"SANTA CECILIA" - LA LUZ DE UN MUNDO HOSTIL


"SANTA CECILIA" 
La luz de un mundo hostil

Autora Yolanda García Vázquez
Derechos de autor reservados 
España





"Yo sé que hay fuegos fatuos
que en la noche llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran, no lo sé."

Gustavo Adolfo Bécquer






Capítulo I
Los sueños de una indigente 

Madrid, año 2000



Envuelta en una espesa neblina interior, Estivalia cerró los ojos y se dejó llevar. La gélida brisa del atardecer se coló por sus ajadas ropas señalándole el camino del invierno, pero la mujer hizo caso omiso, se aferró a sí misma y se aventuró a reescribir su historia como en ella era costumbre. Apoyó la cabeza contra su bolso de mano, levantó las piernas y las colocó a lo largo del banco de piedra, se cubrió con una gruesa anorak,  y cruzó los pasadizos del sueño dejando atrás los cantos de los pájaros.
Estivalia correteaba por los bosques como una adolescente. La madurez y los achaques habían quedado atrás, y con ellos, la pobreza y la soledad. En ese espacio intangible todo era posible, y ningún mal podía amenazarla, ¿qué importaba todo lo demás?¿Qué importaba que en el mundo real nadie la quisiera, y fuera un estorbo para todos, si había un lugar donde ella era la reina absoluta? 

Estivalia sonrió con los ojos cerrados mientras divisaba con los ojos del alma un paisaje de sublime belleza. Todas las penalidades las daba por buenas con tal de encontrarse allí en aquel momento. Era su reino, y de allí nadie podía expulsarla. Estivalia se abrazó con la mirada al entorno. Ese era su mundo, su país. Una expresión de enorme placidez se dibujó en su rostro.
La mujer era inmensamente feliz, pero como suele suceder, alguien ajeno a su mundo interior, la sacó de sus ensoñaciones. Era un guarda recriminándola por dormir en un parque público.
Estivalia regresó al mundo real a regañadientes, cogió sus bártulos y con andar cansado se alejó de allí. 

El sol se inclinaba rojizo sobre la ciudad. El sonido de los claxons de los autos se mezclaba con los murmullos de los transeúntes en su afán cotidiano por llegar a sus casas desde el trabajo. La vida no era ningún jardín de rosas. Allí en medio de sus conciudadanos, Estivalia era una extraña para todos, una paria. Alguien que se había saltado las normas del mundo real para dar rienda suelta a sus alas imaginarias. Mujer soñadora y de mente de altos vuelos, que aunque había viajado mucho por los pasajes del sueño, jamás había salido de aquella ciudad. Sola y sin familia había construido su vida sobre cimientos etéreos que aunque habían sostenido sus anhelos románticos, no habían soportado el peso de la realidad. Y así fue como después de una grave enfermedad que echó por tierra sus escasas esperanzas de encauzarse a sí misma, Estivalia se rindió. Había perdido su pequeña casa y casi todas sus pertenencias durante su convalecencia y cansada de pedir ayuda a quienes la habían abandonado, Estivalia entregó sus cargas a Dios.

Desde hacía casi cinco años comía y dormía en un albergue para pobres. A veces recogía cartones y los vendía por unos céntimos; No obstante, después de la última gripe que había pasado, su escasa salud se había deteriorado mucho, por lo que se vio obligada a practicar la mendicidad, cosa que le causó un mayor rechazo entre aquellos que la habían conocido, pero a ella eso ya no le importaba, pues sabía que Dios la estaba probando una vez más, sin embargo, lo que iba a ser algo temporal mientras su situación se arreglaba se convirtió en su modo de vida. 
Mujer de enormes convicciones religiosas no le faltó nunca el consuelo propio y la esperanza de una vida mejor. Todos los días recorría las avenidas de la gente pudiente apelando a la caridad, y aunque algunas monedas caían, siempre tenía la sensación de ser un estorbo. 
Después de sus paseos diarios buscaba algún parque para comer lo que le daban en el hospicio, y si estaba muy cansada trataba de echar un sueñecito en algún banco hasta la hora de volver al Albergue. Nadie la importunaba demasiado, pero nunca se libraba de las miradas de desprecio, y los juicios de valor al contemplar su ropas harapientas y sus zapatos rotos. Estivalia al percibir esto meneaba la cabeza con pesar y se refugiaba en sí misma, y en ese lugar donde ella reinaba, su imaginación.



Capítulo II
Instituto Santa Cecilia 


Una tarde de Marzo, cuando la brisa ya empezaba a traer los primeros efluvios primaverales, Estivalia decidió ir hasta las afueras de la ciudad donde se hallaba el viejo instituto donde acudiera durante su adolescencia. Algunas veces, a lo largo de su vida, se había acercado por allí, para recordar aquel tiempo, pero nunca se demoraba mucho, pues los recuerdos felices dolían demasiado. No obstante, aquella tarde tenía una razón especial para ir allí, pues la noche anterior había soñado con aquel lugar donde podía haber cambiado su vida.
Con un extraño afán recorrió el largo trecho hasta aquel viejo edificio, situado en la parte antigua de Madrid.
El cielo del atardecer dibujaba un asombroso lienzo sobre la ciudad. El río fluía sereno como si perteneciera a otro tiempo. Una extraña paz lo envolvía todo.
Estivalia llegó hasta su antigua escuela casi sin resuello, y allí bajo las orladas nubes vio como se erigía imponente la fachada del Instituto "Santa Cecilia "; Aunque a nadie engañaba el hecho de que ahora era un edificio abandonado, aún conservaba cierto halo de notoriedad. Un cartel que anunciaba : "Próxima demolición" golpeó en el espíritu de Estivalia, quien alzó los ojos para atisbar las cuatro plantas de cemento y suspirar como lo hubiera hecho la adolescente que fue.
Cuarenta años la separaban de aquellos muros. 
Contempló con nostalgia los gruesos ventanales, detrás de los cuales se hallaban las aulas donde tantas tardes pasó repitiendo la lección, y una punzada de dolor traspasó su ser al evocar la mirada de la única persona para la que ella había sido importante, aquel muchacho risueño que le había hecho la única declaración de amor que ella recibiera en toda su vida. 
Nunca dejó de recordarle, aunque nunca volvió a verlo al dejar el Instituto. Sin embargo, sus fracasos personales y su inexistente vida amorosa hizo que con frecuencia recurriese a aquel bello momento como un tesoro de incalculable valor.

"A las buenas chicas suele irles todo mal…", había escuchado alguna vez; y en su caso no podía ser más cierto, pero a ella no le gustaba lamentarse, pues sabía que todo eso formaba parte de la prueba de Dios.
Viajó al pasado y se vio a sí misma paseando por aquellos largos pasillos abrazada a su libro de literatura; Vio los corros de sus compañeras en los que ella casi nunca formaba parte, pues era consciente del rechazo que causaba, aunque nunca comprendió el motivo.
"Es muy rara, maja, pero rara", solían decir. La causa de su rareza no era otra que su innata timidez y su falta de autoestima, unido a un exceso de sensibilidad que la hacía ser centro de algunas burlas y bromas. Nunca se defendía, solo guardaba silencio y se escondía para llorar. No tenía muchas amigas, solo dos o tres con las que compartía su afición por la poesía del siglo de oro, aunque a parte de esto tampoco intimaba mucho con ellas. Desde muy niña había captado de forma muy poderosa la naturaleza hostil del mundo, e incapaz de cambiar y comprender nada aprendió a aislarse y a refugiarse en ese otro mundo, donde nada malo podía sucederle.
También por ese tiempo aprendió a no buscar la aprobación de los demás, si la rechazaban peor para ellos; También y gracias a su afición por la literatura, aprendió a convertir aquella frustración en una nueva fuerza que ya nunca la abandonaría. 
Estivalia alzó de nuevo sus ojos cansados hasta el piso de la clase del segundo curso y una débil sonrisa se dibujó en su rostro. 
Cerró los ojos y recordó con emoción.
Fue por aquel tiempo cuando otra nueva fuerza comenzó a hacer acto de presencia y esta vez no venía de ella misma.
Fue en clase de literatura. El maestro se estaba explayando sobre la obra de Gustavo Adolfo Bécquer, enumerando sus innumerables recursos artísticos, y su estilo inequívocamente romántico, cuando al escuchar unos versos recitados del inmortal poeta en boca de Don Andrés, unos ojos castaños la observaban ávidos desde el otro lado de la clase. Supo por intuición quien era el dueño de aquellos ojos, pues desde los tiempos de la época escolar había notado que su compañero Alejandro Guzmán sentía un especial interés por ella, aunque claro está, él nunca le había dicho nada. Ahora, a sus 15 años, y siendo la chica más impopular del instituto aquel hecho tomaba un cariz especial, pues por vez primera comenzaba a sentirse importante, aunque no podía evitar que esos asuntos le diesen algo de miedo, pues ya entonces tuvo la vaga sensación de que siempre iba a ser así. No obstante, ser consciente de que era importante para alguien la hizo sentirse diferente. 
Evocó los versos de Bécquer en boca del maestro, mientras sentía la mirada de Alejandro desde el pupitre del fondo. Aquella mirada posesiva que parecía querer saberlo todo de ella ya nunca la abandonaría, pues en el futuro nadie habría de mirarla así. 
Nunca respondió a las miradas de su compañero, tan solo agachaba la cabeza temblorosa y rezaba para que él dejara de mirarla, pero no de pensar en ella.
Alejandro era un muchacho de 15 años, muy despierto y valorado por los profesores. Era de los chicos más brillantes y populares del instituto. Sacaba las mejores notas y también era de los más guapos. 
Desde 5 de E.G.B. siempre había mostrado interés por ella, como si quisiera ser su amigo, aunque ella no le había dado mucha importancia. Vivían en el mismo barrio, y habían tomado la primera comunión juntos, sin embargo, rara vez habían hablado. Ahora en plena adolescencia aquel interés amistoso se había tornado en algo distinto y ella lo percibía como un revulsivo y un problema también. No comprendía nada del amor y le asustaba enormemente, pero no podía evitar sentir un profundo halago. Durante las horas de recreo se sentaba sola en una esquina esperando que él se acercara para hablar con ella, pero nunca lo hizo. Sin embargo, solía bromear y hablar mucho con las otras chicas del instituto. Esta actitud intrigaba a la muchacha que no entendía porqué él también parecía rechazarla.




