ALGO MISTERIOSAMENTE BELLO (PASAJEROS DEL DESTINO)



ALGO MISTERIOSAMENTE BELLO  - PASAJEROS DEL DESTINO 


PRIMERA PARTE

Primera Novela Corta de YOLANDA GARCÍA VÁZQUEZ
España
Derechos de autor reservados



A la memoria de Emilio Guigó López


"Mirad los lirios del campo, ni se fatigan ni hilan y ni el Rey Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos."
Lucas 12:27


PRÓLOGO


Pasajeros del destino, ¿adónde vais tan presurosos por los andenes de la vida?
Si no sois más que los fragmentos perdidos del Gran Espejo de Dios al que retornaréis un día, y entonces seréis parte de ese algo misteriosamente bello y sublime.


En el invierno de 1946, tras un bostezo de angustiosa realidad, Oviedo, la ciudad de las bellas nieblas parecía como un sueño...
En la creciente oscuridad del cielo, estruendosos ruidos presagiaban una tormenta inminente.
En contraste con aquel espejismo fantasmal, la estación de trenes bullía desafiante con su acostumbrado ajetreo.
La gente...
Allí estaban...
Unos salían del tren, otros esperaban ansiosos el que les llevase a su destino..
¡Destino!
Que pocas veces nos damos cuenta que él es el dueño y señor de nuestras vidas.
Enlaza y cruza nuestras pequeñas existencias a su antojo; como si tejiera un misterioso tapiz para engalanar las galerias de su grandeza; a unos los conduce a la gloria, a otros a la desgracia, y a la inmensa mayoría a una vida de insoportable devenir cotidiano. Nos creemos con todo el poder para elegir y obrar, pero al final nos damos cuenta que solo el destino tiene la última palabra; algunos se ríen de él, otros lo ignoran, otros lo buscan y lo esperan, otros lo quieren cambiar, pero, ¿acaso se puede cambiar? Quisiera creer que si, ¿quién sabe?, pero ¿le importa al inexorable destino o cómo se llame la fuerza inexpugnable que rige nuestras vidas, nuestros deseos y angustias? Preguntas sin respuesta según los parámetros del raciocinio, pero a mí entender, respondidas ya en el corazón, ¿o no?

Todo este preámbulo, tal vez innecesario, es solo para advertir que aquellos lectores que no crean en el poder del destino que no lean esta historia, pues la encontrarán absurda y ridícula; y como no pretendo transmitir ningún panfleto ideológico, nada más alejado de mi intención, les insisto de nuevo que no sigan leyendo.
Así que sólo están invitados a subirse a este tren los espíritus afines y las almas inquietas que no creen en las casualidades, y que al contemplar el girar de los astros sobre la insignificante existencia humana, no comulgan con las respuestas de la ciencia y aceptan el misterio...
Sí, porque aquella noche de 1946, en aquella hora, en aquel instante, en aquella estación de trenes, en aquella ciudad, ocurrió algo que demostrará el poder de la Fuerza del Destino.
Ahora continúen ustedes solos...



PRIMERA PARTE
Capítulo I


¡Oh, aquella noche..!
o mejor dicho todas las noches del mundo..
En la estación de trenes, se cruzaban las almas unas con otras, casi sin mirarse, con un solo objetivo: no perder tiempo, como si creyeran poder retenerlo..
Trajes grises, sombreros caídos, abrigos, se mezclaban entre sí, absorbiendo el polvo de la noche; Hombres y mujeres, que como autómatas caminaban en pos de algún instante perdido, como si el tiempo fuera el único dueño de sus vidas; y dentro de ellos, los pensamientos giraban como cangilones de una noria, desorbitados y vacilantes, al igual que sus miedos y sueños.
Era la procesión habitual
Nada parecía cambiar; en realidad nunca cambia nada..
Era curioso contemplar como siempre se repetía el mismo ritual.
Los pasajeros iban y venían...
A dónde y de dónde es algo que no importa demasiado, porque lo relevante para todos ellos y para todos nosotros es llegar o partir, así ha sido siempre.

La noche caía encantada sobre la multitud...
Y allí en medio de todos ellos, una bella joven de tez pálida y triste mirada, avanzaba con paso presuroso. Iba vestida de negro, asida a una maleta de piel; parecía ansiosa, más que los demás. Tenía en mente un sólo objetivo: subir al tren y ¡escapar!
Tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar durante el día.. ¡Oh, Señor!, que día más nefasto había sido aquel, o mejor dicho, que época más nefasta y angustiosa de su vida; dentro de su cabeza martilleaban sin cesar las preguntas que la atormentaban :

"¿Qué haré? ¿A dónde iré? ¿qué será de mí ahora?"

Sí, porque aquella era un alma profundamente angustiada. Quizás había más almas como aquella en esa estación de trenes, a aquella misma hora, pero a nosotros lo que nos importa ahora es esta joven y la causa de su desaliento...
Parecía de buena posición por su aspecto; caminaba con paso firme, como huyendo de algo o de alguien...
Durante mucho tiempo había soportado una gran tensión, ya no podía más, y había decidido que lo mejor para ella era alejarse de todo..¡Huir!, pero ¿adónde? ¡Oh, Señor!, otra vez se sintió desfallecer.. No importaba, ella era una muchacha fuerte, ¿acaso no lo había demostrado cuando..? ¡Oh, no!, no debía pensar en eso ahora. Era demasiado doloroso..Tenía que huir, escapar rumbo al olvido, y borrar toda aquella ignominia de su corazón si quería seguir viviendo. Estaba agotada del esfuerzo emocional que había hecho y sintió deseos de llorar de nuevo, pero una extraña luz en su interior le hizo recobrar fuerzas y sobreponerse al dolor; lo que menos debía hacer ahora era ponerse a llorar y echarse atrás después del paso que había dado, después de todo ya no era una niña, tenía 25 años, y a causa de ciertos aspectos sombríos de su vida había tenido que madurar deprisa. "¡Valor y entereza!", se dijo, "¡Vamos chica valiente! Luchar contra la adversidad hasta el fin", era lo que siempre le repetía su difunta madre, eso era lo que necesitaba, pero el recuerdo de su madre muerta hizo que se le inundaran los ojos de lágrimas. "¡Madre querida, ayúdame!"
Sacó un pañuelo de su bolso de mano, un pañuelo blanco de seda natural con su nombre bordado, que su madre le había regalado cuándo cumplió 15 años. Se secó las lágrimas mientras escuchaba el silbido del tren; respiró hondo y miró al frente. 
"Ha llegado el momento ¡Valor!", se dijo
Estaba tan absorta en sus pensamientos, tan sumida en sí misma, que sin darse cuenta se le cayó el pañuelo de seda y reanudó el paso rumbo al tren que la llevaría muy lejos de allí.
Y en el suelo de la estación quedó tirado su bello pañuelo de seda, blanco e impoluto como una estrella caída de algun lejano sueño al nebuloso andén de la realidad.




Las estrellas...
Miles de ojos que no se observan..
Todos tenemos una estrella que nos guía.. puede ser una afortunada o puede ser una fatal, solo Dios lo sabe, porqué aquella misma noche, en aquella misma estación, a la misma hora, otra alma angustiada había bajado de uno de los trenes, en el mismo instante en que la joven de la triste mirada había subido al suyo.
Un tren que partía, otro tren acababa de llegar... 
Era aquel un hombre joven, vestido con un traje raído, alto y delgado, de aspecto débil y enfermizo, en su rostro se reflejaba la ansiedad que su alma padecía.
Pálido como un moribundo, hacía tiempo que no comía decentemente; el único dinero que tenía había que administrarlo bien si quería subsistir en aquella desconocida ciudad, donde no era más que un forastero. Había viajado durante todo el día en el tren procedente de Galicia, su tierra natal, jamás había hecho un trayecto tan largo.
Al bajar del tren vio mucha gente, siempre le asustaba la gente...
Unos bajaban de un tren, otros subían a otro...
Como la vida misma...
Casi sin aliento uno se despedían, otros se daban la bienvenida, otros corrían presurosos.

Mientras contemplaba hastiado a la muchedumbre se sintió ajeno a todo, a la vida, al mundo, al planeta entero. Era un extraño para todos.
Un extraño en el andén; un extraño donde quiera que fuera...
De repente se sintió el ser más desgraciado de toda la tierra, envuelto en una soledad que siempre sería eterna.. Soledad, su única compañera de viaje, siempre había sido así. Nada cambiaría nunca, estaba seguro de eso. Durante el largo viaje en tren había recordado toda su vida. ¡Dios mío, que vida! No sabía cómo había sobrevivido a tanto dolor e infortunio. Absolutamente todo había salido mal desde el principio. Estaba marcado desde el día en que nació. Era su destino y no cambiaría nunca.
Había nacido en un pueblecito montañoso de Lugo, donde pasó su infancia. Sus padres murieron cuando él apenas andaba. Fue criado por su abuelo, que era un pobre y humilde pastor, del que apenas recibió cariño. Muy pronto aprendió a refugiarse en sí mismo. Descubrió que a través de sus sueños podía alcanzar lo que la vida le negaba; hablaba en sueños con sus padres muertos, hablaba con Dios, imaginaba amigos; todos le amaban y comprendían. En sueños todo era tan real y verdadero, pero..¿y el mundo real? pronto comprendió que no era para él.
"- Es un niño extraño. Bueno, pero extraño..-", decían los demás
 ¿Y su abuelo?
"Tú no eres como los demás" -  le decía casi con lástima. Desde muy niño su sensibilidad y timidez habían sido enfermizas, junto con un ligero tartamudeo nervioso que le hacía retraerse más en si mismo, para no ser blanco fácil de las burlas de los demás, y ahora siendo ya un hombre, todas sus taras físicas o emocionales eran incurables.
En aquel viaje al pasado escuchando el traqueteo del tren se vio a sí mismo con 8 años, subido a lo alto de un manzano, escribiendo poesías, que aún seguía escribiendo. Poemas y sueños, fueron su único refugio durante gran parte de su vida. Siguió evocando los ayeres perdidos y se vio con 10 años, solo y desamparado al morir su abuelo. La vida empezaba a golpearle con fuerza. Fue entonces cuando se quedó completamente solo en la vida, sin parientes, sin nadie, sin nada. Un alma caritativa se apiadó de él y lo enviaron a una residencia de huérfanos, pero no era un orfanato como los demás, era un lugar especial, porque lo dirigía el respetable padre Tomás; un hombre único, que tenía un don para tratar a los niños diferentes y sobretodo a los desamparados. Todos querían al Padre Tomás, él más que niguno. Aprendió mucho de él. Fue monaguillo y estuvo 6 años allí, hasta que una mañana de infausto recuerdo una bomba acabó con la residencia y con el Padre Tomás. Había estallado la guerra civil y estaba a punto de cumplir 17 años, y de nuevo se sintió como un niño arrojado al infierno, con su carácter débil y enfermizo pronto fue a la deriva. Mendigando por las calles, hambriento, solo, abandonado, invadido por el terror, durmiendo bajo los puentes. Cada vez que veía un hombre armado fuera del bando que fuera, huía despavorido. Fue la peor prueba de su existencia que dejó una huella indeleble en su espíritu, y todo ello en vez de hacerle más fuerte le hizo más débil y vulnerable, hundiéndose para siempre en su profundo miedo a la vida y a los demás. No entendía nada, el porqué de la guerra, el odio de unos contra otros. No era su mundo, ni quería que lo fuera. Veía a los bandos contendientes como monstruos que se devoraban entre sí, y él casi un niño en medio de ellos, ¡hambre, miseria y dolor!
Tuvo suerte que a causa de su débil salud no fue reclutado, de no ser así hubiera sido peor que el infierno. Un escalofrío recorrió su ser al evocar aquel periodo de su vida. Todavía retumbaban en sus oídos las sirenas de alarma, los muertos desperdigados por el suelo, el llanto de los niños y de las viudas; la sinrazón de todo aquello.
Ya no había sueños en los que refugiarse; sólo se aferraba a una cosa, la cruz que llevaba colgada del cuello que le había regalado el querido Padre Tomás, la única persona que le había comprendido y querido en este mundo.
"Eres demasiado bueno, casi un ángel, hijo mío y tienes corazón de poeta"' - le decía
Fue lo más parecido a un padre que tuvo y ya nunca volvería a verle. En un desgraciado día cayó herido en una escaramuza entre los sublevados y los milicianos y casi se sintió feliz al pensar que iba a morir; pero no, sobrevivió. Fue a parar a un hospital civil donde pasó los últimos meses de la guerra. Sus heridas físicas cicatrizaron poco a poco, pero había otras heridas que jamás se cerrarían, y el miedo, su terrible miedo a la vida.
-"El mundo es para los fuertes, los débiles como tú y yo no podemos sobrevivir.." -
Aquella frase nunca la había olvidado; se la había dicho un anciano ciego en el hospital. Sí, tenía razón. Nunca maduraría. Estaba hecho de agua y sueños. La vida no era para él...Entonces mejor morir, quitarse de enmedio, pero ni para eso valía.

Al acabar la guerra con casi 20 años intentó salir adelante como pudo y encontró trabajo en un horno pan. Le pagaban una miseria, pero más valía eso que nada. Vivía en una sucia pensión. Trabajó sin descanso, noche y día, y sobrevivió, no sabía aún cómo, pero sobrevivió;  aunque nunca se libró del miedo que le paralizaba ante los demás, haciéndole parecer torpe y ridículo. Nunca había tenido facilidad para desenvolverse y su ligera tartamudez se agudizaba en presencia de extraños, así que procuraba hablar poco, pues solía ser motivo de burlas, además de ser considerado como un pobre idiota y así es como volvió a refugiarse en la poesía y en los sueños.
Y allí en su miserable cuartucho imaginaba... imaginaba..y forjaba una realidad paralela donde todo era diferente... una chica le miraba a los ojos con ternura y le decía :
"A pesar de lo que digan los demás..eres un ser maravilloso y yo te amo... "
y él lloraba de dicha y de pena. Entre el sueño y la realidad..
Qué estúpido se sentía cuando salía de sus sueños.. El amor era una quimera. Un país prohibido para él; siempre estaría solo...solo...
Vestía y comía miserablemente. Los borrachines y ladronzuelos del barrio se reían de él, le zarandeaban y a veces le robaban. Y así pasaron los años, hasta que cayó gravemente enfermo de los pulmones; estuvo al borde de la muerte; durante 2 años estuvo interno en un hospicio de monjas, luchando contra los estragos de la enfermedad, el dolor físico y la inmensa pena de haber merecido tanto mal; Así que después de todo iba a morir de aquella manera, sín haber conocido jamás la felicidad; entonces, ¿Porqué había nacido? ¿Con qué fin le había traído Dios al mundo? ¿Era su destino no ser más que un paria, sin familia, sin hogar, sin cariño, eternamente enfermo y vagabundo en los callejones del destino?

Las monjas fueron agua bendita para él; no sólo le ayudaron a curarse, si no que alentaron fuerzas a su débil espíritu y recobró la salud, pero ya no tenía adónde ir, ya nada le quedaba. De nuevo en el punto de partida. Las monjas se apiadaron tanto de él que le recomendaron para trabajar como conserje en un respetable hotel de Oviedo, cuyo director era primo de la Madre Teresa; le pagaron el billete de tren y le dieron dinero para empezar de nuevo. No era mucho, pero le ayudaría a subsistir mientras se instalaba en la ciudad. ¡Dios bendiga a las monjas que tan buenas habían sido con él!
Hasta entonces su vida había sido un calvario continuo, tal vez ahora cambiara o tal vez no..
¡Oh, Señor! que pronto se venía abajo.. pero tenía que sobrevivir como fuera, al menos intentarlo otra vez.
Con su vieja maleta y su gastado traje gris cogió el tren hacia La Coruña. Durante 2 días apenas comió, había que administrar bien su dinero y al fin se subió al tren para Oviedo, hacia su nuevo destino.
Gente... otra vez gente... Demasiada gente alrededor; y de nuevo se vino abajo.
Fue más consciente que nunca de su fatalidad y de todas las enfermedades de su alma y de su mente, y allí sentado junto a la ventanilla recordó toda su vida en un largo trayecto hacia el pasado.
Y así fue como aquella noche de invierno de 1946 llegó a la estación de Oviedo con el alma cansada por el largo viaje a través del tiempo y allí estaba él, en el andén, envuelto por la fría neblina nocturna, casi sin fuerzas,
ajeno a todo...
La vida le había dado tantos golpes que sospechaba que pronto le daría otro.
Comenzó a caminar lentamente. Se sentía vacío, presentía algo extraño...
De pronto se detuvo y miró al suelo
Algo brillaba sobre el polvo del andén..
Allí tirado había un pañuelo de seda..
Sin saber porqué lo recogió, era un pañuelo de mujer, de fina seda y encaje; estaba un poco gris por las pisadas de la gente, pero era muy bello, misteriosamente bello...
Tenía bordado en una esquina un nombre con hilo rosa :
Amelia R.

¿Quién sería..? Sintió algo extraño que no acertó a comprender...
Lo acercó a su rostro y aspiró su aroma. Un delicado perfume de violetas llegó hasta su corazón..
Una leve punzada de gozo, ternura y éxtasis inundó su ser por un instante, tan intenso como fugaz.
¡Que hermoso era! Llevaría allí poco tiempo. Alguna mujer lo habría perdido.
Inexplicablemente se sintió cerca de un tipo de belleza que jamás había conocido y que no podía definir.
Había algo mágico en aquel pañuelo.. algo...¿qué era?
Volvió a aspirar aquel dulce aroma y sin saber porqué se sintió felíz, como nunca antes se había sentido; ¡que raro!
Lo guardó en su bolsillo, y presa de aquella nueva y extraña sensación siguió caminando.



Capítulo II



David Freire se detuvo delante del hotel Albarán siguiendo la dirección que le habían dado las monjas. Había pasado casi un día desde su llegada a Oviedo y todavía persistía en él aquella extraña sensación de euforia que sin saber porqué había sentido en la estación cuando encontró el pañuelo de seda.
Había pasado la noche soñando en el cuarto de una pensión. Tumbado en una mísera cama y vestido, miraba al techo descolorido y veía cielos estrellados.  Mientras acariciaba el pañuelo de seda el corazón le cantaba. En toda su vida se había sentido así, con el corazón rebosante, lleno de euforia. Sentía cosas...o mejor dicho, las presentía..Era casi igual que cuando estaba sumergido en el mar de los sueños, pero no, era mucho más intenso y sublime. ¿Qué sería? Un presagio de... Tal vez su vida empezara a cambiar y surgiera de las cenizas un hombre nuevo. Desde que había encontrado el pañuelo se sentía diferente, con una nueva fuerza, con un presentimiento de dicha futura, tambien había algo más...
Algo misteriosamente bello que inundaba su ser por completo y que no podía definir.
Y aquella primera noche en Oviedo, aferrado a aquel trozo de seda se durmió como si acabará de nacer.

Era ya media tarde cuando al día siguiente llegó frente al Hotel Albarán; parecía un edificio muy respetable y distinguido; se imaginaba ya con su uniforme de conserje..
Era un hombre lleno de vida cuando entró en el hotel, que veía en el cielo arreboles resplandecientes, y al salir, 10 minutos después, la expresión de su rostro hubiera espantado a cualquiera.
Parecía un fantasma.
Así que después de todo había vuelto a suceder...
Se sentó en un banco. Le temblaban las piernas y el corazón. En el Hotel leyeron su recomendación, pero sintiéndolo mucho no podían contratarle, ya que su puesto había sido ocupado por otro joven; conocían a la madre Teresa, por supuesto, pero lamentaban decirle que no lo necesitaban. David sintió un mazazo. Advirtió que el nuevo conserje era un hombre apuesto, de aspecto sano y viril. Se disculparon con él por el viaje en balde; allí no tenían ningún puesto vacante para él, ni siquiera en la cocina; estaba todo ocupado, pero tal vez en otro sitio le darían trabajo. Le desearon suerte y recuerdos a la madre Teresa.
¡Qué estúpido había sido! y pensar que tan solo 10 minutos antes se sentía un hombre nuevo, y anoche en su cuarto se había sentido casi un príncipe de tanta dicha. ¡Qué poco había durado su nueva alegría!
Era el más inútil de todos los hombres, como siempre había sido; ni siquiera era un hombre, era un fantasma, no servía para nada;
"Tú no eres como los demás.."
y era verdad..
Sintió congelarse la sangre en sus venas. Todo había terminado. No quería pensar en nada.
Que débil se sentía, ¡ Ay Señor!
¿Porqué nada salía bien ni por una sola vez?¿Y ahora qué?
Caminó lentamente, vacío, sin rumbo; como una barca rota a la deriva, o más bien como un zombie.
No quería enfrentarse a sus pensamientos, a la insoportable sensación de sentirse de nuevo un inútil, un paria, solo deseaba una cosa, no pensar, no sentir nada, o mejor aún, no volver a sentir nunca nada. Ser como una piedra..o como una brizna arrastrada por el viento...
Si el aire se lo pudiera llevar lejos, muy lejos.
¡No! Lo mejor era acabar con todo de una vez y para siempre.
Anduvo largo rato, entumecido, en un estado de dolorosa turbación.
Ya no le cabía más dolor en el alma. Todas las heridas del pasado le sangraban. Se paró junto a un puente, las aguas del río fluían turbias, oscuras...
"Igual que mi vida", pensó
Se rió de sí mismo, de su ingenuidad, de sus sueños..¡Sueños! ¡Palacios en los charcos.!
Eso eran...Cuando salía de sus ensoñaciones, los palacios se esfumaban y él se quedaba con los charcos...
Eso era su vida, un inmenso charco que todos pisaban. Bueno, ahora ya nadie le pisaría.
Las profundas aguas del río le llamaban..
¡Al diablo con todo!
"Acabar de una vez y para siempre" , pensó en un arranque de furia y desesperación
"Se acabó, todo terminó"
Sería rápido; un breve instante de lucha, y luego el gran sueño...
Cuando estaba a punto de tirarse al río en un instante que se le hizo eterno, un trueno pavoroso retumbó en el cielo nocturno y también en su corazón.
Miró hacia arriba, y se quedó impresionado del espectáculo que se estaba produciendo en el cielo.
Durante toda la tarde las oscuras nubes hacían presagiar una gran tormenta, pero ahora extrañamente y como si de un prodigio de la naturaleza se tratara, allá arriba se estaba pintando el lienzo más bello y fascinante de toda la Creación.
La luna estaba luchando por salir de entre los negros nubarrones, como en un último intento de sobrevivir al poder de la tormenta y débiles estrellitas la ayudaban. Poco a poco la ténebre oscuridad se fue desvaneciendo, dando paso a una hermosa luna llena, que resplandecía con más fuerza que nunca. Las estrellas la coronaban. El cielo sobre el río parecía la antesala de la eternidad. Un espectáculo inexplicablemente hermoso.
La luz había vencido.
David profundamente emocionado se quedó absorto mirando aquel fabuloso cuadro celestial.
La luna parecía mirarle a él, como si le dijera :

"...si yo me he abierto paso a traves de las tinieblas, tú también lo harás..."
Sus ojos se llenaron de lágrimas, su corazón reía y lloraba al mismo tiempo.
La belleza de aquel fantástico instante inundó su alma y dentro de él reinó la paz.
Como si en su propio ser, ensombrecido durante tanto tiempo, una luz interna hubiera salido de entre sus tinieblas para resplandecer como nunca antes lo había hecho. Era como si el cielo entero brillara dentro de él.
El poder de la luz...de eso se trataba, reflexionaba turbado por aquella gloriosa manifestación.
Sí la luna había luchado contra las nubes tormentosas para emerger y había triunfado ¿porqué no hacía él lo mismo?
¿Acaso no tenía corazón y sangre? Siempre se había dado por vencido al menor revés, regodeándose en su mala fortuna, y lamentándose por haber nacido diferente.
¿Y si intentaba ser como los demás? ¿Qué importaba el precio a pagar? Todo el mundo sufría, pero luchaban por la vida y él sólo tenía una vida; Tenía que vivir; ¡iba a vivir!
¡Vivir! ¡Sí! Sin importarle el sufrimiento, la soledad, los agobios, la miseria, el futuro... 
Pasara lo que pasara, ¡viviría!
Sin lamentarse, sin maldecir los reveses del destino.
Lo aceptaría todo, todo,  porque estaba vivo, ¡vivo! ¡Vivo!
Aquel glorioso cielo que había contemplado valía por toda una vida.
¿Qué importaban su vulnerabilidad, su carácter enfermizo, su incapacidad para relacionarse con los demas? Iba a pelear para romper con el pasado y dejar de compadecerse como un niño desamparado; ¡Sí! ahora iba a conseguir algo que nunca había tenido: ¡valor!
¡Voy a luchar y voy a vivir!
Como sea, pero viviré... 
Cualquiera que lo hubiera visto hablando solo habría pensado que estaba loco, pero él se sentía más cuerdo que nunca.
Se miró a sí mismo; casi parecía un pordiosero con aquel aspecto desaliñado...
Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, y sacó ese "algo misteriosamente bello", de seda que siempre llevaba consigo.

