EL CENADOR DE LAS LIBÉLULAS (Viejas cartas de amor)






EL CENADOR DE LAS LIBÉLULAS
          Viejas cartas de amor


Yolanda García Vázquez 
España 
Derechos de autor reservados
Junio 2022
Lectura virtual




PRÓLOGO 
Año 2000/ Londres



La intención primordial al contar esta historia no es otra que transmitir la belleza que yo sentí al leer las cartas del profesor Crawford y Elisa Lombardi. Hay otros motivos, además, que el lector irá descubriendo conforme avance su lectura. 
Soy escritora y crítica literaria. A parte de mi trabajo como autora de novelas románticas, colaboro en una revista de arte. Tengo 41 años. Estoy divorciada, y sin hijos. 
Durante el verano del año 2000, agobiada por el trabajo que me había acarreado la edición de mi último libro, decidí tomarme unas vacaciones en algún lugar tranquilo. Bien, sabía yo hasta qué punto necesitaba serenarme. "Montaña y silencio", me había recomendado una amiga.
Siguiendo su consejo decidí perderme por la región de Dover en Marzo de aquel año, deseosa de hallar la calma que me faltaba.
Alquilé una casita modesta en un pueblo montañoso cerca de la costa, con una vista tan hermosa que recordaba a los pastos de Irlanda. Las primeras semanas transcurrieron con normalidad, pero en la última quincena de Marzo una conversación casual en una taberna dio lugar a una apasionante historia que me mantuvo entretenida el resto de mis vacaciones. Como soy una mujer directa, no solo en lo personal, si no también en mi estilo literario, pasaré a relatar de forma sencilla lo que ocurrió.
A partir de ahora que el lector saque sus propias conclusiones.




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PRIMERA PARTE

En algún lugar de la campiña inglesa 



- ¿Es usted Clare Meredith? ¿La autora de novelas románticas? 
Me giré sorprendida de que alguien pudiera reconocerme, pues no soy demasiado popular para el publico, a pesar de tener mis novelas en los primeros puestos de venta.
- Sí, soy yo - dije depositando mi taza de café sobre la mesa
La mujer que me hablaba debía tener unos 70 años, parecía elegante aunque con un estilo algo anticuado.
- Soy una lectora asidua de toda su obra, y si no es mucha molestia me gustaría charlar con usted. ¡Oh, no la entretendré mucho! No sabía que estuviera pasando las vacaciones en esta región. Un vecino mío la vio ayer por aquí; dice que es asidua de este rincón, y por eso me he acercado para hablar con usted. No quisiera molestarla, pero me gustaría contarle algo. 
No tengo por costumbre hablar con desconocidos, y mucho menos con mis lectores, cuyas opiniones sobre mis libros siempre acaban confundiéndome y agobiándome;
sin embargo, algo en la expresión de aquella mujer me hizo saltarme esa norma. Eran las cinco de la tarde y no tenía nada que hacer hasta la hora de preparar la cena. Desde mi llegada a la casita del valle mi única ocupación había sido, pasear, cocinar y dormir. Apenas había establecido contacto con ningún lugareño, tan solo algún saludo o algunas frases de rigor, así que pensé que no me vendría mal socializar con alguien si no quería convertirme en una loba solitaria.
La mujer parecía amable, aunque se la veía algo apurada. Los ojos le brillaban intensamente. Al fin le dije que tomara asiento.
- Gracias. Es usted muy amable. - me dijo con acento ligeramente irlandés - Me llamo Irene Bedford. Vivo en las afueras del pueblo con mi hija. Soy viuda.
Me tendió la mano, se la estreché y noté que temblaba. Me pregunté por qué. Seguidamente pidió una taza de té y después de respirar profundamente me miró y me preguntó con un tono enigmático : 
- ¿Qué opina de la escritura epistolar?
Me sorprendió la pregunta, y como no me gusta andarme por las ramas ni responder con el típico "¿por qué me pregunta eso?", respondí : 
- A todo buen escritor debe gustarle
Sonrió satisfecha con mi respuesta 
- Sí, eso me figuraba. Cuando leí su última novela "Tardes de frambuesas", me dije, "a ella también debe gustarle la escritura epistolar". Fue después de leer el capítulo 6, cuando Stelle recibe una carta de su prometido en alta mar. Hoy casi nadie escribe cartas; dice mi hija que es por culpa de los teléfonos móviles y de Internet…
Asentí con la cabeza, pues aunque tenía mi teléfono móvil y mi ordenador portátil apagados desde mi llegada a aquel lugar, era consciente de que en mi vida cotidiana en la ciudad no podía vivir sin tenerlos conectados. Me pregunté cual había sido la última vez que había escrito una carta.
- Sí, estoy de acuerdo con su hija - acerté a decir 
La mujer continuó hablando entusiasmada de ver qué yo le prestaba atención.
- Bueno, pues el caso es que debido a circunstancias relacionadas con mi familia tengo en mi poder las más bellas cartas de amor que nadie pudo escribir…
Al llegar a este punto los ojos le brillaron intensamente. Parecía más joven. 
- Usted…es una mujer romántica… - agregó con tono de admiración 
Asentí a regañadientes a pesar de ser una escritora de cierto éxito en el género rosa. 
- Bueno, yo…
- Y sabe mucho del amor... - afirmó la mujer como si me conociera estrechamente 
Hice una mueca tratando de no pensar en mi ex marido y en el amargo recuerdo que me habían dejado los años de convivencia con él. 
- Cualquier mujer sabe de eso - respondí con tono de indiferencia
- No crea. Hoy en día no hay respeto por nada. Las chicas de ahora que tanto presumen que saben de todo, no tienen idea de lo que es el amor. Me refiero al amor verdadero...pero yo sé que usted sí. Usted es como yo, y como lo era Elisa Lombardi…
Al llegar a este punto se emocionó ligeramente pues vi en sus ojos el brillo de algunas lágrimas.
- Disculpe, siempre me emociono cuando hablo de Elisa. Era una mujer tan especial…
Me sentí de pronto interesada por lo que me estaba contando. Le di otro sorbo a mi taza de café. Me encontraba a gusto allí.  
- ¿Elisa…? ¿Alguien de su familia? - pregunté 
- ¡Oh! no de la familia, pero sí muy cercano a ella…Yo no la conocí, no había nacido, pero mi tía abuela fue pupila suya, y al leer su diario descubrí todo lo referente a Elisa; bueno, y por lo que me contó mi madre también. Era una chica de espíritu brillante, alguien fuera de lo común. Muy romántica y soñadora. Mi tía abuela Hortense la quería mucho…
- ¿Y qué pasó con Elisa…?
Guardó silencio unos instantes y después de sacar un paquete envuelto en papel de seda añadió : 
- Aquí le hago entrega de las cartas de Elisa Lombardi y el profesor Roger Crawford. Esta es la primera colección de cartas; la segunda se las enseñaré cuando haya leído estas. No puedo decirle nada más por ahora, porque quiero que juzgue por sí misma. Cuando haya leído este paquete de cartas puede llamarme a este número de teléfono que le entrego y la invitaré a venir a mi casa para conocer el resto de la historia. Por supuesto, si usted lo desea. 
¡Por supuesto que lo deseaba! Me había picado el gusanillo y por nada del mundo iba a dejar de leer las cartas de Elisa Lombardi y Roger Crawford. A estas alturas el lector ya debe sospechar que soy una fanática de la lectura epistolar y que en casi todas mis obras la reivindico como la mejor manera de comunicarse en la distancia. Miré fascinada el fajo que me entregaba y agregué:
- Pero antes me gustaría que me pusiera usted en antecedentes sobre la pareja en cuestión...  
Me miró un poco intrigada, pero acto seguido comprendió y me sonrió.
- ¡Oh, sí! Elisa fue institutriz de mi tía abuela Hortense y de su hermano James Walton, de Midlehouse. Una importante hacienda no muy lejos de aquí. Allí conoció al arqueólogo Roger Crawford, un joven muy apuesto. Ella se enamoró perdidamente de él, y el resto de la historia se la contaré cuando haya leído el primer paquete de cartas. Toda la historia sucedió hace más de 100 años.
Traté de asimilar sus palabras mientras guardaba el fajo de cartas en mi bolso y pagaba la cuenta. La mujer volvió a estrechar mi mano y mientras me dirigía una afable sonrisa, se despidió de mí. Abandonó la taberna con una expresión de desahogo, como si se hubiera quitado un peso de encima.

Como acostumbraba a hacer todas las tardes desde que llegué, hice a pie el largo trayecto desde allí hasta mi casita del valle. Durante todo el camino no dejé de pensar en aquella misteriosa Elisa y su relación epistolar con aquel apuesto arqueólogo. El hecho de que se tratara de una historia de hacía más de 100 años le daba un cariz más interesante al asunto. Por otra parte, estaba segura de que debía de haber un misterio subyacente en aquella historia y que me correspondería saberlo después de leer aquellas viejas cartas de amor. Me sentí llena de entusiasmo al pensar en la interesante noche de lectura que me aguardaba y sin darme cuenta comencé a silbar una vieja canción. Los árboles del bosque parecían conocer mi secreto.
La escritora que había en mí presentía cosas…




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SEGUNDA PARTE 

Viejas cartas de amor 



Remite : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover)
Junio de 1895 
Destino : Roger Crawford
Londres / Park Lane/ Número 57




Querido Profesor Crawford. ¿Se acuerda de mí? Espero que al recibir la presente carta se encuentre usted bien. Me llegaron noticias de su próximo embarque junto a la expedición de Sir William Noble rumbo a Egipto, y como sé que no volveremos a verle durante largo tiempo me he aventurado a escribirle. Tal vez considere inoportuno lo que voy a referirle, pero para mí es de vital importancia contárselo. Recordará usted nuestro último encuentro hace dos años en los jardines de Midlehouse, y la interesante conversación que sostuvimos sobre arqueología. Fue una tarde inolvidable para mí, pero nunca imaginé que sería la última de nuestra breve amistad. Sé que solo soy una institutriz, y bastante humilde, pero que usted me eligiera como confidente suya durante aquellas vacaciones fue un privilegio para mí. Nunca podré olvidar nuestros paseos por la hacienda de los Walton divagando sobre literatura y poesía. Lo cierto es que siempre le tuve presente, aunque usted no se diera cuenta. Todo empezó hace unos cinco años en el gran salón de Midlehouse, durante la celebración de San Juan. ¿Lo recuerda? Usted había comenzado su trabajo de ayudante de Sir William Noble, y yo estaba acompañando a mis pupilos Hortense y James en la fiesta de cumpleaños de su madre Olivie. Usted era uno de los invitados de los Walton en aquella fiesta. En un momento de la noche me sacó a bailar, ¿lo recuerda? Yo no pude olvidarlo, pues fue mi primer baile, y aunque mi vestido era muy modesto y pueril, no desentoné del todo. En mi corazón han quedado grabados desde entonces el perfume de las magnolias y el brillo de aquella luna estival. Tenía usted razón; tengo vocación de poeta. Una rara especie, igual que la suya, licenciado en arqueología. Bueno, sin más preámbulos le describiré el motivo de mi carta; lo he demorado este tiempo porque quería estar bien segura del paso que iba a dar, y después de conocer la noticia de su ruptura con la hija de Lady Norton, me he atrevido a contárselo. Espero que no se moleste demasiado conmigo y sea condescendiente. No olvide que soy poeta y por lo tanto incurablemente romántica y sentimental. El caso es mi apreciado Roger que estoy enamorada de usted desde hace mucho tiempo. 
¡Así es! desde el primer día en que le vi en el salón de Midlehouse, con su elegante porte y su mirada ausente. Iba a usted a partir para la India entonces, lo recuerdo. No hablamos mucho, pero ahí empezó todo.Tal vez me considere una tonta romántica o una estúpida, pero mis sentimientos se intensificaron hace dos veranos cuando pasó usted las vacaciones con nosotros en Midlehouse. Nuestras largas caminatas por el muelle de Dover intercambiando opiniones sobre elevados asuntos fueron un gran aliciente para mi espíritu solitario. ¿Se acuerda de aquella tarde en que el viento se llevó mi pañuelo hasta las rocas y usted bajó para recogerlo? Tengo un montón de recuerdos felices de aquel verano. Sé que estaba usted atravesando un mal momento personal y que mi amistad le fue beneficiosa en aquellos días. También sé que yo no signifiqué mucho para usted, pero yo en cambio llevaba años enamorada de usted, como ya le he dicho. ¿Recuerda el poema que le recité en el "Cenador de las libélulas", y que a usted le gustó tanto? pues usted era la persona a quien iban dirigidos mis versos, aunque claro está, debido a mi timidez no hubiera podido confesárselo entonces. Sé que no soy una muchacha muy atractiva, y que no dispongo de muchos recursos, pero sé que usted encontró agradable mi compañía en aquel tiempo. Han pasado dos largos años desde nuestro último encuentro, mi apreciado amigo, y en todo este tiempo mi vida ha sido inmensamente vacía, pues no he dejado de añorar su amistad. El trabajo me compensa un poco, pero es el amor que siento por usted lo que me eleva por encima del mundo. Apenas tengo amistades, pues soy una muchacha bastante retraída y solitaria; ya se lo comenté durante aquellos días, y usted pudo apreciarlo. Sólo me colma el hecho del amor tan profundo y verdadero que pervive en mí por usted, que de tan intenso creo que no voy a poder callarlo más, pues aunque no tenga ninguna esperanza de ser correspondida, me bendice el hecho de que desde que le amo nunca más me he sentido sola, pues su recuerdo e imagen viven en mí, llenando mi espíritu, y me acompañan en mi vida cotidiana. ¿Sabe usted? A veces me imagino al lado suyo, acompañándolo en sus travesías por Oriente; ayudándole en las excavaciones junto al Nilo; enfrentando numerosos peligros; siendo su traductora, su secretaria, su confidente más cercana. Usted me dijo una vez que las noches egipcias parecen sacadas de un cuento de hadas, donde cualquier cosa fantástica puede suceder. También me habló de las lunas de Egipto, las cuales brillan de un modo especial sobre la pirámide de Gizeh. No sabe la de noches que me duermo pensando en eso. También le diré que es usted la inspiración de todos los poemas que escribo y aunque nunca me atreveré a enviárselos, sueño con que algún día los pueda usted leer. Ya ve, mi apreciado amigo, es usted el centro absoluto de mi corazón y la razón de mi existencia. Le amo como nunca amaré a ningún hombre, pues me bastó un instante para enamorarme por completo de su alma, y para comprender los misterios de su personalidad. Ya le he dicho que no tengo ninguna esperanza en que usted me corresponda, pero me colma el hecho de que usted lo sepa, pues es algo que yo ya no podía ocultar. No sé si volveré a verle, o tendré alguna respuesta suya, y tampoco es esencial para mi, como en cambio sí lo es el hecho de que usted sepa lo que siento. Me conformo con eso, que para mi es el Todo. Me despido esperando no haberle molestado demasiado y deseándole una feliz expedición en esa tierra mágica.