Capítulo III
Anónimo



Una tarde al salir de clase de confirmación en la parroquia del barrio lo vio acercarse a ella con la misma mirada que en clase. El primer impulso fue el de salir corriendo, pero la compañera que iba con ella la retuvo.
- ¡Oh, por ahí viene Alejandro! A ver qué quiere…
Cuando él se acercó hasta ella la miró fijamente y le dijo en un tono enigmático: 
- Quiero decirte algo importante 
Ella volvió a temblar, porque intuía de qué podía tratarse y sentía que no estaba preparada para ello.
Él la cogió de la mano y la llevó aparte. Las paredes ocres de las estrechas callejuelas parecían observar la escena. 
Notó el frío temblor de sus dedos al sostener su mano. 
Esperó como una condena las palabras de él en un instante que se hizo eterno; sin embargo, el muchacho guardó silencio, y fingiendo que todo era una broma alegó: 
- Se me ha olvidado 
Estivalia respiró aliviada, pero confusa otra vez por su silencio. ¿Sería que él se había burlado de ella, o que tal vez los sentimientos que percibía del chico los había imaginado o exagerado?
La respuesta le llegó unos días después cuando leyó una nota que habían dejado en su pupitre en la que decía : 

TE QUIERO 
Anónimo 

Supo al instante quien lo había escrito, y a partir de ese momento ya nunca volvió a sentirse inferior o diferente al resto de sus compañeras. Él la amaba, aunque fuera en secreto y no se atreviera a confesarselo, y eso era suficiente para levantar su ánimo por encima de aquel mundo hostil. 
No volvió a hablar con él, en lo que quedó de curso, tampoco recibió ningún anónimo de su parte. Las miradas desde el pupitre de él continuaron, sin embargo, no hizo ningún otro intento para hablar con ella.
Llegó el verano y las vacaciones. El padre de Estivalia encontró trabajo en otra localidad y ella tuvo que cambiar de instituto. Fue en el año 1961. Nunca volvió a ver a Alejandro, pues ella y su familia se fueron a vivir a otro lugar. Cierto día en que regresó a la ciudad durante las fiestas de San Isidro, al asomarse al balcón de la tía Eulalia para ver la verbena, lo vio con un amigo charlando. Habían pasado tres años desde la última vez. Alejandro debía tener 18 años, y llevaba el cabello muy corto como suelen llevarlos los quintos. Supuso que estaba haciendo el servicio militar.
Él no la vio, y Estivalia pensó que debía haberse olvidado de ella.
Relegó su recuerdo al fondo de la memoria, pero poco después con el devenir de los sinsabores y las desgracias en su familia no tuvo más remedio que recurrir a él como el recuerdo feliz de una mirada y de un sentimiento que nunca llegó a materializarse. Sin embargo, pese a esta ausencia física, sintió que lo amaba como nunca en su vida fuese a amar a nadie,  pues aquellas miradas desde el pupitre del fondo y aquel anónimo le habían sostenido el alma durante su solitaria adolescencia. 

Estivalia vio pasar el tiempo, y con él se fueron diluyendo los sueños y las oportunidades. Poco a poco todo fue saliendo mal en su vida hasta el terrible diagnóstico que tambaleó su existencia y la hizo desembocar en aquel paraje sombrío, en el cual tan sólo sus sueños conseguían salvarla. Vencida, y con 55 años a sus espaldas, su situación le parecía propia de un náufrago que ha sobrevivido a muchas tormentas. 

Miró su viejo reloj de pulsera y vio que ya eran las 7 de la tarde. Suspiró visiblemente emocionada por aquella visita al pasado. Se aferró a su vieja chaqueta de lana como si el frío del alma se le hubiera ido a la piel. Hasta ella llegaron las voces de unos chiquillos que estaban jugando en un solar cercano al colegio. Sonrió y se encaminó hasta la puerta. Las letras de "Instituto Santa Cecilia" seguían grabadas en piedra sobre la entrada. ¡Cuántos recuerdos!
Fue entonces cuando lo vio.
Pendido de un clavo y sobre la puerta había un pequeño tablón de anuncios semi vacío excepto por una nota que decía :

IMPORTANTE

Reunión de antiguos alumnos del "Santa Cecilia" Promoción : 1960/1962, en el "Salón Atlántico" de la Calle Fuencarral, el próximo viernes 31 de marzo, a las 6 h. de la tarde. Cena y baile. Los asistentes deberán aportar 20 euros a la entrada para sufragar los gastos, y aportar su carnet del colegio.

El corazón le dio un vuelco. En muy pocas ocasiones había asistido a bailes, sólo cuando sus padres vivían, y siendo acompañada por ellos. Fue en las fiestas del pueblo, pero ningún joven la sacó a bailar, solo su tío y su padre.
Jamás pisó ninguna discoteca ni aquellos sitios que frecuentaban las jóvenes de su edad, y no fue por temor o porque no tuviera amigas, si no porque sentía que ese mundo ya no formaba parte del suyo; sin embargo, esta vez sintió algo distinto, pues al leer aquellas líneas en la entrada, un sinfín de imágenes se dibujaron en su cerebro. Vio con los ojos del alma la figura de Alejandro avanzar entre sus compañeros de clase hasta ella.
¿Qué habría sido de él? Habían pasado 40 años. ¿Estaría bien?¿Acudiría a la reunión? ¿La recordaría? Un viejo anhelo se abrió paso en su ser. 
Y si…
Bueno, nada perdía con ello. De muchos sitios la habían echado. Se miró en el cristal de una ventana. Estaba deteriorada, y con aquel aspecto solo en sitios como el albergue para pobres era recibida. 
Y sin embargo sentía que se merecía más que nadie acudir a ese baile, aunque solo fuera por volverlo a ver. 
Apuntó las señas del lugar en un papel y con un sentimiento imposible de definir se alejó del "Santa Cecilia". 

El crepúsculo caía poéticamente sobre el asfalto. Cualquiera que se hubiera tropezado con Estivalia solo hubiera visto una mendiga más, ella en cambio se sentía aquella tarde como una colegiala planeando ir a su primer baile.

Aquella noche en el albergue acostada en su camastro se dedicó de nuevo a re escribir su propia historia de la mejor manera que sabía, a través de los sueños. 
Una vez más su poder de invención la estaba salvando.




Capítulo IV
Preparativos


A la mañana siguiente ya tenía dispuesto que iba a acudir a aquel baile, y estaba decidida a que nadie lo impidiera. Ser "una mujer sin hogar" y una mendiga tenía sus ventajas: no tenía que rendirle cuentas a nadie. También si le sucedía algo, nadie iba a echarla de menos.
Pero eso tampoco importaba porque el recuerdo de Alejandro disipaba cualquier sombra. 
En el albergue disponía de un viejo baúl y dos maletas donde guardaba todas sus pertenencias. Fotografías, objetos, ropas y recuerdos de sus padres. Allí encontró su viejo carnet del instituto, y una fotografía del curso de 1960 al completo. 
Fue al baño y se miró en él espejo.
No, así no podía ir a la reunión del "Santa Cecilia". Era obvio. 
Pasó tristemente su mano por sus cabellos grises y su rostro ajado. Los duros tratamientos contra su enfermedad habían hecho mella en ella, tanto dentro, como en su aspecto exterior y ahora más que nunca le pesaban los 55 años que contaba. Tampoco comprendía porqué de repente le había entrado aquel afán de querer volver a ver a Alejandro. Tal vez porque ya no le quedaba nada, salvo aquel puñado de recuerdos que eran los que la mantenían viva junto con sus viejos sueños. 
Se miró otra vez y se vio con 15 años, con su largo cabello castaño, y aquella expresión tímida en el rostro. Sus ojos almendrados guardaban el secreto de los sueños, mientras sus labios esbozaban una radiante sonrisa. Abrazada a su libro de literatura, se la veía feliz. Estivalia le devolvió la sonrisa a la niña que había sido, y supo en ese instante que iba a acudir al baile costara lo que costara.

Después de tomar el café del desayuno salió con sus cosas a hacer su recorrido habitual. Necesitaba estar sola en un lugar para preparar su asistencia al baile. Por supuesto que no iba a presentarse como una indigente; ¡No!, eso jamás; Ya bastante la habían ridiculizado cuando iba al colegio. No, esta vez haría que sintieran respeto por ella. 
Pensó sacar los 20 euros que costaba la asistencia a la reunión de su "caja de ahorros personal" como la llamaba ella, que consistía en un calcetín que llevaba en el sujetador con 100 euros que había guardado por si le pasaba algo. Era el único dinero que tenía y jamás lo hubiera tocado de no ser por el anuncio del "Santa Cecilia". También de ahí sacaría para ir a la peluquería y ponerse un tinte; luego se compraría un bonito traje, un bolso y unos zapatos. 
Notó como la energía envolvía su ser. Ya no le pesaban sus 55 años, ni la vergüenza de ser una mendiga. Iba a ir al baile y eso compensaba todo.
Estaba segura que Alejandro también acudiría, pero, ¿cómo podía estar tan segura, si habían pasado 40 años, y no había tenido noticias de él desde que lo viera por última vez en una verbena de 1964? Probablemente se habría casado, y tendría hijos, ¿estaría bien de salud, tendría problemas económicos? ¿sería feliz? ¿La recordaría?
Solo había una manera de comprobarlo, acudiendo a la reunión del "Santa Cecilia".