Amelia R.

Se secó las lágrimas en el pañuelo
¡Oh, aquel aroma de violetas..!
Aún le quedaba dinero para poder sobrevivir antes de encontrar un trabajo, porque lo iba a encontrar, de eso estaba seguro y si no, no importaba, lucharía para no dejarse abatir. Sería fuerte, mendigaría, lo que fuera.. con la ayuda de Dios lo lograría;
¡Qué extraño!, en ese preciso momento creía en Dios más que nunca, como si nunca antes hubiera creído. Se sentía como si hubiera resucitado. Otra vez aquella sensación de euforia inexplicable...
Besó el pañuelo de seda hundiendo su rostro en él...
Miró a la luna de nuevo y se impregnó de toda su belleza,
y comenzó a caminar rumbo a la pensión con los pulmones y el corazón llenos de aire, un nuevo aire para él...
Era consciente por primera vez en su vida que estaba vivo, y dio gracias al cielo por ello.



Miró el cuarto donde se alojaba y suspiró...
Habían pasado ya dos días desde su increible experiencia junto al puente; sabía que jamás en toda su vida habría de olvidar aquella noche.
Todavía persistía en él ese nuevo espíritu de lucha y valor.
Él, el más débil y cobarde de todos los hombres se sentía como un ser renovado, con una fuerza interior capaz de soportar todas las desgracias.
Aquella noche había madurado
Pero tenía que pensar qué hacer con su vida ahora.
Había que hacer planes
Miró a su alrededor; su cuarto era pequeño y frío; con escasos muebles, las paredes amarillentas y desconchadas, pero era lo mejor que había podido encontrar.
¡Que importaban la miseria y la escasez! si dentro de su alma todavía brillaba la grandiosa belleza del cielo, que desde la otra noche se había quedado en sus ojos para siempre, renovándole por dentro, llenándole de luz y coraje;  y esta vez no era uno de sus fantásticos delirios, esta vez era real.
Hizo las paces con el pasado; ya nunca permitiría que le atormentara y le retuviera. Estaba decidido.
Disponía de dinero para aguantar un mes hasta encontrar un trabajo. Había conseguido algo mendigando por las calles.
Recordó la cita del Padre Tomás y la repitió en voz alta hasta la saciedad para impregnarse de ella :

"En la vida hay sombras, sombras horribles, pero también hay luces, luces maravillosas; sólo tienes que encontrarlas. Recuerda siempre, hijo mío, y sobretodo tenlo presente en los peores momentos de tu vida que formas parte de ese algo misteriosamente bello y sublime. ¡Nada hay más grande! Eres un fragmento de la divinidad, igual que toda criatura viviente. Y ningún pesar puede doblegarte, porque toda la fuerza de Dios está dentro de ti.."

Ese algo misteriosamente bello estaba ahora en su corazón...
Había comenzado a inundarle la noche que se bajó del tren, cuando allí tirado en el suelo lo encontró...
Sacó el pañuelo de seda...

Amelia R.

Perfume de violetas...
Sentía emanar de aquel fino trozo de tela una extraña fuerza, como si...
Se sintió de nuevo embriagado por su delicado aroma e imaginó jardines interminables de esplendorosa belleza.
Vagó por parajes de ensueño, adentrándose en espirales de niebla. Vadeó estanques de aguas cristalinas, mientras un eco de ninfas repetía sin cesar un nombre :

Amelia R. Amelia R.

Y aferrado al pañuelo de seda se durmió.
Durmió durante horas y horas
Durmió como nunca había dormido, en un largo y tranquilo sueño.



Capítulo III


Durante los días siguientes anduvo por las calles de Oviedo buscando trabajo, pero no lo encontraba. Se cruzaba con la gente y ya no se sentía un extraño. Era como si formara parte de un todo. Y ese todo sin él, estaría incompleto. No sabía explicarlo bien, pero por primera vez sentía que todo el mundo llevaba una carga a cuestas, que todos estamos solos de alguna manera, y que ningún alma puede evolucionar al margen de las otras, pues todos somos como fragmentos perdidos de ese gran espejo que es Dios, y nuestro destino era volver a estar unidos alguna vez.
Estas elucubraciones eran nuevas para él, y se prometió a si mismo profundizar más en ello.



Una noche al pasar delante de un lugar llamado: "La taberna perdida", en las afueras de la ciudad, en un barrio castigado duramente por la pobreza, leyó un cartel que decía :
"Se necesita joven para servir"

Sin pensarlo dos veces entró
Era una taberna sucia y maloliente, llena de borrachines que ahogaban sus tristezas en copas de aguardiente. Hombres y mujeres que lo habían perdido todo; maltratados por la vida, que no veían un futuro más allá de aquellas calles a las que no quería llegar el sol. Aquella taberna parecía simbolizar el alma de la postguerra. Sobresalían entre los murmullos, las risotadas de un anciano borracho al que le faltaban los dientes. David de pronto sintió ganas de echarse a correr, de escapar de aquel tugurio, esconderse en su cuarto, pero no, había decidido ser fuerte y enfrentarse a sus miedos.  "¡Valor!", se dijo.
No iba a dejarse abatir tan fácilmente como había hecho siempre. No después de la otra noche junto al puente, y de la revelación que había sentido en su ser. No volvería a fallarse a si mismo.
Así que tragando saliva y temblando de pies a cabeza se dirigió al dueño que parecía un hombre amable. Por suerte resultó ser gallego como él; y al salir de la taberna ya era un empleado, aunque no era un trabajo muy agradable servir alcohol a borrachines groseros, era un trabajo que le ayudaría a sobrevivir en su nueva vida. Eso era lo más importante para él, ¡su nueva vida!
Se sentía muy animado;  casi sonreía cuando salió de la taberna. Iba silbando por las calles.
¡Que tonto! mira que haber estado a punto de salir huyendo de allí en un ataque de flaqueza por su ridículo miedo a la gente. Él vencería aquel miedo. Eso era lo importante si quería cambiar su destino.
Entró en un café y comió como hacía tiempo que no comía.
Se sintió lleno de energía, por dentro y por fuera.
Aquella misma noche en su cuarto de la pensión recordó otra frase del Padre Tomás :

"Cuando se suceden muchas cosas malas es porque algo maravilloso está a punto de suceder."

Sí, tal vez eso le estaba pasando a él...
¡Querido Padre Tomás!
La vida no era tan cruel después de todo. 
Dios le había echado una mano.
Y de nuevo otra noche más aferrado al pañuelo de seda, al que consideraba su amuleto, se durmió como un niño.
Al día siguiente empezaría a trabajar.


Cada día que pasaba David se sentía con más fuerza e ilusión. Trabajaba sin descanso en "La Taberna perdida".
Al principio le costó un tiempo adaptarse a aquel extraño ambiente, pero con la ayuda de sus nuevas luces internas se fue abriendo paso en aquel sombrío lugar.
El dueño de la taberna era una buena persona y se portaba bien con él. No le pagaba mucho, pero para él era más que suficiente.
A pesar de su nueva fuerza interior, seguía siendo el mismo joven tímido y sensible, pero ya no se venía abajo tan fácilmente como antes. Ya no sentía aquel miedo enfermizo a los demás.
Y había en él una vaga esperanza... un extraño presentimiento de dicha futura que le ayudaba a seguir adelante.
Era la misma sensación que por primera vez experimentó la noche que llegó a Oviedo en la estación de tren,  cuando encontró ese "algo misteriosamente bello" en el suelo. Desde entonces lo llevaba siempre con él, en un bolsillo junto al corazón.
Descubrió también que en los lugares más sombríos se podía encontrar también alguna luz.
En "La taberna perdida" no todo el mundo iba a la deriva. Envueltos en alcohol y groseras risas, también entraba de vez en cuando gente amable y culta, y alguna que otra vez un ser especial, como aquella noche en que un anciano solitario y de aspecto pobre, pero limpio, le miró fijamente durante largo rato mientras bebía su café.
Cuando David se acercó a darle la cuenta, el anciano con voz profunda le dijo :
- Es usted demasiado noble y bueno para este mundo. Tenga cuidado. Los buenos caen antes. - y pagando su cuenta se marchó.
Él se quedó estupefacto.
Bueno, eso ya se lo habían dicho antes...
"demasiado bueno para el mundo".
Tantas veces le habían dicho eso, como si fuera un terrible pecado ser así, o un defecto;  pero esta vez había sido diferente. Le había gustado escucharlo. Era como si el anciano hubiera presentido...Sus palabras habían sonado con un tono especial de sincera admiración, como si él fuera un ser especial. Le gustó mucho escuchar aquello.



Fueron pasando los días para David. Con sus ahorros se había comprado dos trajes de segunda mano, pero respetables; uno para ir al trabajo y otro para ir a la Iglesia los domingos.
Lo que más le gustaba de la Misa era el momento en que el sacerdote decía al final :
"Daos fraternalmente la paz"
Y todos se daban la mano.
En ese momento se reconciliaba con todo.
Luego se sentaba en el parque y daba de comer a las palomas.
¡Que sana alegría sentía en aquellos momentos!
Delante de él pasaban las parejas de enamorados, cogidos de la mano. Él bajaba los ojos con tristeza.
El amor seguía siendo una quimera para él. 
¿Conocería alguna vez aquella divina sensación de amar y ser amado?
Pensaba que el amor era algo tan grandioso que sólo estaba destinado a los hijos de los dioses.
Pero no, no quería pensar en eso. Le entristecía demasiado.
Lo más importante ahora era vivir su nueva vida, aunque jamás conociera el amor, aunque jamás saliera de la pobreza, aunque estuviese condenado a vivir solo hasta el último día de su vida. ¡Vivir! Eso era lo único importante.

Por las noches, en su cuarto y a la luz de la bombilla que colgaba del techo, volcaba todo su ser en interminables poesías que escribía sin cesar, y que eran como un desahogo de todas sus ansias y anhelos.
Y luego ya cansado de escribir, soñaba..y soñaba...
pero ya no como antes, sino con los pies en el suelo, sin caer en el delirio.
Acariciaba el pañuelo de seda y fantaseaba con el aroma de violetas que se le subía al corazón con un halo de romántica promesa.
Amelia R.

¿Quién sería aquella mujer?
¿sería joven o de mediana edad, o tal vez una anciana?
¡Que más daba! Si nunca la conocería.
Él la imaginaba joven y bella, tierna y delicada, angelical y dulce...como la seda del pañuelo.
Tal vez tan sensible como él... 
Tal vez habría vertido alguna vez sus lágrimas en el pañuelo por algún un amor imposible.
Y en sueños..¡oh, esa tierra marginal donde todo podía suceder, él la conocía y la consolaba de su dolor, y la amaba...
¡Oh, como la amaba!
Y al salir de sus ensoñaciones volvía a sentir aquel extraño presentimiento de felicidad futura; y besando el pañuelo de seda se dormía con una dulce sonrisa en los labios, en paz, igual que un recién nacido.



Fueron pasando las semanas en perezosa monotonía. Le gustaba andar por las calles en su tiempo libre y contemplar a los niños pobres jugando en las aceras.
Iban vestidos con ropas remendadas y parecían no tener nada en el mundo más que el entusiamo propio de la infancia, pero eran felices, inmensamente felices; jugando, siempre jugando, ajenos a la miserias del mundo.
Los imaginó como un puñado de ángeles caídos del cielo.

Un día que volvió por allí les dio casi todo el dinero que llevaba encima y los chiquillos gritaron de pura alegría.
¡Pensaron que era un santo!
Había entre esos niños uno que no reía; era disminuido físico, y no tendría más de 7 años. Había tanta pena en su mirada que David se conmovió y se vio a sí mismo con esa edad, completamente desamparado.
De repente, lo abrazó llorando, como si se abrazara al niño que él había sido; y sin pensarlo dos veces se quitó la cadena que llevaba colgada del cuello, con la cruz de oro que le había dado el padre Tomás, y se la puso al pequeño, que le hacía más falta que a él. El niño sorprendido y tartamudeando ligeramente, le preguntó:
" Se...Señor, ¿es... usted.. Dios?"
¡Pobre criatura! David sonriendo le dijo :
- Dios está en ti...
El niño lo miraba como hipnotizado
-¿Cómo...como... pu...ede Dios estar...en mi, señor?
David se emocionó profundamente al escuchar la voz balbuceante del chiquillo
- Porque él siempre está.. con los que sufren... - le respondió
Y de pronto el niño sonrió 
Aquella sonrisa angelical traspasó el alma de David como la luz del amanecer. 
Se alejó de allí con el corazón lleno.
Cuando los niños llegaron a sus míseras casas les dijeron a sus padres que habían visto a Dios.

David siguió caminando, mirando al cielo.
Como le gustaba perder su mirada en el cielo desde la noche en que comenzó su resurgir.
La hermosa puesta de sol le llevó hasta el puente donde meses atrás intentó quitarse la vida.
Miró hacia el río, ahora fluía tranquilo, sereno..Sus profundas aguas ya no se arremolinaban desesperadas bajo el canal, como aquella noche...
Ahora seguían su curso con una serenidad casi poética
"Igual que yo..", pensó
Qué rara era la vida..
Alzó su vista al cielo
Trazos de púrpura y oro anunciaban silenciosamente la muerte del día, y derramaban tanta belleza que parecía que el mundo acabara de nacer.
No sabía cuanto tiempo llevaba allí cuando hasta sus oídos llegó una música de violín.
Era la música más bella y triste que había escuchado nunca.
Aquel violín derramaba notas de infinita tristeza. Jamás en su vida había escuchado algo tan bellamente desgarrador.
David se sintió aún más conmovido cuando junto a él pasó un anciano pordiosero tocando un violín.
Parecía el ser más desgraciado del mundo.
Iba andrajosamente vestido, con una larga barba gris. Parecía enfermo, como si no hubiera comido durante días.
David sintió un nudo en la garganta
El anciano seguía tocando aquella música triste
De pronto se paró y los dos se miraron...
La mirada del anciano era intensa y profunda
David sintió una compasión infinita
- ¿No le gusta mi música, joven..? - preguntó el anciano - veo que le ha entristecido...Es el área n°3 de Johann Sebastian Bach.
David titubeó, no sabía qué decir
- ¡Oh, no! No es que.. no me gus...guste, es que sien..siento pena.. por..por usted...
El anciano sonrío
- Veo que es usted un joven muy sensible... No se preocupe por mí...Estoy bien
David casi estaba a punto de echarse a llorar
- Parece usted un buen hombre, joven - continuó el anciano pordiosero - ¿sabe? me recuerda a mí mismo cuando era joven. Todo me conmovía...
David le ofreció todo el dinero que le quedaba, pero el anciano lo rechazó.
-¡Oh, no! no, no.. Gracias, pero el dinero ya no significa nada para mí...Mi destino es vagabundear por los caminos de Dios...Soy como los lirios del campo...como dijo Jesús :

"Contemplad los lirios del campo, ni se fatigan ni hilan, y ni el Rey Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.."

- ¿Sabe..? Soy feliz, porque tengo un inmenso tesoro en el corazón..La esperanza.. y además una vida plena de dicha y amor eterno.. - y señaló el cielo - allí estará mi recompensa, en el más allá...
David no terminaba de comprender
- Pero.. ¿qué se..será de usted..? por fa..favor..déje..déjeme que le a..yude...
- No, no..No se preocupe, joven. Dios me dará lo que necesite como a los lirios del campo hasta que llegue mi hora...Él lo tiene todo previsto..no hay que afanarse..Seguiré mi destino.. y usted el suyo..Que Dios le bendiga joven, y no cambie nunca.. ¿sabe? tal vez algún día nos volvamos a encontrar...
Y tocando el violín se alejó, perdiéndose en la niebla nocturna.
David con el corazón temblando por una extraña sensación, se encaminó hacia la pensión, profundamente emocionado y pensando en los lirios del campo.




Capítulo IV


Pasó un año y medio.
Era ya finales de verano. David trabajaba sin descanso durante el día en la taberna perdida y soñaba por la noche en su cuarto. Había prosperado un poco, se había asentado y acostumbrado a su nueva vida. Estaba rodeado de pobreza, pero se sentía casi feliz y eso ya era demasiado para él. Estaba vivo y navegaba hacia delante con viento suave en sus velas, en el mar azul del destino, sin temor de las nubes grises que había alrededor de él.
Tal vez algún día su barquita le llevara a nuevos puertos y pudiera conocer al fin el amor.
Durante las tardes la taberna se llenaba de obreros y oficiales que se dejaban caer por allí, y que se perdían en tertulias interminables. David los escuchaba con interés, soñando poder hablar algún día como ellos. Apenas había conseguido vencer su tartamudez nerviosa y por eso nunca hablaba demasiado con nadie, tan solo con el dueño de la taberna, pero tampoco con él se explayaba mucho.

Una noche de luna llena ocurrió algo que cambió su destino para siempre.
En una mesa del rincón había un hombre mayor de unos 70 años. Por su aspecto respetable y distinguido se notaba que era alguien. Desentonaba mucho en aquel lugar. Era alto y fuerte; su aspecto era impecable. Debía ser alguien importante, sin embargo David advirtió que en su rostro junto a una expresión ruda, se reflejaba el abatimiento y la ansiedad.
David se acercó para darle la cuenta y el hombre con voz amarga dijo mirando al vacío :
- ¡Dinero! es lo único que me sobra...¿para qué diablos quiero tanto dinero? - parecía algo ebrio
David como siempre no encontraba las palabras adecuadas.
El hombre con un tono cansino le preguntó si podía sentarse a su lado ya que necesitaba hablar con alguien y como la taberna estaba vacía esa noche.
David se sentó junto a él, sin saber muy bien porqué...
- He sufrido...he sufrido mucho... - dijo el hombre mirando su copa - Me han engañado cruelmente; mi criado, ¿sabe? ¡Me ha robado! ¡Maldito ladrón! Ya no puedo confiar en nadie...
De repente dio un puñetazo en la mesa presa de un odio feroz.
David se puso nervioso y se levantó inquieto.
- No, no. No se levante, por favor. Disculpe, no quería molestarle - dijo el hombre de nuevo en un tono más amable - Necesito que alguien me escuche. Me siento tan solo y estoy tan cansado de vivir... Llevo una pesada carga durante tanto tiempo...
David se sentó de nuevo. Había tanta desolación en la mirada de aquel hombre.. Él también había conocido una desolación como aquella...
- Lo... si...ento mu...mucho.. Señor - acertó a decir confundido 
El hombre se cubrió la cara con las manos desesperado. Después de unos instantes y mirándole a los ojos fijamente habló de nuevo :
- Estoy completamente solo en el mundo...Usted no sabe lo terrible que es perder a una hija...Yo la amaba tanto...Mi pequeña florecilla...La cuidé y protegí tanto... Le di tantas cosas...Todo me parecía poco para mi pequeña, pero ella nunca me quiso..Me odiaba...¿cómo puede una hija odiar a su padre? Era igual que su madre, egoísta y fría; Las dos me odiaban. Lo sé muy bien; Nunca me comprendieron, nunca..Ya ve usted, mi esposa murió y mi hija me abandonó. Se fue de casa una noche de invierno, sin dejar siquiera una nota. La busqué por todas partes, aunque ya no era una niña, tenía 25 años, pero no sabía nada del mundo, ni de los hombres. Dentro de tres meses, en Noviembre, se cumplirán dos años desde aquella maldita noche en que huyó de mi. ¡Oh, Dios! ¿qué habrá sido de ella..? Todo este tiempo he vivido con la angustia de no saber si sigue viva, y con la dolorosa certeza de saber que aunque ella se encuentre bien en algun sitio, me odia hasta el extremo de no dar señales de vida, solo para mortificarme, para destruirme..Eso me hiere profundamente, pero a veces, pienso que tal vez le ocurrió algo terrible y eso sí que no puedo soportarlo ¡Oh, Señor! ¿qué habrá sido de ella?
Y como un niño se puso a llorar
David estaba consternado y buscaba en su interior las palabras adecuadas para consolar a aquel hombre. 
- No.. no se tor..ture, señor.. Tal vez...algún día.. su hija..vu..vuelva a usted.. ade..además aún..no...no lo ha per..perdido usted todo.. le queda lo más va..valioso que te..tenemos.. la vida.
Pero el hombre parecía no escucharle. Estaba ensimismado en sus propios pensamientos. Absorto en sí mismo, muy lejos de allí, sin importarle las palabras del pobre David.
De pronto y como por arte de magia, su estado de ánimo cambió. Parecía haber recuperado su entereza y seguridad.
Encendió un cigarrillo y sonriendo le habló :
- Joven, ¿sabe? me ha caído usted bien. Necesitaba desahogarme. Ahora ya me encuentro mejor. Parece usted una buena persona, algo difícil de encontrar hoy día. ¿Cuánto tiempo lleva trabajando en este tugurio? Seguro que le pagan una miseria y vive en una ratonera. No creo que este sitio sea apropiado para usted. Verá, estoy buscando un joven que sea honrado y fiel para que trabaje a mi servicio, y usted me ha gustado. En la oficina de empleo no me envían a nadie decente, ¿comprende? Decencia y lealtad es lo que busco, pero es muy difícil de encontrar. Enseguida que hablé con usted percibí que era un joven diferente, así que le ofrezco ser mi criado.
Habló con voz autoritaria; parecía que se había pasado la vida dando órdenes.
David se sintió muy confundido. No se esperaba una oferta como aquella y menos en aquel momento.
Aquel hombre le inquietaba y le asustaba un poco.
- ¿Acepta..? - le preguntó impaciente 
- Yo..se...señor..se lo agra..agradezco...pe..pero... aquí soy...fe...feliz..
- ¿Felíz...? ¿en este barrio miserable? ¿va a quedarse aquí toda la vida? Es usted muy joven.. Le estoy dando una oportunidad para prosperar y ser algo más que un miserable mozo en este antro donde se pasa el día rodeado de borrachines y le deben pagar una miseria. Le informo :  Acabo de comprar una casa en Burgos, en un pueblo precioso, donde voy a comenzar una vida nueva. Soy militar retirado y dispongo de mucho dinero y tiempo libre. A mi servicio comerá bien, vestirá como un señor y conocerá gente honorable y no malandrines y furcias como en este antro. Usted merece algo mejor ¿qué le parece?
David titubeó en unos segundos que se le hicieron eternos. Era la oportunidad de su vida si quería prosperar. Empezó a seducirle la idea de ser criado de un militar retirado; sonaba bien. Debía ser un hombre culto y educado; y estaba seguro de que debajo de aquel fuerte y voluble carácter debía esconderse un hombre sensible; tal vez lo había juzgado mal en una primera impresión.
Comenzó a hacer elucubraciones con aquella posibilidad. 
Vivir en una casa señorial y confortable; comer y vestir bien, como un señor...Sí, le gustaba la idea. Huir lejos de la pobreza para siempre.
Pero, tenía que pensar...
-Bueno - dijo impaciente el militar retirado - si no se decide encontraré otra persona.
Cuando el hombre ya se disponía a marcharse David habló, esta vez su tartamudeo parecía haberse desvanecido, siempre le pasaba eso cuando se sentía decidido por algo, su voz sonaba fluida.
- Espere.. yo..siempre he pasado muchas necesidades en esta vida; nunca he tenido suerte en nada. He pasado muchas penurias..y el trabajo que me ofrece es más de lo que yo hubiera soñado...Yo...yo también he sufrido mucho y no tengo a nadie en el mundo...Así que acepto su trabajo... Intentaré hacerlo lo mejor que pueda..se lo prometo.

Habló nervioso pero fluidamente y con la extraña sensación de que el destino había preparado aquel encuentro para encaminarle a una vida mejor.
- ¡Vaya! Le felicito, veo que es usted la bondad en persona. Me alegro. No se arrepentirá. Mañana mismo salgo para Burgos. Le estaré esperando en la estación de tren a las 11 de la mañana. Traiga sus efectos personales y no se preocupe por el dinero. Todo corre a mi cuenta. Esta noche comienza un nuevo destino para usted. Por cierto ¿cómo se llama..?
- David Freire..señor.. - le contestó
- Yo soy Federico Revert, antiguo coronel de infantería y ahora su nuevo jefe
Estrechó con fuerza la mano del joven
- Recuerde, mañana a las 11 en punto en la estación de tren, le estaré esperando.
Y con paso firme se marchó
El dueño de la taberna que había escuchado toda la conversación en silencio felicitó a David y le deseó suerte en su nuevo trabajo, aunque pensó que iba a serle difícil encontrar un camarero tan honrado y trabajador, pero el chico se merecía algo mejor.


