GRETA GARBO PASEA SOLA (EL ELOCUENTE SILENCIO)

 

GRETA GARBO PASEA SOLA

(El elocuente silencio)


RELATO

Autoría 
Yolanda García Vázquez 
España 
Derechos de autor



Madrid/ Febrero 1986


Estela Robledo suspiró frente al espejo del tocador.  Nuevas líneas se habían dibujado en torno a sus ojos. La vejez era imparable, pero poco importaba eso ya. Todavía se tenía a sí misma y eso en sí era todo un milagro, teniendo en cuenta…Bueno, también eso había quedado atrás. Al fin y al cabo no hacía mucho que había descubierto la condición ilusoria de la realidad o como se dijera. Lo había leído en un libro y le había gustado tanto la frase que solía aplicarla en cualquier ocasión.

Se cepilló sus lacios cabellos castaños comprobando también que un nuevo matiz grisáceo comenzaba a tomar forma, pero, tampoco eso importaba demasiado. Se agregó un toque de carmín a los labios y se puso en el cuello y las muñecas sus acostumbradas gotas de Madame Rochas.
Enfundada en un sobrio traje de chaqueta gris observó melancólica su imagen reflejada en el espejo.
"Vestida de solterona", pensó. 
Retales del pasado vinieron a posarse sobre su blusa de raso. Estela recordó. 
Era el día de su décimo cumpleaños. Había soplado las velitas y alguien le preguntó:

"- Que quieres ser de mayor, Estelita? 

"- ….mmmm…. ¡Greta Garbo!"

Sonrió al evocar la expresión de sorpresa en los rostros de los adultos al escuchar su respuesta; Porque por muy fascinante que hubiera sido la célebre estrella de cine, ninguna niña hubiera deseado ser como ella.  Tan irreal y enigmática; Siempre flotando por el éter, como huyendo de su propia leyenda. Además nunca se había casado, ni había sido madre. 
Estela volvió a sonreír,  " bueno, precisamente por eso…"

El reloj de cuco dio las cinco en el reloj.
"La hora del paseo", se dijo
Estela cogió su bolso, su gabardina y su paraguas y con paso ligero salió afuera.
Como de costumbre bajó a pie los cinco pisos desde su rellano. Odiaba usar el ascensor, pues siempre iba lleno de gente a la que no deseaba ver.
Una vez en la calle, respiró aliviada.
¡Otro día de suerte!
Otro día que no se había cruzado con ningún vecino.
Sonrió satisfecha.

Bajo la suave llovizna aquellas tardes de Febrero se presentaban etéreas y mágicas, como si el encanto de los viejos días hubiera regresado a la ciudad. 
Madrid podía ser cualquier lugar menos Madrid.
También ella podía ser cualquier persona menos quien era. 
Estela miró al cielo y dejó que las frías gotas resbalasen por  su rostro. Sí, definitivamente la lluvia tenía ese poder.

Desde que fuera dada de alta en el sanatorio mental, Estela sólo deseaba una sola cosa : encontrar el camino de vuelta a sí misma. Todo lo demás le era indiferente.
Todas las tardes salía a pasear con ese objeto y presentía que en otro lugar "ella" también hacía lo mismo. Lo había visto en algunas revistas del corazón, las cuales especulaban sobre la misteriosa estrella de cine y los motivos que la habían impulsado a decirle al mundo :"Déjenme en paz. ¡Quiero estar sola!" 

Su corazón se aceleraba con fuerza al ver aquellas fotografías robadas a la actriz más fascinante de la historia en sus habituales y solitarios paseos por Manhattan.
Imágenes que nos presentaban ahora a una anciana solitaria, de lacios cabellos grises, enfundada en ropas anchas y sencillas, sin el menor vestigio de la diosa que fue. 
Desde su abdicación del Reino de Hollywood en 1942, Greta Garbo no había asistido a ningún acto público, ni había dado ninguna entrevista. Sólo había transmitido un elocuente silencio que hablaba más que cualquier palabra.
Estela Robledo observaba fascinada a su actriz favorita a través de aquellos reportajes de las revistas, si bien es cierto, que no solían hablar mucho de ella porque la Garbo ya no vendía. En realidad no había vendido nunca. ¡Era tan diferente a todas! Además se había saltado todas las reglas del "famoseo", y precisamente por eso siempre sintió una afinidad especial con ella. Su ausencia absoluta de glamour fuera de la pantalla, su inexistente necesidad de ser adorada, su carácter huidizo y solitario, la convirtieron por derecho propio en una especie de amiga imaginaria, o alguien en quien poder verse reflejada.
Pero ¿qué podía tener ella en común con Greta Garbo? Bueno aparentemente nada, salvo aquella afinidad de personalidades que intuía y el hecho de que también ella había renunciado a la popularidad en cierto modo, aunque en un nivel mucho más diferente. 
Pero no quería pensar en aquello. Era algo que había quedado atrás, como tantas cosas.
Lo importante ahora era ser plenamente consciente de que sabía lo que quería y a dónde se dirigía : al interior de sí misma, y eso era más relevante que todos sus viejos e imposibles sueños.

Estela se encaminó por las largas aceras mojadas como una habitante fantasma. Las tiendas comenzaban a abrir y se veía a los niños salir de la escuela camino de sus casas. Los coches se amontonaban en los semáforos en su cotidiano afán de robarle tiempo al tiempo. ¡Como si eso fuera posible!
¿En qué pensaría Greta Garbo durante aquellos solitarios paseos? 
¿Tal vez en algún amor perdido o en lo vana que había sido su existencia hasta que se descubrió a sí misma?