Afectuosamente :
Elisa Lombardi


P.D. No se olvide usted de mi




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Remite : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto 
Junio 1895

Destino : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) /Inglaterra/ UK




Mi querida señorita Elisa Lombardi. ¡Cuánto tiempo sin saber de usted! Me alegro de tener noticias suyas. Espero y deseo de corazón que todo marche bien en Midlehouse. Recibí su carta poco antes de embarcarme para Egipto, y dada la naturaleza de la misma decidí tomarme un tiempo antes de responderle. Usted ya sabrá lo complicadas que son estas expediciones, pues le hablé de ello en nuestras conversaciones en Dover. Bien, antes que nada quiero expresarle mi alegría al saber que se encuentra usted bien. También lamento no haber establecido contacto con usted desde aquel último verano de hace dos años, pero mis compromisos personales y laborales lo impidieron. No obstante, sepa usted que siempre guardé un bonito recuerdo de nuestra amistad, y de nuestros largos paseos por la hacienda de los Walton. Bueno, sin más preámbulos voy a responder a todo lo que me ha expresado en su bella carta. Amiga mía, no debe usted culparse ni pedir disculpas por expresar sus sentimientos de una forma tan sincera y romántica. Sí, recuerdo que tenía usted vocación de poeta y por lo tanto eso indica que es usted una mujer muy sensitiva, y profunda, lo que me agrada enormemente. Desgraciadamente, en los últimos tiempos no he estado rodeado de personas sensibles y consideradas, pero eso es otra cuestión. Su carta me agradó, y si me permite decirlo, fue como un aliciente en esta nueva etapa de mi vida. Ya sabe usted que rompí mi compromiso con Violet, la hija de Lady Norton, y aunque no me gusta hablar de mis asuntos personales, con usted haré una excepción, pues siempre tuve la vaga sensación de que éramos espíritus afines. Mi ruptura sentimental me ha tenido largos meses sumido en una especie de apatía. Sí, ya sé que puedo parecer un hombre mundano e inasequible al desaliento, pero como usted recordará de nuestras charlas, mi seguridad sólo es una fachada, pues por dentro puedo ser el hombre más frágil y sensible del mundo, aunque claro está, por mi profesión se diría todo lo contrario. La apatía producida por la anulación de mi compromiso con Violet me ha mantenido alejado de muchas de mis amistades, y conocidos, convirtiéndome en casi un ermitaño. También me sentía muy presionado por otros asuntos, por lo que la expedición a Egipto fue mi tabla de salvación. 
Ahora empiezo a volver a ser el hombre que fui. 
Aparte de esto, ignoraba que me tuviera usted en tan alta estima. Recuerdo aquel baile en Midlehouse, pero nunca pensé que le había causado tanta impresión. Estoy muy agradecido de sus halagos, y de que aquella noche fuese tan especial para usted. Aquella fue una buena época pues recién acababa yo de entrar a trabajar a las órdenes de Sir William Noble, y fue para mí un inmenso honor que Lady Walton me invitara a su fiesta de cumpleaños aquella noche de San Juan, como también fue una suerte que mi jefe tuviera una amistad tan estrecha con los Walton, pues gracias a eso pude conocerla a usted. Tengo que darle una pequeña reprimenda mi querida amiga, pues no es cierto que usted no significase mucho para mí. Sinceramente le confesaré que nuestra amistad de aquel verano fue como un bálsamo medicinal para mi alma, pues como bien dice usted me hallaba entonces atravesando un bache personal. En mi vida olvidaré nuestras interminables tertulias literarias en Midlehouse y el poder contemplar el mundo a través de sus ojos. Sí, mi querida amiga, porque sin usted saberlo, infundió un cariz poético a mi espíritu, por aquel tiempo, bastante pragmático. No exagero al confesarle que entablar amistad con usted fue todo un descubrimiento, y supuso un enorme aliciente en aquel tiempo. Permítame decirle que no tiene usted muy buena opinión de sí misma, pues no es cierto que no sea usted una muchacha atractiva. Yo la encuentro encantadora, aunque me entristece que sea usted tan solitaria; Sin embargo, sí he de ser sincero, este rasgo fue lo que primeramente me atrajo de usted. Desde mi ruptura con Violet son otras las cualidades que aprecio en una mujer; pues no sé si será usted conocedora del carácter frívolo, caprichoso y superficial de mi ex prometida, lo que fue causa de nuestro rompimiento. Permítame que me sincere con usted en este aspecto, pues con nadie he podido hacerlo desde entonces. Mi relación con Violet fue un lamentable error, pues los dos venimos de mundos diferentes, con aspiraciones completamente opuestas.Tanto usted como yo pertenecemos a un estrato social ajeno a las grandilocuencias de la clase pudiente, por lo que relacionarnos con ellos puede ser un inconveniente y un problema. Me di cuenta muy tarde. Al principio caí enredado en los encantos de Violet para acabar dándome cuenta de que aquello no podía ser amor y que a la larga mi convivencia con ella sería un cúmulo de frustraciones y problemas. Imagínese, un arqueólogo como yo convertido en un rico hacendado de Cornualles, teniendo que agradar constantemente a mi familia política. Por suerte rompí con todo eso antes de que me asfixiara, y el trabajo fue un enorme aliado. Disculpe si la incómodo con mis problemas, pero necesitaba contarlo. Me halaga usted enormemente al expresarme un amor tan sublime que sé que no merezco, pero le diré amiga mía, que más importante que el amor es la amistad, la que nos unió a usted y a mí, aquel verano en Midlehouse, y la que nos sigue uniendo a pesar del tiempo transcurrido, y el afecto tan limpio y sincero que todavía siento por usted. Espero que no se moleste mi querida Elisa, pero antes que de novia la prefiero de amiga, pues en estos momentos es lo que más necesita mi espíritu. Con usted siempre me sentí a gusto, y sé que hay un lazo invisible que nos une. Me gustaría poder corresponderle en sus bellos sentimientos, pero le repito que el cariño que siento por usted como amiga es más puro y verdadero que el que jamás haya sentido por ninguna mujer. Créame cuando le digo que su amistad ahora me es tan necesaria como el aire que respiro. Fue usted esencial en un momento difícil de mi vida y espero que también lo sea ahora. Escríbame siempre que le apetezca. Yo esperaré sus cartas con anhelo. Me encantaría leer esos poemas suyos, que sé que serán muy hermosos. Envíeme alguno, por favor.
Sé que usted disfrutaría de los encantos de esta tierra mágica, pues tiene usted un espíritu romántico y soñador. Las noches egipcias son muy hermosas, pero para cualquiera que tenga sangre británica en sus venas, el hogar estará siempre en nuestras amadas islas. Gracias por haberme hecho partícipe de sus sentimientos más profundos, es algo que tendré siempre presente. Envíe mis recuerdos a los Walton junto con la promesa de volver a visitarles cuando regrese a la patria. 
Esperando tener pronto noticias suyas me despido, gratamente reconfortado por haber recuperado su amistad.


Atentamente : 
Roger Crawford 


P.D. Los espíritus afines siempre acaban encontrándose…




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Remite : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) Inglaterra/ UK
Junio de 1895

Destino : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto 




Querido Roger, permítame que le llame por su nombre de pila. Me alegro mucho que se encuentre usted bien. No se imagina el enorme aliento que ha supuesto para mi recibir una carta suya, pues llegué a pensar que usted no me contestaría; pero lo hizo, amigo mío, y eso me hizo muy feliz. Espero que disculpe el atrevimiento de mi primera carta, al confesarle mi amor, pero era algo que necesitaba hacer. No pretendía nada, salvo que fuera usted conocedor de mis sentimientos. 
Gracias desde el fondo de mi alma por su actitud tan comprensiva y caballerosa, pues le confesaré que después de enviarle mi anterior carta tuve remordimientos, pensando que quizá había sido demasiado atrevida. No obstante, ahora me alegro de haberlo hecho, pues así le he hecho partícipe de mi secreto y eso establece un punto de conexión entre los dos. Le agradezco infinitamente que tenga tan buena opinión de mí, y que guarde tan buenos recuerdos de nuestra amistad. No sé debe culpar por no haber establecido contacto conmigo en estos dos años; yo tampoco lo hice debido a mi innata timidez, aunque siempre tuve la esperanza de volver a comunicarme con usted. 
Ignoraba que estuviese usted atravesando una crisis personal debido a su ruptura con Violet, y créame cuando le digo que lo lamento mucho. Confío en que su trabajo y el aire de aquellas tierras sean un bálsamo para su espíritu. No sé mucho de su ex prometida, salvo algunas cosas leídas en los diarios de sociedad, pero tiene usted razón cuando afirma que nosotros pertenecemos a mundos diferentes, y es algo que no debemos olvidar nunca. Siempre intuí que era usted un hombre profundo y sensible; Un espíritu afín, al que mi conversación no le resultaba aburrida, y eso en sí me llamó la atención, pues lamentablemente nunca pude conseguir que ningún joven mostrará interés en charlar conmigo. Pero usted sí lo hizo, amigo mío y eso en sí me fascinó. Me alegro tanto de haber despertado el amor por la poesía en usted, y al contrario, usted despertó en mí una fascinación por la arqueología que jamás había tenido. No, querido amigo, yo no me lo imagino como un rico hacendado de Cornualles, teniendo que agradar constantemente a la gente de la alta sociedad. Usted es un espíritu libre y grande, un aventurero, un soñador, y ha nacido para desentrañar los misterios de antiguas civilizaciones, mientras resuelve el suyo propio. Usted es como yo, si me permite decirlo. No se conformará jamás con lo que perciban sus ojos, o escuchen sus oídos, y la opulencia social jamás le producirá satisfacción. Usted es un buscador, y sé que cree en ese otro mundo que está dentro de nosotros, y que sólo las almas evolucionadas pueden percibir. Supe que era usted así en cuanto le conocí. 

