LAGUNA DE ESPEJOS (LA INVISIBILIDAD DE NARCISO)


 

LAGUNA DE ESPEJOS
La invisibilidad de Narciso

Yolanda García Vázquez
España
Derechos reservados



"Y en esta laguna de espejos
mi espíritu empobrecido 
busca acaso la luz de tu sombra para perpetuarse..."

Narciso 




PRÓLOGO

París 1950
Conferencia mundial sobre poesía
Sala de prensa
6 de la tarde



La ciudad de la luz acogía a lo más selecto de la literatura universal. Escritores y poetas de todas las nacionalidades se hallaban reunidos en la que estaba siendo la quinta conferencia mundial de poesía que se celebraba desde el final de la guerra. En la sala de prensa, colegas del gremio literario y periodistas, charlaban animadamente.
Sir William Meredith el flamante ganador del último certamen mundial de novela histórica, era el centro de casi todas las miradas, pues el autor galés no dejaba de estar en el ojo del huracán de todas las novedades e intrigas que surgían en el mundillo literario. Era una estrella, y él lo sabía. Aparte de su enorme carisma personal, le precedía una de las más brillantes carreras literarias de su tiempo.

- Sir William,  ¿cual cree usted que ha sido el mejor poeta de toda la historia? - le preguntó un avezado periodista
El aludido frunció el entrecejo. Se hallaba agotado, pues llevaba horas discutiendo con sus colegas sobre poesía y literatura, y aunque era un hombre saludable y vigoroso, a sus setenta y cinco años comenzaba ya a notar el peso de la edad, y los efectos causados por el exceso de trabajo. Apenas había dormido la noche anterior, le dolían las sienes, y lo único que deseaba ahora era dar por finalizada la conferencia y regresar a su mansión de Gales con su familia para celebrar la última distinción literaria que había recibido. No obstante, aquella pregunta le devolvió la vitalidad y las ganas de hablar.
Bebió un sorbo de su vaso de agua y con tono elocuente agregó :
- ¡Narciso! ¡El poeta de la cueva!
Hubo un murmullo de voces en la sala. Los colegas de Sir William y los periodistas se miraron perplejos, pensando que al afamado escritor británico se le había ido la pinza.
- Pero, si eso fue una fábula. Ese hombre nunca existió. Se referirá a Don Fernando Albarracín, seguramente...- se aventuró a decir un corresponsal americano
Sir William lo fulminó con la mirada
- ¿Eso cree usted? - Le espetó
El periodista americano no supo que responder. La seguridad de Sir William lo intimidaba. Allí en el centro de la mesa presidencial parecía el ministro de asuntos exteriores británico, y no el afamado autor de novela histórica.
Sir William paseó su mirada por el amplio recinto y exclamó con firmeza :
- ¡Narciso existió!
Un escritor italiano confuso por la actitud de su colega añadió :
- ¡Vamos,  Sir William! Todos hemos leído la "fábula de Narciso", y todos sabemos que fue un personaje de ficción, muy bien creado, por cierto, al igual que el Quijote...
Sir William hizo un gesto de incredulidad
Emilio Rondaya, un escritor uruguayo indicó :
- La "fábula de Narciso" y los libros de poemas que siguieron a continuación fueron escritos por Don Fernando Albarracín Pavía a finales del siglo XVIII, es de sobra conocido por todos.
Sir William sonrió condescendiente y añadió :
- Sí, y él siempre afirmó que su célebre personaje era una especie de alter ego suyo, pero en realidad no fue así. La fábula fue obra suya, pero no los poemas.
Un murmullo de voces recorrió el recinto
Serguei Stokovich blandiendo su pipa como si fuera un arma le preguntó a Sir William con tono burlón :
-  ¿Ah, no?¿Nos está diciendo que uno de los autores más prestigiosos de la literatura universal fue un plagiador? Por favor, Sir William...
Esta vez el aludido esquivó esa pregunta con otra pregunta
- ¡Ja! ¿Pretende decirme Serguei Stokovich que un simple procurador de provincias sin experiencia literaria alguna se puso a escribir excelsos poemas de la noche a la mañana por arte de magia? Porque mi apreciado colega, eso es lo que sucedió. Contaba ya 40 años, y nunca antes de sus afamados libros había mostrado interés por la literatura, y mucho menos por la poesía, y de repente empezó a escribir como un poseso logrando una fama sin precedentes en la historia de la literatura. En mis tiempos de universitario en Oxfofd siempre discutíamos sobre el mismo tema. ¡Don Fernando Albarracín era un farsante! Estoy seguro de que Narciso existió y todos esos poemas que hemos estudiado y admirado durante años son obra suya.
Escritores y periodistas cuchicheaban entre sí sobre el tema. Todos coincidían en el hecho de que Narciso era un personaje, producto de la imaginación de Don Fernando Albarracín, uno de los mejores poetas que había conocido el mundo, y que sus libros de poemas posteriores a la "Fábula de Narciso" eran obras cumbres en la historia de la poesía universal. Nadie podía poner en duda eso, y sin embargo Sir William seguía insistiendo.
El protagonista de la discusión continuó hablando:
- En efecto, caballeros, supongo que para ustedes es una especie de sacrilegio, pero así es como se forjan las mentiras y las confusiones sobre la propiedad en el arte. En la historia de la literatura ha habido muchos casos así, no todos han podido constatarse. Don Fernando Albarracín fue un plagiador,  y no es que fuera un mal escritor, no, pues nos presentó a Narciso en su célebre fábula. No lo habríamos conocido de no ser por él;  pero no fue en absoluto producto de su imaginación, pues se basó en una persona real que vivió 80 años atrás en un pueblo de Cantabria, (España), cuya historia había dado bastante que hablar por aquella zona. Él sólo relató lo que había escuchado por los alrededores acerca de Narciso. En cuanto a los poemas que luego publicó en sus libros, estoy seguro de que se los debió plagiar al propio Narciso. Según la célebre fábula, Narciso era un brillante poeta, de una calidad inigualable, pues si Narciso existió y mis sospechas apuntan a ello, los excelsos poemas de Don Fernando son obra del poeta de la cueva. No hay duda.
Ludwig Jannings, autor alemán y segundo finalista del premio de novela histórica se enfrentó a Sir William, señalándole con el dedo :
- Dígame, Sir William, ¿y porqué está tan seguro de eso?
El aludido al fin esbozó una triunfal sonrisa
- Porque tengo pruebas...