La lluvia comenzó a arreciar dificultando el tránsito. Decidió entrar a una cafetería hasta que amainara.
Al fin vio una cerca, y entró, pero le incomodó el hecho de que el lugar estuviera algo concurrido. Se encaminó por el interior hasta que halló una mesa vacía junto a la ventana.
Abarcó con la mirada el recinto y de pronto se vio transportada a otra época. Tenía el salón ese estilo inequívoco de la belle époque, con sus paredes recargadas y la elegante decoración de aquel tiempo. 
Pidió un café con tostadas y encendió un cigarrillo.  
Se sintió más animada que de costumbre. De un viejo gramófono salía una agradable melodía que daba a la escena un ambiente más acogedor aún. En sus habituales paseos por aquella zona no recordaba haber visto ese lugar y no dejaba de ser extraño, pues un lugar como aquel debía haberle llamado la atención. Debía ser nuevo. 
Miró el servilletero y sonrió al leer el nombre del lugar :
"El café de los sueños "
Bueno, un nombre muy apropiado.
Paseó su mirada por el salón y comprobó que salvo ella todos los clientes estaban acompañados y charlaban animadamente entre ellos, ajenos al temporal exterior.
El camarero se acercó con una bandeja reluciente y le sirvió lo que había pedido. Agregó una pequeña caja con bombones regalo de la casa. 

- Por ser usted una de nuestras primeras clientas. Hemos abierto hoy. Disfrute su estancia - dijo pomposamente el hombre 

- ¡Oh, muchas gracias! Que amable 

Le sorprendió la inusitada caballerosidad del camarero que haciendo una inclinación de cabeza se alejó. 
Al primer sorbo de café Estela sintió el calor subir a sus mejillas. Algo mágico flotaba en el ambiente y ella lo intuía con una fuerza arrolladora. Como si…

A través de los cristales del ventanal la realidad exterior parecía algo extraña y distante como si no formara parte de ella misma. Era lo mismo que había sentido de niña, cuando estaba con sus compañeras del colegio, como si fuera alguien de otro planeta, ajena a todo lo que decían y sentían. Una sensación que nunca le abandonó del todo en su edad adulta cada vez que se veía rodeada por sus semejantes. Lo llamativo era que ahora le sucedía con la propia realidad, como si todo lo que hubiera fuera de ella fuera irreal e incomprensible. 
Lo achacó al momento y a la lluvia. 
¿Habría sentido eso Greta Garbo alguna vez? 
¿Y habría sido ese el motivo de su exilio voluntario de la Meca del cine? 
Sumergida en estas elucubraciones estaba cuando una penetrante mirada desde el fondo del salón la sorprendió. 
Agachó tímidamente la cabeza y se aferró a su taza de café.
Los compases del "Danubio Azul" embargaron la estancia deliciosamente. Estela viajó por los pasadizos de los sueños hasta otro tiempo, otro lugar. 
Alzó los ojos de nuevo.
Él seguía mirándola.
Para una mujer tímida y reservada como ella que un hombre la observara con tal descaro, aparte de incómodo no dejaba de ser un halago, y también un revulsivo, pero como era norma habitual en ella no sabía cómo manejar esas situaciones.
Su pulso comenzó a acelerarse. 
El hombre en cuestión se hallaba sentado a una mesa en el extremo del salón.  Debía de haber entrado hacía bien poco, pues no lo había visto antes. Debía tener unos 40 años. Iba muy elegantemente vestido y llevaba el cabello muy corto. Fumaba en pipa, y sobre la mesa había dejado boca abajo un libro abierto. Su mirada era directa y la expresión de su rostro fluctuaba entre la sorpresa y la admiración. 
Estela se sonrojó.
A sus 53 años sus relaciones con el sexo opuesto habían sido prácticamente nulas e inexistentes, relegando sus aspiraciones románticas al territorio de los sueños y la literatura donde encontró la fuerza que necesitaba para salir a flote de sus naufragios, y para expresar su verdad interior, hecho que la llevó a convertirse en una prestigiosa escritora durante su juventud, ganando un concurso literario que la llevó a ser considerada como la mayor promesa de la literatura femenina. Tragó saliva al recordar aquellos tiempos y los motivos por los cuales en pleno apogeo de su popularidad renunció a su carrera de escritora, abandonando las letras para siempre.
Trató de serenarse dirigiendo su mirada hacia la ventana. La contemplación de la lluvia siempre la calmaba. 
Desde el fondo del salón el hombre no dejaba de observarla. 
Ahora desde el gramófono los acordes de la "Rapsodia húngara'' de Franz Liszt añadían mayor intensidad al momento.

Sucedió con tal rapidez que a Estela apenas le dio tiempo a reaccionar. 
El hombre avanzó hacia ella en varias zancadas y haciendo ademán de querer sentarse le preguntó :

- ¿Me permite?

La mujer sorprendida asintió tímidamente, aunque molesta por la situación. 

El hombre tomó asiento sin dejar de observarla. 

- No me malinterprete, por favor…

La inmortal obra de Liszt pendió entre ellos como un hilo invisible.
El desconocido colocó el libro que había estado leyendo sobre la mesa para que ella pudiera verlo. El título de la obra devolvió a Estela a la realidad.
"Un hombre bajo la lluvia"
Después de una pausa en la que el hombre volvió a  encender su pipa exclamó en tono triunfal :

- Una obra maestra que no me canso de leer…


Estela volvió a sonrojarse. Parecía que el pasado quería hacerle una visita de nuevo. Aquella había sido la novela por la que ganara un importante certamen literario en 1953, recién terminada la carrera de letras.

- ¡Oh, muchas gracias!

- No tiene que darlas…

Los ojos del hombre parecían leer en su interior. Era muy atractivo. Llevaba un clavel rojo en la solapa. Ella se sonrojó de nuevo. 

- No sabe lo importante que es para mí tenerla delante…

Estela se sintió halagada y al mismo tiempo incómoda. Desde que anunciara su renuncia como directora de la prestigiosa revista literaria "Diamante", y abandonara por completo su labor de escritora, pocas personas la habían reconocido por la calle o se habían interesado por ella. Bien es cierto que habían pasado casi 20 años desde su renuncia, y los gustos literarios habían cambiado mucho, y siendo ella una representante del viejo mundo que las generaciones actuales deseaban dejar atrás, había sido condenada al ostracismo, cosa que Estela consideró una ventaja, pues su abdicación como reina de la novela romántica fue irrevocable. No obstante, que tantos años después alguien la recordara no dejaba de ser un cumplido, sobre todo en los tiempos actuales donde su estilo literario podía considerarse "cursi y mojigato", representante de una sociedad caduca y trasnochada. 