Tiene usted razón, la amistad es mucho más importante y grandiosa que el amor, porque el amor nace de ella. Entre amigos todo se perdona y nada se reprocha. Uno acaba encontrándose siempre en el alma de los amigos, pues son la familia que uno elige, pero, permítame que yo le ame en mi pequeño mundo interior, sin más aspiración que compartir nuestra afinidad espiritual, pues también este amor sincero y desinteresado me hace grande y libre.
Gracias por los bonitos halagos que me dedica, y créame cuando le digo que nadie me los ha dedicado jamás. Usted es mi héroe, mi amigo y mi confidente. Es más de lo que hubiera podido soñar y saber que está usted ahí, muy cerca de mi alma, me ayuda a seguir viviendo y a soportar mi tediosa labor de institutriz de los hijos de Lady Walton, que aunque es un trabajo agradable y ellos son una familia muy amable conmigo, nunca me dejan que olvide que vengo de una clase inferior a ellos.
No sabe cómo me gustaría estar ahí con usted, de secretaria o ayudante y poder servir de ayuda en ese trabajo misterioso y fascinante. Debe ser tan diferente y emocionante la vida en esas tierras, pero tiene usted razón, nuestra madre siempre será la tranquila y hermosa Inglaterra. Como usted me pidió aquí le envío dos poemas de mi autoría que espero que no enseñe usted a nadie. Son de un estilo algo infantil, pero muy sinceros y llenos de sentimientos. No hace falta que le diga que usted los inspiró, mi querido Roger, y al escribirle esto no puedo evitar sonrojarme. Usted ya me comprende.
Por favor, no se sienta solo ni alicaído, nunca jamás. Ahora tiene mi amistad, y compartimos un secreto que nos une aún más. Gracias por permitirme ser su amiga, y por el cariño sincero que demuestra hacia mi. Rezaré para que la expedición sea un éxito y usted supere su crisis amorosa. Tiene toda la vida por delante y tiene mi amistad sincera y mi admiración. Esperando su próxima carta me despido de usted con el corazón rebosante.

Afectuosamente:
Elisa Lombardi 


P.D. La amistad es un espíritu que habita en dos cuerpos.



"Y yo te busqué en el rumor del arroyo;
en la parsimonia de las aves al descender 
la curvatura de la tarde;
en el silencioso crepúsculo 
que como manto de los ángeles 
cubría la desesperanza de mi ser.
En todas las bellezas del tiempo 
te buscaba e invocaba, 
intuyendo que solo tú tenías la respuesta 
al enigma de mi soledad."


"Al perfumado lirio de tu nombre 
yo enhebraría la luz de las estrellas
para que al pensar en ti toda la poesía del cosmos 
me revelará el secreto del amor."  

Elisa 




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Remite : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto 
Julio 1895

Destino : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) /Inglaterra/ UK





Mi querida Elisa, le ruego que no se disculpe más por su declaración amorosa; le confieso que para mi además de un halago, es algo que guardaré en mi corazón como un tesoro de incalculable valor. No le quepa la menor duda. Estoy de acuerdo con usted en que hay una enorme conexión entre los dos, pues lo sentí la primera vez que hablamos en los jardines de Midlehouse. Aunque debo revelarle que al principio se mostró usted un poco reticente y cautelosa conmigo, aunque luego tomó confianza y no tuvo reparos en mostrar su verdad interior, algo que agradecí enormemente.
Lamento que hasta ahora ningún joven haya mostrado interés por hablar con usted. Eso es algo que no puedo comprender; es más le diría que me escandalizaría si alguien llegara a considerarla a usted una persona de conversación aburrida, pues le soy sincero al manifestar que jamás había conocido a alguien de personalidad tan brillante, profunda y elocuente.   
Tiene usted razón en lo de que el trabajo será como un bálsamo después de mi ruptura sentimental. Le diré, mi querida amiga, que en estas tierras hay algo que nunca he sabido definir. Es como si el aire estuviera encantado, y pareciera que el tiempo fuera a detenerse en cualquier momento. Aquí no parecen importar mucho las preocupaciones mundanas, y todo aquello que nos inquieta en nuestro devenir cotidiano. Creo que estas tierras tienen un sello especial; es como si tuvieran alma… Sé que usted lo comprenderá. Claro está, añoro nuestra serena Inglaterra, y nuestro particular modo de ser civilizado, pero no podría vivir sin este misterioso halo que ahora me envuelve, esta fantasía constante que veo reflejada en todas las cosas. Supongo que tiene que ver con el hecho de que fue por este lugar donde se originó nuestra civilización. A mí también me gustaría tenerla aquí y que percibiera con sus ojos de poeta todo lo que deseo explicarle sobre Egipto. Ahora mientras le escribo desde mi tienda de campaña puedo escuchar el rumor del Nilo, fluyendo sereno con su curso habitual. Creo que es el río más bello del mundo, no sólo por ese tono esmeralda que toma bajo el atardecer, sino por toda la historia y leyenda que hay en torno a él. 
¡Oh, si pudiera usted verlo, Elisa! 
¡Y el aroma tan especial de estos lugares! Es un perfume que se cala hasta el alma. 
También al escribir mi carta llegan a mí los cánticos festivos de un pueblo nativo que hay cerca. Están celebrando una boda y es impresionante la forma que tienen de hacerlo. Van todos vestidos de blanco, no sólo la novia, y todo el suelo está cubierto de pétalos de flores. La risa de los invitados es tan contagiosa que dan ganas de sumarse a la fiesta; También de las mesas del banquete llega un olor exquisito que anuncia los deliciosos manjares que hay allí dispuestos. Le cuento esto porque el padre de la novia, Amilk, es ayudante nuestro en las excavaciones y he establecido una buena amistad con él. Luego como le prometí iré a felicitar a los novios. Esta semana estoy un poco más entusiasmado pues entre los nuevos hallazgos arqueológicos hemos logrado detallar unas cerámicas del siglo I a de C. Es algo muy importante para nuestra expedición.
Mi querida señorita, usted también es un espíritu libre, igual que yo, y tal vez por eso tenemos tanta afinidad. Gracias por enviarme esos poemas de su autoría, son de una belleza indescriptible porque los ha escrito usted, inspirándose en mí y eso es algo que jamás voy a olvidar. Me gustaría poder escribir de esa manera, pero todavía no me ha tocado el halo de las musas. Aunque le prometo que lo intentaré. Usted puede seguir enviándome sus poemas, si lo desea. Será un placer leerlos. No se imagina el bien que me hace escribirla y saber que se preocupa usted por mis asuntos, pues ya debe saber usted que no tengo parientes, y entre mis amistades más cercanas solo tengo a Sir William Noble y a los compañeros de la expedición. Bueno, ahora la tengo a usted, mi apreciada Elisa, mi amiga y confidente, y una de las pocas personas con la que puedo mostrarme como soy. Por favor, no me considere su héroe, soy un tipo muy sencillo; en cambio, me encanta que diga que soy su confidente y que soy como usted. Le confieso que sus cartas son un gran incentivo para mí y han contribuido a mejorar mi estado de ánimo. Cuénteme cosas de usted, Elisa. Es mi amiga y me gustaría saberlo todo. Hábleme de su trabajo de institutriz con los Walton, de su vida anterior en Londres, de sus inquietudes, de sus sueños y esperanzas. No deje de escribirme, pues yo espero con ansia sus cartas. Gracias por rezar por mí. Yo también envío al Cielo mis plegarias por usted.
Deseándole lo mejor, me despido de usted hasta la próxima carta.

Sinceramente :
Roger Crawford 



P.D. Los amigos son la familia que uno elige




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Remite : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) Inglaterra/ UK
Julio de 1895

Destino : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto 




Querido Roger, antes que nada debo darle las gracias de nuevo por su amabilidad y generosidad conmigo.
Al leer su última carta pude vislumbrar con una claridad meridiana todo lo que usted me describía en ella. Las verdes aguas del río Nilo fluyendo mansamente bajo el sol del atardecer; escuché también los cánticos de aquella boda, y las risas de los invitados. Pude percibir el aroma de las flores y de los manjares del convite; incluso vi los rostros de los novios radiantes de felicidad. Debo decirle que tiene usted un talento innato para la escritura y no exagero al decírselo. Me alegro mucho que hiciera usted ese importante hallazgo arqueológico, y que mi amistad epistolar con usted esté contribuyendo a su recuperación emocional. También para mí está resultando muy beneficiosa. Me pide usted que le hable de mi vida y mi trabajo, y así lo haré. Creo recordar que ya le mencioné algo sobre mi familia. Nací y viví gran parte de mi infancia en Manchester. Mi padre era Reverendo, y mi madre falleció cuando contaba yo apenas dos años de edad. No tengo hermanos ni parientes cercanos. A los 10 años enfermé de poliomielitis, razón por la cual nos trasladamos a vivir a Londres. Una vez restablecida cursé mis estudios en una academia para señoritas. Desde mi más temprana edad sentí una enorme fascinación por la literatura, lo que hizo que me refugiara en mi interior, y me aislara de las chicas de mi edad. Al fallecer mi padre me vi en la necesidad de buscar un empleo. Midlehouse fue mi primer trabajo, y aunque los Walton siempre fueron amables conmigo, me costó mucho al principio habituarme a mis funciones de institutriz. Verá, mi trabajo es un poco peculiar, igual que el suyo, ahora le explico el porqué. Las institutrices somos seres extraños y bastante solitarios, ello se debe al hecho de que estamos demasiado instruidas para relacionarnos con la servidumbre, y somos demasiado sencillas como para ser tomadas en cuenta por los dueños de la casa. Digamos que estamos condenadas a estar siempre en una posición intermedia. Ni arriba, ni abajo, usted ya me entiende; esto hace que seamos poco comunicativas y bastante solitarias. Por eso mi afición literaria es un gran aliado para mi. Mi pupila Hortense pronto cumplirá 16 años. Está a mi cargo desde que tenía 7 años. Ahora acaba de finalizar sus estudios en una Escuela para señoritas en Francia, y ha regresado a Midlehouse. Es muy bonita y confío en que dentro de poco será presentada en sociedad. Su hermano pequeño, James, cuenta 11 años de edad, y el año que viene será enviado interno a un prestigioso colegio para niños de la nobleza.
Después lógicamente mi trabajo como institutriz en Midlehouse habrá finalizado y habré de buscar un nuevo empleo. 
No tengo demasiadas inquietudes, pero sí que tengo muchos sueños y esperanzas. Es lo que me mantiene viva. Aparte tengo su amistad que en estos momentos es lo más valioso para mí, y ese sentimiento sublime que siento por usted, disculpe si le incomoda que me refiera a ello.
Los días en la hacienda de los Walton son muy tranquilos. Ya conoce usted a mis señores, son la representación de la amabilidad británica. Mi pupilo, el señorito James, es un buen muchacho, aunque un poco consentido. Hortense, es una chica agradable, aunque algo atolondrada. Yo les tengo un enorme cariño a los dos, y sé que ellos a mi también. James es muy aplicado en historia, ciencias y francés, aunque algo atrasado en literatura. Hortense se ha diplomado con notas muy altas en la escuela francesa. Tengo mis sospechas de que pronto se prometerá en matrimonio con el heredero de ManorHill, un joven de 20 años al que apenas conoce. Ya ve, no le dejarán elegir al compañero de su vida, pues ya sabe usted que en estos casos son los padres los que eligen, pasando por encima de sueños y sentimientos. En cosas como esta me alegro de ser la hija de un humilde reverendo, pobre y sin aspiraciones sociales.
Ya que me lo pidió le vuelvo a enviar dos poemas de mi autoría. Espero sean de su agrado. 
Gracias por formar parte de mi mundo. 
Me despido esperando con ilusión su próxima carta. Que Dios le bendiga, mi apreciado amigo.


Afectuosamente : 
Elisa Lombardi 



"Tus ojos tienen el brillo de alguna estrella,
pero es tu alma la que proyecta 
la luz del país del amor.
Si fuera posible cruzar tu frontera,
y conquistar tus praderas y valles,
ya podría el mundo privarme de todo,
pues todo lo hallara en ti, mi bien." 