Esa noche en su cuarto David hizo grandes planes para el futuro.
Pero estaba tan excitado por el giro de los acontecimientos que apenas pudo dormir.

A la mañana siguiente se levantó temprano y preparó sus cosas. Llenó su vieja maleta con sus escasas ropas, sus poemas y aquel bendito pañuelo de seda...su "algo misteriosamente bello..." que tanta suerte le había dado.
Extraños caminos tenía el destino.
Vestido con su traje de los domingos se despidió de aquel cuarto, que aunque mísero, en él había sido feliz.
Miró la triste bombilla que colgaba del techo y que en sueños de dulce dicha a él le había parecido tan inmensa como el sol.
y recordó la cita del padre Tomás : 
"Y también luces, luces maravillosas.. sólo tienes que encontrarlas"
Se miró en el espejo al salir y aunque estaba delgado y pálido, él se sintió rebosante de salud y de vida.

Ya en la calle con paso ligero y las velas de su alma desplegadas, se adentró en el mar que le llevaría a un nuevo y próspero futuro.
Su vida ya no era una pobre barquita. Se sentía como un inmenso velero que ya nunca iría la deriva y surcaría nuevos y azules mares.
El Destino le había recompensado al fin por todos los sufrimientos del pasado.
Y pensar que todo comenzó en la estación de tren cuando encontró aquel pañuelo de seda y por vez primera en su vida tuvo el extraño presentimiento de un brillante porvenir.. y aquel cielo de majestuosa belleza que se había abierto para él aquella noche junto al puente, cuando estuvo a punto de quitarse la vida y que tanta fuerza interior le dio para seguir luchando. Todavía seguía sintiendo en su alma la inmensidad de aquel cielo y también sentía que todas las heridas de su alma habían cicatrizado al fin.
Un capítulo de su vida se cerraba y otro comenzaba.
Un tren se iba y otro llegaba.


Llegó a la estación de tren a la hora en punta. Enseguida se reencontró con su nuevo jefe. Tras un breve intercambio de frases subieron al tren en el vagón de primera clase; ya en el compartimiento y asomado a la ventanilla, David Freire vio alejarse aquella ciudad a la que llegó hacía más de un año y medio, completamente abatido y desolado, y en aquella ciudad su vida había cambiado. Había resucitado y seguido adelante. Había conocido por primera vez la dicha de sentirse vivo.
Jamás en su vida olvidaría aquella ciudad ni aquella estación de tren.





ALGO MISTERIOSAMENTE BELLO 2
Pasajeros Del Destino

SEGUNDA PARTE
Primera Novela Corta de
Yolanda García Vázquez
Derechos de autor reservados



Capítulo V



Burgos, hermosa ciudad de la entonces Castilla la Vieja, bañada por el río Arlanzón. Entre las montañas, un pueblecito escondido, llamado "Siete Encinas", envuelto por un bello paisaje bucólico, lleno de encanto y de paz.
No tenía muchos habitantes, pues la mayoría eran pastores y labradores que vivían en humildes y limpias casitas que parecían sacadas de un cuento de hadas. Había algunas tiendas y la estafeta de correos, el pequeño puesto de la Guardia Civil en el que nunca había demasiado trabajo de la paz que reinaba allí. La alcaldía y la Iglesia en el centro del pueblo, con una pequeña plaza, en la que una fuente de origen romano emanaba un abanico de agua tan clara como una mañana de abril.
Había una pequeña posada para los forasteros, una sala de cine, un pequeño ambulatorio, y además una biblioteca; y al final...apartada del pueblo, se encontraba la estación de tren...
David no sabía aún que mucho tiempo después iba a recordar esa pequeña y solitaria estación de tren.



A cualquier viajero llegado de la gran ciudad, aquel pueblecito escondido entre las montañas le hubiera parecido una hermosa postal, a David Freire le pareció el paraíso.
El lugar ideal para vivir.


Llegaron a Siete Encinas después de un largo e interminable viaje, que a David se le antojó corto, de tan ilusionado que estaba. Fue el viaje más feliz de su vida.
A su nuevo jefe, el señor Revert le llamó la atención el entusiasmo del joven. También le hizo gracia;" ¡pobre muchacho!" pensaba el señor Revert, "serían cosas de la juventud. Aquel chico parecía sentirse felíz con tan poco.. Debía de haber pasado muchas necesidades en su vida, tanto materiales como emocionales. Parecía tan ingenuo"

Pero David se sentía inmerso en una gran aventura. Disfrutaba con cada cosa; todo era tan nuevo para él. Viajar en primera clase, rodeado de gente elegante que le sonreían cuando él paseaba por los pasillos del tren. Parecían tan amables y educados aquellos pasajeros. Y los paisajes que el tren iba dejando atrás...


Cuando llegaron a una casa algo apartada en aquel pueblecito encantador llamado "Siete Encinas", David se quedó maravillado.
Era una casa de aspecto distinguido y señorial, rodeada de mimosas y sauces llorones, con un bello y frondoso jardín.
La casa se llamaba "Los Sauces" y al entrar en ella la fascinación de David fue aún mayor. Aunque la casa no era excesivamente lujosa y espaciosa, a David le pareció que acababa de entrar en un palacio. Al señor Revert le divertía el asombro del joven. "¡Pobre infeliz!", pensaba, "ni que aquello fuera el Palacio de Versalles.." De todos modos era la reacción que se esperaba de alguien que ha vivido toda su vida rodeado de miseria. Al señor Revert en comparación con su antigua mansión de Oviedo que había vendido para intentar olvidar el pasado, aquella nueva casa, le parecía más que modesta, pero ideal para vivir en paz consigo mismo.

Cuando David contempló su cuarto se quedó aún más atónito. Era una habitación cómoda y espaciosa, en comparación con el cuartucho de Oviedo, pero a David le pareció la habitación más grande y lujosa del mundo. Los muebles que brillaban de tan limpios, le parecieron sacados de la sala de un rey, y la lámpara del techo inundaba la habitación con la luz más blanca e intensa que jamás había contemplado; pero si hasta había una mesita de noche con su lámpara y todo; y una cama limpia y confortable, con una preciosa colcha bordada en tonos azules y blancos, casi parecía una esponjosa nube donde dormiría como un príncipe; y aquellas ventanas desde las que se divisaba el más bello paisaje del mundo. Cualquiera que hubiera leído los pensamientos del joven se hubiera reído. Al fin y al cabo, aquella era una habitación limpia y confortable, pero modesta.
David sintió deseos de llorar de pura alegría.
Tenía la sensación haber sido toda su vida un pobre vagabundo en el desierto y que al final había llegado a un oasis de belleza y de paz.

Y esta vez no era un espejismo. Todo era real.


Su nuevo trabajo ya no era el de ser un simple criado, como había sido acordado al principio. El señor Revert pensó que era mejor que David fuera su asistente personal; sería mejor para el muchacho. No tendría mucho trabajo y cobraría un buen sueldo. Tendría que ocuparse de sus cosas personales, limpiar su despacho, poner en orden sus papeles, echar sus cartas, hacer los recados que le encargarse y tener siempre sus cosas a punto, por si tenía que hacer de repente un viaje, a los que David le acompañaría. En fin, ocuparse exclusivamente del señor Revert, también de vez en cuando conversar con su jefe, solo cuando él se lo pidiera; a David le pareció el mejor trabajo del mundo.
El señor Revert pronto contrató un matrimonio de mediana edad que eran vecinos del pueblo para ocuparse de todas las tareas de la casa; Roberto y Lucía Jiménez, eran muy trabajadores, pero algo distantes;  también llegó a la casa otro vecino del pueblo, un jardinero llamado Miguel, un hombretón de más de 70 años, alegre y bonachón, que cayó muy bien a David.


Pasaron los días y a David le gustaba cada vez más su nuevo trabajo. Al principio no había mucho trabajo que hacer, pero era algo tan novedoso y diferente para él, ser una especie de asistente personal de un hombre importante, que cada día estaba más entusiasmado.
Ahora disponía de mucho tiempo libre. El señor Revert le prestaba libros que ampliaron sus escasos conocimientos, pues en la vieja y humilde escuela del pueblo en que nació, allá en las montañas de Lugo, apenas aprendió a leer y escribir y en el orfanato del Padre Tomás apenas aprendió poco más;
Pero ahora estaba descubriendo el placer por la lectura : ¡Dickens, Victor Hugo, Goethe, Balzac..Dostoievsky...Lord Byron! y los grandes poetas del siglo de oro...
¡Si pudiera escribir alguna vez como ellos!
Pasaba largos ratos escribiendo pequeñas historias y poemas, tratando de emular el estilo de los grandes escritores.
Tal vez un día...
Una mañana se miró en el gran espejo del vestíbulo y se llevó una grata sorpresa; Se vio a si mismo con un aspecto respetable y saludable;  ya no estaba tan delgado y demacrado como meses atrás; ahora tenía color en las mejillas, y sus ojos brillaban con una luz especial.
Sí, definitivamente, había prosperado.



Capítulo VI


Le gustaba observar al jardinero Miguel arreglando el jardín y escucharle canturrear viejas canciones. El hombre era la viva imagen de la felicidad. A David le hacía gracia escuchar como Miguel le hablaba a las plantas como si le escucharan.
Una mañana se acercó de nuevo al jardín y observó que Miguel estaba plantando violetas.
El dulce aroma lo llevó hasta la estación de trenes de Oviedo dos años atrás...
El pañuelo de seda...
Ese "algo misteriosamente bello..."

Por las tardes salía a pasear por el bosque y tumbado bajo una encina soñaba despierto con su amada princesa...
Amelia R.
Su novia imaginaria...
Que de tan soñada era real...
¿Quién sería la dueña del pañuelo.. y dónde estaría?
Daba igual
Nunca la conocería...
Él la había imaginado y creado a su antojo y la amaba...  ¡cuanto la amaba!
Tenía casi 30 años y jamás había besado a una mujer, y apenas había conversado con alguna. pero ¿qué importaba eso?
Él ya tenía su novia, que aunque imaginaria era tan real como la sangre que corría por sus venas.
Y le colmaba de una dicha infinita
¡Oh, dulce Amelia...!
Solo ella le amaba y le comprendía. Era tan real que podía sentir su respiración, escuchar su dulce voz, recrearse en el brillo de sus cabellos, percibir la luz de sus bellos ojos...
Que preciosa era su querida Amelia...
Esta vez su hermoso sueño era un inmenso palacio que jamás se derrumbaría. Ya no había más charcos para él; su grandioso sueño era más real que la realidad. Nadie sabría jamás el tesoro que escondía en su corazón. Amaba y era amado.
Lo demás le sobraba.

En el pueblo pronto fue conocido como el joven tímido y solitario que trabajaba al servicio del Señor Revert. Un chico honesto, y muy trabajador,  pero algo raro...Eso pensaban los demás.
Él lo sabía, pero ya no le importaba lo que dijeran de él... 
porque él no estaba solo, tenía ese "algo misteriosamente bello" en su corazón y nunca le abandonaría...
¡Oh, Amelia..!



Habían pasado ya casi tres meses desde su llegada a aquel pequeño paraíso en el que había disfrutado de tanta dicha y tranquilidad. Ahora tenía un poco más de trabajo, aunque no demasiado y aún podía dedicarse a sus aficiones.
Ya tenía escritos varios relatos a mano, y un sinfín de poemas; pensaba que aunque nadie los leyera nunca, para él eran de vital importancia, pues en ellos estaba reflejado su inmenso amor por Amelia, la musa de su inspiración.

En la casa nunca acudían invitados, pero una noche fueron a cenar una pareja de mediana edad que eran antiguos conocidos del señor Revert, quien pidió a David que les acompañara en la cena. El señor Revert pensó que así el muchacho iría venciendo poco a poco su timidez. A David le entusiasmó mucho la idea de acudir a la cena, pero apenas habló más de cuatro frases durante aquella velada;  se notaba tenso y cuando se sentía así sabía que su tartamudez reaparecía, haciéndole parecer ridiculo, así que prefería escuchar. Era consciente de que nunca vencería aquel defecto suyo, pero eso ya no le preocupaba mucho, él tenía ya su propio mundo interior que le colmaba.
Rara vez hablaba con alguien, sólo si era necesario; con el matrimonio de sirvientes, los Jiménez, que eran muy distantes, apenas cruzaba alguna palabra y sólo si se veía obligado. Alguna que otra vez el señor Revert le llamaba para conversar con él en el salón, junto a la chimenea, pero siempre era un monólogo de su jefe, porque aunque se sintiera relajado y su tartamudez desapareciera, no sabía encontrar las palabras adecuadas para mantener una conversación, así que el señor Revert pronto se cansaba.
Con el jardinero Miguel, que era un hombre diferente, si hablaba, aunque con un lenguaje especial que sólo ellos entendían. Una tarde en que estaba plantando azucenas y David le observaba sentado desde un banco del jardín, Miguel le comentó:
- Las mujeres son como las flores, hermosas y delicadas; pero la fuerza de su belleza es la más intensa del mundo; al igual que su fragilidad que sólo es aparente, pues son las criaturas más resistentes de la creación. No hay mujer fea, lo mismo que no hay una sola flor que no sea hermosa. ¡Mujeres y flores! Todas hermosas, aunque se marchiten y mueran, su belleza siempre será eterna para las almas enamoradas. Yo soy un hombre ya mayor. No tengo mujer ni hijos, así que las plantas son mi pequeña familia, mi mayor tesoro. Usted no habla mucho, joven, pero yo le entiendo; Sí, porque a las personas no se las conoce, se las intuye. Un corazón sensible reconoce otro corazón sensible. 
David sonrió ¡Que bien le caía aquel hombre!
Con él si podía hablar sin tartamudear
-Vera...yo nunca tuve mucha facilidad de palabra, con.. la mayoría de la gente me pongo nervioso y suelo tartamudear; un defecto que arrastro desde niño, y cuando se me pasa, bueno.. apenas sé qué decir...pero estoy de acuerdo con usted en eso de las mujeres...y también opino que a las personas más que conocerlas, se las intuye..- dijo David
- Usted habla más con la mirada que con la voz; yo le miro a los ojos y comprendo muchas cosas, sí, las comprendo... Es usted un alma enamorada del amor. - contestó el jardinero y continuó con su trabajo en el jardín.
Sí, a David le gustaba mucho aquel hombre y hablar con él sin necesidad de explicarse demasiado.
Por las noches ya en su cuarto, David se entregaba a la que sin duda era ya la vocación de su vida: Escribir;
pero ya no lo hacía como antes, dejándose llevar por su extrema sensibilidad;  ahora había leído a los grandes, y se había sumergido en el océano literario de los genios de la literatura, y se sentía embebido por la misma pasión que había marcado la vida de aquellos hombres. Sentía que a pesar de sus limitaciones y escasos conocimientos,  de algún modo, él era uno de ellos, que pertenecía a la misma naturaleza, pues se había visto reconocido en las obras de todos ellos.
En la biblioteca del señor Revert, David había descubierto que no estaba tan solo como él creía. Siglos atrás otros hombres habían sentido sus mismas emociones e inquietudes, sus tortuosos delirios, sus profundas  soledades, y habían sentido la necesidad de plasmar por escrito su mundo interior, llevados por la urgente necesidad de expresarse en un mundo que no les comprendía. Conoció de la mano de Shakeaspeare que el sufrimiento emocional podía ser tan sublime como el amor. Cervantes le hizo reflexionar sobre la genialidad de la locura, y Dostoviesky, bueno, de este lo aprendió todo.
Con Antonio Machado paseó por los laberintos de la soledad; Tagore le enseñó a amar la vida; Y Bécquer, oh, con él fue como mirarse en un espejo.
Y así fue como su espíritu artístico emergió de las profundidades de su ser.
Y fue el álter ego de todos los maestros de la literatura universal, y sobretodo fue cada uno de los personajes de sus célebres obras.
Fue el príncipe Mishkin de "El idiota", el tímido soñador de "Noches blancas", el amante obsesivo de "Servidumbre humana".  En cada personaje había mucho de él, y comprendió que sólo a través de las letras podría reconciliarse con su destino. Comprendió más que nunca que dentro de él, había un artista en estado latente, y que sólo el tiempo y la confianza en sí mismo podrían hacer que este emergiera.
Ser consciente de esto fue una auténtica revelación.



Capítulo VII


David comenzó a escribir más concienzudamente, y tomándose más en serio sus inquietudes literarias. Pasaba largos ratos en el bosque, junto al río, escribiendo y tratando de imitar el estilo de los grandes. Escribía pequeños cuentos y relatos, teniendo siempre como musa a su adorada Amelia.  Esta etapa fue una de las más satisfactorias de aquel tiempo.

Pero una noche de finales de Noviembre, inesperadamente, sucedió algo que perturbó la paz que durante aquellos tres meses de su nueva existencia había disfrutado. Aquella tarde después de regresar de un largo paseo por el bosque, David subió directamente a su habitación y durante largo rato estuvo escribiendo. La casa estaba en silencio, ya debían de haber cenado todos y estarían durmiendo. Como todas las noches en la casa reinaba una profunda y serena tranquilidad.
David estaba ensimismado en sus poesías cuando hasta sus oídos llegó el sonido del piano que había en el salón.
¡Que extraño! Ese piano nunca se tocaba, y mucho menos a esa hora.
La música siguió ascendiendo desde el salón quebrando el silencio de la noche.
David Freire todavía vestido bajó al salón movido por la curiosidad y por una extraña sensación de inquietud.
Cuando entró en el salón se quedó petrificado.
El señor Revert en estado de aparente embriaguez tocaba el piano con frenesí. Una música tortuosa inundaba el salón.
Federico Revert ajeno a la presencia de David y enfurecido golpeaba las teclas como un poseso.
David estaba exhausto. Jamás había visto a su jefe en ese estado de furia y embriaguez.
A pesar de aquel fuerte y voluble carácter que David percibió la noche que le conoció en La taberna perdida, durante los tres meses que David estaba a su servicio, el señor Revert se había mostrado muy sereno y tranquilo, como si ya estuviera superando el dolor por el recuerdo de su amada hija y ahora de repente la serenidad de su jefe se había quebrado como una pieza de porcelana, dejando al descubierto una angustia insoportable.
David no acertaba a comprender; no sabía qué hacer ni qué decir.
La tortuosa música siguió resquebrajando el silencio nocturno.
- Esta noche hace dos años que mi hija me abandonó... - dijo el señor Revert con un tono sombrío mientras seguía golpeando con furia las teclas del piano - sí, una noche cómo esta...se fue para siempre... Todo se lo di, ¡todo! y así me lo pagó la ingrata...igual que su madre... Maldita sea mi suerte, ¡malditas sean todas las mujeres...!
Su voz era ya pura furia. David estaba paralizado, pero quería hablar... decirle algo, intentar aplacar aquella inesperada tormenta que había estallado de repente en el corazón del señor Revert.
Su tartamudez reapareció...pero debía contener aquel torbellino de emociones angustiosas o si no...
- Ca...calmese señor.. así no con..coseguirá na..nada por.. favor no se.. tor..torturé..se...se lo ru..ruego. - acertó a decir profundamente costernado y haciendo un esfuerzo sobrehumano.
Inesperadamente el señor Revert se levantó del asiento como un trueno y mirando al pobre David con desprecio le respondió :
- ¡Cállese estúpido! ¿qué sabe usted de la vida, inútil? si no es más que un pobre idiota que no sirve para nada; ni siquiera sabe hablar. Apartese de mi vista, maldito mequetrefe.
Y como un rayo David saliendo huyendo de allí...
Subió a su cuarto con el corazón en la garganta. Se tumbó en la cama con la sangre golpeándole las sienes, y se quedó largo rato tumbado en un estado de profunda perturbación.
No podía pensar...
Le faltaba el aire...
Estaba en estado de shock
Aquella furiosa tormenta le había pillado por sorpresa. No estaba preparado para ella...
Sentía su corazón latír desbocado. No podía respirar, no podía moverse. Estaba paralizado...
No podía pensar, pero tenía que hacerlo.
Intentar poner orden en su cabeza.
No le dolían tanto las palabras ofensivas que el señor Revert le había dicho, como la violencia que intempestivamente había volcado sobre él.
Necesitaba aire para calmar los latidos de su corazón.
No podía volver a sentirse como años atrás, no después de haber resucitado aquella noche en el puente de Oviedo..No después de comprender que dentro de él había un escritor que pugnaba por salir.
Jamás iba a permitir que las tormentas de los demás destruyeran su paz interior.
¡Jamás volver a ser como ayer!
Poco a poco su corazón fue recuperando su ritmo normal
Ya respiraba mejor
Ya sentía el aire de nuevo en sus pulmones y en su alma.
Sacó el pañuelo de seda de su bolsillo, y hundió su rostro en él...
El aroma de violetas era ahora más intenso que nunca, ya que David todas las noches guardaba entre sus pliegues una violeta del jardín.
El delicado perfume del pañuelo ejerció un efecto balsámico en su espiritu y en su mente.
Ya se encontraba mejor...
Tan solo había sido una tormenta pasajera. Todo volvería a la normalidad.
Y así aferrado al pañuelo de seda, se durmió.



Pero a partir de aquella noche de Noviembre, ya nada volvió a ser igual. Algo empezó a cambiar.
No había sido una tormenta pasajera.
A la mañana siguiente del estallido inesperado, el señor Revert completamente calmado y sereno se disculpó con David por su comportamiento; el alcohol y el aniversario de la desaparición de su hija...le habían descontrolado...Bueno, lo sentía mucho, y no volvería a ocurrir.
David aceptó sus disculpas humildemente
¡Pobre señor Revert!
Después de todo aquel hombre había sufrido una gran desgracia. Era comprensible su dolor.
David ya se encontraba mejor. Había sido una tormenta pasajera. Y él era tan impresionable... pero estaba tan decidido a no volver a ser como años atrás, que aprendería a convivir con aquel hombre de fuerte carácter, que había quedado marcado por la desgracia de ser abandonado por su hija a la que nunca volvería a ver. Debía ser terrible para un padre no volver a saber nunca más nada de su hija. El aprendería a encajar sus cambios de humor, y de algún modo le ayudaría a encontrar la paz interior, después de todo él mismo también había sufrido mucho en el pasado y había conseguido reconciliarse con la vida y consigo mismo.
Sí, todo volvería a ser como antes, estaba seguro.
Su amor por Amelia y la literatura le ayudarían a seguir adelante.

Pero que equivocado estaba el pobre David.
Muy pronto empezó a darse cuenta de que la tormenta no había sido pasajera.
Desde aquella noche el carácter del señor Revert se tornó tan extraño y voluble como el viento.
Que poco conocía David a su jefe. Tal vez había sido así desde siempre.
De pronto aparecía amable y encantador, y al poco tiempo se mostraba amargo y sombrío. Y muy pronto las tormentas volvieron estallar, cada vez con más frecuencia.
El señor Revert dejó de ser el amable hombre que le había contratatado meses atrás, para comportarse con él como un auténtico déspota.
De pronto le echaba la bronca por cualquier cosa y dejaba de hablarle, para al poco tiempo pedirle disculpas.
Por las noches el señor Revert se sumía en un estado de profunda melancolía, y se quedaba en el salón tocando el piano hasta altas horas de la madrugada. "Sueño de amor" de Franz Liszt era su pieza favorita..
También comenzó a hablar solo...
- ¿Dónde estará mi pequeña flor..? - musitaba con tristeza
David se acercaba para intentar consolarle y pronto estallaba otra tormenta en el corazón de aquel hombre, y derramaba toda su furia sobre el pobre David que no comprendía nada y no encontraba la forma de tratar con aquel hombre.
La pareja de sirvientes permanecían distantes y ajenos a todo aquello.
El señor Revert nunca volcaba su ira sobre ellos, sólo sobre el pobre David, que no entendía porqué motivo era él el único blanco de la ira de su jefe.
No sabía qué estaba sucediendo...
Y poco a poco David también empezó a cambiar...
El miedo...
Aquel viejo miedo que le había paralizado durante toda su vida y que él había conseguido vencer en su estancia en Oviedo. Aquel miedo que él creía desaparecido para siempre, regresó, ¡y de qué manera..!
Empezó a sentir un temor enfermizo y obsesivo por su jefe
y volvió a sentirse torpe y ridículo como años atrás.
También su tartamudez que en los últimos tiempos había conseguido casi controlar, se volvió más aguda.
Se consideraba un estúpido, un pobre idiota...
Los demás tenían razón...
Era un simple. Había permitido que la tormenta interna del señor Revert destruyera su paz interior.
Era tan sensible, tan impresionable...
No servía para nada...
En su cuartucho de Oviedo había sido tan felíz rodeado de miseria, y trabajando en La taberna perdida, rodeado de borrachines, jamás nadie le faltó al respeto.
Si se hubiera quedado allí...
¡Ay, Dios! ¿porqué tuvo que conocer al Señor Revert?
¡Prosperidad!
¡Sueños de gloria!
Al diablo con todo...
Quería regresar al cuchitril de Oviedo y a La taberna perdida, y volver a sentirse como entonces.
Pero sabía que aquella etapa de su vida estaba cerrada y no sabía adónde le conduciría esta nueva situación.
Sentía una profunda inquietud por lo que el futuro pudiera depararle. También sentía que sus luces internas se habían apagado y que todas las cicatrices del pasado que él creía desaparecidas para siempre habían vuelto a abrirse, causándole un profundo dolor en el alma.
Todo le dolía.
Era su destino, sufrir en silencio, completamente solo en el mundo...
Ya no encontraba consuelo en sus sueños...
Llamaba a su amada princesa y ella no acudía.
La buscaba por todos los rincones de su alma y de su mente, pero ella no daba señales.
"¡Oh, dulce Amelia..! Vuelve a mí, no me abandones..", le decía tratando de invocar su sutil e incorporea presencia,
pero ella, su novia imaginaria había desaparecido para siempre de sus sueños...
También su fiebre creativa y sus sueños de ser escritor algun día se habían desvanecido; ya no conseguía escribir ni dos renglones seguidos. Era como si se le hubiese secado la imaginación.
Y así fue David entró en un estado de profundo abatimiento y melancolía.