LA FÁBULA DE NARCISO
Obra de Don Fernando Albarracín Pavía
Ávila
Año 1780 de nuestra era


En algún lugar de Cantabria...

El bosque parecía atrapado en un sueño perenne; Rara vez un pájaro quebraba el silencio. Parecía que aquella iba a ser una tarde más, en la que la naturaleza exhibía su habitual esplendor, pero él sabía que no iba a ser así, pues desde hacía tiempo llevaba planeando aquello. Al fin había llegado el momento.
Llegó hasta "La laguna de los espejos", como la llamaban, por la claridad imperturbable de sus aguas.
Durante mucho tiempo había sido su lugar favorito, el sitio donde acudía a buscar la serenidadad que con frecuencia la faltaba.
Allí había comenzado todo, y allí debía terminar.
La vida languidecía como un verso de amor sobre la Tierra, pero no en su corazón. 
Narciso suspiró profundamente y acto seguido giró su cabeza para comprobar que nadie lo había seguido. La belleza del paisaje lo conmovió por completo. La luz rosada del atardecer caía poéticamente sobre el bosque como si de un velo nupcial se tratara. Los árboles inclinaban sus ramas floridas de colores purpúreos con solemne encantamiento; De una ladera de la montaña que cubría la laguna caía una fina cáscada de agua que sobre los pétalos rojos de las flores que había debajo, adquiría al caer un tono ligeramente rosáceo.

Algunos colibries gorjeaban felices entre los arbustos, y en la ribera de la laguna las libélulas danzaban sobre los juncos y las plantas. Una alfombra de césped cubría el suelo con tal exquisitez que las gotas de rocío sobre la hierba parecían diminutos diamantes. Las flores silvestres se balanceaban perezosas al compás de la brisa, y en su descenso diario, el sol se asemejaba a una moneda de oro caída del cielo. No había un lugar más esplendoroso en todo el bosque. La hermosura era impactante, pero más lo era la calma que de tan intensa producía dolor, sobretodo en un espíritu tan atormentado como el suyo.
Definitivamente aquella estaba siendo la primavera más hermosa que había contemplado jamás, pero el contraste con la angustia de su alma era insoportable.
Al reflexionar sobre los motivos de aquello supo que había llegado el momento. Ya no podía demorarlo más.

Narciso se inclinó sobre la superficie cristalina de la laguna. Los nenúfares mostraban sus mejores galas, mientras las ranas croaban perezosas sobre las piedras. Un profundo gemido emergió desde su pecho. La ausencia del amor había lacerado su corazón toda su existencia, pero la soledad había envenenado por completo su ser.
¿Cómo era posible tanto dolor, tanto abandono?
Él que guardaba en su interior el secreto de la belleza era incapaz de transmitirla a los demás. Había pasado su vida recluido en su mundo de sombras y sueños, ajeno a los demás, obtuso e incomprendido, hasta que la revelación le hizo comprender la razón de su misterio. 
Nunca hasta ese momento había entendido la causa de su aislamiento, de su profunda sensibilidad.
Todo empezó el día en que la musa lo miró y le habló. Apareció en mitad de un sueño, emergiendo de "La laguna de espejos" como un hada. Su esplendorosa belleza le cautivó, pues flotaba ante sus ojos con una luz deslumbrante, propia de los seres sobrenaturales. Portaba entre sus manos una vasija transparente cubierta de pétalos, y guijarros brillantes, de la cual manaba un fino velo de agua azul.

- ¿Quién eres? - preguntó asustado
- Soy  Lilabell, tu musa... - respondió ella con una voz melodiosa
- ¡Oh!, nunca te había visto, y ¿qué deseas de mi? - volvió a preguntar aturdido
- Quiero decirte algo...Algo muy importante para ti - respondió ella
- ¿El qué? - preguntó él cegado por los resplandores de la musa
- ¡Alégrate Narciso!, pues vas a ser el poeta más grande que el mundo ha conocido
-  ¡Oh! ¿y cómo será eso? Nunca he escrito poesía... - alegó intrigado
- No importa, porque a partir de ahora no harás otra cosa. Abandonará tus actuales ocupaciones, y te dedicarás en cuerpo y alma a escribir poesía. Hazme caso. Algún día tus poemas recorrerán el mundo.
Narciso la observó perplejo. Los destellos de la musa lo cegaban.
- Pero, ¿porqué debo hacerlo? No tengo vocación de poeta, y no puedo dejar mi trabajo. ¿De qué iba a vivir? - preguntó preocupado
La musa lo observó con expresión solemne
- ¡Debes hacerlo!. ¿Nunca te has preguntado el motivo de tu diferencia y de tu desguarnecimiento ante los demás? Llevas en tu interior el material del que están hechos los genios, pero tu excesiva sensibilidad ha impedido que el artista despierte. He sido enviada para lograr tal propósito. Para lograr tu despertar artístico ungiré tu cabeza con el Agua del Parnaso y quedarás impregnado para siempre por la invisible belleza. No temas, pues fuiste elegido, al igual que yo lo he sido para despertarte. En cuanto a tu supervivencia no debes preocuparte . Todo lo que necesites te será dado, a condición de que rompas con todo y te dediques solo a escribir.
Narciso asintió sin saber muy bien porqué, pues estaba cautivado por la belleza exuberante de la musa.
Después de un solemne silencio en el que Narciso se deleitó observando la gloriosa imagen de Lilabell, añadió conmovido :
- Así lo haré
En ese momento Lilabell se acercó a Narciso y dejó caer sobre su cabeza el líquido azul que contenía la vasija transparente que portaba en sus manos.
Después de esto y con una radiante sonrisa en sus labios se evaporó.