Empleó el resto de la mañana en preparar su asistencia al baile. Se sentía llena de vigor y entusiasmo. Fue a unos grandes almacenes y se compró un vestido muy elegante y cosméticos, después se compró unos zapatos de tacón y un bolso. Finalmente fue a la peluquería y se puso un tinte.
De regreso al Albergue puso todo lo que había comprado en la cómoda que había junto a su cama.
Solo quedaba un día para la reunión del "Santa Cecilia", y la emoción por aquel encuentro embargaba su espíritu. Habló con Matilde Aragón, la señora encargada del hospicio, para avisarle que la noche siguiente no acudiría para cenar, pues tenía un compromiso muy importante. Mentalmente preparó lo que diría en la reunión si le preguntaban, pues no tenía intención de revelar ningún detalle de su vida. Diría que vivía en las afueras y que cobraba una pensión por enfermedad. Alegaría también que había terminado sus estudios de filosofía y letras, siendo esto totalmente falso, pero no podía presentarse allí con su verdadera historia y exponerse de nuevo a las miradas de desaprobación. No, eso jamás.




Capítulo V
La Cenicienta del albergue 



A la mañana siguiente se despertó como si tuviera 15 años de nuevo. Notaba la excitación recorrer su cuerpo como si fuera una colegiala.
Al llegar la tarde pidió permiso a la encargada para usar el baño de señoras de arriba,(solo frecuentado por el personal femenino de atención del edificio) allí se dio una buena ducha, se puso su vestido nuevo, se maquilló, y se peinó.
Frente al espejo vio la imagen de alguien distinto. El sobrio vestido púrpura realzaba su figura y le daba un aspecto distinguido y elegante. En la peluquería le habían puesto un tinte cobrizo y le habían cortado el pelo por encima de los hombros. El maquillaje ocultaba los surcos bajo sus ojos, y hacía resplandecer su cutis como si tuviera unos años menos. Unas gotas de "Maderas de Oriente'' en el cuello le devolvieron a los días de su adolescencia. 
Se puso un fino colgante de plata que había comprado esa mañana y unos pendientes de su difunta madre. 
Sonrió a la figura del espejo. 
La mujer encargada sorprendida pensó al verla :
"La Cenicienta del albergue "
Con los zapatos apretándole los pies y el ánimo por las nubes, Estivalia salió a la calle. 


La calle Fuencarral bullía con el ajetreo propio de los viernes por la tarde. Los transeúntes cruzaban las aceras con el afán acostumbrado. Los tubos de neón de los escaparates anunciaban el regreso de la primavera y en medio de aquel maremágnum de ruido y colores, el "Salón Atlántico'' se imponía majestuoso con su estilo refinado. 

Eran las 7 de la tarde cuando Estivalia se paró frente a la entrada. Había cogido un taxi por primera vez en años para llegar como una señora a aquel lugar.
Leyó el cartel colgado en la entrada :
" Reservado a los alumnos del Instituto "Santa Cecilia" promoción (1960/1962). Se ruega presentar el carnet del colegio en recepción y aportar el abono de 20 euros"
Estivalia hizo lo que pedía el cartel y accedió al salón.


Se sentía como Alicia en el país de las maravillas. Jamás, salvo en el cine, había visto tanto lujo. A lo largo de su etapa de mendiga le habían negado el paso en muchos sitios y la habían echado de tantos otros. Confiaba en que ahora nadie la echara de allí. Observó un corro con varias personas, hombres y mujeres de mediana edad. Iban muy elegantemente vestidos, pero por una vez ella no desentonaba. Pensó en lo mucho que aquella gente había prosperado; sin duda aprovecharon bien sus oportunidades. No reconoció a nadie en aquel momento; cierto que en cuarenta años todo el mundo habría cambiado, pero no atisbó ni una señal en ninguno que le resultara vagamente familiar.

Se sentó tímidamente en una silla que había junto a una mesa en una esquina. Sacó su espejito del bolso y se retocó el maquillaje. Al contemplar su imagen y por primera vez desde que comenzara su aventura sintió deseos de llorar. Si esa gente supiera de dónde venía ella. También se preguntó qué error había cometido para acabar pidiendo limosna y durmiendo en un albergue. Contempló que varias mujeres habían hecho un corrillo aparte de los hombres y charlaban animadamente, por lo visto se habían reconocido. Escuchó retazos de conversaciones :

" …El año pasado mandamos a nuestro hijo a Boston. La universidad de allí es impresionante..,"
"Mi hija se casa en Octubre. Estamos liados con los preparativos."
"…¡Oh!, sí, a mi ya me hicieron abuela…"
"Este año mi marido y yo nos vamos de crucero por las islas griegas…"
"¿Os acordáis de Berta? Se casó con un banquero americano. Vive en Florida…"

Estivalia se sintió pequeña y ajena escuchando a aquellas mujeres con las que debía haber compartido sus años de estudiante. Fijó más la vista en la mujer que hablaba y creyó reconocer a Cristina Gutiérrez, aquella niña que siempre la miraba por encima del hombro y hacía todo lo posible para que ella no formara parte de los grupos de chicas. Por lo visto había prosperado mucho, y seguía dándose los mismos humos, igual que las otras. Reconoció también a Susana González, que aunque era amable con ella siempre marcaba las distancias cuando estaba con las demás compañeras. Era muy alta e iba vestida de forma provocativa; decía que era directora de una empresa de publicidad, que estaba divorciada y tenía una hija que era modelo. Teresa Álvarez, una niña repelente que siempre la increpaba y la usaba de diana de sus dardos verbales, contaba ahora los pormenores de su existencia. 
A todas parecía haberles ido muy bien en la vida y se sentían satisfechas hablando de ello.
Cayó en la cuenta de que los maridos y mujeres de sus compañeros de clase estaban sentados a las mesas observando la escena.  
Empezó a sentirse inquieta, dudando si había hecho bien en acudir. Trató de componerse pensando en el verdadero motivo de su asistencia a aquel lugar.
Alejandro…
¿Acudiría a la reunión?




Capítulo VI
Antiguos compañeros de clase



Paseó su mirada por el corrillo de los hombres, intentando reconocer algún rasgo de su antiguo compañero de clase en alguno de ellos, pero no tuvo éxito,  pues por lo visto Alejandro Guzmán aún no había acudido a la reunión o no pensaba acudir. 
Iban todos vestidos con traje y corbata y aparentaban la edad que tenían. Creyó reconocer a algunos, como Santiago Prima, el gracioso de la clase, que ahora estaba calvo y lucía una enorme barriga; sin embargo, su carácter y su risa eran inconfundibles. Agustín Molinero, aquel muchacho que siempre se burlaba de ella, reinaba en el centro de la estancia. Era muy alto, y parecía ahora un galán de cine; sin embargo, sus dientes de lobo le hacían inconfundible. Sostenía una copa y charlaba animadamente. 
- Me dijo mi yerno que invirtiera en bonos del estado, pero con esto de la nueva moneda no me fío …
- Estoy de acuerdo Agustín. Con lo bien que nos iba con la peseta
El que había hablado no podía ser otro que Paco Almenar, el empollón de la clase, que siempre se daba aires de grandeza, porque su padre era diplomático. 
- El euro será un fracaso…
Los otros hombres asintieron e iniciaron una conversación sobre política.

Estivalia bajó los ojos cada vez más desengañada.  Definitivamente, ese no era su mundo, y por desgracia seguía sintiéndose ajena a sus compañeros del "Santa Cecilia'', igual que cuarenta años atrás. 
Un camarero se acercó a ella y le preguntó amablemente :
- ¿Qué desea señora…?
Estivalia titubeó antes de decir :
- ¡Oh! una Tónica. Gracias. Aún falta gente, ¿verdad?
- Sí, creo que la mitad, según la organizadora - señaló a Teresa Álvarez - Cuando estén todos serviremos la cena y a partir de las 11 empezará el baile. Tendremos a la "Orquesta Fantasía". Son muy buenos.
El hombre le guiñó un ojo y con una radiante sonrisa se alejó.

Estivalia empezó a sentir unas miradas concentradas en ella y se incomodó. 
¿Debería acercarse a saludar a sus antiguas compañeras, o mejor se quedaba donde estaba?
¿La recordaría alguien?
¿Se notaba mucho de dónde venía ella?

Inmersa en estas elucubraciones estaba cuando de pronto alguien se acercó hasta ella. Era Susana González, su antigua compañera de pupitre. Parecía que la había reconocido.
- ¿Eres Estivalia? ¡Dios mío, cuánto tiempo! Me alegro de verte.  
Estivalia sonrió feliz de que alguien la recordara. Después de un cálido abrazo, y las frases de rigor, Susana la puso al corriente sobre su vida después de salir del instituto. Ella tuvo que hacer lo propio, aunque ocultando algunas cosas e inventando otras. Susana era dueña de una agencia publicitaria, y aparte de poseer un carácter extrovertido, era una mujer muy atractiva. Era alta y vestía a la última. Estivalia se sintió ridícula e insignificante al lado de su antigua compañera de pupitre, no sólo por escuchar sus logros laborales y personales, sino por esa aura de superioridad que siempre percibía en los demás haciéndola sentir inferior. Con los mendigos y compañeros del Albergue jamás le pasó eso, pero en cuanto se cruzaba con alguien que tuviera una posición un poco mejor, no podía evitar sentirse incómoda e insignificante. No obstante, en lo que podía recordar, Susana siempre fue amable con ella, aunque siempre marcando las distancias. 
- Bueno, luego te presentaré a mi novio. Trabaja en mi agencia, y es muy guapo. Luego hablamos. Diviértete.  - le guiñó un ojo y después de apagar la colilla de su cigarro se dirigió al centro del salón donde estaba concentrada la reunión.





Capítulo VII
Alejandro



Fueron entrando el resto de alumnos del "Santa Cecilia". 
Estivalia los iba reconociendo poco a poco, mientras se dirigían a las mesas.
Los trozos de conversaciones giraban alrededor de ella
- ¡Oh, Alicia, qué joven estás!. Por ti no pasan los años.
- Pues anda que tú…
- ¿Ese de ahí no es Fernando Carrión?, ¡vaya! no ha crecido nada desde el 62…
- Jajajaja, que no te oiga 
- Vamos a sentarnos. Aquí estorbamos el paso


Estivalia suspiró y recordó a sus compañeros del Albergue. ¡Qué diferente era todo!
Allí nunca se sentía incómoda ni tenía que fingir.
Pero en aquel salón tenía la sensación de que en cualquier momento iba a ser juzgada. 