- Bueno… - acertó a decir algo confusa 

El hombre volvió a zambullirse en sus ojos como buscando algo. Ella tembló. 

- He leído toda su obra, y también los artículos de "Diamante". Pero, esta novela…- levantó el libro en alto - Me dio la vida…

Estela tomó aire y bebió otro sorbo de café. Impresionada por el tono del hombre agregó :

- Es usted muy amable 

Otra vez la intensidad de aquellos ojos negros que profundizaban en su interior. 
Afuera la lluvia añadía un toque de ensoñación a aquel instante. 

- Dígame, si no es inconveniente, ¿por qué lo dejó …? 

Estela Robledo giró la cabeza molesta. Jamás había hablado con nadie de aquello, ni con sus lectores, ni con sus editores, ni con sus compañeros de letras, ni con… su psiquiatra. Era algo que solo le incumbía a ella. 

- Verá, no me gusta hablar de ello…

Él la miró sin pestañear como intentando desnudar su alma.

- Era usted la mejor, y de repente…lo dejó todo. Sigue siendo algo incomprensible. Nos dejó huérfanos a sus lectores. 

Estela se mordió el labio inferior en gesto de incomodidad. Siempre le fue difícil expresarse con palabras. La mirada de sus interlocutores la hacía sentirse extraña y lejana. Se movía con más comodidad entre las letras, con las que podía mostrar su yo interior. Desde 1953 a 1968 había escrito 25 novelas de las llamadas de género rosa, siendo considerada la mejor en su estilo. Siendo un género mal llamado "menor", ella consiguió con su sello inconfundible infundir a sus obras una enorme categoría artística y también moral, cosa que las autoridades del régimen franquista aprovecharon para seguir proyectando los valores de la España tradicional. Sus obras estuvieron en aquel tiempo en los primeros puestos de venta y algunas eran representadas en seriales radiofónicos con enorme éxito. A menudo era considerada la Emily Bronte española, y hubo el proyecto de llevar una de sus novelas al cine, cosa que nunca llegó a materializarse.
A pesar de su carácter hosco, y huraño, Estela dio numerosas entrevistas en aquel tiempo.  Con frecuencia aparecía en reportajes en las revistas de sociedad. Escribía artículos para la Sección Femenina y alguna que otra vez acudió como invitada de honor al Palacio del Pardo.
"La escritora del régimen" solían llamarla muchos años después, cuando sus novelas podían verse en los estantes de las librerías, condenadas al olvido por las siguientes generaciones, que apenas habían oído hablar de su autora.
Y ahora tantos años después un desconocido hablaba como si ella fuera…

- ¡La escritora más grande que hemos tenido!

- ¡Oh!, no diga eso, por favor…-  dijo riendo Estela

- Lo afirmo - dijo convencido el hombre 

La mujer se sintió un poco más relajada. A pesar de todo, era agradable estar charlando de sus libros con un lector. Miró el reloj. Eran las 6 de la tarde. La lluvia tras los cristales del café seguía acompañando aquel inesperado encuentro con su pasado.

- Nuestra Daphne du Maurier particular. Romance y suspense hasta el final, y también mucho de aventuras, con un toque de fantasía. No falta la profundidad psicológica y un alto mensaje moral.

El hombre buscó entre las páginas del libro y al fin leyó en voz alta: 

- "La consecuencia natural de la ausencia y la escasez no es otra que una noria constante de espejismos que tienen su nacimiento en los molinos del alma. Así los seres solitarios son los herederos universales del viento creador, aquel que agita las aspas de la fantasía, como si de un quijote se tratara; Porque la realidad nace del sueño y no al revés…"

Esta vez el silencio se hizo más intenso entre ellos. 

El camarero se acercó para preguntarle al hombre si deseaba tomar algo.

- ¡Oh! me dejé el café a medio terminar en mi mesa. Disculpe. Tráigame una copa de jerez. - dijo mientras blandía su pipa

La música era ahora una pieza de Brahms que envolvía el salón en un abrazo mágico. Estela apuró su taza de café y pidió un vaso de agua. El hombre siguió hablando. 

- Aún no me ha respondido…¿porqué dejó de escribir?

Estela ladeó la cabeza incómoda.

- Ya le dije que no me gusta hablar de ello

Los compases de la Tercera Sinfonía de Brahms condensaron la conversación en un solo silencio,
más elocuente que cualquier palabra. 
La mirada del hombre adquirió un brillo especial.

- Ya lo sé… - dijo el hombre 

Ella abrió los ojos sorprendida 

- ¿Qué es lo que sabe? -  acertó a preguntar Estela 

El camarero regresó con la copa de jerez y el vaso de agua. El hombre dio un trago de su copa.

- Sé que no quiere hablar de ello - dijo pensativo 

- Bueno, sí, pero…- balbuceó Estela

- No se inquiete, por favor,  ya le dije que soy un asiduo lector suyo y admirador de toda su obra

- Sí, y se lo agradezco, pero hay temas que no me gusta tocar

- Comprendo. Supongo que tiene que ver con Eduardo Suárez…

Estela dio un respingo en su asiento. La sola mención del nombre del personaje central de todas sus novelas la hizo ponerse alerta. No quería hablar de Eduardo. No quería y menos con un extraño, por muy fan suyo que fuera. Trató de mantener la calma para que su interlocutor no notara la incomodidad que le había causado escuchar ese nombre. 

- ¿Qué pasa con Eduardo?...- dijo ella al fin, fingiendo indiferencia 

Ahora los ojos del hombre concentraban toda la luz del recinto y proyectaban a los de ella un sinfín de interrogantes. Estela se sintió desfallecer.
Tuvo el presentimiento de que el hombre sospechaba algo.

- ¿Por qué le molesta hablar de Eduardo? Al fin y al cabo es solo un personaje de ficción, muy bien logrado por cierto. Usted lo creó…

- Bueno, tiene razón. Lo que pasa es que hace años que no hablo de mis obras…

- Eso también es extraño. ¿No habla absolutamente con nadie de su antigua labor literaria, ni siquiera con sus amistades?