A partir de aquel momento toda la vida de Narciso cambió, y empezó su relación con la poesía. Sintió renacer una nueva luz en su interior, y despertarse su alma de artista, su corazón de poeta. Fue el momento más importante de su existencia, hasta entonces vacía e improductiva. Supo al despertar de su sueño que después de haber visto y escuchado a Lilabell ya nunca más podría ser el mismo. Y desde aquel día empezó a convertir en palabras todo aquel maremágnum de belleza invisible que ella, su musa, había depositado en él. Vendió sus escasas posesiones, cortó las amarras con el mundo, y se fue a vivir como un ermitaño a una cueva de aquel bosque. Nunca tuvo que preocuparse por su subsistencia, pues como Lilabell le había dicho todo cuanto necesitara para subsistir le sería dado; por lo que diariamente la alacena de su cueva se llenaba de manjares que milagrosamente aparecían cuando él los necesitaba.
Nadie notó mucho su deserción, pues toda su vida había sido un hombre solitario, que rehuía a los demás, temeroso de ser burlado y humillado. Toda su adolescencia y juventud la había pasado tejiendo fábulas con su mente, y entregado a la lectura de novelas y cuentos, que colmaban su ansia de belleza, pero que le frustraban aún más.
Desde el encuentro con su musa, allí escondido en su cueva del bosque, dedicó todo su tiempo a escribir los más sublimes poemas, los cuales salían de sus dedos con una facilidad asombrosa.
Al principio se sentía tan colmado y satisfecho consigo mismo que no echó en falta nada de su vida anterior, pues solo vivía para transmitir la belleza, esa que es alimento de artistas y reflejo de un mundo superior. Sin embargo, sus poemas y escritos no eran leídos por nadie, y en el interior de su cueva yacían amontonados por todos los rincones como las hojas muertas de algún otoño perdido.
Un día cansado de ver sus escritos, inertes y abandonados, sin ser leídos, decidió enviarlos a la imprenta del pueblo para que los valoraran. Metió algunas cuartillas en un sobre y adjuntó una nota diciendo:

"Soy Narciso, ex ujier y antiguo vecino del pueblo. Si son tan amables de valorar mis poemas quedaría agradecido. Aquí les envío unos cuantos. Saludos."

Después de enviarlos aguardó expectante, imaginando la culminación de su sueño, pero al poco tiempo los poemas le fueron devueltos con una extraña nota que decía:

"Aquí le devolvemos sus cuartillas de hojas en blanco. No hay nada escrito. Cuando tenga un buen poema, envíenoslo."

Al principio le intrigó aquello, pero no le dio mayor importancia, entregado como estaba a su nueva vida. Siguió escribiendo y olvidó el incidente. Más tarde volvió a enviar sus poemas a la imprenta, y de nuevo recibió aquella extraña nota en la que indicaban que no veían ningún poema escrito en las cuartillas. Extrañado, fue al pueblo y decidió mostrarse en persona en las oficinas de la imprenta. Vestido como un ermitaño, con su poblada barba y aquella expresion atormentada en sus ojos, le costó que lo atendieran. Al fin un empleado le reveló la fatal sospecha : ¡Nadie podía leer sus poemas!
Otros trabajadores de la imprenta corroboraron la afirmación. Al mirar las cuartillas con los poemas que él había escrito, la gente solo veía espacios en blanco donde ninguna letra aparecía. Debastado, abandonó el local después de soportar las bromas de los empleados refiriéndose a él como "el poeta de las cuartillas en blanco".

En la taberna del pueblo le sucedió lo mismo. Nadie podía ver sus poemas. Agotado y trastornado por la extraña experiencia regresó a su cueva y estuvo varios días acostado sin levantarse. ¿Cómo era posible que sus hermosos poemas no pudieran leerse? ¿qué extraño sortilegio los hacía desaparecer ante los ojos de los demás? Él podía verlos perfectamente; la tinta era de primera calidad. Todas las cuartillas estaban repletas de versos por ambos lados; ¡era imposible no verlos!. Habría que estar ciego para ello; sin embargo, al mostrárselos a los demás decían no ver nada escrito en las cuartillas. ¡Era increíble!
Aquello fue una conmoción para él, pues no comprendía lo que estaba pasando. El disgusto le hizo enfermar, por lo que permaneció en su camastro unos días. A la semana siguiente recuperó el vigor y la salud, pero su espíritu tocado por las musas comenzó a languidecer y a retraerse en sí mismo.
Narciso comenzó a llamar a Lilabell en sueños para preguntarle la razón de aquel enigma, pero su musa no apareció.
Confundido, desistió de buscar un motivo lógico al misterio de la invisibilidad de sus poemas, sin embargo, fue la época en la que más escribió. Por las noches, después de sus largos paseos por el bosque buscando sin éxito el sosiego de su espíritu, se encerraba en su cueva y a la luz de las velas transformaba en poesía todo el dolor que laceraba su alma. Compuso interminables sonetos, cuartetos y alejandrinos, los cuales yacían amontonados por el suelo, y era tal la belleza que desprendían sus letras que podían haber iluminado el interior de aquel agujero. Ya que nadie iba a leerlos, ¿qué más le daba? ¡A escribir, a escribir! Todo lo demás no importaba.  Él ya no formaba parte del mundo. Era un paria, un inadaptado, que había creído tener el cielo en las manos.
Escribir era lo único que le quedaba, su única forma de expresarse a ese mundo que no lo entendía. Ese mundo que siempre lo había rechazado, incapaz de comprender el misterio de su personalidad. ¡Escribir! El resto no importaba. Así que no hizo otra cosa más que seguir con su ocupación, como si escribiendo su cuerpo respirara y se nutriera. Empleaba todo su tiempo libre y parte de su tiempo de descanso entregado a la escritura. Sólo bajaba al pueblo para comprar cuartillas, tinteros y velas, sorteando siempre la mirada de los lugareños que lo observaban intrigados como si de un alucinado se tratara. Él ya estaba acostumbrado; agachaba la cabeza y guardaba silencio.
Una vez en su cueva, sentado a su vieja mesa de madera y a la luz de las velas, mojaba su pluma en tinta y traducía el lenguaje de las musas, tal y como Lilabell le había ordenado.
Narciso escribió poemas de todos los estilos: Endecasílabos,  cuartetos, octavillas, odas; Ningún estilo se le resistía.
La temática central de sus escritos siempre eran la soledad, la frustración, y mayormente el amor, hasta aquel momento inaccesible para él.
Atrás quedó su vida de ujier en un tribunal de la ciudad. Ya pocos le recordaban, y los que lo hacían decían de él que había perdido por completo la cabeza. "El ermitaño de los poemas invisibles", lo llamaban. Tanta lectura y tanta soledad lo habían trastornado, también decían.
Estaba solo en el mundo, pero acompañado por su arte e inspiración. El resto no existia para él.