Un sonido envolvente la abstrajo durante unos instantes.  Los hombres de la orquesta empezaron a hacer pruebas de sonido. Estivalia miró su reloj. Observó como algunos asistentes se iban sentando en torno a las mesas.
El camarero llegó con la Tónica que había pedido. 
En el centro de la estancia observó a Santiago Prima bromear con Alicia Plumez, pues en los días del instituto él le había pedido salir. Siendo ella ahora divorciada y con muchos quebraderos de cabeza, se reprochaba en tono jocoso haberle dado calabazas.
- Ya te avisé Ali…que conmigo te iba a ir muy bien, pero las mujeres sois así. Ahora estarías viviendo en un chalet de la Moraleja, y pasarías los veranos en Suiza... - decía Santiago Prima divertido 
- ¡Oh, tienes razón Santi!, metí la pata, pero aún estamos a tiempo…
Unas estridentes carcajadas retumbaron en el salón.

Estivalia se concentró en sí misma y apuró su vaso de Tónica. 
De repente, tras ella, el ruido de unos pasos la sacó de su ensimismamiento. Se giró y apreció la figura de un hombre alto dirigiéndose hasta el centro del salón.
El corazón de Estivalia dio un vuelco, pues supo al instante que aquel no podía ser otro que Alejandro.

¡Santo Cielo!, cuarenta años pasaron de golpe frente a sus ojos. El hombre se paró frente a la mesa central del salón e intercambió unas palabras con Teresa Álvarez, la organizadora del reencuentro, después se giró y paseó distraído su mirada por el salón. Inmediatamente las mujeres del corro lo abordaron y después los hombres del otro corro hicieron lo propio. Hubo intercambio de saludos, estrechamiento de manos, y algún abrazo.
 Alguien dijo: 
- ¡Hombre, Alejandro!, ¡cuánto tiempo! Precisamente ahora estábamos hablando de ti…
- Si, estábamos preguntándonos si ibas a acudir a la reunión o te habías olvidado de nosotros. Creo recordar que acudiste a la del 25 aniversario...- aseveró Paco Almenar fumando un habano
- La estrella del instituto no podía faltar…- exclamó Susana González guiñando un ojo
- ¡La estrella fui yo! - apuntó Santiago Prima - ¿o no te acuerdas que todas os queríais casar conmigo? 
Un carrusel de risas recorrió el salón.
Alejandro Guzmán agradeció humildemente los halagos recibidos. 
- Sois muy amables.  Me conformo con haber sido capitán del equipo de fútbol. Nunca aspiré a competir con tu sex appeal - le dijo divertido a Santiago Prima mientras estrechaba calidamente su mano. -  ¿ Cómo estás, viejo amigo?  
Maribel Rubio, otra compañera, aplaudió esta frase mientras alzaba su copa diciendo :
- Un brindis por los chicos guapos del "Santa Cecilia "
Agustín Molinero tomó su copa y agregó : 
- ¡Y otro por las chicas guapas!
Todos corearon esta última frase. Alejandro Guzmán esbozó su sonrisa más radiante mientras el grupo de las antiguas alumnas del "Santa Cecilia" lo observaban encandiladas.

El corazón de Estivalia ya era una carrusel sin freno. Le parecía imposible tenerlo allí delante, pero allí estaba.
Mientras tomaba su Tónica se recreó observando al dueño de sus recuerdos más felices. 
Alejandro seguía siendo el más popular del instituto.  
Mantenía su apostura física. Esbelto y delgado, iba vestido con un traje azul marino de corte impecable, el cabello ligeramente gris, cortado a navaja. Llevaba un clavel rojo en la solapa y junto a su inconfundible carisma, desplegaba una elegancia natural. 
No llevaba acompañante, siendo el único junto a ella que había acudido solo a la reunión, por lo que supuso que tal vez estaba separado o divorciado. Esto último levantó el ánimo de Estivalia.
Por la expresión de su rostro parecía estar buscando a alguien entre los asistentes a la reunión. 

La orquesta estaba tocando la primera canción de la noche, y Estivalia no pudo contener la emoción al escuchar los primeros compases de "Perfidia". Los camareros empezaron a servir la cena. Ya estaba todo el aforo completo con los alumnos del "Santa Cecilia'' y las puertas del "Salón Atlántico" se cerraron. 
Estivalia ya no era una mujer sin techo de 55 años, que practicaba la mendicidad, ahora era una colegiala de 15 años en su primer baile. Todos los quebrantos de su vida se habían esfumado por arte de magia. Sólo deseaba estar allí en ese momento. En torno a su mesa se sentaron dos parejas más. Reconoció a los hombres como dos chicos de su clase.

Desde todas las mesas del Salón Atlántico el sonido de los teléfonos móviles era lo único que indicaban que se hallaban en siglo XXI.




Capítulo VIII
Reencuentro



La cena consistía en entremeses variados de aperitivo, rosbif con patatas y paté de oca de primer plato y ensalada de marisco de segundo. Flan con nata de postre y café. Estivalia hacía mucho tiempo que no comía tan bien. Mientras conversaba con sus compañeros de mesa, observaba con el rabillo del ojo a Alejandro, el cual estaba sentado en torno a la mesa central, cenando y charlando animadamente. 
La vida ya no era una continua lucha por la subsistencia,  ni una cuesta abajo. Ahora era un escenario del pasado, un viaje a su adolescencia. Estivalia se sentía extrañamente feliz, como no lo había sido en años. El mundo era un lugar amable, lleno de posibilidades.

Después de la cena, Teresa Álvarez, la organizadora, subió a dónde estaba la orquesta y leyó una especie de discurso, en el que apeló al espíritu de los viejos tiempos, y a los felices recuerdos que todos compartían. 
Finalizó su intervención dando las gracias a los concurrentes e invitándoles a participar en el baile.
- Espero que hayáis avisado a vuestros hijos, porque el baile se extenderá hasta bien entrada la madrugada. Así que...¡Alumnos del Santa Cecilia! ¡Elijan sus parejas, y a bailar!


La pista se fue llenando mientras la orquesta comenzaba a tocar los acordes de "Beguin the beguine". Estivalia vio como sus antiguas compañeras se unían al baile del brazo de sus maridos o acompañantes.
Observó a Susana González bailando con un hombre joven de unos treinta años, que supuso sería su novio. También Eduardo Salinas bailaba con Alicia Plumez, mientras su esposa lo observaba desde la mesa. Rosalía Muñoz, una de las más populares de la clase, bailaba con su marido.
Algunos compañeros de clase salieron a la pista de baile acompañados por sus mujeres. Creyó reconocer a todos. La orquesta siguió tocando. El sonido de los teléfonos móviles se fue apagando. 
Los alumnos del "Santa Cecilia" habían viajado a otra época.



Estivalia paseó la mirada por el recinto y recordó las verbenas de San Isidro y las verbenas de San Juan, y como siempre se quedaba sentada al lado de sus padres esperando algo que nunca sucedía.
De pronto alzó la mirada y el pasado entero se materializó delante de ella.
Desde el fondo de la pista unos ojos la observaban ávidos. Ella se sonrojó y bajó la mirada. Cuarenta años después, Alejandro Guzmán la miraba entre la sorpresa y la admiración. Las primeras notas de "Strangers in the night" se interpusieron entre ellos como los destellos devueltos de un tiempo feliz. 
Él avanzó hacia ella desde la pista sin dejar observarla. El pulso de Estivalia se aceleró.
Al llegar hasta ella se inclinó para estrecharle la mano mientras le preguntaba cortésmente :
- ¿Te acuerdas de mí...?
Ella sonrió mientras le sostenía la mirada por primera vez en cuarenta años. 
- Sí …Alejandro
La sonrisa de él valió por cuatro décadas de ausencia y por todos los sinsabores y penurias de su vida cotidiana.
- ¡Cuanto tiempo, Estivalia!
- Sí, cierto
El hombre tomó asiento junto a ella, y encendió un cigarrillo. Su rostro había adquirido una expresión radiante. Parecía feliz de haberse encontrado con ella. Su voz era suave y varonil, algo distinta de la de su compañero de clase, pero con el mismo acento y tonalidad que ella recordaba cuando el muchacho salía a la pizarra a responder las preguntas del maestro. 
- Después de las vacaciones del 61 no volviste al Instituto y tampoco te vi por el barrio . Dijeron que te habías marchado a vivir a otra localidad 
- Sí, así fue - contestó Estivalia tratando de permanecer serena
- Me alegro de verte
- Yo también…Alejandro




Capítulo IX
Recuerdos



La música envolvía el salón suavemente. Los alumnos del "Santa Cecilia" bailaban con sus respectivas parejas. Todos parecían haber olvidado el tiempo transcurrido desde el último curso, hacía ya cuarenta años. 
Alejandro exhaló el humo del cigarrillo mientras mantenía la mirada fija en ella.
- No has cambiado mucho, Estivalia. Bonita y silenciosa, como entonces 
- ¡Oh, gracias!  si he cambiado,  y mucho
- No creo. 
Ella volvió a bajar los ojos tímidamente. Si él supiera que era una indigente, y que todo su aspecto exterior era una fachada ¿qué pensaría él?
- Siempre me pregunté qué habría sido de ti - agregó él - Pensé que te habrías casado y eso…
Estivalia notó como los latidos de su corazón volvían a acelerarse.
- No, nunca me casé - acertó a decir
Él dio un respingo, y pareció ligeramente aliviado al escuchar la respuesta de ella. 
- ¡Vaya!, pues yo sí, y fue un estrepitoso fracaso, pero, tuve dos hijos. Uno es piloto de Iberia, el otro es funcionario. Me divorcié hace diez años. 
- Lo siento, me refiero a tu divorcio - añadió ella
- ¡Oh, no!, fue una liberación.  La convivencia era imposible.  Ahora nos llevamos mejor.
Estivalia sonrió, feliz de estar hablando con él como dos viejos amigos, pero temerosa de que él empezase a indagar en su vida.
- Terminé empresariales en el 68, tuve varios trabajos sin demasiado éxito, después fundé una empresa de alimentación, que por ahora funciona bastante bien ¿y tú? Creo recordar que querías estudiar la carrera de letras…
Estivalia abrió los ojos sorprendida. Le parecía increíble que él recordase un comentario que hizo ella una vez, en una de las contadas ocasiones en que Estivalia se hallaba reunida con sus compañeros. Fue en la biblioteca del "Santa Cecilia", en la hora de repaso. Alguien preguntó qué carreras pensaban estudiar y todos fueron respondiendo. 
"Me gustaría estudiar la carrera de letras " - había contestado ella
Titubeó antes de responder, sin embargo, a él no quería mentirle. Pensó que lo mejor era ser sincera.
- No pude terminarla. Pasaron cosas en mi familia 
- ¡Oh, lo siento! - contestó él - Recuerdo lo mucho que te gustaba la literatura. Don Andrés siempre te ponía de ejemplo durante las redacciones. "Preciso y brillante", solía decir de tu estilo , ¿lo recuerdas? 
- Sí, claro - sonrió - era lo único en lo que destacaba 
- Sí, a mí en cambio se me daban bien las matemáticas, y el fútbol,  jajajaja 
Estivalia rió también 
La orquesta estaba tocando "All my loving". Las parejas seguían girando al compás de la música. Un camarero se acercó a preguntar si deseaban tomar algo.
Alejandro pidió una copa de brandy y ella un zumo de naranja. 