"Es mi amor la melodía encantada
que crees oír en sueños;
El ayer que fluctúa sentimental
entre nosotros;
Un poema que aún no he escrito;
El ave que une nuestras orillas.
No hay distancia que mi amor por ti,
no pueda atravesar."

"Si a tu alma me asomé 
fue para descubrirme a mi;
pero, es amor lo que siento,
y lo que me mantiene viva
en esta antesala de sombras."

Elisa L.




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Remite : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto 
Julio 1895

Destino : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) /Inglaterra/ UK




Mi querida señorita Elisa Lombardi, como siempre me siento feliz de recibir sus cartas. Ignoraba que fuera usted oriunda de Manchester. Toda mi familia materna era de esa región. ¡Qué coincidencia!
No sabía que había estado usted enferma de polio siendo niña. Espero que no fuera demasiado grave y me alegro que se recuperara tan pronto. 
¿La literatura fue su tabla de salvación? Bueno, algo así me sucedió a mí con la arqueología. Mi padre insistía en que siguiera la carrera de leyes, a pesar de la poca atracción que ejercía sobre mí. Según mi padre es una de las profesiones más relevantes en una sociedad. Bueno, este motivo me tiraba para atrás, aparte de mi escasa fe en la justicia humana, así que me enfrenté a sus deseos y me decanté por la arqueología. Esto causó el rechazo de mi padre durante un buen tiempo, luego afortunadamente, se rindió a la evidencia de que yo había nacido para ser arqueólogo. 

¿Así que su pupila de 15 años, la encantadora Hortense, ya tiene concertado su matrimonio con un rico heredero? Algo en lo que supongo ella no tendrá ni voz ni voto, como es lógico entre las jóvenes herederas de la clase pudiente. Estas son la clase de cosas que rechazo. Los matrimonios concertados de la alta sociedad. Por fortuna, entre la clase obrera todavía la gente se casa por amor, y no para perpetuar el brillo de un ilustre linaje. Sí, ya sé que lleva haciéndose siglos, pero no por ello deja de ser criticable, por mucho que se santifiquen esas uniones a través de la Santa Madre Iglesia. Esperemos que la joven Hortense encuentre agradable a su futuro marido, aunque ella no haya tenido que ver en su elección. En cuanto al futuro laboral de usted, no debe preocuparse, pues confío en que encontrará trabajo en alguna casa. Estoy seguro de que Lady Walton dará buenas referencias de usted, pero si tuviera algún inconveniente, puedo escribirle a la esposa de Sir William Noble refiriéndole su situación; su hermano dirige una agencia de empleo doméstico en Londres, y de allí han enviado servidumbre al Palacio de Buckingham. Por lo que ve no debe inquietarse por el tema del trabajo. Y sí, coincido con usted en que las institutrices y los arqueólogos somos de una raza diferente. Me identifico con usted en lo que dice, mi querida amiga. Nosotros también somos considerados peces raros, y algo extravagantes, supongo que será por nuestro afán en querer descubrir los misterios de antiguas civilizaciones, pues lo consideran un trabajo innecesario e improductivo. ¿Se imagina? Así piensa el hombre moderno hoy. Todo tiene que ser productivo.
¡Que voy a decir de sus poemas! Me quedé sin palabras ante la excelsa calidad literaria y la belleza de sus sentimientos. Querida señorita, es usted una poetisa sublime. También podría considerar enviar sus poemas a alguna firma literaria o a algún periódico local. Sir William Noble conoce a mucha gente, y sé que entre sus mejores amigos hay varios editores literarios. Podría consultarlo con él, si usted lo desea, para eso estamos los amigos.
Le vuelvo a recordar que no debe disculparse por hablarme de sus sentimientos hacia mí; es usted mi amiga, y me siento muy halagado por inspirar tales sentimientos. 

Están sucediendo cosas importantes en las excavaciones. Uno de nuestros mejores oficiales enfermó de malaria hace poco, y tuvo que regresar a Inglaterra; en sustitución han enviado un joven arqueólogo que es toda una eminencia en arte egipcio, pero que parece estar más interesado en hacer política,
por lo que constantemente está viniendo la policía local a hacernos interrogatorios, lo que causa mucho desconcierto a la expedición. 
Ahora mientras la escribo el sol está descendiendo sobre las excavaciones. Su tono anaranjado es tan intenso que recuerda al oro viejo, y la vista es tan bella que parece sacada de "Las mil y una noches". A lo lejos las pirámides despuntan majestuosas contra el ocaso, recordando a los turistas que esta es tierra de reyes. Hay tanta belleza alrededor que las preocupaciones mundanas desaparecen. En momentos así me siento reconciliado con el género humano y doy por buenos todos los malos momentos vivídos. ¡Oh, querida! me gustaría que estuviera usted aquí para apreciar esto, pero sé que me comprenderá al leerme. También al escribirle siento su alma muy cerca de la mía, como si la conociera de siempre y como si nunca hubiéramos sido extraños. Es usted ahora la persona más indispensable de mi existencia y nadie en este mundo es más valioso para mí que usted. Eso no lo olvide, mi apreciada Elisa. Ansioso espero su próxima carta. Cuídese mucho mi querida amiga. Yo la necesito. 

Sinceramente : 
Roger Crawford




P.D. Cuando se conoce a alguien profundamente, la distancia es solo un espejismo.




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Remite : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) Inglaterra/ UK
Agosto de 1895

Destino : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto




Mi querido Roger agradecida estoy de leer sus bonitos cumplidos, y soy sincera al expresarle mi gratitud por sus buenos deseos. Que usted me diga que me necesita es más de lo que yo me hubiera atrevido a desear. Yo también desconocía que su familia materna fuera de Manchester. ¿Ve? ya tenemos otro punto de conexión.
Creo recordar que usted me dijo con anterioridad que había vivido siempre en Londres; yo también, desde los 11 años, y me resulta sorprendente que no nos cruzaramos alguna vez. Me alegra enormemente que eligiera usted estudiar arqueología. No me lo imagino ejerciendo de abogado o juez, sinceramente.
Yo también espero que Hortense sea feliz en su matrimonio concertado, porque le tengo mucho cariño a esa niña; no obstante, creo que eso será difícil. No se debe inquietar por mi trabajo de institutriz. De momento, realizaré mis ocupaciones en Midlehouse durante un año más, hasta el ingreso del señorito James en la escuela especial. Después finalizará mi trabajo en la casa. Lady Walton ya me ha hablado de ello y me ha prometido darme buenas referencias. Gracias por hablarme de la esposa de Sir William Noble. Tendré en cuenta su consejo en caso de que tenga problemas. En cuanto a enviar mis poemas a una firma editorial, pues no lo había pensado, aunque de momento no me atrae demasiado el hecho de ser leída por gente que no conozco. Pero nunca se sabe lo que puede traernos el futuro. Gracias por valorar tanto mis humildes letras. Usted también escribe muy bien. Ya se lo dije.
Lamento los inconvenientes que el nuevo oficial está causando a la expedición. Supongo que son gajes del oficio, y también consecuencia de que en esos lugares la palabra libertad no es muy apreciada. Le ruego que sea paciente, aunque soy consciente de que a veces puede ser difícil. 
No me hace falta estar ahí para comprender lo que desea explicarme, pues puedo ver con los ojos del alma ese sol anaranjado descender sobre el suelo dibujando una escena típica de alguna vieja leyenda oriental. Demasiado bello para poder expresarlo. Supongo que la falta de libertad exterior hace que las gentes de esas tierras construyan caminos en su interior, en su mente y espíritu, y creo que esa es la mejor libertad que podemos disfrutar. 
¿Se acuerda del "Cenador de las libélulas"? Ya le hablé de ese lugar en mi primera carta. Allí le recité un poema al comienzo de nuestra amistad. Se ha convertido en un lugar muy importante para mí, pues desde que iniciamos esta relación epistolar, suelo acudir allí todas las tardes yo sola para leer sus cartas, y así sentirle mucho más cerca. Ya recordará que es un lugar muy hermoso, rodeado de frondosa vegetación y exuberantes jardines, que corona un lago cristalino y que está algo apartado de la casa, situado al sur de Midlehouse. A veces sueño que está usted aquí, contemplando conmigo la belleza del atardecer. ¡Oh! de nuevo le pido disculpas por mi atrevimiento, pero mi espíritu romántico no puede evitar abrir caminos con la palabra cuando se trata de mis sentimientos. Sé que lo comprenderá. Creo que Hortense sospecha que tengo un idilio con usted. ¿Se imagina? No creo que ella pueda comprender la naturaleza de nuestra amistad, aunque yo no le he contado nada de mis sentimientos hacia usted. Ella en cambio no hace más que hablar del sobrino del vicario, un joven irlandés de cabello rojizo y de ideas algo progresistas, que la tiene encandilada desde que regresó de la escuela francesa. Por ese motivo la compadezco, pues a pesar de su alta alcurnia y noble linaje no puede elegir al compañero de su vida, pero eso no es asunto mío. 
El otro día a la hora del té Lady Walton me preguntó por usted, pues ella sabe que mantenemos correspondencia. Le referí algunas cosas, y me dijo que le gustaría presentarle a la única hija soltera de Lord Attenbury cuando usted regresara a Inglaterra. Le dije que usted estaba muy ocupado en las excavaciones, y que tardaría en regresar, pero ella dijo que no importaba el tiempo, pues era conocedora de la crisis personal que usted estaba atravesando desde su ruptura con Violet, y me aseguró que ella le iba a presentar a la mujer ideal para curar su espíritu lacerado. Ya ve, mi apreciado amigo, Lady Walton planea otro matrimonio concertado y con usted de protagonista, y lo que es peor, delante de mis ojos. Bueno, lo digo en tono de broma, porque sé que los Walton le aprecian mucho, y conozco los pensamientos de usted sobre los matrimonios concertados. No piense que me creo con ningún derecho sobre usted, pues yo le respeto mucho, y jamás me atrevería a albergar ninguna esperanza de que usted me correspondiera, y mucho menos me atrevería a objetar sobre su vida sentimental. 
Soy su amiga y su confidente y eso es mucho más de lo que hubiera esperado, pero no pude evitar sentirme algo incómoda al escuchar a Lady Walton hablar de usted en esos términos. Así que mi apreciado Roger, váyase usted preparando para conocer a la deslumbrante hija del coronel Attenbury cuando vuelva de Egipto, porque hay intereses de que sea su esposa. Disculpe el tono jovial en que se lo cuento, pues yo le tengo un inmenso respeto, y deseo aquello que sea mejor para usted. 
Quiero que sepa que he llorado de felicidad al leer las últimas frases de su anterior carta. Y que si yo diera rienda suelta a mis sentimientos ahora le diría muchas cosas más, pero no quiero incomodarle con mis tonterías de solterona romántica. Usted ya sabe lo que yo siento. Esperando su próxima carta me despido de usted, mi apreciado amigo. 

Afectuosamente : 
Elisa Lombardi




P.D. Cuando las almas se conocen no existe la distancia.