Y allí en su cueva del bosque solo vivía para escribir y soñar; y nada echó en falta, pero un nuevo dolor fue naciendo en su corazón, y eso le aterrorizó profundamente, pues sabía que aquello iba a mortificarle más que nada en el mundo. Se había enamorado de su musa; aquella que derramó en su ser todas las maravillas del Parnaso. Una mujer hecha de sueños y suspiros; mitad niña, mitad diosa; poseedora de innumerables encantos, que se había asomado a su alma en medio de un sueño, antes de su despertar artístico y creativo. Lilabell nunca regresó a sus sueños, sin embargo, él notaba toda su esencia en su interior, pues era la fuerza que lo impulsaba a crear, aunque era incapaz de conectar con ella. La frustración lo invadía por completo.
Narciso se atormentaba. Tanto tiempo después de su despertar artístico ¿de qué le había servido su exclusión del mundo, si nadie podía leer sus poemas, que se hacían invisibles a los ojos de los demás? y ella, su musa, ¿dónde estaba, porqué no había vuelto a aparecer en sus sueños? ¿Habría leído ella sus poemas? ¡Oh, Lilabell! A veces la llamaba con la imaginación. Su corazón de poeta buscaba la etérea presencia de su musa para preguntarle la causa de la invisibilidad de sus poemas, y también para revelarle su amor, pero ella nunca volvió a aparecer.
Sentía el éxtasis y el dolor por la ausencia del ser amado, similares al gozo y al tormento de la creatividad, pero también sentía que ya no podría nunca dejar de escribir, aunque sus poemas fueran invisibles para el resto del mundo, aunque su musa estuviera ausente, aunque estuviera solo en el mundo.
Era un poeta, un creador, y ese era su destino.
La angustia que sentía era la tinta donde hundía su pluma, y le nacían de los dedos auténticas joyas poéticas que nadie apreciaría, esto hacía aumentar el dolor, y cuanto más dolor sentía en su interior, más necesidad de escribir y más brillantez adquirían sus letras. Era una espiral interminable. Dolor y poesía que le consumían.
Ya no había calma en su espíritu.
Así pasó mucho tiempo hasta que Narciso comprendió que ya no podía seguir viviendo así, pues se veía a sí mismo como un catalizador de la belleza, un orate, un ser inservible cuyo afán romántico lo había condenado a la muerte en vida, al ostracismo y al olvido.
Poco poco su espíritu fue volviéndose más hipersensible hasta el momento en que hasta el vuelo de una mariposa lo trastornaba. Todo lo conmovía y todo lo angustiaba, e inevitablemente toda aquella zozobra iba a ser mutada en poemas que serían invisibles para el mundo. No tenía sentido. No podía seguir viviendo así. Tenía que romper aquel círculo vicioso para que su alma encontrara la paz. ¿Dejar de escribir? ¿Volver a su antigua vida? No era posible. Se había embrutecido demasiado en aquella cueva como para volver al mundo civilizado. Ya le tenían todos por loco. La juventud había desaparecido, y con ella parte de su salud. No tenía alternativa fuera de aquel agujero; pero él necesitaba la calma. No podía soportar más aquel suplicio. Su alma necesitaba respirar más que nada en el mundo.
Antes del solsticio de la primeravera supo como lograrlo.

La laguna de espejos y nenúfares lo llamaba en sueños con sus cristalinas aguas. Era el lugar ideal para dejarse llevar. Sería maravilloso fundirse con aquella mansedumbre, con aquella exquisita templanza, y no volver a sufrir nunca más.
Imaginaba la muerte como un nuevo nacimiento, el despertar de una oscura pesadilla.
No había marcha atrás. Estaba decidido.

Una tarde de Pascua ordenó todas sus cuartillas con sus poemas y textos sobre la mesa de su cueva. Puso en el centro su últimos versos, que eran su testamento poético, donde reflejaba la causa de su exilio, su obra, su vida y su muerte.
Respiró profundamente, y con una extremada parsimonia se dirigió a la zona del bosque donde se hallaba "La laguna de los espejos".
Fue una burla del destino que fuera una de las tardes más bellas de la Tierra.

Narciso llegó a aquel espacio del bosque con el corazón acongojado. Era la última vez que vería aquellos árboles floridos, aquel césped mágico, aquel encantamiento frondoso que en otras horas había sido un elixir para su espíritu.
Si la belleza sobrecogía, la quietud era arrebatadora. 
El último día de su vida, la última desazón.
¡Cuantos mundos habrían nacido o perecido desde su primer día en este planeta!
La vida era un eterno sin sentido, un continuo girar en el vacío, ¿o no?
Pronto lo comprobaría.

Alzó su cabeza con los ojos anegados en lágrimas. Las nubes rosadas del cielo parecían brazos extendidos de ángeles que lo llamaban. ¿Hallaría consuelo más allá?
¡Oh, Señor! ¡Tener que acabar así...! pero era eso mejor que aquel infierno constante, aquella angustia que oprimía su ser por completo, aquella infinita soledad que conmovía su espíritu.
Y Lilabell, ¿sabría lo que él iba a hacer?
¿La encontraría en algún lugar cuando su cuerpo yaciera sin vida en el fondo de la laguna?
Allí fue donde en sueños la vio emerger como una diosa, y desde allí había derramado sobre él los misterios de la inspiración, y la creatividad.
Cerró los ojos incapaz de contener el llanto. Escuchó cerca el canto de los cuclillos, el revoloteo de las libélulas en las plantas, el croar de las ranas. Criaturas pequeñas que poseían más libertad y grandeza que él, pues todas armonizaban entre sí y con el mundo en el que habían sido creadas.
Solo él era un obtuso, un cretino que no había comprendido nada.
Acongojado y con una voz que no parecía la suya exclamó :