- No…

- ¿Por qué?

Estela hizo un gesto de malestar. No tenía porqué hablar de sus cosas con un extraño. En realidad llevaba mucho tiempo sin explayarse sobre su vida con alguien, aunque en el sanatorio mental donde estuvo recluida tres largos años había revelado muchas cosas de su yo interior. No dejaba de ser curioso que la única vez en su vida en la que había podido relacionarse con los demás un poco más estrechamente hubiese sido en aquella casa de reposo.
"Los enfermos suelen empatizar entre ellos", le había dicho su psiquiatra, y era cierto, pues aquellas mentes cansadas y espíritus confundidos tenían más en común con ella que cualquier persona que hubiera conocido antes. Sin embargo, después de hablar de sí misma con sus compañeros de fatigas siempre se sentía perdida, como si le hubiesen robado algo que era solo suyo. 
Estaba segura que a Greta Garbo debía ocurrirle lo mismo, como intuía que el círculo de amistades de la vieja estrella de cine, debía ser muy estrecho o tal vez inexistente, como le sucedía a ella, que desde su recuperación apenas había establecido amistad con nadie, pues las personas importantes en su vida habían quedado muy atrás, como su padre fallecido hacía años y su amiga del colegio con la que no hablaba desde su graduación. Durante los años de carrera tampoco tuvo la necesidad de establecer amistad con ninguno de sus compañeros. "¡Oh, Estela es un pez raro!", solían decir de ella.  Luego durante su fulgurante éxito como escritora de novelas románticas y directora de la revista "Diamante" apenas tuvo más trato con sus semejantes que la pura rutina laboral. Eso le granjeó cierta fama de anti social, lo que la llevó a ser conocida entre sus compañeros como "La Greta Garbo de las letras", cosa que siempre le halagó.
Finalmente después de su retirada de la escritura e intentando sobrevivir a su caos interior alejada del mundo que lo había propiciado, logró un puesto como funcionaria del Estado, en la oficina de Correos central, y tampoco allí había establecido amistad con nadie, aparte del trato diario. 
No, fuera no había nadie con quien ella deseara intimar, tal vez porque ese ser solo se hallaba dentro de sí misma, y esa había sido la causa de su caída.
Miró de frente a su interlocutor, conteniendo el vértigo que sentía. 

- Verá, no tengo la necesidad de hablar de mi misma, ni de mi obra literaria 

El hombre asintió sin dejar de escudriñarla

- Lo sé 

- ¿Qué quiere decir?

El hombre dio otro trago de jerez. Sus ojos brillaban con mayor intensidad mientras señalaba a Estela con su pipa. 

- Al leer toda su obra se intuyen muchas cosas de usted…

Ella bajó los ojos avergonzada y algo molesta, no obstante, deseaba que el hombre continuara hablando.

- Supongo que eso es algo que le sucede a todos los escritores 

- A usted más que a nadie

- ¿De verdad? - preguntó ella intrigada 

- Leerla es conocerla

- Bueno, yo…

Estela miró su reloj. Las manecillas marcaban las 6.30. La lluvia había aminorado. Sería mejor pagar su cuenta y salir de allí, tenía cosas que hacer. No obstante, algo lo impedía. Alzó sus ojos hasta los de él y sintió por vez primera que no le era del todo desconocido.

- Y continúa sin querer hablarme de Eduardo…

El corazón de Estela volvió a latir apresuradamente. Era como si aquel hombre lo supiera todo y la estuviese tentando a que lo contara. 
Pero no dejaba de ser absurdo. Aquel hombre no sabía absolutamente nada de ella y sin embargo, ella tenía la sensación de todo lo contrario. 
Estela se preguntó cómo habría actuado Greta Garbo en aquella situación. Tal vez ahora mismo se hallaba en alguna cafetería de Nueva York charlando con algún admirador desconocido, intentando salvaguardar su intimidad y al mismo tiempo deseando hacer lo contrario. 

- No tengo nada que decir…

Él hizo una mueca burlona. 

- No la creo. 

- ¿Qué insinúa?

- Eduardo es la clave de todo… - sentenció él categóricamente 

- No le comprendo 

Las danzas polovtsianas del Príncipe Igor flotaban en el ambiente como salidas de algún limbo. Era extraño que sonase precisamente esa pieza de Borodin justo en aquel momento. Estela se estremeció. 

- Espero que no sea usted un periodista encubierto 

El hombre soltó una carcajada

- No, por favor. Solo soy un lector empedernido y su más ferviente admirador. 

- Bueno, gracias 

- A usted por todo lo que ha hecho por mí…

Ella abrió los ojos sorprendida por la afirmación 

- ¿Yo?

- Si, usted le puso voz a mi alma…

- ¡Oh, que frase tan bonita!

- Como usted…

Otra vez los latidos de su corazón latieron apresuradamente. Nunca, salvo en sueños, le habían dicho algo semejante. 
Era un hombre muy apuesto. Le sorprendió la pulcritud de su vestimenta y modales. Parecía un caballero de otro tiempo. También le sorprendía que estuviera tan interesado en hablar con ella, pues ni siquiera de joven había conseguido despertar demasiado interés en los hombres. Su carácter extremadamente sensible y puritano los espantaba a todos, hasta que un día, pero no debía pensar en eso ahora.

- De nuevo le doy las gracias por su amabilidad. 

Él le dedicó una sonrisa encantadora 

- Hábleme de Eduardo, porfavor

Estela tomó aire. No quería ni podía hablar de aquello, pero algo en aquel hombre la instaba a que lo hiciera.  Era como un poder sobrenatural que emanaba de él y ella ya no podía resistirlo. 

- Está bien, ¿qué quiere que le diga? - preguntó Estela después de abrir un bombón de la caja que el camarero le había regalado 

- ¡Todo!

- ¡Oh!