Capítulo VIII


Había pasado ya casi un año desde que David llegó aquel pueblecito al servicio del Señor Revert, donde sólo pudo disfrutar de tres meses de paz y armonía, hasta aquella noche de Noviembre en que todo empezó a cambiar.
Ahora David, vivía por pura inercia, vacío, sin sueños...
Resignado para siempre...
Ya no era el príncipe Hamlet, apuntando a las estrellas a pesar de la podredumbre moral que le rodeaba;  ya no era el soñador de San Petersburgo,  ni siquiera era el viejo poeta melancólico vagando por las sendas del olvido.
Ni tampoco aquella barquita a la deriva. Ahora era una estatua, sin sangre, sin alma...
Estancado para siempre en aquel paraje de sombras.
Ya nada le motivaba
Sentía como que toda su vida, todo lo que él había sido, sus pobres sueños, anhelos, incluso sus penas y angustias, se le hubiera escapado por los poros de su piel y de su alma.
Y sentía también que toda aquella grandiosa felicidad que había sentido cuando encontró el pañuelo de seda en la estación de trenes de Oviedo, y aquel presentimiento de un glorioso porvenir que había sentido cuando aspiró el aroma del pañuelo, sentía que absolutamente todo había sido un espejismo, incluso la serena alegría que había disfrutado en su cuartucho de Oviedo y trabajando en La taberna perdida, también aquello había sido un sueño.
Ahora lo veía ahora tan irreal y lejano...como si nunca hubiera sucedido. Se sentía tan ajeno a sí mismo, tan vacío.
También su nuevo anhelo de ser un gran escritor había desaparecido por completo.
Otro de sus palacios que se derrumbaba en un charco...
Sólo se volcaba en su trabajo. El trabajo era lo único que le quedaba y le hacía sentirse un poco vivo.
Ya ni las tormentas del señor Revert le afectaban demasiado.
Ni siquiera sentía miedo...
No sentía nada.
Ya no era un muerto, era un fantasma...
Ya ni conversaba con el jardinero Miguel, pero el hombre le miraba sonriendo y comprendía...Sí, el jardinero callaba y comprendía...

David se dio cuenta de que la pareja de sirvientes a los que nunca había tratado más que lo suficiente, comenzaron a acecharle y a observarle de forma extraña.
Él ya sabía que Lucía era conocida en el pueblo como una mujer muy chismosa, y que en la casa escuchaba tras las puertas; y su marido Roberto era un nombre muy inquietante y silencioso; pero jamás imaginó que murmurasen a escondidas sobre él.
- Es un joven muy extraño.. Tienes razón Roberto, no parece que esté muy bien de la cabeza. Yo no me fiaría mucho de él. Tendremos que vigilarlo, por si acaso... - escuchó una vez que Lucía le decía a su marido, ignorando que David se encontraba cerca.
¡Oh,no! Eso era lo último que le faltaba escuchar.
¿Porqué no se marchaba de aquella casa de una vez?
¿Pero adónde? Dondequiera que fuera todo sería igual...
y ahora que su amada princesa había huido de sus sueños, la vida ya no le importaba demasiado.
Se había resignado para siempre a su triste destino
Vivía por costumbre, dejándose llevar...
Era una sombra
Si, definitivamente David había cambiado.




Capítulo IX


Una noche de finales de otoño, la fatalidad cayó sobre David como una montaña de hielo.
Es curioso como los acontecimientos decisivos de nuestras vidas llegan por sorpresa, sin avisar,  y tiempo después tratamos de recordar alguna pequeña señal previa que intentara prevenirnos,  y es cuando nos preguntamos, ¿qué estaba haciendo yo ese día antes de que eso ocurriera? ¿En qué pensaba? Y sólo una niebla de respuestas confusas y ambiguas cubre nuestros pensamientos.
No fue así con David, que mucho antes de suceder, ya lo había presentido, por lo que su tortura fue aún mayor.


Era ya casi medianoche. El reloj de cuco del vestíbulo había dado la hora en punta. La pareja de sirvientes ya se habían retirado a descansar.
Aquel había sido un día extraño.
En la casa había reinado una extraña calma. Durante el día David había tenido el presagio de que algo inevitable y perturbador iba a suceder. Aquel día era la primera vez en largo tiempo que David había salido de su acostumbrada apatía. Desde que se despertó por la mañana se había sentido muy inquieto y nervioso; Y aquella desagradable sensación había perdurado en él durante el resto del día.
Por la noche, aún vestido, David estaba leyendo en su habitación para intentar aplacar aquella creciente ansiedad, aquel presagio de desgracia inminente, cuando hasta sus oídos llegó la música del piano del salón... "Sueño de amor" de Franz Lizst.
Últimamente el señor Revert siempre estaba tocando esa preciosa melodía, pero David no conseguía concentrarse en la lectura...
Presagiaba cosas extrañas...
Algo iba a suceder...lo percibía dentro de sí mismo.
Pero en la casa, a excepción de la música del piano, reinaba la calma.
Tal vez fuera una calma ficticia...como la calma que precede a la tempestad...
¡Dios mío! Que desasosiego...
¿Y si fuera todo producto de su imaginación? Después de todo él mismo se hallaba bajo los efectos de un profundo estrés, que le había mantenido en un estado de agotamiento emocional durante mucho tiempo, y precisamente aquel día todos sus resortes internos habían salido de su letargo manteniéndole alerta.
Tal vez por eso se sentía tan inquieto
Trató de buscar una respuesta sensata a aquel profundo desasosiego.
Bajó a la cocina a beber agua. La ansiedad le había secado la garganta.
Necesita agua, no solo en su cuerpo si no en su alma.
Al cruzar el ancho vestíbulo su intranquilidad aumentó
La música de Lizst parecía llamarle...
Atraído por una misteriosa fuerza se acercó al salón.



Todo parecía en orden. El señor Revert se encontraba muy tranquilo y sumido en la hermosa melodía de Franz Lizst, que emanaba suavemente de las teclas del piano, inundando el salón de conmovedora belleza.
"¡Que extraño!"pensó David, pues hacía mucho tiempo que no veía a su jefe en ese estado de profunda serenidad.
Algo iba a suceder, lo sentía dentro.

David tragó saliva, pues sus presagios fueron confirmados cuando observó que sobre la tapa del piano había un revólver.

De repente, el señor Revert cambió, y comenzó a tocar con furia la marcha fúnebre de Frederic Chopin.
- ¡Maldición, maldito el día en que nací! - dijo como un poseso mientras seguía tocando las teclas del piano con rabia, como queriendo destrozar algún recuerdo perturbador.
David estaba petrificado
El señor Revert, ajeno a la presencia del joven, siguió golpeando con furia las teclas del piano.
- ¡Hamlet tenía razón! ¡Morir, dormir, tal vez soñar..! - dijo en tono lúgubre - olvidar de una vez todo y definitivamente...Morir, soñar..al final a eso se reduce todo.
La música fúnebre de Frédéric Chopin siguió retumbando en el salón creando una atmósfera de insoportable dolor.

El señor Revert ahora parecía haber enloquecido.
- Esta noche estaba dispuesto a quitarme la vida. Bajé aquí con esa intención, pero soy un cobarde; yo, antiguo coronel de infantería, soy un cobarde. Fui un mal marido y un mal padre.. pero yo las amaba tanto, tanto...Mi difunta esposa y mi hija perdida eran las más bellas flores de mi jardín y no supe cuidarlas...No supe...Mis dos violetas perdidas.. Yo les destrozé la vida, del mismo modo como si las hubiera matado. Cuando vine a este pueblo quise romper con el pasado, con todo, empezar una nueva vida, lejos de todos los recuerdos que me atormentaban, olvidarlas para siempre, pero he fracasado y es que las extraño tanto... ¡Dios mío! Mi florecilla era tan frágil. Ella no sabía nada del mundo ni de los hombres cuando huyó de casa. Era tan sensible, se asustaba con tanta facilidad. ¡Sabe Dios qué habrá sido de ella! Aquella noche que se fue de casa se llevó todas sus pertenencias, sin dejar siquiera una nota. Jamás había viajado sola. Yo no lo hubiera permitido. Yo la protegía tanto. Tenía miedo de que le sucediera algo, pero ella no comprendía, y siempre se quejaba, y sé que en secreto me odiaba. Me culpaba de la muerte de su madre. Era muy dura conmigo y muy fría, pero yo la amaba tanto... Aquella maldita noche yo no estaba en casa. Cuando volví comprobé que su maleta y todas sus ropas habían desaparecido. Casi me volví loco. La busqué por todas partes, incluso contraté detectives extranjeros, pero no hubo forma de dar con ella. Dentro de poco se cumplirán tres años. ¿Qué habrá sido de ella? Sabía tan poco de la vida y hay tanta maldad en el mundo. Tal vez esté muerta.. o Dios mío, mi pobre niña muerta...si es asi no quiero seguir viviendo. Si algo malo le ha sucedido, yo soy el único responsable. Nunca la volveré a ver...Quisiera estar muerto, acabar con mi vida, pero no tengo valor para hacerlo, ¡soy un maldito cobarde!
David no soportaba aquel dolor ajeno que sentía como propio. La profunda desolación del señor Revert llegaba también a su corazón.
Comenzó a tartamudear, pero sólo quería apaciguar aquella congoja tan profunda, que sentía como suya.
- Ca...calmese señor.. se..ñor Revert, no.. no se torture...más..no, no me..merece la pe..pena..Aún le.. queda.. mu..mucho por vivir.. Tiene.. que ol..olvidar..por favor..no se.. torture más..
El señor Revert que ya había dejado de tocar el piano miró a David con una pena infinita, y en ese instante ocurrió algo que tiempo después David pensó que estaba previsto de antemano.
El señor Revert se puso a llorar como un niño desamparado.
- Por fa..favor no llo..llore us..usted... - le dijo David acercándose a a él
pero el señor Revert siguió llorando presa de un gran desconsuelo. Fue entonces cuando se llevó la mano al bolsillo buscando su pañuelo para secarse las lágrimas, pero no lo encontraba, y entonces fue cuando David le ofreció el suyo, pero no su pañuelo de caballero, que debía estar en el bolsillo de su bata en la habitación, sino ese "algo misteriosamente bello" que siempre llevaba consigo y que jamás había enseñado a nadie.
Embargado por la emoción David no reparó en ese importante descuido.
El señor Revert se secó las lágrimas en el pañuelo de seda que David le ofreció, parecía un chiquillo desvalido e indefenso;  pero de repente al mirar el pañuelo en un instante que se le hizo eterno, se puso blanco, parecía estar en otro mundo, muy lejos de allí...
- Amelia R. - musitó con la voz quebrada - Amelia... Amelia... ¡Santo cielo! no puede ser, ¡no puede ser!
David lo observaba con los ojos desorbitados 
- ¿Qué ocu..ocurre señor..? - le preguntó David sorprendido
El señor Revert se levantó con el rostro enrojecido y clavó su mirada en el joven, atravesándole como a un despreciable ratón.
David se asustó, el señor Revert parecía a punto de estallar.
- ¡Usted! ¡Mequetrefe, farsante, miserable! ¿Dónde está mi pequeña? ¿qué le hizo? Este era su pañuelo. ¡Conteste!¿Conoció a m hija? ¡Canalla, hable!
David estaba consternado, no salía de su asombro; aquello era increíble, ¡no podía ser!
De pronto el señor Revert le agarró con furia por las solapas de la chaqueta. David temblaba como un niño. Ante la violencia de los demas jamás había sabido como reaccionar.
El señor Revert siguió zarandeándole como a un pardillo, presa de una ira feroz.
- ¿Qué le hizo a mi niña? ¡Conteste! Su madre le regaló este pañuelo con su nombre bordado cuando cumplió 15 años. Es imposible que hubiera otro igual. Fue confeccionado y bordado a mano por las monjas de un convento francés, que se encuentra en el pueblo donde pasábamos los veranos. Siempre lo llevaba con ella. Jamás se desprendió de él. Este pañuelo era algo muy especial para ella, como un amuleto, ¿porqué lo tiene usted? ¿Qué le hizo a mi pequeña? ¡Falso, hipócrita! Con su apariencia de hombre tímido y honrado me ha engañado. Ya no puedo fiarme de nadie. ¿Dónde la conoció? y ¿qué le hizo? Ella era tan inocente, tan frágil. No sabía nada de la vida ni de los hombres. ¿Qué le hizo a mi hija..? ¡Conteste de una vez! ¡Se lo ordeno! ¡Maldito tartamudo!
David estaba enmudecido, no podia pensar...
Era todo tan irreal...
Debía ser otra de sus pesadillas. Pronto despertaría...
Pero no, estaba sucediendo.
¡Oh, Dios mío! Tenía que hablar, tenía que tratar de encontrar las palabras, tenía que serenarse, salir de ese remolino de pensamientos tortuosos que giraba en su cabeza amenazando con tragarselo. Debía explicarse. Era de vital importancia que lo hiciera, o si no...pero antes debía de controlar sus emociones para que su lengua no se aturullase y poder ser comprendido.
Esta vez por alguna misteriosa razón su tartamudez desapareció milagrosamente.

- ¡Jamás, jamás, jamás conocí a su hija señor! Se lo juro por Dios Todopoderoso. Este pañuelo me lo encontré tirado en el suelo de la estación de trenes de Oviedo, la misma noche de mi llegada a la ciudad , y como me pareció algo tan bello y delicado me me lo guardé; me dio suerte y todo este tiempo ha sido como un amuleto para mí, pero créame que yo nunca imaginé que la dueña del pañuelo fuera hija suya, y estoy tan sorprendido como usted. Debe usted creer que no salgo de mi asombro. ¡Estoy tan sorprendido como usted! Imagino que tal vez ella perdió su pañuelo en la estación, porque cuando yo lo encontré me pareció que llevaba poco tiempo allí y pensé que alguna mujer lo había perdido en su apresuramiento por coger el tren. Todo esto se lo juro por mi vida, señor.
A David le temblaba el cuerpo y el alma. La sangre se agolpaba en sus venas, pero no podía moverse, con los ojos más abiertos que nunca miraba aterrado a su jefe.
- ¡Mentira! No creo ni una palabra de lo que dice. ¡Embustero! ¿Porqué no lo entregó en objetos perdidos? Tal vez hubiéramos dado con su paradero hace tiempo. Al día siguiente di parte a la policía, que comenzaron a buscarla ¿no se da cuenta? Esto hubiera sido una pista muy valiosa. Empiezo a comprender.. Usted le hizo algo...¡Confiese! confiese, sí no quiere que...
El señor Revert poseído por una furia implacable cogió el revolver que estaba sobre la tapa del piano y apuntó a David con él.
- ¡Conteste, miserable mequetrefe! ¿Qué le hizo a mi hija?
David aterrorizado ya no podía respirar
El señor Revert parecía haber enloquecido completamente y estaba dispuesto a matarle.
El tiempo pareció congelarse mientras un jirón de imágenes dantescas daba vueltas alrededor del pobre David, que con los ojos fijos en el revólver que sostenía el señor Revert apuntándole  al corazón, vio toda su vida pasar delante de él.
La lámpara de araña del techo parecía moverse levemente y la habitación entera comenzó a girar en torno a David, que ya no podía hablar, no podía moverse, no podía respirar.
Tuvo la demoledora sensación de que iba a morir y en un último ruego que salió de lo más hondo de su ser exclamó:
- ¡Dios mío, ayúdame!
Y entonces Federico Revert, antiguo coronel de infantería, en un ataque de cordura comprendió que aquel pobre infeliz era incapaz de hacerle daño a nadie y que sólo él era el único culpable de haber convertido su vida en una continua desgracia.
Giró el revolver sobre sí mismo, se lo llevó a la sien y apretó el gatillo...
Cayó desplomado al suelo, muriendo en el acto.

Los segundos se hicieron infinitos...
Todo daba vueltas...
Aquello no podía haber pasado, pero había sucedido.
El señor Revert yacía muerto en el suelo del salón.

El mundo entero giraba alrededor del pobre David, que tenía la sensación de estar atrapado en un profundo pozo..quería moverse, pero no podía...
De pronto y sin saber muy bien porqué, algo en su interior le hizo recoger del suelo el pañuelo de seda.
Lo guardó en su bolsillo y se sentó en el sofá del señor Revert con una profunda sensación de irrealidad, como si en aquel espantoso drama él no fuera más que un mero espectador.
Ya le había sucedido antes... 
Su cerebro no pudiendo soportar el dolor extremo, y la acumulación de estrés, se había replegado dentro de sí mismo, dejando a David en un profundo estado de despersonalización, en el que apenas tenía conciencia de sí mismo.
Era la forma en que su cuerpo se protegía del sufrimiento emocional. 
Hasta él llegaron ruidos de voces...
Y luces, muchas luces que intentaban cegarlo.
¿Y si fuera la realidad la que no fuera más que un oscuro sueño..?
¿Tenía sentido todo aquello...?
Ya no quería saberlo, ya nada le importaba...
La pareja de sirvientes que habían escuchado el disparo bajaron al salón instantes después y quedaron atónitos al contemplar aquella espantosa escena que parecía sacada de una novela de intriga.
Un par de ojos se clavaron en él...
David habló como un autómata
- Se.. ha suicidado delante de mi...


Lucía y Roberto Jiménez sin pronunciar una palabra miraron al pobre David de una forma muy extraña.
Como si pensarán...
¡Oh, Dios mío, no podía ser..!
Pero David ya no podía razonar bien debido al entumecimiento de su conciencia.
Retazos de pensamientos se atropellaban en su mente, pero él ajeno a todo ya nada comprendía, o no quería comprender, porque la verdad era demasiado dolorosa.
Se sentía tan fatigado...
La pareja de sirvientes se hizo cargo de la situación
- Hay que llamar a la Guardia Civil - dijo Roberto
Parecían actuar con normalidad dentro de las circunstancias, pero no dejaban de mirar al pobre David con aquella extraña mirada.
Él sólo deseaba una sola cosa, dormir y no despertar jamás.
Si eso era la realidad, a él ya no le interesaba.




Capítulo X


Aquella fue la noche más infernal del pobre David, mejor dicho la peor noche de toda su vida. Le pareció que nunca iba a amanecer.
Mucho tiempo después pensó que era un milagro haber sobrevivido a aquella noche sin volverse loco.
La Guardia Civil llegó a la casa pocos minutos después de la desgracia fatal. La pareja de sirvientes explicaron lo que había sucedido.
Lucía hablaba con determinación mientras miraba David con aquella mirada, pero el pobre David que permanecía sentado en una silla del rincón estaba muy lejosde allí.
El sargento Muñoz interrogó a David, que entre sombras y oscuros sueños habló como un espectro.
Explicó como pudo y tartamudeando más que nunca todo lo que había pasado, aferrándose a una pequeña lucecita en su conciencia, que iluminaba su mente.
"... el señor Revert ..bueno, hacía tiempo que no estaba bien.. su hija se fue de casa sin despedirse hacía ya tres años.. El señor Revert buscó a su hija por todas partes y nunca dio con su paradero. El conoció al señor Revert en una taberna de Oviedo en la que trabajaba como camarero... El señor Revert le propuso ser su criado y él aceptó...Había sido muy pobre toda su vida y estaba convaleciente de una grave enfermedad... El señor Revert quería comenzar una nueva vida en aquel pueblo de Burgos, para intentar olvidar su desgracia...El señor Revert fue muy bueno y amable con él..Se sentía muy satisfecho con su nuevo trabajo, pero poco a poco su jefe empezó a cambiar... Tenía extraños cambios de humor...se atormentaba con el recuerdo de su hija, a la que imaginaba muerta, con su esposa fallecida años atrás.. se torturaba con demasiada frecuencia.. a veces se mostraba tranquilo, pero los cambios de humor eran casi instantáneos.. Esa noche el señor Revert estaba tocando el piano, y él se sentía muy inquieto, como presintiendo algo, por eso bajó al salón y es cuando vio que sobre la tapa del piano había un revólver... el señor Revert hablaba solo y repetía que deseaba quitarse la vida, pero que no tenía valor.. él intentó consolarle y disuadirle de la idea del suicidio, pero no tuvo éxito. Pues su jefe en un arrebato se puso en pie y se mató delante de él..
Y por supuesto él estaba conmocionado. Jamás había presenciado ninguna escena semejante, así es como había sucedido."

Así es como David haciendo un gran esfuerzo, casi titánico debido a su estado, relató todo lo que había sucedido, pero obvió intencionadamente hacer ninguna referencia al pañuelo de seda y como el señor Revert le había amenazado con el revólver. ¡Jamás hablaría de eso! No porque fuera demasiado increíble y fantástico, sino porque de algún modo intuía que ellos no comprenderían nada y comenzarían a cebarse con retorcidas preguntas, que nadie, ni siquiera él podía responder.
¡Sabe Dios lo que pensarían! En su nebulosa sensación de irrealidad alcanzó a comprobar que también el sargento Muñoz le miraba de un modo extraño.
Después de los trámites de rigor se llevaron el cadáver del señor Revert y todo quedó aclarado esa misma noche.
Quedando constatado en el acta que el señor Revert imposible de asumir la pérdida de su hija y atormentado por los recuerdos se quitó la vida en un ataque de locura y desesperación.
Pero la pareja de sirvientes seguía mirando al pobre David con aquella extraña mirada.

Estaba ya a punto de amanecer cuando David subió a su habitación profundamente abatido y fatigado por todas las emociones de aquella noche infernal.
Antes de quedarse dormido su último pensamiento fue que el cielo se lo llevara de este mundo mientras dormía y nunca más volver a despertar.


