaba articular palabra. Bebió un sorbo de agua para aclararse la garganta. 

- Hablamos un par de veces nada mas. No creo que eso sea un delito.

- Fueron más de un par, según algunos. 

Victor se encontraba cada vez más alterado
- No tuve nada que ver con ella, ya se lo he dicho.

- Está bien, le creo. Cálmese amigo. Yo solo quiero contrastar opiniones, pero está tan alterado que es imposible. - el comisario hizo una pausa antes de añadir - ¿Sabe lo que me contó el padre de la chica? Que su hija le dijo que algún día iba a ser la señora de Lumbelier,  ¿por qué diría eso? ¿Lo sabe usted? 

Victor desvió la mirada inquieto 

- ¿Y a mi que me pregunta? Era muy fantasiosa 

- ¿Sabe quién es el dueño de Lumbelier?

- Lo ignoro, es anónimo 

- ¿Pero usted conoce su identidad?

- ¡No! Ni me importa 

- Calma joven, ¿por qué se altera tanto? Dígame, según usted, ¿qué pudo pasar con Ermelinda? 

- No tengo ni idea, ¿por qué me pregunta a mi?

El comisario Aldana supo que la presa estaba a punto de caer. Había llegado el momento de hacer otra vuelta de tuerca. 


______________________


Capítulo LXVII
A punto de estallar 


Victor Suárez comenzaba a dar evidentes signos de desmoronamiento. El comisario Aldana sólo tenía que apretar las clavijas un poco más.

- ¿Qué opina de Carola Luengos?

Victor dio un respingo en su asiento

- No sé a qué se refiere

- Hay quien asegura que es la nueva amiguita del alcalde...

- ¡Eso es falso! Carola no es así 

- ¿La conoce bien?  

- No he dicho eso, bueno, solo que ella no…No meta a Carola en esto, se lo ruego. 

- No se altere, por favor. Según mi opinión es un poco extraño que una chica como esa viva en un pueblo como este, donde además apenas conoce a nadie. Tampoco ejerce ningún trabajo, y fue vista en la recepción del Ayuntamiento la pasada primavera hablando amistosamente con el alcalde. Aparte de este detalle solo se la ha visto hablar con usted. Eso sí, siempre de un modo muy respetuoso. Me pregunto ¿por qué suele usted verse con chicas atractivas solo para hablar respetuosamente, dando la casualidad de que hay rumores de que estas chicas puedan ser amiguitas del alcalde? No dejo de darle vueltas, resulta curioso ¿no le parece?

Víctor contestó desafiante a la pregunta del comisario 

- Me parece una porquería todo lo que está insinuando. Y añadiré que me está usted presionando no sé con qué fin. Soy un ciudadano honrado y en mi vida no he hecho otra cosa más que estudiar y trabajar sin molestar a nadie. Le agradecería que me dejase en paz. Tengo mucho trabajo... 

- Si, claro, como usted diga, señor Suárez. Estoy de acuerdo con eso de que ha estudiado usted mucho. Acabo de recibir un informe suyo y su currículum es impecable, y no me ha sorprendido, pero en su biografía hay muchos puntos oscuros, ¿no es cierto?

Victor iba a estallar de un momento a otro, el comisario percibía los signos en el rostro del joven, lo que no dejaba de ser sorprendente en un hombre tan aparentemente tranquilo como aquel.

- ¿Qué quiere decir?, se está usted excediendo, comisario. 

- Calma hombre. Respire hondo. Me refiero a la muerte de sus padres. Según mis informes fueron fusilados por ser rojos al finalizar la guerra. Alguien los delató. Algo así tiene que marcar para toda la vida. 

El rostro de Victor adquirió un tono púrpura. Se levantó de la silla visiblemente alterado.

- ¿Cómo se atreve? 
- Tranquilo, hombre. No le estoy juzgando. Solo expongo hechos. Quería intercambiar con usted algunos puntos de vista, pero usted se pone a la defensiva, y así no hay forma. Bueno, ya le dije que no era un interrogatorio.
El comisario Aldana se irguió en su asiento haciendo ademán de marcharse. Victor lo siguió enfurecido con la mirada. Antes de abrir la puerta de salida el comisario giró su cabeza y le dijo : 

- Estaremos vigilando a la señorita Carola, no vaya a desaparecer misteriosamente como la otra. Buenos días. 


El comisario cerró la puerta y tomó el ascensor. Miró su reloj impaciente pensando que aún quedaban unas cuantas horas para regresar al despacho de Victor Suárez y efectuar un registro.

La presa se iba acercando a la trampa.  
Sonrió 


___________________


Capítulo LXVIII
La Voz


Esmeralda Robledo echó hacia atrás su abundante melena y comenzó a hablar. Se hallaba en trance. La Voz salía de su garganta, lejana y gutural.
Seis pares de ojos la observaban a través de la suave penumbra de la habitación. 

- "Él...me... hizo... da...daño y..  me aban...abando...donó aquí...Ten...tengo... frío,  mu...mucho... frí...frío.  ¿Es.., que... na...nadie... me... va... a sa...sacar de a...aquí…? ¿por... qué...no me...ayu...ayudan?" 

Esmeralda comenzó a sollozar amargamente. Adela Palacios se sentía inquieta. 
Alguien preguntó a la Voz :

- ¿Quién eres…?

El rostro de Esmeralda, distorsionado por la conexión con el ser emanaba un extraño resplandor.

- "Soy... la... que... ya ... no... pue...puede... ser, pe...pero la... otra...nun...ca lo... fu...fue…"

- ¿A qué te refieres? No nos has dicho quién eres 

Esmeralda Robledo inclinó su cabeza hacia delante. La Voz a través de ella gemía desconsoladamente.

-"Soy...la que...ya no... puede... ser...y no... me... gus...gusta... es...estar aquí...pero... él ya...no... pue...puede hacer.. hacerme... daño... En... cam...cambio... la otra... co...rre pe...peligro, mucho... pe...ligro…"

- ¿Quién?

De pronto Esmeralda dio un gruñido y escondió su cabeza entre los brazos. La luz de la vela se apagó. 


************************************************************************


FIN DE LA PRIMERA PARTE 


Yolanda García Vázquez 
España 
Derechos de autor reservados 
Septiembre 2021

LUMBELIER
LA COLINA DEL MIEDO

Segunda Parte


Capítulo LXIX
En el desván 


Lily subió su máquina de escribir al desván y la colocó sobre una mesa plegable que había encontrado en la cocina. También subió su butaca giratoria y una vieja lamparita. Sobre la ventana redonda colocó unos finos visillos, y en las paredes desnudas clavó con chinchetas unos grabados artísticos. 
Ese iba a ser su nuevo despacho de escritora. Se felicitó a sí misma por la brillante idea. 
Volvió a asomarse por la ventana para llenarse de la belleza del paisaje. Era una mañana soleada y radiante.
El jardinero trabajaba en los terrenos del estanque. El hombre parecía agotado. 
Lily paseó su mirada por el cenador y el viejo columpio. Cerró los ojos y evocó la época de los primeros propietarios. Los imaginó almorzando junto al estanque en una mañana como aquella y tal como el artista Rafael Ventura los había inmortalizado en el cuadro. Vio a los tres niños jugueteando sobre el césped y tirando de la cometa mientras sus padres los observaban. La escena irradiaba felicidad, armonía, belleza. Parecía que la desgracia nunca iba a sacudirles. 
Lily sonrió extasiada y participando de la misma alegría. Los gritos de júbilo de los niños la elevaban a un mundo donde no existía el dolor. 
Cerró los ojos con más fuerza para prolongar aquel sublime instante, y trató de imaginar más personajes para su encantadora escena. 

En la mente de Lily apareció la figura del artista Rafael Ventura. Lo vio al fondo trabajando sobre su caballete de pintura mientras observaba la bella escena familiar. El hombre parecía triste y apático. 
En un momento dado el pintor se cubrió la cabeza con las manos y empezó a sollozar amargamente. 
Lily profundamente conmovida sintió las lágrimas del artista como suyas y las notó agolparse contra sus párpados.
Era demasiado intenso el dolor que sentía. 
Abrió los ojos.
Un siglo entero de angustia y olvido resbalaba por sus mejillas.
Se dio cuenta de que estaba llorando y al limpiarse las lágrimas se fijó en que el jardinero desde abajo la observaba preocupado.



Capítulo LXX
Esa maldita prueba

Al comisario Aldana le carcomía una idea. Había empezado a tomar forma en el despacho de Victor Suárez, y antes que la lógica la desechase por improbable decidió probar suerte. 
Miró su reloj e hizo una llamada de teléfono.  
Más tarde subió a su auto y se dirigió a la ciudad. Solo 20 minutos necesitaba para hacer ese recorrido, el mismo que hacía todas las mañanas Fermín Rubianes para dirigirse a su agencia inmobiliaria.
Durante el trayecto repasó su conversación con Victor Suárez.  Cada vez estaba más convencido de su culpabilidad, pero la ausencia de pruebas le incomodaba.
Esperaba tener suerte en la ciudad.

¡Maldita sea! Ese viejo auto apenas alcanzaba los 100 de velocidad. 
Apretó el acelerador. 

Una vez en el despacho del agente inmobiliario y ante la sorpresa del hombre le hizo la pregunta que rondaba en su cerebro. 

- No le entretendré mucho, señor Rubianes

- Me alegro porque estoy muy ocupado - respondió algo molesto el agente inmobiliario 

El comisario con un ademán rechazó el asiento que le ofrecía Fermín Rubianes y le espetó: 

- Bueno, al grano, ¿es Victor Suárez el propietario anónimo de Lumbelier? 

El agente abrió los ojos sorprendido ante esa pregunta y después de unos incómodos instantes respondió :
- No, eso es absurdo 
El comisario tomó aire e insistió :

- ¿Seguro?

- Por supuesto, es una idea ridícula. No sé cómo se le ha ocurrido. 

El comisario lo observaba fijamente 

- Está bien, ¿y por casualidad no podría darme el nombre del propietario? 

Fermín Rubianes se levantó de su asiento 

- Esta es una empresa privada. Llevo trabajando en bienes inmobiliarios desde mi juventud y jamás he tenido problemas con la justicia.

- El propietario de Lumbelier es una persona anónima, respetable y por cuestiones personales no desea que se conozca su identidad. Le ruego que se dedique a investigar el caso que le ocupa en otros lugares. Esta es una casa seria y tenemos mucho trabajo.

El comisario apretó los labios molesto y con una ligera inclinación de cabeza salió de allí. 
No tenía ninguna prueba contra Victor Suárez pero su instinto de sabueso nunca le fallaba. 
Iba a encontrar esa maldita prueba. 
Pensó en el registro que debía hacer en el despacho del secretario esa misma tarde. 

Sonrió como un cazador al sentir la proximidad de su presa. 


Capítulo LXXI 
El mensaje de Ermelinda 

Carola entró en una comisaría de policía de la ciudad donde debía renovar su documentación y había elegido esa mañana para ello, sin embargo, al llegar allí le dijeron que por fallos electrónicos ese día iban a cerrar las oficinas de expender documentos. Le dieron la dirección de otra comisaría, un poco más lejana, seguros de que allí la atenderían.

Carola tuvo que coger el autobús para que la acercara hasta allí, pues era un tramo bastante largo. 
Una vez llegó a la otra comisaría le dijeron que su carnet de identidad llevaba caducado unos meses por lo que tuvo que pagar una pequeña multa. 
Al salir de allí entró en una cafetería. Se sentó al fondo y pidió un refresco y un sándwich. Después de terminar su almuerzo y un poco más animada encendió un cigarrillo. Nada más exhalar la primera bocanada de humo una mujer desconocida la abordó. 

- Disculpe que la moleste. Soy Esmeralda Robledo, vivo enfrente de esta cafetería. He bajado a hacer mis compras y un fuerte presentimiento me ha conducido hasta aquí. 

Carola abrió sus grandes ojos azules y observó detenidamente a la mujer. 

- ¡Oh, bueno! ¿y qué desea? - acertó a decir 

Esmeralda Robledo la miró fijamente con expresión grave 

- ¿Puedo hablar con usted? Es muy importante.

Carola estaba confundida y no sabía qué hacer. Comprobó que la desconocida vestía ropas elegantes y su aspecto era impecable, por lo que no pensaba que fuera a pedirle dinero; así que a regañadientes aceptó. 

- Siéntese…

- ¡Oh, gracias!  - la mujer giró la cabeza para comprobar si alguien desde fuera la observaba. 

Carola se sentía inquieta 

- Verá no sé por dónde empezar, pero sé que ha sido el Destino el que la ha traído hasta aquí. Bueno...ella también…

La mujer guardó silencio un instante para observar la reacción de Carola y continuó hablando :

- En realidad fue ella la que me informó que usted es usted...

Carola preguntó intrigada 

- ¿Qué quiere decir...?

- Bueno, es largo de contar. Fue Ermelinda la que me dijo : "¡Ves y avísala!". Ella no se lo quiso contar a los otros, y cuando se fueron me lo reveló a mi. 

Carola empezaba a dar muestras de impaciencia y empezó a pensar que tal vez la mujer no estuviera en su sano juicio. Esmeralda Robledo se dio cuenta y enseguida añadió :

- No, no estoy loca. Soy Médium, y estoy muy bien considerada. Esta mañana hemos tenido nuestra sesión de espiritismo semanal. Adela Palacios, la esposa del alcalde de Cumbeira Do Norte, es una de mis "alumnas" y se hallaba también con nosotros. 

Carola abrió los ojos desmesuradamente. 

- Ermelinda empezó a contactar con nosotros hará unos meses, pero sólo yo sé que se trata de ella. Enseguida me di cuenta de que no deseaba dar mucha información en presencia de los otros. Ella, bueno, a veces le cuesta hablar, según el nivel energético de los presentes y según ella, algunos de mis "alumnos" tienen un nivel muy bajo, por eso ella se cierra. Así que cuando mis alumnos se marchan, ella se queda por ahí esperando que volvamos a conectar, y al hacerlo, ya sin testigos, me revela muchas cosas. Ermelinda... bueno, ella fue asesinada. No me dijo quién lo hizo, pero sí que la clave del misterio se halla en la biblioteca de Lumbelier, y que hay otros con ella. También me dijo que... corría usted un grave peligro. Me dio su nombre y también me avisó de que la iba a traer hasta aquí para que yo la pusiera al corriente. Me pidió que avisara a la señorita Carola de que su vida peligraba. Yo no sabía qué hacer pues no sabía quién ni cómo era usted, pero Ermelinda me dijo que la iba a traer hasta a mi, solo debía bajar a la calle. Eso hice y fue cuando la vi entrar aquí. En ese momento, ella… me avisó. 

Carola trataba de digerir toda aquella retahíla de insensateces, pero había un nombre que le había llamado poderosamente la atención por haberlo escuchado en trozos de conversaciones sueltas por el pueblo :
Ermelinda... 

No obstante, no estaba dispuesta a seguir escuchando a aquella desequilibrada. 

- Bien, pues ya me ha avisado. Gracias 

Carola apagó su cigarrillo, y se levantó. Fue hacia la barra, pagó la cuenta y salió de allí visiblemente contrariada.



Capítulo LXXII
Una visita inesperada 


 

Leopoldo Núñez aparcó su auto frente a la alta verja de Lumbelier. Eran las 11:45 de la mañana. Ya había pensado cómo le haría la oferta de venta de la casa sin revelar que él era el propietario. 
Tocó al timbre. 
Se fijó que los jardines lucían ahora con mejor aspecto. Ese jardinero debía ser bueno, aunque por algún motivo que no acertaba a comprender había algo en él que le incomodaba. 

Después de un breve intervalo vio a la señorita Lily acercarse hasta donde él se encontraba.

- Buenos días, supongo que no me conoce. Soy Leopoldo Núñez, el alcalde del pueblo.

Lily lo miró confundida mientras abría la verja. Tuvo la vaga sensación de haber visto el rostro del hombre fotografiado en alguna publicación del periódico, pero no estaba segura. 

- Buenos días, señor Núñez, ¿qué desea? 

Leopoldo la estudió de arriba a abajo mientras su cerebro maquinaba a toda velocidad.  
¡Vaya con la mosquita muerta! Mirada de cerca no parecía tan mal. Tenía un delicado rostro, como tallado en cristal, aunque para su gusto demasiado delgada. 

- Vengo de parte del propietario de Lumbelier. Es importante. 

Lily lo miraba sin acertar a comprender. 

- ¿Puedo hablar unos minutos con usted? - le preguntó el alcalde

Lily asintió y cortésmente lo condujo hacia la casa.

Desde los jardines del estanque Alfredo Bosco había observado toda la escena preguntándose qué podía desear el alcalde de la señorita Lily. 
No le gustaba ese hombre. No le conocía mucho, lo había visto por la televisión alguna vez y en el periódico, pero le daba mala espina. Además había escuchado ciertos rumores sobre él acerca de que era un consumado mujeriego, y no le hacía demasiada gracia que se acercara a ella, sin embargo, parecía que tenían que hablar de asuntos importantes. 
Él estaría fuera vigilando.


Lily condujo al alcalde hasta la sala de estar. Se sintió avergonzada al ver una bandeja con restos de comida de la noche anterior. 
Leopoldo Núñez tomó asiento en un sofá frente a la mesita de mármol y abrió el maletín que portaba consigo. 

- Disculpe... - dijo ella cogiendo la bandeja para llevársela a la cocina - ¿quiere una taza de café? Es instantáneo 

El alcalde asintió 

- Si, muchas gracias 

Lily salió por la puerta un poco incómoda.


Capítulo LXXIII
El zapato de cristal 



Leopoldo Núñez sonrió divertido. Bueno, ya estaba en la salita de Cenicienta. ¿Aceptaría ella probarse el zapato de cristal?  Iba a hacerle una oferta irrechazable. 

Al cabo de unos segundos Lily regresó con la bandeja del café. 
La depositó sobre la mesa y se sentó frente al hombre.

"¡Oh qué delicada muñequita!", pensó el alcalde al observar sus impecables modales y la serenidad de su ovalado rostro. Según los informes de Rubianes, la chica tenía 38 años, aunque según él mismo, de cerca aparentaba casi 20. Parecía una pastorcita de los valles, tan frágil y tierna. Se preguntó si aquel afanoso  jardinero habría reparado en los encantos de la damisela solitaria. 
Dio un sorbo a su taza de café e inmediatamente adoptó una actitud seria. 

- Bien, a lo que íbamos. Soy socio de una pequeña firma inmobiliaria. Por razones de mi cargo público no es conveniente que se sepa. Bien es cierto que no ejerzo mi trabajo de agente y es mi socio, el señor Fermín Rubianes quien se ocupa de todo. Pero hace un tiempo cierto prestigioso caballero que con anterioridad compró esta casa de forma anónima me rogó encarecidamente que llevara personalmente los asuntos de su hacienda, pues al ser yo alcalde del pueblo estaría más familiarizado con la casa. Él era conocedor que yo tuve una gran amistad con el antiguo dueño y con su esposa. 

Lily lo escuchaba atentamente 

- Y aunque al principio me negué por motivos de mi intensa agenda laboral, acabé aceptando, pues de paso le hacía un gran favor a mi amigo, el cual me había ayudado en incontables ocasiones. El hombre es bastante excéntrico y tiene ideas muy peculiares sobre la administración de la casa. Solo quería alquilar Lumbelier por temporadas. Nos prohibió dar su nombre en todos los registros de propiedad de la casa, y nos dio potestad para firmar los documentos en su nombre.  Y así lo hicimos todos estos años. Sin embargo, me confesó hace un mes que le acababan de diagnosticar una enfermedad incurable y al no tener descendencia deseaba vender cuanto antes. No quiere por nada del mundo que un sobrino suyo con el que no se habla hace tiempo reclame derechos hereditarios sobre Lumbelier. Después de discutir el asunto, Fermín y yo, para agilizar la venta, le sugerimos el nombre de usted como posible compradora de la casa, ya que es la inquilina de Lumbelier y parece encontrarse muy cómoda aquí.

Lily dio un respingo al escuchar esto. Era lo último que había esperado oír.

- ¡Oh, pero yo no dispongo de mucho dinero…! - acertó a responder 

- El precio es tan bajo que le causará risa -  le dijo el alcalde - Eso es debido a la mala fama de la casa. Nadie la desea comprar. Usted es una artista, y pasa por encima de esas supersticiones, ¿no es cierto?

Lily se mordió el labio inferior, pensativa. Amaba aquella región, aquellos bosques, y Lumbelier pese a su mala fama le parecía el lugar más encantador de la Tierra. 

- Si, es cierto, pero con los ahorros de tía Clotilde no sé si me alcanzará. No tengo empleo. Estoy convaleciente aún y…

El alcalde la interrumpió ansioso

- No debe preocuparse por el tema del dinero. El propietario ha dicho que incluyamos una cifra simbólica. Él quiere deshacerse cuanto antes de la propiedad y enfrentar en paz el último tramo de su vida. Usted lleva aquí viviendo casi dos meses, y empieza a habituarse a la zona. Sabemos que le encanta este lugar. Él estará satisfecho de que alguien que ama la casa tanto como él sea la nueva propietaria.  

Lily contuvo la emoción. ¡La propietaria de Lumbelier! 
Sonaba tan hermoso que no parecía posible. Miró al alcalde y después de unos segundos le dijo : 

- Acepto

Leopoldo Núñez quedó sorprendido por la rapidez de su respuesta. Se levantó y le estrechó la mano cálidamente.
Acto seguido se dirigió al teléfono y añadió : 

- Muy bien, Lily. Ahora voy a llamar a mi socio para que traiga toda la documentación. Se quedó esperando mi llamada. Solo tendrá que firmar unos papeles y Fermín ya los enviará al registro el lunes. Y en cuanto a los gastos de mantenimiento y jardinería, nosotros seguiremos abonandolos hasta que usted esté en condiciones de hacerse cargo de ellos. Cualquier duda podrá consultarla con mi socio en las oficinas de la ciudad. 

Lily no salía de su asombro y tampoco dejaba de sonreír.
El alcalde marcó el número del despacho de Fermín Rubianes.
Después de hablar con su agente y darle las órdenes pertinentes, colgó el auricular y volvió a sentarse. 
Satisfecho de cómo iban transcurriendo las cosas, se dispuso a disfrutar de la exquisita delicadeza de la señorita Lily.  
Fermín Rubianes aún tardaría 20 minutos en regresar al pueblo desde su oficina en la ciudad. 
Tiempo más que suficiente para que él pudiera deleitarse en los encantos de aquella muñequita. 
La observó detenidamente recreándose en la suave porcelana de su piel, en la mansedumbre de sus gestos. 
Parecía tan fragil y etérea que se preguntó si habría sangre en sus venas. 
Percibió que junto a aquella fragilidad había también una invisible muralla de prejuicios alrededor de la chica.
Supo al instante que ningún hombre había logrado jamás saltar esa muralla...
Sintió una leve punzada de excitación cuando la vio sonrojarse.

Y recordó que ella estaba usando el dormitorio del fondo, el único con baño, cuyas ventanas daban al pueblo, la habitación más grande del piso superior, y la única que estaba amueblada por deferencia suya. 
Y aquel que había sido el dormitorio de Celia, donde él había dormido con ella, 30 años atrás. 

Por unos instantes se imaginó a aquella princesita en su lecho virginal.
Sintió una llamarada subir desde su cintura hasta el pecho.

Aquella tierna ovejita empezaba a gustarle. 
Se preguntó si…, pero de pronto acudió a su cerebro la imagen que la micro cámara había captado de la señorita Lily en la biblioteca, y un sudor frío cubrió su frente. 

Tuvo que contenerse para no preguntarle qué era lo que había llamado su atención en el cuadro aquel día, pero eso sería lo mismo que delatarse ante ella.  
La expresión de su rostro se ensombreció como si cayera la noche sobre él.
Clavó sus ojos en los de la joven.

Lily se sintió incómoda. 



Capítulo LXXIV
Cavilaciones al mediodía 



Julieta aprovechó que la señora Bermejo se hallaba descansando para ir a hacer una visita. Era importante que lo hiciera. Su ex suegra no dejaba de hablar de cierto asunto y para impedir que la mujer saliera sola en un descuido y volviera a recaer en su enfermedad, decidió ir ella misma. 

Salió por la puerta trasera y se encaminó por una calle poco transitada hasta la casa del coronel Quiroga. 
Antes de llamar a la puerta se giró y comprobó como uno de los hombres del comisario Aldana la vigilaba desde el bar.


____________________


Alfredo Bosco se sentía inquieto. El alcalde parecía demorarse en su visita a la casa. De nuevo presentía cosas, y no le gustaba la naturaleza de estas premoniciones. Pero él no podía hacer otra cosa que vigilar y esperar. Volvió a sus rododendros y acacias junto a los columpios, mientras esperaba ansioso que el alcalde abandonara la casa. Justo cuando estaba cavando su azada escuchó otro auto aparcar en la entrada. No reconoció al hombre alto que tocó el timbre de la puerta de la verja, pero no obtuvo ningún mal presagio de él. Debía ser un hombre de negocios o algo similar, pues portaba un voluminoso maletín.

La señorita Lily acudió presurosa a abrirle y amablemente lo condujo hasta el interior de la casa. 

Alfredo estaba intrigado 
¿Qué asuntos debían tratar esos dos tipos con ella?
Era muy extraño 
Sin embargo el aspecto de Lily era normal.
No parecía incómoda o preocupada. Más bien se la veía contenta, y esto en sí no dejaba de ser curioso, puesto que esa misma mañana la había visto llorar asomada a la ventana del ático. 

Pensó que o bien las emociones de la señorita Lily eran demasiado volubles o él se estaba obsesionado con ella. 
O tal vez las dos.
Volvió a su jardín. 

Cuidado con las hadas... 



Capítulo LXXV
La última pieza del puzzle

Victor Suárez se hallaba presa de un estado de agitación insoportable. 
La conversación con el comisario le había desarmado.
Si descubrían que había sido él quien había puesto en contacto a Ermelinda con el alcalde para espiarle, podrían retorcer las cosas a su antojo y culparle de la desaparición de la joven. 
Maldijo el momento en el que pensó en esa chica para hacer el trabajo. No le había dado más que problemas; por fortuna ella rompió el trato con él y decidió actuar por su cuenta. Después descubrió que se había convertido en la amante del alcalde y al mismo tiempo tonteaba con Carlos Ramírez. 
El comisario le había preguntado si sabía quién era el dueño de Lumbelier, por lo visto este dato era importante para la investigación en el caso de Ermelinda. 
Él había descubierto hacía bien poco que su jefe era el propietario anónimo de la casa de la colina, pues fue la primera información que Carola le reveló del alcalde al comienzo de su trabajo, pero él no conseguía ver en este hecho la importancia necesaria. Sin embargo ocultó esta información al comisario, temiendo que al revelarlo quedara en una situación complicada ante su jefe, el cual podía descubrir que su secretario lo espiaba y le había puesto una corista para obtener información. 
Aunque no dejaba de darle vueltas al asunto y de recordar lo que el comisario le había dicho sobre una conversación con el padre de Ermelinda Cifuentes. 

"¿Sabe lo que me dijo el padre de la chica? Que su hija le dijo que algún día iba a ser la señora de Lumbelier…"

Entonces no lo vio claro, pero ahora podía ver con asombrosa nitidez la última pieza del puzzle. 