- No se escandalice 

- No lo hago. Pero si ha leído mi obra, ya sabrá todo lo referente a Eduardo 

- No lo más importante, como en quien se inspiró para crear su personaje…

Esta vez el silencio fue de tal intensidad que incluso los susurros del resto de clientes podían escucharse.
Ella sostuvo desafiante la mirada de su interlocutor hasta que al fin derrotada bajó los ojos y agregó :

- No me inspiré en nadie. Tomó forma por sí solo

- No la creo

- ¡Oh, por favor! 

- No se enfade, mujer. Pero, ¿pretende que me crea que su célebre personaje, el hombre que desafió las leyes de la realidad, y del tiempo, el héroe que escapó de la Gulag soviética, aquel misterioso caballero que se coló en los pasillos del palacio de Buckingham, el ermitaño que vivía en las montañas azules, el poeta que malvivía en las callejuelas de París, el inventor del "Antireloj", el mismo que sobrevoló el Pacífico durante la guerra, y aquel que enamoró a la princesa de Baviera es solo un producto de su imaginación y no el reflejo de algún amor imposible? 

La inmortal pieza de Wagner "Muerte de amor" de Tristán e Isolda, acompañaba ahora las palabras del hombre. Estela se dejaba llevar por el tono grandilocuente de su interlocutor. Finalmente agregó:

- Digamos que le añadí enormes cualidades para hacer de él un personaje atrayente y seductor 

- Cualidades contrapuestas …

- Sí , bueno. También

- Estudiando la personalidad de Eduardo se aprecia en él algo del Quijote, mucho del príncipe Mishkin de Dostoievski, algo del Werther de Goethe, y sobre todo bastante de Alan Squier de Robert E. Sherwood.

- Tal vez -  respondió ella

- Entonces ¿no se inspiró en alguien real? -  preguntó el hombre 

- No -  respondió Estela

- Si usted lo dice…

Estela sonrió. Empezaba a sentirse cómoda charlando con aquel desconocido. 

- Vibra usted muy alto, Estela - agregó él

- ¡Oh! ¿qué quiere decir?

- Su energía es muy intensa y de altos vuelos

- ¿Eso es bueno o malo? - preguntó ella divertida 

- Eso es una bendita cualidad, pero desgraciadamente muy poco común 

- Bueno, gracias 

- No me las de. ¿Sabe? Intuyo que por esa razón el personaje de Eduardo era tan fuerte...

Es posible - respondió ella pensativa 

Después de una pausa valorativa en la que ambos sopesaron los derroteros de la conversación el hombre añadió :

- También creo que por eso usted se enamoró de él…

A esas alturas a Estela ya poco le impresionaba de aquel hombre. Supo al instante que él lo sabía todo, que de algún modo había conocido lo que nadie había sospechado jamás. Retuvo su mirada en un instante que se le hizo infinito y después desviando su mirada hacia el clavel rojo de su solapa exclamó con resignación :

- Si…

El hombre hizo un gesto triunfal, y alzó su copa en un brindis simbólico 

- ¡Bravo! Siempre lo sospeché…

- ¿En serio?

Fue en la cuarta novela cuando lo supe. ¿Lo recuerda?, "Lunas de cristal y magnolias". Me dije : "ella está enamorada de él …"

- No es tan sencillo como eso…

- No se avergüence mujer, no será la primera escritora que se enamora de su personaje. Eso denota madurez intelectual y espiritual.

Estela volvió a ruborizarse. No comprendía como aquel hombre había descubierto aquello, cuando nadie, ni su gente más cercana de entonces lo había hecho. Pero si estaba escrito que debía hablar de ello con aquel desconocido pues lo haría. En todos aquellos años al igual que la Garbo había evitado las situaciones en las que pudiera verse empujada a hablar de su obra literaria y de los motivos que la impulsaron a abandonar su carrera y enfundar su máquina de escribir. Eludía encuentros, citas y personas de su pasado literario para no tener que hablar de aquel tiempo ni de sí misma. Incluso llegó a guardar todas sus novelas y artículos en un viejo baúl, y hacía años que no los releía. A simple vista podía parecer manías de escritor, o algún serio problema mental, sin embargo bien sabía ella que había una fuerte razón de peso para hacerlo. Se estremeció al recordarlo, porque había sido el motivo de su abdicación. Alzó sus ojos a los de él y agregó : 

- El amor no siempre es algo hermoso 

- ¿Qué quiere decir?

- Pues que a veces se vuelve en contra 

- No lo creo así - sentenció el hombre

Estela titubeó confundida al percibir otra vez aquel brillo especial en los ojos de él. Tratando de parecer serena y convincente le preguntó:

- ¿Se ha enamorado alguna vez de algún ser irreal,  de alguien que solo existe en su imaginación?

- ¡Oh, sí, tantas veces! En realidad son los únicos amores que me interesan, ¿sabe por qué? - dijo él entusiasmado por el curso de la conversación 

- ¿Por qué?

- Porque no tienen final…

- Bueno, en mi caso lo tuvo

- Tampoco eso lo creo - sentenció él 

- ¿Qué quiere decir? -  preguntó Estela intrigada

- Pues eso. Por mucho que usted se engañe sigue enamorada del personaje que creó. ¡Usted le dio tanta vida! ¡Tanta luz! Le asignó todas las nobles cualidades que admiraba en un hombre y de paso también le transmitió las suyas. Le hizo vibrar en su nivel y cuando al fin lo vio palpitar entre las letras de sus novelas se enamoró. Creo que Emily Bronte también se enamoró de su Heathcliff, y por supuesto Margaret Mitchell adoraba a su Ashley Wilkes. ¿De qué se asustó usted? Ya debía saber entonces que los escritores pertenecen a una raza diferente.

- Llegó a ser algo insoportable - respondió ella

- ¿Por qué?

- Creí que acabaría volviéndome loca

- ¿Y qué? La locura no es tan mala. 

- Bueno, sucedió algo…- agregó Estela 

- Cuéntemelo…

Estela miró su reloj. Las 7 en punto. Se estaba haciendo tarde. Sin embargo deseaba contarlo, aunque solo fuera una sola vez en su vida.

- Es tarde ya…

- Oh, ¿quién la espera, su novio, su marido?

- Estoy soltera y sin compromiso 

- Lo imaginaba 

- ¿Por qué?