Pero despertó. Era ya más de mediodía cuando David abrió los ojos y comprendió con pesar que seguía vivo
¡Oh Señor..! ¿Y ahora qué iba a hacer con su vida?
Otra vez en el punto de partida...
Estaba abatido. Le dolía todo el cuerpo.
Los tortuosos recuerdos de la noche anterior acudieron a su mente como un ejército de fantasmas dispuestos a mortificarle.
Comenzó a temblar...
Y pensar que si no hubiera ofrecido al señor Revert el pañuelo de seda el hombre aún seguiría vivo.
¿Pero cómo iba a imaginarse él..?
Y además las reacciones del señor Revert eran tan imprevisibles.
Tal vez se hubiera quitado la vida más tarde o más temprano.
Y aquella increíble coincidencia que lo cambiaba todo...
Le parecía imposible que la desconocida dueña del pañuelo, su adorada y misteriosa Amelia R., que él había forjado en sueños y a la que había entregado su corazón, fuera la desaparecida hija del señor Revert, que debió de perder su pañuelo en la estación de trenes de Oviedo, al mismo tiempo en que él bajó de su tren, procedente de Galicia; por eso cuando aspiró el intenso aroma de violetas recordaba haber pensado que debía llevar poco tiempo allí tirado. Tal vez la chica cogió uno de los trenes que salían de la ciudad, pero ¿a dónde? eso ya nunca lo sabría.
Pobre muchacha...
¿Qué habría sido de ella?
Habían pasado ya casi tres años desde que él encontrara su pañuelo de seda, aquel "algo misteriosamente bello..."
La misma noche, la misma estación, la misma hora...
Le parecía tan fantástico.
El señor Revert, siempre le había dicho que su hija no sabía nada de la vida, ni de los hombres.
¿Estaría aún viva?
¡Oh, Dios mío! ¡Haz que siga viva!
Su amada e imaginaria Amelia había salido de sus sueños para hacerse realidad y ahora que conocía su identidad, la amaba más que nunca.
Cuanto debía haber sufrido la pobre chica con un padre como aquel. Tal vez por eso se fue de casa...
Y también pobre señor Revert, que tanto había amado a su esposa e hijas que no había sabido como tratarlas, por culpa de aquel tormentoso carácter.
Como le gustaría haber conocido a la pobre Amelia y haber consolado su pena.
La imaginaba llorando en la estación de trenes, secando sus las lágrimas en su pañuelo...tal vez por eso mismo lo había perdido y de repente él también empezó a llorar.
Como le dolían las lágrimas de aquella chica a la que jamás conocería...
Y qué habría sido de ella... Estaba casi seguro que estaba viva, si no él no sentiría aquel inmenso éxtasis, aquella tormentosa felicidad cuando aspiraba el aroma de violetas del pañuelo...
¿Y cómo sería su rostro?
El señor Revert nunca le había enseñado un retrato de su hija. En la casa no había fotografías de ningún familiar de su jefe.
¿sería tan hermosa como él la imaginaba en sueños?
¿qué más daba?
para él siempre sería la mujer más bella del mundo... su violeta perdida...
y entonces comprendió con pesar que su dulce princesa al haberse convertido en un ser real por aquella fantástica coincidencia, estaba más lejos que nunca de él...Un universo entero lo separaba de ella, porque ya nunca más podría volver a conformarse con los sueños, ahora quería conocer a su amada Amelia en la realidad, y sabía que aquello era tan imposible como querer tocar el sol.
Y allí en su habitación se quedó llorando...
Lloró por su amada Amelia, más lejos que nunca de su corazón...
por el pobre señor Revert, por él mismo, por su triste pasado, por su mala fortuna, y por todo aquello que nunca podría ser... por todos los ayeres perdidos y por todos los sueños de esperanza que se habían desvanecido para siempre.





ALGO MISTERIOSAMENTE BELLO 3
Pasajeros Del Destino
TERCERA PARTE

Primera Novela Corta de
Yolanda García Vázquez
Derechos de autor reservados



Capítulo XI


El señor Revert fue enterrado en el cementerio del pueblo. A pesar de haber sido un hombre tan importante, poca gente acudió al entierro.
Cuando David se quedó solo junto a la tumba rogó por el alma del señor Revert, que tanto había sufrido en su tortuosa existencia. Ahora ya descansaba en paz. Depositó sobre la tumba un ramito de violetas. Al señor Revert le gustaban tanto las violetas.
En su testamento Federico Revert creyendo a su hija muerta, legó toda su fortuna a varias misiones cristianas de África y a numerosas instituciones de caridad; su casa de Siete Encinas y todas sus pertenencias a la alcaldía del pueblo; al jardinero Miguel que una semana antes de la tragedia había ido a casa de unos parientes a pasar unos días de descanso a causa de su salud, y que aún no había regresado al pueblo, el señor Revert le dejó un cuadro que colgaba de la pared del vestíbulo, y donde se veía un frondoso jardín. Era un cuadro de gran calidez artística, que había adquirido en una exposición de París hacía años; a Miguel siempre le había gustado mucho aquel cuadro, y el señor Revert siempre se reía del jardinero y de sus nulos conocimientos sobre arte; y a David aparte de una pequeña suma de dinero, le dejó una buena recomendación para un futuro trabajo firmada por el señor Revert, en la que se decía que era un sirviente muy trabajador, honrado y fiel, además le dejó una edición antigua de la novela "Noches blancas" de Fedor Dostoievski, con una dedicatoria para él. Cuando David la leyó se quedó gratamente sorprendido:

"Para ti David, como muestra de afecto y admiración. Nunca abandones tus sueños, con el tiempo te darás cuenta de que lo demás no merece mucho la pena."

Sinceramente agradecido
Federico Revert

David se sintió profundamente emocionado. Así que después de todo el señor Revert le había apreciado y comprendido. Miró al cielo. "¡Dios lo tenga en su Gloria!", pensó

Pasó una semana desde la noche fatal en que el señor Revert se quitó la vida, y en la casa reinaba ahora un silencio desolador.
La pareja de sirvientes que pronto se marcharían de allí en busca de un nuevo puesto de trabajo, seguían mirando al pobre David de forma extraña, y también murmuraban a escondidas.
David ya suponía lo que andaban diciendo.
¿Es posible que pensarán que él...?
Dios mío! ¿es que no había sufrido ya bastante?
Sabía que pronto tendría que abandonar la casa, marcharse a cualquier sitio, antes que quedarse en aquel pueblo. Era muy consciente que los lugareños gracias a la señora Jiménez comenzaban a murmurar también.
No podría seguir viviendo en aquel lugar
y además había tantos oscuros recuerdos. En aquel pueblecito,  que al principio le había parecido un remanso de belleza y de paz, tan solo había conocido tres meses de tranquila dicha, hasta aquella extraña noche en que el señor Revert empezó a cambiar.
Había pasado más de un año y medio viviendo en aquel lugar donde sus antiguos miedos y cicatrices habían reaparecido; dónde sus palacios se habían derrumbado en aquel pequeño charco que era ahora su vida, donde el universo entero se había desplomado sobre él en aquella terrible noche en la que el señor Revert se quitó la vida delante de él.
Se sentía como un náufrago flotando sobre un mar profundo y siniestro.
Pronto se hundiría para siempre
Todo lo había perdido en aquel naufragio, absolutamente todo. Ya nada le quedaba, ni dentro, ni fuera, ni siquiera su adorada Amelia, que al convertirse en un ser real ya no podría volver a soñar con ella; estaba tan lejos de él como la última estrella del universo.
Nunca la conocería...
Una eternidad lo separaba de ella... y él la amaba tanto...tanto...
Como le dolía su amor por ella...Hasta la sangre de su alma se retorcía de dolor...
Pero no, no quería pensar en su amor imposible por una mujer desconocida, a la que jamás podría amar en la vida real...
Tal vez estuviera muerta...
No, ¡eso nunca!
Su amada vivía, así lo sentía él...
No podía ser de otro modo...
Pero él nunca vería la luz de sus bellos ojos, que debían ser muy hermosos, de eso estaba seguro; se le antojaban como dos estrellas lejanas que se alzaban majestuosas sobre un cielo desconocido, muy lejos de él...
pero no quería en pensar en ella, se le inflamaba el corazón.
Aquel hermoso palacio que él había creado...era el más grande y bello del mundo, pero se había desvanecido para siempre. Sin embargo aún le quedaba algo, "algo misteriosamente bello..."



Capítulo XII

Unos días después David Freire hizo su equipaje para marcharse definitivamente de aquel lugar.
Todavía no sabía adónde iría; sólo tenía una idea en mente, alejarse de allí rumbo al olvido.
Tampoco sabía qué iba a hacer con su vida; tal vez empezar de nuevo en otro lugar, otra ciudad, pero bien sabía él que fuera donde fuera, nada cambiaría.
David se disponía a partir una fría tarde de finales de Noviembre. Si hubiera mirado el calendario se habría dado cuenta de que esa misma noche se cumplirían tres años de su llegada a la estación de trenes de Oviedo, cuando encontró aquel "algo misteriosamente bello..." , pero estaba tan abstraído en sí mismo, en huir de aquel lugar, que no podía pensar en otra cosa.
El día antes había ido a la pequeña estación de tren del pueblo para comprar un billete para Burgos, sin saber muy bien cual sería su destino después. Ahora disponía de bastante dinero. Había ahorrado mucho al servicio del difunto señor Revert. Ahora su maleta era nueva y amplia. Iba vestido con un elegante traje oscuro. Tenía un aspecto distinguido. Se miró en el espejo de su habitación y sintió un escalofrío, ya que en otra mañana lejana en su cuartucho de Oviedo, se había mirado en el espejo con su viejo y raído traje de los domingos, y entonces se había sentido tan felíz con su futuro trabajo al servicio del Señor Revert. ¡Que ironía! y ahora vestido de forma impecable, y con bastante dinero en el bolsillo, se sentía tan desgraciado como un fantasma, condenado a vagar eternamente.
Ni siquiera sentía la sangre que corría por sus venas.

Bajó las escaleras y se despidió del matrimonio de sirvientes, que también abandonarían pronto la casa. Le estrecharon la mano fríamente y con aquella mirada a la que ya se había acostumbrado David.

Echó un último vistazo al salón donde todo ocurrió.
Y con una pena infinita en el corazón y la mirada perdida abandonó aquella casa donde había vivido casi dos años.
Le hubiera gustado despedirse del jardinero Miguel, pero aún no había regresado al pueblo.
David con un suspiro de desaliento cruzó la verja de salida.
Los melancólicos sauces fueron quedado atrás envueltos por la bruma del otoño.


David se encaminó hacia la estación de tren con paso lento, sin mirar en torno a él.
El sol empezaba a caer sobre el pueblo en su acostumbrado ritual multicolor. Si David hubiera mirado hacia arriba hubiera quedado fascinado al contemplar aquella hermosa gama de tonos púrpuras y anaranjados, que se deshojaban como recién pintados por las manos de un artista sobre la pradera solitaria...

pero a David Freire ya no le importaba el cielo.



Capítulo XIV


Llegó a la pequeña y solitaria estación de tren del pueblo.
Una sola vía, un solo tren...
Como la vida misma; Nacer y morir...
Llegar y partir...

Había una pequeña cantina llamada "El café de la espera"; como su tren aún tardaría en llegar, pues siempre se retrasaba aquel viejo tren, David en un estado de completa apatía entró en la cantina.

Era la típica cafetería de una vieja estación de tren de un pueblo de provincias. Se sentó junto a una mesa y pidió café y tostadas, pues apenas había comido. Afuera ya había casi anochecido. La cantina estaba casi vacía, a parte del dueño, solo había allí cinco personas que debían ser forasteros, pues no le sonaban sus caras. Debían haber llegado al pueblo en el último tren, o tal vez estuvieran allí de pasada. En la vieja radio sonaba una conocida pieza de música clásica, pero David ya a nada reaccionaba.
Sentía una profunda pesadez en el corazón, y lo que era peor, tenía la sensación de que aquella vieja angustia no le abandonaría nunca, que sería una eterna compañera de viaje y eso le aterraba más que la incertidumbre por su futuro.
Pero no quería pensar en sí mismo ahora.
Solo quería alejar de su mente todos los siniestros recuerdos y sobre todo no quería pensar en lo que el destino le podía tener deparado.
Quería distanciarse de sí mismo, volcar toda su atención en los demás, tal vez así conseguiría calmar su creciente ansiedad, que ya le resultaba insoportable.
Se puso a observar a los cinco forasteros.
La música de la radio había cambiado. Ahora sonaba con una magia envolvente: "Las danzas polopsianas del Príncipe Igor" de Borodin. 
Junto a su mesa había sentado un hombre de cabello gris de unos 60 años, leyendo el periódico; por su porte distinguido debería ser alguien importante; parecía un hombre muy seguro de sí mismo y que lo tenía todo controlado. Él jamás conseguiría tener esa seguridad, ese aplomo, pero se había prometido no pensar en sí mismo, precisamente ese día...
También había en otra mesa una mujer de unos 30 años, sus cabellos eran cobrizos, y era muy bella; por su aspecto elegante y sus ropas de alta costura, tal vez fuera una actriz o tal vez perteneciera a la alta sociedad. Fumaba un cigarrillo, y David advirtió por las marcas rojizas bajo sus ojos que debía haber llorado recientemente, tal vez pensando en un amante perdido... pero ¿qué le importaba a él todo eso? Sabía tan poco de las mujeres... Eso le trajo a la memoria el recuerdo de Amelia, pero no, no quería pensar en ella ahora. Le dolía demasiado. En otra mesa junto a la puerta, había dos mujeres sentadas; una de aspecto otoñal que iba vestida de forma impecable y parecía muy distinguida. La otra mujer que acompañaba a la dama otoñal parecía muy joven, vestía de forma muy pulcra y con sencillez; tal vez fuera pariente de la dama otoñal, o su dama de compañía. Por la expresión de sus rostros parecían sentirse felices y satisfechas de la vida. Tal vez estuvieran de vacaciones por aquel lugar. Nunca las había visto antes. También había otro hombre apoyado en la barra. Debía tener unos 50 años y también parecía muy elegante. Fumaba en pipa, parecía muy fuerte y seguro de sí mismo. Tenía las sienes plateadas, y una expresión felina en su rostro; sin duda se creía alguien.
Esos eran los cinco forasteros que había en aquella cantina y de nuevo David volvió a sentirse un extraño entre los demás...
Pero no quería pensar en él
Debía olvidarse de sí mismo...si quería alejar aquel dolor, aquella angustia insoportable.
Su café se estaba enfriando. El dueño de la cantina, un silencioso hombre de mediana edad estaba concentrado en su trabajo, ajeno a las vidas de aquellos forasteros.

De repente el hombre apoyado en la barra de la cafetería soltó una sonora carcajada. Todos lo miraron intrigados.
- ¡Que extraño es el destino! ¿No creen? -dijo aquel hombre mientras miraba divertido a los otros - No me miren así... - prosiguió - El Destino ha hecho que nos juntemos aquí, cinco personas desconocidas, que bajo una máscara de aparente normalidad, esconden algo que desean olvidar...
y volvió a reír de forma estridente.
Todas las miradas se concentraron en aquel extraño hombre.
David lo miraba con atención y no le parecía que estuviera loco. Había en aquella risa, una desesperada euforia.
- No se sorprendan, ni finjan escandalizarse; ya saben de lo que hablo... Todos llevamos una carga a cuestas. - los desafió con la mirada,  y después agregó - Por ejemplo, caballero...  - señaló al hombre de pelo gris que poco antes estaba leyendo el periódico - bajo su apariencia distinguida y segura de sí misma se esconde un alma profundamente herida. Estoy seguro de ello.
El aludido se sintió ofendido y algo nervioso le respondió : 
- Es usted un impertinente. 
El dueño de la cantina le dijo al misterioso hombre que no molestase a los clientes.
- Discúlpeme..no quería ofender - respondió con falsa modestia - por supuesto, admito que soy un impertinente y también soy un esclavo del destino...¿no creen en él? Yo sí. El destino me ha traído aquí, ¿saben? He venido a este lugar para... - hizo una pausa para observar a su pequeño auditorio. - para... suicidarme...- y volvió a reír, esta vez sus carcajadas sonaron de forma  perversa en aquella cantina.
Le miraron inquietos, se sentían incómodos.
Pero a David no le incomodaba. El sabía de lo que hablaba el hombre...
Quería saber más y aguzó el oído, mientras observaba a aquel hombre completamente hechizado. 
- Sí, voy a quitarme la vida. He venido a este lugar expresamente para ello. Hay un precipicio por aquí al que llaman "El fin del mundo"; yo estuve en este lugar muchas temporadas de niño y parte de mi adolescencia; entonces era felíz, con toda la vida por delante, y aquella sana alegría que solo se siente cuando uno es niño, ignorando las trampas de la vida, todas sus futuras traiciones, toda la maldad del mundo. No se preocupen por mí, he vivido lo mío. He disfrutado intensamente lo que la vida me ofrecía, pero jamás encontré la verdadera felicidad, aquella que solo conocí de niño. Que caprichoso es el destino, ¿verdad?
Y continuó riendo como si se burlara de ellos.
En la cantina reinaba un profundo silencio. Todos estaban absortos en las palabras de aquel hombre.
David más que ninguno, que emocionado y con la voz temblorosa se aventuró a decir al futuro suicida :
- ¡No, no, usted... no debe, no debe hacer eso! Siempre... hay un mañana...
El misterioso hombre dejó de reir y le contestó a David en tono sombrío :
- ¿Mañana? Yo ya no tengo mañana, joven... Me queda un año de vida, según los médicos. ¡Médicos! Son unos farsantes todos y embaucadores. ¡Unas malditas sanguijuelas todos ellos! Siempre jugando con el miedo y siempre andando con rodeos a la hora de decir la verdad. Sé que mi muerte será lenta y muy dolorosa, y me niego a morir de esa manera. Prefiero acabar con mi vida de una forma rápida; un salto al vacío, y luego el gran olvido... el mayor de todos los olvidos...
Y volvió a reír desesperadamente...

David sintiendo aquella desesperación ajena como propia, intentaba buscar las palabras adecuadas para alejar la idea del suicidio de la mente de aquel desconocido, pero no encontraba palabras, porque él también había intentado acabar con su vida tiempo antes.
La dama otoñal dijo en tono amable
- Caballero, siento mucho por lo que debe estar pasando, pero recuerde que la esperanza es lo último que se pierde.
El hombre de pelo gris afirmó severamente :
- El suicidio es un terrible delito
El hombre de la barra lo fulminó con la mirada
- ¿Delito? como dijo el poeta.. el mayor delito del hombre es haber nacido...
David con voz entrecortada y balbuceando consiguió decir al fín :
- Pue..puede usted aún ser felíz,  señor.. tal vez.. el último año de su.. su vida... sea el más im..importante.. de toda su existencia...
Reinó un profundo silencio
- ¿Y eso me lo dice usted..? - dijo el extraño hombre mirando a David con expresión burlona - No es usted el más apropiado para hablar de felicidad, joven... Lleva la desgracia escrita en el rostro...
Y siguió riendo
David bajó los ojos avergonzado
Otra vez había permitido que las miserias de los demás le afectarán.
¿Es que nunca iba a cambiar?
Bastantes problemas tenía él para preocuparse por los demás.
No volvería hablar
El extraño hombre lo miraba con expresión burlona
"Tal vez esté loco", pensó David.
Se sentía humillado. Le estaba bien empleado por ser tan impresionable y meterse donde no le llamaban.
De todos modos, él también llevaba su cruz a cuestas y a nadie le importaba.
Fijó la mirada en su taza de café ya casi vacía. Miró el reloj. Ojalá llegara pronto el tren.
Sintió deseos de escapar de allí, pensó salir afuera, pero hacía demasiado frío.
Los demás estaban ansiosos
Las palabras de aquel misterioso hombre les habían afectado. En la cantina reinaba ahora un tenso silencio.
De pronto se escucharon unos fuertes pasos afuera y tres hombres uniformados entraron en la cantina.



Capítulo XV


Tres guardias avanzaron con paso firme hacia David; y con voz autoritaria el sargento Muñoz le dijo :
- Señor Freire, queda usted detenido como principal sospechoso del asesinato del señor Federico Revert.
Todo se quedaron petrificados. No esperaban algo así.
Aquello parecía tan irreal...
La dama otoñal se quedó atónita; su joven acompañante exclamó sorprendida :
- ¡No puede ser!
El hombre de pelo gris exclamó : - ¡Por todos los santos!
La bella mujer de cabello cobrizo estaba conmocionada
y el misterioso hombre de la barra añadió:
- ¡Parece increíble!
El pobre David se puso a temblar...Todo su ser temblaba. El universo entero temblaba; el mundo era una perturbación constante.
No había salida...
Así que al fin había vuelto a suceder...
El golpe definitivo, la estocada final.
¡Oh Señor! ¿cómo era posible que sospecharan que él había hecho algo semejante?
El aire de la cantina se transformó una espesa capa de niebla y confusión.
Lucía y Roberto con sus murmuraciones...
¿Pero es que el infortunio iba a perseguirle siempre?
¿Qué habia hecho él para merecer tanto castigo?
A David ya no le cabía más dolor en el alma. 
Entonces...entonces, si su vida era un peregrinaje eterno por la desgracia, era mejor morir.
El hombre de la barra tenía razón
Era preferible una muerte rápida que todo aquel infierno interminable. 
David sintió deseos de tirarse al suelo y llorar sin parar, pero las lágrimas no acudían a sus ojos.
Sintió definitivamente que todo había terminado para él y que el último telón había caído.
El sargento Muñoz habló con aquel tono autoritario que le caracterizaba :
- Veo que está usted temblando.. y no es para menos. Le hemos cogido antes de que escapara del pueblo. Los Jiménez han acudido esta tarde a la comandancia al ver que usted se marchaba de la casa definitivamente. Nos han puesto al corriente de todo. Afirman haber escuchado la acalorada discusión que tuvo usted con su jefe aquella noche, minutos antes de que sonara el disparo. Oyeron al difunto señor Revert acusarle a usted de haberle hecho algo a su hija desaparecida hace tres años y sobre todo escucharon algo acerca de un pañuelo de seda de su hija y que por alguna extraña razón, usted tenía en su poder. El señor Revert acababa de descubrir que usted tenía el pañuelo de su hija.. poco después sonó el disparo fatal. La pareja de sirvientes entraron al salón segundos después. El señor Revert yacía muerto en el suelo. Y usted parecía estar en trance, como ido; buscaron un pañuelo, pero no lo encontraron. Afirmaron que durante mucho tiempo usted se comportaba de forma extraña. El señor Revert había sido coronel de infantería, un hombre muy creyente; Jamás se hubiera quitado la vida, y como usted nos ocultó la historia del pañuelo cuando le interrogamos la noche de autos, y hoy decidió abandonar el pueblo intempestivamente, los Jiménez han acudido a nosotros y nos lo han contado todo.
Ya ve, todas las pruebas le incriminan. Acabamos de recibir una orden del juez para que se realice una investigación minuciosa; y de momento es usted el principal sospechoso. A lo mejor no solo mató al señor Revert, si no que también pudo hacerle algo malo a su hija, pero eso ya lo descubriremos más tarde . ¿Tiene algo que alegar en su favor?