Había sido un idiota al obviar este detalle cuando Carola se lo reveló. "Negocios de los poderosos para evadir impuestos", pensó, pero al evocar el interés de Ermelinda por aquella casa, y el hecho de que el comisario hubiese incidido en conocer el nombre del propietario anónimo, habían transformado un hecho aparentemente normal en algo de vital importancia. 
Lamentó lo mal que se había portado con Carola al recriminarle que no había hecho bien su trabajo. Quería información suculenta para hundir al alcalde y la chica se la había proporcionado la primera vez. 
Necesitaba hablar con Carola, disculparse e intercambiar opiniones sobre qué hacer al respecto.
Ahora empezaba a ver con claridad que el alcalde podía ser el responsable de las desapariciones de Ermelinda y Carlos, pero también era consciente de que no poseía ninguna prueba.

Además, y eso era lo peor de todo, el comisario sospechaba de él.
Debía ser muy precavido. 

Carola, Carola…

El corazón le golpeaba en el pecho.
Marcó el número de la habitación de Carola en el Hostal Principal. La joven ya debería de haber vuelto de la ciudad.
Una voz femenina le respondió desde el otro lado del hilo telefónico :

- ¿Dígame?

Victor cruzó los dedos antes de hablar

- Carola, sé que estás molesta conmigo, pero tenemos que hablar. Es muy importante. 

Dijo ansioso, y para su sorpresa la chica le respondió : 

- Yo también necesito hablar contigo, Victor 

El joven respiró aliviado

- Ok. Esta tarde en "El Parador del Olvido". 



Capítulo LXXVI
Soy la que ya no puede ser

Adela Palacios se hallaba agotada. Siempre después de una sesión con Esmeralda le sucedía. En el tren de regreso no dejaba de darle vueltas a lo que la Voz había dicho :

"Soy la que ya no puede ser, pero la otra nunca lo fue…"

Desde el primer momento supo que debía tratarse de Ermelinda, aunque el espíritu no había revelado su identidad, y Esmeralda Robledo tampoco aventuraba nada al respecto. 

Si era de verdad Ermelinda la que hablaba a través de Esmeralda, ¿qué quería decir con aquello? ¿Y quién era esa otra que nunca fue?
Y lo más importante, ¿por qué no revelaba su identidad? 
La Voz no había vuelto a nombrar Lumbelier en sus mensajes. Parecía no querer contactar con ella y con el resto de "alumnos".
Se preguntó por qué. 
Desde antes de la relación de su marido con Ermelinda, Adela era conocedora del hecho de que Leopoldo se citaba con sus amantes en la biblioteca de Lumbelier. Era ridículo el modo como se había enterado, a través de un libro sobre jardinería.
Recordó haber ido al salón de lectura de su esposo buscando sus lentes, y allí lo encontró dormido sobre un libro de Camilo José Cela. 
Buscó sobre la mesita de cristal y sin darse cuenta tiró varios libros al suelo. Fue a recogerlos y uno de ellos de tapa resbaladiza se le escapó de las manos cayendo boca abajo con las tapas abiertas. Al ir a recogerlo una pequeña nota caída del libro llamó su atención.  
Estaba escrita a mano con una caligrafía elegante :

Como todos los viernes en la biblioteca de Lumbelier. Allí te espero, amado mío."

Tuya 
L

No soltó ni una lágrima al leer esto. Llevaba años engañándola, y ella lo sabía, pero no dejaba de ser extraño que se citara con su nueva amante en ese lugar. ¿Qué relación podía tener Leopoldo con la casa de la colina? ¿Conocía su marido, tal vez al propietario anónimo de Lumbelier? Y si lo conocía, ¿le había este prestado su casa para que se viera con la otra? ¿Tal vez a cambio de dinero o favores? Pensó que era tan poco lo que sabía de su marido.
Había llegado al pueblo en 1947. Un año después de la tragedia del teniente Aguirre y su esposa, y era conocedora de la antigua amistad de su marido con el antiguo propietario de la casa. Tal vez Leopoldo había intervenido en la venta de la casa que pasó a ser propiedad del Ayuntamiento al desaparecer misteriosamente el teniente Aguirre y su esposa. 
Por lo visto la fama de "casa con historia" de Lumbelier no debía imponer demasiado a su marido, pues descubrió tiempo después, y también por azar, que se citaba allí con Ermelinda.
¿Qué clase de relación tenía su esposo con el propietario de Lumbelier que este le permitía citarse allí con sus amiguitas?
Si Adela hubiese sido una mujer con imaginación hubiese descubierto con facilidad quién era el auténtico propietario de Lumbelier, pero la esposa de alcalde siempre fue una mujer práctica, que no solía dar demasiadas vueltas a las cosas. 
Tal vez por esa falta de profundidad, Esmeralda le había dicho que no progresaba en sus estudios espirituales. 

Y por tal motivo aquella Voz no quería comunicarse con ella.



Capítulo LXXVII
El Parador del Olvido 

"El Parador del olvido" era un parque natural a una milla de Cumbeira Do Norte. Desde que Victor contrató a Carola solían citarse allí. Era un lugar discreto y no solía estar muy concurrido. 
Situado entre frondosas colinas cubiertas de altos arboles, el Parador rodeaba un pequeño río que bajaba hasta el valle. A ambos lados del río había colocados bancos de madera para los paseantes. Más abajo en el valle, habían varias hileras de mesas y sillas de madera. Al pie de las colinas una pequeña posada respondía al nombre del "Parador del Olvido". A parte de ofrecer habitaciones baratas también contaba con una pequeña tienda de ultramarinos para los excursionistas. Cubierto de una vegetación exuberante aquel lugar parecía sacado de un cuento de hadas.
Carola y Víctor solían citarse en uno de los lugares más recónditos del Parador, "El sofá del Ángel". Un mirador pintoresco situado en lo alto de una colina, formado por un pequeño círculo de cemento, vallado con hierros de un metro y medio de altitud, donde había colocado un faro junto a unos bancos de piedra, bajo uno de los árboles más grandes y antiguos de la región. La vista desde allí era tan hermosa que a veces Victor olvidaba los motivos de sus deseos de venganza y se sentía parte de algo grande y maravilloso. Carola se había dado cuenta de esto en sus primeras citas con él en ese idílico lugar. 
Con la llegada del otoño el "Parador del Olvido", se había cubierto de tonos rojizos, ocres y malvas que multiplicaban la belleza del paisaje. 
Carola profundamente conmovida por la serena majestuosidad de aquel sitio se sentó en el banco de piedra de la derecha a esperar a Victor. Respirando el aire puro y fresco se sintió mejor. Cerró los ojos y se dejó acariciar por la brisa de las montañas. 
Todavía estaba turbada por su conversación con aquella desequilibrada que la había abordado en la ciudad esa misma mañana, pero al encontrarse de nuevo en aquel mágico lugar,  se calmó, y sintió la grandeza y la serenidad de las colinas penetrar en su espíritu.

Victor llegó después que ella. Como hacía sol prefirió ir caminando para poder reflexionar sobre lo que le diría a Carola.
Era mucho lo que debía hablar con ella, y debía estar preparado de antemano. 



Capítulo LXXVIII

El Sofá del Ángel


Victor Suárez llegó al "Sofá del Ángel" casi sin resuello. Se quitó su oscuro gabán y se sentó junto a Carola evitando mirarla a los ojos. Encendió un cigarrillo mientras esperaba que la joven hablara.

- Hace un día espléndido -  musitó Carola - lástima que nuestras vidas no lo sean... 

Victor asintió con una triste sonrisa 

- ¡Cierto! - tomó una bocanada de aire y exclamó - Sé que te debo una disculpa, Carola. Me porté mal contigo y no sabes cuánto lo lamento.  

Carola encendió otro cigarrillo tratando de no demostrar lo que esas palabras significaban para ella.

- Bueno, yo tampoco estuve muy fina…

Victor sonrió. Le gustaba el sentido del humor de la chica. 

- No te preocupes, me merecía todo lo que me dijiste.

Carola asintió fingiendo malestar 

- Bueno, un poco

Los dos rieron. Necesitaban relajarse de la tensión vivida las últimas horas. Después de un intercambio de disculpas, Victor le contó su conversación con el comisario Aldana, tratando de no omitir demasiados detalles.
Carola lo escuchó atentamente 

- ¿Crees que sospecha de ti?, ¿pero, por qué? -  preguntó al fin la joven 

- Creo que respondo al perfil del sospechoso número 1 - respondió él con ironía 

Carola lo observó preocupada 

- ¿Piensas que el alcalde tuvo algo que ver en la desaparición de Ermelinda?

- Tengo mis sospechas. La chica estaba obsesionada con la casa de la colina, incluso le dijo a su padre que tal vez algún día sería la dueña de Lumbelier. Y al preguntarme el comisario si conocía la identidad del propietario anónimo, recordé lo que habías descubierto de boca del alcalde. No le di su importancia entonces, pero esta mañana después de mi conversación con el comisario, empecé a atar cabos. 

Carola frunció el ceño intentando recordar 

- Si, eso fue en mi primera cita con él. Me llamó la atención que me llevara a aquel lugar. Aunque no sabía nada de la historia de la casa. Después de unas copas empezó a pavonearse, y fue fácil sacárselo. Me hizo prometer que no se lo contaría a nadie, pues por su cargo público no era conveniente que se supiera.

- Hiciste un buen trabajo, Carola, sólo que entonces no caí en la cuenta.

La chica lo observó pensativa, después preguntó:

- ¿Y qué vas a hacer ahora, Victor?

- No lo sé. Esperar acontecimientos. No me gustaron las preguntas del comisario.

Carola prefirió ocultar el incidente que había tenido esa mañana en la ciudad con aquella desconocida. No quería añadir más preocupaciones a la mente de Victor. 

- ¿Crees que el caso de Carlos está relacionado? 

- Seguramente. Ermelinda salía con él por esa época

- ¡Oh, Santo Cielo! - exclamó la chica -  En este pueblo nadie se aburre...

Victor titubeó antes de confesarle a Carola que él había contratado a Ermelinda para que espiara al alcalde y le sacara información, pero que al poco tiempo la chica rompió su trato con él y comenzó una relación con el alcalde. 
Carola agradeció en su interior que Victor estuviera siendo tan sincero con ella. Eso era una buena señal. 

- Supongo que tienes tus motivos para vengarte de ese hombre, pero es peligroso para ti.

- Tienes razón Carola, pero no puedo evitarlo 

Entonces le contó la historia de su trágica infancia y como Leopoldo Núñez al finalizar la guerra y para confraternizar con el gobierno vencedor, delató a un buen número de gente, entre ellos, sus padres, que fueron fusilados por sus ideas políticas. Él y su hermano pequeño quedaron huérfanos a muy temprana edad, siendo recogidos en un hospicio. 
Carola comprendió. Ya no necesitó escuchar más. 

- Sabía que era un hombre horrible. Pero no hasta ese punto. De todas formas la venganza es algo execrable, y no te proporcionará ninguna satisfacción. 

Él asintió resignado. Con ella era tan fácil desnudar su conciencia.   

- Lo sé, Carola. Estoy harto de todo eso... 

La joven se sintió satisfecha. Que fácil era hablar con él ahora,  como dos buenos amigos, confiando el uno en el otro, sin intrigas ni malentendidos. 
Lo miró de reojo. Era tan alto y apuesto, tan cortés y respetuoso; y al mismo tiempo tan distante y enigmático, sin duda, estas cualidades fueron las que le atrajeron de él. 

- No me arrepiento de nada, Victor. Fue agradable venir a este pueblo - le dijo ella de repente 

Victor la miró fijamente conteniendo su emoción 

- Me alegro Carola.

Ella esperaba que fuera él quien lo dijera. Así que trató de alargar la conversación esperando que el hombre se decidiera a decirle lo que ella estaba deseando escuchar. Habló de temas comunes como el tiempo y los preparativos del pueblo para los días festivos, algo que ella no pensaba perderse, pues le habían informado que el certamen floral de difuntos era algo impresionante. 
Al fin Victor habló: 

- ¿Qué vas a hacer después, Carola? Me refiero a cuando finalice la festividad de Todos los Santos.

Preguntó el hombre al fin.
Carola bajó la mirada mientras respondía:  

- No lo sé aún. Esperar, igual que tú; luego regresaré a Lugo con mi madre. Tengo algunos ahorros para seguir tirando hasta que encuentre un trabajo;  ya veremos... 

Victor adoptó un gesto serio para decirle

- Quédate a mi lado siempre, Carola… Te amo...

La joven ya no pudo contener las lágrimas de la emoción. Era precisamente lo que había deseado escuchar y sabía que esta vez era sincero. Iban a estar juntos pasara lo que pasara. 
Y eso era lo único que importaba. 


Una bandada de golondrinas sobrevoló sobre sus cabezas justo en el instante en el que se besaron. 



Capítulo LXXIX
La nueva propietaria 


Leopoldo Núñez estrechó cálidamente la mano de la señorita Lily, diciéndole : 

- ¡Enhorabuena, propietaria! 

Había sido una hora intensa. 
Lily había firmado todos los documentos que la acreditaban como la nueva dueña de Lumbelier. El lunes siguiente Fermín Rubianes iría al registro de propiedad y entregaría los documentos. Ella no debía preocuparse por nada.
Le informaron que durante un mes los gastos de la hacienda correrían a cuenta de la Agencia.

El alcalde le avisó de que el próximo lunes un camión de mudanzas vendría a recoger el cuadro de la biblioteca, pues el antiguo propietario quería donarlo a una galería de arte, pero todos los demás objetos de la biblioteca ya eran suyos, incluidos los terrenos, y la casa, lógicamente. Lily entusiasmada como una niña asintió a todo lo que le decían los dos hombres.

Finalmente sellaron la operación con un brindis.
Fermín Rubianes, aliviado de poder desembarazarse de su trabajo como agente inmobiliario de la casa de la colina dijo al fin : 

- La felicito señorita. Cualquier duda ya sabe donde encontrarme. 

El reloj de cuco dio las 13:00 horas del mediodía 

Lily acompañó a los dos hombres hasta la verja de Lumbelier 
ante la mirada atónita del jardinero. 



Capítulo LXXX
La búsqueda del diario 


Julieta regresó ofuscada a la casa de su ex suegra.  La conversación con el coronel Quiroga la había alterado. Según el anciano, Carlos estaba metido en un asunto muy turbio antes de desaparecer, y según le confesó el muchacho, tenía un diario donde daba detalles de sus andanzas, también tenía escondidos unos negativos de unas fotografías por si le sucedía algo. El pensó que tal vez la madre de Carlos había encontrado al fin el diario, y los negativos; le extrañó que Julieta lo negara. 

La joven se dirigió a la habitación donde descansaba la anciana para preguntarle. La anciana no se sorprendió de la pregunta. 

- A mi también me dijo eso el coronel, Julieta. Fue la semana en la que Carlos desapareció. El hombre pensó que era su deber decírmelo, pues según él era algo muy importante. Así que busqué en su habitación, pero no encontré nada. No te lo dije para no preocuparte. No pasa nada, Rosamunda. Lo comprendo. 

Julieta dejó a su ex suegra descansando, y pensó que había llegado el momento de buscar a fondo el diario de Carlos y aquellos misteriosos negativos, pero no debía informar a la anciana de esto para que no se excitara. Esa noche iba a ser la primera víspera de difuntos sin Carlos para la mujer y quería que estuviera tranquila, pues cualquier sobresalto podía ser fatal. 

Julieta pensó que tenía todo el día por delante para buscar el diario y lo iba a encontrar.
Costara lo que costara. 



Capítulo LXXXI
La carta de una muerta

Leopoldo Núñez se despidió de Rubianes después de hacerle unos encargos relacionados con la venta de Lumbelier.
El agente estrechó su mano, feliz de haber terminado su asociación con el alcalde. También le felicitó por su decisión de trasladarse definitivamente a Madrid para dedicarse a la política nacional. 
Desde hacía cierto tiempo no se sentía cómodo trabajando para él, sobre todo desde que su jefe le había ordenado entrar furtivamente en la biblioteca de la casa una vez a la semana para sustraer las capturas de la micro cámara. Se había sentido como un delincuente haciendo ese trabajo. 
Al fin se libraba de él y de sus extravagancias.

Esa misma tarde se marchaba de viaje con su esposa a un balneario de Asturias donde tenía pensado pasar la festividad de Todos los Santos. 
Ya no volvería a pisar Lumbelier.
Condujo su coche por la carretera principal.

Se sentía profundamente aliviado 

El alcalde regresó al pueblo en su auto. Estaba satisfecho; se había librado del peso agobiante de Lumbelier y con más rapidez de la que pensaba. Había sido extremadamente fácil, pero aún quedaban unas cuantas cosas que hacer, y no debía demorarse.
Esa misma noche debía entrar furtivamente en la biblioteca de Lumbelier y pasar al "otro lado", recoger toda la documentación importante del secreter, los lingotes de oro y la micro cámara. A la semana siguiente un furgón de mudanzas sacaría el cuadro de la casa y lo llevaría a un sitio específico, donde él después lo rociaría con gasolina y le prendería fuego. 
Así finalizaría su relación con la casa de la colina.  
Esa misma tarde debía tener una conversación importante con su esposa para informarle de su marcha definitiva del pueblo y su próximo traslado a Madrid para dedicarse a la política nacional en vista a las próximas elecciones generales. Si por algún motivo ella fuera reacia, él ya tenía preparado lo que iba a decirle, le ofrecería la separación conyugal con una pensión de por vida, pero sabía que no iba a hacer falta. A Adela le encantaba el papel de esposa de Leopoldo Núñez porque sabía que era un triunfador. 
Antes de su conversación con ella debía hacer algo que empezó a meditar esa misma mañana en su despacho, cuando recibió de los detectives el sobre con las imágenes de Carola y Victor juntos. También eso iba a ser fácil y una exquisita guinda que saborear de su pastel final.
Había pensado poner una de las cartas que Ermelinda le había escrito, y que tenía guardadas en su caja fuerte, en el despacho de su secretario. Cuando la chica le escribía nunca se dirigía a él por su nombre. Él se lo tenía prohibido; así que solo debía imitar la letra de la joven al escribir la escueta frase :

Para Victor…

Él era un experto en eso de falsificar la letra. 
Ermelinda solía ser muy explícita en sus cartas al rememorar sus encuentros amorosos en la biblioteca de Lumbelier. 
Sonrió al imaginarse el rostro del comisario Aldana cuando leyera la carta, y lo que sucedería a continuación. 
El día antes había recibido la llamada del comisario Aldana preguntándole el horario de trabajo de su secretario y qué día laborable podían pasar él y uno de sus hombres por el despacho de Victor Suárez sin que él joven estuviera presente. Solo querían echar un vistazo, sin llamar la atención. Supo al instante que sospechaban de su secretario, y no pudo evitar congratularse por su buena suerte. Esa misma tarde le dijo a Victor que el viernes se tomase la tarde libre, puesto que era la víspera de la festividad de Todos los Santos. El muchacho se lo agradeció, pero lo notó preocupado. Luego telefoneó al comisario y le dijo que el viernes por la tarde podía ir al despacho de su secretario a echar "un vistazo". Se permitió el lujo de decirle al policía:
"Espero que solo sea una pura formalidad. Victor Suárez es un hombre de una moralidad intachable…"
Al día siguiente con las capturas de Victor y Carola juntos sobre la mesa de su despacho, se felicitó por la llamada de teléfono del comisario, y fue cuando empezó a madurar su venganza contra su secretario y la pelirroja. 

Satisfecho consigo mismo, miró el reloj. 
Las 13:45
Era el día de la víspera de difuntos; 
Sonrió 
Todo marchaba según lo previsto. 



Capítulo LXXXII
El pastel de moras


Hortensia Alvarez descolgó el teléfono.
Se encontraba animada pues esa tarde como todos los viernes tenía merienda y sesión de punto de cruz con sus amigas. Se le ocurrió la idea de invitar a la señorita Lily Martínez, la nueva inquilina de Lumbelier. A la chica le hacía falta salir de aquella casa y despejarse. Un poco de café y tertulia con mujeres agradables como ella no le vendrían mal.

Marcó el número de Lily que le habían dado en la tienda de ultramarinos donde la chica compraba semanalmente. Le sorprendió el tono alegre de la joven cuando habló con ella. 
Lily aceptó encantada la invitación de Hortensia, diciendo además que ya tenía pensado hacerle una visita.

Hortensia colgó satisfecha y se dirigió a la cocina para preparar el pastel de moras de esa tarde. 
Mientras tarareaba la letra de un viejo cuplé, cogió un cuenco y empezó a batir las claras de huevos con el azúcar. 

"¡Ay qué placer es bailar un foxtrot!
con un doncel que no sabe de amor.
Aunque cien años llegase a vivir
yo no olvidaría las tardes del Ritz "

Colocó en otro recipiente las moras,y abrió el sobre de la levadura. 
Por la ventana de la cocina el sol del mediodía se filtraba radiante. 
Hortensia estaba contenta y presentía cosas... 
Sabía que la naturaleza de estos presagios tenían su núcleo en aquella lejana noche de hacía justo 30 años. 

Un ciclo completo se cerraba. Lo sentía en su interior. 
Sonrió satisfecha 

Noche de difuntos... 
¿Al fin el lobo iba a ser atrapado?



Capítulo LXXXIII
Escalofríos 



Carola Luengos entró en su habitación del Hostal Principal. Se encontraba muy animada. Victor y ella se habían comprometido allí arriba, en el "Sofá del Ángel"; y aunque nubes de intriga ensombrecían el cielo de sus vidas, estaban enamorados y eso era lo que importaba.
Se quitó su vestido y se descalzó. Se puso una cómoda bata y se tumbó a ver la televisión. Hoy no bajaría al comedor ni pediría que le subieran nada. Se había comprado comida enlatada y gaseosa en el almacén del Parador. Solo quería tener la tarde libre para pensar en sus cosas y disfrutar de la sensación de que ella y Victor eran novios al fin. 
Él le había pedido que mientras el caso de Ermelinda y Carlos no se aclarase que fuera con cuidado, y que procurase no ir sola a los sitios. También le dijo que la llamaría por teléfono contándole cualquier novedad. 
Carola se recreó al evocar el tono de voz del joven cuando le hizo estas advertencias, pues mostraba una preocupación excesiva, producto del amor que él ya debía sentir por ella mucho antes. 
¿Tal vez ella y Victor se habían enamorado al mismo tiempo?

De pronto Carola recordó una de las frases de la desconocida que la había abordado en la ciudad esa misma mañana. 

"Me dijo que corría usted un grave peligro..."

La misteriosa mujer se había referido al espíritu de Ermelinda, quien llevaba tiempo contactando con ella.

"Ves, y avísala…", le había dicho Esmeralda Robledo al evocar el mensaje de Ermelinda. 

Carola sintió un escalofrío. 
Nunca había creído en ese tipo de cosas, pero con los últimos acontecimientos en el pueblo se sentía más impresionable de lo habitual. Para tratar de serenarse pensó que debían ser elucubraciones de gente desequilibrada que se imaginaban que hablaban con los muertos; sin embargo, no dejaba de ser curioso que aquella desconocida hubiera sabido su nombre.
Se abrazó al almohadón y trató de evadirse mirando la televisión hasta que recibiera una llamada de Victor. 



Capítulo LXXXIV
Tras los pasos del secretario 



Victor entró en la Taberna del Marino para tomar algo y reflexionar sobre su conversación con Carola. Estaba satisfecho de cómo habían transcurrido las cosas. Era una chica tan especial, tan diferente a todas las que había conocido antes. Ahora ya podía respirar un poco más tranquilo, pues pasara lo que pasara, Carola y él estarían juntos. Pensó que lo mejor era seguir actuando con normalidad mientras pensaba lo que debía hacer con su futuro. Sabía que Leopoldo Núñez pronto dejaría su cargo en la alcaldía para trasladarse a Madrid, y entonces no creía que tuviera pensado renovarle su puesto como secretario. Él también se marcharía de allí, probablemente a Lugo, o adonde fuera, pero con Carola.  Y no le sería difícil encontrar un trabajo. Su currículum era envidiable. Comenzaría una nueva vida lejos de aquel lugar lleno de intrigas y trataría de reconciliarse con su pasado. Sabía que el perdón era la mejor medicina para curar su alma, y Victor quería perdonar para seguir viviendo.
En cuanto a lo que sospechaba del alcalde, no tenía ninguna prueba, sólo su intuición y el ser conocedor de que era el propietario anónimo de Lumbelier.
También empezaba a comprender que los hombres que formaban parte del poder eran intocables, y ninguna información sensible o prueba sustancial sería lo suficientemente poderosa como para derribarlos. 
Por desgracia había llegado tarde a esa conclusión. Toda una vida planeando su venganza contra Leopoldo Núñez, para descubrir que era irrealizable.
Ni el cambio de régimen, como había anhelado, haría posible tal cosa, pues los tentáculos del poder llegaban más allá de lo imaginado. 
Era mejor dejar esos asuntos en manos de Dios. Él sabría qué hacer.
Ahora lo importante era planificar su vida con Carola y olvidar aquellas angustiosas semanas. 
Le preocupaba pensar qué actitud tomaría el alcalde cuando descubriera que él le había puesto a Ermelinda y a Carola para espiarle y sacarle información. ¿Despedirlo? ¿denunciarlo?
Esto le inquietaba, pero mucho más por la chica y lo que pudiera sucederle, pero él la vigilaría y protegería con su vida si era necesario, pues se había dado cuenta desde que tuvo la pesadilla con Carola, que su vida ya no tendría sentido sin ella. 

Recordó también su conversación con el comisario y la amenaza implícita que había en las últimas palabras que el policía le había dicho antes de salir de su despacho. 
"Estarían vigilando…"
Bueno, él estaría preparado llegado el momento, y si le presionaban mucho les daría el nombre del propietario anónimo de Lumbelier.  

A ver qué hacían con esa información…

Apuró su café y pagó la cuenta al camarero 
Al dirigirse a la puerta oyó la voz de Manuel Teixido, el tabernero, que acababa de salir de la cocina y al verlo lo llamó.
Victor se giró contrariado

- El comisario Aldana ha estado por aquí hace una hora. Me preguntó por usted. 

Victor intentó parecer normal

- ¿Qué le preguntó? 

- ¡Bah! Ya sabe cómo son esa gente. Quería saber con qué frecuencia venía usted por aquí, si venía solo, si hablaba con alguien, etc. Respondí con normalidad, pero me molestó que me preguntara qué opinión tenía yo de usted. Esa clase de cosas no me gustan. Le dije que no tengo porqué tener una opinión de mis clientes mientras paguen las cuentas y no armen follón, que no soy ningún perro de la poli. Creo que no le gustó mi respuesta y se marchó. 

Victor asintió con la cabeza 

- Bueno, pues gracias por informarme.

Dio media vuelta y salió de allí más intranquilo que cuando entró. 


Capítulo LXXXV
Puertas que chirrían 


Julieta se hallaba rebuscando en el cuarto de Carlos. Si el diario tenía información delicada debía estar muy escondido y también los negativos de las fotos.

Se felicitó de que el muchacho hubiese sido precavido y hubiese guardado aquellas pruebas. Según el coronel Quiroga, Carlos podía estar chantajeando a alguien y ese podía haber sido el motivo de su desaparición. 
Bueno, pues ella iba a encontrar ese diario.
Tenía toda la tarde por delante. Ya había hecho sus tareas diarias, Rosamunda descansaba y ya no tenía que salir hasta la noche para ir a ver a sus padres, como hacía todas las noches desde que se fue a vivir con su ex suegra.  

Encendió el transistor y se dirigió al armario. Las puertas chirriaron y el olor de la naftalina penetró en su cerebro. 

Nada más abrirlo supo que iba a tener mucho trabajo, pues el armario estaba lleno de ropa y de cajas repletas. Se subió las mangas y con la música que salía de la radio de fondo, se  dispuso a la búsqueda del diario de Carlos. 