- Ya le dije que lo intuyo casi todo de usted a través de su obra 

- ¡Oh! pero…

- No se inquiete mujer, y continúe…

Estela frunció el ceño algo molesta. Sin embargo, la mirada del hombre la tenía presa en un torbellino de emociones y recuerdos. Era imposible resistirse a la invitación de desplegar su alma. Tomó aire antes de decir:

- Una tarde de Febrero estaba terminando un capítulo de mi última novela. Me encontraba en mitad de un pasaje muy emocionante, tecleando y entonces…

- ¿Si?...

De pronto el humo de la pipa de aquel hombre se interpuso entre los dos. Cuando se disipó el rostro de él parecía como sacado de un sueño. Irreal, fantasmagórico.

Estela prosiguió en un tono enigmático : 

- …Eduardo me habló…

- Siga…

El hombre no parecía sorprendido por aquella revelación. Estela siguió hablando :

- No me habló exactamente, sino que en el párrafo que yo estaba escribiendo, en una frase que iba a ser dicha por él, apareció inexplicablemente otra…

- ¿Y…? - preguntó él con los ojos brillantes 

- Cuando leí la frase de Eduardo me quedé sin palabras 

- ¿Qué ponía?

Ella guardó silencio unos instantes antes de decir :

- …Te amo Estela

- ¡Oh!

- Si, parece una locura, pero allí estaba escrito, y le aseguro que yo no fui. 

- Lo sé

- ¿Cómo lo sabe?

- Lo está usted diciendo; Siga por favor 

- Me impactó mucho, pero luego pensé que estaba trabajando demasiado y tal vez había tenido una especie de alucinación, o algo parecido, pero los días siguientes al ir al terminar ese capítulo en mi máquina de escribir, volvía a suceder. Eduardo me hablaba; Quiero decir que antes de que yo tecleara se escribían frases dichas por él, como en una novela, ¿comprende?

- ¿Qué frases?

- De amor

- ¡Oh!

- Me asusté mucho y estuve unas semanas muy confundida, hasta que caí gravemente enferma de los nervios. Pensé que lo mejor era no volver a escribir y es lo que hice.

- ¡Impresionante! 

- ¿Cree que me volví loca? - preguntó ella ansiosa 

- No, jamás pensaría eso de usted 

- ¿Piensa que yo escribía las frases?

- No

- ¿Comprende ahora que abandonara mi carrera de escritora? 

- No, eso tampoco lo comprenderé nunca. Podía haberse tomado unas vacaciones, haber descansado y haber vuelto a escribir para deleitar a sus lectores.

- No podía, cogí miedo

- ¿A Eduardo? Solo era un personaje de ficción, con mucha fuerza, eso sí, pero sólo un personaje. 

- Tenía miedo de mi misma

- ¿Sospechaba que era usted la que escribía las frases de amor?

- No, pero veces tenía mis dudas

- ¡Oh, vamos! Usted no fue. ¡Seguro!

- Además, él me agobiaba…

El hombre acercó más su rostro al de Estela, ella instintivamente se echó para atrás. 

- ¿Por qué?, él era la representación de todo lo que usted había deseado de un hombre, de todo lo que había soñado.

- Pues, verá, solo vivía para darle vida a través de mis letras. Tanto, que mi propia vida dejó de importarme. Solo veía el mundo y sentía a través de él.  Fue algo enfermizo. Sentí la necesidad de huir a la realidad y enterrar la ficción para siempre 

- ¿Y ha valido la pena?

- Creo que no - admitió ella - Estuve enferma durante años, ¿sabe? de los nervios. Al fin accedí a ingresar en un sanatorio mental. Y hace unos meses me dieron de alta.

- ¡Vaya! ¿y…?

- Pues ahora solo quiero conocerme un poco más y recuperar mi verdad interior, esa que me llevó a estudiar la carrera de letras y que perdí cuando abandoné mi vocación. 

- ¿Y…? - preguntó él alzando las cejas

- De momento solo doy largos paseos emulando a mi estrella de cine favorita,  Greta Garbo, ya sabe. Ella también abdicó, y se escondió de todos. Ahora solo se dedica a pasear sola por la ciudad.

El hombre hizo un gesto impaciente 

- ¡Bah!

- ¿No le gusta Greta Garbo?

- Si, pero usted vale más…

Estela bajo los ojos tímidamente esperando que él continuara halagandola. Salvo Eduardo ningún hombre la había halagado como mujer. Sólo resaltaban sus enormes cualidades literarias, su brillantez e inteligencia. La mujer que había en ella había aguardado dormida esperando esa frase que habría de despertarla alguna vez. 

- ¿No ha sentido deseos todo este tiempo de volver a escribir? - preguntó él 

- Si, pero no he podido hacerlo. Me bloqueaba siempre que lo intentaba

- Comprendo 

- Gracias 

- Pero todos salimos perdiendo. Eduardo más que nadie…- agregó el hombre tristemente 

- Bueno, es un personaje de ficción. Está presente en mis 25 novelas. Creo que tuvo una vida larga.

- Yo no lo creo

- Bueno

Estela abrió otro bombón de la caja. Por los cristales del ventanal la lluvia resbalaba suavemente. El hombre estudiaba cuidadosamente todos los movimientos de ella, como queriendo congelarlos en su retina.

- ¿Ya no piensa en él? Dicen que morimos cuando nadie nos recuerda

- Cierto, pero no hace falta que piense en él. Acude a mi pensamiento sin que lo haga. 

- ¿Suele leer sus novelas?

- Nunca

- Que pena

- Tal vez

- ¿Sabe lo que creo? - exclamó él - que está usted deseando volver a darle vida a través de sus letras y que no lo hace por miedo. Pero usted es una creadora, y una artista nada debe temer…

Ella suspiró resignada

- Quizá, pero ahora vivo tranquila.  No quiero más quebraderos de cabeza

Él la miró fijamente 

- Pero sigue enamorada de él…

Estela tomó aliento. Ya no podía seguir eludiéndolo. 