David había escuchado aquellas palabras completamente abatido y desolado.
Todo estaba en contra...
¿Quién tejía aquella telaraña de espanto sobre él?
¿Quién?...
A lo mejor estaba soñando... 
Ahora todos lo miraban con los ojos muy abiertos...
La capa se hizo más densa, más densa...
Dentro de poco el polvo de la confusión se lo tragaría para siempre. 
Iba a caer...
Y de repente, sin saber cómo y haciendo un esfuerzo sobrehumano, David sacó fuerzas de lo más hondo de su ser. Se levantó de su silla y habló como nunca antes había hablado, sin tartamudear ni una sola vez.
Su voz sonó firme, pero desesperada, como la de un hombre decidido a demostrar su inocencia y llegar hasta el fondo del asunto, sin titubear y sin dejarse intimidar por la altanería de los guardias.
- Jamás, jamás, le he hecho daño a nadie en toda mi vida. Soy inocente del crimen que me acusan. Lo juro por Dios. No conozco absolutamente de nada a la hija del señor Revert. Ya se lo expliqué a él la noche del fatal desenlace, pero él estaba tan ofuscado que no podía comprender. La noche que llegué a Oviedo hace tres años, encontré un pañuelo de seda tirado en el andén de la estación, como me pareció algo tan bello lo recogí y me lo guardé, y como después me dio buena suerte lo conservé como amuleto. Soy muy sentimental; así que siempre lo he llevado conmigo. Como ya les conté la otra noche, el señor Revert estaba tocando el piano esa noche, y dijo que tenía pensado suicidarse, pero que era un cobarde para hacerlo. Estaba muy angustiado. No dejaba de torturarse una y otra vez con los recuerdos. Yo intenté consolarle como pude, pero no hubo forma y se puso a llorar como un niño. En un momento buscó a tientas su propio pañuelo y como no lo encontraba me sentí tan conmovido que le ofrecí el mío, pero no el que uso siempre, que estaba en el bolsillo de mi bata, sino el de seda, que siempre lo llevo como amuleto, y que jamás hasta aquella noche se lo he enseñado a nadie. Por nada del mundo imaginé que podría pertenecer a la hija del señor Revert. Todavía me sigue pareciendo una historia increíble. Cuando el señor Revert se fijó en el pañuelo empezó a mirarme de forma extraña; fue cuando me dijo que aquel pañuelo era de su hija, que siempre lo había llevado consigo desde que cumplió 15 años, y que no había otro parecido. Yo no salía de mi asombro... Intenté explicarle... pero el señor Revert estaba preso de una ira incontrolable, y comenzó a acusarme de haberle hecho algo malo a su hija, a la que jamás conocí. Su ira fue en aumento y finalmente me apuntó con el revólver. Yo estaba paralizado. No comprendía, ni entendía nada de lo que estaba sucediendo. Todo me parecía una pesadilla. El señor Revert seguía amenazándome con el revólver, y en un segundo que se me hizo infinito, y en la que vi pasar toda mi vida ante mi, el señor Revert giró el revólver sobre sí mismo y se pegó un tiro. Esa es toda la verdad. Jamás conocí a la hija del señor Revert, ni le hice daño alguno al señor Revert. Lo juro por mi vida.
Todos le miraron estupefactos
- ¿Y porqué no dijo toda la verdad la otra noche cuando le interrogamos? - preguntó el sargento Muñoz con un tono de incredulidad
- Porque parecía demasiado fantástico. Nadie me iba a creer...nadie... - contestó David de forma enigmática, y como si hablara más para si mismo, agregó - Nadie me ha comprendido nunca...
El silencio era tan denso que se hubiera podido cortar con un cuchillo.
- ¡Exacto! - sentenció el sargento Muñoz irónicamente -... Demasiado increíble para ser cierta. Usted al verse descubierto por el señor Revert cuando le acusó de haberle hecho algo a su hija, le disparó... Mi experiencia me dice que no cabe otra posibilidad, pero usted en su arrebato criminal no contó conque los Jiménez estaban escuchando toda la discusión. Por cierto, ¿dónde conoció a la hija del señor Revert? ¿porqué estaba el pañuelo de ella en su poder? ¿Y porqué lo sustrajo usted de la escena del crimen? Tendrá que aclarar todo esto más adelante. El señor Revert lo sacó a usted de la miseria, era un hombre respetable; uno de nuestros militares más honorables y valientes. Jamás se hubiera suicidado. Además, en el pueblo la gente dice que es usted un joven muy extraño y solitario, que no habla con nadie más que consigo mismo. El señor Revert le pagaba un buen sueldo, y además le dejó una importante suma de dinero en su testamento. Como verá todas las pruebas le señalan. ¿Lleva el famoso pañuelo consigo ahora..? Entréguemelo, es una orden.
David estaba indignado.
¡No le creían!
Le consideraban un asesino..¡A él!
Sintió una llamarada de ira subir hasta sus mejillas. 
Pero si iba a hundirse para siempre, mejor hacerlo con las velas desplegadas.
No iba a permitir que pensarán que además de idiota y tarado, era también un asesino. ¡No, eso no! Por alguna extraña razón, y por vez primera, el dolor que sentía era tan extremo que se transformó en coraje. Se sentía lleno de fuerzas, mucho más que aquella noche en el puente de Oviedo, tres años atrás. Iba a ir hasta el final para demostrar su inocencia, al precio que fuese. Sacó su pañuelo de seda del bolsillo, y se lo entregó al sargento Muñoz en un ademán de desafío.
- Amelia R. - leyó el sargento Muñoz - ¿es que no sabía usted que la hija de su jefe se llamaba Amelia..? No me haga reir...
- ¡El señor Revert jamás pronunció su nombre! Siempre se refería a ella como su violeta perdida. - contestó David con vehemencia - Lo juro. Es la verdad. Además nunca encontrarán mis huellas en el revólver.
- Usted debió borrarlas. - contestó el sargento en tono cansino - Eso tampoco le exime de culpa. Los asesinos suelen ser muy astutos y los que hablan poco, mucho más. Sigo pensando que la historia de como se encontró el pañuelo de la hija del señor Revert es muy rocambolesca; pero lo que más le incrimina es que tuvo usted la suficiente perspicacia para esconderse el pañuelo después que su jefe cayó muerto al suelo.
- Entonces... - siguió David desafiante - si piensan que soy culpable... ¿porqué le ofrecí el pañuelo de seda al señor Revert sabiendo que era de su hija..?
El sargento Muñoz lo miró de soslayo
- Sus motivos tendría... Todo el mundo murmura en el pueblo que usted no parece estar muy bien de la cabeza y que sus acciones son inesperadas; además tiene usted mucha imaginación, una imaginación muy retorcida. Se ha inventado una historia fantástica, demasiado fantástica para ser verdad.
El sargento Muñoz agitaba suavemente el pañuelo de seda en el aire ante la mirada atónita de David.
- Así que queda usted detenido, y todo lo que diga ahora podrá ser utilizado en su contra.
El dolor era tan profundo que hasta los pensamientos parecían condensarse. Era como si el mal encontrase siempre una vía para manifestar su poder arrastrando consigo todo aquello que fuera vulnerable.

Pero de pronto una voz se escuchó en medio de aquel drama, una voz dulce y femenina, que desde algún lugar de la oscuridad parecía querer encender una pequeña luz.
Y la encendió...
- Perdonen, pero ese pañuelo es mío. ¡Yo soy Amelia Revert!

Todas las miradas se concentraron en aquella mujer.
En la cantina la confusión se hizo más pesada. Todo parecía un sueño, una especie de melodrama antiguo.
No obstante, todos tuvieron la lejana sensación de que una lucecita se acaba de encender, aunque no comprendían muy bien el significado de aquel inesperado giro de la situación.




Capítulo XVI


La mujer que acababa de hablar era la joven acompañante de la dama otoñal, que había contemplado atónita todo aquel drama sin saber siquiera que ella estaba relacionada de forma directa.
- En efecto, sargento. - continuó con determinación - Yo soy Amelia Revert, y estoy tan sorprendida como todos ustedes con todo lo que acabo de escuchar. ¡Esto me parece increíble! He venido a este pueblo a pasar una temporada, en compañía de esta dama a cuyo servicio trabajo. Hemos llegado esta misma tarde, y jamás imaginé que mi padre viviera en este lugar, ni que hubiera muerto de ese modo. Hace años que no sé nada de él y les doy mi palabra de honor que no he visto a este joven en toda mi vida. - señaló a David que la miraba estupefacto - Esta misma noche se cumplen tres años desde que abandoné mi casa en Oviedo. Vivía con mi padre, pero la vida con él era imposible ¡Una auténtica pesadilla! Era un hombre muy posesivo, y en ocasiones se comportaba como un déspota. Bebía demasiado, y tenía violentos cambios de humor. Su manera de entender la paternidad era muy destructiva e irracional. Hizo sufrir mucho a mi pobre madre, que murió a causa de los disgustos que él le daba y sus ataques de celos. Después de la muerte de mi madre, se volvió muy agresivo. Los criados se fueron marchando de casa. Mi vida con él era insoportable. No me dejaba ir sola a ningún sitio; prácticamente me tenía recluida en casa. Siempre estaba hablando de la maldad del mundo, y me amenazaba con suicidarse si no le obedecía. Sus arrebatos eran cada vez más peligrosos. Llegué a temer incluso por mi integridad física. No podía seguir viviendo así y le tenía un miedo atroz. Nos culpaba a mi difunta madre y a mi de su desgracia. Así que decidí huir de casa, ir a cualquier sitio, antes que seguir viviendo de aquella manera. Así que un día que mi padre no estaba en casa y haciendo acopio de valor, hice mi maleta y me marché. Tenía bastante dinero ahorrado y pensé que en cualquier sitio, lejos de allí, podría encontrar un empleo. Me dirigí a la estación de tren de Oviedo donde cogí un tren que salía fuera de la ciudad. Me di mi cuenta poco después de subir al tren que había perdido mi pañuelo de seda. Durante el viaje conocí a esta señora y entablamos amistad. Nos hicimos muy amigas. Le conté mi historia, y fue muy amable y comprensiva conmigo. Me propuso ser su dama de compañía, y yo acepté su propuesta. Ella iba camino de Oporto, ciudad en la que reside. Así que durante tres años he trabajado a su servicio y ha sido como una madre para mí. Me ayudó a olvidar el pasado. Hemos llegado hoy mismo a este lugar para pasar unas cortas vacaciones. Esta señora pasó en este pueblo su juventud.
Hemos llegado en el último tren de la tarde. Estoy muy sorprendida, y todavía no doy crédito a lo que acabo de escuchar. Me parece algo absolutamente fantástico e irreal. Este joven, les ha dicho toda la verdad. El debió encontrar mi pañuelo justo después de que yo subiera al tren. Sin duda es inocente de lo que le acusan. Estoy segura. Supongo que yo debo ser algo culpable, pues me fui de casa sin ni siquiera dejar una nota... - Amelia Revert estaba ahora muy compungida, como si quisiera llorar pero algo se lo impidiera... - Pensé escribirle una carta desde Oporto.. - continuó Amelia - pero me daba tanto miedo...  Él conocía gente importante en todas partes. Tenía muchas influencias...y yo estaba muy asustada de que intentara ponerse en contacto conmigo, y de algún modo coartar mi libertad... apelando a lo que fuera.. Él sabía hacer eso muy bien. Comprendan, su afán de posesión era enfermizo. Sé que a pesar de todo era mi padre, y que debí haberle hecho saber que seguía viva, pero tenía mucho miedo a que descubriera mi paradero. Ahora lamento no haberlo hecho, tal vez el seguiría vivo. ¡Pobre papá!
Amelia Revert se desplomó en la silla con la mirada perdida y una expresión de abatimiento, pero las lágrimas no acudieron a sus ojos.
La dama otoñal que había escuchado todo aquello atónita habló :
- Me llamo Isadora Aguilar, y conocí a la señorita Revert en el tren que salió de Oviedo, hace tres años. La chica estaba desesperada. Me pareció tan joven e indefensa que me apiadé de ella y le ofrecí ser mi dama de compañía. Yo resido en Oporto y durante tres años ha sido una acompañante muy honrada y servicial. Hemos venido a este lugar a pasar unas cortas vacaciones y estoy fuertemente impresionada con todo lo que hemos escuchado.
El sargento Muñoz que se había quedado boquiabierto le dijo en tono amable a la joven Amelia
- Me enseña su documentación ¿por favor?
La joven obedeció.
- En efecto... -  leyó el sargento Muñoz -  Amelia Revert Monforte.  Nacida en Oviedo en 1921; hija única de Federico Revert y de Clara Monforte.  Bueno, todo esto habrá que aclararlo en el puesto de la Guardia Civil, si no tiene inconveniente, señorita Revert.
Al sargento Muñoz ya se le habían bajado los humos. Ahora se mostraba conciliador y con la débil sensación de haber hecho el ridículo.
- En absoluto, sargento. No tengo ningún inconveniente - respondió Amelia Revert con mucho aplomo.
David había escuchado absorto las palabras de aquella joven.
¡Dios mío! si parecía un milagro... Aquella frágil joven era la desaparecida hija del señor Revert y... su amada Amelia...
¿O estaría soñado otra vez?...
No daba crédito a sus ojos...Parecía un hada o un ángel caído del cielo... Al fin había conocido a su adorada Amelia.
¡Santo cielo!  y había aparecido justo cuando él estaba a punto de hundirse para siempre...
y...
entonces la amó mas que nunca.

El mundo era un lugar hermoso, si una sola luz era capaz de borrar toda la profunda oscuridad de golpe.
David sintió ganas de llorar y de reir...
Ya no era un espejismo. Esta vez era maravillosamente real...
Mientras su amada Amelia hablaba, en la radio de la cantina sonaba una hermosa melodía : El humo ciega tus ojos.
Todos desaparecieron a su alrededor...
Un soplo de naturaleza mágica lo alzó de entre las sombras, y todo su ser resplandeció con el destello de los recién nacidos.
Alguien le hablaba, alguien le observaba impaciente...
Pero él sólo tenía ojos y oídos para ella...
La contempló como si de una aparición celestial se tratara
¡Era la Titania de "El sueño de una noche de verano" ; la Beatriz de Dante;  la Jane Eyre de Bronte...!
Era todas las musas del Parnaso juntas, todas las bellezas del mundo, y la creación más sublime que él había contemplado... 
¡Oh, Amelia!

Sabía que jamás en toda su vida iba a olvidar el momento en que vio por primera vez el rostro de Amelia,
y que aquella hermosa melodía acompañaría siempre el recuerdo de ese divino instante.
"El humo ciega tus ojos..."
Abrazó a su amada con los ojos, con el corazón, con el alma entera.
Era mucho más bella en la realidad que como él la creó en sus sueños...
Y pensar que cuando él entró en la cantina y la vio sentada junto a la dama otoñal, ni siquiera se había fijado mucho en ella;
y ahora se había producido el milagro y la había conocido.
¡Que hermosa era su dulce Amelia! con aquellos bellos ojos verde oliva que brillaban intensamente.
¡Y aquella voz! Sólo un ángel podía tener una voz como la de Amelia, y sus cabellos peinados a la moda, con una corta melena formada por pequeños bucles cobrizos que parecían caracolas,  y enmarcaban su cabeza como una diadema, y la fina piel de su rostro, tan delicada y resplandeciente como la porcelana, y sus manos tan blancas como la propia luna. Y toda ella parecía tan frágil, tan delicada.. pero había en ella tanta seguridad en sí misma, tanta fuerza interior, tanto aplomo.
La bella melodía seguía sonando y David estaba cegado por el candor y la belleza de su amada. Le hubiera gustado parar el tiempo para seguir contemplando a su querida Amelia.
El sargento Muñoz interrumpió la infinita sensación de dicha de David :
- Señor Freire, nos tendrá que acompañar usted también. No debe temer nada. Ahora vemos que todo ha sido un lamentable error. Pero es mejor que venga ahora y así solventamos la más pequeña duda y también tendrá usted que rellenar un formulario, sólo pura rutina. Sin duda es usted inocente.
Pero David solo pensaba en Amelia. Le hubiera gustado decirle tantas cosas. Se acercó a ella tímidamente y con el corazón en la garganta le dijo :
- Siento mucho lo de su padre, señorita.. El hizo mucho por mí. Yo...intenté ayudarle a superar su amargura, pero fracasé. Le ofrezco mi más sincero pésame.
Amelia lo miró fijamente a los ojos en un instante que a David se le hizo glorioso.
- No se preocupe, y gracias, señor Freire. Usted también ha pasado un mal trago. Parece una buena persona. Me alegro de haberle conocido, aunque haya sido en circuntancias tan dramáticas. Y pensar que nos cruzamos aquella noche en la estación de Oviedo...¿quién iba a imaginar todo esto? Parece tan fantástico e increíble..- contestó Amelia con tono de incredulidad. 
Todas las miradas estaban puestas en ellos dos.
La atmósfera de la cantina había cambiado

- ¡Ha sido el destino! - dijo el misterioso hombre de la barra  -  ¿Ven como tenía razón? El nos maneja a su antojo. Hace lo que quiere con nosotros...
Hablaba de forma irónica, pero estaba fuertemente impresionado por todo lo que acababa de pasar allí.
"El humo ciega tus ojos" siguió envolviendo el ambiente de la cantina en una nebulosa de fantástica irrealidad.




Capítulo XVII


Poco tiempo después pasada ya la medianoche, en la comandancia de la Guardia Civil todo quedó aclarado.
Amelia Revert recuperó su pañuelo de seda y David ya quedó libre de toda sospecha.
El sargento Muñoz al que también había impresionado aquella historia le dijo a David :
- Lamentamos mucho lo ocurrido señor Freire, pero si nos hubiera usted contado toda la verdad aquella noche. Aunque me hago cargo, es una historia tan fantástica...Bueno, ahora ya puede usted comenzar una nueva vida.


Aquella noche David no cogió su tren.
Sabía que mientras su amada Amelia estuviera en el pueblo, él no podría marcharse de allí. 
Esa misma noche, después de abandonar el puesto de la guardia civil, David alquiló un cuarto en una pequeña posada de la estación. Ya no pensaba en su futuro, ni en el día de mañana, ni en los horrores vividos; sólo tenía un solo deseo en su corazón : hablar con ella... estar cerca de Amelia... ¿comprendería ella alguna vez el amor sublime y verdadero que él escondía en su corazón?
No importaba; solo quería estar cerca de su amada.
Ya en su cuarto de la posada pasó toda la noche pensando en ella.
No le preocupaba lo más mínimo el drama que había ocurrido en la cantina cuando le acusaron de aquella cosa terrible; tampoco le importaban los guardias, ni el sargento Muñoz. David solo pensaba en el momento milagroso en que ella había aparecido. Todavía sonaba en sus oídos y en su corazón la melodía del "humo ciega tus ojos".
Había perdido el pañuelo de seda, pero había visto el rostro de Amelia ...y ese momento compensaba todos los sufrimientos del pasado. "Querida mía", se repetía sin cesar. Recordó el momento en que se habían despedido en la calle cuando salieron del puesto de la Guardia Civil.
- Gracias, señor Freire - le había dicho ella con aquella dulce voz - No sabe lo que le agradezco que recogiera usted mi pañuelo aquella noche. Este pañuelo significa tanto para mí. Ha sido un milagro volver a recuperarlo.
"Un milagro ha sido conocerte a ti", pensó David con el corazón golpeándole el pecho.
-Señorita Revert, soy yo el que tiene que darle las gracias. No sé qué habría sido de mí, si usted no llega a aparecer. Estaban dispuestos a detenerme. Que Dios la bendiga  - respondió David turbado por la emoción, y por primera vez fue consciente de que ya no tartamudeaba, que su modo de hablar era normal y fluido.
Estaba casi a punto de echarse a llorar de pura alegría.
Desde aquella noche ya nunca volvería a tartamudear.
Amelia miró al cielo inundado de estrellas y le dijo a David
- Tal vez aquel extraño hombre de la cantina tuviera razón, me refiero a lo del destino...
Y sonriéndole le dio la mano.
Amelia y su jefa, la señora Aguilar, se despidieron de él. Tenían ya alquiladas de antemano dos habitaciones en el Parador del pueblo.

David ya en su cuarto de la posada, sentía que aquel inmenso palacio que él había construido en sueños, y que en los últimos tiempos se había desvanecido para siempre, había vuelto a levantarse milagrosamente y ahora era más esplendoroso y real que nunca. Su palacio se llamaba Amelia...
Sentía que su vida había sido encaminada desde que encontrara el pañuelo de seda hasta la última noche en que al fin la había conocido en la realidad.
Se durmió con la imagen el rostro de Amelia en su mente, y con su dulce voz sonando aún en sus oídos, junto a la bella melodía que siempre acompañaría el instante mágico en que la vio por primera vez.



Capítulo XVIII


A la mañana siguiente con el corazón radiante, David decidió dar un paseo por el pueblo. Sus pasos lo llevaron hasta el jardín de "Los Sauces". La casa del difunto señor Revert pertenecía ahora a la alcaldía el pueblo.
David se llevó una agradable sorpresa, el jardinero Miguel había regresado y estaba arreglando las flores como de costumbre y canturreando sus cancioncillas. Había recuperado la salud y energía habitual.
David le saludó alegremente
- Me alegra verle, joven... - dijo el jardinero sonriendo - Llegué ayer tarde a mi casa. Ya me he puesto bueno. Tuve uno de esos achaques propios de la edad. Me cuidaron muy bien, pero yo añoraba tanto mi querido jardín. Lo primero que hice al llegar al pueblo fue pasar por aquí, y los Jiménez me dijeron que usted acababa de marcharse y que ya no regresaría. ¡Oh! ¡Esos dos..! Ninguna información me dieron de lo ocurrido. Fue en la taberna cuando me enteré de toda la tragedia que había sucedido en la casa. Pobre señor Revert. Hacía mucho tiempo que no estaba bien. Fue horrible lo que pensaron de usted, ¡no sabe cuánto me dolió..! Esos dos...Nunca me gustaron mucho; siempre murmurando por las esquinas. Pronto dejarán la casa. Anoche no pude dormir pensando en usted. En el pueblo todos decían que la Guardia Civil iba en su busca. Me sentía indignado y muy preocupado. Pero esta misma mañana me he enterado por mi vecino lo que sucedió anoche en la cantina. ¡Santo cielo! Dios siempre ayuda a los suyos...de algún modo u otro. Jajaja y ¡menuda lección para el petulante sargento Muñoz! Les está bien empleado por sospechar de un hombre honrado y sensible como usted. El alcalde me ha dicho que el difunto señor Revert me dejó en su testamento el hermoso cuadro del vestíbulo. Sí, ya lo decía yo, en el fondo era un buen hombre, aunque muy atormentado, eso sí. Descanse en paz. El alcalde también me ha dicho que puedo seguir trabajando en este jardín. No sé lo que harán con la casa, tal vez la conviertan en una escuela, o no sé qué...  A propósito, hará un cuarto de hora, ha pasado por aquí una bella joven y ha cogido un ramito de violetas. También me ha preguntado por el camino que lleva al cementerio. Veo que se sonroja, joven. Bueno, lo comprendo. Está usted muy enamorado...y seguro que ya la amaba antes de conocerla, ¿verdad? Pero si lleva usted su amor escrito en los ojos... Perdóneme por meterme donde no me llaman. Soy un pobre viejo algo chiflado, pero demasiado romántico y me emocionan las bonitas historias de amor. ¡Ay, el amor..!No se preocupe, joven. Le guardaré el secreto. Esa chica que ha conquistado su corazón es tan hermosa como una violeta..muy, muy fina y delicada... Ya se lo dije, el mundo sin las mujeres y sin las flores no valdría nada. - y el jardinero siguió arreglando las plantas y las flores como si fueran el más grande tesoro del mundo.
David sonriendo se alejó de allí y se encaminó hacia el cementerio.



La encontró arrodillada junto a la tumba de su padre, llorando débilmente.
David se acercó a ella, no soportaba las lágrimas de Amelia.
Quería decirle tantas cosas, pero no sabía por dónde empezar
- No llore señorita, a él no le gustaría.. Su padre está ahora en un mundo mejor.
Amelia Revert sin mirar a David dijo entre sollozos:
- Me siento culpable; si al menos le hubiera escrito una carta, pero entiéndame, la convivencia con él fue tan difícil y le tenía tanto miedo...
David sintió su sangre agolparse en el pecho
- No se culpe por favor. Usted no tiene culpa de nada.. - dijo él sintiendo el dolor de Amelia como propio - La noche en que se quitó la vida, perdone que se lo recuerde, su padre se culpó a sí mismo de su propia desgracia. A usted y a su madre las amaba mucho, demasiado, eso siempre lo estaba repitiendo.
- Sí, ya lo sé - contestó Amelia tristemente - es una extraña forma de amar. Nunca la comprendí. Pobre papá...
y Amelia siguió llorando, esta vez más compungida.
y David también lloraba dentro de su corazón.
- por favor señorita, no llore. No puedo verla así - le rogó David temblando de pies a cabeza
Amelia se secó las lágrimas en su pañuelo de seda
- Gracias señor Freire por preocuparse por mí.
Amelia se recompuso y esbozó una débil sonrisa al tiempo que decía :
- Yo...yo tenía que venir aquí y pedirle perdón a mi padre...A pesar de todo, él me dio la vida, me comprende usted, ¿verdad?
David con el corazón encendido de amor dijo dentro de sí mismo "¿Comprenderte, ángel mío? Lo comprendo todo. No sabes hasta qué punto, amada mía."
Pero David apenas podía hablar. Tenía delante a la única persona que había dado sentido a su existencia.
- La comprendo señorita... - dijo con un hilo de voz
Pero Amelia apenas era consciente de la presencia de David, parecía estar muy lejos de allí.
Le dio la mano y en tono distante le dijo :
- Gracias y hasta la vista señor Freire
Y se marchó del cementerio sin mirar atrás
David se quedó desolado cuando vio la figura de Amelia desvanecerse al final del bosque.
Sintió su corazón golpearle el pecho rebosante de un amor incontrolable.
Se sentía tan estúpido ante la presencia de Amelia, tan inútil..
Aunque ya no tartamudeara, no sabía qué decir, y su conversación era tan simple, tan carente de interés ante una mujer con tanta inteligencia y aplomo.
Si pudiera expresarse con palabras de la misma forma en que lo hacía escribiendo.
¡Que tonto había sido al pensar que ella podría amarle alguna vez..!
En sueños, antes de conocerla, ella le había comprendido, y le había amado tanto... y ahora en la realidad parecía tan lejana e inalcanzable. Bueno, lo milagroso era haberla conocido, y.. ¡como! Pedirle al cielo que además ella le correspondiera, era ya pedir demasiado.
Tenía que dar gracias a Dios por haber visto su rostro. Sólo eso debería bastarle, pero... no le bastaba, se sentía un egoísta. La amaba desesperadamente, y como la necesitaba.
Pero ¿quién era el para aspirar al amor de una reina como Amelia?
El y sus pobres sueños...
¡Palacios en los charcos eso eran..!
Su querida Amelia se merecía un hombre mejor, alguien que supiera cuidarla y protegerla. Un hombre de verdad, no un estúpido fracasado como él. Tal vez ella ya tuviera novio o estuviera prometida a alguien, o enamorada de otro hombre.
Este pensamiento le dolió más que cualquier otro.
Y es que cuanto le dolía su inmenso amor por una mujer que jamás podría corresponderle.
Se preguntó cómo hubieran actuado aquellos personajes de las novelas con los que se identificaba.
¿Cómo hubiera reaccionado el príncipe Mishkin, y aquel tímido soñador de San Petersburgo?
Elucubraciones absurdas que ya no llevaban a ningún lado, pues hacía tiempo que David había dejado de escribir.
Se quedó allí largo rato en el cementerio, reflexionando sobre su amor imposible y sobre el hecho de que el destino le hubiera hecho conocer a Amelia para no tener nunca su amor.