- ¡Oh, Lilabell! ¿dónde estás ahora? Llegaste a mi en un sueño y me entregaste el tesoro de la inspiración. Lo tomé porque mi vida era inmensamente vacía e insustancial. Gracias a ti compuse los más bellos poemas que jamás se hayan escrito. He sentido el poder del universo en mi interior, la omnipotente fuerza creadora. Me aparté de todos para traducir el lenguaje de las musas como me pediste. He vislumbrado la sublime belleza y la he derramado en mis poemas, ¿pero, de qué me ha servido todo, si nadie ha podido leerme? ¿Acaso fui bendecido con las maravillas del Parnaso y escribí mi obra para que nadie la conozca? ¿De qué ha servido entonces? Y este amor insoportable que siento en mi pecho, esta agonía de adorarte y no poder verte, ¿de qué me sirve también? ¡Oh, Lilabell! ¿porqué me elegiste a mí?...Dime, amada mía,  ¿hallaré consuelo al otro lado? ¿podré verte alguna vez?
Un profundo silencio inundó el lugar, tan profundo que dolía.
Las ranas enmudecieron de pronto;
Las aguas cristalinas de la laguna temblaron bajo los rallos del crepúsculo. Sobre los tallos de las altas plantas las libélulas quedaron inmóviles.
El llanto de Narciso era tal que parecía que el bosque entero se conmovía.
Una avecilla sobrevoló su cabeza.
No hubo ninguna respuesta.
Haciéndose la señal de la cruz Narciso se hundió en la laguna no si antes vislumbrar el rostro bello y esplendoroso de Lilabell, su musa, que desde algún limbo había surgido para llevárselo.
Las alas rojas de las amapolas parecieron querer soltarse para posarse sobre la superficie cristalina de la laguna, el viento las ayudó.
Y así, Narciso, el "poeta de las cuartillas en blanco" alcanzó el descanso eterno en el fondo de la laguna de espejos.
Mientras caían los primeros resplandores del ocaso sobre las aguas, una fina lluvia vino a rubricar aquella escena que de tanta belleza hubiera podido conmover a los ciegos.

Pasaron los días, y hallaron el cadáver de Narciso en el fondo de la laguna. No había señal de sufrimiento en su rostro, y a todos les llamó la atención la sonrisa dibujada en sus labios, y la expresión de su faz, pues reflejaba una inmensa calma y alegría. Lo que a todo el mundo extrañó.
Los lugareños se amontonaron alrededor de la laguna cuando se llevaron los restos de Narciso.
Observaban  y comentaban.
- Parece que murió feliz...
- Sí, estaba sonriéndo, ¡que raro¡
- ¡Oh, estaba loco! Todos lo sabíamos. Hacía años que vivía solo en una cueva
- Sí, se le fue la cabeza. Una pena, pues parecía buen muchacho
- Dice mi marido que se dedicaba a coleccionar cuartillas en blanco y las enseñaba diciendo que ahí escribía sus poemas, pero nunca vieron ninguno escrito. Imagino que se trastocó.
- Vamos a su cueva a ver qué encontramos

Llegaron al agujero del pobre Narciso cuando el sol estaba en lo alto. Lo que allí encontraron los dejó boquiabiertos, pues en una vieja mesa de madera hallaron cuidadosamente ordenadas cientos de cuartillas escritas por ambos lados con los poemas de Narciso, aquellos que nadie había podido ver nunca. Sus poemas invisibles. 
Todo el mundo se acercó a visitar la cueva de Narciso; y al leer los versos del ermitaño en aquellas cuartillas que tiempo atrás él les enseñara y ellos vieran en blanco, se conmovieron, y después al comprobar la excelsa calidez de lo que allí había escrito se quedaron sin palabras.
Le hicieron el entierro más emotivo que se recordara en el lugar. Todo el pueblo acudió. Cubrieron su ataúd de coronas de flores y entonaron rezos y cánticos por la paz de su alma.
Tiempo después se corrió la voz por los pueblos colindantes de que un poeta loco se había suicidado porque sus poemas eran invisibles, y se insistió en el hecho de que inmediatamente después de su muerte sus poemas se hicieron visibles en las cuartillas en blanco que coleccionaba, fenómeno que algunos achacaron a la brujería.
Recopilaron todos sus escritos y los enviaron a la ciudad donde una afamada firma literaria los imprimió y publicó en un libro con el nombre : "El mejor poeta del mundo". El libro tuvo tal éxito que fue traducido a todos los idiomas.
Los más prestigiosos críticos y eruditos de poesía analizaron y elogiaron la genialidad y brillantez de sus poemas. Todo el mundo coincidió en el hecho de que jamás se habían escrito poemas tan excelsos y brillantes.

En el pueblo cercano a la cueva de Narciso se erigió una estatua con su nombre. "La laguna de los espejos" fue nombrada tesoro nacional, y frecuentemente venían forasteros a visitarla.
Pasaron 10 años y la fama de Narciso creció de tal manera que incluso se llegaron a publicar varios libros contando la historia de su vida, aunque ninguno logró desentrañar el misterio de su personalidad y creatividad,  quedando para los lectores de todo el mundo como "el poeta más grande de la historia", el cual se había quitado la vida porque creía que sus poemas eran invisibles.

La cueva de Narciso, fue lugar de peregrinación para todos los seguidores de su obra. Algunos llevados por la mitomanía del personaje llegaban a pasar la noche en su interior para impregnarse del espíritu del célebre poeta.
Se llegó a contar que algunos de aquellos aventurados jóvenes habían visto en sueños, mientras pernoctaban en la cueva, la figura de un hombre y una mujer emerger de una laguna.
Después de esto habían iniciado su carrera de escritores, pues sintieron haber sido tocados por la varita de la inspiración.

Esta es la historia del poeta Narciso; Fábula, cuento, o hecho real, según lo que vuestra mente y vuestra alma estén dispuestas a concebir.
Después de todo la realidad es otro sueño. ¿no creen?



Fernando Albarracín Pavía

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CONCLUSIONES DE LA VIDA REAL   



La verdadera historia de Narciso, el poeta de la cueva, difería completamente de la fábula escrita por Don Fernando Albarracín, no obstante la publicación de aquel libro fue para Don Fernando el pasaje a la gloria artística en todo el mundo, teniendo como base la leyenda de un personaje real que tiempo después se pensó que nunca había existido. Creencia que fue incentivada por el propio escritor.
Relataremos aquí como Don Fernando entró en contacto con la obra de Narciso y como forjó su fama de genio de las letras.