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Remite : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto 
Agosto 1895

Destino : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) /Inglaterra/ UK



Querida Elisa, espero se encuentre usted bien. No sabe lo que me impactó la última parte de su carta. He pasado noches enteras reflexionando sobre el motivo de sus palabras. ¿Es posible que esté usted celosa? Mi querida niña, no debe estarlo. No conozco a la hija de Lord Attenbury, y en caso de conocerla no me produciría la menor impresión. Estoy seguro. No creo que esta joven sea igual de deslumbrante que lo era Violet, y ya le confíé a usted que desde mi ruptura sentimental eran otras las cualidades que apreciaba en una mujer, pues la belleza física ya no iba a ser determinante en mis relaciones con el sexo opuesto. ¿Cómo puede usted pensar que yo aceptaría casarme con una dama por su belleza y posición social ? No, mi querida amiga. Yo le he abierto mi alma, y usted ha comprendido. No hay más que hablar. Aprecio a Lady Walton, pero si intenta hacer de casamentera conmigo, no tendrá éxito. Sé que sus intenciones son buenas, pues ella sabe del estado de ánimo tan lamentable en el que quedé tras la ruptura con Violet, pero al mismo tiempo ella ignora quién ha curado mi melancolía y ha creado nuevos caminos en mi interior, y la tiene trabajando a su cargo. Sí, mi dulce Elisa, nadie más que usted podía devolverme la ilusión de vivir. Así que deshágase de esos absurdos celos que no le sientan bien a un espíritu libre como el suyo y siga vibrando alto como hasta ahora. Es usted la criatura más adorable que yo haya podido conocer, no le quepa la menor duda. También le ruego que deje de decir que usted no tiene ningún derecho sobre mí, porque eso no es cierto. En estos momentos tiene usted todo el derecho del mundo, porque mi querida niña, yo también siento lo mismo. Sí, me he enamorado de usted, Elisa, y sepa que no tenía la menor intención de hacerlo, pero ya ve, se ha obrado el milagro, y ahora soy yo el que desea hablarle de amor. Empecé a sentir algo al leer su primera carta, pero no le dí importancia; luego al leer sus poemas mi corazón se iluminó, pero finalmente esta última semana que ha transcurrido desde que leyera su carta ha sido decisiva para que el amor hacia usted tomara forma en mi interior. Ahora lo sé, y sé también que en mis 36 años de existencia es algo que jamás había sentido. La amo Elisa, con un amor desinteresado y verdadero, y la amo porque he conocido su alma con una profundidad como jamás he conocido la de ningún ser humano. Ahora sé que es usted mi alma gemela y la respuesta a todas mis oraciones. Lamento haber estado tan ciego durante aquel verano que comenzó nuestra amistad, pero sepa usted que ya entonces me impactó su personalidad. Trato de evocar la memoria de aquella tarde en el "Cenador de las libélulas" mientras recitaba su poema, y la veo con su vestido de algodón beige estampado en flores, su pamela echada sobre la espalda, sus lacios cabellos ondeando con el viento y aquella sonrisa deliciosa que reinaba en un rostro delicado que me era tan agradable mirar. Tan etérea, tan tímida, tan diferente de Violet. Tal vez por eso su amistad por carta me ha resultado tan deseable y quizá también por eso me he enamorado de usted. No estaba en mis planes, pero ha sucedido, y ahora todos en la expedición sospechan que me sucede algo, pues me notan diferente. Desearía tenerla aquí a mi lado, y también me gustaría estar ahí con usted en el "Cenador de las libélulas'', contemplando el crepúsculo con sus manos entre las mías.
Mi amigo y compañero en la excavación Amilk que es un hombre muy sabio suele decir que el amor es una de las llaves que el Creador regala al hombre para alcanzar la sabiduría y la divinidad. Él dice que cuando amamos estamos más cerca de la salvación, y ahora sé que es verdad. 
Nada deseo más que su felicidad, mi dulce Elisa y nada me duele más que todos esos años de soledad que usted ha vivido. Me gustaría tanto recompensarla y protegerla todos los días de mi vida y darle mi amor puro y verdadero. No soy muy experto hablando de amor, pero yo me he visto reflejado en su alma y sé que jamás voy a conocer a ninguna mujer como usted. 
Ahora le corresponde a usted decidir si acepta a un humilde arqueólogo como compañero de viaje o no, porque en cuanto pueda haré un hueco en la expedición y regresaré a Inglaterra para pedir su mano, y sé que Lady Walton dará su aprobación. 
Ya ve mi querida amiga, esta amistad epistolar comenzó haciéndome usted una declaración de amor, y ahora soy yo el que se declara a usted. Esperando anhelante su próxima carta me despido con el corazón lleno de su recuerdo. 

Sinceramente : 
Roger Crawford 

P.D. La amo con toda mi alma 




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Remite : Elisa Lombardi 
Midlehouse (Dover) Inglaterra/ UK
Septiembre de 1895

Destino : Profesor Roger Crawford 
Valle del Nilo / Egipto



Querido Roger, acabo de leer su carta y le confieso que no estaba preparada para su contenido. ¡Oh, mi apreciado amigo! Siento palpitar mi corazón al escribir estas líneas, y me parece estar soñando. Tengo la sensación de que voy a despertar en cualquier momento. ¡Usted está enamorado de mi! Dios mío, me parece increíble. Es como un maravilloso milagro. Nunca hubiera imaginado que eso pudiera suceder. Ya le dije que no albergaba ninguna esperanza de ser correspondida por usted. Pero, ¡oh! usted dice ahora que me ama y estoy tan sorprendida como omnubilada, y apenas puedo escribir de la emoción tan intensa que siento. Ahora mismo soy tan feliz que siento miedo, créame. Me es casi imposible expresar con palabras lo que siento ahora, pero puedo decirle que desearía que todo el mundo sintiera lo que yo siento ahora porque es una dicha inmensa, y también la sensación de haber vuelto al hogar después de una larga ausencia. ¡Que maravilloso es el amor y cuánto poder curativo tiene! ¡Oh, Roger! ¿Qué puedo decirle a usted? si mi corazón ya eligió la primera vez que le vi en los salones de Midlehouse. Tuve la sensación de conocerle de mucho tiempo atrás. Dicen que esto solo sucede cuando conoces a tu alma gemela. Sin embargo, me parecía tan imposible que usted llegara a sentir algo por mí, que ahora al leerle me parece estar soñando. No creo que mi corazón pueda soportar tanta felicidad. ¡Oh, Roger!, yo solo deseo su bien, y haría cualquier cosa para procurar su bienestar. Usted sabe que siempre fui una muchacha tímida y solitaria, que nunca estuvo prometida. Jamás creí que ningún joven se interesaría por mí hasta el punto de pedirme ser su novia o desear casarse conmigo. Me enamoré de usted y viví mi amor en silencio, sin esperanza alguna, pero ya le confesé que mi alma necesitaba hablarle, no para que me correspondiera, sino para que conociera mi amor, y eso era suficiente para mi; sin embargo, ahora que dice usted amarme, no sé como reaccionar. Es algo nuevo para mi y me sobrepasa. Es como si una luz que hubiese estado apagada en mi interior se hubiese encendido de repente. Eso es usted, la luz de mi ser. ¡Oh, amado mío!, yo estaría aquí diciéndole las cosas más bellas del mundo, pero sería una carta tan extensa que no podría enviarla por correo. Mis ojos están llenos de lágrimas ahora, pero son lágrimas de felicidad y yo nunca creí que se pudiera llorar de felicidad. ¿Usted me pregunta si le acepto como compañero de mi vida? ¡Oh, Señor! Nadie más que usted y solo usted por toda la eternidad. Me dice que tiene pensado regresar a Inglaterra para pedirme en matrimonio, y yo apenas puedo asimilar tantas maravillas. Tendremos que hacer preparativos y hablar con los Walton. Necesitaremos un tiempo para arreglar cosas, pero yo estaré encantada y feliz de ser su esposa.
Tengo miedo de tanta felicidad, ¿usted no? Son nuestras almas las que se buscaban, y han acabado encontrándose. Le amo, le amo, le amo. Aquí estaré esperándole con el corazón rebosante de vida. No tarde amado mío. 

Eternamente suya : 
Elisa Lombardi 



P.D. Le amo, hasta el infinito y más allá.




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TERCERA PARTE

Secretos a la hora del té 


Terminé mi lectura epistolar antes de lo que pensaba. Sin embargo me costó conciliar el sueño aquella noche, pues había quedado yo fuertemente impresionada por la lectura de aquellas cartas. También sentía que había quedado tocada por el espíritu de Elisa Lombardi y Roger Crawford y por su particular historia de amor, que sabía yo iba a alcanzar un enorme protagonismo para mí en lo sucesivo.
Al día siguiente telefoneé a la señora Bedford tal y como me pidió, y le avisé de que ya había leído las cartas. Ella me invitó a tomar el té en su casa a la tarde siguiente. Pasé ese día intrigada por todo lo que la mujer pudiera contarme acerca de aquellas dos personas del siglo pasado, cuyo romance me tenía expectante. 
La tarde del día siguiente me encaminé a pie hasta el pueblo. La señora Bedford me había citado a las 4 de la tarde en su casa. Hacía buen tiempo y el trayecto me pareció un paseo. Los pájaros empezaban a derramar sus cantos sobre los bosques y los árboles mostraban sus galas primaverales bajo el azul del cielo. Más abajo, el río, parecía un espejo encantado. El paisaje en aquella época del año era sencillamente delicioso.
Llegué antes de la hora señalada a una encantadora casa situada en las afueras de Dover Hill. Era una especie de cottage de estilo holandés, rodeada de jardines, con enormes sauces en la parte frontal.
Me esperaban en el porche la señora Bedford y su hija, que debía tener mi edad, y según me dijo su madre, estaba soltera. Era alta y de cabello rojizo. Ethel se llamaba. 
Después de los saludos de rigor y de entregar el paquete de cartas fui conducida a un pequeño saloncito de estilo victoriano, donde una humeante tetera nos esperaba. Tomé asiento en un cómodo sofá. Encendí un cigarrillo. Madre e hija me observaban como si fuera una eminencia literaria, o alguien con un poder sobrenatural. 
Después de un incómodo silencio Irene Bedford habló. Su voz sonó más cálida que en la taberna. Su hija la observaba atentamente.
- ¿Qué le han parecido las cartas?
- Muy hermosas… - respondí reprimiendo en mi interior un aluvión de preguntas 
Irene Bedford me dedicó una sonrisa radiante 
- Bueno, ahora ya está preparada para leer el segundo paquete de cartas, pero antes de eso deberá entrar en conocimiento total de la historia. ¿Desea preguntar algo?
Madre e hija me miraron con expresión interrogante. Yo no sabía muy bien por donde empezar, aunque tenía un sinfín de preguntas que hacer, sin embargo, la actitud enigmática de las dos desvió mi pregunta por otro lado. Medí mucho mis palabras antes de decir: 
- Mi pregunta es ¿qué esperan que haga yo? 
Debió pillarles desprevenidas porque las dos se miraron sorprendidas. Irene habló primero. 
- Pues, creemos que usted comprenderá la historia cuando sepa todo lo que sucedió, y tal vez así…
- Y tal vez así logre que se les haga justicia - agregó Ethel
Fruncí el ceño pues no estaba preparada para tanto misterio, aunque si he de ser sincera, algo intuía desde mi primer encuentro con la señora Bedford.
- ¿Pueden decirme qué sucedió con Elisa y Roger? ¿no tuvieron un final feliz? ¿Y puede saberse cómo puedo yo lograr que se les haga justicia?
Irene Bedford se mordió el labio inferior con gesto preocupante. Frunció las cejas en actitud pensativa, y justo cuando el reloj de cuco dio las 4.15, dijo en tono grave : 
- Ellos nunca estuvieron juntos. Desgraciadamente, no pudieron casarse. En cuanto a usted, mi hija y yo pensamos que al ser escritora tal vez podría publicar las cartas y contar la historia. Iba yo a ponerme en contacto con usted referente a este tema, cuando me enteré que estaba pasando las vacaciones aquí. Creo que fue obra del destino. 
Emití un prolongado suspiro, pues no imaginé que el romance de Elisa y Roger hubiese tenido un final triste, aunque presentía que debía de haber algo más que yo desconocía, y que era ese el motivo de la actitud misteriosa de las dos mujeres. 
- ¿Qué pasó con ellos?, por favor, cuéntemelo…
La señora Bedford sirvió el té, ayudada por su hija Ethel. Percibí que entre madre e hija había un fuerte vínculo. Después de otro prolongado silencio, Irene Bedford comenzó a contarme la historia del romance de la institutriz de su tía abuela con aquel apuesto arqueólogo.
Di un sorbo a mi taza de té, y supe que la tarde sería larga. 