En una mesa contigua un grupo de hombres se hallaban charlando animadamente. Santiago Prima reinaba liderando la conversación con su habitual buen humor, mientras hacía imitaciones de los profesores del "Santa Cecilia".
- ¿Os acordáis de Don Tomás Novella, profesor ocasional de música? Nos dio clase unos meses, y luego desapareció sin dejar rastro. Por lo visto su mujer lo echó de casa. Era una pieza de cuidado 
- Y además comunista; creo que estaba metido en sindicatos.
- Sí, era un bala perdida, pero no era mala persona, en cambio, ¿qué me decís de Don Fernando?, parecía un hombre intachable, y luego mirad lo que pasó... 
- Wow, ese nos hacía cantar el cara al sol. Menudo…
- El mejor profe que tuvimos fue Don Francisco. Fue como un padre para todos
- Estoy de acuerdo. Hace poco me encontré con su hijo mayor, y me dijo que su padre ahora se dedica a dar clases a sus nietos. Sin duda fue el mejor profe que tuvimos.
Los demás estuvieron de acuerdo 


El camarero regresó con lo que habían pedido. Alejandro dio un sorbo de su copa mientras sonreía.
- Fui a verlos a "Las Ventas" en el 65
Estivalia lo miró sin comprender 
- A los Beatles,  ya sabes…
Hizo un gesto señalando la música que estaba tocando la orquesta.
- Estaba de permiso en la Mili, y a una novia mía le gustaban mucho. Así que gasté todos mis ahorros para complacer a la chica. El precio de las entradas estaba por las nubes.
Estivalia recordó cómo ella no pudo asistir al concierto de su grupo favorito porque su padre había fallecido esa semana en un accidente en el trabajo.
- Me gustaban mucho, pero no pude ir… Mi padre falleció esa misma semana
Él hizo un gesto de gravedad.
- Lo siento Estivalia
- Gracias
Ambos guardaron silencio unos instantes. De pronto Alejandro dijo :
- ¿Te gustaría bailar? 
Sin pensarlo dos veces ella asintió.





Capítulo X
El baile



Se encaminaron a la pista que estaba repleta.
Estivalia puso su mano en el hombro de él, mientras él la sujetaba por el talle. Los acordes de "Tu cabeza en mi hombro" inundaban ahora las paredes del "Salón Atlántico". Si alguien le hubiera dicho a Estivalia unos días antes que estaría esa noche bailando en un elegante salón con su antiguo compañero de clase, no se lo hubiera creído, pero la vida de vez en cuando daba estas sorpresas. Recordó que todo empezó con un sueño hacía ya dos días; ese había sido el motivo de su visita al "Santa Cecilia". Allí había visto el cartel anunciando la reunión de alumnos y por eso se encontraba ahora allí. O tal vez había comenzado la primera vez que sorprendió a Alejandro observándola desde el pupitre del fondo, o cuando él estuvo a punto de declararle sus sentimientos al salir ella de clase de confirmación, o cuando leyó aquel primer "Te quiero" firmado con un anónimo.
No estaba segura, pero sí sabía que la primera vez que se sintió profundamente halagada por lo que presentía de él fue uno de los primeros pasos para estar ahora allí  bailando con él. 
A lo largo de su vida siempre que se notaba naufragar invocaba el recuerdo de Alejandro, y eso la salvaba. Nunca tuvo novios, ni ligues, absolutamente nada, y no es que fuera poco agraciada, o insociable, es que no le hacía falta, pues todo estaba en su interior, donde la figura de Alejandro reinaba por derecho propio. 
A su regreso a Madrid en los años 70 hizo algún intento por volverle a ver. Fue hasta el portal de su casa, pero descubrió que tanto él como sus padres se habían mudado. Tampoco en el instituto pudieron decirle mucho de él. Se dio por vencida y abandonó la empresa. Sin embargo, descubrió que había un sitio donde podía encontrar a Alejandro y tenerlo para siempre, su propia imaginación; Allí donde solo con cerrar los ojos podía alcanzar todo lo que le estaba negado. Con el transcurrir del tiempo la vida le fue golpeando duramente, pero cada vez que era zarandeada se aferraba a sus sueños y al recuerdo de él con más fuerza.

Estivalia alzó los ojos y sorprendió en Alejandro la misma mirada que cuarenta años atrás. Vio el rostro risueño del muchacho que había sido asomarse al rostro curtido del hombre maduro que era ahora, mirándola con aquella avidez misteriosa y romántica. 
Hubiera deseado prolongar aquel instante eternamente. 
Recordó los días aciagos de su enfermedad, cuando pensaba que la vida la había estafado; cuando perdió el trabajo, su casa, todo aquello que había sostenido su realidad exterior, para acabar durmiendo en el Albergue. Recordó sus ropas harapientas, su interminables recorridos diarios por las aceras de los ricos pidiendo limosna, el desprecio de los otros, la sensación de rechazo y abandono, y el hecho de no ser nada para nadie. Recordó todo eso y pensó que ese momento bailando con Alejandro era la respuesta a tantos naufragios y desgracias. Estivalia sonrió emocionada y con una voz que no parecía la suya le dijo al fin :
- Gracias…
El dio un respingo sorprendido.
- ¿Por qué?
- ¡Oh! por estar aquí ahora - Estivalia hizo un gesto señalando el salón y agregó - Es muy agradable recordar aquel tiempo…
Alejandro sonrió
- Tienes razón. Es muy agradable 
Siguió mirándola con aquella expresión cautivadora. Estivalia se sintió flotar.
La orquesta empezó a tocar "En mi viejo San Juan". Alejandro aferró más su mano al talle de ella.
- Dime Estivalia, ¿por qué no te has casado?
- ¡Oh! - respondió sorprendida por la pregunta - … no le interesé a nadie 
- No me lo creo. ¿Una mujer como tú? ¡Imposible! 
- Bueno, sucedieron cosas y me aislé - por primera vez se sentía molesta y esperaba que él cambiase de conversación 
- Pues qué pena… 
Estivalia sabía que eso sonaba a halago y sonrió. 
- Tal vez
- Estoy seguro. ¿Sabes? de no haberte ido de Madrid hubiéramos sido buenos amigos. Te eché de menos después de aquel último verano. 

Estivalia abrió los ojos desmesuradamente. Los apuros pasados preparando su asistencia a la reunión valían aquella frase. ¡Así que él la había echado de menos! Suspiró reconfortada deseando que él continuara hablando.
- Bueno, pues, gracias - acertó a decir emocionada 
- ¿Otra vez dando las gracias? - preguntó él 
- ¡Oh! disculpa, es que…
Alejandro la miró fijamente. Sus ojos le brillaban intensamente 
- ¿Puedo decirte una cosa, Estivalia?
- Sí …- contestó ella con el pulso acelerado
- No has cambiado nada desde entonces, ni por fuera ni por dentro
Esta aseveración expresada de forma tan rotunda marcó un antes y un después en su conversación con él. Al fin dijo encogiéndose de hombros: 
- No lo creo, pero en fin… - 
- La misma muchacha tímida y apocada, y la misma linda cara de entonces 
Estivalia contuvo la respiración, pues no estaba preparada para escuchar algo así. Aquello era demasiado, pues sabía que esa clase de cosas solo sucedían en el cine o en los libros, jamás en la vida real. 
Él le sonrió suavemente y ella solo acertó a decir :
- Bueno, de nuevo, gracias por el cumplido 
- No me des tanto las gracias - Alejandro cambió el tono de su voz haciendo que sonara más bajo, más cálido - ¿Sabes? A veces te observaba en clase y pensaba que detrás de tus tímidos ojos se debía esconder un ser fascinante. Tu creciente pasión por la poesía así lo reflejaba, y el hecho de no ser ni comportarte como las otras. Todo eso unido al hecho de que eras la más bonita hizo que fueras la chica más interesante del colegio para mi. 

Era increíble, pero Alejandro la estaba cortejando. Ni en sus sueños más descabellados, hubiera imaginado una escena semejante.
Titubeante y sin saber qué decir Estivalia sonrió tímidamente. Toda una vida soñando con un momento así, y ahora no sabía cómo actuar. Tomó aire antes de decir:
- Me siento muy halagada 
El dio un soplido y agregó 
- ¿Te cuento un secreto?
- Dime…
- He venido a esta reunión solo con la esperanza de volver a verte 

El mundo se paró alrededor de Estivalia. Ella ya no era la misma persona, y los problemas de su vida cotidiana habían desaparecido. Sólo existía Alejandro y el "Salón Atlántico", lo demás era humo.
- Me alegra oírlo - acertó a decir algo confusa 
Los acordes de "Contigo en la distancia" añadieron mayor emotividad al momento.