Muchos años después de la muerte de Narciso, un procurador de Ávila intrigado por su leyenda se dejó caer por el lugar. Impactado por la historia que allí conoció pidió leer los poemas de Narciso que estaban guardados en un baúl de una masía del pueblo.
Sebastián Almanzor que así se llamaba el dueño de la masía le contó la historia de cómo habían llegado los poemas de Narciso hasta su familia 
- Mi abuelo fue vecino suyo - le decía el hombre mientras le enseñaba el paquete de cuartillas - Era casi un niño entonces. Él y su padre recogieron las cuartillas de la cueva cuando encontraron el cuerpo. Como nadie las reclamó las guardaron por deferencia al pobre Narciso. No pensaron que tuvieran ningún valor, tampoco ahora creo que lo tengan, solo un valor sentimental. El suicidio de Narciso afectó mucho a los lugareños en aquellos días. Mi abuelo siendo ya adolescente leyó algunos de los  poemas que hay escritos y quedó asombrado, aunque nunca supo qué hacer con ellos. Era un hombre con poca instrucción. Lo que sí es cierto es que nos pidió que guardaramos siempre las cuartillas de Narciso, como si el pobre hubiese sido de nuestra familia, y también para que alguien pudiese leerle; y así es como han llegado hasta hoy. Confieso que solo he leído unos pocos. No me gusta mucho leer, soy un hombre de campo, aunque mi hija pasa largas horas en el desván leyendo los poemas de Narciso. Es tan solo una niña, pero ella dice que son sublimes. Verá, yo no entiendo de letras, pero como usted está tan interesado podría darle el paquete por un módico precio. Tengo que reformar el establo y el gallinero, y no dispongo de mucho dinero...


Así fue como Fernando Albarracín adquirió las cuartillas de Narciso, y así fue también como tiempo después y según las historias que sobre el poeta ermitaño había escuchado en el pueblo, escribió su primer libro "La fábula de Narciso". Antes de esto ya tenía pensado recopilar todos los poemas del ermitaño en varios libros, pues los había adquirido todos en la masía de la familia Almanzor.
Despues de la publicación de su primer libro, y con el éxito de su ópera prima en los oídos, transcribió a mano los casi 1500 poemas de Narciso y los publicó en varios libros. Obvió el nombre del poeta de la cueva e hizo pasar los poemas como suyos. Cogió todas las cuartillas originales con los poemas de Narciso y las quemó, para que no hubiera rastro del auténtico autor. Casi 80 años después no había demasiadas evidencias de la existencia del ermitaño, salvo algunos recuerdos sueltos de los lugareños que relataban hechos que habían escuchado de oídas.
En el registro civil del pueblo no había encontrado nungun dato de su existencia, y gracias a la publicación de "La fábula de Narciso" se estableció la creencia en las nuevas generaciones de que el poeta de la cueva nunca había existido, pues mientras preparaba su primer libro se había encargado de fortalecer esta creencia,  adornando la historia que estaba escribiendo con recursos fantasiosos salidos de su imaginación. Si su primer libro contando la leyenda de Narciso tuvo un notable éxito entre académicos y estudiantes de literatura, sus libros de poemas posteriores tuvieron un éxito arrollador en todo el país y más tarde en todo el mundo, pues se fue corriendo la voz de la extraordinaria calidez artística de los poemas, y algunos importantes eruditos de la época llegaron a afirmar que eran los mejores poemas que se habían escrito en toda la historia.
Don Fernando Albarracín procurador de profesión alcanzó una fama sin precedentes. Fue nombrado catedrático de letras de Ávila y condecorado por el rey de España con la máxima distinción. Escribió un total de siete libros con todos los poemas de Narciso, que fueron traducidos a varios idiomas. Fue considerado junto a Miguel de Cervantes y Calderón de la Barca como uno de los mejores autores españoles de todos los tiempos. Nunca habló de la existencia de Narciso; Cuando le preguntaban sobre el personaje de su célebre fábula declaraba que se trataba de su alter ego, pues decía que siempre se había sentido como una especie de ermitaño incomprendido.
Nunca se arrepintió de haber usurpado su obra, solo en su lecho de muerte y semi inconsciente dijo una enigmática frase que recogió su personal de servicio.  ¿Narciso existió o no existió?
Falleció a los 90 años, sin hijos. Todas sus posesiones pasaron a manos del estado quien convirtió su hacienda de Ávila en un museo. Pasado el tiempo la vida y obra de Don Fernando Albarracín Pavía fueron estudiadas en todas las universidades del mundo con la misma admiración que la obra de Cervantes.