- Después de la última carta de Elisa en la que acepta la propuesta de matrimonio del profesor Crawford, él hizo preparativos para regresar a Inglaterra y formalizar su relación con Elisa. Tenía previsto contraer matrimonio con ella en un breve periodo de tiempo y después regresar con su esposa a las excavaciones. Por lo que respecta a Elisa fue la época más feliz de su vida, pues a sus 36 años jamás había tenido novio, ni nada que se le pareciera, usted me comprende, ¿verdad? Era una muchacha inocente, que ignoraba absolutamente todo de los hombres, sin embargo, era muy inteligente y madura espiritualmente. Poseía una de las mentes más brillantes de su entorno, y tenía una exquisita sensibilidad que según muchos que la conocieron, era propia de un genio. Imagínese, el hombre que ama en secreto durante años y con quien mantiene una amistad por correspondencia, acaba de declararle su amor y tiene la intención de venir a verla para pedirla en matrimonio. Elisa vivió aquella etapa como en un sueño, pero ignoraba la pobre muchacha que aquella iba a ser la última época feliz de su vida. 
Hizo una pausa para tomar aire. Afuera, el silencio era absoluto.
- Por favor, continúe…
Supliqué yo impaciente, ya poseída por aquella apasionante historia. A Ethel le brillaban mucho los ojos. Sentí que ya no estábamos en el año 2000. Habíamos viajado las tres, cien años atrás. 
Irene Bedford siguió con su relato.
- Elisa contó a todo el mundo en Midlehouse que el profesor Roger Crawford había hecho un paréntesis en su trabajo en las excavaciones del valle del Nilo para viajar a Inglaterra y pedirla en matrimonio. Después, si todo salía según lo previsto, ella y el profesor regresarían a Egipto como marido y mujer, y él retomaría su labor en las excavaciones. Aquello era la culminación de todos sus sueños, todo lo que ella había anhelado en secreto, pero la felicidad de Elisa fue tan efímera… ¡Oh, los hombres! A todo el mundo le sorprendió que alguien como el profesor Crawford se comportara de aquel modo, pero no se le puede culpar, después de todo había pasado casi cuatro meses en Egipto, y antes de eso había sufrido una crisis emocional a causa de su ruptura con Violet. Llevaba casi un año sin relacionarse con muchachas jóvenes y en cuanto vio a Hortense…

Irene Bedford cogió un pañuelo y se secó las lágrimas. Su hija le acarició la mano cariñosamente. Después, siguió hablando : 

- La historia de siempre…Elisa no pudo competir con el atractivo físico de la joven Hortense que a sus 16 años ofrecía todo lo que un hombre joven podía esperar de una mujer. Ya ve, todo el sentimentalismo y bellos ideales del profesor Crawford se evaporaron en cuanto tuvo delante a la joven Hortense, quien a esa edad ya empezaba a conseguir que los hombres voltearan la cabeza a su paso, pues su exuberante belleza no dejaba a nadie indiferente, como su carácter voluptuoso y frívolo. Bueno, era mi tía abuela, pero hay que contar las cosas como fueron. Durante aquel verano en Midlehouse, Hortense supo por intuición que Elisa estaba enamorada del profesor Crawford y continuamente la mortificaba por ello. Solía burlarse de la mojigatería de su institutriz y de sus ideales románticos; sin embargo, le tenía a Elisa un cariño sincero. Se rumoreaba ya por aquel tiempo que Hortense pronto sería presentada en sociedad y contraería matrimonio con el heredero de ManorHill, uno de aquellos matrimonios concertados. Se rumoreaba también que Hortense flirteaba con el sobrino del vicario, y con su primo, el joven Eduardo, sin embargo, todo cambió cuando vio a Roger Crawford pasear del brazo de Elisa por los jardines de Midlehouse. Fue un flechazo instantáneo, Hortense lo calificó después de eclipse de sol, y así fue como el castillo de sueños de la pobre Elisa se desmoronó. Una noche de Octubre después de la fiesta de cumpleaños de Lord Walton se fugaron juntos y se casaron en Londres en el más estricto secreto. Al regresar a Midlehouse para darles a todos la noticia hubo un considerable escándalo y Lord Walton le dijo a su hija mayor que estaba desheredada.  
La señora Bedford hizo otra pausa para tomar otro sorbo de su taza de té, yo hice lo mismo, concentrada como estaba en lo que me estaba contando. 
- ¡Santo Cielo! ¡Que historia! Y yo que pensé que el profesor Crawford era un hombre especial, casi un bendito… - dije asombrada 
- Esos son los peores….- agregó con acritud Ethel
- No digas eso, querida. Él padeció una fiebre, un trastorno. Recuerda lo que sucedió después… 
Ethel agachó la cabeza, su madre continuó hablando.
- La pareja de recién casados se disculpó con Elisa por todo lo acontecido, pero ella no les hizo ni el más mínimo reproche. Solo les dedicó una mirada de comprensión y de ternura que fue más mortífera que el rechazo y la condena de los Walton. La humilde aceptación de Elisa de la traición del hombre amado y de su querida su pupila fue el veneno que años más tarde destrozó la salud de Hortense. La joven pareja se instaló en Egipto donde Roger Crawford reanudó sus trabajos arqueológicos. Al finalizar la expedición de Sir William Noble, Roger encontró trabajo en el museo arqueológico del Cairo. Al poco tiempo nació su primera hija, Louise, y después Jasmine. Sin embargo, la pareja estaba muy lejos de ser una pareja feliz. La apatía de él contrastaba con los inexplicables celos de ella, quien además estaba presa de los remordimientos por haberle quitado el novio a su adorada institutriz, quien después del escándalo abandonó Midlehouse sin dejar rastro. Tanto Roger como Hortense se culpaban de cualquier cosa que hubiera podido sucederle a Elisa Lombardi. Con el fallecimiento de Lord Walton, la pareja obtuvo el perdón de su viuda y regresaron a Midlehouse. Fue algo parecido al regreso del hijo pródigo, pues Lady Walton volvió a incluir a su hija en su testamento poco antes de fallecer. Por su parte Roger Crawford se fue sumiendo lentamente en una profunda melancolía que ni el amor de su familia, ni la vasta fortuna de su esposa lograron menguar. Todo el mundo sospechó que era a causa de Elisa Lombardi, pues a los cinco años de desaparecer no había dado aún señales de vida. Hortense descubrió que su marido seguía enamorado de su institutriz, y ella no podía culparlo sin culparse a sí misma. Lo observaba releer una y otra vez las cartas de Elisa con tal desesperación romántica que hacía enfermar su corazón, pues comprendía que con toda su exuberante belleza y juventud no había podido borrar el recuerdo de Elisa en el alma de su esposo. Roger Crawford gastó una enorme cantidad de dinero en conocer el paradero de Elisa. Al fin tuvo noticias de ella, pero fue como una condena para los habitantes de Midlehouse, pues según descubrieron los agentes contratados por Roger Crawford, Elisa había fallecido en un hospicio de Londres, poco después de su desaparición de Midlehouse.

El silencio era tan espeso que se podía cortar. Irene Bedford tenía el rostro contrariado por las emociones que estaba experimentado al recordar. En el rostro de su hija Ethel se adivinaba una angustia contenida. 
Se notaba y mucho que aquella historia de cien años atrás las había marcado. 
A mi entender era un típico melodrama intrafamiliar de corte ultra romántico que había cruzado el tiempo, y dejado su huella en el corazón de aquellas mujeres tan peculiares.
Pero yo sabía que aún quedaba la guinda final, aquel secreto que justificara la actitud misteriosa de las dos mujeres.

- ¡Oh, pobre Elisa!... - acerté a decir sinceramente emocionada
- Si, pobre muchacha …- Irene Bedford tomó aire - y pobre Roger, pues aquella noticia le rompió el corazón. Ya nunca volvió a recuperarse, pues él amaba a Elisa con un amor profundo y espiritual que la desgracia de ella no hizo más que aumentar. Enfermó de los nervios, y al poco tiempo dejó de trabajar. Hortense hizo todo cuanto pudo por sanar el alma y la mente de su esposo, pero fue inútil. Con frecuencia se le veía vagar por los jardines de Midlehouse, hablando sólo y llamando a su amada muerta. Pasaba las tardes en el "Cenador de las libélulas'' recitando los poemas de Elisa, releyendo sus cartas. Sus propias hijas se volvieron invisibles para él. Hortense no resistía más la situación, amaba a su esposo, tenía dos niñas pequeñas, y quería salvar su hogar por encima de todo. No hay que culparla por lo que hizo después…

Al llegar a este punto Irene Bedford guardó silencio y clavó en mí sus profundos ojos azules. Su hija Ethel tomó su mano y la apretó. Supe por instinto que habíamos llegado a un momento crucial de la historia. 
- ¿Qué hizo Hortense …? - pregunté en un susurro 
El reloj de cuco marcó las 5. Una ligera llovizna se vislumbraba por los cristales. Sabía que había llegado al momento álgido de la historia y debía estar preparada para todo. Irene Bedford respondió al fin : 
-…Trajo a Elisa de vuelta 
- ¡Oh…! - exclamé dando un respingo
- Sí …- continuó la señora Bedford - Durante un año prestigiosos psiquiatras habían visitado al profesor Crawford emitiendo todos el mismo diagnóstico sobre su salud mental. Afirmaban que padecía una depresión profunda y un trastorno mental agudo provocado por una fuerte frustración amorosa. Alegaron que no había solución alguna para él, pues la demencia sería progresiva.
Pero Hortense no se rendía a la evidencia, si los médicos no podían devolver la lucidez a su marido, ella lo haría. Así es como se le ocurrió…
Irene Bedford interrumpió su relato, al ver que Ethel estaba llorando. Besó a su hija tiernamente y me dijo : 
- Ethel es muy sensible. También ella se parece a nosotras. Aparte de esto, sufrió una gran decepción amorosa en su juventud  
- Bueno…- traté de rebajar el drama - Todas hemos pasado por eso…
Irene Bedford me sonrió con ternura y prosiguió : 
- Hortense pensó que si la muerte de Elisa había trastornado a su marido, solo su resurrección podría curarlo.
Abrí desmesuradamente los ojos. Eso sí que era un vuelco inesperado en la historia. Como escritora estaba maravillada.
- Y la mejor manera de regresar a Elisa de la tumba era a través de una carta…
Empezaba a ver claro. Las sombras en torno a aquel enigma comenzaban a disiparse. La voz de Irene Bedford me arrastraba a un lugar inhóspito donde también podía apreciarse el aroma de las flores muy cerca.
- Hortense conocía mejor que nadie la letra de su antigua institutriz, y también su forma de expresarse. No fue difícil para ella escribirle una carta a su marido haciéndole creer que se trataba de Elisa. Si con ello conseguía al menos devolverle la ilusión de vivir, se daba por satisfecha. El efecto en el alma y la mente de su esposo fue inmediato, pues tras leer la primera carta experimentó una notable mejoría. En dicha carta "la otra Elisa" le contaba a su amado que estaba viviendo en un pueblo de Irlanda, y que se había curado de una grave enfermedad. Por razones personales le era imposible ir a verle, pero seguía amándolo por encima de todo. Le animaba a escribirle para poder perpetuar su amor por correspondencia como en el pasado. Roger Crawford ocultó la carta a su esposa, y contestó a Elisa con otra carta. Ese fue el inicio de su segunda relación por correspondencia. La primera carta de Elisa Lombardi llegó directamente a Midlehouse, pero Hortense para darle credibilidad a la historia, usó después un apartado de correos particular, adónde llegaban las cartas de "la otra Elisa" con destino a Roger Crawford, quién a su vez también usaba otro apartado de correos reservado por "la otra Elisa" para enviarle sus cartas, las cuales eran después enviadas a su casa en Irlanda, según le había referido la propia Elisa.
Ignorando que se estaba carteando con su propia esposa, Roger Crawford recuperó gran parte de la ilusión perdida. Su amada estaba viva, y lo demás ya no importaba. Volcó todo su corazón en aquellas cartas, comprendiendo que la ausencia física era necesaria para que la unión espiritual fuese absoluta. Recuperó la salud física y mental, incluso dio charlas sobre arqueología en varias universidades. Hortense estaba satisfecha, no solo por la recuperación de su marido, si no porque gracias a la escritura epistolar se estaba conociendo más a sí misma y al hombre con el que se había casado. Todo había salido mejor de lo que esperaba hasta que un día… 

El reloj de cuco dio las 5.30 de la tarde. La lluvia golpeaba contra los cristales como queriendo impedir que el final de la historia fuese revelado.
Mi corazón ya no soportaba más el suspense. Quería saberlo todo, y cuanto antes. 