Capítulo LXXXVI
Según lo previsto 


Leopoldo Núñez salió sigiloso del despacho de Victor. El día anterior había telefoneado a su secretario para que se tomara la tarde del viernes libre.

Sólo necesitó un minuto para entrar y dejar la carta de Ermelinda en un sitio donde la policía pudiera encontrarla. 

Después bajó por el ascensor y se dirigió a su casa situada en la parte contigua del edificio. 

Debía hacer una llamada de teléfono a los concejales y miembros de la junta para citarse con ellos el lunes siguiente e informarles de que abandonaría pronto su cargo.
y luego, tendría una importante conversación con su esposa. 

Todo marchaba según lo previsto. 



Capítulo LXXXVII
Como una institutriz inglesa 


Alfredo Bosco necesitaba saber qué estaba sucediendo en Lumbelier.  Sin embargo no se atrevía a preguntarle a la señorita Lily para qué habían ido esos hombres a su casa. Aunque si podía preguntarle si ella se encontraba bien, así se quedaría más tranquilo. Dejó las piezas de césped que estaba colocando bajo los columpios. Se lavó las manos y se dirigió a la puerta de la cocina para hablar con ella.
Lily se encontraba tomando café en torno a la mesa. Se levantó al escuchar al jardinero llamar a la puerta trasera.

- Disculpe, señorita, solo quería saber cómo se encuentra usted - le dijo el hombre algo apurado cuando ella le abrió la puerta.

Lily lo miró asombrada y luego esbozó una radiante sonrisa. 
El corazón de Alfredo golpeó contra su pecho. 
Ella le había sonreído. 

- ¡Oh, gracias! Estoy bien 

- No sabe cuánto me alegro. - dijo el jardinero algo avergonzado - Vi al alcalde entrar y luego a otro hombre, y pensé que había problemas con la casa… 

Lily no dejaba de sonreír. Al final dijo :

- El alcalde me entregó una oferta del propietario de Lumbelier para comprar su casa, y yo acepté. Ahora soy la nueva propietaria.

Alfredo abrió los ojos sorprendido. Aquello era lo último que había esperado escuchar. Durante unos instantes no supo qué decir. Al fin esbozó una sonrisa.  

- Bueno, pues la felicito. Es un lugar muy hermoso  

Lily asintió 

- Gracias Alfredo. Sí, lo es. - y añadió -  en cuanto a su trabajo en los jardines no se tiene que preocupar. Puede seguir sus tareas durante un mes, le seguirá pagando la agencia. 

El hombre asintió sin dejar de observarla. No comprendía aún qué tenía que ver el alcalde en aquella operación inmobiliaria. Le hubiera gustado seguir hablando con ella y dejar que el tiempo se detuviera en aquel suave rostro, pero no quiso parecer un pelmazo.

- Bueno, en ese caso creo que me dará tiempo de arreglar todos los jardines hasta esa fecha. Hoy me gustaría dejar terminada la zona del estanque, ya que se aproximan dos días de fiesta, así que me demoraré un poco más de lo habitual. 

- Tómese el tiempo que quiera, Alfredo. Yo voy a salir a visitar a una amiga y estaré toda la tarde fuera. Ahora voy a prepararme. Le dejo la llave de la puerta trasera por si quiere tomar algo en la cocina. En la nevera hay de todo.

Alfredo se sonrojó.Qué amable era la señorita Lily teniendo esa confianza con él, y qué dulce era su voz cuando le hablaba. Si pudiera controlar su nerviosismo cuando ella lo miraba podría preguntarle algunas cosas, como el motivo que la había hecho llorar esa mañana, asomada a la ventana del ático, pero no se atrevió. 

- Gracias de corazón, señorita. Es usted muy amable. Supongo que ya habré terminado la tarea cuando usted regrese. -  Titubeó antes de añadir - por si no la vuelvo a ver hasta el lunes, deseo que pase un feliz fin de semana.  

- Gracias Alfredo, igualmente 


Después de hablar con el jardinero Lily subió a su habitación apresuradamente, se puso un vestido de entretiempo y se colocó una rebeca sobre los hombros. Se recogió el cabello en una trenza sobre la nuca, cogió su bolso y enfundada en sus zapatos nuevos bajó las escaleras. Cerró la puerta principal con llave, y se dirigió al cobertizo para coger su auto.
Parecía una institutriz inglesa con aquellas ropas tan impecables. Alfredo nunca la había visto tan hermosa, salvo en sus sueños. 
Durante unos instantes se recreó en aquella exquisita visión mientras trataba de apaciguar los latidos de su corazón. Inmediatamente después le abrió la verja para que saliera y cuando el 600 atravesó la entrada le dijo :

- Que se divierta usted, señorita 

Y se quedó solo en los jardines de Lumbelier 



Capítulo LXXXVIII
El joven Eduardo 


Hortensia Alvarez estaba radiante. Con expresión satisfecha preparaba la mesa del café de su salita. Hoy iban a ser cinco en aquella reunión de amigas, pues la señorita Lily había  aceptado su invitación. Después de pasar el trapo del polvo y el aspirador, colocó un ramo de flores frescas sobre la mesa de camilla. Allí tenía preparada la bandeja con el pastel de moras y los platos.
Encendió la radio del aparador y sintonizó Radio Nacional de España. 
Eduardo, su sobrino, entró en la habitación para pedirle cambio de un billete de los grandes. Era un muchacho de 16 años, delgado y rubicundo, con la cara cubierta de pecas, donde siempre se reflejaba una expresión pícara.

- ¡Vaya, hoy estás muy contenta, tía Hortensia! -  le dijo divertido  

 - Si Edu. Hoy tenemos una invitada más, la señorita Lily, de Lumbelier. Lo pasaremos bien 

El joven Eduardo hizo un gesto de sorpresa antes de exclamar: 

- ¡Wow! Esa mujer es un poco rara. No habla con nadie y parece un fantasma. A mi me da un poco de miedo... 

- ¡Oh, cállate tonto! Es una señorita encantadora y muy amable. Aquí tienes tu cambio - le dijo mientras le daba el cambio del billete.

Eduardo tomó el trozo del pastel que su tía le había envuelto a parte.

- Será muy amable, pero da un poco de repelús con esa cara tan blanca…

- No seas impertinente, Edu. Anda dale el cambio al cliente y no te escaquees de tu puesto. 

Eduardo se puso firme e hizo el saludo militar 

- ¡A sus órdenes, mi general!.  Un día de estos voy a acompañaros en estas reuniones de café y punto de cruz, deben ser apasionantes y salvajes. 

- Jajajajaja. Eres imposible

Le dio un beso a su tía y salió.



Capítulo LXXXIX
El cuarto oscuro 



Julieta rebuscaba en el armario de Carlos pero no encontraba nada. Por lo visto a su ex novio le gustaba guardarlo todo, pues los cajones inferiores estaban llenos de objetos inservibles.
Dirigió su mirada hacia arriba y se dedicó a vaciar los estantes. Una vieja fotografía cayó al suelo. Cuando fue a recogerla sintió una punzada de dolor, pues en la fotografía se la veía a ella al lado de Carlos al inicio de su relación. 
Recordó el día que se había tomado esa fotografía. Había sido durante la feria floral del 1 de Octubre de hacía tres años. Entonces Carlos parecía un muchacho diferente. Tímido y reservado, pero diferente al que luego se convirtió. 
Miró el reverso de la fotografía y unas frases con la letra de Carlos le hicieron viajar al pasado :

"Un día feliz con Julieta en la Feria floral.
Octubre de 1973"

Así que Carlos había guardado aquella imagen como un recuerdo feliz. Pensó que habría tirado todo lo que le recordase a ella al romper su relación, y descubrir esa fotografía le emocionó.  
Siguió vaciando los estantes. Los locutores de la radio estaban dando las noticias.
En el estante de la izquierda encontró una pequeña libreta de notas. La abrió ansiosa pero no descubrió nada, sin embargo unas frases apuntadas con bolígrafo de color rojo llamaron su atención : 

"Ermelinda cree que soy un idiota y yo dejo que lo crea"

En otra hoja había anotado : 

"Recoger la cámara fotográfica el próximo lunes"

Esto le recordó una cosa, y se indignó consigo misma de haberlo pasado por alto. Carlos era aficionado a la fotografía y solía revelar sus propias fotos en un cuarto pequeño del ático. Si el coronel Quiroga estaba en lo cierto, y Carlos guardaba unas fotografías y unos negativos comprometedores para alguien, el lugar para esconderlos podía ser ese cuarto precisamente.
Abrió la puerta y subió la estrecha escalera hasta el ático.
Entró al pequeño cuartito y encendió la luz. Una oleada de aire rancio la invadió. Ese cuarto rara vez se abría. No tenía ventanas y era tan pequeño que parecía un armario. 
En la estantería principal estaba la nueva cámara fotográfica de Carlos, envuelta en una suave funda. La sacó, pero no vio nada raro. 
Miró alrededor cavilando dónde podría haber escondido su ex aquel diario comprometedor. Al dar un pequeño paso algo cedió bajo sus pies, bajó la vista y tocó una de las baldosas del suelo, parecía algo subida, como si alguien la hubiese vuelto a pegar allí con cemento, pero lo había hecho tan deprisa que una parte había quedado suelta. Presionó con la mano unos instantes y para su sorpresa la baldosa se despegó al completo dejando una abertura de cuatro centímetros de largo,  donde alguien había colocado una bolsa de plástico de color negro.

El corazón de Julieta empezó a bombear sangre.
Escuchó ruido abajo. Cogió la bolsa, volvió a colocar la baldosa y salió. 



Capítulo XC
Una punzada de inquietud


Leopoldo Núñez entró en la sala de estar.

Como todas las tardes su esposa estaba entregada a su labor de bordado. Le dio un suave beso en la mejilla y le dijo en tono serio : 

- Tengo que hablar contigo de un asunto importante.

Adela dejó su labor y miró a su esposo, y sin saber porqué recordó aquella lejana tarde de 1947, cuando en el salón del Hostal Principal él le propuso matrimonio.
Recordó haber sentido una leve punzada de inquietud, pues era muy poco lo que sabía de él, y al mismo tiempo una enorme excitación, pues hacía tiempo que se sentía atraída por aquel apuesto oficial del Ayuntamiento, con quien había ido varias veces al cine. 

Curiosamente ahora volvía a sentir algo parecido. 



Capítulo XCI

Pura rutina 



El comisario Aldana entró con uno de sus hombres en el Ayuntamiento.

Roberto Leiva, su otro oficial, se había quedado vigilando el hotel donde se alojaba Victor.

En recepción parecieron incómodos, pero el comisario dijo que el alcalde estaba al tanto de todo, y les había dado permiso el día anterior. Enseñó su placa de policía y su oficial hizo lo mismo. Algo molestos, el conserje y su ayudante condujeron a los dos policías hasta el segundo piso, donde se hallaba el despacho de Victor. 

- Pura rutina - volvió a repetir el comisario - no estaremos mucho tiempo. 

Una vez cerraron la puerta y se quedaron solos en el despacho de Victor Suárez, el comisario y su oficial se dedicaron a inspeccionar la habitación. Si el secretario era culpable, algún detalle, alguna prueba, por pequeña que fuera, habría quedado olvidada allí.

Estaban seguros de que iban a encontrarla. 



Capítulo XCII

Calle de los Carabineros n°7



Lily condujo su seat 600 por la carretera colindante al pueblo. Una vez a la semana hacía ese recorrido para hacer sus compras semanales. Se hallaba eufórica, sin ser consciente todavía de que se acababa de convertir en la nueva propietaria de Lumbelier. Era sorprendente la facilidad con la que había sucedido todo. 

Tenía que hacer aún muchas cosas, como arreglar asuntos relacionados con su piso de la Coruña, buscar un empleo y también buscar mobiliario barato para el resto de la casa que se hallaba vacía. Le sorprendió el precio tan bajo de la venta, pero tratándose de una "casa con historia" cuyo dueño quería ver en buenas manos antes de morir, se podía comprender.

Se rió al evocar la expresión del jardinero cuando ella le dio la noticia, pues parecía que el hombre había visto un fantasma. Le gustaba ese chico, era tan educado y silencioso, tan tímido y reservado; y además parecía que se preocupaba por ella.

Lily apretó el acelerador.

Se hallaba en un estado tan eufórico que no pudo evitar pensar:

"Y también es muy guapo…"


Mientras el auto avanzaba por la carretera, Lily empezó a tararear una canción. 

Hortensia Álvarez había sido muy amable al invitarla. Se rió de sus preocupaciones de los días anteriores y de su angustia por las visiones en el cuadro. 

Era la nueva dueña de Lumbelier y eso opacaba todo lo demás. 

Llegó al número 7 de la Calle de los Carabineros, y aparcó el auto en la acera. Entró en la bodega de la esquina y compró una botella de sidra para la merienda con Hortensia y sus amigas. Sería un amable gesto por su parte. 

Entró al estanco donde el joven Eduardo se hallaba hablando con una chica.

Al ver a Lily se la quedó mirando como si fuera una aparición. 

- Hola...la esperan arriba. Es por ese pasillo, ahí está la escalera 

Lily sonrió y se dirigió al lugar que le indicó el muchacho.

 



Capítulo XCIII

Demasiado fácil 



Adela Palacios miró a su esposo con extrañeza. Bueno, no se esperaba la noticia, pero tampoco le desagradaba. Leopoldo era una caja de sorpresas. La política nacional, Madrid, el Congreso de los Diputados...No estaba mal. Había que hacer muchos preparativos, avisar a mucha gente, y sorprendida consigo misma se dijo: 

Igual que cuando me casé. 

- ¡Oh, Leopoldo me parece una noticia genial!

Y de repente y por primera vez en muchos años, su marido la tomó de la cintura y la besó apasionadamente. 

Y Adela olvido a Ermelinda, y a todas las mujeres que habían pasado por la vida de su marido, y volvió a sentir la misma emoción que cuando él le pidió matrimonio.

En cambio el alcalde no dejaba de repetirse a sí mismo con inquietud: 

"Demasiado fácil, demasiado fácil está saliendo todo"



Capítulo XCIV

La inquietud de Rosamunda 



Julieta bajó precipitadamente la escalera. La señora Bermejo se había despertado y andaba trasteando por el vestíbulo. Tenía que vigilarla, no le diera por salir a la calle para ir a casa del coronel a hacerle preguntas. 

La condujo hasta la sala de estar, la acomodó en su sillón y encendió la televisión. 

- Sabes que no me gusta la tele, prefiero la radio que me deja pensar. 

Julieta le sonrió suavemente 

- Bueno, es que la tengo yo. Estoy haciendo limpieza en el cuarto de Carlos y pensé que no le importaría. Luego se la devuelvo. En la tele ponen a esta hora un serial muy bonito. 

Rosamunda asintió, mientras se dejaba mimar por su ex nuera 

- ¿Has traído las velas de difuntos …? -  le preguntó ansiosa 

- Si, están en el armario de la cocina. Luego las prepararé para esta noche.

- Gracias niña, y recuerda ir a ver a tus padres. No quiero que me culpen de robarles a su hija. Bastantes preocupaciones tengo. 

Julieta le hizo un guiño de complicidad

- Los veo todas las noches, Rosamunda. Y no creo que mi ausencia les incomode mucho. ¡Ojalá fueran como usted…!

- Está bien, está bien. Pero son tus padres, no lo olvides. Ahora déjame ver la tele y no te entretengas.

Dijo la anciana tratando que Julieta no notara su emoción cuando ésta le dio un cariñoso beso en la mejilla. 

Julieta cerró la puerta de la sala de estar y se dirigió al cuarto de Carlos. 

En la radio estaban poniendo canciones dedicadas. 

Se sentó en la butaca frente a la ventana y abrió la bolsa de plástico, intuyendo lo que podía haber dentro.



Capítulo XCV

Despertando pasiones 



El comisario Aldana y su ayudante Agustín Garzón registraban el despacho de Victor Suárez.

Como policías especializados de la Brigada de Homicidios podían efectuar un registro minucioso sin que se notara apenas. Sabían por instinto y entrenamiento de años dónde buscar y cómo hacerlo. 

El secreto estaba en que no pareciera un registro. 

Miraron a su alrededor. Aparentemente todo estaba en orden. 

Revisaron cajones, ficheros, libros, estantes, y nada inusual encontraron. 

El secretario parecía ser un hombre muy minucioso, pues todos los documentos, notas y fichas, estaban colocados en orden alfabético, por tamaño y colores.

El último cajón del escritorio llamó la atención del joven oficial, pues se hallaba ligeramente entreabierto, y algo en posición vertical se dejaba ver desde el interior. 

Lo abrió y se fijó que de una carpeta de cuero asomaba un sobre amarillo. 

El oficial cogió el sobre y levantó la mirada a su superior con una sonrisa de complicidad.

Era una carta dirigida a Victor Suárez con fecha de Junio de 1975, unos meses antes de la desaparición de Ermelinda.

La letra era de ella; ya la conocían y la habían estudiado, y evidentemente era una carta de amor, pero con un estilo algo rebuscado y extremadamente vulgar. 


Para Victor…


"Amado mío, ¿aún no crees que estoy loca por ti? 

No he dejado de pensar en nuestra última cita ni un solo instante. 

Mi corazón arde al pensar en nuestros encuentros en aquella casa deshabitada. Y aguardo con ansia la próxima vez. 

Nadie me ha hecho sentir como tú.  No dejo de pensar en tus brazos sobre mi cuerpo, en tus excitantes caricias. Eres tan ardiente, tan viril, que a veces creo que me voy a derretir.

No sabes lo que me excita recordar nuestros encuentros en Lumbelier...

Y no temas, que no le diré a nadie que eres el propietario anónimo. Te lo prometo. Debes confiar en mí y estar seguro de que no te traicionaré. Eres mi hombre, mi amor, y los demás no significan nada. 

Ansiando estar de nuevo entre tus brazos. 

Acudiré a la biblioteca el próximo viernes; 

¡Y no sabes cómo !!"


Tuya...

Ermelinda 


El comisario Aldana y su oficial se miraron estupefactos. 

- ¡Vaya con el impecable secretario! Despertando pasiones y escondiendo secretos... 

Se miraron satisfechos. Al fin habían encontrado la prueba. Ahora solo quedaba atar cabos. La festividad de difuntos se presentaba interesante.

El comisario Aldana telefoneó desde el despacho a Roberto Leiva, su segundo oficial, quien llevaba varias horas vigilando a Victor Suárez.

El joven oficial no pudo evitar esbozar una sonrisa de satisfacción al escuchar a su jefe decirle desde el otro lado del hilo telefónico:

- ¡Creo que lo tenemos!


Capítulo XCVI

La pesadilla de Victor 



Victor Suárez se disponía a entrar en su habitación del hotel.  Estaba agotado y confuso.

Las palabras del tabernero le habían abatido.

Así que el comisario le seguía los pasos. Bueno, él tenía cierta información que les interesaría saber y pensaba utilizarla en caso de que le apretaran las tuercas.

A ver qué se les ocurría a los polis cuando les soltase el nombre del propietario anónimo de Lumbelier. 

Recordó que debía telefonear a Carola, pero estaba tan cansado que solo tenía fuerzas para darse una ducha antes de echar una siesta. Había consumido mucha energía mental en las últimas horas y el ser consciente de que la policía lo vigilaba y lo tenía en el punto de mira de sus investigaciones empezaba a ocasionarle una angustia insoportable. Le hubiera gustado poder consultarlo con Carola otra vez, pero no quería parecer débil ante la muchacha, y también deseaba protegerla. Todo había parecido tan fácil allí arriba en el Parador del Olvido, pero abajo donde estaban los humanos, donde estaba él, todo se complicaba como era costumbre. 

Se alegró de que el alcalde le hubiera dado la tarde libre. Tenía ante sí un largo fin de semana, y solo quería descansar para coger fuerzas, pues esa misma noche debía verse con Carola para discutir unos asuntos, y no quería presentarse ante ella en ese lamentable estado. Debían empezar a planificar su futuro. Con ella todo era asombrosamente fácil y llevadero.

Carola sabría qué hacer.  

Justo cuando se estaba deshaciendo el nudo de la corbata escuchó el timbre de la puerta. Se alertó, pues a esa hora nadie llamaba, y él no tenía la costumbre de recibir a nadie. Al escuchar de nuevo el timbre fue a abrir. 

Por mucho que lo hubiera temido no estaba preparado para lo que vio.

El comisario Aldana, junto a sus dos oficiales y una patrulla de la policía nacional se hallaban apostados en el umbral de la puerta. 

Fue el comisario el que habló primero : 

- Victor Suárez, queda usted detenido como principal sospechoso de las desapariciones de Ermelinda Cifuentes y Carlos Ramírez. Recuerde que todo cuanto diga puede ser utilizado en su contra. 

" - Debe tratarse de una pesadilla, estoy seguro.- pensó Victor con los sentidos algo nublados - dentro de poco despertaré y todos habrán desaparecido…"

Pero Victor no despertó. Los ojos del comisario Aldana lo taladraban como si de un animal acorralado se tratara.



Capítulo XCVII

El diario de Carlos 


Sentada en la butaca frente a la ventana, Julieta Vázquez se disponía a leer el diario de Carlos. 

Era un pequeño librito con un candado. La llavecita que lo abría  estaba pegada a la portada.

Nada más abrir el diario por la primera página un carrusel de recuerdos giró en su cabeza. 

Vio el rostro de Carlos emerger desde las profundidades del mar, pues Carola sospechaba que debía ser allí donde su asesino tiró el cadáver. Recordó la primera vez que salieron juntos, el primer baile, el primer beso. No era un chico detallista ni romántico, pero siempre la trató con respeto y nunca intentó propasarse con ella. Carlos era un chico formal, como de otra época, motivo que hacía que ella lo tuviese en gran estima, sin embargo, su carácter huraño y desconfiado la fueron poco a poco apartando de él. 

Por primera vez desde la desaparición del joven las lágrimas acudieron a sus ojos.



Lunes

Mayo 1975



Empiezo este diario porque últimamente me están sucediendo cosas extrañas y quiero dejar constancia por si algo me sucediera. Los del CESID me han informado que ya no contarán con mis servicios. Estoy dolido, pero trato que mi vieja no se de cuenta. Ella es la persona que más amo en el mundo. 

Tuve una fuerte discusión con Julieta, y el otro día ella rompió nuestro compromiso. Ella me gusta, pero se ha portado mal conmigo, y me duele porque yo confiaba en ella, pero me engañó con el tema del dinero, y no se me quita de la cabeza. 

También estoy sufriendo crisis nerviosas y me da por pensar que me persiguen. Lo he consultado con el médico y me ha dicho que pida cita para ver al neurólogo, pero me da miedo. De momento lo solvento a mi manera, baños de agua caliente y mucha lectura. 


Julieta embargada por la emoción siguió leyendo.

 


Capítulo XCVIII

Café y Punto de cruz 



Hortensia Alvarez recibió a Lily con sincera alegría al ver que la joven había traído una botella de sidra. 


- ¡Oh, que amable! No debió molestarse, pero gracias. La pondré a refrescar.


La condujo hasta la sala de estar donde otras cuatro mujeres las esperaban. 

En el sofá y en torno a la mesa de café, Aurora Freire, su prima Úrsula y la anciana señora Gertrudis Piñero charlaban animadamente. El aroma del café recién hecho embargaba la estancia. De la radio del aparador emanaba un viejo tema musical: "Las tardes del Ritz", que a las mujeres allí presentes les traía recuerdos de tiempos mejores. 

Lily tomó asiento frente a las mujeres. La anciana señora Gertrudis de 91 años de edad le sonrió con un gesto de aprobación, mientras Hortensia Alvarez hacía las presentaciones. 

- Es un placer, señorita Lily - dijo la señorita Freire - justo ahora estábamos hablando de usted y de lo bien que le ha venido al pueblo que Lumbelier vuelva a estar habitada. 

- Encantada  - dijo Úrsula Garrido estrechando la mano de Lily - yo también soy nueva en el pueblo.

- Igualmente,  es un placer conocerlas - dijo Lily paseando la mirada por las cuatro mujeres. 

- ¡Yo soy la momia de Tutankamon! - agregó enérgica la anciana señora Gertrudis mientras sus dedos se enfrascaban en el noble arte del punto de cruz. 

Todas rieron 

Gertrudis Piñero era conocida por su carácter extrovertido, su lengua vivaz y su destreza en las labores de punto de cruz, en las que era una gran experta. 

- Encantada muchacha.- agregó Gertrudis - Con nosotras se lo pasará bien. Somos la representación viva de una época decadente a la que las futuras generaciones echarán de menos algún día. Coleccionamos achaques, chismes, y cambios de régimen. 

Sentenció la anciana Gertrudis con una carcajada.

Lily cada vez se sentía más a gusto.

Hortensia le sirvió el café mientras la ponía al corriente. 

- Ahora tomamos el primer café de la tarde, y hacemos punto de cruz, luego a las 5:30 tomamos la merienda, que siempre es mi pastel de moras y charlamos hasta casi las 7. Gertrudis es nuestra eminencia en punto de cruz, es viuda, vecina mía y sencillamente adorable. 

- No le haga caso, joven, - añadió la aludida - me hace la pelota para que le siga dando clases de punto y la entretenga con mi arsenal de chismes cuando se aburre. 

Hortensia soltó una estridente carcajada 

- Nos conocemos desde hace años y somos muy buenas amigas. Aurora es soltera, como nosotras... - le hizo un guiño a Lily - y vive en la plaza del Ayuntamiento. Úrsula Garrido, es su prima, acaba de enviudar y es nueva en el pueblo. 

- Y sumamos entre las cuatro casi tres siglos. Usted es un bebé a nuestro lado, señorita Lily -  bromeó Gertrudis 

Lily sonrió divertida 

Las cuatro mujeres sin dejar de hablar se enfrascaron en sus labores de punto de cruz.

Lily las observaba maravillada. 

Debería aprender, Lily  - le dijo Hortensia  - es muy relajante - yo empecé hace poco y no lo puedo dejar. Gertrudis tiene la casa llena de cuadros de punto de cruz hechos por ella misma. Son impresionantes. 

- Mi trabajo me costaron - añadió la anciana - empecé al fallecer mi esposo, y después de 15 años ya no hallo satisfacción en otra cosa, ni siquiera viendo la televisión.

Lily observaba fascinada la destreza con la que las mujeres realizaban sus labores de punto. 

- Me gustaría aprender, tal,vez cuando disponga de más tiempo -  dijo la joven 

El reloj de cuco dio las cuatro en el reloj

- Ese reloj anda cinco minutos adelantado Hortensia. El viernes pasado ya me di cuenta.  

Dijo la señora Úrsula Garrido, que era la segunda vez que acudía a las reuniones de Hortensia. 

- Sí - respondió la estanquera - mi sobrino Eduardo lo hizo a propósito porque dice que así no se me hará tarde. 

- Jajajajajaja, la puntualidad no es tu fuerte,  querida   -  dijo Gertrudis - a propósito, recuérdame que hoy es noche de difuntos y debo preparar las velas. No sé me vaya a olvidar. Últimamente me falla la memoria. 

- Nosotras las tenemos preparadas desde ayer. Solo falta encenderlas - agregó Aurora Freire 

- La de hoy será la primera noche de difuntos sin mi marido y será difícil para mí - dijo su prima Úrsula algo compungida.

- Pero no estás sola, Ursula. Estamos juntas, como a él le hubiera gustado. 

Añadió Aurora Freire, quién había acogido a su prima en su casa al fallecer su esposo. 