SIR WILLIAM MEREDITH 



Sir William Meredith, afamado escritor británico de novela histórica, sabía que había sembrado la duda en sus interlocutores, y se alegraba por ello. Miró su reloj, las 7 de la tarde. Tenía tiempo, todo el tiempo del mundo. Fuera del recinto comenzó a llover.
- ¿Qué quiere decir, Sir William? ¡Hable claro! - preguntó impaciente Ludwig Jannings, su colega alemán.
Sir William paseó su mirada de nuevo por los allí presentes y con tono solemne exclamó :
- Según "La fábula de Narciso", el poeta de la cueva nunca existió, ¿no es cierto? Así lo creímos todos. Excelente treta contar la historia de alguien en un libro y rodearla de hechos fantasiosos e increíbles para inducir la idea de que esa persona es producto de la imaginación de su autor. Habían pasado 80 años desde la muerte de Narciso, y Don Fernando Albarracín lo tenía fácil para proyectar la invisibilidad del ermitaño. Eran otros tiempos,  y nada quedaba registrado como ahora; ¿quién iba a ocuparse de la vida de un miserable ermitaño que además tenía fama de loco?, y es más ¿a quién le importaba lo que este pobre diablo hubiera dejado escrito en unas cuartillas halladas en una cueva? En efecto, Don Fernando lo tuvo fácil. Había oído hablar de la leyenda de Narciso en círculos estudiantiles, como la historia de un hombre que lo dejó todo para encerrarse en una cueva y dedicarse por completo a escribir poesía, y de como ese hombre se había quitado la vida en un ataque de locura, siendo un completo misterio donde había quedado guardada su obra. Nadie podía estar seguro de si el hombre en cuestión había existido o no, incluso mucho antes de que Don Fernando se dedicara a reforzar la inexistencia del ermitaño.
Desde la primera vez que oyó hablar de Narciso, el avispado procurador tuvo la necesidad de querer saber más.
En un viaje a Cantabria por motivos de trabajo se acercó a echar un vistazo al pueblo donde se decía que se había originado la leyenda. Era un hombre curioso e inquieto, y lo que allí descubrió por conversaciones con algunos supervivientes de la época del eremita picó aún más su curiosidad.
Se enteró que los poemas del malogrado poeta estaban guardados en un caserón del pueblo, propiedad de una familia de granjeros. Quedó tan impresionado al leer las primeras cuartillas que compró todos los poemas de Narciso pagando una importante suma por ellos. Él se lo podía permitir. Una vez en su casa de Ávila planeó la usurpación de Narciso;  para ello contaría la historia del ermitaño exagerando lo que le habían contado en el pueblo y añadiendo cosas de su cosecha; musas del Parnaso, poemas que se volvían invisibles, etc, para terminar de disipar algunas dudas sobre la existencia del poeta. Cuanto más exagerada y fantasiosa fuese la historia de Narciso más probabilidades habría de que todo el mundo creyese que ese hombre solo era un personaje de ficción. En aquella época la fábula del poeta todavía circulaba en algunos lugares, después de la publicación del libro de Don Fernando ya no hubo la mejor duda de que Narciso nunca había existido. Y eso era importante para el ambicioso procurador, pues tenía proyectado publicar los poemas de Narciso que presentaría como suyos, y puesto que desconocía hasta qué punto aquellos poemas habían sido leídos o no con anterioridad a la muerte del ermitaño,  era de vital importancia para él reforzar la creencia de que Narciso nunca había existido. ¡Una jugada maestra! El resto de la historia ya lo conocen...
Sir William observó con expresión divertida a su auditorio. Todos los allí presentes lo miraron perplejos.
- Muy buen argumento para una novela de suspense, Sir William, pero ¿qué pruebas tiene de ello? - preguntó incrédulo su colega ruso, Serguei Stokovich
- ¿Quiere que creamos que el gran Don Fernando Albarracín plagió toda su obra de un ermitaño loco del que no hay pruebas de su éxistencia? - preguntó escandalizado Emilio Rondaya, el poeta uruguayo
- ¿1500 poemas plagiados? Vamos, Sir William, ¿qué ha comido hoy? - agregó irritado el colega italiano Marco Antonelli
Sir William con actitud conciliadora agregó:
- Cálmense caballeros, no se alteren. Voy a contarles una historia, y espero que con esto quede finiquitado el tema. Hace años cuando estudiaba yo en Oxford mi primer curso de filosofía y letras, intrigado por la vida y obra de Don Fernando Albarracín, decidí pasar mis vacaciones en España. Viajé hasta Ávila y allí me interesé por nuestro célebre escritor. No obtuve mucha información nueva, pero en cambio si descubrí en ciertos lugares que la leyenda de Narciso había tenido su origen en algún pueblo de Cantabria, así que picado por la curiosidad allí me dirigí. Era joven y disponía de mucho tiempo libre. Bueno, el caso es que una vez allí me asombró el hecho de que por los alrededores se tenía la creencia de que un tal Narciso había existido y muerto en cierto pueblo de la zona; también se comentaba de que había sido poeta, y se insistió mucho en el hecho de que se había vuelto loco al final de su vida. Me dirigí al pueblo en cuestión y lo que allí descubrí me dejó sin argumentos. En efecto, el hombre en cuestión había existido, aunque su vida estaba ya diluida por las sombras del tiempo. Habían pasado ya casi doscientos años, pero algunos ancianos del lugar recordaban lo que habían oído relatar de sus padres, que a su vez lo habían escuchado contar de sus antecesores. No relacionaban al célebre personaje descrito por Don Fernando en su fábula con aquel del que habían oído hablar, oriundo de su pueblo, el cual había abandonado su anterior vida para excluirse en una cueva y dedicarse por completo a escribir poemas, y que tiempo después acuciado por una incipiente locura se arrojó a una laguna del bosque. Por lo visto este infeliz había dejado escritos casi 1500 poemas en sus cuartillas que según algunos nunca habían sido leídas por nadie antes de su muerte. Alguien me informó que los poemas del ermitaño habían estado en propiedad de una familia del pueblo, tiempo atrás, aunque después no se supo qué hicieron con ellos. Se sospechaba que los habían vendido. La única superviviente de la familia, Rosalía Cervera, vivía con su marido en una casa cercana al ayuntamiento. Me dieron las señas y allí me dirigí. Me recibió una dama de unos sesenta años, Rosalía, quien me contó que su abuela había heredado las cuartillas de Narciso de su padre, quien a su vez las había heredado de su antecesor.
La anciana había fallecido cuarenta años atrás, cuando contaba 97 años. Rosalía Cervera no sentía gran pasión por la literatura, pero intuí que quería contarme algo, así que la incité a ello. Después de un intercambio de opiniones sobre los motivos de mi visita, me dio una información muy jugosa. Según Rosalía, su abuela se había enamorado de Narciso al leer sus poemas escritos en las cuartillas que guardaba su familia. Era casi una niña, y pasaba largos ratos leyéndolos en el desván de la casa de sus padres, en el campo. Cierto día pasó por allí un forastero, interesándose por la vida del ermitaño, y acabó comprando todas las cuartillas de Narciso a su padre, el cual necesitaba el dinero para reformar la hacienda. El hecho conmocionó a la muchacha, pues le quedaban más de la mitad de los poemas del ermitaño por leer. Se enfadó con su padre por haber vendido los poemas, pero recordó después que tenía en su poder varias cuartillas que estaba leyendo en esos momentos; las escondió por si el forastero regresaba, y después las guardó como oro en paño, no dejándoselas ver a nadie. Toda la vida conservó aquellas cuartillas, aunque nunca se las enseñó a nadie. Casi centenaria, en el que había de ser su lecho de muerte, le confesó a su única nieta, Rosalía, que seguía conservando algunas cuartillas perdidas de Narciso, como la madre de Rosalía había fallecido tiempo atrás, le rogó a su nieta que las guardara ella. La dama me las enseñó y pude corroborar que mis sospechas eran acertadas, pues reconocí al instante varios poemas de la obra de Don Fernando Albarracín. Por lo visto el pobre Narciso solía hacer copias de algunos de sus poemas, de aquellos que le gustaban más, en el reverso de algunas cuartillas,  es por eso que aquellos poemas perdidos que guardó la abuela de Rosalía, tenian su copia en la Antología de Don Fernando Albarracín. Nuestro afamado procurador transcribió todos los poemas de las cuartillas que había comprado y no se le escapó ninguno. Sorprendentemente, Rosalía me reveló también que su abuela siempre sospechó que la obra de su adorado Narciso había sido plagiada, pues también reconoció aquellos poemas perdidos en los libros de Don Fernando. Conmocionado por tal descubrimiento rogué que me entregara las cuartillas para iniciar una investigación literaria, y para mi sorpresa no tuve que pagar ningún dinero. Supongo que al conocer que yo era estudiante de filosofía y letras, pensó que haría buen uso de ellas, y tal vez pudiera restituir parte del honor de Narciso, tal y como su abuela hubiera deseado. Desde aquel día las llevé siempre conmigo, y aunque las enseñé a algunos colegas de Oxford, nadie dio demasiado crédito a mi historia.