- Es el único ser que he amado en toda mi vida

- ¡Qué hermoso! La escritora que se enamoró de su personaje

- Bueno…

- Y según me acaba de contar ¿él también se enamoró de usted? ¿No?...

- Es posible…

- ¡Lo es!

- ¿Sigue creyendo que no estoy loca?

- Si

- Gracias

- No las merezco 

Los dos guardaron silencio y volvieron a estudiarse mutuamente. Habían roto las barreras. Habían acercado sus mundos, y ahora tenían la certeza de haberlo comprendido todo. No era de extrañar. El momento había sido propicio, como sacado de algún pasaje de alguna novela de Estela. Bien podía estar sucediendo en cualquier cafetería de Londres, o de Praga, o de Berlín, o tal vez de Nueva York, en una de aquellas interminables avenidas que Greta Garbo transitaba cualquier tarde de su existencia otoñal.

Todo era posible 

Y también era posible que el espíritu de su estrella de cine favorita hubiera viajado en el tiempo, y estuviera allí sentada al lado de ellos, escuchando toda la conversación y asintiendo de vez en cuando.

"Oh, Estela, lo haces muy bien. Cuentas las cosas pero sin contarlas…Tomaré nota por si algún extraño me aborda y no sé qué responder…Por cierto, este caballero es muy guapo. Me recuerda a alguien…¿A ti no?"

Eduardo Suárez sintió que ya no podía seguir fingiendo delante de su creadora, de la mujer que le había dado la vida a través de sus novelas. Aquella artista sublime de la cual él había tomado forma, personalidad y esencia. Aquella dama solitaria y fascinante cuya alma había conocido, pues él era un producto de ella, y a través de las historias que ella había creado, él había existido, ¡y de qué manera! También gracias a ella él había conocido el amor y la había amado desde su universo de letras, como solo un personaje de ficción puede hacerlo. Pero también en su osadía romántica había cometido la imprudencia de comunicarse con ella, sin saber que el choque de sus mundos podía ser nefasto para ella, como así había sido, siendo la causa de su separación artística y emocional. Hecho que lo había catapultado al sueño del olvido durante largo tiempo. Ni siquiera volvía a la vida cada vez que alguien leía las novelas de las que él era protagonista. Era como un autómata, representando siempre el mismo papel, pero sin esencia, sin vida. Si ella no estaba en su máquina de escribir tecleando y dándole vida en un sinfín de aventuras e historias de amor, se sentía como un personaje muerto, una cáscara vacía.

Durante todo aquel tiempo de ausencia no supo absolutamente nada de su creadora y amada. Lo intentó de muchas formas, pero no pudo conectar con el alma de ella, y necesitaba tanto volver a sentirla. ¡Era tan inmenso el vacío! ¡Tan profunda la sensación de soledad!

Sin embargo, a causa de un hecho extraordinario relacionado con las musas acerca de la reedición para Sudamérica de la primera novela de Estela, a él se le había permitido tomar forma humana para comunicarse con ella una sola vez, y así es como la había seguido aquella tarde hasta "El café de los sueños'',  y había entablado una conversación con ella. Era muy poco el tiempo que se le había concedido y el que tenía para convencerla de que volviera a escribir, y por lo tanto, él volviera a recuperar la vida y el amor a través de ella, y así perpetuarse juntos a través de la literatura, como la autora y su personaje, con la más bella y sublime historia de amor que sólo ellos conocerían.

Cogió la mano de la mujer entre las suyas. Como personaje de ficción había tomado las manos de muchas mujeres y había pronunciado las más sublimes y ardientes palabras de amor, pero nada podía compararse con aquel instante, pues ella era su creadora, la mujer que le había exhalado la vida. 

- …Y usted ¿pensaría que yo estoy loco si le dijera que soy Eduardo Suárez?

Un millón de instantes se concentraron en uno solo. El universo era un carrusel de posibilidades y un puzzle de mundos al mismo tiempo. Nada encajaba o encajaba todo. Todo era posible o no era posible nada.

La lluvia como acompañante accidental de aquel fabuloso escenario otorgaba su toque de ensoñación, mientras que el ruido de los claxons de los autos en los semáforos devolvía a los transeúntes a la realidad. 

A aquellas alturas de la tarde a Estela ya poco la sorprendía, pues desde que entabló conversación con él supo que algo extraordinario iba a suceder.

La luz de un suspiro quedó suspendida entre los dos. 

- …No, no pensaría que está usted loco

El hombre sonrió aliviado. Veinte años de silencio se evaporaron ante sus ojos. La existencia era algo tan pequeño y tan grande. 

- ¡Cuánto tiempo sin saber de ti, Estela! He estado como muerto…

Las suaves y melancólicas cadencias de "Greensleeves" embargaron la estancia.

Con las manos de su creadora entre las suyas, Eduardo Suárez contuvo el aliento para decir :

- Ha valido la pena esperar…

Estela sonrió nostálgica. Sí, ella también lo creía. Siglos de ausencia habían transcurrido desde aquel "Te amo'' escrito por Eduardo al final del capítulo IV de su novela inacabada. A lo largo de su vida el amor terrenal había estado vedado para ella, fue solo cuando se enamoró del personaje protagonista de sus novelas cuando sintió algo superior a cualquier sentimiento amoroso que hubiera experimentado antes por un hombre real, nunca correspondido.

Y después de su exilio voluntario de la escritura, a consecuencia de aquel sentimiento, la fuerza que él había irradiado en su espíritu siguió manteniéndola con vida.  Había luchado contra aquellas emociones inexplicables hacia Eduardo por miedo a la locura. Había volcado sus aspiraciones románticas hacia el mundo del cine, convirtiéndose en una cinéfila empedernida e hilvanando en su mente sueños de amor con actores de la pantalla. Romances imposibles que satisfacían sus anhelos sentimentales por un tiempo hasta que el fantasma de Eduardo se interponía inexorablemente entre ella y sus sueños. Esto acabó por desquiciarla, pues no entendía porqué la sombra de una sombra podía tener tanto poder en su corazón y en su alma. Ahora lo comprendía claramente. Ella lo había creado. Eduardo era obra suya, y ya no podía seguir huyendo de él.  