- Cuidado con ese pétalo, Hortensia, no hagas los puntos tan apretados o tu rosa parecerá otra cosa - dijo Gertrudis a la estanquera, quien a pesar de sus esfuerzos no terminaba de avanzar. 

Las cuatro mujeres seguían entregadas en sus labores. La señorita Freire parecía la más adelantada.

- Nunca tuve la costumbre de encender velas esta noche. Cuando vivía en Madrid, alguna vez fui a la Misa de Difuntos, aunque no me suele  agradar celebrar estas fechas. Es tan triste...- dijo Lily con gesto serio - pero hace poco perdí a una persona muy especial para mi, y me gustaría hacer algo diferente. ¿Cómo se preparan las velas?

- ¡Oh, es muy sencillo!  - dijo Hortensia  - solo hay que llenar una fuente no muy honda con agua y un poco de aceite, y cubrirla con velas especiales, que están elaboradas para tal ocasión. Se llaman mariposas. Se las tiene toda la noche encendidas, una por cada difunto. Ellos lo agradecen mucho. Les ayuda a seguir el camino de la Luz. - si quiere se las puedo encargar a mi sobrino y luego llevárselas. Las venden en la tienda del señor Hormillos. 

- No se moleste, Hortensia…- contestó Lily

- No es ninguna molestia. Ahora llamo a Eduardo.  Le encanta hacer recados más que atender el estanco. 

Hortensia llamó al muchacho desde lo alto de la escalera.
El joven interrumpió su conversación con una amiga y subió arriba. 



Capítulo XCIX
Chismes y Mariposas 


Era un muchacho simpático y con mucho sentido del humor. 
La señora Gertrudis lo observó con expresión pícara. Le hubiera gustado tener un sobrino como aquel. 

- ¿Qué pasa, chicas?, ¿a cuántos del pueblo han despellejado ya? 

Gertrudis soltó una carcajada 

- ¡Edu, comportarte! - le recriminó su tía reprimiendo una sonrisa. 

- ¡Déjalo, Hortensia!. Es la alegría de la casa y lo sabes - dijo Gertrudis 

- Todavía no hemos empezado con la sesión de chismes, Edu. Aunque esta tarde la cosa promete… - agregó divertida la señorita Freire 

Eduardo se frotó las manos y exclamó :

- Sois las chicas más marchosas del pueblo.  Estoy por cambiarme de pandilla y unirme a vosotras. ¡Eso del punto de cruz tiene que ser algo supersónico!

Un estallido de carcajadas retumbó en la sala de estar.  
Hortensia le hizo el encargo a su sobrino de acercarse a la tienda del señor Hornillos y comprar una docena de velas de difuntos para la señorita Lily. El joven raudo y veloz salió para hacer el recado. 

- Y no te demores, que el estanco no puede permanecer cerrado mucho tiempo.- Le rogó su tía  

- Dejo a Laura en el puesto de mando. Ya la tengo enseñada…- respondió el muchacho 

- Es tu novia, Edu? - preguntó la señorita Freire 

- No, pero pronto lo será…- dijo el muchacho pícaramente 

Las mujeres rieron mientras devolvían la vista a sus labores. 
Edu abandonó la habitación, orgulloso de la admiración que provocaba en las viejas amigas de su tía. 

- Ese chico es un tesoro, Hortensia - dijo Gertrudis 

Todas asistieron satisfechas. Mientras hubiera jóvenes poseedores de aquella sana alegría, el mundo sería un lugar agradable. 

- Por fortuna no ha salido a su padre…-  sentenció Hortensia 

Todas comprendieron lo que quería decir. 
Después de un breve intercambio de consejos sobre cómo preparar las velas para difuntos, la señorita Freire le preguntó a Lily : 

- Por cierto Lily, ¿se siente cómoda en Lumbelier? con todas esas historias de fantasmas circulando... - preguntó intrigada la señorita Freire 

- ¡Oh, si! Llevo casi dos meses en la casa, y la verdad no tengo ninguna queja -  contestó Lily un poco incómoda por la pregunta 

- ¡Bah!, Yo no creo que los muertos hagan ningún daño; son los vivos los peligrosos. - dijo Gertrudis convencida

Todas las mujeres estuvieron de acuerdo. 

- ¡Lumbelier es una casa verdaderamente hermosa! 

Añadió Hortensia guiñandole un ojo a Lily 

- ¿Y cuánto tiempo piensa permanecer con nosotros? porque tengo entendido que el dueño solo alquila por temporadas. - preguntó Aurora Freire 

Lily dudó antes de dar la noticia, pero estaba tan a gusto entre aquellas damas que no pudo evitar decirlo. Quería compartir su alegría con ellas. Con la voz ligeramente temblorosa anunció: 

- Pues creo que estaré de forma permanente. 

La observaron intrigadas, sin acertar a comprender.
Lily les puso al corriente de todo lo acontecido esa mañana con la venta de la casa.

- ¡Oh, es genial, Lily! Ahora es usted una de las nuestras.- exclamó la señorita Freire entusiasmada.

- ¡Maravillosa noticia, Lily! -  dijo Hortensia - Luego brindaremos por ello.

- Y por todo lo alto -  dijo Gertrudis pomposamente - Menuda cara pondrá el coronel Quiroga cuando se lo diga. Su antigua ama de llaves trabajó en esa casa y el hombre no deja de recordarlo. 

Hortensia miró a la anciana señora Gertrudis fijamente y le preguntó con tono fingidamente inquisidor : 

- Gertrudis Piñero, me gustaría saber qué tratos te llevas últimamente con el anciano coronel. Modesta Fernández me informó de que te vieron salir de su casa la otra tarde, y... 

Las mujeres observaron divertidas a la anciana señora Gertrudis, quien no pudo evitar sonrojarse ante las afirmaciones de su amiga. 

- ¡Oh, esa gata chismosa!  Sin duda está celosa porque el coronel me presta más atención que a ella. 

- ¡Esta si que es buena! Un anciano de 90 años convertido en el centro de atención de las parroquianas,  las cuales se disputan su amistad.  - dijo irónicamente Hortensia

- ¡En sus tiempos fue un buen mozo! Y no olvides que fue un héroe en la guerra de Marruecos. Además estuvo a punto de ser mi cuñado, ya lo sabéis... 

- Pero llevábais años sin hablaros…- le apuntilló Hortensia 

- Bueno, hemos enterrado el hacha de guerra y ahora somos amigos. Es agradable mantener contacto con personas de la misma edad que una, que recuerdan los mismos acontecimientos.  Te aprecio mucho Hortensia, pero tienes 40 años menos que yo, y eso a veces se nota, querida...

- Si, claro, eso debe ser - respondió Hortensia burlonamente - y también el hecho de que a tus 91 años te sonrojas hablando de él…

- ¡Oh, bueno! Serán cosas de la edad… - contestó Gertrudis con gesto altivo 

Otro estallido de carcajadas inundó la sala de estar.
La señorita Lily hacía mucho tiempo que no se encontraba tan a gusto. No conocía de nada a esas mujeres, y sin embargo notaba una afinidad muy fuerte con ellas. También reconoció emocionada que por primera vez desde hacía tiempo notaba muy cercana la presencia de su tía Clotilde, fallecida meses atrás. 
En cada una de aquellas mujeres algo de su querida tía se manifestaba de forma entrañable, y eso en sí no dejaba ser una bendición. 

Después de intercambiar chismes sobre los habitantes del pueblo durante un buen rato, las cinco mujeres se sentaron en torno a la mesa camilla para tomar la merienda y degustar el pastel de moras de Hortensia. Con las copas rebosantes de sidra brindaron por la nueva propietaria de Lumbelier y su felicidad futura en la casa. 
A las 6:45 Lily se despidió de sus nuevas amigas. El joven Eduardo aún no había regresado con el encargo que le había hecho su tía. 

- Este muchacho, siempre aprovecha para irse con los amigos. En cuanto venga le diré que le lleve el paquete de velas a Lumbelier. 

- No hay problema, Hortensia. Es usted muy amable, y gracias por esta tarde maravillosa. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. - dijo Lily visiblemente emocionada.

Hortensia sonrió satisfecha

- No hay nada que agradecer. Recuerde, el próximo viernes aquí otra vez. Ahora es usted una de las nuestras. 



Capítulo C
El chico de los recados 

Anochecía ya. Julieta encendió la luz de la mesita de noche y siguió inmersa en la lectura del diario de Carlos. 

10 de Junio
1975

Echo de menos a Julieta, pero sé que ya no hay marcha atrás. Sigo con mis crisis nerviosas, pero ahora son menos intensas. Ermelinda ahora parece interesarse por mi. A mi no me gusta. Es una fulana, pero dejo que crea que me interesa su compañía. Parece que ella no soporta a Victor Suárez, el secretario del Alcalde, me pregunto por qué. 
Creo que Ermelinda intenta tomarme el pelo. Es muy fantasiosa y siempre me está contando historias extrañas. 
De todas formas con las mujeres siempre me ha ido mal.

2 de Julio
1975

Estoy especialmente intranquilo. Ermelinda me ha confesado algo y me ha propuesto asociarme con ella para extorsionar al alcalde. Dice que pensó en mí por mis anteriores trabajos para el CESID, pero no me agrada la idea. Ermelinda es muy voluble. Sin embargo, podríamos sacar mucho dinero, el suficiente para salir de aquí y empezar una nueva vida. No hago más que darle vueltas al asunto, y eso me genera mucha ansiedad. 

21 de Julio 
1975

He ido a recoger la nueva cámara fotográfica. Es muy moderna. Ermelinda sabe que yo mismo revelo mis fotos. Ella y el alcalde se citan en la biblioteca de Lumbelier. Esa casa me da un poco de miedo, pero a Ermelinda le encanta. Me ha pedido que haga capturas de esos encuentros para luego extorsionar al alcalde.  Me parece una porquería, pero creo que es la única manera de sacar el dinero necesario para salir de este pueblo. Ya no soporto vivir más tiempo aquí. Julieta ya ni me saluda. Todos me tratan como a un imbécil y además he tenido que rebajarme e ir al Ayuntamiento para que me vuelvan a admitir como el chico de los recados.  Es una humillación muy grande para mi.
Haré lo que me pide Ermelinda. 

Capítulo CI
Los recuerdos del coronel 

El anciano coronel Quiroga paseaba por los bosques. Hacía tiempo que no le echaba un vistazo a la casa de la colina. La otra tarde había tenido una conversación muy interesante sobre aquel lugar con su amiga Gertrudis Piñero. 
Frente a sus tazas de café empezaron a desmadejar el ovillo de los recuerdos y surgieron muchas cosas olvidadas de aquella época y también algunos interrogantes que ahora bajo la perspectiva de los años cobraban un nuevo cariz. 
Así que como aquella tarde hacía buen tiempo decidió acercarse hasta allí. Le habían dicho que el nuevo jardinero estaba haciendo un maravilloso trabajo, y él era muy aficionado a la jardinería.
También necesitaba despejarse, pues no se quitaba de la cabeza su conversación con la joven Julieta y las preguntas que esta le había hecho sobre Carlos. Le había dicho todo lo que sabía, sin embargo obvió intencionadamente, lo que Carlos le había dicho sobre Lumbelier.
Según le confesó el joven, el hombre al que estaba extorsionando solía citarse allí con su joven amante, él los había visto, y había tomado algunas comprometedoras capturas de esos encuentros.  
Cuando el coronel Quiroga escuchó de boca de Carlos el nombre de la casa de la colina una idea empezó a germinar en su cerebro y recordó una conversación acaecida casi 13 años atrás con su ama de llaves, la señorita Marianela, que en tiempos del teniente Aguirre había servido en Lumbelier. Según la mujer le contó, había visto al alcalde cuando sólo era un joven oficial del Ayuntamiento, en actitud comprometida con la esposa del dueño de la casa. Como el ambiente en la casa era muy hostil entre el matrimonio y además estaban aquellas historias que se contaban, ella abandonó su puesto de trabajo. Mucho después el coronel la contrató para que llevara su casa. Era una mujer discreta, no solía hablar mucho, pero cuando vio por televisión que Leopoldo Núñez había sido elegido alcalde de Cumbeira dijo algo así como: 
"Es el mayor farsante que he conocido",
y le contó aquella historia.
Marianela terminó casándose y se fue del pueblo. Alguna vez recibía una postal suya desde Mallorca, donde vivía con su marido. El coronel Quiroga nunca olvidó aquella conversación con Marianela, y aunque no conocía mucho al alcalde, algo en su fuero interno le decía que no era trigo limpio, que era un farsante y probablemente el hombre al que Carlos Ramírez había hecho chantaje. Sin embargo, no tenía ninguna prueba para ello, pero sabía que su sexto sentido rara vez le había fallado. 
Se maldijo por no tener 20 años menos, porque entonces iba a llegar al fondo del asunto, pero a su edad y con sus achaques cualquier sobresalto podía tener consecuencias fatales. No obstante, iba a seguir aquel reguero de migas que Carlos había ido soltando y tal vez alguien más joven decidiría seguirlo.  
Se preguntó si Julieta encontraría el diario de Carlos, y lo que habría allí escrito. 



Capítulo CII
Angustiosa incertidumbre 

Carola se despertó de golpe. Un timbre ensordecedor la sacó de sus ensoñaciones. Miró el reloj, las 19:30. Vaya, había dormido toda la tarde. El timbre seguía taladrando sus oídos. Se dirigió al teléfono pensando que debía ser Victor. Sin embargo una voz desconocida la alertó. 

- ¿Señorita Carola Luengos? 

- Si, soy yo, ¿qué sucede? - contestó Carola

Victor Suárez nos pidió que nos pusiéramos en contacto con usted 

Carola dio un respingo 

- ¿Qué ha sucedido? 

- Está detenido como principal responsable de las desapariciones de Ermelinda Cifuentes y Carlos Ramírez.

El tiempo se detuvo en torno a ella. Nada era real, ni siquiera el dolor. Se sentía como si estuviera en mitad de una obra de teatro y no supiera cuál era su papel. 
Recordó los felices instantes unas horas atrás en el "Sofá del Ángel", cuando percibió en los ojos de Victor lo que había esperado toda su vida. 

- ¡No puede ser cierto!

La voz había colgado dejando a Carola en un estado de angustiosa incertidumbre. Se abrazó a sí misma tratando de serenarse y pensando que debía tratarse de un error, pero recordó las palabras de aquella Médium que la había abordado en la ciudad y se estremeció:  

"Ermelinda me dijo que corre usted un grave peligro."


Capítulo CIII
Madurando un plan

Julieta Vázquez seguía leyendo el diario de Carlos 

25 de Agosto
1975

Creo que Ermelinda está loca, y además es mala persona. Me ha dicho que está esperando un hijo del alcalde y que por lo tanto rompe su trato conmigo, que ella tiene sus propios planes. Yo ya he comprado la cámara fotográfica especial que me ha costado mucho dinero, y ahora me dice que me dedique a fotografiar a los pájaros del bosque. Es una puerca. Estoy furioso, pero nada he dicho. Se va a enterar esa de quién soy yo. Si ella tiene sus planes, yo tengo los míos. Le daré una lección. Ahora me encuentro mejor, pero sigo echando de menos a Julieta.

28 de Agosto 
1975

Estoy madurando mi plan, si todo sale como espero, nada impedirá que me vaya para siempre de este pueblo, y mamá vendrá conmigo.
Todos aquí me tratan como a un inútil, incluso dicen que estoy zumbado. Bien, yo les haré tragarse sus palabras. 

Capítulo CIV
El brindis 

Leopoldo Núñez acababa de telefonear a sus colaboradores y miembros de la junta en el Ayuntamiento. Les había informado de su decisión. La semana siguiente tendría una reunión con ellos para el traspaso de poderes. No se habían sorprendido mucho, por lo visto se imaginaban algo. Le felicitaron. 
Suspiró aliviado. Esa noche sacaría toda la documentación del "otro lado" y los lingotes de oro y los pondría a buen recaudo.  El lunes siguiente una empresa de transporte trasladaría el cuadro de la biblioteca hasta una pequeña finca en el campo que poseía a varios kilómetros, y allí le pegaría fuego al enigma de Lumbelier.  A primeros de Noviembre, él y su esposa harían los preparativos para abandonar Cumbeira y antes de Navidades ya estarían instalados en el hotel Ritz en Madrid. Daría una rueda de prensa para informar de su paso a la política nacional y de su ingreso en las listas electorales del partido de moda, que si nada lo evitaba, iba a resultar ganador en las próximas elecciones generales del país, que se celebrarían el año próximo. Si, todo estaba saliendo según lo previsto, aunque debido al asunto de Carlos había tenido que adelantar los acontecimientos. 
Ya en su despacho de lectura recibió una llamada telefónica. 
Su corazón se aceleró. 
Era el comisario Aldana.

Victor Suárez había sido detenido... 

Después de un breve intercambio de frases de rigor insistiendo en lo sorprendido que estaba y lo que lamentaba la situación, pues siempre pensó que su secretario era un hombre de moralidad intachable, le prometió al comisario que colaboraría con la justicia en todo lo que fuera necesario.
 
Cuando colgó el auricular, abrió su botella de Napoleón, se sirvió una copa y después de alzarla en señal de brindis, dio un trago, y se recostó en su sillón con esa expresión felina que era tan característica en él cuando nadie lo observaba. 



Capítulo CV
A propósito de las flores 


Lumbelier se alzaba orgullosa sobre la colina. El paso de 90 años apenas había hecho mella en ella. Los sauces se descolgaban llorosos por la puerta de entrada, y según pudo comprobar el anciano coronel Quiroga, los jardines estaban empezando a recuperar el esplendor de años atrás. Ese jardinero debía ser de primera; él también lo había sido, aunque ahora a su edad, con sus achaques, apenas podía cavar la azada durante media hora seguida.
Se acercó vadeando la verja justo enfrente del estanque y allí divisó al hombre en cuestión entregado a su tarea.

Alfredo Bosco había terminado de cubrir de césped la zona de los columpios y ahora estaba plantado violetas alrededor del cenador inglés. Levantó la vista y sorprendió al anciano observando. No le era del todo desconocido, había coincidido con él alguna tarde en la Taberna del Marino, y siempre le había saludado amablemente con una inclinación de cabeza. Según se había enterado en el pueblo, el hombre había sido un héroe de guerra. 

Le devolvió el saludo

- Espero no molestarle, veo que está muy atareado -  dijo el coronel afablemente 

- ¡Oh, no! Ya estoy terminando. No se preocupe

Alfredo se acercó a la verja donde el anciano coronel asomado admiraba los jardines.  

- Está quedando precioso. Le felicito, joven. Hace años que Lumbelier no lucía tan espléndido...

- ¡Oh, muchas gracias, caballero…! - le tendió la mano a través de los altos hierros.

El coronel le estrechó la mano diciéndole:

- Gonzalo Quiroga. Encantado. Aunque ya nos hemos visto en la Taberna del Marino.  

Alfredo Bosco. Es un placer - dijo el jardinero 

- Gracias, ¿sabe? Yo  soy aficionado a la jardinería,  aunque a mi edad ya sabe…

Alfredo Bosco sonrió mientras escuchaba al coronel 

- Los rododendros son fabulosos, y la rosaleda quedó sencillamente genial. Opino que lo más importante de una casa es su jardín…

- Estoy de acuerdo y gracias por apreciar mi trabajo.  

Le gustaba aquel hombre. Era muy abierto y se veía que era un buen conversador. Él era algo parco en palabras, pero siempre le gustaba escuchar a la gente mayor.

- ¿Está la inquilina en la casa? - preguntó el coronel

- ¡Oh, no! Salió a visitar a una amiga... - contestó Alfredo 

El coronel sonrió sin dejar de observar al jardinero. Él también había sido joven. 

- Una mujer especial, la señorita Lily. La he visto algunas veces por el pueblo. Muy discreta y muy bonita, y también algo diferente a las chicas de hoy en día. Lo que no deja de ser una bendición. 

Alfredo se ruborizó ligeramente ante esta afirmación y no supo qué contestar. El anciano miró su reloj y después al cielo.

- Parece que se va a presentar una noche de difuntos algo tormentosa...Es increíble lo rápido que cambia el clima en estas tierras. Tengo 90 años y nunca termino de acostumbrarme. Bueno, joven. No le entretengo más. Ha sido muy amable al escucharme. Si lo desea cualquier día puede venir a contemplar mi jardín. Vivo en la entrada del pueblo, en la Calle Norte, junto a la estación de correos. Mis geranios franceses son un primor. 

Le estrechó la mano y antes de dar la vuelta para seguir su camino le dijo : 

- Usted cuidará de ella, lo sé…



Capítulo CVI
La detención 

Rosamunda Bermejo ya no aguantaba más allí sentada frente al televisor. Iba a ser su primera noche de difuntos sin su hijo y quería preparar las velas como Dios manda. 
Se levantó y se dirigió al cuarto de Carlos donde sorprendió a Julieta leyendo un pequeño libro.  

- ¿Qué haces, niña? 


Julieta al verla escondió el diario de Carlos en la bolsa de plástico y se levantó.

- Nada, solo estaba leyendo un libro de poemas que encontré por ahí. 

- Bueno, recuerda que hemos de preparar las mariposas, y quiero que sea algo especial. Luego has de ir a ver a tus padres y regresar para la cena.- dijo la anciana 

Julieta asintió preocupada de notar a su ex suegra más nerviosa de lo habitual. 

- No se preocupe Rosamunda. Todo se hará, y las velas de difuntos quedarán preciosas. 

La anciana dudó antes de preguntar: 

- ¿Has encontrado el diario de Carlos? 

Julieta titubeó, pero ya había decidido que hasta que no leyera el diario de Carlos por completo no se lo iba a decir a Rosamunda, pues tenía miedo que la mujer con la excitación del descubrimiento y las fechas tan especiales recayera de nuevo, también intuía que en ese diario habría cosas que a Carlos no le hubiera gustado que su madre conociera, así que mientras no terminara su lectura no iba a revelarle nada. 

- Todavía no, sigo buscando... 

Por su parte, Rosamunda supo al instante que su ex nuera había encontrado el diario, pero que para protegerla iba a ocultarlo de momento, también supo que era precisamente eso lo que estaba leyendo cuando entró en el cuarto y sabía que si Julieta descubría algo importante en ese diario ella sería la primera en enterarse. 
Lamentó que su hijo no hubiese sabido apreciar a aquella chica tan sensata y decente; Tal vez si lo hubiera hecho aún seguiría vivo. 
Las dos mujeres entraron en la cocina para preparar la cena. Esa noche algo de verdura y pescado les vendría bien. Después llenarían las fuentes con las velas de difuntos e improvisarían un pequeño altar en la cocina, junto a la despensa, con las imágenes de Carlos y el esposo de Rosamunda. 
Justo cuando estaban echando las patatas en la olla, oyeron el timbre de la puerta. Era Modesta Fernández, la vecina de Rosamunda, que venía a pedirle un poco de nuez noscada, y de paso a husmear un poco. 

- Nuez noscada y un trozo de empanada que te vas a llevar. El hornero me la trajo esta mañana, él recuerda que a Carlos le encantaba. -  le dijo la anciana emocionada 

Modesta Fernández escudriñó dentro de la casa, y también giró la cabeza por si alguien la estaba escuchando. 

- ¡Oh, gracias Rosamunda! - después bajó el tono de voz y le preguntó a su vecina - ¿Aún no te has enterado? Victor Suárez ha sido detenido por la desaparición de Ermelinda y Carlos. Se sospecha que los mató a ambos, y echó los cadáveres al mar. Mi marido se enteró en la Taberna del Marino. No se habla de otra cosa en el pueblo. 

Julieta dejó los fogones y salió al porche alterada 

- ¿Cuándo ha sido eso? 

Modesta Fernández, orgullosa de ser la primera en darles la noticia las puso al corriente de todo lo que su marido había escuchado en la taberna.

- Ha sido esta misma tarde. Está en el calabozo, pendiente de que le traigan un abogado. La poli encontró en su despacho una carta muy comprometedora de Ermelinda. Por lo visto eran amantes y se citaban en Lumbelier...También hay fuertes indicios de que esté involucrado en la desaparición de Carlos, pues se sospecha que Ermelinda y Carlos estaban saliendo en secreto. ¡Oh! Debe ser terrible para ti todo esto. No sabes cuanto lo siento, querida. Mi marido me ha dicho que la policía también sospecha de que Victor es el dueño anónimo de Lumbelier... 

El suelo pareció moverse bajo los pies de Rosamunda, quien antes de perder el conocimiento vio el rostro del alcalde tal y como lo viera aquella mañana de la desaparición de Carlos, cuando se inclinó sobre ella y le dijo suavemente : 

"Todo se solucionará" 



Capítulo CVII
La primera lluvia de la noche 


Lily llegó a Lumbelier cerca de las 8 de la tarde. Aparcó en el cobertizo su auto y se dirigió a la puerta de la casa. Le sorprendió ver al jardinero sentado en la baranda del porche. El hombre parecía preocupado. 

- Hola, Lily. No me quise ir hasta verla llegar. Espero que no se moleste.

Lily sonrió nerviosamente 
¿Era su imaginación o ese hombre pensaba que no sabía cuidar de sí misma?

- ¡Oh! no se preocupe, pero no soy ninguna niña. - dijo molesta

Metió la llave en la cerradura 
El hombre percibiendo su incomodidad añadió : 

- Bueno...Ya terminé la zona de los columpios y del cenador. Ha quedado muy bonito; espero que le guste. En fin, yo...solo quería decirle que hasta el lunes no regresaré. Que pase un feliz fin de semana, Lily. 

Ella estrechó la mano que el hombre le tendió. Cuando alzó la mirada hasta él percibió algo que habría de recordar mucho tiempo después, pero que entonces no supo comprender. 
Justo en ese momento comenzó a llover. Lily entró en la casa y el jardinero se dirigió al cobertizo donde estaba su furgoneta.

Alfredo se sentía mal consigo mismo, porque pensaba que había incomodado a la joven esperándola hasta que regresara, pero sabía que no podía evitarlo, pues llevaba todo el día teniendo fuertes presagios y solo quería protegerla.  

Lily cerró la puerta.
Recordó que el sobrino de Hortensia debía traerle las velas para la noche de difuntos. Así que no pasaría los cerrojos hasta que el muchacho se fuera. 
Había sido un día intenso, plagado de emociones.
Era la nueva dueña de Lumbelier y todavía no lo había asimilado. Estaba agotada. 
Fue una décima de segundo y una idea cruzó por su cabeza.

El cuadro de la biblioteca... 

¿Y si entrara a echar un vistazo? 
Nada malo iba a pasarle.
Desde la última y perturbadora visión no había entrado y eso había sido hacía casi dos días. 
¿Qué mal podía sucederle si solo entraba a comprobar que todo estaba en orden?
Al fin y al cabo iban a llevarse el cuadro el lunes siguiente, y ya no lo vería más. 

Después de unos instantes de angustiosa duda decidió entrar.
Abrió sigilosa la puerta, como si aquella habitación no le perteneciera. Encendió las lámparas chinas y se dirigió hacia el cuadro. Desde fuera escuchó el motor de la furgoneta del jardinero al arrancar.
La primera lluvia de la noche golpeó contra los cristales. 

Y allí en la pared frontal la observaba imponente el cuadro más bello y enigmático que hubiera visto nunca. 
Respiró aliviada;
En la ventana de la biblioteca pintada en el cuadro no se apreciaba nada anormal.
Sonrió; necesitaba descanso. Últimamente saltaba por nada.
Se sintió culpable por lo grosera que había sido con el jardinero;
Le debía una disculpa. 
 
Y entonces fue cuando sucedió …
Apareció de repente, como si la hubiera estado esperando. 