Capítulo XI
Can't take my eyes off you 



Si hubiera podido detener el tiempo lo hubiera hecho. Lejos quedaron todas las sombras que acechaban su existencia. Sabía que en unas horas estaría durmiendo en su viejo camastro del Albergue con las paredes desconchadas, y el frío colándose por las rendijas de las ventanas, con la preocupación de si iba a poder sacar algunas monedas en su recorrido del día siguiente; sin embargo, sabía que después de aquella noche ya nada iba a ser igual. Giró por la pista guiada por Alejandro. El pasado y el futuro ya no existían. 

- Solo quiero que me digas una cosa, Estivalia - agregó él en tono serio
- ¿Qué? - preguntó ella visiblemente emocionada 
- Que tú también me echaste de menos todos estos años… 
La mirada de ella pareció responder la súplica de él, que aferró su mano al talle de ella con más intensidad. 
- Te eché de menos, Alejandro - dijo ella débilmente 
Él sonrió satisfecho por aquella declaración. 
Las demás parejas giraban alrededor de ellos. 
Agustín Molinero bailaba ahora con Maribel Rubio como si el año 1960 hubiera regresado para quedarse.
Desde una de las mesas, Teresa Álvarez, la organizadora del encuentro, se hallaba rodeada de otros compañeros del "Santa Cecilia" observando a Estivalia y a Alejandro con expresión interrogante. 
La música siguió sonando cautivadora, sentimental.

Estivalia miró la hora. 
- Las 11: 45. Es muy tarde ya
- No me digas que te vas a marchar a las 12 como Cenicienta… - bromeó Alejandro 
- No - contestó ella riendo - pero es que nunca estoy hasta tan tarde en ningún sitio, y...
El hombre frunció el ceño algo contrariado pues no quería que aquel baile se acabara. 
- Es una noche especial. Hemos tardado 40 años en reencontrarnos, ¿qué más da la hora?
Estivalia asintió. La intensidad de la mirada de él borró cualquier preocupación acerca de la hora.
- Tienes razón, Alejandro - acertó a decir ella sin dejar de mirar a sus ojos
De pronto él acercó más su rostro al de ella. Estivalia pudo percibir su aroma de colonia Varón Dandy. 
- Nunca hablamos mucho en clase, y tampoco por el barrio. Creo recordar que era imposible sacarte una palabra 
Ella asintió tímidamente 
- Sí, tienes razón, aunque…
- ¿Qué…?- preguntó él ansioso 
- Nos comunicábamos de otro modo
El la miró sin comprender lo que ella decía 
- ¿De qué modo?
Estivalia guardó silencio antes de responder :
- Con miradas…
Los acordes de "Cant take my eyes off you" intensificaron aquel instante. Alejandro abrió los ojos.
- Yo solía observarte en clase, pero nunca creí que te hubieras dado cuenta 
- Pues…lo hice 
Él sonrió divertido mientras decía :
- Me alegro que lo hicieras

Las luces de la lámpara del techo dibujaron un sinfín de destellos. Estivalia sostenía la mirada de Alejandro mientras intentaba disimular su emoción, y lo mucho que le dolían los pies. Él era un consumado bailarín, sabía mantener el ritmo y él compás. Estivalia se preguntó cuántas mujeres habría habido en su vida, con cuántas habría bailado como en ese momento, y a cuántas habría dicho las mismas cosas que a ella. Recordó que ya en los días del "Santa Cecilia" tenía mucho éxito con las chicas, y siempre se comentaba que le gustaba una u otra. También se rumoreó que le había pedido salir a Susana González, la guapa de la clase, y a Rosalía Muñoz. Rondaba a todas las chicas, hablaba y bromeaba con todas, menos con ella. Siempre le intrigó este hecho.
- ¿Te cuento otro secreto, Estivalia?
Él parecía ahora un galán de película antigua, tan atractivo y misterioso. 
- Si - respondió ella con un susurro 
- El primer amor nunca se olvida…
Estivalia guardó silencio unos instantes para absorber esa frase y guardarla en su interior. La luz de un mundo hostil, el faro que la había sostenido durante toda su vida brillaba ahora más que nunca, pero no era un sueño, era inexplicablemente real.
- Estoy de acuerdo - fue todo lo que pudo decir
La música los siguió envolviendo delicadamente. Después de una emotiva pausa Alejandro agregó:
- Un día te envié un anónimo diciéndote lo que sentía
A Estivalia la sinceridad abrumadora de él ya no la sorprendía
- Lo recuerdo
- ¿Supiste que era yo?
- Sí 
¡Vaya! - exclamó sorprendido
- Todavía lo conservo 
- Esta si que es buena. Eres una chica sorprendente
Ella sonrió
Los ojos de él parecieron atravesar los pasadizos de su alma, como buscando algo. De pronto él dijo : 
- ¿Te cuento otro secreto? 
- Dime…
- La otra noche soñé contigo. Estábamos en clase otra vez y tú recitabas un poema de Bécquer. Después te vi como te estoy viendo ahora, y bailando conmigo. No me gustan esta clase de reuniones, ¿sabes? porque todos hemos cambiado mucho, y la gente no hace más que aparentar y fingir que todavía son jóvenes. Mantengo amistad con algunos, de otros no sé nada de sus vidas, pero después de soñar contigo, pensé que por nada del mundo iba a perderme esta reunión. Tu fuiste lo mejor de aquel tiempo…
Visiblemente emocionada por esta revelación notó las lágrimas agolparse en sus ojos 
- ¡Oh, Alejandro!...  - fue lo único que pudo decir 
La orquesta Fantasía, testigo indispensable de aquel reencuentro, rubricó con un bolero de Antonio Machín ese intenso momento. 
Estivalia se dejó llevar por Alejandro sobre la pista deseando que la noche no se acabara nunca. 




Capítulo XII
Intrigas y chismes 



De pronto la orquesta anunció una pausa de media hora para tomarse un descanso. Las parejas aplaudieron y se dirigieron a las mesas. 
Estivalia aprovechó para ir al baño, mientras Alejandro era reclamado por Teresa Álvarez, la organizadora, quien lo condujo hasta su mesa para someterle a su acostumbrado interrogatorio. 
La reunión de alumnos del "Santa Cecilia" estaba siendo un éxito y así todos los asistentes se lo expresaban a la mujer que lo había organizado todo. Teresa Álvarez sentada al lado de su esposo, agradecía las felicitaciones de sus antiguos compañeros de clase. 
Había estado observando a Estivalia y a Alejandro mientras bailaban, y le había llamado la atención la familiaridad con que lo hacían, teniendo en cuenta que Estivalia había dejado el instituto en el 61, un año antes de que la clase entera se graduara y se había mudado a un pueblo, no dejaba de llamarle la atención la actitud de los dos. Además en los días del instituto él nunca reparaba en ella.
¿Tal vez habían estrechado lazos después? Lo ignoraba. A las reuniones anteriores del "Santa Cecilia", ni él ni ella habían acudido. Era conocedora de que Alejandro mantenía una buena relación con Santiago Prima y con Susana González, pero le había sido imposible conseguir que él acudiera a otras reuniones del instituto. No contaba con su asistencia, pero la noche anterior la había telefoneado para decirle que acudiría. 
Como presidenta que fue de la clase se había mantenido en contacto con la mayoría de los alumnos. A algunos les había perdido la pista, pero con la mayoría mantenía una buena relación; con otros solía telefonearse , y últimamente, gracias a Internet, había reanudado el contacto con el resto de sus compañeros. Sin embargo, nunca tuvo noticias de Estivalia, y esto era sorprendente, puesto que casi todo el mundo era localizable en Internet. No pensó más en ello, puesto que nunca le agradó aquella chica. Sin embargo, sí le gustaba mucho Alejandro. Había sabido de él por un amigo común, y aunque se había puesto en contacto con él en numerosas ocasiones, Alejandro siempre había mantenido las distancias. Y ahora Estivalia, aquella mosquita muerta que a nadie interesaba, estaba acaparando su atención. Eso le incomodaba, y lo consideraba un desafío, pues al fin y al cabo era ella la que había organizado aquel reencuentro. 
Aferró el brazo de Alejandro y lo atrajo hacia su mesa, con el fin de indagar acerca de la amistad entre él y Estivalia. Desplegó su artificial encanto para retenerlo. Carlos, su marido, con varias copas de más, no dejaba de hablar de fútbol con un amigo sentado a la mesa. Alejandro le sonrió cortésmente mientras encendía un cigarro. 
- Yo también te felicito, Teresa. Esta reunión está siendo un éxito. Siento haberme perdido las anteriores.
Ella sonrió. Sus labios rojos no podían disimular su satisfacción 
- Gracias Alejandro. Me alegro que te decidieras a venir. Por cierto, no sabía que fueras tan amigo de Estivalia…
- ¡Oh!, no la había visto hasta esta noche. 
- ¡Ah…! - agregó pensativa Teresa  - yo tampoco, y tengo contacto con casi todos los antiguos compañeros del "Santa Cecilia'', pero no he tenido noticias de ella desde el 61, un poco raro, ¿no? Además no vino a saludarnos. Es como si ocultara algo, ¿qué opinas?...- añadió en tono intrigante 
Alejandro guardó silencio comprendiendo que la buena de Teresa no había cambiado mucho desde los tiempos del instituto, pues seguía siendo tan chismosa e instigadora como entonces. Pero él era un caballero y no iba a mostrarle su descontento por aquel comentario, aunque tampoco iba a seguir hablando con ella. Guardando su pitillera esbozó su mejor sonrisa y exclamó : 
- Lo importante es que estamos todos aquí, Teresa. Si me disculpas, me esperan 
Señaló la mesa del fondo donde Estivalia estaba sentada. 
Teresa asintió resignada mientras él se giraba y se dirigía hasta su mesa con aquellos elegantes andares que lo habían hecho popular en sus años estudiantiles. La organizadora se encogió de hombros y se dedicó a rescatar a su marido de una interminable conversación futbolística. Estaba a punto de olvidarse de aquel asunto cuando Fernando Carrión se le acercó sigilosamente; Parecía que tenía ganas de hablar.
- No te creerás lo que he descubierto …
Teresa abrió los ojos. Le gustaba Fernando; siempre había sido guardián de secretos y chismes que compartía generoso con todos. Le brillaban los ojos y parecía muy excitado.
Cuenta, cuenta… - dijo ella mientras su marido iniciaba otra nueva conversación con su vecino de mesa
Fernando tomó asiento y dio un trago de licor antes de decir :
- Se trata de Estivalia, la alumna silenciosa…
Teresa contuvo el aliento intrigada 
- ¿De qué se trata?
- Estábamos ahí hablando mientras todos bailábais; ya sabes los miembros del antiguo grupo de teatro del Instituto, con sus respectivas. Estábamos intercambiando recuerdos, cuando de pronto la esposa de nuestro director de entonces, Rubén Jiménez, nos dice que conoce de vista a Estivalia, pero que esta noche está muy cambiada…Ha tenido algunos reparos en decirlo, pero dice que la ha visto muchas veces pasar por su calle practicando la …




Capítulo XIII
Humillaciones



Estivalia bebió un sorbo del champán que Alejandro le había servido. Hacía siglos que no probaba esa bebida, y el chispeante sabor le trajo recuerdos de las Nocheviejas pasadas con su familia. 