- ¿Qué sucedió?- :pregunté ansiosa 
Irene Bedford sostuvo mi mirada en una expresión que no supe descifrar. Parecía tensa. Su hija Ethel la observaba expectante. 
- ¡Él lo descubrió todo! - sentenció Irene Bedford 
- ¡Oh…! - fue todo lo que pude decir
Estaba tan sumergida en aquella historia que cualquier asunto importante relacionado con mi vida cotidiana me hubiera parecido una nimiedad. Tenía casi la imagen al completo de aquel puzzle, pero faltaba aún la pieza principal. Fijé mi vista en la señora Bedford como queriendo anticiparme a sus palabras. Ella reanudó su relato. 
- Como usted se puede imaginar aquello fue otra vuelta de tuerca para el señor Crawford, pues no sólo había caído víctima del engaño de su esposa, si no que había perdido a Elisa por segunda vez. Creyó volverse loco, pues no pudo soportar darse cuenta que Hortense había urdido aquello por compasión. Fue demasiado para él. Una tarde después de dejar una nota escrita sobre su escritorio, se dirigió al bosque y se pegó un tiro. 
- ¡ Oh…! ¡Dios mío! - exclamé costernada
Irene Bedford emitió un largo suspiro. Tuve la sensación de que se sentía un poco más desahogada. Sin embargo aún había sombra en sus ojos.
Hortense no resistió aquella nueva prueba y enfermó gravemente muriendo pocos meses después del suicidio de su marido. Fue una tragedia que afectó a toda nuestra familia. Mi tío abuelo James Walton, que se acababa de graduar en Oxford decidió alistarse voluntario en la guerra de los Boers. Nunca se volvió a saber de él. Las niñas fueron enviadas a un colegio interno hasta su mayoría de edad. Louise, la hija mayor de Roger y Hortense, falleció de meningitis poco tiempo después.
Midlehouse fue cerrada, hasta la boda de la joven Jasmine con un joven oficial del ejército. Mi madre que era prima segunda de Jasmine fue acogida en Midlehouse al quedarse sola en el mundo. Allí pudo enterarse de toda la historia y leer el diario de Hortense. Mi madre me contaba que en los alrededores de Midlehouse se tenía la firme creencia de que Hortense había sido la causante del suicidio de su esposo, y por consiguiente de la desgracia de toda la familia. También se pensaba que el profesor Roger Crawford no estaba realmente enamorado de la pobre Elisa y que sólo era un vividor que jugaba con las mujeres, utilizándolas para sus propios fines. Mi madre llegó a obsesionarse con la historia, pues según ella, allí en Midlehouse llegó a sentir la presencia de Elisa y de Roger. Años después al fallecer su prima Jasmine y su marido en un accidente, sin dejar descendencia, mamá heredó Midlehouse, pero nunca llegó a vivir allí, pues la historia le afectaba demasiado. Se trajo todos los recuerdos de Hortense, y de Roger, y contrató a varios detectives para encontrar el paradero de las primeras cartas de Roger Crawford a Elisa Lombardi, las cuales, según se supo después, habían sido guardadas por las monjas que cuidaron de Elisa en el hospicio durante su enfermedad. Después de esto puso a la venta Midlehouse. Desde entonces hasta ahora los rumores sobre mi familia no han cesado.
Irene Bedford hizo una pausa y bebió un poco de agua

- ¡Oh, Dios mío! Entonces… - fue todo lo que pude decir 
La historia era tan triste como fascinante, cautivadora y misteriosa. Una escritora como yo podía verlo.
Me sentía agotada por el largo viaje emocional.
- Es necesario que se les haga justicia, ¿usted comprende? 
Irene Bedford me miró con expresión suplicante 
- Pero…han pasado cien años… - respondí cautelosa
Hizo un gesto de desdén 
- Usted debe saber cómo son estos pueblos. Los rumores van pasando de padres a hijos, y así sucesivamente. "La hacienda de los locos" llaman a Midlehouse. Nosotras no vivimos allí, pero tanto mi hija como yo somos los únicos parientes vivos de Hortense, y los rumores llegan hasta este tranquilo lugar…No sabe la de cosas que dice la gente.
La mujer bajó los ojos apesadumbrada 
- Comprendo - respondí suavemente 
Ethel nos observaba atentamente. La expresión de su rostro me conmovió. La historia le afectaba con la misma intensidad que a su madre, pero al contrario que ella, Ethel no podía expresarlo de la misma forma, por lo que su angustia era aún mayor.
Irene Bedford se levantó de pronto y se dirigió al secreter. Lo abrió y sacó una libreta de cheques. Firmó uno y me lo entregó diciéndome. 
- No es mucho, pero periódicamente le iré entregando una cifra para sufragar los gastos de edición del libro, y para solventar cualquier problema que pudiera surgir. Así que tiene permiso nuestro para publicar las cartas y contar toda la historia que le he relatado. Si es necesario aportar cualquier otra información o alguna fotografía lo haré, pero por favor, cuente la historia. 
La miré fijamente y en un instante que se me hizo eterno pude ver en su ojos, los ojos de Elisa Lombardi obsevarme desde su otro mundo. Ya no tuve dudas. 
- ¡Lo haré! - aseveré con firmeza 
Madre e hija juntaron las manos en señal de triunfo. El reloj de cuco dio las 6 horas. Había dejado de llover. Las tres nos sentíamos ahora mejor. 
- ¿Le apetece otra taza de té? Llevamos toda la tarde hablando y usted estará agotada - preguntó Irene Bedford 
- ¡Oh, gracias! - respondí
Me llenó la taza de nuevo y sirvió también a su hija, la cual parecía ahora mucho más animada 
Acordé con la señora Bedford y su hija que contaría la historia tal y como ellas me la habían contado, y que también publicaría las cartas que me habían entregado. Imposible describir la gratitud que mostraron. Nos despedimos prometiendo seguir en contacto. 
Había sido una tarde intensa, repleta de secretos y emociones, pero yo me sentía satisfecha.

Al finalizar mis vacaciones regresé a mi piso de Londres y después de ponerme al día con mis asuntos, me dediqué a la encomiable tarea de preparar mi próximo libro en el que narraría el romance de Elisa Lombardi y Roger Crawford. 
Mis lectores ya conocen mi forma de trabajar, y como me vuelco en todas mis obras, pero les puedo asegurar que ningún libro escrito por mí me ha llenado tanto como este.
Cuando me dediqué a buscar un nombre apropiado para contar esta historia no tuve ninguna duda, pues desde que escuché ese nombre quede fascinada con él :  
"El Cenador de las libélulas "

A lo largo de mi carrera como escritora he sido conocedora de muchos secretos e historias, pero ninguno me ha impactado tanto como el romance epistolar entre Elisa Lombardi y Roger Crawford. 
Áhora les corresponde a ustedes sacar conclusiones, por lo que a mi respecta este libro ya ha terminado.


Claire Meredith 
Londres 2001
_____________________


EPÍLOGO 

DIARIO PERSONAL DE CLAIRE MEREDITH 
(Reflexiones privadas no incluidas en mi libro)


Sé que solo yo voy a leer este escrito privado, pero es absolutamente necesario para mi que lo haga. Esto me ayudará a tener una idea clara de todo lo que sucedió, y me ayudará a mantener los pies en la tierra. 
Durante la edición de "El Cenador de las libélulas" sucedieron una serie de cosas tan sorprendentes que me vi en la necesidad de dejar contancia de ellas por escrito. Por supuesto nada de lo que aquí narre ha sido incluido en mi libro, ni lo será en ediciones posteriores. No quiero ser tachada de loca ni de fantasiosa, pero si expongo públicamente los hechos de los que he sido testigo, fácilmente podría considerarseme como tal. No obstante, necesito escribirlo aunque solo sea para mi, para demostrarme a mi misma que nada fue fruto de mi imaginación. 
El libro acaba de ser presentado en los establecimientos de todo el país. Espero que tenga buena acogida, aunque eso ya no depende de mí.

Después de enviar el borrador de mi libro a la editorial decidí tomarme unos días de descanso. Alquilé unos videos de cine clásico, (pues soy una cinéfila empedernida), llené la nevera de comida envasada, desconecté mi teléfono móvil, y me refugié en mi piso como si hubiera llegado el fin del mundo. Escribir un libro es un proceso creativo tan intenso que siempre me deja agotada emocional e intelectualmente. Por razones obvias en este caso el desgaste fue aún mayor. Después de dos días desconectada del mundo, con la cabeza llena de preciosas imágenes en blanco y negro, recibí una llamada al teléfono fijo. Al descolgar el auricular reconocí la voz de Ethel Bedford. Parecía un poco ansiosa.
- Señorita Meredith, mi madre y yo tenemos algo que contarle...
No me sorprendió lo que dijo porque en nuestro encuentro aquella tarde de revelaciones intuí que las dos mujeres me ocultaban algo. 
Como no tenía nada que hacer quedé con Ethel en ir a visitarlas esa misma tarde.
Me arreglé rápidamente y tomé un tren en la estación Victoria para acercarme a Dover Hill. Era una tarde soleada de Abril.

Llegué a eso de las cinco a la casa de la señora Bedford. Ella y su hija me esperaban en el porche como la otra vez.
Los jardines del cottage estaban inundados de flores. La vista era magnífica. 
Me hicieron pasar al saloncito. 
Una vez acomodada, intenté medir mis palabras. Al fin dije : 
- Yo sabía que me ocultaban algo…Bueno, ¿de qué se trata?
Las dos se miraron algo apuradas. Fue Ethel la que habló después de un incómodo silencio. 
- Mamá es mejor que se lo digas. No la he hecho traer aquí para nada. Ella debe saberlo, sobretodo ahora que el libro va a ser publicado. 
Irene Bedford tomó aire y después de mirar intensamente a su hija exclamó: 
- Está bien, lo haré
La mujer alzó los ojos como si pidiera ayuda al Cielo, y después de acomodarse en el sofá dijo : 
- Pero tiene usted que prometernos que no dirá nada a nadie. 
- ¡Prometido! - respondí en el acto, preparándome para escuchar cualquier cosa. Con aquellas mujeres había que estarlo. Ethel me observaba expectante. 
El sol de la tarde se filtraba por los visillos destellando sobre la porcelana del té.
Irene Bedford prosiguió con su acostumbrado tono solemne.
- Elisa y Roger siguen escribiéndose cartas de amor …
- ¿Cómo?
Esta vez fui yo la que se quedó sin palabras y para una escritora eso es casi imposible. 
- Sí …Durante cien años no han dejado de hacerlo...
Mi corazón palpitaba como un caballo desbocado. Menos mal que iba preparada. 
- Las cartas llegan aquí desde el otro mundo...
Abrí los ojos desmesuradamente. Aquella familia tenía poder para trastocar mi mundo y de qué manera.
- ¡Dios mío!
Irene Bedford me estudiaba atentamente. No parecía muy segura de querer contármelo, pero parecía que Ethel la estaba obligando a ello. Volvió a tomar aire para hablar. 
- Al fallecer mi esposo decidí instalarme en este pueblo con mi hija. Necesitaba estar cerca de Midlehouse, porque al igual que mi difunta madre, yo también estaba obsesionada con la historia de la familia. Había leído de jovencita el diario de Hortense, las cartas entre Elisa y Roger, las cartas de Hortense. Era conocedora de todos los secretos de Midlehouse y del mismo modo que le sucedió a mi madre, sentía que una fuerza sobrenatural me impulsaba a seguir evocando aquella historia. Mi hija era una niña entonces, pero al poco tiempo fue sintiendo lo mismo que yo en torno a la historia de Elisa y Roger.
Una mañana fui al buzón y descubrí que estaba lleno de cartas. Ninguna tenía remite, ni sello postal, y aunque la dirección de destino era la nuestra, en todas estaban escritos a mano los nombres de Elisa Lombardi y Roger Crawford. La mitad eran de ella, dirigidas a él, y la otra mitad eran de él, dirigidas a ella. También descubrí que ninguna de aquellas cartas nos eran enviadas desde la oficina de correos. Simplemente, aparecían allí. Desde algún mundo invisible Roger le escribía a Elisa y ella le respondía, e inexplicablemente todas las cartas llegaban a nuestro buzón. 
Imagínese lo que supuso para nosotras. Las llevamos recibiendo 20 años, y aparte de nosotras, nadie las ha visto o leído. Son las cartas de amor más bellas que jamás se han escrito. Las tenemos todas en el ático. Llegan una vez al mes. Ellos viven su amor a través de esas cartas, y por todo lo que se cuentan son muy felices. Ya ve, al final su amor nunca se rompió.
La última pieza de aquel puzzle era tan sorprendente como fantástica. Así que Elisa y Roger siguieron viviendo su amor a través de las cartas y desde el otro mundo. Estaba maravillada e incapaz de encontrar las palabras correctas para expresar lo que sentía.
Irene Bedford se levantó y me condujo hasta la escalera del vestíbulo. Subí tras ella hasta el ático. 