Lo observó detenidamente.  No cabía lugar a la duda. Tenía la misma descripción que de él había hecho al presentarlo en su primera novela, "Un hombre bajo la lluvia".

"Alto y delgado. Profundos ojos negros. Tez pálida y expresión enigmática. Altos pómulos. Cabello corto oscuro. Traje negro a rayas, un clavel en la solapa, y el vago halo de un misterioso caballero." 

- ¿Qué va a suceder ahora? - se aventuró a decir ella

Él la miró dulcemente 

- Sucederá lo que tú quieras que suceda. Eres una creadora, ya lo sabes. ¿Qué deseas Estela?

- ¡Deseo volver a escribir! - contestó ella con el entusiasmo de una adolescente 

Eduardo hizo un esfuerzo para contener la emoción 

- Eso sería genial 

- Empezaré mañana mismo. Sacaré los apuntes de mi baúl, desenfundaré mi máquina de escribir, y terminaré el capítulo IV de mi novela inacabada…

- ¡Oh, querida! ¡Soy tan feliz! Volveremos a estar juntos entre las letras… 

- Sí, ¡otra vez juntos!

- Te amo Estela 

- ¡Oh, Eduardo!... 



                      ______________________




La música del gramófono cesó. Estela sintió un fuerte zumbido en las sienes. Le dolía todo el cuerpo. Estaba agotada. Miró hacia la ventana y la lluvia había cesado también. Comprobó estupefacta que la silla donde se había sentado Eduardo estaba vacía, y no había rastro del vaso de jerez de Eduardo. ¡Qué extraño! Tenía la sensación de que todo había sido muy real y sin embargo todo indicaba que lo había soñado. Miró su reloj. Las 5: 40. ¡Santo Cielo! Sólo habían pasado diez minutos. 

Alzó su mirada. Y el corazón se le desbocó.

El misterioso caballero del fondo seguía observándola... 

Estela se sonrojó al recordar su sueño. 

¿La habría observado él mientras dormía? 

¿Quién era aquel hombre y por qué la miraba de esa manera?

Dio un sorbo a su taza de café, y abrió su bolso buscando su espejito. Se miró en él distraídamente.

De repente el desconocido se levantó y se dirigió a la barra para pagar su café. Después de intercambiar unas palabras con el camarero se encaminó hasta la puerta sin dejar de mirar a Estela. Finalmente salió por la puerta de la cafetería y se perdió sobre las aceras mojadas.

Estela tragó saliva. Un extraño presentimiento palpitó en su interior. Desde su asiento podía ver claramente el libro boca abajo que el hombre había olvidado, tal vez intencionadamente.

Había un millón de posibilidades, pero y si…

Se encaminó hasta la mesa que el hombre había ocupado. Le pesaban los pies, y la sangre le martilleaba en la cabeza. Era como si estuviera siguiendo las miguitas dejadas por Pulgarcito para que ella regresara a sí misma.

Percibió las señales. No podía ser de otra manera. 

Una vez ante la mesa y conteniendo la respiración dio la vuelta al libro, tragó saliva…

y allí estaba. 

"Un hombre bajo la lluvia"

Su primera novela, aquella que le hizo ganar el concurso literario y la que la catapultó al éxito en su juventud. 

Y aquella primera historia en la que ella le dio vida a Eduardo. 

Acarició el libro emocionada y al abrir la primera página unas frases escritas a mano desbocaron su corazón : 

"Te amo, Estela

Tuyo :

Eduardo"


Desde algún lugar de algún limbo, Greta Garbo le sonreía, como conocedora de todos sus secretos.



EPÍLOGO 



"Greta Garbo pasea sola", la nueva novela de Estela Robledo fue publicada al otoño siguiente. A pesar de duras críticas a su autora por haber sido una de las escritoras del antiguo régimen, la novela fue un éxito de ventas. Hecho que sirvió para dar a conocer toda la obra de Estela a las nuevas generaciones. Se reeditaron sus obras más importantes y su autora fue invitada a participar en numerosas tertulias literarias y a ser entrevistada en los medios de comunicación.  Sin embargo Estela Robledo declinó amablemente todas las invitaciones alegando en cada ocasión su frase más célebre :  "Que mi obra hable por mi",

lo que dio pie a innumerables especulaciones sobre el carácter extravagante y huidizo de la famosa escritora romántica. 

Estela ya no dejó nunca de escribir. Jamás dio una entrevista, ni contactó con sus antiguos compañeros de letras, pero su éxito de ventas fue arrollador, incluso más grande que el que tuvo en sus comienzos. 

Se rumoreaba que no tenía amistades. Mujer extraña y solitaria con un talento indiscutible para las letras, decían de ella. Sus obras fueron traducidas a varios idiomas. Finalmente su primera y célebre novela "Un hombre bajo la lluvia" fue llevada al cine con notable éxito.

Todos los que la leían coincidían en el hecho de que el personaje protagonista de todas sus novelas, Eduardo Suárez, era inexplicablemente real, con una fuerza y magnetismo arrolladores. Incluso llegaron a decir que lo sentían palpitar entre las letras.

Achacaron este fenómeno a la increíble personalidad de Estela y a su extraordinaria forma de escribir. 

Se convirtió en la autora de moda, y aunque era leída y conocida en todas partes, se ignoraba absolutamente todo de su vida privada.

Alguna vez algún fotógrafo avispado la seguía al salir a pasear por las tardes. Siempre sola, con su traje gris y su paraguas por si llovía. Las capturas fotográficas que hacían de ella paseando sola eran llevadas a las redacciones de prensa, y allí los jefes de contenido observaban a la reina de la novela romántica como el reflejo gris y otoñal de una grande de las letras. Una mujer brillante y talentosa que a fuerza de esconderse se había hecho más presente que nunca. Y algún que otro director de periódicos nostálgico al observar la imagen de aquella mujer sencilla y solitaria, reina de las ventas de libros, no podía evitar exclamar : 

"Mírala. Greta Garbo pasea sola…"


FINAL 

Autora

Yolanda García Vázquez 

España

Marzo 2022

Derechos de autor reservados 



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