- Gracias Alejandro - dijo ella al fin
- ¡Otra vez!, ¿por qué?
- Por esta bonita noche de recuerdos…
Él sonrió mientras daba un sorbo de champán 
- Yo debería decir lo mismo; Por cierto, ¿dónde vives? ¿me das tu teléfono? No me gustaría perder el contacto
Alejandro sacó su teléfono móvil Nokia 2000, y lo encendió para buscar su agenda. 
Estivalia guardó silencio confusa, buscando una respuesta que sonara convincente. Él se dio cuenta y preguntó:
- ¿Qué sucede? ¿Es que no me quieres volver a ver?
- Sí, es que…
Estivalia se mordió el labio inferior tratando de ocultar su turbación. 
De pronto, Teresa Álvarez se acercó hasta la mesa acompañada por Fernando Carrión, y por la esposa de Rubén Jiménez, quien por la expresión de su rostro parecía algo incómoda. 
- ¡Vaya! - agregó animada Teresa - parece que no pensáis separaros en toda la noche. Es lo bueno de estas reuniones; a veces surgen idilios impensables…
La expresión de Alejandro cambió considerablemente. Supo por instinto que Teresa iba a someter a Estivalia a un interrogatorio y no estaba dispuesto a consentirlo. Miró de reojo a Estivalia y percibió un ligero malestar en ella.
- No tenemos ningún idilio, Teresa, solo que ninguno de los dos tiene acompañante esta noche - agregó contrariado
- Bueno por ahí se empieza… - respondió Teresa divertida 
Estivalia se sintió inquieta e incapaz de articular palabra agachó la cabeza. Intuía que como 40 años atrás, Teresa se había acercado para mortificarla.
Teresa Álvarez estaba en su salsa. Le brillaban los ojos y su tono era elocuente. Fernando Carrión estudiaba la situación animado.
- Estivalia estás muy elegante…- añadió Teresa -  Espero que no te molestes, pero recuerdo que en el instituto descuidabas mucho tu aspecto, y tu estilo de vestir era algo infantil…pero...
La incomodidad de Estivalia iba en aumento. Alejandro se dio cuenta y con tono serio añadió :
- Pero era la más guapa…
Tal vez…- dijo Teresa molesta por la actitud de él - pero entonces no parecías darte cuenta de ello…
- ¿Qué quieres decir? - preguntó Alejandro 
- Bueno, quiero decir que nunca mostraste interés por ella, pero comprendo que las cosas pueden cambiar. Ahora es una madurita arrebatadora…
Dijo esto con un toque de ironía y esbozando una sonrisa radiante. 
- No sé adónde quieres ir a parar, Teresa - alegó irritado Alejandro
- Cálmate, amigo. - respondió Teresa conciliadora - Sólo quiero ser amable con ella, y más teniendo en cuenta su difícil situación personal…
- ¿Qué quieres decir? - preguntó él airado 
Estivalia ya no soportaba más los derroteros de aquella conversación. Teresa giró su rostro hacia ella y dijo con fingido tono amable : 
- Ignoraba que estuvieras atravesando un momento tan difícil…
- ¿A qué te refieres? - espetó Alejandro 
Teresa continuó hablándole a Estivalia, cuyo rostro había adquirido un tono pálido
- Silvia, la mujer de Rubén Jiménez afirma conocerte, Estivalia. Sinceramente, creo que no debes avergonzarte de nada…
Alejandro con el ceño fruncido ya no ocultaba su indignación. Fernando Carrión sonreía mostrando su dentadura postiza. 
- ¿Verdad, Silvia? - preguntó Teresa 
La aludida titubeó antes de responder 
- Sí …
Teresa Álvarez prosiguió : 
Silvia afirma haberte visto varias veces en la calle Salamanca pidiendo limosna. Bueno, nadie debería avergonzarse de algo así. Practicar la mendicidad no es ninguna deshonra, aunque venir aquí con un traje tan costoso, mientras una duerme en un albergue, no creo que esté bien, querida…
Estivalia ya no pudo más y cogiendo su chaqueta y su bolso salió intempestivamente del "Salón Atlántico" dejando a Alejandro sumido en un enorme estupor.
- Verdaderamente Teresa, lo tuyo no tiene nombre 

Se levantó de su asiento, dio media vuelta y salió tras Estivalia. Sin embargo, al salir al exterior no ni vio rastro de ella.
Su antigua compañera de clase había desaparecido.





Capítulo XIV
Una chica rara



La noche estrellada resplandecía sobre el asfalto. Pese a ser viernes la calle estaba muy tranquila. Alejandro presa de la confusión miraba frente a él intentando comprender la situación, mientras el muchacho que había sido se lamentaba por haber perdido de nuevo la pista de su antigua compañera de clase. 
Se reprochó el haber permitido que Teresa les estropease la noche. 

Al regresar al salón se topó con la expresión inquisitorial de Teresa Álvarez. Él la fulminó con la mirada mientras le decía con acritud : 
- Algunas cosas nunca cambian y algunas personas tampoco. Sé que en el instituto le tenías inquina a Estivalia, pero no necesitabas ser tan desagradable y mezquina.
Teresa le sostuvo la mirada desafiante. 
- ¿Desagradable y mezquina, Alejandro? Silvia la ha reconocido, dice que la calle Salamanca es su ruta habitual. Silvia tiene una tienda de ropa allí y la ha visto muchas veces. Dice que Estivalia hace el paseíllo diariamente, abordando a los transeúntes pidiéndoles limosna. También entra a los establecimientos pidiendo la voluntad. A veces resulta muy molesto y en varias ocasiones han tenido que llamar a los guardias. Los agentes la conocen, y le dijeron a Silvia que Estivalia antes de eso recogía cartones, pero que tuvo que dejarlo por motivos de salud. Parece ser que duerme en un albergue. Un conocido de Silvia sabe dónde. No me estoy inventando nada. Ya ves, presentarse aquí como una marquesa siendo una indigente es una broma de mal gusto. No solo nos ha tomado el pelo a nosotros, si no que ha engañado a las personas que son caritativas con ella. Lamento haber desenmascarado a tu heroína… pero no podía seguir permitiendo que se pavonease como una dama distinguida delante de nosotros, mientras se dedica a pedir limosna por las calles. A propósito, ¿cómo habrá llegado a esa situación? ¿Y cómo es que no trabaja? No es que yo no tenga un corazón comprensivo, pero me irrita esta gente que se lían la manta al cuello, y se ponen en una esquina a mendigar mientras nos echan la culpa de sus males. Además, pidiendo sacan bastante dinero, mira si no ese traje que llevaba. Dices que soy desagradable y mezquina porque le he quitado la máscara, pero ella ni se ha acercado a saludarnos en toda la noche. Eso ha sido una grosería. Recuerdo que en el instituto se comportaba igual. Siempre fue una chica rara…

Alejandro no respondió con palabras, pero con una mirada mostró todo el desprecio que sentía por la organizadora. Guardó su pitillera y su teléfono móvil y en dos zancadas se dirigió a recepción.  Pidió su maletín y su gabán y sin despedirse de nadie abandonó el "Salón Atlántico".





Capítulo XV
Un mundo hostil 



Estivalia llegó al Albergue cerca de las dos de la mañana. 
La humillante escena vívida delante de Teresa Álvarez, con Alejandro como testigo, había roto en mil pedazos su sueño. Junto a la angustia sentida por ser expuesta en público se unía además una profunda sensación de abatimiento. Parecía que nada podía salir bien en su vida. El mundo era un lugar demasiado hostil. También tenía la sensación de haber soñado todos aquellos momentos vivídos con Alejandro, como si nunca hubieran existido. En el taxi rumbo del Albergue se reprochaba amargamente el haber permitido que una antigua compañera del instituto la humillara nuevamente. Sin embargo, ya era tarde para lamentaciones. También se culpaba de haberse gastado parte de sus ahorros en aquel vestido y en la entrada al "Salón Atlántico".  Había sido una locura, y ahora le costaría mucho volver a recuperar ese dinero. Pensó con lágrimas en los ojos, en los próximos días pidiendo limosna en las aceras de los ricos. ¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Cómo era posible que un sueño de juventud la hubiera arrastrado hasta semejante situación? Y todo por anhelar lo que los demás tenían. Nunca se lo perdonaría. Tampoco podía dejar de preguntarse qué habría sentido Alejandro al escuchar a Teresa aseverar que ella era una indigente. Un triunfador como él, rebajándose a cortejar a una mendiga. ¡Sueños locos! ¿Qué estaría pensando ahora de ella?
Seguramente se habría sentido estafado o burlado. Sin embargo, algo dentro de su ser le decía que no podía ser así. Se negó a pensar en él,  ya que era demasiado doloroso. Mejor aceptar su destino y comprender que la era de las oportunidades ya había pasado. 
Una vez acostada en su camastro del Albergue y con la manta cubriéndole hasta la cabeza lloró amargamente por todo lo perdido y por aquello que nunca podría ser. Mientras la noche caía sobre la ciudad, Estivalia enterró los pedazos rotos de aquel sueño como si la vida se hubiera detenido para ella. 
En el fondo de su ser la figura de Alejandro Guzmán se difuminaba en un mosaico de espejos.
El mundo era demasiado hostil.