Capítulo XIX


A la mañana siguiente en el Parador del pueblo donde residían, Amelia y la señora Aguilar, tomaban el desayuno, y conversaban sobre todo lo que había sucedido desde que llegaron al pueblo hacía ya casi 2 días. Todavía les seguía pareciendo increíble. La señora Aguilar, que era una mujer muy juiciosa y sensata le decía a la joven Amelia
- Querida, no debes culparte de nada. Hiciste lo que debiste hacer. Sé que era tu padre, pero ya sabes que es imposible convivir con personas así. Además ya eras mayor de edad cuando te fuiste de casa. Recuerda lo que sufrió tu pobre madre y también ese pobre chico a su servicio; sí hasta llegó amenazarle con el revólver antes de suicidarse. ¡Pobre muchacho! Bueno, ahora tu padre ha alcanzado al fin la paz que en esta vida no supo conseguir y seguro que en la otra vida sabe que tú le has perdonado; así que no hay que atormentarse más con el pasado y debemos mirar hacia delante.
Amelia con la mirada perdida y algo apesadumbrada le contestó a su jefa :
- Supongo que tiene usted razón, Isadora, ¿pero qué quiere que haga? Era mi padre, y espero que me haya perdonado como yo a él; - Amelia cambió de tono - En cuanto a ese joven , el señor Freire, parece un buen chico, algo tímido y apocado, pero buena persona. Me siento en deuda con él por haber conservado mi pañuelo durante tres años, y que por tal motivo tuviera graves problemas la otra noche cuando le acusaron injustamente. Parece tan desalentado... Las pocas veces que hemos hablado siempre parece estar a punto de echarse a llorar.. y no sé porqué...
La señora Aguilar pensativa dijo mirando su taza de café
- Me recuerda a alguien que conocí hace tiempo...



Aquella misma tarde David paseaba por el bosque meditabundo, desolado.
Volvía a ser una barquita rota y a la deriva.
Que facilmente se venía abajo...
¡Que sensibilidad la suya!
Si fuera un hombre como los demás le confesaría a Amelia su amor por ella,
pero bien sabía él que no era como los demás, aquella extrema sensibilidad le hacía tan diferente...
¡Santo Cielo!
Y si no iba a ser para él, ¿entonces, porqué la tenía que haber conocido?
¿Porqué el destino jugaba tanto con su corazón?
Caminaba absorto en si mismo cuando escuchó una voz :
- señor Freire, ¿cómo está usted?

Era ella, su dulce Amelia. De pronto sintió deseos de salir huyendo. No podía soportar aquel amor escondido en su interior que le hería el alma, aquel amor sublime que nunca podría confesar.
Pero no quería huir de ella, quería estar lo más cerca posible de su amada, aunque se sintiera torpe y ridículo.
- Hola, señorita. ¿Está usted mejor? - le preguntó él
Amelia estaba sentada sobre la rama caída de un viejo árbol
- Estoy un poco mejor, gracias. Tenemos que salir adelante, y usted ¿cómo se encuentra? - le preguntó ella un poco más animada 
Como de costumbre David no encontraba las palabras cuando tenía delante a su diosa inalcanzable. Eso le deprimía más que nada, parecer un idiota delante de ella...pero mejor eso que estar lejos de su amada.
- Me han sucedido muchas cosas en las últimas semanas,  señorita - prosiguió David - lo de la otra noche en la cantina, cuando me acusaron... Bueno, si no llega a ser por usted...
Amelia asintió
- Le comprendo David, pero al final todo se arregló, y ¿qué va a hacer ahora?
David se sentó en una roca que había cerca de allí, frente a ella
- Señorita Amelia, es tan difícil empezar de nuevo, después de haber recibido un golpe tan duro. Yo, bueno, no tengo mucho carácter, quiero decir, que me dejo abatir por nada. No sé qué hacer, ni a dónde ir... No tengo parientes, ni amigos. Estoy solo en el mundo, completamente solo.
Ya no le importaba que Amelia pensara que era un inútil. Debía mostrarse ante ella como era él en realidad y no tener que esforzarse por fingir que era diferente.
- Verá, señorita, yo, bueno...todo me ha salido mal en esta vida..La desgracia me ha perseguido siempre...
David apenas podía mirar a Amelia que lo observaba con atención.
Le intrigaba el carácter sensible y vulnerable de aquel joven, y también llamaba su atención algo más... algo que ella todavía no acertaba a comprender.
- David, puede usted contarme lo que desee. Sé lo que es sufrir en soledad.



ALGO MISTERIOSAMENTE BELLO 4
Pasajeros Del Destino
Primera Novela Corta de
Yolanda García Vázquez
Derechos de autor reservados


CUARTA PARTE


¡Dios bendito! Amelia se preocupaba por él y deseaba escucharle; entonces David hizo algo que jamás había hecho con nadie, desnudó por completo su alma; y poco a poco le fue contando a Amelia toda su vida, desde que nació hasta el momento actual. Lo contó todo, su eterna sensación de soledad, sus miedos, sus fracasos, la miseria que siempre le había rodeado, los años de escasez y enfermedad, su incapacidad para relacionarse con los demás. Su intento de suicidio, su tartamudez. Todo se lo contó a Amelia. Todo, excepto el amor infinito que sentía por ella desde que encontrara su pañuelo, y aquellos palacios en los charcos que el forjó en torno a ella. Eso jamás podría contárselo, ella nunca lo podría entender, y él no lo soportaría.
Amelia lo escuchó atentamente mientras él se explayó en los tristes devenires de su existencia.
- Usted, ¿me comprende, señorita?.. Le preguntó David embargado por la emoción
Ella asintió con una débil sonrisa
- Por supuesto, David, pero no debe usted darse por vencido. Es usted muy joven todavía. No se considere un fracasado. Todas las personas somos importantes. Trate de olvidar todo lo pasado. Siempre brilla el sol detrás de las oscuras nubes. Le queda mucho por vivir; tal vez algún día cambie su suerte. Tenga fe.
David no podía contestar. Ella nunca podría comprenderle, parecía tan segura de sí misma, con tanta fuerza interior, tanto coraje y aplomo. Era como esas musas del Parnaso, terriblente hermosa, dulcemente arrebatadora y absolutamente inalcanzable. Se sentía tan insignificante al lado de ella. Él un pobre soñador, sin más consuelo que amarla en silencio.
¿Cómo decirle a Amelia que la vida sin ella era imposible para él?
La miró largamente en silencio
Los ojos de David parecían querer absorber todo el aura mágica de ella...
El sol caía perezoso sobre los árboles, que en aquella estación presentaban su acostumbrado tono rojizo. La hojarasca del suelo parecía querer danzar al son del viento. En aquel marco de belleza fantasmagórica, Amelia parecía casi un hada del bosque.
Por un breve instante, las miradas de los dos se cruzaron y fue como si ella...

Pero no, otra vez estaba soñando...


En aquel momento apareció alguien que les saludó cordialmente. Era el misterioso hombre de la cantina. Sorprendentemente ya no parecía desesperado, ahora ofrecía un aspecto de serena tranquilidad.

- Buenas tardes, ¡están ustedes ahí! Hace un tiempo muy agradable, y estos parajes son tan bellos. - haciendo una breve pausa se dirigió a David - Le felicito señor Freire, un pañuelo de seda le salvó la vida y fue milagroso como todo ocurrió. ¿Sabe usted? ¡Le envidio! ¡Sí! Aunque parezca ahora un hombre desalentado. Tiene usted muchos motivos para sentirse afortunado. Es joven y saludable. Tiene usted tanto camino por delante ahora, en cambio yo solo tengo ante mí 12 meses para vivir. ¿Sabe? Me impresionó mucho su historia. Me hizo reflexionar mucho sobre la vida. Tal vez tenga usted razón con lo que me dijo la otra noche, eso de que el último año de mi vida puede ser el más intenso. También quiero informarle que gracias a sus palabras de la otra noche he desechado la idea del suicidio de mi cabeza. Sí, usted me ha salvado de hacer algo horrible. Y siguiendo su ejemplo, voy a vivir, suceda lo que suceda. Pase lo que pase.. ¡Que caprichoso es el destino! Si no le hubiera conocido la otra noche en la cantina, yo ahora estaría muerto. Me despido, señor Freire: Señorita... Me voy rumbo a la vida.. Ahora amo la vida más que nunca...
Y se alejó de allí en silencio envuelto por los resplandores otoñales.

David y Amelia se miraron sorprendidos. Las palabras de aquel hombre les habían emocionado a ambos.
- David, ¿ve, como no es usted un inútil..? Ha hecho algo muy importante, y sin darse cuenta. Desechar la idea de suicidio de la mente de una persona, ayudarle de algún modo a encontrar el camino de la vida. Debería sentirse orgulloso.
Le dijo Amelia con dulzura
David la miró intensamente
- Sí, tal vez tenga usted razón, señorita. En medio de tanta desgracia y debilidad, aún tengo algo muy valioso aquí dentro - y se puso la mano en el pecho, haciendo una sutil referencia a su amor secreto por ella - El tesoro que esconde mi corazón, es lo único que me hace seguir viviendo.
Y miró a Amelia con profunda emoción
Ella nunca lo sabría..
Entonces David embargado por la belleza de aquel instante recitó una de sus poesías : 

Pañuelo que secas mis lágrimas,
no te conviertas en río ...
Deja que se seque mi lloro en tu seda
y sea encaje de nuevos versos...
Poemas que serán rosales
y subirán trepadores, a los cielos de ella,
cuando ya no me quepa tanto amor en el pecho...
Pañuelo que secas mis lágrimas,
no te conviertas en desierto...
Deja que se estanque mi llanto en tu tela
y sea el rocío sanador a las heridas de mi soledad...
Pañuelo de hilos de luna,
deja que tu perfume sea la memoria dulce de mi amada
cuando el último silencio caiga sobre mi..
Soy la niebla enamorada
que fluye de sueño en sueño...
Con ella, todo...
¡Sin ella, nada!
Y es que yo tengo guardado
entre mi sombra y la noche,
algo misteriosamente bello.

Amelia suspiró sorprendida por la belleza de aquel poema y le dijo :
- ¡Es bellísimo! ¿Lo ha escrito usted? ¡entonces, es usted un poeta! ¡Eso ya es algo maravilloso! Tiene usted muchas cualidades y estas le ayudarán a encontrar su camino. Ya lo verá.
Y sonriéndole se despidió de él.

David se quedó largo rato allí, muy emocionado y con la soledad como única compañera.
Amelia no había entendido el significado de aquella poesía...
Se sentía más solo que nunca...
Las diosas rara vez entienden a los mortales...
La bella melodía del "humo ciega tus ojos" seguía sonando en sus oídos y en su corazón.
¡Amelia, oh dulce Amelia..!
Si ella pudiera comprender que sin su amor, él ya no quería seguir viviendo.
Con ella la vida, sin ella la nada...
Se sentía casi desnudo. Le había contado a Amelia toda su miserable existencia y ahora se arrepentía. Probablemente ella pensara que no era más que un simple, y no estaría muy lejos de la verdad, pero necesitaba tanto que ella le comprendiera y amara tal como era él...
Seguramente pedía demasiado...
Caía ya la noche sobre el páramo desierto.
David se encaminó a la posada, sintiendo un fuerte dolor en el pecho.




Capítulo XX

Esa misma noche, Amelia y la señora Aguilar, en el comedor del hotel conversaron durante mucho tiempo. La señora Aguilar tomando su taza de café le confesó a Amelia un pequeño secreto.
- Amelia, estás muy conmocionada por todo lo que ha sucedido desde que llegamos al pueblo. Te comprendo, querida. Esta historia nos ha alcanzado a todos. Perdiste a tu madre hace años y ahora a tu padre en trágicas circunstancias. Sí ya sé que a pesar del daño que te hizo, era tu padre, y has descubierto que en el fondo lo amabas y te sientes culpable. También te sientes sola y muy confundida. Créeme yo también sé lo que es perder a un ser querido, muy querido. Ya te lo he contado alguna vez...
Amelia asintió un poco más animada.
- ¿Se refiere a aquella historia de aquel músico bohemio que le pidió que se casara con él y que usted rechazó aunque estaba muy enamorada de él?
- Si, éramos muy jóvenes y estábamos muy enamorados, pero él era de familia muy humilde y entonces yo era muy ambiciosa, y esperaba algo mejor de la vida. - asintió la señora Aguilar - Era un joven muy tímido y sensible. Le gustaba mucho la música. Era muy soñador y tenía corazón de poeta. Era alguien especial y diferente. Me hacía sentir maravillosa, pero sabía que a su lado no tenía futuro, e influenciada por mi madre le rechacé cuando él me propuso matrimonio. Como ya sabes me casé con un importante hombre de negocios en Portugal, pero jamás muy felíz, ya que nunca olvidé a mi primer amor. Mi marido era un hombre frío y ambicioso. ¡Dinero, dinero! Sólo quería dinero y poder. Un día a los dos años de casarnos se marchó de casa con una joven francesa y me pidió el divorcio. En el fondo me alegré, ya que nunca le quise lo más mínimo, ni él a mí. Al menos, al final se portó bien conmigo. Me dejó la casa de Oporto, y una renta de por vida. Afortunadamente no tuvimos hijos. No he vuelto a saber nada de mi ex marido, ni quiero saberlo;  pero a quien jamás olvidé es a mi primer amor. Jamás he amado a ningún hombre después de él. Fue un terrible error rechazarle, pues solo con él conocí la verdadera felicidad. Amelia, lo que nunca te he contado, es que fue en este pueblo donde nos conocimos. Aquí nos enamoramos, y él me confesó su amor entre poesías y canciones de amor. Yo era muy joven y me enamoré perdidamente de él. Yo estaba pasando una temporada aquí con mi madre. Entonces era verano, y fue el más feliz de mi vida. Y aquí mismo fue donde rechacé su amor y le dije adiós para siempre. Cada cierto tiempo vengo por aquí. No sé porqué razón; tal vez para recordar la única época feliz de mi vida o para castigarme a mí misma por haber despreciado el verdadero amor. La vieja casa donde él vivía ya no existe y no queda nadie de su familia. Todas las veces que he venido por aquí nunca me lo encontré y no sé que habrá sido de él. Hace cinco años que no venía por este pueblecito. ¡Cuantos bellos recuerdos! Ahora ya lo sabes Amelia, fue en este lugar donde conocí el amor verdadero y lo desprecié. Era un hombre muy especial y diferente a los demás. Tenía corazón de poeta.

¡Poeta...!
Esta palabra le recordó Amelia a aquel joven tan sensible.
Él le había contado toda su vida, ¡pobre chico! Le gustaría poder ayudarlo. Parecía sentirse desamparado, pero por algún motivo que entonces ella ignoraba no quería pensar mucho en David Freire. Intentó alejarlo de sus pensamientos; de todas formas también ella tenía sus propios problemas.


A la mañana siguiente Amelia y la señora Aguilar dieron un largo paseo por el pueblo. Su jefa le enumeraba a Amelia los recuerdos y lugares por donde había paseado años atrás con su primer y único amor. La belleza del paisaje otoñal era indescriptible y añadía más romanticismo a los recuerdos de la señora Aguilar. Llegaron al final del bosque y allí encontraron a David, cerca del río, sentado sobre una roca y mirando al vacío. Le saludaron y el color volvió a las mejillas del pobre David que había pasado las últimas horas en un estado de ensimismamiento y profunda melancolía.
- Buenos días, señorita Revert. Me alegro de verla.. y a usted también señora Aguilar.
Isadora Aguilar se fijó que David se sonrojaba al mirar a Amelia
- Yo también me alegro David... ¿cuándo se marcha del pueblo? - le preguntó ella
David sintió un golpe helado en el corazón...
¿Irse? ¿No ver nunca más a su amada? Jamás podría soportar alejarse de Amelia para siempre...Tragó saliva algo inquieto cuando respondió:
- No sé aún cuando partiré, señorita...Tengo suficiente dinero ahorrado, aparte de la suma que me legó su padre, para vivir decentemente durante un tiempo hasta que encuentre un trabajo. Después no sé qué voy a hacer con mi vida...
David comenzó a titubear..
Algo sucedía cuando miraba a Amelia...
Y era algo grandioso, y a la vez insufrible...
¿Se refería a eso Hamlet cuando descubrió su amor por Ofelia?
Gozo, éxtasis, delirio, angustia...
Si pudiera describir en un poema sus emociones...
El corazón le martilleaba con un amor tan sublime que apenas podía sostenerse delante de ella.
Amelia no comprendía porqué aquel joven parecía siempre como si estuviera a punto de sufrir una crisis nerviosa. Le conmovía y le gustaría poder ayudarle, pero no sabía cómo, y también había algo más que le sucedía cuando estaba cerca de él que ella no acertaba a comprender.
- David, tiene que ser fuerte y confiar en usted mismo. Recuerde lo que le dije la otra tarde. Es usted un poeta. Tiene una cualidad especial, si se lo propusiera podría llegar muy lejos.
Él la miraba como hechizado
- ...pero yo no tengo estudios, señorita. No valgo para eso. Lo he intentado, pero he desistido. Y con todo lo que me ha pasado en los últimos tiempos perdí el interés. Sólo escribía lo que se me salía del corazón, porque nunca he sabido expresar mis sentimientos correctamente.
Esto último lo dijo David mirando profundamente a Amelia
- Es usted un joven muy noble y sensible - dijo la señora Aguilar dulcemente - pero demasiado pesimista. Si tuviera un poco más de autoestima seguro que lograría sus objetivos y así podría cumplir sus sueños.
David no podía contestar
"¡Sueños..! ¿Lejos de Amelia...?, ¡imposible! La felicidad se llamaba Amelia.
- Son ustedes muy buenas preocupándose por mí.. Dios las bendiga. Yo, bueno... - dijo nerviosamente - Adiós...
Las dos mujeres lo vieron alejarse rápidamente
Amelia dijo tristemente :
- ¡Pobre chico..! Algo le ocurre...
y la señora Aguilar con un tono muy serio le dijo Amelia :
- Querida.. ¿pero es que no te has dado cuenta? Ese joven está muy enamorado de ti...
Amelia se quedó de una pieza
No sabía qué pensar, ni qué sentir...
Sin duda Isadora se había confundido.



Capítulo XX


Aquella tarde Amelia estaba tomando un café en la habitación de su jefa. La señora Aguilar le hablaba :
- Amelia, te considero como una hija. Ya sé que no te gustan los consejos y que eres muy madura para tu edad; y sé que lo pasaste muy mal con aquel desengaño amoroso de hace un año por el cual te has encerrado en ti misma. Te comprendo, pero eres demasiado idealista. Estás esperando un príncipe azul, y perfecto, y no lo encontrarás nunca, porque la perfección no existe. Me recuerdas a mí misma cuando tenía tu edad. Ese joven, David, está profundamente enamorado de ti; lo lleva escrito en los ojos, me di cuenta enseguida. Me recuerda tanto a mi primer amor. Era igual que este chico, temblaba con solo mirarme, le costaba articular palabra, pero era tan especial y maravilloso.
Amelia escuchaba impaciente a su jefa
-... pero Isadora, a mi ese chico solo me da lástima, y no se puede una enamorar de un hombre que te da lástima. No le conozco de nada. Además solo yo mando en mis sentimientos y en mi corazón.
La señora Aguilar la miró comprensiva
- Querida, ningún ser humano puede mandar en su corazón. Te darás cuenta cuando tengas mi edad. No te enojes conmigo, ya sé que eres muy tuya, una cualidad admirable. Tal vez yo sea una vieja sentimental, lo reconozco, pero me gustaría que reflexionaras sobre el amor que ese joven siente por ti. Además, no sé si te habrás fijado, pero si lo miras bien tiene cierto atractivo, como un aura romántica que emana de él, aparte de sus ojos, que son de una belleza deslumbrante. El pobre no sabe ni siquiera lo agradable que resulta mirarlo. ¡Oh! si no fuera por su extrema sensibilidad y timidez, podría parecer un joven muy apuesto. Pero el amor insufrible que siente por ti lo lleva a mal traer. Sin duda es un corazón de poeta... Si sigue en ese estado puede enfermar. No me extrañaría que en breve te declarara su amor.
Amelia no soportaba escuchar la palabra amor. No en un momento como el que ella estaba atravesando desde que llegó a aquel pueblo.
- Isadora, sé que lo dice usted por mi bien, pero ese joven es casi un desconocido para mí. Me da lástima y le tengo aprecio, pero nada más. Desde que vine a este pueblo me han sucedido cosas demasiado increíbles y muy difíciles de asimilar. Compréndame, lo de mi padre todavía no lo puedo superar.. y..bueno, no me resulta cómodo que me diga que un desconocido se ha enamorado de mi, así que le ruego que no me hable más de ese joven, porfavor.
La señora Aguilar asintió comprensiva
- Te comprendo, hija. Imagino lo difícil que está siendo para ti saber que tu padre se quitó la vida en este lugar. Si quieres nos marchamos del pueblo. A mí también me entristece estar aquí, y no me gusta verte en ese estado. Así que decidido, no volveré a tocar ese tema nunca más. Mañana mismo nos vamos.
Amelia respiró aliviada
- Gracias Isadora. Muchas gracias por comprenderme.
Y llorando se abrazó a su jefa como si fuera su madre.



Esa misma noche Amelia durmió tranquila. Al fin se alejaría de aquel lugar... No quería pensar en la trágica muerte de su padre, ni en el amor que aquel chico sentía por ella, eso le inquietaba, y además estaba ese algo que le sucedía cuando estaba cerca de él y que ella no acertaba a comprender todavía.
Como si...


A la mañana siguiente, la señora Aguilar compró en la estación de tren dos billetes para Burgos. El único tren pasaría a las 22:30.
Pronto llegaría la Navidad y era mejor que ella y Amelia la pasaran en Burgos, o tal vez en Madrid. La chica necesitaba digerir aquel mal trago lo más pronto posible. Camino del Parador se encontró con David.
" pobre muchacho, está perdidamente enamorado...", le sonrío amablemente
- Buenos días, señor Freire. Amelia y yo nos vamos esta noche en el tren de las 10:30. Si quiere despedirse de ella estaremos todo el día en el Parador.
Y con un brillo especial en los ojos se despidió de él.
¡Santo Dios! pensó David
Amelia se marchaba de su vida para siempre... ya nunca volvería a verla.
¿Qué iba a ser de él?
Amelia, Amelia.. su nombre latía entre las paredes de su corazón con brutal desesperación.
Ya no la vería más...
Entonces, mejor morir y olvidarlo todo...
Pero, ¡no! Él quería vivir. Vivir al lado de ella para siempre, pero sabía que eso era imposible.
¡Ay, Dios mío! y pensar que todo empezó cuando encontró el pañuelo de seda. Si no lo hubiera encontrado, jamás se hubiera enamorado de un sueño.. Y eso era ella para él, un sueño inalcanzable. Nada más que un palacio sobre un charco...
Como dijo Baudelaire :" Ningún cuerpo vale lo que un sueño..." ; pero no, él no estaba de acuerdo, su Amelia valía más que mil sueños; ella era la luz que había iluminado su corazón durante tres años, cuando él sin conocerla y a través del pañuelo de seda le había dado forma en sueños. En ella se había sostenido cuando la vida le resultaba insoportable. Solo ella había llenado todos los huecos de su ser, y ahora en la realidad, Amelia era la poesía más bella que él había escrito... pero no la había escrito él, la había escrito el destino.