Capítulo CVIII
El lienzo del horror


En el punto del cuadro donde se hallaba pintada la ventana de la biblioteca, vio la figura de un hombre estrangulando a una mujer.
Inmediatamente el rostro de la mujer desapareció, y fue sustituido por el de otra joven, a la que el mismo hombre estaba asfixiando con sus fuertes manos.
Lily respiraba con dificultad sin apartar sus ojos del lienzo.
El rostro del hombre apenas se distinguía, pues todas las figuras pintadas en el cuadro debían tener unos diez centímetros de longitud, y era imposible captar sus rasgos, sin embargo, de la cara del asesino emanaba algo vagamente familiar, una especie de energía, con la que ella había entrado en contacto hacía poco tiempo, aunque Lily no lo supo comprender en aquel momento.  
Seguidamente las figuras pintadas fueron sustituidas por otras, y los tonos pastel desaparecieron. 
Lily vio sobre el ancho lienzo rostros pintados de mujeres con cofia y delantal, desfigurados por el terror. 
Ya no era un cuadro que celebrase la vida y la belleza.
Era el horror mismo. 

Junto al estanque y sobre la hierba vio pintados los cadáveres de dos niños, vestidos con uniforme militar. El anciano yacía muerto junto a ellos. Sobre la mesa de mimbre se hallaban los cuerpos sin vida de los padres de los chiquillos, uno sobre el otro.
Y sobre la superficie del estanque, los pedazos rotos de la cometa, flotaban lánguidamente. 
Lily escuchaba los latidos de su corazón como los compases de la marcha fúnebre.
Bajo el cenador, la figura pintada del artista observaba llorando la trágica escena. 
Lily alzó la mirada de nuevo hasta la ventana pintada en el cuadro. Ahora veía al estrangulador apuntando con una pistola a otro hombre. 
Como si de una película se tratara, observó al hombre armado disparar contra la figura del otro hombre, el cual cayó al suelo fulminado, ante la perversa mirada de su asesino. 

Lily huyó despavorida de la biblioteca. 



Capítulo CIX
Algo insoportable 


Corrió hasta la verja donde el jardinero se disponía a salir con su furgoneta. La lluvia comenzó a caer copiosamente. 

- ¡Alto, alto, por favor… ! - le gritó al hombre, que frenó en seco al verla

Alfredo bajó apresuradamente, alterado por la expresión de la joven. 

- ¿Qué sucede, Lily?

Respirando agitadamente y con los ojos desorbitados, Lily trataba sin éxito de encontrar las palabras. La lluvia nocturna caía sobre ella como un velo de angustia, mientras las luces de la furgoneta del jardinero proyectaban sobre la casa algo insoportable y fantasmal. Al fin, Lily consiguió decir: 

- ¡Ha vuelto a suceder! ¡Y ha sido espantoso! 

Y tirándole de la cazadora lo condujo hasta la biblioteca y le señaló el cuadro. 

La tormenta anticipaba la que iba a ser una noche de difuntos habitual en aquellos lares.
Alfredo Bosco tratando de ordenar sus pensamientos observó detenidamente el cuadro, intentando comprender qué es lo que había alterado tanto a la señorita Lily.

- Empezó en la ventana que da a la biblioteca, y después siguió al resto del lienzo…¿No lo ve? 

Preguntó ansiosa, adivinando por la expresión del hombre la respuesta. 
Fijó la vista en él, intentando no desviar la mirada hacia el cuadro, pues no podría soportar volver a ver aquellos horrores. 

Alfredo observó minuciosamente, pero no vio nada.
¡Maldita sea! Otra vez aquel cuadro estaba haciendo de las suyas. 
Miró fijamente a Lily como queriendo entrar en su mente para saber qué estaba pensando. Quería comprenderla, ayudarla y sobre todo, quería ver lo que ella había visto, solo así podría llegar hasta el fondo de aquel enigma y resolverlo, y entonces ella podría alcanzar la paz, y de paso, él también. 

- Dígame, Lily, ¿qué es lo que ha visto? 

Ella lo observó como una niña pequeña a la que han sorprendido cometiendo una travesura. Que el hombre no hubiera visto lo mismo que ella, solo podía significar una cosa:  Su mente era la responsable de aquellas visiones, y debía enfrentar el hecho de que había recaído de nuevo en su enfermedad.
Lily desvió la mirada hacia el lienzo intuyendo que las figuras grotescas habían desaparecido.
Y efectivamente, al igual que las veces anteriores, ya no estaban. 

Se sintió desfallecer y más vulnerable que nunca. Temerosa de que el jardinero la tomase por loca, decidió que lo mejor era no decirle lo que había visto en el cuadro, sin embargo, algo en el rostro del hombre le hizo cambiar de opinión, pues comprendió al instante que podía confiar en él. 

Lily le contó a Alfredo todo lo que había visto pintado en el cuadro desde las primeras y perturbadoras visiones, hasta las escenas de estrangulamiento y asesinato, y finalmente, la terrible escena junto al estanque. 

- Puede pensar que estoy loca, yo empiezo a creerlo -  dijo Lily con lágrimas en los ojos.

Alfredo la escuchaba horrorizado, preguntándose cómo había logrado seguir viviendo en esa casa después de esas espeluznantes visiones.  

- ¡Santo Cielo! No, no creo que esté loca, Lily

Ella le sonrió tristemente mientras secaba sus lágrimas con el puño de su chaqueta.
Alfredo dudó antes de decirle 

- ¿Sabe? Yo viví en esta región siendo niño, en una comarca cercana, y ya entonces se contaban historias sobre esta casa y en especial sobre el cuadro...Mi abuela era una jovencita cuando la casa fue construida, y ella me contó muchas cosas de aquel tiempo, cuando se instalaron los primeros propietarios. Hubo muchos rumores cuando sucedió la tragedia, que con el paso de los años continuaron creciendo. Por lo visto en esta casa no dejaron de suceder cosas. Así que crecí oyendo hablar de las historias de Lumbelier; por lo que un día...

El hombre guardó silencio. No debía contarle lo que él y su amigo Rubén habían presenciado aquella lejana tarde de la víspera de difuntos de 1946. La chica estaba fuertemente traumatizada por las visiones y necesitaba calmarse, oír aquella historia solo provocaría más confusión en su mente y tal vez algo peor. 
De todas formas el cuadro iba a salir de la casa el lunes siguiente y ella ya no tendría de qué preocuparse. 

- Bueno, Lily, lo que quiero decir es que yo si creo que usted ha visto lo que me ha contado. Y aunque no comprendo qué pueda ser, debe calmarse y pensar que a partir del próximo lunes el cuadro ya no estará aquí, y usted estará más tranquila. 

Lily le escuchaba un poco más calmada 

- ¿De verdad no cree que estoy loca? - preguntó ella débilmente 

Alfredo Bosco respiró hondo tratando de contener la emoción que sentía por verla tan vulnerable, y no poder hacer nada para consolarla. 

- No he conocido a una persona más cuerda que usted en toda mi vida - acertó a decir

- ¡Oh, gracias! Muchas gracias por creerme, Alfredo. - dijo ella entre lágrimas - ¿Sabe? Estuve enferma de los nervios y temía haber recaído… Hoy me he sentido especialmente feliz con la compra de la casa, y también en casa de la señorita Hortensia y ahora esto…

El hombre se recreaba en cada gesto de Lily, como queriendo impregnarse de ella, pero ocultándole que todo lo concerniente a ella era de vital importancia para él. 

- No se inquiete, señorita. No es culpa suya. Usted no sabe las historias que escuché de niño sobre el cuadro. El lunes ya no lo verá más. Piense eso, y prometase a sí misma no entrar a esta habitación. Hágame caso, por favor. 

Lily asintió y se dejó guiar por el jardinero fuera de la biblioteca.  
Ella señaló la sala de estar, y hacia allí la condujo el hombre. 



Capítulo CX
En estado de shock


Una vez dentro se dejó caer en el sofá.  
Alfredo se estremeció.
Lily estaba mortalmente pálida, como si la sangre no acudiera a su rostro. 

- Estoy tan cansada, pero no puedo acostarme hasta que no venga el sobrino de Hortensia con las velas de difuntos. Lo esperaré aquí. 

- Me da miedo dejarla en ese estado. Ha sufrido un fuerte shock y está temblando, ¿quiere que le prepare una infusión? Le vendrá bien 

Un fuerte relámpago retumbó contra los cristales e iluminó toda la habitación. Lily dio un salto en el sofá. 

- Dios mío, se me va a salir el corazón. Mi primera noche como dueña de la casa y me siento como si me fuera a morir…

Miró al hombre que la observaba preocupado
- No se preocupe. - contestó ella intentando parecer más calmada  - Soy más fuerte de lo que piensa. Esperaré a que venga el sobrino de Hortensia con las velas. Puede irse tranquilo.
Alfredo asintió temiendo que ella hubiera notado la intensidad de sus emociones, y el miedo que sentía de que a ella pudiera sucederle algo malo.

- De acuerdo. Le dejo el número de teléfono de la pensión donde me alojo, por si se encontrara mal…

Lily lo observó mientras él apuntaba el número

- Alfredo, antes en el porche estuve muy grosera con usted. Le pido disculpas…

El hombre esbozó una radiante sonrisa 

- No tiene porqué, Lily. Usted tenía razón, pero como han pasado cosas en el pueblo últimamente y no se habla más que de aquella chica que desapareció hace un año...pues bueno, solo quería asegurarme de que llegaba usted bien a casa. Pero, tenía usted razón.   Supongo que el hecho de ser hoy víspera de difuntos contribuye a ello. Yo, bueno soy algo aprensivo.

- Gracias por preocuparse por mi -  dijo Lily sinceramente agradecida 

Alfredo sintió un vuelco en el corazón. Le hubiera gustado seguir hablando con ella, preguntarle tantas cosas, pero no quería parecer un buscón, y decidió que lo mejor era marcharse. El color ya había vuelto a las mejillas de Lily. Parecía encontrarse mejor.

- Bueno, me marcho. Recuerde que puede llamarme si tiene algún problema. Y trate de no pensar en las visiones. No pueden hacerle daño; además el cuadro estará lejos de la casa el próximo lunes.  

- Así lo haré. Gracias por todo Alfredo 

El hombre volvió a dudar. No quería parecer un pelmazo, pero debía insistir. 

- Prométame que no entrará a la biblioteca hasta que se lleven el cuadro. Solo así me iré tranquilo. 

- Lo prometo 

Él sonrió tratando de llenar sus ojos con la luz que se desprendía de los ojos de ella

- Por cierto, Alfredo…-  dijo Lily - el jardín está quedando precioso 

El volvió a sonreír visiblemente emocionado ante esta afirmación. 

-'Gracias. Buenas noches, señorita Lily 


Capítulo CXI
Conjeturas 


Carola Luengos era una mujer de muchos recursos. Pocas cosas conseguían amedrentarla. Después del shock sufrido por la noticia de la detención de Victor empezó a reflexionar y a sopesar toda la información que respecto a los casos Ermelinda y Carlos había recibido.  

Ermelinda había sido contratada por Victor para espiar al alcalde y sacar información. 

Ermelinda rompió su trato con Victor. 

Ermelinda se convirtió en la amante del alcalde. 

Ermelinda empezó a salir con Carlos.

Ermelinda y el alcalde se citaban en la biblioteca de Lumbelier. 

El alcalde era el propietario anónimo de Lumbelier. 

Ermelinda le dijo a su padre que en un futuro podía ser la dueña de la casa.

Ermelinda desapareció sin dejar rastro. 

Carlos desapareció sin dejar rastro un año después. 

Luego recordó lo que la médium Esmeralda Robledo le había dicho cuando la abordó en la ciudad.   

Ermelinda estaba muerta.

Ermelinda estaba en un lugar frío.

Ermelinda estaba con "otros" en ese lugar.

Ermelinda quería que la sacaran de allí.

Ermelinda quería avisarla a ella de un peligro que corría.

Ermelinda había dicho que la clave de todo estaba en la biblioteca de Lumbelier.

Carola empezaba a ver con claridad, sin embargo, le faltaba la pieza clave, la que haría ver todo el puzzle en su totalidad. 
Pensó en Victor, allí solo en el calabozo y recordó cómo unas horas antes le había dicho que la amaba, allí en el Parador del Olvido. Evocó la ternura de su rostro cuando se despidieron. Alguien había jugado sucio con ellos, alguien que tenía un poder ilimitado en el pueblo, alguien que había llegado a amenazarla.
Leopoldo Núñez, el hombre intocable de Cumbeira. 
El farsante todopoderoso que pretendía saltar a la política nacional. 
El mismo que daba lecciones de moral en sus discursos mientras se citaba con sus jóvenes amantes en aquella casa solariega. 
El despreciable fariseo que se pavoneaba delante de ella, solo para que fuera más "amable" con él. 
El insaciable mujeriego que le había propuesto que fuera su amante.
El mismo que delató a los padres de Victor después de la guerra.
Aquel que la había amenazado…

Llevaba muchos años saliéndose con la suya.
Bueno, esta vez, ella iba ser la que lo impidiera. 

Sabía que Victor no iba a soportar tanta presión y se vendría abajo en un juicio por asesinato, así que a ella le tocaba mover ficha y lo iba a hacer. Y esta vez el móvil no iba a ser el dinero, sino la vida del hombre que amaba. 

Intuyó que fuera lo que fuese lo que había sucedido con Ermelinda y Carlos, la resolución de aquel enigma estaba en la biblioteca de Lumbelier, tal y cómo le había dicho la médium Esmeralda Robledo, y ella iba a intentar desentrañar aquel misterio. 
Miró el reloj, las 21:00 horas de la noche.
No conocía a la inquilina de Lumbelier, pero la había visto por el pueblo haciendo sus compras. Le había parecido una mujer discreta y sencilla. Carola solo quería hablar con ella y entrar otra vez en aquella biblioteca donde parecía estar la clave de todo el asunto. Sabía que aquella desconocida lo comprendería, si ella le contaba que la vida de un hombre corría peligro. 
Carola ya estaba decidida y no pensaba demorarlo más. Fue a su habitación, se puso un vestido holgado. Se colocó su gabardina, su bolso y salió de su habitación del Hostal Principal. 
Era víspera de difuntos. 
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. 



Capítulo CXII
Yo sé quién mató a mi hijo 


Rosamunda Bermejo descansaba sobre el sofá de su sala de estar. Julieta y su vecina Modesta la habían trasladado allí al desmayarse. Al negarse a que llamaran a un médico, Modesta le había preparado un ponche con unas gotas de coñac para devolverle el color a sus mejillas. Tumbada con una almohada bajo la cabeza, no dejaba de gruñirle a las dos mujeres.

- Dejadme tranquila. Debo hablar con el comisario. Ese chico es inocente, estoy segura... 

Julieta y Modesta dudaban de si debían trasladarla a la cama antes de llamar al doctor. La mujer estaba en estado de shock y además desvariaba.
Fue Modesta la que avisó al médico por teléfono. 
Cuando colgó la anciana le gritó :

- ¡Una amiga no hace eso! ¿Quién te has creído que eres? Te dejo entrar a mi casa y llamas a un médico sabiendo el pánico que les tengo.

Modesta estaba a punto de echarse a llorar.

- Solo lo hago por tu bien, Rosamunda…Intento ayudar. No te encuentras bien...

Julieta con el ceño fruncido repasaba mentalmente lo que había leído en el diario de Carlos.

"Ermelinda me ha propuesto asociarme con ella para extorsionar al alcalde."
"Ella y el alcalde se citan en la biblioteca de Lumbelier."
"Me ha dicho que está esperando un hijo del alcalde y que por lo tanto rompe su trato conmigo."

¿Y si su ex suegra tuviera razón? 


- ¡Dejadme las dos! Estoy perfectamente. Quiero evitar que se cometa una injusticia con ese muchacho al que han detenido. Yo sé quién mató a mi hijo, porque el propio Carlos me lo reveló…



Carlos CXIII
Un, dos, tres, responda otra vez


Aurora Freire se hallaba en la cocina con su prima Úrsula. Las mujeres habían llenado dos fuentes con las velas de difuntos y las habían colocado sobre el aparador de la cocina para encenderlas a las 12 de la noche. Ya habían servido la cena en el comedor y se disponían a sentarse a la mesa mientras esperaban que comenzara su programa de televisión favorito : "Un dos tres, responda otra vez."

Justo cuando tomaban asiento sonó el teléfono. Era Gertrudis Piñero, por el tono de su voz algo grave había sucedido.

- ¿No os habéis enterado de la noticia?


Aurora respondió que no, mientras escuchaba la sintonía del programa estrella de la semana.

"Un, dos, tres, ya estamos con usted otra vez…"

- Me ha telefoneado el coronel Quiroga diciéndome que pasó a última hora de la tarde por la Taberna del Marino y allí escuchó que han detenido al secretario del alcalde Victor Suárez como principal sospechoso de las desapariciones de Ermelinda y Carlos, y además se rumorea que puede ser el dueño anónimo de Lumbelier…

- ¡Santo Cielo!, pero si ese chico apenas lleva dos años viviendo en el pueblo… - respondió asombrada Aurora Freire - y parece tan amable y formal.

- Bueno, bueno, no nos podemos fiar de nadie, Aurora - añadió Gertrudis tajante -  Lo que me preocupa es esa chica, Lily Martínez. Ella compró la hacienda esta mañana por intervención del administrador, y del alcalde, que intercedió en la venta. Pues si resulta que ese chico es un asesino, y además es cierto que es el propietario de Lumbelier, la policía le hará muchas preguntas a la muchacha. La chica debe estar prevenida. Voy a llamar a Hortensia para que la avise. 

- ¡Oh, qué inconveniente! - exclamó Aurora visiblemente contrariada - Precisamente esta noche. Me gusta esa chica, y no me gustaría que tuviera problemas. Es muy formal, se parece a nosotras. 

Aurora Freire miraba de reojo el impresionante decorado de su programa favorito, mientras desaprobaba con la mirada el escaso vestuario de las azafatas. 
Los tiempos estaban cambiando, desgraciadamente. Siguió escuchando a su amiga. 

- ¡Eso es cierto! Me di cuenta en cuanto la vi - respondió Gertrudis y agregó indignada - Vaya con el secretario del alcalde; por lo visto se citaba con Ermelinda en Lumbelier, prometiéndole que algún día la casa sería suya. ¡Pobre chica! Era solo una golfilla sin luces, que cayó en las redes de un depredador, y el tipo parecía que no había roto un plato... Para que te fíes de los hombres. Todos son iguales... 

- Si, por eso yo no me casé. - respondió Aurora Freire tajante - Por cierto, Gertrudis, ¿cómo es que el coronel tiene tu número de teléfono? ¿No te parece que vais un poco deprisa en vuestra relación?

- Vaya pregunta en un momento como este, ¿es que una no puede tener amigos aunque sea la momia de Tutankamon? - preguntó Gertrudis ocultando su malestar por las insinuaciones de su amiga. 

- Jajajajaja, es tan gracioso saber que flirteas con el coronel a tu edad...

- ¡No flirteo con él! Es mi confidente. Así que cierra tu boca de chismosa antes de que me enfade. - sentenció enérgica la anciana señora Piñero 

- Bueno, solo bromeaba Gertrudis. No te enfades.  

- No me enfado. Estoy rabiosa. Me disponía a ver el "Un, dos tres", y con esta noticia se me han quitado las ganas. Voy a llamar a Hortensia. Buenas noches.



Capítulo CXIV
Noche de difuntos 


Hortensia estaba intranquila. Las 9:30 de la noche y su sobrino aún no había regresado del encargo que le hizo.
Ese muchacho era imposible. 
Ella había estado arreglando la sala de estar, planchando la ropa, preparando la cena, y conforme pasaba el tiempo se iba irritando más.
Laura, la amiga de su sobrino, se había ido al ver que el chico no regresaba, y ella misma tuvo que bajar a cerrar el estanco. Seguro que estaba con sus amigos. En cuanto regresara le iba a dar una fuerte reprimenda. 
Puso la televisión para intentar serenarse. 
La sintonía del programa "Un, dos, tres, responda otra vez" llenó la estancia.
Escuchó pasos tras ella y vio a su sobrino acercarse. 

- ¿Se puede saber dónde estabas, cabeza de chorlito? - le espetó indignada - Casi tres horas han pasado desde que te envié a por las velas. Laura se fue muy enfadada contigo. No llamé a tus padres para que no se preocuparan. ¿Cuándo vas a aprender a comportarte? 

El joven Eduardo estaba pálido. Después de tragar saliva agregó :

- Lo siento tía, es que me demoré un poco con Javi y sus primos. Le han comprado una moto y estuvimos probándola. Luego para celebrarlo nos invitó a la Taberna del Marino y allí…

- ¿Cómo? ¿Qué estuviste en la Taberna? No debieron dejarte entrar, eres menor de edad. Ya verás cuando se lo diga a tu padre. No me gusta ese Javi, es una mala influencia para ti. Seguro que bebiste cerveza...

- ¡Oh tía! no me riñas, por favor. Solo probé un poco, pero enseguida se me quitaron las ganas cuando escuché la noticia…

- ¿A qué te refieres? 

- Han detenido al secretario del alcalde como principal sospechoso de las desapariciones de Ermelinda y Carlos Ramírez. Está en el calabozo. No se hablaba de otra cosa en la taberna. El señor Teixido dijo que al padre de Ermelinda le ha dado un soponcio al enterarse, y también han dicho que ese tal Victor es el dueño de Lumbelier. El señor Teixido ha dicho que el asesino tiró los cadáveres al mar. Me puse malo…

Hortensia escuchó asombrada a su sobrino. 

- No me encuentro muy bien, tía, pero voy a por la bici y le llevaré las velas a la señorita Lily. 

Su tía Hortensia con el ceño fruncido reflexionaba. Algo no encajaba.  
Pero no acertaba a verlo : 

Víspera de difuntos 
Ermelinda 
Carlos Ramírez 
Lumbelier
El secretario del Alcalde y...
La señorita Lily 

Y también : 
Aquella otra noche víspera del día de difuntos 30 años atrás…

Las ligeras sospechas que había tenido sobre el asunto tomaron mayor consistencia ahora. 
Una imagen se formó en su cerebro.  

Claro, no podía ser de otra manera.

Abrazó a su sobrino con ternura y le pellizcó la mejilla. 

- Anda, llévate otro trozo de pastel y ve a casa con tus padres. Yo llevaré las velas a la señorita Lily.  

- Gracias tiíta, ¿pero tú sola, lloviendo a mares y en una noche como esta?

- ¡Bah! Coser y cantar para mí. Cogeré la bici de tu tío. Y ahora vete con tus padres. 


Después que su compungido sobrino hubo salido, Hortensia fue al ático donde en un cajón con llave guardaba el viejo revólver de su padre. Él le había enseñado a usarlo por si alguna vez alguien la atacaba. Tenía varias balas en el cargador, pero gracias a Dios nunca había sido necesario.

"Estas cosas las carga el diablo, niña. Solo aprieta el gatillo cuando estés muy segura"

Guardó el arma en su bolso. Cogió el paquete con las velas, 
se puso un fino abrigo, y bajó hasta el pequeño sótano donde guardaba la bicicleta de su padre.
La lluvia caía copiosamente.
Debía darse prisa;
La señorita Lily estaba en peligro.
Lo sentía dentro. 

Subida a la bicicleta enfiló la calle tratando de no recordar aquella otra noche víspera de difuntos, 30 años atrás.
Presentía el mal;
El lobo acechaba en la sombra. 

Ella podía olerlo.

Capítulo CXV
La clave del enigma 


Carola Luengos entró sigilosa al garaje del Ayuntamiento. A su llegada a Cumbeira, Victor, le había dado una copia de las llaves de su coche, para poder usarlo en cierta ocasión que él estaba de viaje. Solo lo había usado una vez y fue antes de ser presentada al alcalde.

Carola se había sacado el carnet de conducir hacía años en Lugo, aunque nunca pudo tener un coche propio. Con frecuencia conducía el coche de una amiga. Pero ahora notaba la falta de práctica, aunque recordó que había aprobado a la primera.
Necesitaba el coche para acercarse a Lumbelier antes que la inquilina se fuese a dormir. Era de vital importancia. Victor estaba en el calabozo pendiente de una acusación de doble asesinato, y todo lo que eso conllevaría. Sabía que Victor no soportaría la presión y se derrumbaría.
Ella debía impedir que eso sucediera.

Sacó el auto de Victor del garaje del Ayuntamiento, esperando que el alcalde no la viera por la ventana de su casa. 
Atravesó la calle principal y se dirigió hacia la carretera. 

La lluvia golpeaba contra el cristal. Activó el parabrisas.  
Y de nuevo la voz de Esmeralda Robledo resonó en sus oídos: 

"Ermelinda dice que la clave del enigma está en la biblioteca de Lumbelier" 

Capítulo CXVI
Un hombre sin máscara 

Leopoldo dormitaba en su salón de lectura. Había puesto la alarma del reloj a las 11:00 para que lo despertara. Debía acudir a Lumbelier cuando la señorita Lily estuviese durmiendo, pues esa noche debía entrar por última vez al "otro lado". Sin embargo, no fue el reloj lo que lo despertó sino su esposa que completamente fuera de sí le dijo:

- Han detenido a Victor Suárez como principal sospechoso de las desapariciones de Ermelinda Cifuentes y Carlos Ramírez. ¡Oh, Leo! ¿Qué vamos a hacer? 

Él la miró irritado. Estaba empezando a cansarse de tener por esposa a aquella mujer aburrida de la vida y carente de imaginación.  

- Ya me telefoneó el comisario. No podemos hacer nada, querida, solo dejar que la justicia siga su curso. Supongo que confié en un criminal.  

Adela Palacios observó a su esposo fijamente y por unos instantes sintió un profundo escalofrío. 
Frunció el ceño y sin pronunciar palabra salió de la habitación.

Subió al dormitorio conmocionada, pues por primera vez había visto a su esposo sin la máscara puesta…

Capítulo CXVII
El amor y el miedo


Alfredo Bosco terminó de cenar en el comedor de la pensión. Como no le apetecía ver la televisión subió a su habitación.  Estaba rendido, física y emocionalmente. 
 
Era uno de los pocos habitantes de Cumbeira que no se había enterado de la noticia de la detención del secretario del alcalde. 
Aquella noche al igual que otras noches desde que conoció al hada de Lumbelier, Alfredo solo tenía dos cosas en su cerebro : 
Lily y el cuadro de la biblioteca…

Tenía sentimientos contrapuestos, por un lado el amor secreto que sentía por ella, la dicha que había experimentado al hablar con Lily con un poco más de confianza, y por el otro, el miedo de que algo malo pudiera sucederle y la angustiosa incertidumbre respecto al cuadro de la biblioteca.  

La visión del rectángulo de energía que se había tragado a aquel hombre delante de sus ojos 30 años atrás, estaba más presente que nunca, y Alfredo tenía miedo, mucho miedo.
La chica había visto "cosas" reflejadas en el cuadro, y él sabía que no habían sido producto de su imaginación, pues él mismo llevaba sufriendo "visiones y teniendo premoniciones" desde su más tierna infancia. Supuso que Lily, al igual que él, era extraordinariamente sensitiva, y propensa a canalizar energías; razón de las espeluznantes visiones que la chica estaba padeciendo, causándole una enorme angustia. 
Sin embargo, el cuadro dejaría de pertenecer a la casa el lunes siguiente y entonces ya no representaría un peligro para Lily. 

Con estos pensamientos se quedó dormido mientras los relámpagos recordaban a los vivos que era noche de difuntos. 