Capítulo XVI
Los parias



Estivalia guardó cama durante una semana. Matilde Aragón, la encargada del hospicio al verla tan abatida intentó sacar alguna información de la noche anterior, pero ella no soltó palabra. La fiebre se complicó y desembocó en un resfriado. Matilde le sirvió sopa de pollo todos los días y le pagó los medicamentos.
Cuando Estivalia se recuperó pensó en vender el vestido nuevo que llevó al "Salón Atlántico''. Matilde dijo que ella encontraría una compradora. Estivalia volvió a ponerse sus ropas ajadas de mujer indigente, sus zapatos viejos y gastados, su bolso roto, y de esa forma volvió a hacer el recorrido habitual por las calles pudientes.

Las aceras se extendían amplias ante sus pasos. Practicar la mendicidad podía parecer algo fácil a los ojos de los demás, pero para ellos, los indigentes y los "sin techo" era un trabajo penoso y humillante. No se trataba sólo de extender la mano para pedir. Con la mano también se extendía el alma y se decía sin palabras :
"Mírame, soy un paria, una basura, y necesito de tus migajas para sobrevivir. No soy como tú, que has hecho las cosas bien y por eso puedes mantenerte. Yo en cambio, soy un desecho, un cúmulo de errores, alguien que no merece la pena, pues todo lo hice mal …"

Era también exponerse a las miradas de desprecio y a aquellos que se molestaban por sus apelaciones a la conciencia. Mendigar era humillarse, y seguir pagando peaje por haber sido quizás demasiado confiados con un mundo hostil.  
Conocía de vista a sus compañeros de fatigas, otros indigentes como ella. No se comunicaba mucho con ellos, pero sabía que estaban ahí. Nunca le escatimaron una sonrisa o un saludo. Eran amables, corteses. Jamás preguntaban o sacaban juicios precipitados, y parecían comprenderlo todo. Algunos se sentaban en una esquina y ponían una lata vacía en el suelo para que la gente echara monedas, otros se ponían en la puerta de los establecimientos esperando que cayera algo. Los más confiados iban a las puertas de las iglesias a invocar la caridad de los creyentes. Parias como ella, que habían agotado todas las oportunidades o a los que simplemente todo les había salido mal.
Para Estivalia haber llegado a esa situación no sólo había sido doloroso, sino también la firme corroboración de que había fracasado en todo, aunque se había consolado a sí misma diciéndose que aún le quedaban sus sueños, esos limbos invisibles donde podía alcanzar todo lo que le había sido negado. No obstante, después de acudir a la reunión del "Santa Cecilia'', presentía que los sueños ya nunca volverían a satisfacerla.

En un mundo imperfecto solo el cielo estaba bien hecho.





Capítulo 
La luz



Una tarde de abril cuando se cumplía un mes de su asistencia al "Salón Atlántico", Estivalia se acercó al parque del Retiro. Le dolían los pies de tanto caminar por lo que decidió sentarse a descansar. Ese lugar emblemático de Madrid era uno de sus preferidos. Con frecuencia acudía allí al terminar su jornada en las aceras. Le gustaba especialmente un rincón situado frente al Palacio de cristal. Era su lugar favorito para tejer fantasías y quimeras. 
Estivalia tomó asiento y abarcó con la mirada el bucólico paisaje. 
Las palomas dibujaban círculos en el suelo, y en el lago los cisnes reposaban lánguidamente, como si estuvieran durmiendo. Al fondo, el Palacio de cristal se erguía majestuoso, como el reflejo de un universo intangible y armónico donde todas las cosas podían cambiar.  El lugar no estaba muy concurrido, así que Estivalia decidió echar una cabezada, pues también se sentía algo soñolienta. Levantó las piernas y las extendió sobre el banco; después inclinó la cabeza y la apoyó sobre su bolso. Se cubrió con su viejo anorak y se durmió.


Abrazada a su libro de literatura, Estivalia avanzaba por los pasillos del "Santa Cecilia" con expresión soñadora. Los versos de Gustavo Adolfo Bécquer retumbaban en su cerebro con el poder que sólo la poesía tiene. Hasta sus oídos llegaban los murmullos del patio; a esa hora, lleno de estudiantes, motivo por el cual ella se negaba a salir. Una vez llegó al fondo del corredor escuchó su nombre venir detrás de ella. Se giró y allí estaba Alejandro sonriéndole dulcemente. Su corazón empezó a latir con rapidez.

Él llegó hasta ella y la tomó del brazo
- ¿Quieres bailar conmigo…?

A Estivalia no le dio tiempo a responder, pues acto seguido se vio conducida hasta un enorme salón donde todos sus compañeros se hallaban bailando. De un viejo tocadiscos salían canciones del Dúo Dinámico. En una mesa contigua había jarras de limonada y platos llenos de patatas fritas y entremeses. Del techo colgaban un sinfín de globos de colores. Estivalia no comprendía nada. Vio que en el fondo del salón se hallaban apilados los pupitres y sentados en ellos se hallaban los profesores observando complacidos la escena. De la pared frontal pendía la enorme pizarra con los últimos ejercicios de química de esa mañana. Todas las parejas de aquel baile estaban formadas por sus compañeros y compañeras de clase. Alejandro la observó expectante mientras le decía :
- Esta fiesta es para ti, Estivalia… 
Suavemente la tomó del talle y la sacó a bailar.
La canción "El final del verano" del Dúo Dinámico retumbó entre las paredes como el eco lejano de un tiempo feliz. 
De pronto, los globos del techo cayeron sobre ellos y el salón se convirtió en un oscuro pasadizo. Todos desaparecieron, incluido Alejandro. Estivalia avanzó por el túnel y desembocó en una de las aceras de la Calle Salamanca; Y allí sentadas en una terraza vio a sus compañeras del instituto, ya adultas, y lideradas por Teresa Álvarez, señalarla con el dedo. Al ver sus expresiones burlonas y escuchar sus risotadas, Estivalia se desmayó.

Alguien la estaba zarandeando. 
- !Señora, despierte!

Estivalia despertó de su sueño empapada en sudor. Delante de ella divisó la figura del guarda del parque que con voz grave le decía :
- No se puede dormir aquí 
Ella asintió resignada, haciendo ademán de recoger sus cosas para levantarse. De repente se quedó petrificada, pues desde el lago vio a alguien avanzar hacia ella.
Tragó saliva, y comenzó a respirar entrecortadamente, pues como salido de un sueño, Alejandro Guzmán la observaba ensimismado. 
No podía ser, pero lo era.
Al llegar frente a ella Alejandro esbozó su acostumbrada sonrisa y exclamó:
- Te he buscado por todos los albergues de la ciudad…

Ella incapaz de dar crédito le devolvió la sonrisa y trató de alisar sus alborotados cabellos.  Ahora él la estaba viendo como era ella en realidad, como una indigente, con sus desaliñadas ropas, sus zapatos gastados y sus medias agujereadas. Con todo su mundo destartalado y fracasado. 
Avergonzada solo pudo decir :
- Lo…siento 
- ¿El qué…? - preguntó él dulcemente 
- Pues…
Él asintió comprensivo 
- Mira, lo único que no te perdono es que no me dieras tus señas. Me ha costado encontrarte. Tuve que telefonear a Susana González, para que me diera la dirección de la tienda de la esposa de Carlos Jiménez, y una vez allí, ella me indicó un bar donde trabaja el cuñado de un agente policía que sabe dónde pasas las noches. Me dio la información, pero me equivoqué de calle. Al fin llegué a tu Albergue y allí me dijeron que acababas de salir a hacer tu recorrido. Un compañero tuyo me indicó tu trayecto habitual. Así que lo hice, y llegué hasta aquí…

Estivalia lo escuchaba como a través de un sueño. Le parecía increíble que él se hubiera tomado tantas molestias por ella, y que le estuviera diciendo todo aquello, como si no le incomodara su precaria situación. 
- Gracias Alejandro… 
Fue todo lo que pudo exclamar
- ¿Ya empezamos? A mi no me des las gracias. Yo no estaba dispuesto a dejar pasar 40 años de nuevo antes de volver a verte. Quiero decirte que Susana González está muy preocupada por ti y quiere ayudarte. Ella discutió con Teresa cuando se enteró de lo ocurrido, y ya no se hablan. Varios compañeros nuestros del "Santa Cecilia" me han estado telefoneando preguntando por ti. Te quieren ayudar. En especial Santiago Prima, que ha roto su amistad con Teresa por tu causa. Están esperando que les llame con cualquier información sobre tu paradero. Como ves tus compañeros del "Santa Cecilia'' se preocupan por ti. - Alejandro hizo una breve pausa antes de añadir - En lo que a mi respecta, voy a hacer todo lo posible para lograr que seas feliz, si tú me dejas…

Las palomas del parque se amontonaron en torno a ellos.
El sol se asomaba tras las nubes como despertando de un profundo sueño. A lo lejos el Palacio de cristal resplandecía con el color de los sueños, mientras los cisnes del lago avanzaban lánguidamente por sus aguas cristalinas.
Estivalia sonreía, pues había aprendido que cuando se trataba de Alejandro cualquier cosa era posible. 
Lo observó maravillada, pues una vez más, él era la luz de un mundo hostil. 
Las palomas echaron a volar y se difuminaron con el azul del cielo.
La belleza no era un espejismo 


Vio con los ojos del alma la mirada ávida del niño que fue Alejandro observándola desde su pupitre, y por primera vez la niña que ella había sido dejó de leer su libro de literatura, giró su cabeza y le sonrió.
Los versos de Gustavo Adolfo Bécquer retumbaron en sus oídos. 
Y por primera vez todo estuvo bien.
Había luz, mucha luz.



FINAL 


Yolanda García Vázquez 
España
Abril 2022
Derechos de autor reservados 







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