Toda la atención de la sala estaba concentrada en Sir William, el cual los observaba desafiante.
- No me creo una palabra, Sir William, - agregó Robert Perrin, un conocido autor australiano - es lo mismo que decir que Cervantes plagió toda su obra de un tal Quijote que nunca existió...
- ¡No!, no es lo mismo - respondió indignado Sir William
Los periodistas intercambiaban opiniones y hacían gestos de incredulidad. Verdaderamente, Sir William era un cuentista y un manipulador de primera categoría.
- ¿Y que pasó con las cuartillas de Narciso, las que compró Don Fernando? - preguntó un periodista francés
- Lo ignoro, supongo que se deshizo de ellas. No creo que se dejara ninguna prueba de su plagio por ahí...- respondió Sir William
El murmullo de voces disconformes iba en crescendo, pero Sir William Meredith aún no había dicho la última palabra.
- ¿Así que solo dispone de varias cuartillas para corroborar su historia, sir William? - preguntó Ludwig Jannings con malicia
- Exacto - respondió imperturbable el aludido
- ¡Cuentos chinos! - sentenció Serguei Stokovich
Sir William cansado de la incredulidad de sus colegas se llevó la mano a su cartera y sacó un grueso papel doblado; mientras lo extendía frente a su auditorio, agregó :
- Esta cuartilla siempre la llevo conmigo, pues el poema me tocó por muchas razones. Es uno de los más largos de su autor.  Se titula : " El gozo y el tormento de crear". Es un auténtico manjar para el espíritu, como ya saben. Por diversos motivos es como un amuleto para mi. Apreciarán la caligrafía propia de alguien que ha escrito toda su vida con una pluma. Verán la firma de Narciso debajo y la fecha de Abril de 1710, arriba del todo. Hallarán este poema también en el quinto libro de la Antología de Don Fernando Albarracín, página 59. Libro publicado 80 años después. Un plagio literal.
Todo el auditorio enmudeció de repente. El silencio podía rasgarse con un cuchillo.
Inmediatamente varios colegas se avalanzaron sobre el papel que sostenía Sir William para apreciarlo mejor.
La prueba había sido demoledora e irrefutable.
Sin embargo, no todos estaban impresionados.
- ¡Creo que es una falsificación! - espetó Ludwig Jannings furioso - Tal vez la hizo usted, Sir William...
Sir William hizo una mueca burlona y agregó:
- Bueno, eso también habría sido una genialidad por mi parte; imitar la forma de escritura de aquel tiempo, e inventar todo lo que acabo de relatarles. Es una estupidez ¿qué saco con eso?
Los cuchicheos regresaron. Lo cierto es que Sir William había conseguido sembrar la duda.
- ¿Y porqué no lo ha contado hasta ahora? ¿Porqué no ha hecho que el papel sea analizado por expertos? - preguntó Emilio Rondaya - Usted es un hombre de prestigio. Algo habría conseguido.
Sir William sonrió condescendiente
- Mi querido amigo, al principio lo hice, lo conté y nadie me creyó. Don Fernando Albarracín es un peso pesado de la historia, no sólo literaria. Sería imposible y además mezquino por mi parte, intentar derribar su reinado como genio de las letras; además, no olvidemos que gracias a él los poemas de Narciso salieron a la luz; en cierto modo debemos estarle agradecidos del plagio, en caso contrario, aún yacerían olvidados en cualquier desván, y absolutamente nadie, salvo una muchacha romántica de otro siglo, los habría leído, y eso si hubiera sido lamentable para todos.
Emilio Rondaya se rindió a la evidencia y añadió convencido :
- Creo que Sir William tiene razón. No, no creo que esta cuartilla sea una falsificación, pero es una historia tan sorprendente. No salgo de mi asombro...
Sir William sonrió satisfecho; Después cogió la cuartillas y exclamó con solemnidad :
- No hacían falta pruebas materiales, el plagio era evidente, pues solo un hombre con una personalidad especial y con un espíritu ultra sensible podía haber compuesto estos inmortales versos que en las bibliotecas de todo el mundo resplandecen como los poemas célebres de Don Fernando Albarracín Pavía, genio de la poesía universal; pero Don Fernando era un espíritu mediocre, un hombre de leyes y de números, con una personalidad plana, sin sensibilidad, ni profundidad. Jamás hubiera podido escribir así. Yo lo sospeché desde el principio. Así que a la pregunta de quién ha sido el mejor poeta de la historia no pude evitar nombrar al auténtico autor de este poema que acaban de ver, Narciso, el poeta de la cueva. Un pobre loco que se suicidó porque no podía soportar su increíble genialidad. A veces el talento y la brillantez son una carga para quien los padede, aunque sean una bendición para la humanidad.  Buenas noches, caballeros. Ha sido un placer.
Con una inclinación de cabeza Sír William Meredith salió de la estancia dejando tras de sí una nube de interrogantes. Una vez más el afamado novelista británico había conseguido ser el centro de atención.
La lluvia caía copiosamente por las aceras parisinas como si quisiera levantar de una vez el polvo del olvido.





EPÍLOGO


Después de aquella conferencia de poesía surgieron muchas dudas respecto a la autenticidad de la obra de Don Fernando Albarracín Pavía. Se debatió mucho sobre su legado artístico y se llegó a cuestionar la autoría de sus poemas entre algunos sectores literarios; otros en cambio dudaron del relato de Sir William Meredith. La existencia o no de Narciso nunca pudo ser demostrada, sin embargo, la célebre fábula donde se dio a conocer volvió a ponerse de moda entre los nuevos estudiantes de letras. Se cuenta que algunos de ellos intrigados por todo lo que habían escuchado y leído los últimos tiempos acerca del asunto, viajaron a los pueblos de Cantabria buscando la cueva del tal Narciso, pero doscientos años después nadie recordaba con exactitud el sitio original, tampoco estaban seguros de si el hombre había existido o no. Uno de aquellos estudiantes creyó descubrir la auténtica cueva del ermitaño y se aventuró a pasar allí una noche, lo que descubrió en ese lugar hubiera dejado al mundo sin palabras...




FINAL

Yolanda García Vázquez
España
Abril de 2022
Derechos de autor reservados











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