Capítulo CXVIII

Una maldad sin límites 



Lily se despertó bruscamente. Un relámpago iluminó por completo la sala de estar. Miró el reloj. Las 22:30 horas. Supo que el sobrino de Hortensia ya no acudiría con las velas. Se asomó a la ventana. La lluvia caía como si fuera la última noche del mundo.  

Recordó el extraño sueño que había tenido. 

Alguien la había guiado hasta la biblioteca y le había señalado la esquina inferior derecha del cuadro. Había deslizado una fina placa sobre la tela, y una visión sobrenatural había emergido del cuadro. 

Demasiado fabuloso, demasiado terrible. 

Aquello no podía ser; Era aterrador y también fascinante. 

Observó el rostro del hombre que la había guiado hasta allí, y era el mismo rostro que el del hombre que había visto en su imaginación aquella misma mañana, asomada a la ventana del desván.

Rafael Ventura, el autor del cuadro. 

Parecía que quería decirle algo…

Lily no acertaba a comprender. 


De pronto el artista subió a una butaca y deslizó su cuerpo dentro de aquel impresionante hueco de luz, desapareciendo ante sus ojos. 


Más que un sueño, le había parecido algo real…

¿Qué significaba todo aquello? 
¿Estaba relacionado con las visiones que había visto en el cuadro esa noche?
¿Quería acaso el pintor comunicarse con ella? 
Y si así era ¿qué quería decirle? 
¿Se habían producido asesinatos en la biblioteca?

Otro relámpago iluminó la estancia.
Lily lo decidió al instante.

Como guiada por una mano invisible se dirigió a la biblioteca.  Entró y encendió las lámparas chinas. 

Fijó su mirada en el lienzo 
Y ya no fue belleza y serenidad lo que percibió al posar su vista sobre aquellos suaves tonos. 

No había imágenes perturbadoras, pero un profundo dolor subyacía tras la pintura, una angustia estremecedora y también algo más…

Maldad, una maldad sin límites. 

Como una autómata se inclinó hasta la esquina inferior derecha del lienzo y buscó la fina placa que en su sueño había frotado el pintor para que el cuadro se transformara.

Después de unos instantes el enigma del cuadro se presentó ante sus ojos con todo su poder sobrenatural. 

Como si el alma de Rafael Ventura hubiese tomado posesión de la suya, Lily acercó una butaca frente al rectángulo de luz y se deslizó dentro.

Los visillos del tiempo se descorrieron dentro de su alma.

Capítulo CXIX
Los muertos y los vivos 

Esmeralda Robledo se hallaba reunida con cinco ocultistas
más aquella noche de la víspera de difuntos. El cuarto a oscuras indicaba que se hallaban preparados para conectar con el otro lado.
Era una noche especial para que los habitantes de los mundos invisibles se canalizarán a través de ella y enviaran mensajes a los vivos. 
La vida y la muerte se enlazaban aquella noche como dos pasajeros de una misma realidad, cuyo destino al fondo de la ignorancia dejaba entrever la ansiada Luz. 
Esmeralda gemía angustiada.
Se había establecido la conexión. 
Su ondulada melena colgaba hacia atrás sobre su espalda.
Las manos de los allí presentes se hallaban unidas formando una cadena.
En el centro de la mesa una vela encendida iluminaba apenas los rostros de los allí presentes. 

- ¿Estás ahí…? 

La energía quería conectarse. Ella lo notaba.

- Danos tu nombre… - preguntó el señor Figueroa 

Un silencio espectral. Después la Voz :

- Ce...Celia...Vi...Villanueva…

- ¿Dónde estás…?

- Lum...Lumbelier…

- ¿Hay alguien contigo…?  

- Si, si, todos...muertos...

La energía bajó la intensidad, el señor Figueroa comenzó a sollozar. Algo quería hablar a través de él..

- Ella está aquí...pero está viva... 

- ¿Quién…?

La Voz dejó de hablar a través de Esmeralda y de repente de la boca del señor Figueroa otra energía comenzó a hablar : 

- El lobo se acerca, el lobo se acerca. Está hambriento. Es noche de difuntos. 

La vela se apagó de repente. 

Capítulo CXX
Testigo de un asesinato 


Julieta acostó a su ex suegra en su habitación. Ya estaba más calmada. Le había dado un somnífero y comenzaba a hacerle efecto. Después de ir a ver a sus padres, preparó las velas de difuntos y al terminar se encerró en el cuarto de Carlos para continuar leyendo su diario secreto.
La lluvia había arreciado otra vez. 

Carola abrió el librito 

30 de Agosto 
1975

Estoy conmocionado. ¡Dios mío, lo vi todo!, y no me lo puedo quitar de la cabeza. Yo solo quería tomar unas fotografías por mi cuenta. No pensé que iba a suceder algo así. Fue espantoso. 
Salté la verja de la casa y me agazapé tras la ventana de la biblioteca. Me sorprendió ver los visillos ligeramente entreabiertos, (tal y como Ermelinda me había dicho que los dejaría antes de romper su trato conmigo), me extrañó mucho, pero estaba tan nervioso que no reparé en ello. 
Nada más asomarme los vi discutiendo acaloradamente. Ermelinda estaba fuera de sí, tomé mi cámara y empecé a hacer capturas, temeroso de que pudieran descubrirme. De repente, él cogió su cuello y lo apretó con fuerza hasta que ella cayó sin vida. ¡Lo fotografié todo! ¡Todo! Creo que ella me vio al final, o tal vez lo imaginé. Salí corriendo con mi cámara. Estuve toda la noche enfermo. Ahora no hago más que pensar en eso. Estoy asustado. 

15 de Septiembre 
1975

Él es una Bestia. Lo sé. Ermelinda estaba embarazada, por muy golfa que fuera no merecía ese final. Odio este pueblo Quiero irme de aquí con mi vieja. Ya he planeado lo que voy a hacer. 
Le daré una lección a ese….
Estoy cansado;
Mañana sigo.

Noviembre 
1975

Durante estos dos meses he estado madurando mi plan. 
No me conviene llamar la atención, así que trato de actuar con normalidad.
Cuando pasen las fiestas navideñas empezaré a actuar;
pero no logro zafarme del miedo, y tampoco de la angustia al haber sido testigo de un asesinato. 
Me pregunto cuánto dolor puede soportar un ser humano.


Capítulo CXXI
Dentro del cuadro 

Lily vagaba por el interior del cuadro como si fuera un fantasma. No comprendía muy bien lo que le estaba sucediendo. Notaba una nebulosa sobre su cerebro que le impedía razonar con normalidad.
Todo era muy denso y al mismo tiempo muy vago. 
Nada más bajar al suelo tuvo la lejana percepción de que se hallaba otra vez en la biblioteca.  
La pantalla de luz frente a ella le recordó de dónde venía. 
Sin embargo, la niebla de la confusión volvió a opacar su raciocinio.  

Salió al exterior como siguiendo a un guía invisible. 
Tenía la remota sensación de que Rafael Ventura, el autor del cuadro, la guiaba por aquellos parajes fantasmales, pero no estaba segura del todo. 

Estaba en Lumbelier, pero al mismo tiempo era otro lugar.
Un ligero viento levantó sus cabellos, pero no era un viento normal, pues parecía nacer debajo del suelo. 
Su vestido oscuro le pesaba mucho y le costaba caminar, y al mismo tiempo se sentía misteriosamente ligera. 
Era todo muy extraño. 
No era de día ni de noche.
Arriba de su cabeza un extraño cielo de color gris se extendía enigmático más allá de los bosques. 
Se dirigió a la zona del estanque. Tuvo la sensación de que su guía quería llevarla hasta allí. 
El jardín era diferente y también las flores junto al cenador.
La sensación de vaguedad se hizo más acusada. Su conciencia apenas podía discernir. Era como si le hubiesen robado el Yo.
Alguien dentro de ella gemía angustiosamente, y no comprendía la razón.

Capítulo CXXII
Un viejo Renault 

Leopoldo Núñez se preparaba para su último viaje al "otro lado". No pensaba hacer a pie todo el camino con aquella tormenta, aunque normalmente lo hacía, pues conocía un atajo para llegar a Lumbelier en la mitad de tiempo y sin ser visto, pero esa noche la naturaleza del viaje y los últimos acontecimientos, además de la fuerte tormenta, le obligaban a coger el coche.

Bajó al garaje, subió a su viejo Renault, un auto que sólo usaba cuando no quería ser reconocido, y se encaminó hacia la casa de la colina. 
No tomó la carretera principal, si no un camino diferente, que aunque le obligaba a dar un largo rodeo, era mucho más seguro por ser poco transitado.

Su sonrisa felina brillaba sobre el volante como una media luna.
Era noche de difuntos. 



Capítulo CXXIII
Un misterioso fulgor 


Esmeralda Robledo gemía angustiada sobre la mesa. Su melena ondulada caía ahora hacia adelante.

El señor Figueroa había encendido la vela de nuevo.
Aquella sesión no iba a ser una más. 
Esmeralda Robledo había organizado la velada expresamente para Ermelinda, pero sus "alumnos" habituales no habían sido invitados. Salvo Luis Figueroa, todos los que allí se habían dado cita esa noche eran personas con un nivel energético muy alto.  
La médium lo había hecho a propósito para que Ermelinda se conectara con más intensidad y revelase más información. 

Esmeralda Robledo sabía que Ermelinda estaba de acuerdo con aquella reunión.
Otro ser acompañaba al espíritu invocado;
Respondía al nombre de Celia Villanueva. 
Las energías vibraban muy alto.

El rostro de la médium proyectaba un misterioso fulgor. 
Cinco pares de ojos la contemplaban con expectante ansiedad. 
La Voz se dejaba escuchar penetrante, gutural.

- Col...colmi...llos... Afi...afila...dos se... acer...ca, quie...re dar...se un fes...tín…

Afuera la tormenta ponía a prueba el sistema nervioso de los habitantes de aquella ciudad que bajo aquella cúpula de relámpagos y truenos parecía la ciudad del último día.

Capítulo CXXIV


Julieta a la luz de la lámpara seguía leyendo. La lluvia golpeaba contra los cristales como si fueran las lágrimas de todos los difuntos.

20 de Febrero 
1976

No me atrevo a dar el paso. Pero sé que acabaré haciéndolo.
Estoy un poco mejor.  No hago más que pensar en el plan, meditando en todos los inconvenientes de la operación. Ahora me hacen trabajar más en el Ayuntamiento, como represalia por haber dejado mi puesto hace un año, pero no me quejo, y sé que eso les desconcierta. 

12 de Marzo 
1976

A veces veo a Julieta de lejos y tengo el impulso de ir a hablarle, pero algo me lo impide. Creo que fui injusto con ella, pues es una de las pocas chicas decentes que hay en este pueblo. La echo de menos, y sé que mamá también.
Por las noches para relajarme pienso en mi futura vida en París con mamá y eso me da fuerzas para seguir adelante con mi proyecto.



Capítulo CXXV
No hay tiempo


En aquel espacio insondable, algo dentro de la señorita Lily pugnaba por salir a la superficie.  Desde el fondo de su conciencia y atravesando densas capas de confusión hizo un esfuerzo para recuperar su yo.
Se asomó a las aguas cristalinas del estanque para poder ver su rostro, y lo que allí vio la devolvió a sí misma. 

Un desgarrador grito escapó de su garganta al ver en el fondo del estanque cuatro cadáveres apilados.  

Huyó despavorida de allí por el mismo lugar que había entrado.
Mientras en la pared frontal de la biblioteca una pantalla de luz proyectaba el enigma de Lumbelier con todo su poder sobrenatural. 

Lily trataba de contener el pánico; 
¡Santo Cielo! aquello no era posible, no era posible…
Salió de la biblioteca, cogió su bolso y salió precipitadamente de la casa. 
Ni siquiera cerró la puerta.

Fue al cobertizo bajo la tromba de agua, subió a su auto y huyó de la hacienda como si la casa entera la persiguiera. 

La señorita Lily apretó el acelerador.
Una sinfonía de truenos y relámpagos parecían querer emular el día del Juicio. 

No había tiempo, no había tiempo…

____________________

Capítulo CXXVI

Enfrascada en la lectura del diario de Carlos, Julieta apenas era consciente del paso del tiempo. 

12 de Marzo 
1976

A veces veo a Julieta de lejos y tengo el impulso de ir a hablarle, pero algo me lo impide. Creo que fui injusto con ella, pues es una de las pocas chicas decentes que hay en este pueblo. La echo de menos, y sé que mamá también.
Por las noches para relajarme pienso en mi futura vida en París con mamá y eso me da fuerzas para seguir adelante con mi proyecto. 

14 de Abril
1976

Ya envié el anónimo, y espero acontecimientos. Empiezo a sufrir de fuertes taquicardias. Creo que alguien me vigila, o tal vez es producto de mi imaginación. 
Estoy muy inquieto.

16 de Mayo
1976

De momento no obtengo respuesta y eso me inquieta. Debo pensar bien lo que hacer y meditar el siguiente paso. 
Últimamente sueño con Ermelinda, parece que me quiere decir algo.
Estoy muy susceptible. 
Me da por pensar que Victor Suárez lo sabe todo. 

17 de Junio
1976

Parece que el lobo no se lo toma en serio. Le mandaré un souvenir a ver si cambia de opinión. He decidido que voy a ir a por todas. A veces me siento muy fuerte y sé que puedo con todo. 
Mi padre era igual que yo.
El coronel Quiroga me ha contado muchas cosas de cuando papá estuvo en la guerra de Marruecos.
Era un valiente y yo llevo su sangre.

25 de Julio 
1976

Estoy esperando una respuesta, y sé que llegará más tarde o más temprano. Hace mucho calor y eso hace que esté un poco más nervioso. No hago más que pensar en París y en mi futura vida allí con mamá. 

10 de Agosto 
1976

Con dos millones de pesetas será suficiente. Al principio se creyó que estaba fanfarroneando, pero en cuanto vio la fotografía que le envié cambió de opinión. Por si acaso, tengo copias de las fotografías y de los negativos en una caja de metal escondida en un hueco de la pared que hay a la izquierda del armario trastero del sótano. Por si me sucediera algo.

21 de Agosto
1976

Todo va más deprisa de lo que imaginaba. Le he insinuado algo al anciano coronel Quiroga; aunque muy por encima, solo para que vea de lo que soy capaz. Eso sí, no he dado ningún nombre. No soy el imbécil que todos creen. El coronel parecía preocupado al escucharme, eso que por norma general no suele creerse mis historias, pero esta vez sí que lo hizo; y me ha dicho que me compre un revólver;  y aunque me saqué la licencia de armas hará unos años, nunca quise usar uno.
Al otro ya no le tengo miedo, aunque es un hombre muy astuto, pero yo lo soy más. 



Capítulo CXXVII
En el otro lado 


Carola llegó a Lumbelier cuando su reloj marcó las 23:00 horas. 
Era la tercera vez que se hallaba frente a la casa de la colina. Las dos veces anteriores fue cuando el alcalde la había citado en la biblioteca de la casa.
Bajo la tormenta parecía el escenario de un cuento de terror. Sintió un leve escalofrío. Apagó el motor y salió del coche. Se cubrió la cabeza con la gabardina, y se alegró de ver luz en la casa. Pensó que la inquilina estaría aún despierta. Solo deseaba entrar de nuevo en la biblioteca y comprender qué significaba el mensaje de Ermelinda.
Allí fuera bajo la lluvia nocturna sintió un poco de reparo, pero enseguida recordó a Victor encerrado en aquel calabozo, solo , incomunicado, acusado de unos crímenes que no había cometido y una extraña fuerza tomó posesión de ella. 
Se encaminó hacia la casa y comprobó que la verja estaba abierta. 
Que extraño. ¿Habría tenido visita la inquilina?

Se adentró en la finca y al llegar a la puerta de la casa la vio ligeramente entreabierta. Se asomó y vio la luz del amplio vestíbulo encendida. Un fuerte relámpago iluminó el porche. Carola golpeó la puerta con los nudillos

¿Hay alguien…? ¿ Señorita Lily?


No obtuvo respuesta. Volvió a preguntar y esperó unos segundos. Aquello no era normal. ¿Dónde estaría la inquilina? 
Entró en la casa. 
De la puerta de una pared lateral salía una tenue luz. Se asomó y no había nadie.
Recorrió el vestíbulo y fue cuando lo vio.

De una puerta situada en la pared de la derecha un poderoso haz de luz salía de forma enigmática. Esa debía ser la biblioteca.
Las dos veces que había estado allí con anterioridad el alcalde la había hecho entrar deslizando un panel de la pared exterior que a su vez cubría una pequeña puerta secreta. 

Empujó levemente la puerta de la biblioteca y la realidad le golpeó en los ojos. 

Aquello era increíble, irreal y absolutamente fantástico. 
En el lugar donde debía hallarse el cuadro un enorme rectángulo de extraña luz se abría imponente. 
¡Dios mío!
Jamás había visto nada igual. 
Parecía un enorme ventanal donde distintos resplandores de energía en tonos pastel fluctuaban de afuera a dentro. Era como una extraña nebulosa de colores que dejaba adivinar figuras de naturaleza desconocida. Se fijó en que frente al rectángulo luminoso alguien había dejado colocada una butaca.  Dejó su bolso sobre el escritorio, y se subió a la butaca. Con un poco de aprensión introdujo su brazo en el interior de aquel misterioso hueco. No notó nada al otro lado. Solo una sensación de vacío. Sin saber por qué decidió deslizarse dentro. Pensó que quizá podía haber una habitación secreta al otro lado.

Cuando finalmente atravesó el rectángulo no estaba preparada para lo que allí vio…



Capítulo CXXVIII
Sola bajo la lluvia


Hortensia pedaleaba bajo la lluvia. Llevaba el revólver guardado en el fondo de su bolso cerrado, que a su vez estaba dentro de una gruesa bolsa de plástico junto al paquete de velas. Rezaba para que la lluvia no calara la bolsa. Parecía que ya no llovía con tanta fuerza, sin embargo, los truenos retumbaban amenadores.
No tenía miedo. Solo deseaba llegar a tiempo.  

Lo había visto todo claro allí en el salón de su casa, escuchando a su sobrino Edu relatarle la noticia de la detención de Victor.
Hasta ese momento solo ligeras sospechas se habían formado en su interior. 
Ahora la imagen se presentaba ante ella con una asombrosa nitidez. 

Una mujer y un hombre desaparecidos en extrañas circunstancias; 
La biblioteca de Lumbelier;
Un hombre detenido.

Era imposible que Leopoldo no hubiera tenido nada que ver con aquello, cuando precisamente en una noche como aquella, 30 años atrás…

Tenía que avisar a la señorita Lily de que se hallaba en peligro. Le había comprado la casa a un asesino.
Porque Hortensia ya había caído en la cuenta de quien había sido el propietario anónimo de Lumbelier, allí delante de su sobrino.
Estaba claro y diáfano como la luz del día.

Se molestó consigo misma de no haber caído antes en ello.
Ahora todo cobraba sentido. 

Aumentó la velocidad. La carretera principal era larga y sinuosa. Bajo la tormenta apenas nada se podía distinguir. 
Un poco más deprisa.
Un poco más... 

La señorita Lily se hallaba en peligro. 



Capítulo CXXIX
Llamadas de teléfono 

Gertudis telefoneó preocupada a Aurora Freire. No conseguía localizar a Hortensia; la había llamado varias veces y no cogía el teléfono. Aurora y Úrsula se hallaban viendo la parte final del programa estrella de la televisión. No sabían qué podía haberle sucedido, pero no dejaba de ser extraño. 

- No me gusta esto, Aurora -  dijo preocupada Gertrudis 

- ¿Has llamado a su sobrina?. A lo mejor está allí - preguntó la señorita Freire 

- En noche de difuntos, lo dudo. - contestó enérgica Gertrudis  - El marido de su sobrina es un poco anti clerical, y suele criticar estas celebraciones religiosas, ya sabes. Voy a pedir consejo al coronel Quiroga y según lo que me diga actuaré. Él sabrá qué hacer. 

- De acuerdo, pero mantenme informada - dijo preocupada Aurora Freire 

- Por supuesto, ¡que noche! Ni me ha dado tiempo de preparar las velas de difuntos.- agregó ofuscada Gertrudis 

- No te preocupes de eso, Gertrudis. Llama al coronel, pero por favor, no salgas de casa. Yo telefonearé a la sobrina de Hortensia. Esto ya parece una película de miedo. 



Capítulo CXXX
Las lágrimas de Julieta 


Un potente rayo iluminó el cuarto de Carlos Ramírez.

Julieta se sobresaltó.
Se levantó y se dirigió a la cocina para vigilar la fuente con las velas de difuntos. Todo estaba normal. Después se dirigió al dormitorio de Rosamunda y comprobó aliviada que la mujer descansaba plácidamente.

Regresó al cuarto de Carlos y prosiguió con la lectura del diario.

2 de Septiembre
1976

Es un asesino. Debo andar con cuidado, pero no le temo. Me ha citado mañana noche en la biblioteca de Lumbelier. Allí le haré entrega de las fotografías y los negativos, y él me dará el dinero que acordamos. Si Dios quiere pronto mi vieja y yo estaremos lejos de este pueblo. 
No hago más que pensar en Julieta. Me gustaría poder hablar con ella antes de ir a mi cita con el alcalde. 


Al llegar a este punto Julieta no pudo contener las lágrimas. 

Continuó leyendo, pero un profundo dolor en su pecho se lo impedía. 

Capítulo CXXXI
La sonrisa de la bestia 

Leopoldo Núñez llegó a la verja de Lumbelier cuando su reloj de pulsera marcó las 23:30 de la madrugada. 
Aparcó, y al mirar hacia la fachada maldijo en su interior. 
Una potente luz salía de la casa. 
¿Es que Cenicienta aún no se había ido a la cama? 
¡Maldita mojigata¡ 
Iba a estropear sus planes trasnochando de esa manera.
Apagó el motor del coche y sigiloso como un puma se acercó hasta la verja. 
Otro exabrupto se le escapó, pues comprobó que estaba abierta. 
¿Qué significaba todo esto? 
¿A qué estaba jugando la señorita Lily?
Giró su cabeza y dio un respingo, pues a la izquierda y bajo el árbol que había junto a la verja estaba aparcado el auto de Victor Suárez. 
Los pensamientos comenzaron a girar atropelladamente en su cerebro.
Aquello solo podía significar una cosa...
¡Maldición!
De nuevo había subestimado a la pelirroja. 

Entró en la hacienda y apretó los puños con rabia al ver que la puerta principal estaba abierta. 

Se coló por la entrada con la rapidez de un gato. 
Estaba dispuesto a todo.
Nadie iba a entorpecer sus planes. 
No había llegado hasta ese punto para nada. 
Sonrió; 
Era noche de difuntos.

Capítulo CXXXII
Fragmentos espeluznantes 

Lily llegó en su auto hasta las inmediaciones del pueblo. Bajo la tormenta apenas podía distinguir nada. Fragmentos de una espeluznante pesadilla se cruzaban en su cerebro, que en mitad de aquel drama empezaba a recobrar la lucidez. Los pensamientos se agolpaban en su cerebro con vertiginosa velocidad. Su respiración subía y bajaba mientras mantenía firme el volante de su 600. 
Cuatro cadáveres en el fondo de un estanque imposible. 
Un cuadro de poder sobrenatural.

Si no se volvía loca esa noche sería un auténtico milagro. 

Solo había una persona a la que podía acudir, Alfredo Bosco.
Recordó que el hombre le había dicho que lo telefoneara si se encontraba mal. Le había escrito el número de la pensión donde se alojaba en una nota que ella guardó en su bolso. Miró la hora. ¡Dios mío! ¡Las 23:45 de la madrugada! El hombre estaría durmiendo. Buscó en su bolso y encontró la nota. Salió del auto y bajo la copiosa lluvia entró en una cabina de teléfono. 
Notó la sangre golpear su pecho. 
Marcó el número y después de unos largos instantes una voz femenina algo malhumorada preguntó: 

- ¿Diga… quién llama a estas horas? 

Las palabras se atropellaban en su boca, pero no podían salir. Al fin consiguió decir : 

- ¿Está Alfredo Bosco? Dígale que Lily Martínez desea hablar con él. Es muy importante, por favor.

Después de soltar un gruñido, la mujer dejó el auricular descolgado. 
Los segundos se eternizaron mientras esperaba escuchar la voz del jardinero. La lluvia golpeaba los cristales de la cabina. Lily esperó y esperó.  
El miedo, esa vieja sensación que solía paralizarla se concentraba en su ser amenazando con tragarsela. Trató de serenarse contando hasta 10.
Uno, dos, tres, cuatro…cinco, seis, siete...
Por favor, por favor …
Al fin la voz del jardinero la llamó desde el otro lado del hilo telefónico con evidente preocupación.

- Lily, ¿qué ha sucedido? 

"Gracias Dios mío", dijo en su interior 

- Alfredo, discúlpeme. Ha sido horrible. Estoy aterrorizada. 

- Cálmese, Lily. Dígame ¿dónde está? 

- Salí huyendo y cogí el coche. No puedo volver allí, no puedo..

Respondió ella llorando 

- Tranquila, dígame dónde está y ahora voy por usted. 

- ¡Oh, gracias! Estoy en la calle Norte, junto a la estación de correos. Todo está oscuro y estoy muy asustada.

- Muy bien, ahora mismo voy para allá. Haga lo que le digo, entre en el coche, cierre el seguro, y espéreme. No tardaré nada.

- Si, si, ¡oh muchas gracias, Alfredo! 

El hombre conmocionado por el pánico de Lily acertó a decir: 

- Todo saldrá bien, créame.


Lily asintió un poco más calmada, mientras escuchaba el clic del teléfono. 
Su respiración se fue normalizando. Salió de la cabina y se dirigió al auto. Una vez dentro, hizo lo que Alfredo le había pedido y se dispuso a esperarlo. 
La tensión que a punto había estado de hacerla estallar fue rebajando.
La noche era oscura y misteriosa.
Del cielo bajaba la lluvia amenazante como si quisiera saldar cuentas con los mortales. 

En algún lugar imposible entre lo real y lo fantástico, 

cuatro cadáveres en el fondo de un estanque aguardaban ser descubiertos...



Capítulo CXXXIII

Un espacio marginal 



Carola no acertaba a comprender dónde se encontraba. Parecía la biblioteca de Lumbelier, pero el mobiliario era otro.

Salió fuera, y vagó por el exterior de la casa como si estuviera sonámbula. 

Todo era muy extraño. 

La tormenta había desaparecido y con ella también la noche. 

Miró hacia arriba y una espesa atmósfera gris parecía cubrirlo todo. 

Recordó las historias que sobre la casa había escuchado desde su llegada al pueblo, pero jamás en sus ideas más descabelladas se hubiera imaginado nada semejante. Era tan irreal, tan increíble que llegó a dudar de si misma. 

Su cerebro procesaba toda la información, pero la naturaleza sobrenatural de los hechos le impedía razonar.


"La clave está en la biblioteca de Lumbelier …"


Había dicho Esmeralda Robledo…

 

Recordó Alicia en el país de las maravillas, pero no, aquello no era un cuento para niños. 

Divisó al fondo el estanque, similar al que había en los jardines de la casa.

De pronto una idea cruzó su cerebro;

Aquel lugar era un reflejo de Lumbelier…

pero no era Lumbelier. 

Era otra cosa;

Un espacio marginal, fuera del tiempo.


Se acercó al estanque; 

No sentía frío ni calor. 

Que extraño era todo…

Sentía una profunda pesadez, una sensación de irrealidad…


Se inclinó sobre el estanque y…



Capítulo CXXXIV

La cueva del lobo 



Leopoldo Núñez maldijo en su interior cuando entró en la biblioteca.