Nada más entrar a aquella habitación pude percibir el aroma y el encanto de otro tiempo. Sentí una presencia amorosa en torno a mí, y cuando la señora Bedford abrió un viejo arcón junto a la ventana, me quedé sin palabras. 
Cientos de cartas se revelaron ante mis ojos, y en todas ellas los nombres de Elisa Lombardi y Roger Crawford reinaban como figuras principales de aquel romance singular. Paseé mi mirada por algunas y quedé extasiada al reconocer la hermosa caligrafía de Elisa dirigirse a su amado.

"¡Oh, Roger! Amado mío, ¿verdad que ahora la vida terrenal te parece insignificante, comparada con esta grandiosidad en nuestro ser? Es como si acabáramos de nacer..."

"Siempre supe que nuestro amor sería eterno…"

"Mi dulce Elisa, saber que lees mis cartas y sientes lo mismo que yo, es la prueba irrefutable de que he llegado al paraíso, pues siento tu espíritu vibrar muy cerca del mío. Es como si nunca hubiéramos estado separados. Te amo tanto, mi bien…"

"Y juntos estaremos por toda la eternidad, porque ahora estamos vivos y lo comprendemos todo. En esta carta está mi alma impregnada y yo percibo la tuya en cada renglón, mi amado Roger"

- ¡Es impresionante! - exclamé sin terminar de dar crédito a lo que veían mis ojos
Irene Bedford sonrió dulcemente al ver mi reacción 
- En ese armario hay más cartas…Las que llegaron al principio. 
- ¡Es asombroso! ¿Y cómo cree usted que llegan hasta aquí?
- Lo ignoro. Es un hecho insólito que no tiene explicación desde las leyes de la lógica, pero sí desde las leyes del espíritu. Mi hija suele decir que Elisa y Roger desean que leamos las cartas que se escriben en la eternidad…- hizo una pausa para contener la emoción - Ethel quería que usted fuera conocedora de nuestro secreto, ahora que el libro va a ser publicado. 
Asentí, fascinada por la solución final de aquel enigma y por aquel amor tan inmenso entre la romántica institutriz y el apuesto arqueólogo. Un amor que había atravesado el tiempo y el espacio para poder consumarse a través de unas cartas, que sin duda serían las más bellas cartas de amor que se hubieran escrito dos enamorados. 
Rodeé las paredes del ático con la mirada. Era una habitación amorosa dedicada a preservar el recuerdo de Elisa y Roger en el tiempo. Había objetos y recuerdos de otras épocas por todo el ático, y muchos retratos colgados en las paredes. Me llamó la atención un cuadro en la pared frontal. Era una de aquellas fotografías primitivas de fines del siglo XIX. En ella se veía a una joven pareja y a unos niños posando dentro de un bello cenador sobre un lago. Era muy hermosa. Me acerqué para mirarla.
- ¿Son los Walton? - pregunté intrigada
Irene Bedford negó con la cabeza visiblemente emocionada 
- No. ¡Son ellos...! Elisa y Roger, en el "Cenador de las libélulas". Se tomaron esta fotografía una tarde de aquel verano que Roger pasó en Midlehouse, dos años antes de que empezaran su relación epistolar. Los niños junto a ellos son Hortense a los 12 años, y el pequeño James. Fue una época feliz...
Observé la fotografía con más atención. El Cenador estaba situado sobre un lago cristalino que a su vez estaba rodeado de frondosa vegetación. Era muy hermoso. Roger y Elisa estaban posando detrás de los pequeños Walton. Hortense a la edad de 12 años ya indicaba que sería una belleza cuando se hiciera mayor, y su hermano James era un muchacho rubicundo y de aspecto sereno. Roger era un hombre alto e increíblemente apuesto. Elisa parecía una muchacha sencilla, y aspecto delicado. En esa época todavía no habían iniciado su relación epistolar, pero ya eran confidentes, y ella estaba enamorada en secreto de él.
Irene Bedford me observaba. Después de unos instantes de reflexión añadió: 
- Ahora están todos juntos, y son felices. ¡Lo sé!


Después de una emotiva despedida en el porche me alejé de las dos mujeres, prometiéndoles de nuevo que no revelaría nada de lo que me habían contado aquella tarde. También les prometí que seguiríamos en contacto.


________________________________________




Cierta mañana de Marzo cuando se estaba se punto de publicar mi libro recibí una llamada de mi editor expresándome su opinión se que sería bueno aderezar la historia con algunas fotografías de Midlehouse y del "Cenador de las libélulas". Me preguntó si tenía alguna y le dije que no. Puesto que aún había tiempo para incluir las fotografías en el libro antes de la encuadernación final, le dije que ese mismo día tendría las fotografías, pues yo misma me ofrecía a hacerlas. Mi editor estuvo de acuerdo. 

Así que inmediatamente después de comer me acerqué de nuevo a la región de Dover. Subí al primer tren de la tarde con destino a Dover Hill. El cielo estaba nublado, pero parecía que el sol iba a abrirse paso. Tenía pensado sacar las instantáneas con mi nueva cámara, que era de excelente calidad. Llegué muy pronto a la antigua hacienda de los Walton, hoy propiedad de otra familia. 

Al contemplar Midlehouse desde el muro de piedra suspiré maravillada, pues era una de esas casas fastuosas de origen victoriano en las que siempre había deseado vivir. Era elegante y majestuosa, y parecía que el tiempo se había detenido sobre ella.
Saqué mi cámara e hice unas cuantas capturas. Después me dirigí al bosque buscando el famoso Cenador que según me habían indicado estaba junto a un lago. 
Fui bordeando el límite de la propiedad hasta que llegué al final de los terrenos. Alcé la cabeza por encima del muro, y efectivamente allí estaba el lago con su bello cenador. 
Hice varias capturas con el teléfono, pero no conseguía la imagen panorámica de la vista que yo deseaba.
Tuve mucha suerte, pues uno de los jardineros me observó y se acercó a mí. Era un hombre maduro, de acento galés.
- ¿Es usted la escritora? 
Asentí con la cabeza
- Sí, ¿me conoce? - pregunté sorprendida 
El hombre sonrió amablemente 
- La señora Bedford me habló de usted. Dice que está usted escribiendo un libro sobre los antiguos dueños.
Le devolví la sonrisa, esperando que me ofreciera entrar para fotografíar mejor el cenador.  
- Así es, y me gustaría tomar varias fotografías del cenador desde dentro. Aquí hay muy poca perspectiva. 
El hombre se rascó la cabeza pensativo, y después de unos instantes añadió:
- Sí, claro, si se trata del libro puede pasar. Venga por aquí para que le abra. 
Lo seguí bordeando el muro hasta la puerta de entrada.
Una vez dentro me condujo hasta el lago. En la parte central y sobre un páramo de césped brillante, el "Cenador de las libélulas" reinaba con una belleza misteriosa.
Sobrecogida por la emoción tomé algunas instantáneas. Había buena luz, pues el sol se habia abierto paso al fin. Después, no pude resistir el impulso de acercarme al Cenador. Llegué hasta allí cruzando una estrecha plataforma de cemento sobre el agua. Era consciente de que el jardinero me seguía con la mirada. 
Una emoción indescriptible se apoderó de mí cuando estuve dentro del Cenador. Era como haber llegado al final del camino. Podía sentir el espíritu de Elisa y Roger flotar armoniosamente en torno a mí. Recordé que aquel era el lugar donde ella le había recitado el primer poema, donde ella leía las cartas que él le enviaba desde Egipto. y también el sitio donde Roger se refugiaba durante su enfermedad nerviosa. También era el lugar donde había sido tomada aquella vieja fotografía que había en el ático de la casa de Irene Bedford. 
Por lo tanto no me extrañó mucho lo que sucedió a continuación. 
El amable jardinero se había ausentado de allí unos instantes, y fue en ese intervalo de tiempo cuando ocurrió...
Sé que no lo soñé, y puedo asegurar que jamás mi imaginación me ha jugado malas pasadas, pero
pude ver con una nitidez asombrosa a una pareja apoyada de espaldas en la barandilla del Cenador. Aparecieron de repente ante mis ojos, pero parecía que llevaban siglos allí. Iban vestidos con ropas de la época victoriana. Estaban de cara a mí, cogidos de la mano, y me sonreían. 
Quedé petrificada, aunque a aquellas alturas ya debía estar preparada para cualquier hecho sorprendente. 
Eran la viva imagen de la felicidad. Iban agarrados de la mano. Él era alto, y muy apuesto, idéntico al hombre que había en el cuadro del ático de la señora Bedford. Tenía el cabello ligeramente rubio, y los ojos muy azules. Ella era más bajita, muy delgada, y de aspecto frágil y etéreo. Llevaba el cabello castaño suelto y tenía anudado sobre el pecho los lazos de una pamela que le caía sobre la espalda. 
Parecían sacados de una vieja postal. Yo no podía dejar de mirarlos. Estaba fascinada. De pronto ella habló con una voz dulce y musical. 
- Gracias Clare...
Paralizada como estaba solo pude sonreír, mientras intentaba asimilar lo que estaba viendo.
Quise hablar, pero no hubo tiempo, pues del mismo modo en que habían aparecido desaparecieron. 
Fue la primera experiencia sobrenatural de toda mi vida, y puedo asegurar que jamás he creído en este tipo de cosas.
Presumo de tener una mente lúcida y muy bien dispuesta, por eso sé que no fue producto de mi imaginación.
Durante la preparación del libro hube de leer también las cartas de Hortense a su esposo Roger, cuando se hizo pasar por la fallecida Elisa. Eran muy hermosas, y la caligrafía era similar, pero se notaba que no las había escrito Elisa. Faltaba algo que no supe describir. Sin embargo, las cartas de Roger cuando cree que se está carteando con la desaparecida Elisa, son de una belleza y emotividad abrumadora.  Casi puedo decir que son las que más me impactaron. Puedo comprender la desesperación del hombre profundamente enamorado al caer en la cuenta del engaño, y también entiendo el dolor de Hortense al comprender la intensidad del amor de su esposo por Elisa. 

Esta es una de mis preferidas 

" Que feliz soy de volver a leerte, mi adorada Elisa, y ¡cuanto te he llorado, amada mía! Fui tan estúpido, tan insensato. No comprendí entonces que mi alma ya te había elegido antes de nacer, que siempre serías tú la dueña absoluta de mi ser; pero el destino me tendió una trampa, y caí. ¡Oh, mi dulce ángel! Que no daría yo porque estuviéramos juntos y no padecer más sinsabores e infortunios. Paso las horas muertas en el "Cenador de las libélulas", evocando tu presencia, tu cara de niña, tu timidez. Pero, la vida me agobia. Es como si alguien cortara pedazos de mi interior, pues no me puedo perdonar el mal que te hice. ¡Oh, mi amiga del alma! Si pudiera tenerte, aunque solo fuera por carta ya podría considerarme el más afortunado de los hombres. Escríbeme siempre, mi amor. Aguardaré tus cartas como los jardines de invierno aguardan la primavera. No dejes de hacerlo, pues es lo único que hace palpitar mi corazón. Te amo más allá del mundo y del amor. ¡Oh, amada mía!

Tuyo : 
Roger

También pasé noches enteras leyendo las primeras cartas de Elisa y Roger desde la eternidad, o desde el más allá. Debo decir que al principio este extraño fenómeno a punto estuvo de desquiciarme, pero después acabé acostumbrándome, e incluso lo consideré algo dentro de lo normal. Después de todo, "ellos" también me habían elegido a mí, según me dijo Ethel Bedford, pues ella intuía que Elisa y Roger deseaban que yo leyera esas "otras cartas". Lo hice, y puedo asegurar que son las más bellas cartas de amor que se hayan escrito jamás. 
Ya no me extraña ningún hecho insólito.  Después de todo, la vida misma es lo más increíble y sorprendente que exista. 
No sólo mi carácter, y mi forma de pensar han sufrido un vuelco, si no mi estilo literario. 
De todas formas sé que desde que establecí contacto con la historia de Elisa y Roger no he vuelto a ser la misma, pues yo creía que al ser escritora de novelas románticas era una experta en todo lo concerniente al amor, pero ahora sé que no sabía absolutamente nada de ese tema, y no puedo dejar de estar agradecida, pues siento como si la adolescente que hubo una vez en mí hubiera regresado para salvarme de la monotonía, y envolverme con su halo romántico y sentimental.
Es tan aburrida la madurez...



FINAL 
Yolanda García Vázquez 
Derechos de autor reservados 
España 
Junio 2022



















 







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