¡Maldita sea! 

¡Alguien había accionado el cuadro!

Vio de refilón el bolso de Carola tirado en el sofá y con la rapidez de un rayo sacó su revólver y quitó el seguro. 

¿Así que la dulce gatita había descubierto la cueva del lobo? 

Sintió una creciente excitación al imaginar a la pelirroja en su escondite secreto.

Cuando escuchó el grito de Carola desde el otro lado supo que ya no podía perder más tiempo. 

Subió a la butaca y se deslizó dentro del rectángulo de luz. 

Era una fiera a la caza de su presa. 

El olor de aquella hembra excitaba sus sentidos.



Capítulo CXXXV

Una vela por Hortensia 



Aurora Freire visiblemente preocupada le contó a su prima lo que Gertrudis le había dicho por teléfono. 

- ¿Dónde crees que pueda estar? -  preguntó inquieta su prima Úrsula

- No lo sé, voy a telefonear a su sobrina y si esta no sabe dónde está, llamaré a la policía. Hortensia jamás sale de casa después de las 11 de la noche.

Ursula miró a su prima con grave gesto de preocupación. Era su primera noche de difuntos en Cumbeira y la primera desde que falleció su marido. Había ido al pueblo de su prima buscando calma después de aquello. Todavía no estaba recuperada, y aunque le gustaba aquel lugar, parecía que no dejaban de suceder cosas extrañas.  

- ¿Crees que puede estar relacionado con la detención del secretario del alcalde? 

Aurora no supo qué contestar, pues sabía que la estanquera solía meter las narices donde no le incumbía y en más de una ocasión había tenido serios problemas por esta causa. Pero no quería añadir más tensión al momento. 

- No lo creo. Voy a llamar a la sobrina de Hortensia. Échale un vistazo a las mariposas de difuntos, por favor. 

Úrsula apagó la televisión y se levantó en dirección a la cocina mientras escuchaba a su prima hablar por teléfono con la sobrina de Hortensia.

- ¿Qué no está? ¡Oh, Dios mío!  

Después de unos instantes Úrsula escuchó a su prima exclamar airada : 

- ¿Pero porqué no lo impidió? ¡Con esta tormenta ha podido tener un accidente! Está bien, está bien. Pero yo no me voy a quedar tranquila hasta que no avise a la policía. Buenas noches. 

Y furiosa colgó el teléfono 

- Eduardo se retrasó más de lo debido con el encargo de las velas, y Hortensia decidió ir ella sola a Lumbelier a entregárselas a Lily, ¡y en bicicleta! ¿Qué te parece? Y esa palurda de su sobrina dice que no es motivo para dar un escándalo, que probablemente la señorita Lily la invitó a tomar algo y Hortensia decidió quedarse en la casa hasta que escampara…¡Oh, no puedo con la gente joven! Voy a llamar a la posada donde se hospeda el comisario Aldana, ese hombre nunca descansa, así evitamos llamar a la Guardia Civil, y evitamos un escándalo. La hermana del notario se hospeda allí. Hace poco me dio el número. Voy a buscarlo.

Aurora Freire se dirigió a su dormitorio mientras iba diciendo :

-  ¡Oh! Me arrepiento de no haberle pedido a la señorita Lily su número de teléfono esta tarde, así podríamos salir de dudas ahora mismo.

Úrsula estrechando sus manos no podía evitar su inquietud. 

- Voy a poner una vela para que Hortensia aparezca sana y salva.  



Capítulo CXXXVI

Revelaciones 



Alfredo Bosco apareció en mitad de la noche como salido de un sueño. Lily al verlo respiró aliviada. 

La lluvia apenas había aminorado.

Le abrió la puerta del coche y el hombre entró.

Después de un intenso silencio Alfredo tomó sus manos e intentando parecer tranquilo le dijo: 

- ¿Qué ha sucedido, Lily? 

Ella miró al hombre temerosa de que definitivamente la tomase por loca.  

- Es demasiado terrible, Alfredo…

- ¿Ha sido el cuadro…?

Lily asintió

El hombre la observaba tratando de ordenar sus pensamientos y sus emociones, pero viendo el miedo de ella en sus ojos no podía pensar con claridad. 

Sabía desde que volvió a pisar la casa de la colina que aquel maldito cuadro volvería a atormentarle, sin embargo, sólo el hecho de haber conocido al hada de Lumbelier había compensado tal angustia. 

Comprendió al instante que ella había visto también lo que él vio 30 años atrás.

- Cuando usted se fue, tuve una pesadilla con el cuadro.  Su autor, Rafael Ventura, parecía querer guiarme hasta algún lugar...Luego un trueno me despertó y casi sonámbula me dirigí a la biblioteca… Yo, bueno, lo que allí vi casi me vuelve loca, pero no lo estoy…¿usted me cree…? 

Un fuerte relámpago iluminó el interior del automóvil proyectando en los ojos de Lily una silenciosa llamada de auxilio. 

Alfredo suspiró angustiado. Sabía que había llegado el momento de revelarle a Lily todo lo que él sabía del cuadro. 


Capítulo CXXXVII
Una vida robada 


Julieta volvió a la cocina para controlar las velas de difuntos,  y de paso dio otro vistazo al cuarto de Rosamunda. Todo estaba normal. Regresó al cuarto de Carlos y siguió leyendo. 

3 de Septiembre 


Esta noche todo el asunto habrá terminado y podré descansar tranquilo. Llevo unos días soportando una tensión extrema. Espero que juegue limpio, porque como no lo haga tengo copias de las fotografías y de los negativos en una pared del sótano. Es un zorro y está acostumbrado a salirse con la suya, pero yo lo conozco bien, creo que he sido uno de los pocos que lo ha visto sin su máscara. A las 12 en la biblioteca de Lumbelier. Parece tener fijación con esa casa. Me pregunto por qué. Se cree que todo el pueblo es de su propiedad, incluidos nosotros. 
Yo he sido la horma de su zapato. 
Necesito estar tranquilo para esta noche.
Debo mantener la cabeza fría, y pensar que dentro de poco mamá y yo estaremos en París, lejos de este lugar y de todas sus intrigas…

Al llegar a este punto Carlos ya no había escrito más. Casi más de la mitad de las hojas restantes estaban en blanco. 
Una vida robada, junto con aquellos sueños que ya nunca se realizarían.  
Con la lectura del diario, Julieta había apartado las capas oscuras en torno a aquel misterio, pero sabía que hasta que no encontrara las fotografías y los negativos no podría ver con claridad todo aquel asunto. 
Cogió una linterna y se dirigió a la puerta del sótano que estaba bajo la escalera. 
Otro rayo iluminó la casa, pero a esas alturas a Julieta poco la impresionaba.

Capítulo CXXXVIII
Cuatro cadáveres apilados 

Allá en el "otro lado" del cuadro, Carola gritó y gritó sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
Cuatro cadáveres se hallaban apilados en el fondo del estanque.

La imagen era tan terrible que apenas podía pensar. Su cerebro trataba de procesar toda la información que sus ojos le enviaban, sin embargo, el pánico lo impedía. 

Luego estaba además aquella insoportable languidez que ralentizaba sus movimientos. 
Trató de apartar las nieblas de su conciencia, y en un momento de asombrosa lucidez, supo que debía salir de allí inmediatamente y avisar a la policía. 
No podía perder más tiempo.

Pero pronto se dio cuenta de que ya era tarde.

Justo cuando se giró vio delante de ella al alcalde apuntándola con un revólver.
Por la mirada proyectada en sus ojos, la joven supo que iba a morir.

Capítulo CXXXIX
Una noche estresante 

 
El comisario Aldana apagó la televisión. Estaba rendido. Uno de los días más agotadores de su larga carrera de policía. 
Victor Suárez estaba en el calabozo como principal sospechoso de las desapariciones de Ermelinda Cifuentes y Carlos Ramírez. Ahora solo quedaba que el joven confesase, y declarase donde estaban los cadáveres; Después ponerlo a disposición judicial y dejar que los jueces dictaminasen su culpabilidad y la condena a cumplir. Él ya había hecho su trabajo. Se felicitó a sí mismo por la rapidez con la que se había resuelto todo, sin embargo el General Uribe de la Guardia Civil, que también había investigado el caso, no parecía satisfecho.
"Sin cadáveres no hay culpable ", le había dicho. 
El viejo general tenía fama de ser algo sensible y por lo visto le incomodaba que el alcalde se viera inmiscuido indirectamente en aquel asunto a través de su secretario. 
"Política, siempre la política", pensó 
Bueno que lo arreglasen entre ellos.
Él ya había cumplido. Ahora solo quería descansar y regresar a su casa en la ciudad lo antes posible. Su familia lo aguardaba.
Había sido una etapa complicada, pues investigar un caso de esas características en un pueblo como aquel, plagado de desconfianza y secretismos, no había sido nada agradable.  
Al fin todo había terminado. 
Ahora solo necesitaba unas horas de sueño reparador para el viaje del día siguiente. 
César Aldana ignoraba aún que le aguardaba la noche más estresante y misteriosa de su larga carrera policial. 

Capítulo CXL
Una cosa de vital importancia 


Lily y Alfredo se miraban con emoción contenida. 
Era asombrosamente increíble que los dos hubieran presenciado lo mismo. Parecía como si el destino los hubiera guiado hasta la casa de la colina para ser testigos de aquel hecho insólito y espeluznante. 
A pesar de la noria de emociones y pensamientos que giraba en el interior de los dos, eran conscientes de que debían relatar a la policía cuanto antes todo lo referente al cuadro, aún a riesgo de ser tachados de locos.
Lily había descubierto en un sueño algo extraordinario sobre el cuadro, y al despertar se había adentrado en un territorio sobrenatural y perturbador.
Era difícil de asimilar aún, y sabían que sería complicado que la policía les prestara atención con semejante historia, pero si lo lograban y conseguían que se investigara el asunto del cuadro antes del lunes, los cadáveres que había en el fondo del estanque de aquel misterioso lugar serían descubiertos.
Alfredo sospechaba ya que aquello debía forzosamente estar relacionado con las desapariciones de Ermelinda y Carlos, sin embargo le faltaba aún una pieza clave.
La identidad del propietario anónimo de Lumbelier.
El hombre que había vendido a Lily la casa de la colina, y por lo tanto el culpable de aquellas muertes.

Demasiadas intrigas, demasiadas emociones. 
El cerebro de Alfredo ya no daba para tanto. Había que avisar a la policía, pero antes debía hacer una cosa de vital importancia para él si no se volvería loco. 
Tomó aire y sin pensarlo dos veces atrajo a Lily hacía él y la besó apasionadamente. 
La besó con los labios, con el alma, con todo el amor que llevaba contenido en su pecho desde que la primera vez que la vio vagando por los jardines de Lumbelier. 

Lily supo en ese momento que Alfredo era el hombre que había esperado toda su vida. 

Capítulo CXLI
Lo siento, muñeca 


Carola mantenía la mirada fija en el rostro del alcalde, el cual la apuntaba con el revólver al espacio que había entre sus ojos. 
La misma expresión que vio en él cuando la amenazó en su habitación del hostal. 
Era el hombre sin su máscara, el depredador que había asesinado a cuatro personas. 
El monstruo del que quería protegerla el espíritu de Ermelinda. 
Pensó en un lobo de dientes afilados;
Un lobo hambriento... 
Leopoldo Núñez recorría el cuerpo de Carola con una mirada lasciva. 

- Lo siento, muñeca. No debiste descubrir mi secreto. Lo hubiéramos podido pasar bien juntos, pero tu mojigatería te traicionó. Es una pena que una cara tan linda vaya a ser destrozada. Pero no temas, será tan rápido que ni te enterarás…

Carola ya no podía pensar. La oscura mirada del alcalde la sostenía sobre un infierno insondable. 
¡Santo Cielo, iba a morir!
¿Cómo pudo ser tan estúpida?
 
La habían avisado, la habían avisado y no quiso escuchar. 



Capítulo CXLII
Diálogos psíquicos 


Esmeralda Robledo marcó el número de teléfono de la Jefatura de policía de Cumbeira Do Norte. 
Era cuestión de vida o muerte.
Desde que la Voz había nombrado a "Colmillos Afilados" supo al instante de quién se refería, pues no fueron pocas las veces que Adela Palacios se había referido a su marido con ese apodo. 
Puede que solo fuera una coincidencia, pero para una mujer como ella las casualidades no existían. 
Durante largas semanas el espíritu de Ermelinda se había conectado con ella para darle información. En aquellos diálogos psíquicos había demasiadas referencias a un caso de posible asesinato. El nombre de Lumbelier siempre estaba en el centro de todo. Una casa solariega con cierta fama situada en la colina de Cumbeira Do Norte. Esmeralda recordaba una visita siendo niña a aquel pueblo y las cosas que sobre esa casa había escuchado. La Voz había dado el nombre de una tal Carola Luengos, y la había puesto en contacto con la chica, pues ésta corría un grave peligro. 
Esa misma mañana, por intercesión de Ermelinda, la había abordado en la cafetería que había frente a su casa y la había avisado, pero tenía la sensación de que la chica no se lo había tomado en serio. 

Esmeralda no sabía mucho sobre aquel caso, aunque después de sus conversaciones con Ermelinda había buscado información en la hemeroteca de la ciudad. No obstante, no sacó nada en claro de todo ello. Ella era una mujer de energías y percepciones, y no de hechos.
Solo tenía una cosa clara: Ermelinda había sido asesinada;
Lumbelier era el lugar donde todo había sucedido; 
Había "otros" más con Ermelinda;
Y Carola estaba en peligro…

Y finalmente esa noche después de escuchar el nombre de "Colmillos Afilados" en la sesión de espiritismo,
intuyó quién podía ser el autor de aquellas muertes.

Esmeralda Robledo escuchó una voz al otro lado del hilo telefónico: 

- Jefatura de Policía ¿en qué podemos atenderle? 


Capítulo CXLIII
La bicicleta 

Hortensia Alvarez ya no podía más.
Había pedaleado con su bicicleta un buen tramo, y notaba como las piernas comenzaban a fallarle.
Pero ella era fuerte y tenaz como lo había sido su padre, y no iba a desistir por nada del mundo. 
Siguió su carrera contrareloj rumbo a Lumbelier. 

Era increíble como todo el asunto había tomado forma esa misma noche. Hasta entonces tenía sólo ligeras sospechas, pero después de hablar con su sobrino Eduardo consiguió verlo todo con una claridad meridiana.
El lobo iba a volver a atacar y ella tenía que impedirlo.

Estaba calada hasta los huesos, empezaba a acusar el cansancio, pero no debía desfallecer. 

Recordó aquella lejana noche, treinta años atrás y lo que había presenciado tras los visillos de la ventana de la biblioteca. 
Dios mío, el mismo hombre, el mismo horror.
¿Cómo era posible? 

Iba tan ensimismada en sus pensamientos que no pudo controlar el manillar de la bicicleta cuando ésta giró bruscamente, cayendo de bruces sobre una pequeña acequia. 



Capítulo CXLIII
Historias de fantasmas 


Lily y Alfredo entraron juntos en la Jefatura de Policía. 
La inquietud reflejada en sus rostros no era nada con la que sentían en su interior.

Solo una cosa resplandecía en mitad de aquel caos de muerte
Estaban juntos, e iban a estarlo pasara lo que pasara. 

Tras la mesa de recepción un policía hablaba malhumorado por el teléfono : 

- Escuche señora, no tengo tiempo para escuchar historias de fantasmas, y menos en esta noche. Ya me ha hecho perder un buen tiempo.  Tómese un vaso de leche y váyase a dormir.

Alfredo y Lily se miraron preocupados, sabiendo lo difícil que iba a ser contarle a la policía la historia del cuadro. 



Capítulo CXLIV
Un giro de 180 grados


El comisario Aldana se disponía a irse a la cama. Estaba rendido, ya no se tenía más en pie, pero justo cuando se estaba deshaciendo el nudo de la corbata sonó el teléfono. 
Lo descolgó malhumorado. 
Era Julieta Vázquez, la ex novia de Carlos Ramírez, muy alterada. 
Mientras escuchaba a la joven su rostro pasó de su color natural, al púrpura y después se quedó pálido. 
Intentó asimilar la información de la chica, pero era tan descabellado, tan delirante, que a punto estuvo de colgar. No obstante, aquella joven tenía fama de ser una de las chicas más sensatas del pueblo, y parecía tener información suficiente como para levantar los cimientos de Cumbeira. 
Todos sus resortes de alarma se activaron. Supo enseguida que esa noche no iba a dormir. 

- Bien, ahora mismo voy para allá con mis hombres. No se mueva de ahí. 

Despertó a sus dos oficiales Roberto Leiva y Agustín Garzón, y les puso al corriente de la nueva situación.
El caso de Ermelinda y Carlos daba un imprevisto giro de 180 grados, y aunque el hecho de haber errado en la diana de sus investigaciones le enfurecía sobremanera, él era un hombre amante de la justicia e iba a llegar al fondo del asunto para que la verdad saliera a la luz, y el auténtico culpable fuera juzgado. 
Lo iba a hacer aunque tuviera que enfrentarse a todo y a todos.

Ya se disponía a abandonar el salón de la pensión con sus hombres cuando otra llamada de teléfono añadió mayor tensión a la noche.
La estanquera Hortensia Alvarez había desaparecido; según su amiga la señorita Freire, la mujer había salido a hacer un encargo en su bicicleta y aún no había regresado. Para no generar un escándalo habían obviado avisar a la Guardia Civil, pensando que la policía resolvería la situación sin mayores problemas. La mujer había ido a Lumbelier a entregar unas velas a la nueva dueña de la casa, la señorita Lily. Como era noche de difuntos y a causa de la tormenta, las amigas de Hortensia estaban preocupadas. Esperaban que el comisario y sus hombres les dieran buenas noticias al respecto en las próximas horas. 
El comisario maldijo en su interior. Tenía en sus manos el caso más importante de toda su carrera y unas viejas solteronas no tenían otra cosa que hacer que telefonearle en mitad de la noche porque una de ellas había decidido dar un paseo bajo la lluvia. A punto estuvo de decirle a la señorita Freire que esa clase de cosas era prioridad de la Guardia Civil, o de los municipales, sin embargo, al escuchar el nombre de Lumbelier se paró en seco, pues sabía que después de hablar con Julieta Vázquez, y según la información que esta le había dado, debía ir a la casa de la colina para hacer un registro completo, y no quería encontrarse allí a los hombres del General Uribe buscando a una solterona extraviada. El comisario suponía acertadamente que la Guardia Civil al conocer la información que ellos manejaban de la implicación del alcalde en el caso, obstaculizarían la investigación, y él no iba a permitir que eso sucediera. 
Él no se casaba con nadie, fuera quien fuera. 
Suponía que le costaría un tiempo superar el hecho de haber fallado en sus investigaciones, pero si cazaba al lobo "in fraganti", y según Julieta Vázquez, tenía pruebas irrefutables de ello, no tendría nada que reprocharse. 
¡Vaya con el alcalde de Cumbeira Do Norte! 
Había resultado ser un ídolo con los pies de barro.
Tranquilizó a la señorita Freire respecto a su amiga, la estanquera, prometiéndole que iban a ocuparse del asunto, y rogándole encarecidamente que no avisara a la Guardia Civil. Ellos se ocuparían de todo. No debía preocuparse por nada. Todo se resolvería satisfactoriamente.  
Después de colgar el teléfono, le guiñó un ojo a sus hombres y se encaminaron a casa de la madre de Carlos Ramírez. 


Capítulo CXLV

Al borde de un precipicio 



Carola tenía sus ojos clavados en el revólver, que en aquel espacio intangible brillaba de un modo especial.

La muerte la estaba mirando. 

Apenas podía moverse. En cambio su respiración subía y bajaba con un ritmo frenético. 

Se sintió al borde de un precipicio.

Dentro de poco él le daría un empujón y todo habría terminado. 

Pensó en su anciana madre, a la que ya no volvería a ver.

Sintió las lágrimas agolparse en sus ojos.

Se había fallado a sí misma y eso iba a costarle la vida.

Leopoldo Núñez sin dejar de apuntar a su frente paseaba su mirada por ella como queriéndola desnudar con los ojos. 

Carola se sintió desfallecer; 

¡Qué traidora era la vida!

Y pensar que aquella misma mañana en el Parador del Olvido se había sentido la mujer más afortunada del mundo cuando Victor la besó. 

¡Oh, Victor!

Ya no volvería a verlo a él tampoco. 



Capítulo CXLVI

La caza del lobo



El comisario Aldana atravesaba la carretera principal camino de Lumbelier. Las fotografías y negativos que Julieta había descubierto en el sótano de la casa de Carlos no dejaban lugar a la duda.

Había puesto al corriente de ello a su superior en la Brigada de Homicidios, el cual ya había dado las órdenes pertinentes, y le había recordado que se llevara la operación con toda la discreción posible. Era una época resbaladiza y a ellos les correspondía que se mantuviera el orden. Aquella noticia podía ser dinamita en según qué manos. 

El comisario asintió a regañadientes. Cansado de aquellas advertencias propias de otras épocas. 

Leopoldo Núñez era un asesino, e iba a pagar por ello, por muy importante que fuera y por muy poderosos que fueran sus amigos.

Después de avisar por su transmisor a la Jefatura de Policía y relatar las novedades del caso, ordenó a una patrulla dirigirse a la casa del alcalde para proceder a su detención. Tal y como le había pedido su superior en la Brigada Central, rogó que se hiciera con la mayor discreción posible. Eran tiempos difíciles y que un hombre de su cargo fuera a ser detenido por asesinato, podía ocasionar un gran revuelo. Había que ir con pies de plomo. Ordenó que otra patrulla se dirigiera a Lumbelier. Tenía pensado hacer un registro, pero no sabía qué podían encontrarse allí. 

También llamó a la comandancia de la Guardia Civil de Cumbeira ordenando la inmediata puesta en libertad del preso Victor Suárez.

Rumbo a Lumbelier recibió en su transmisor un aviso de los agentes, informándole que el alcalde no estaba en su domicilio, su esposa ignoraba dónde podría estar. El automóvil de Leopoldo Núñez permanecía en el garaje; sin embargo, según informó el guarda, el alcalde tenía un viejo Renault que usaba para sus desplazamientos cuando no deseaba ser visto. El coche no estaba allí. 

Ordenó a sus hombres la vigilancia exhaustiva de las entradas y salidas del pueblo, de todas las carreteras y caminos. Los agentes procedieron a la búsqueda y captura del alcalde de Cumbeira Do Norte, bautizando la operación secreta con el nombre de :

"La caza del lobo"



Capítulo CXLVII

Nubes negras 



Magullada y dolorida Hortensia Alvarez consiguió poner en pie la bicicleta y la sacó de la pequeña acequia donde había caído. Por suerte las ruedas no se habían pinchado. 

La bolsa con el paquete de velas, y su bolso de cuero donde guardaba el revólver estaban intactos. Los volvió a colocar sobre el manillar. 

Notó como un tendón presionaba su tobillo, produciéndole un enorme dolor y haciendo un gran esfuerzo volvió a subir a la bicicleta. 

Le costaba trabajo pedalear, la lluvia seguía cayendo incesante, pero iba a ir a Lumbelier aunque le costase la vida. 

Sobre su cabeza nubes negras acechaban amenazantes, recordando a los mortales la proximidad de la muerte. 


La vida era algo tan frágil



Capítulo CXLVII

El sabueso en acción 



Después de dar las órdenes pertinentes el comisario Aldana apretó el acelerador, y enfiló su auto por la carretera principal rumbo a Lumbelier, para hacer un registro exhaustivo de la casa, sin sospechar de lejos lo que iba a descubrir allí. 

A esas alturas el comisario ya intuía que el alcalde había sido el propietario anónimo de Lumbelier todos esos años, y según la anterior llamada telefónica de Aurora Freire, la casa había sido adquirida esa misma mañana por la señorita Lily Martínez. El alcalde había hecho de mediador en la venta. 

Con todos estos detalles el comisario empezaba a hacer en su mente un esbozo de la situación.  

Aunque aún le faltaban las piezas clave de aquel rompecabezas, como el lugar donde el asesino había enterrado los cadáveres. 

¿Tal vez en los jardines de Lumbelier…?

Demasiado fácil;

Él optaba por la teoría del mar y nada le iba a sacar de esa opinión.

Las fuertes corrientes del Atlántico habrían arrastrado los cuerpos tan al fondo que nunca serían encontrados. 

El diario de Carlos se hallaba en posesión de otro de sus hombres, quien se había dispuesto a su lectura para después informarle. Le ordenó que lo telefoneara ante cualquier novedad descubierta en el diario. Se ocupó de dejar a otro hombre vigilando la casa de Carlos Ramírez, pues temía que al lobo le diese por ir a visitar a Caperucita Roja. 

También varios agentes fueron apostados frente a la casa del alcalde.

Y ordenó la localización del agente inmobiliario Fermín Rubianes para hacerle unas preguntas, pero según le informaron el hombre y su esposa habían partido de viaje. 

César Aldana apretó el acelerador. Había algo que no lograba quitarse de la cabeza.

¿Porqué el alcalde había vendido la casa aquella misma mañana?

¿Qué relación tendría la nueva dueña, Lily Martínez con el alcalde?

Apenas sabía nada de ella. Era forastera y según le habían informado, la chica era bastante formal. 

Su instinto de sabueso le decía que la chica corría un grave peligro. 

¿Tal vez el lobo prefería acechar esa noche a Blancanieves, ya que ésta era ahora la nueva propietaria de Lumbelier?

¿Debería pedir más refuerzos?

¡Más rápido, más rápido!


Capítulo CXLVIII
La vida no vale nada

Y allí en ese mundo nebuloso de horrores y angustia, el lobo hablaba…
Siempre le gustó pavonearse delante de las mujeres que deseaba, y ahora que la pelirroja estaba a su merced encontraba un morboso placer haciéndolo. 

- Eres el único plato que no he podido probar, Carola. - dijo el alcalde visiblemente excitado - Me gustas demasiado, no sabes hasta qué punto, pero como comprenderás no puedo dejar que salgas con vida de aquí, y tampoco me apetece que ese imbécil de Victor se lleve lo que yo no pude tener. Te lo advertí, nena. No negarás que no te lo advertí…

Carola ya no podía pensar. Solo miraba fijamente la boca del revólver esperando que el hombre disparara.  
Todo había terminado. 
Era inútil, estaba atrapada y no había ningúna posibilidad de salvación. 
Evocó el rostro de Victor aquella misma mañana en el Parador del Olvido, y las palabras que él le había dicho.
Y lo que ella había sentido;
La plenitud no era algo demasiado común ahí abajo, en cambio ahí arriba al lado de Victor la había notado muy cerca. 

Dentro de poco pasaría a formar parte de aquella resplandeciente belleza que solo había sentido en el "Sofá del Ángel'', pero Victor no estaría con ella.

Una eternidad sin Victor no merecía la pena.

Es extraño, el Mal siempre triunfaba. 
El lobo seguía hablando...

- Tu belleza ha sido la causa de tu caída, dulce Carola. 

El alcalde la traspasaba con los ojos con la ferocidad del depredador. 

El corazón de Carola empezó a bombear con fuerza
¡Dios mío, Dios mío!

Leopoldo Núñez irguió sus hombros ante la mirada de terror de su presa. Saboreó ese instante con deleite. 
Durante la guerra había descubierto un intenso placer al observar la expresión de pánico en los ojos de sus víctimas antes que él les disparara. 

Miró fijamente a la joven impregnándose de cada detalle. La angustia de ella era un paraíso de sensaciones para él,  de la misma forma que si la estuviera poseyendo. 
Tratando de prolongar aquel gozo, deslizó lentamente el dedo sobre el gatillo.

Carola cerró los ojos;
La vida no valía nada...Todo era mentira. 
Una décima de segundo, solo una décima y un fuerte disparo resonó en aquel lugar fantasmal…

Leopoldo Núñez, alcalde de Cumbeira Do Norte cayó fulminado al suelo de un tiro en la nuca.

Carola abrió los ojos y frente a ella vio el rostro desencajado de la estanquera del pueblo, Hortensia Alvarez, quien entre sus manos sostenía una pistola humeante. 

Las dos mujeres se miraron estupefactas. 
Después de un sobrecogedor silencio, Carola se abrazó a Hortensia Alvarez como si de su propia madre se tratara.


Capítulo CXLIX
Señoras que desaparecen 


Aferrado al volante de su auto, el comisario Aldana miró de reojo a sus dos oficiales, Roberto y Agustín. Dos buenos chicos, y muy eficientes. Después de resolver ese caso debería darles unas buenas vacaciones. 
Los muchachos se las habían ganado.
Antes de apretar el acelerador recibió otro aviso en su transmisor.  El coronel Quiroga estaba armando un escándalo y llamando por teléfono a todas las autoridades del pueblo, porque la estanquera, Hortensia Álvarez había desaparecido misteriosamente. 
El comisario Aldana no pudo contener un exabrupto. ¿Pero qué pasaba con la gente mayor en ese pueblo?  ¿Es que no dormían nunca? 
Respiró aliviado al enterarse que la Guardia Civil había trasladado el asunto a los municipales al considerar que el anciano coronel estaba exagerando la gravedad del asunto, estos estaban tratando de localizar a la señorita Lily Martínez, pues según la prima de Hortensia, esta había salido bajo la lluvia rumbo a Lumbelier para entregarle a la nueva dueña, un paquete de velas de difuntos. Así que de estar en algún lugar la estanquera, solo podía ser la casa de la colina. 
El comisario dijo que vigilaran los caminos, que él, sus hombres y otra patrulla se dirigían a Lumbelier. 
Antes de cortar la comunicación ordenó que le dijeran al viejo coronel que hiciera el favor de tranquilizarse. 
Al fin aumentó la velocidad rumbo a la casa de la colina, preguntándose por qué a Hortensia Alvarez le había dado por ir a visitar esa casa precisamente esa noche. 

¿Velas de difuntos?

Capítulo CL
¿Dónde estará la señorita Lily?

Hortensia Alvarez llenó una copa del brandy que había en el mueble bar y se la ofreció a Carola Luengos, que en estado de shock no podía pronunciar palabra. 
Las dos mujeres habían regresado de aquel siniestro lugar sin comprender del todo lo que había sucedido, pero sí tenían clara una cosa, el monstruo ya no estaba y ningún mal podía hacerles. 
Hortensia fue consciente que había salvado la vida de Carola y al fin había contemplado la caída de Leopoldo Núñez, la bestia de Cumbeira, quien yacía muerto con un tiro en la nuca en el suelo de aquel territorio fantasmal que había al otro lado del cuadro.  
Como gallega que era no le fue difícil asimilar la naturaleza sobrenatural de aquel lugar. Había crecido oyendo historias espeluznantes ocurridas en aquellas tierras, y aunque nunca se topó con nada similar, comprendió que un ser tan oscuro como el alcalde hubiera sido ayudado por entidades tan oscuras como él, las cuales sin duda le habían ofrecido aquella cueva de los horrores para ocultar sus crímenes. No obstante, a la señorita Carola le sería difícil asimilar ese hecho, pero el haberse librado milagrosamente de una muerte segura gracias a la intervención de Hortensia le ayudaría a superar todo lo que había presenciado al otro lado del cuadro. 
Hortensia dio un trago de brandy. 
¡Menuda noche de difuntos!
Tenía magulladuras en todo su cuerpo por la caída en la acequia y sospechaba que se había hecho un esguince de tobillo. 
Bueno, ahora había que avisar a la policía, y ponerles al corriente. Ellos sabrían qué hacer. 
Había matado a un hombre, pero había salvado una vida inocente, tal vez dos, si pensaba en Victor Suárez. 
No tenía nada que reprocharse;

Recordó aquella otra noche de difuntos, 30 años atrás... 
Al fin se había hecho justicia.
 
Justo cuando iba a descolgar el teléfono para llamar a la policía escuchó ruidos en la entrada de Lumbelier. 
Se asomó por la ventana y vio el coche del comisario Aldana aparcar frente a la verja. 
Contuvo un grito de júbilo. 
Se acercó a Carola que sorbiendo su copa de brandy la miraba como desde un lugar lejano. La joven se hallaba aún bajo los efectos del trauma vivido.

- ¡Alegra esa cara, niña! Ya está aquí la poli.


Hortensia abrió la ventana e hizo una señal a los agentes, los cuales la enfocaron con las luces del auto.

Iba a tener que dar muchas explicaciones, pero no importaba. El lobo estaba muerto, ella lo había cazado. 
En la pared frontal de la biblioteca, el rectángulo de luz se imponía enigmático y fabuloso. Los resplandores de energía fluctuaban de afuera a dentro, en tonos pastel, mientras las figuras del cuadro original danzaban misteriosamente en su superficie, distorsionándose como las imágenes de una pesadilla. Dentro de aquella pantalla de luz cinco cadáveres aguardaban ser descubiertos. 
Pero Hortensia ya no pensaba en esto;
Era noche de difuntos. Un ciclo completo se había cerrado.

El reloj de cuco de la biblioteca dio las 3 de la madrugada.
 
Antes de que el comisario Aldana y sus hombres entrasen en la biblioteca, la estanquera de Cumbeira Do Norte exclamó contrariada:

- ¿Dónde estará la señorita Lily?



Capítulo CLI

Construyendo la versión oficial 


Dicen que los finales felices no suelen culminar una tragedia, sin embargo para cualquiera que fuera conocedor de los espeluznantes hechos ocurridos en Lumbelier, al ver a la señorita Lily y a Alfredo Bosco cruzar el umbral de la puerta como recién casados, no hubiera estado muy de acuerdo con esta afirmación. 

No obstante una imagen tan encantadora como aquella no podía dejar de contrastar con todos los horrores vividos en la casa de la colina durante 90 años, pero sin duda era el mejor de los finales para aquella historia que durante un tiempo había mantenido en vilo los corazones de los lugareños.

La noche de difuntos de 1976 fue la más agobiante y enigmática de toda la historia de Lumbelier. 

Aunque la auténtica naturaleza de los hechos fue ocultada al público, un halo de misterio quedó ligado para siempre en aquel caso.

Lo que el comisario Aldana y sus hombres sintieron al ver el rectángulo de luz pendiendo de la pared frontal de la biblioteca daría pie para escribir otro libro, como también lo que descubrieron al cruzar al otro lado, es esa clase de cosas por las que encierran a la gente. 

Dado el carácter sobrenatural de los hechos fue necesario hacer un pacto de silencio entre los allí presentes, prometiendo no revelar nada de lo allí presenciado, pues llegaron a la acertada conclusión de que hay ciertas cosas para las que la gente no está preparada. 

Durante las largas horas de aquella noche de difuntos, estudiaron el caso desde todos los puntos de vista, y esbozaron "la verdad oficial", que habría de ser revelada a las autoridades pertinentes y también a la opinión pública. 

Hortensia preparó café para todos, pues la noche iba a ser larga.

A ella le gustaba ser útil, y aquella noche se sentía pletórica.

No solo por haber salvado una vida, sino por haber cazado al lobo.

No lo había hecho la policía, con todos sus hombres armados. ¡No! ¡Había sido ella! Y con el revólver de su padre que ella jamás había usado. 

Se felicitaba por ello. 

El lobo ya no atacaría más. 

Dejo dócilmente que un agente le vendara el tobillo dañado mientras le ponía al corriente de su aventura en la carretera.

Una patrulla de la Jefatura de la policía formada por cinco hombres llegó a la casa justo al mismo tiempo que el comisario Aldana. 

Obviando las expresiones de sorpresa y horror al descubrir el otro lado, relataré solo lo que allí dentro sucedió. 

La policía comprobó que los cadáveres del fondo del estanque que había al "otro lado", eran los de Ermelinda y Carlos, como también llegó a la conclusión que los otros dos cadáveres correspondían al matrimonio formado por Celia y Lorenzo Aguirre, desaparecidos misteriosamente 30 años atrás, y sorprendemente, en buen estado, lo cual no dejaba de ser otro desafío a la ciencia, igual que aquel lugar donde no existía la noche y el día.

Registraron minuciosamente la "otra biblioteca". Leyeron el diario del teniente Aguirre, escrito en 1946, donde relataba todo el enigma de aquel lugar. Descubrieron los documentos sensibles en el secreter y finalmente encontraron el saco con los lingotes de oro. 

Los ocho policías allí reunidos no daban crédito a todo lo que iban descubriendo. Se sentían inmersos en una historia de pesadilla y terror. 

Sacaron el cadáver del alcalde del "otro lado", y finalmente, y según las instrucciones que el teniente Aguirre había escrito en su diario, sellaron la entrada pasando la mano por la esquina inferior derecha.  

El cuadro volvió a presentarse ante ellos tal y como el artista Rafael Ventura lo pintara allá en 1890.

Al mismo tiempo que esto sucedía, Hortensia Alvarez y Carola Luengos prestaron declaración ante la policía en la sala de estar. 

Hortensia Alvarez también relató lo que había presenciado 30 años atrás, cuando desde la ventana de la biblioteca vio a Leopoldo Núñez estrangular a la esposa del teniente Aguirre. 

Lily y Alfredo llegaron a la casa justo después que el segundo coche patrulla aparcara en la entrada de Lumbelier, pues en la Jefatura de Policía les habían informado que el comisario Aldana estaba registrando la hacienda. Salieron de allí sin revelar el asunto del cuadro. 

Llegaron en el 600 de Lily, aunque esta vez fue Alfredo el que condujo el auto, pues la joven se hallaba aún traumatizada por todo lo que había presenciado al "otro lado" del cuadro. 

También ellos prestaron declaración. 

Después de una segunda ronda de tazas de cafés, y de haber recopilado toda la información, terminaron de redactar la versión oficial del caso que se entregaría a las autoridades y a la opinión pública. 

Los cuatro cadáveres apilados en el fondo estanque se dejarían donde estaban, pues no podían "inventar" otro lugar donde los habían encontrado, sin que los del instituto forense empezasen a hacer algunas preguntas y a descubrir ciertas cosas que ellos no podrían responder. 

También los documentos comprometedores, el diario del teniente Aguirre y los lingotes de oro se dejarían en aquel lugar. Después el cuadro se quemaría, desapareciendo con él todo lo que allí había, incluido el "otro lado". 

El cadáver del alcalde sería llevado al Instituto Anatómico Forense de la ciudad para su estudio. Más tarde se presentaría una declaración firmada por los policias que habían resuelto el caso, junto a las declaraciones de los testigos, las pruebas recogidas, las fotografías, los negativos y el diario de Carlos, donde se informaría de la culpabilidad de Leopoldo Núñez en el asesinato de Ermelinda Cifuentes y Carlos Ramírez, como también en la desaparición del matrimonio Aguirre, 30 atrás. Se informaría que Julieta Vázquez había encontrado el diario de Carlos, junto a las fotografías y los negativos, y se daría constancia de que esa noche el alcalde había citado en la biblioteca a Carola Luengos para hacer un trato con ella, a cambio de entregarle una prueba que demostrase la inocencia de Victor Suárez. La joven preocupada por el futuro de su amigo, había acudido a la cita esa noche, pero en un momento dado al acusarle la chica de las desapariciones de Ermelinda y Carlos, el alcalde intentó estrangular a la joven, aunque por fortuna, uno de los hombres del comisario llegó justo a tiempo para salvar a la chica, disparando al alcalde, el cual cayó muerto sobre la alfombra de la biblioteca.  

Así Hortensia Álvarez se libraría de incómodos interrogatorios que podrían poner en duda la versión oficial. 

Esta fue la declaración que se preparó y que todos firmaron. Finalmente se informó a las autoridades pertinentes y a la prensa que los cuatro cadáveres habían sido arrojados al océano, motivo por el cual no habían sido encontrados. 

Lo más importante para el comisario Aldana y sus hombres era obviar todo lo relacionado con el aspecto sobrenatural de los hechos, pues sabían que algo así sería imposible de digerir en la opinión pública. 

Después de firmar la resolución oficial del caso, se llamó a los testigos Hortensia, Carola, Lily y Alfredo para que intervinieran en el pacto de silencio sobre el descubrimiento del "otro lado", y así lo hicieron. 

Y allí en el centro de la biblioteca, doce personas prometieron no revelar nunca nada sobre el enigma del cuadro, el cual fue quemado después en una nave del pueblo, antes del amanecer,

llevándose con él todos los misterios que había albergado durante casi 90 años. 

La vida de las doce personas que participaron en el pacto de silencio nunca volvió a ser la misma después de aquella noche. 

Varios de los ocho policías que habían intervenido en la resolución del caso, abandonaron la profesión tiempo después, y algunos sufrieron graves problemas psiquiátricos. El comisario Aldana fue ascendido y también convertido en héroe en los medios de comunicación. 

Todas las festividades de Todos los Santos fueron suspendidas aquel fin de semana. En su lugar, el párroco Don Andrés dio uno de sus mejores sermones en la Iglesia sobre la resiliencia de los buenos cristianos.

A la semana siguiente de los trágicos acontecimientos se celebró un funeral por el alma de las cuatro víctimas de Leopoldo Núñez. A los lugareños de Cumbeira Do Norte les costó mucho aceptar que habían tenido como alcalde a un asesino. 

Al poco tiempo, todos los concejales y miembros de la junta de la Alcaldía hicieron una declaración firmada, lamentando los trágicos hechos y afirmando su pesar por haber trabajado con un criminal. 

Se declararon cuatro días de luto en el pueblo. 

Y se anunció una próxima convocatoria de elecciones municipales. 

Lumbelier continuó tomada por la policía varios días. Varios reporteros de "El Caso", y publicaciones similares, anduvieron por el pueblo tomando fotos y recogiendo testimonios.

A partir de aquella noche y hasta que la casa le fue devuelta, Lily vivió en casa de Hortensia Álvarez. 

Victor Suárez fue puesto en libertad sin cargos la misma noche de los hechos. 

Carola y él se casaron al poco tiempo y se fueron a vivir a un pueblo de Lugo con la madre de la chica. Al poco tiempo fueron padres de un niño. 

Julieta Vázquez y su ex suegra se fueron una temporada a un pueblo de Santander para intentar recuperarse del shock vivido. 

Fermín Rubianes regresó nada más conocer la noticia de la muerte del alcalde y entregó toda la documentación pertinente a las autoridades. 

Adela Palacios, viuda de Leopoldo Núñez, se negó a hacer ninguna declaración a la prensa y abandonó el pueblo poco tiempo después, estableciéndose indefinidamente en el hotel Ritz, en Madrid. 

Esmeralda Robledo que había sido tildada de loca cuando llamó aquella noche a la Jefatura de Policía, dio una entrevista para una prestigiosa revista donde reveló sus conexiones con Ermelinda.  A partir de aquel momento se convirtió en una estrella de los medios de comunicación. 



Capítulo CLII

Sueños de cristal 



Lily y Alfredo Bosco se casaron en la Iglesia del pueblo la primavera siguiente. 

El coronel Quiroga y Gertrudis Piñero ejercieron de padrinos.

Casi todos los lugareños acudieron a la boda. 

Después de una breve luna de miel en París, la pareja regresó a Lumbelier para iniciar su vida juntos. 

Alfredo publicó su primer disco con todos los temas que había compuesto desde joven.

La canción "Cuidado con las hadas" fue dedicada a Lily. Aunque al poco tiempo abandonó su corta carrera artística alegando que el bullicio y ajetreo de la vida de un músico no era para él. 

Montó una floristería en el pueblo y se dedicó a cuidar de su hacienda y de su esposa. 

Lily terminó su primera novela 

"Sueños de cristal"

A la que siguieron muchas más. 

La casa de la colina volvió a recuperar el esplendor de los primeros tiempos.
Aunque se hicieron importantes cambios.
La biblioteca entera fue echada abajo,y el espacio que había sido corazón de la casa y núcleo de horrores vividos, pasó a formar parte del vestíbulo. 
En el exterior también se hicieron cambios, pues en el lugar donde había estado el estanque se construyó una moderna piscina. 
Sin embargo, los jardines lucieron más majestuosos que nunca, tal y cómo debieron haber lucido noventa años atrás. 
A pesar de un siglo de misterio y tragedias,
ninguna sombra volvió a surgir entre los muros de Lumbelier.
La casa de la colina se levantaba imponente y esplendorosa en las afueras de aquel pueblecito de ensueño, dando la sensación a cualquier forastero que por allí se acercara que las historias fantasmagóricas que sobre ella habían escuchado, sólo eran producto de la superstición de los lugareños. 

En un lugar plagado de belleza no podía haber existido el mal.

Sin embargo, había existido.



EPÍLOGO 


Carta del artista Rafael Ventura

Cumbeira Do Norte / Galicia 
1890

Apreciado Germán. Espero que cuando recibas esta carta te encuentres bien de salud. El motivo de ponerme en contacto contigo es que necesito pedirte consejo a raíz de ciertos extraordinarios acontecimientos de los que he sido testigo, y que mantienen mi espíritu alerta y en un continuo estado de insoportable angustia. Espero que tú como compañero mío, y además viejo amigo, poseedor de un espíritu noble, y una mente analítica, puedas asesorarme qué debo hacer al respecto. 
Ya te informé con anterioridad que fui contratado por un empresario francés, amigo mío, para pintar un cuadro de su nueva hacienda, la cual se halla en un pequeño pueblo de la costa gallega. Me trasladé aquí la pasada primavera para llevar a cabo tal misión, y hasta hace unas semanas todo transcurrió con normalidad. 
Es una familia encantadora, y entre ellos reina tal armonía, que no puedo dejar de sentir cierta envidia. Soy un hombre muy sensible, ya me conoces, sin familia y muy pocos amigos; y es tanta la belleza que percibo que no puedo evitar desear formar parte de ellos, aunque sé que no es posible. Tampoco pude evitar enamorarme de Petunie, la esposa de mi amigo Gerard Lumbelier, pero con un amor tan puro que provocaría burlas en mi amigo si se enterara. Creo que ella también siente este tipo de amor, pero insisto en que es algo completamente inocente, y sé que dado mi carácter nunca pasará de ahí. Pero no es eso lo que me preocupa, sino unos hechos que por su naturaleza sobrenatural me están desquiciando y atormentando, y que como comprenderás no puedo revelar a nadie sin que me tachen de loco. 
Todo empezó la tarde que terminé de pintar el cuadro. La familia al completo se hallaba posando para mí en el césped junto al estanque; el matrimonio, los tres niños, el abuelo y las dos doncellas. Era una tarde soleada de finales de Octubre. Yo me hallaba en muy buen estado de ánimo,dando las últimas pinceladas a mi obra. Me sentía eufórico, radiante, feliz;
No estaba preparado para lo que vi...
¡El contraste, amigo, el contraste¡ A punto estuvo de matarme. 
Es tan terrible que no puedo expresarlo con palabras, y sé que nunca podré, por tal motivo decidí reflejar en otro lienzo el resultado de mis perturbadoras visiones para poder contarlo sin que me tachen de loco. 
Es la única manera en que puedo expresarme, a través de mi arte, pero esta obra no quiero que nadie la vea, solo tú, ¿comprendes? Para que juzgues por ti mismo. 
Así que junto a mi carta te envío este otro lienzo, donde reflejo todo lo que vi aquella infausta tarde. Serás el primero en verlo. Luego te ruego que lo quemes y no le cuentes nada a nadie. Confío en ti, querido amigo. 
Las imágenes son espeluznantes, pero las pinté tal y como las vi aquella tarde presentarse ante mis ojos sobre el césped de Lumbelier. 
Espero que tú, mi querido amigo, no me tomes por loco. Eres artista como yo, y conoces el efecto de la inspiración cuando baja al alma, y es una sensación tan sublime, tan poderosa,  que no podemos hacer otra cosa que reflejarlo sobre la tela, porque sino nos moriríamos.  
Sin embargo, lo que vi nada tiene que ver con la belleza, ni con la inspiración, pues son el reflejo del mismo Mal, y tengo miedo de que algún día se hagan realidad. Por nada del mundo desearía que nada malo le sucediera a esta familia, a la que tengo en tan alta estima,  pero la naturaleza de mis visiones son tan horrendas que vivo en un continuo estado de agitación. Sufro de ataques nerviosos, pues las alucinaciones se producen ahora en mi mente y van en aumento. ¡Santo Cielo los veo a todos muertos!
¿Crees que se pueden evitar las tragedias del futuro? 
Necesito que veas lo que he pintado y me aconsejes qué acción debo tomar. 
Esperando tu respuesta me despido de ti
dándote las gracias por tu amistad. 

Rafael Ventura 



Estrasburgo
1993


La Galería de arte "Pickteaur" abría sus puertas esa tarde. Sobre la alfombra azul, Pierre Dubois iba relatando la historia de las obras allí expuestas.
Un reducido grupo de amantes del arte lo seguían y escuchaban con interés. Al llegar a la sala de pintura española, el galerista cambió su tono de voz por uno más enfático, pues se sentía orgulloso de presentar a todos y por primera vez, una obra recién descubierta y con una historia muy peculiar. 
Según monsieur Dubois iba relatando tenían ante ellos la última pintura realizada por el malogrado artista español, Rafael Ventura. 

Los ojos del miedo 

Así se llamaba el original lienzo que había sido descubierto recientemente en el sótano de la casa del pintor andaluz,  Germán Avellaneda, el cual se negó a cumplir el último deseo de su amigo Rafael Ventura, de quemar el cuadro y lo mantuvo guardado en secreto, pues al ser la última obra de su amigo,  no tuvo valor para quemarla. Sin embargo, y después de casi 100 años, el hijo del señor Avellaneda al fallecer su padre, había descubierto el cuadro, y al conocer la autoría del mismo lo vendió a una importante firma de arte, la cual había accedido a que la obra fuera presentada en la inauguración de la Galería francesa "Pickteaur",  lo que representaba un inmenso honor para ellos. 

El grupo de visitantes del Museo aguzaron sus oídos, pues recientemente el nombre del malogrado pintor español había saltado a la actualidad debido a una serie que la televisión francesa había rodado sobre su vida. 
El lienzo de un metro de largo por dos de ancho era tan original como sorprendente, pues al haber sido pintado en 1893, cuando el surrealismo aún no estaba vigente, resultaba tan llamativo como misterioso. 
Por otro lado, el estilo de la obra se alejaba mucho del utilizado por el afamado pintor. El cual según algunos entendidos y estudiosos de su vida y obra, estaba atravesando un momento personal muy difícil en aquella época, lo que había quedado reflejado en su última e inédita obra. 
Monsieur Dubois se apartó para que pudieran apreciar mejor la pintura. 
Los allí presentes se acercaron con disimulada curiosidad. 

Ante ellos un paisaje de terror y angustia les observaba desde algún rincón del pasado, pues inmortalizado en la tela había expuesto un escenario de muerte, el cual causaba un enorme agobio, no exento de cierta fascinación.
Aguzaron más sus ojos para comprender qué había querido decir el artista con su última obra, más les fue imposible digerirlo, pues había tal amalgama de sentimientos oscuros e insoportables que muchos desearon no haber visto ese cuadro nunca. 

Sin embargo, solo uno de aquellos visitantes si podía comprender lo que aquel artista había querido reflejar.
Había ido expresamente a esa ciudad para acudir a la inauguración de la nueva sala de arte, sabiendo que la última obra de Rafael Ventura iba a ser presentada allí. 
Roger Martin de Lumbelier, el único superviviente de la primera familia propietaria de la casa de la colina; el hijo de Camille, la única hija del matrimonio francés que sobrevivió a la tragedia. Roger había escuchado durante años y por boca de su madre, todo lo referente a la historia de su familia en aquella casa construida en la colina de un pueblo español.  
Su madre le había contado todos los detalles referentes a aquel tiempo, como la creación de aquel bello y enigmático cuadro, que Rafael Ventura regaló a su familia, y que según ella aseguraba, había traído la desgracia a la familia.
Después de la temprana muerte de su esposo, y atormentada por la serie de desgracias ocurridas en su familia desde 1890, Camille donó el cuadro a una galería de arte en 1923. Más tarde se enteró de que el maléfico lienzo había regresado a la casa de la colina en 1946, y según muchos rumores las desgracias habían regresado a aquel lugar.
Camille de Lumbelier falleció en 1970, y ni un solo día dejó de hablarle a su hijo de aquel misterio relacionado con el cuadro. 

Recientemente se había enterado por los periódicos de que el cuadro había desaparecido de Lumbelier una noche de difuntos de 1976, sin que se supiera nada de su paradero. 
Había visto grabados y una reproducción del cuadro en una revista de arte americana.
Era de una enorme belleza, representaba a su familia, pero conforme su madre no había dejado de repetirle a lo largo de su vida, el cuadro estaba maldito. 
También su madre le contó cómo se enteró de que el artista Rafael Ventura había reflejado en otro "lienzo secreto", todas las tragedias que después sufriría la familia, al haberlas percibido a modo de alucinaciones, motivo que le había llevado a suicidarse. 
Su madre nunca supo adónde había ido a parar ese lienzo secreto. Nunca nadie pudo verlo. El artista se encerraba en su estudio situado en una pensión del pueblo y allí reflejaba sobre la tela el resultado de sus terribles visiones. 

Roger Martin de Lumbelier sintió un nudo en la garganta, pues ahora estaba delante del lienzo secreto del cual le había hablado su madre.

Era sobrecogedor como el artista Rafael Ventura había pintado el escenario de todas las tragedias acaecidas en la hacienda a lo largo de 90 años, conforme el hombre las había visto en sus alucinaciones. 

Los ojos del miedo…

No era un cuadro normal, ni siquiera una obra de arte. Era el atroz testimonio de un artista que había visto con los ojos del alma todas las desgracias venideras. 

Roger abrió sus propios ojos, dejando el miedo atrás.

Junto al estanque y sobre el césped yacían los cadáveres de sus abuelos y sus tíos, tal y como habían fallecido tiempo después de que el artista los pintara. También los de las doncellas que habían servido en la casa. Pero lo más sobrecogedor fue observar la representación de diferentes escenas de asesinato en las que un mismo hombre era el protagonista. Dos mujeres estranguladas, un hombre arrojado con furia contra el pico de una ventana, un joven muerto de un disparo sobre una alfombra. 
El rostro de un asesino sonriente emergiendo de un rectángulo de luz. 
Finalmente, sobre el estanque allí pintado, cuatro cadáveres flotaban como si no pesaran nada.

Y allí abarcando la imponente fachada de la casa, el artista había pintado el rostro de una mujer joven.
Era la mirada misma del miedo…

Le llamó especialmente la atención, pues había visto esa cara recientemente en un artículo del periódico, refiriéndose a ella como la escritora española, Lily Martínez,
la dueña actual de Lumbelier, y la autora del libro de éxito: 

La casa de la colina 




FINAL 
Autora 
Yolanda García Vázquez 
España 
Septiembre 2021
Derechos de autor reservados 











Comentarios

Entradas populares de este blog

EL PARADOR DEL OLVIDO Las Hijas Del Viento

UN SECRETO ALUCINANTE (ESPÍRITUS AFINES)