Una vez en su cuarto de la posada estuvo largo rato meditando sobre lo que debía hacer.
Si fuera era un hombre de verdad iría al hotel donde ella se alojaba y le confesaría su amor; ¡Hamlet así lo haría! Incluso Werther no dudaría ni un instante... y si ella los rechazaba, daba igual, porque un hombre de verdad lo soportaría...
De pronto se detuvo, y tembló...
Ellos lo soportarían...porque estaban hechos de sombras y palabras, pero... no él. Él no soportaría esa humillación, bien lo sabía y bien se conocía así mismo. Declararle su amor por primera vez a una mujer y ser rechazado...le temblaba el corazón de angustia solo de pensarlo. También se sentía un egoísta al no tener en cuenta los sentimientos de Amelia. Debía de aceptar que él no significaba nada para ella.
Las lágrimas no tardaron en caer de sus ojos.
Él no significaba nada para nadie...y eso ya no cambiaría. 
Era su destino...
Lloró hasta quedarse dormido. Cuando despertó eran ya las 8 de la tarde
¡Señor! En poco más de 2 horas Amelia se iría de su vida para siempre.
Si hubiera sido más inteligente habría hecho su maleta rápidamente y habría comprado un billete de última hora para coger el mismo tren que Amelia, pero ahora era ya demasiado tarde, y además aunque aún hubiera tiempo, si él cogía el mismo tren que ella, sospecharía que iba detrás de ella, y entonces, ¿qué pensaría de el..?
¡Que impotencia sentía! No sabía que hacer.
Pero al menos tenía que despedirse de ella, decirle adiós, mirar su rostro una sola vez antes de perderla para siempre.
¿Qué pensarían de él si ni siquiera se despedía? pensarían que no era un caballero.
Entonces sin pensarlo dos veces se arregló junto al espejo y se dirigió al Parador con el corazón desbocado. Eran casi ya las 9 de la noche. El cielo estaba estrellado, pero David que caminaba apresurado solo miraba sus zapatos.
Cuando llegó al Parador sintió un golpe helado, la señora Aguilar y la señorita Revert ya se habían marchado, pero habían dejado una breve nota para él.
David la leyó tembloroso :

"Señor Freire. Muchas gracias por haber guardado mi pañuelo durante tres años.
Me alegro de haberle conocido.
Dios le bendiga y le guíe en su camino.

Sinceramente : Amelia Revert"

No sabía cuanto tiempo se quedó allí parado leyendo la nota de Amelia.
Ahora la había perdido para siempre, y ni siquiera se había despedido de ella.
Miró su reloj. ¡Las 9:30!
La señora Aguilar le dijo que cogerían el tren de las 10:30.
Respiró aliviado. Deberían estar en la estación de tren, aún podía despedirse de Amelia.
Debía darse prisa y como poseído por una extraña fuerza se encaminó a la estación de tren.
Aquella noche las estrellas parecían brillar de un modo especial...
Como si supieran que...



Capítulo XXI


David llegó a la estación de tren casi sin aliento y de pronto sintió un vuelco en el corazón. En un banco del andén estaba sentada Amelia y la señora Aguilar. Ella llevaba un abrigo oscuro, y el viento mecía sus delicados cabellos. Las dos le sonrieron cuando lo vieron llegar.
- Hola, señor Freire.. - dijo la señora Aguilar - Le hemos esperado toda la tarde para despedirnos de usted, pensamos que a lo mejor no se encontraba usted bien. Por eso le dejamos una nota. Nos hemos marchado pronto del Parador y hemos cenado en una taberna. Siempre nos gusta llegar a los sitios con tiempo suficiente. Nuestro tren aún tardará en llegar. ¿Cómo se encuentra?
Pero David solo miraba a Amelia que le sonreía como si se alegrara de verlo.
- ¡Oh! yo estoy bien, muchas gracias. Me ha sorprendido que se marcharan tan pronto del pueblo - contestó con la sonrisa de Amelia brillando en su corazón, y con la bella melodía del "Humo ciega tus ojos" resonando en sus oídos.
- Así es, decidimos marcharnos ayer tarde, Amelia no se encuentra bien en este lugar. Es mejor que olvide todo lo que ha pasado.
Contestó la señora Aguilar, mirando a David con un brillo de complicidad en los ojos.
- ¡Oh, si! - David tragó saliva - Es mejor olvidar. Todos debemos hacerlo...
Las emociones y los pensamientos comenzaron a danzar en su interior.
- Aún falta más de media hora para que llegue nuestro tren. Amelia ¿te parece bien que entremos en "El Café de la espera"? aquí hace mucho frío - preguntó la señora Aguilar, sabiendo de antemano que Amelia no deseaba entrar en la cantina.
- No, Isadora - respondió Amelia inquieta - Ese lugar me entristece. Entre usted y tome algo. Yo me quedaré aquí sentada.
El corazón de David era ya una noria de sentimientos que giraban desorbitados. 
- Yo también me quedaré aquí - se aventuró a decir el joven  - si no le importa, señorita...
La señora Aguilar entró en la cantina sonriendo para sus adentros.
A lo mejor aún había tiempo para que ocurriera el milagro, si Amelia no era tonta y si el joven perdía su timidez.

Y allí en un banco de la pequeña y solitaria estación de tren, se quedaron los dos en silencio.

En la cabeza de David los pensamientos no cesaban de dar vueltas.
"Dios mío, dame fuerzas para decirle que la amo, para poder expresarle mis sentimientos. ¡Oh, Señor! Tú que hiciste que encontrara su pañuelo de seda, ayúdame para poder decírselo y también ayúdame a soportar su rechazo."
Pero no podía, sabía que nunca podría.
Amelia permanecía callada y David no sabía qué decir
- Señorita, perdóneme por no haber ido a despedirme al Parador. Me quedé dormido. Gracias por la nota que me dejó.
- No se preocupe, David. - respondió algo intranquila Amelia - No sabe lo que deseo alejarme de aquí. Todavía no he superado lo de mi padre, y me costará un tiempo.
David temblaba de emoción.
Él jamás podría ni querría olvidar aquel lugar donde la había conocido... 
- Amelia.. yo quiero darle las gracias de nuevo.. Gracias a usted se demostró mi inocencia cuando la Guardia Civil me acusó... ya sabe, perdone que se lo recuerde. Bueno, usted me salvó la vida.
Amelia escuchaba atentamente, pero no podía dejar de sentirse algo tensa.
- No tiene que darme las gracias, David, tal vez fue el destino. Fue horrible que lo acusaran de algo tan espantoso, precisamente a usted. Tiene que olvidar todo lo que ha pasado e intentar empezar de nuevo.
La voz de Amelia era música en los oídos del pobre David, que miró al cielo un instante y vio caer una estrella fugaz.
David pidió un deseo dentro de su corazón. Amelia que también había visto la estrella fugaz, no pidió ningún deseo, solo deseaba que llegara pronto su tren. Si aquel joven iba a declararle su amor, ella no deseaba escucharlo, pero tampoco quería herir los sentimientos de aquel chico tan sensible. No le gustaba aquella situación, y sin embargo...



Capítulo XXII


Amelia miró su reloj impaciente y de pronto en el silencio de la noche se escuchó una música de violín.
Era el área número 3 de Johann Sebastian Bach
¡El área triste de Bach!
¡Santo Cielo!
David dio un respingo y se acordó de aquel anciano pordiosero en el puente de Oviedo, el que le había hablado de los lirios del campo; y justo en ese momento como producto de un misterioso prodigio apareció delante de él el mismo anciano pordiosero, tocando el violín.
¡No podía ser! ¡Era increíble!
Pero sin duda era el mismo hombre. Una personalidad como aquella era difícil de olvidar, y además tocando la misma música. 
Era como si todas las cosas que habían marcado su vida se concentraran en aquel lugar, que sin duda estaba impregnado por una magia misteriosa.
Se levantó fuertemente impresionado y se acercó al anciano al que con voz quebrada le preguntó:
- Señor, ¿se acuerda de mí ..? Una tarde en el puente de Oviedo, hará tres años. Usted tocaba esa misma música. Yo quise darle limosna, y usted la rechazó, y me habló de los lirios del campo...Yo no pude olvidar aquel encuentro...
El anciano pordiosero miró a David durante largo rato, tratando de recordar. Después de unos instantes en los que los dos viajaron en el tiempo hasta aquel inesperado encuentro de años atrás, el anciano abrió los ojos sorprendido y exclamó:
- ¡Usted! Aquel joven tan sensible y piadoso... Claro que le recuerdo, ¿cómo olvidarle? Dios le bendiga. Veo que ha prosperado. ¡Que increíble coincidencia!
De repente la señora Aguilar salió de la cantina, la música de violín le había recordado algo...

- Amelia, ¿qué sucede? - preguntó inquieta
Y entonces el anciano pordiosero se quedó mirando a la señora Aguilar tan asombrado como si hubiera visto un fantasma.
Las luces de la noche parecían saberlo todo, y de forma absolutamente enigmática parpadeaban sobre las sombras. El tiempo era un enigma y también la razón por la que él destino movía caprichosamente los hilos de la vida. 
- ¡Isadora.. Isadora.. ! - el anciano con lágrimas en los ojos y embargado por la emoción preguntaba - ¿eres tú..? ¿es posible que seas tú..? Santo cielo, después de tanto tiempo.. y en este mismo lugar...¿Cómo olvidar tu rostro y tu voz?
Isadora Aguilar se quedó petrificada. Aquello era imposible. Le dio un vuelco el corazón. Aquella voz...La voz del pasado. ¡Era él!... Su único y primer amor. ¡Parecía un milagro! El único hombre que había amado en toda su vida, aquel joven tan apuesto y melancólico, su corazón de poeta... El mismo que ella había rechazado era ahora un anciano pordiosero que vestía andrajosamente, y tocaba el violín por unas monedas. Se sintió desfallecer por la emoción del reencuentro. 
La señora Aguilar apenas podía hablar.
- ¡Alejandro...! ¿eres tú...? ¡Oh!, parece increíble. Han pasado tantos años... 
- Sí, Isadora... soy yo.. - contestó el anciano maravillado por aquel fortuito reencuentro con la parte más bella de su pasado - Ha pasado mucho tiempo... Dios bendito. Te hubiera reconocido entre mil mujeres. No, entre un millón. Sigues igual de hermosa, apenas has cambiado; en cambio yo, mírame, no soy más que un vagabundo miserable...Te amé tanto, ¿te acuerdas? Con toda mi alma, y con el amor más puro y verdadero, pero era demasiado pobre para ti... Recuerdo que fue aquí donde nos vimos por última vez... ¡Sí! En una noche como esta, frente a esa cantina. He venido aquí desde un pueblo cercano para recordar... y de repente apareces como un hada ante mi. Sin duda las estrellas están caprichosas esta noche, y andan jugando... Jajajaja. Bueno, no importa ¡Que alegría verte, querida! Quiero que sepas que te sigo amando todavía, y jamás olvidé lo felices que fuimos precisamente en este mágico lugar. Se diría que está encantado... - se acercó tímidamente a la señora Aguilar y le besó con ternura la mano. Ella lo miraba absorta y conteniendo la emoción - No te preocupes por mi Isadora, aunque parezca un pordiosero, soy inmensamente felíz. Soy libre. Tengo el cielo sobre mí y a ti en mi corazón. ¿Qué más puedo pedir? Soy un lirio del campo... - la observó intensamente otra vez y después de una ligera reverencia agregó - ¡Adiós, dueña de mis ayeres perdidos..! Ha sido maravilloso volverte a ver, y encontrarte en tan buen estado. Que Dios te bendiga, mi bella Isadora; y a usted, joven, le deseo toda la felicidad del mundo. Es usted de los míos; quiero decir, qie es usted como yo. Hasta la eternidad, Isadora. Siempre tuyo. Adiós a todos. El Destino, ¿a dónde me llevará esta vez?...
Y el anciano pordiosero se alejó de allí tocando en su violín viejas melodías de su juventud mientras las lágrimas caían de sus ojos cansados.


Isadora Aguilar casi a punto de desmayarse vio perderse tras la niebla nocturna al gran amor de su vida, el único hombre al que había amado. El ser más dulce y sensible del mundo, pues solo con él había conocido la verdadera dicha de sentirse amada. Ahora ya de vuelta de todo, y camino de la vejez, sentía más que nunca su error. Demasiado tarde; las acciones importantes se toman en la juventud y haberle encontrado de nuevo... ¡Oh..! Ella le había destrozado el corazón cuando lo rechazó y ahora se había convertido en un pobre vagabundo solitario, que vagaba a la deriva. Sólo ella tenía la culpa.
Si hubiera podido decirle algo, que todavía le amaba, que jamás había olvidado, que se arrepentía tanto de haberle rechazado. Que se encontraba precisamente en ese pueblo tan sólo para recordarle. Que no había olvidado ni uno solo de los momentos que pasaron juntos aquel verano feliz. Si hubiera hablado...pero ya era tarde para los dos...El amor es para la juventud...Eso le recordó algo...



Amelia y David se habían alejado discretamente al comprobar que Isadora y el anciano ya se conocían de antes.
La señora Aguilar entró de nuevo en la cantina con el corazón turbado por la emoción y el inesperado reencuentro con el pasado y su juventud perdida. Pidió un café. El tren se retrasaba. Mejor. Amelia y David tenían que hablar y mucho. Esperaba que la joven no cometiera el mismo error que ella cometió en su juventud. Pasar de largo ante el amor verdadero.
Solo había que mirar los ojos de aquel joven para reconocer este hecho y a la señora Aguilar le gustaba mucho aquel joven, no sólo porque se parecía tanto a su primer amor, Alejandro, sino porque de algún modo y no sabía aún porqué presentía que él y Amelia habían nacido el uno para el otro.
Una bella canción sonó en la radio de la cantina y la señora Aguilar recordó y recordó...
Aquel viejo verano...



Capítulo XXIII


Sobre el andén de la estación la noche parecía un espejo de ensueño. Sentados en un banco, David y Amelia no sabían qué decirse. Había tantas emociones escondidas.
El inesperado reencuentro con aquel anciano pordiosero y su antigua historia de amor con la señora Aguilar les había conmovido a ambos. ¡Que extraños caminos tenía el destino!
Amelia mirando a las estrellas dijo con expresión melancólica :
- ¡Qué rara es la vida! ¿No cree? Cuando llegué a este pueblo nunca hubiera imaginado todo lo que ha sucedido después, la tragedia de mi padre, y.. ahora la historia de la señora Aguilar. Casi parece un sueño.
David observaba sus zapatos, incapaz de mirarla a los ojos. Pronto llegaría el tren y ella se marcharía de su vida para siempre. Ahora más que nunca deseaba ser un hombre como los demás, decidido y seguro de sí mismo, para poder confesarle a Amelia lo que su alma enamorada le gritaba en su interior, pero no podía, algo se lo impedía. Tenía ya casi 30 años y no podía comportarse como un hombre, y eso le mortificaba.
David dijo al fin tratando de ocultar su agitación interna :
- Yo tampoco imaginé... cuando encontré su pañuelo que iban a sucederme tantas cosas. Fue el destino, siempre es igual. Ya no me sorprende.
Amelia le miró fijamente y le preguntó
- ¿Y qué fin persigue el destino haciendo todo esto..?
El respiró hondo y exclamó con cierto aire enigmático :
- No lo sé... Ignoro el motivo por el que juega con nuestras vidas a su antojo...Tal vez buscaba que usted perdonara a su padre...y que también...me salvara la vida, o ambas cosas al mismo tiempo.. o tal vez...- David se paró en seco, el corazón empezó a latirle con violencia, casi no podía hablar de la emoción que le embargaba, pero una corriente interior le arrastró fuera de si mismo. Sintió un profundo vértigo, pero ya había salido y ahora era imparable. Pronto se caería... Daba igual... Sería algo apoteósico, digno de ser recordado - Tal vez.. lo que buscaba el destino... era que usted y yo... nos conociéramos...
¡Al fin lo había dicho! ¡Ya estaba! Y ahora que ella le rechazara, ¡no importaba! El debía seguir adelante hasta el final.
- ¡Amelia.. Amelia! Escúcheme, porfavor ¡Yo la amo! La amo con toda mi alma y con todo mi corazón. Es usted la criatura más dulce y hermosa del mundo. La amo tanto que me duele el corazón, y el cuerpo, y todo mi ser. La he amado desde siempre. Creo que ya la amaba antes de nacer. Y la he buscado por todas las sendas de mi tristeza, y mucho antes de conocerla ya era usted mía. ¡Oh si!, mi dulce Amelia, desde que encontré su pañuelo de seda mi vida tomó sentido y algo misteriosamente bello y sublime penetró en mi ser. Y daba igual que no supiera quién era usted, y que jamás hubiera de ver su rostro, porque mi alma ya la conocía y la amaba con una fuerza total y absoluta, y no sabe usted cómo la amaba... La amaba en mi pobreza, en mis delirios constantes, en mis sueños locos, en mis noches solitarias...Sin saber quién era usted, la amaba. Nunca imaginé que la conocería en la realidad. Yo no soy un hombre como los demás; tal vez tenga alma de poeta; no lo sé. Lo cierto es que soy un fracasado. No valgo mucho, y no soy esa clase de hombre en el que se fijan las mujeres. No tengo mucho carácter, me dejo abatir por cualquier cosa, y tampoco mi salud es muy buena, pero quiero que sepa que por usted yo daría mi vida. La amo tanto que cuando usted me sonríe me siento como si hubiera vuelto a nacer, y veo el sol donde antes solo había tinieblas, y es un sol inmenso e inextinguible. Amelia, usted es la inspiración de todas mis poesías. Está usted en todos mis amaneceres, en todos mis instantes vacíos, en todas mis lágrimas, en mis pequeñas alegrías, en el cielo infinito de mis sueños, en todas mis tristezas y en todas mis esperanzas. Siempre será usted la dueña absoluta de mi corazón, que solo late por usted y que arde con un amor tan sagrado y profundo que me nubla la razón...
David, sin saliva y sin aliento continuó hablando. Un fuego interior le quemaba por dentro, pero ya nada le importaba.
Amelia lo miraba absorta, sorprendida de aquel inesperado arrebato amoroso. Se sentía confusa. Había temido la declaración de amor de David, incluso había preparado las palabras que le diría en caso de que él se decidiera, no quería herir sus sentimientos, pero debía aclararle que ella no le correspondía, y que sólo podría ofrecerle una sincera amistad, en caso de que se vieran alguna vez, pero..Amelia no estaba preparada para aquel aluvión de sentimientos tan intensos y profundos. No imaginaba que aquel joven que hasta hacia bien poco le parecía algo simple de carácter, fuera capaz de sentir una pasión tan arrebatadora y sublime. Le había pillado desprevenida aquel remolino de emociones tan intensas.
Y de algún modo ella tuvo sensaciones contradictorias, por un lado no quería seguir escuchando, pero por otro lado deseaba que continuara.
Y David continuó
- Amelia, yo sé que usted merece un hombre mejor, un triunfador, y que yo soy alguien insignificante, pero lo que yo siento por usted es tan inmenso y verdadero que yo no desearía otra cosa más que adorarla y protegerla el resto de mis días. Ante usted me siento tan pequeño y tan grande al mismo tiempo. Es como si despertara usted mundos nuevos dentro de mi. Ya sé que no soy digno de usted, Amelia, pero yo la amo tanto, tanto, tanto...que si ya no la vuelvo a ver, prefiero morir.
David se quedó sin palabras, pero con el corazón rebosante.
Cada fibra de su ser temblaba, pero se sentía liberado.
Amelia escuchó las últimas palabras de David completamente atónita.
Algo estaba sucediendo, pero no acertaba a comprender.
Una cosa era enamorarse, y otra bien distinta, era aquella declaración de entrega total. Ella nunca hubiera imaginado que se pudiera amar así, con tal intensidad, con tal...
Ningún hombre le había hablado así jamás. Los pocos jóvenes que había conocido eran demasiado superficiales o frivolos, por eso siempre acababa rechazando a los chicos que se interesaban por ella. Ninguno de ellos respondía a su ideal. Alguno que otro solo quería divertirse, y cuando ella advertía esto, siempre les cortaba en seco. Sólo se había enamorado una vez y había sufrido un terrible desengaño, razón por la cual se había encerrado en si misma. Tal vez la señora Aguilar tuviera razón. Era emasiado exigente, y buscaba la perfección, algo que jamás encontraría. Si seguía esperando a aquel príncipe inexistente, se quedaría sola, igual que la señora Aguilar, que había despreciado el amor verdadero. ¿Qué había dicho la señora Aguilar? David se parecía mucho a su primer amor, al que no había podido olvidar; pero David no respondía al ideal de Amelia... pero ¿qué importaba ? Nadie jamás había sentido un amor tan profundo y auténtico por ella. Estaba conmocionada por aquella sublime declaración de amor y no sabía cómo reaccionar. Observó los ojos de David que la miraban como si fuera una diosa y de repente, y de forma totalmente inesperada, los ojos de David le parecieron los más bellos del mundo.
David estaba absorto en el rostro de Amelia...
y entonces hasta los oídos de Amelia llegó la música de la radio de la cantina... "Sueño de amor" de Franz Lizst resonó suavemente en el silencio nocturno.
Amelia sonrió para adentro. David tenía razón. Era obra del destino; pues esa exquisita y delicada melodía había sido su música preferida desde que era niña y su madre se la tarareaba todas las noches hasta que se quedaba dormida. Aprendió a tocarla en el piano del salón de su casa. Amelia lloró dentro de su ser escuchando la dulce música de Lizst, que para ella siempre había representado el amor verdadero, y que por algún extraño capricho del destino estaba sonando en ese preciso instante.
Y fue entonces cuando Amelia comprendió aquello que le sucedía cuando estaba cerca de David y que ella no acertaba a comprender.
Algo misteriosamente bello, que por sublime e intenso nunca había experimentado, ni siquiera por aquel joven que había roto su corazón tiempo atrás.
Aquello debió ser otra cosa, porque el amor verdadero lo tenía ahora delante de ella.


Miró a David como si fuera el príncipe de sus sueños adolescentes, el héroe que llevaba tanto tiempo esperando y le sonrió con ternura.
Sacó su pañuelo de seda del bolso, y se lo entregó a David con la voz turbada por la emoción :
- Ahora ya no es mi pañuelo ¡Es nuestro pañuelo! Ya ves, ¡cosas del destino! Este lugar debe estar encantado, no sé..Sólo sé que jamás he conocido un hombre tan sensible..Con un alma tan bella... tan noble, tan verdadero. Es o debería decir, eres... la persona más especial que he conocido en toda mi vida. No me había dado cuenta hasta este momento. Yo también estoy sola, David... No creí que me iba a suceder algo así en este momento. Ya ves, para mi sorpresa empiezo a sentir algo parecido al amor...
David no daba crédito a lo que acababa de escuchar.
¡Era un milagro!
Hubiera querido gritar de felicidad
Los astros giraban allá arriba como movidos por una mano invisible. El universo se expandía en instantes de luz y sombra. Todo era inmenso y grandioso. Era como si cada criatura, cada cosa, cada partícula de la creación estuvieran conectadas entre sí por un hilo divino, revelando el poder creador a través de un engranaje perfecto. Nada quedaba al azar. La noche seguía al día, la felicidad iba detrás del dolor, el gozo y el sufrimiento eran complementarios, igual que la muerte y la vida, el odio y el amor. Era también como si a través de todos los contrastes eternos, se manifestara la verdad inexorable de la existencia, y el aprendizaje del espíritu hasta regresar al lecho de las divinidades perpetuas.
Todo estaba calculado
Un largo recorrido por las sombras hasta volver a nuestra casa que es la luz.
Eso era ella..y siempre lo sería...
El mundo estaba perfectamente diseñado
El amor era la señal...
Cogió las manos de Amelia, aquellas suaves y delicadas manos, y las besó. Besó el pañuelo de seda, y... muy tiernamente la besó en los labios... y de pronto todo el pasado sombrío quedó borrado para siempre. Los años de soledad y vacío se desvanecieron, y todas las heridas de su alma se cerraron. Ya nunca estaría solo, Amelia estaría con él. Se sintió inmerso en un grandioso palacio que jamás se derrumbaría. Ya no habría más charcos para él. Todo su ser rebosaba de dicha. El amor había llegado por primera vez y sintió que aquella noche la vida comenzaba para él.
Justo en el momento en que David y Amelia sellaron su amor con un beso, llegó el tren rumbo a Burgos. La señora Aguilar salió de la cantina y al contemplar aquella gloriosa escena, lágrimas de felicidad cayeron de sus ojos. Al fin había triunfado el amor. 



Capítulo XXIV


Aquella bendita noche no cogieron el tren. Había demasiados preparativos que hacer, demasiadas cosas en qué pensar, y demasiados planes. Amelia y David comenzaban juntos una nueva vida. La señora Aguilar se sentía tan entusiasmada y felíz como ellos. Se veía a sí misma como el hada madrina que había hecho posible aquel milagro de amor. Pero Amelia y David sabían que había sido el destino el que había unido sus vidas.

Amelia bordó con hilo celeste en la esquina del pañuelo el nombre de David sobre el suyo. Pasaron las Navidades en un hotel de Burgos con unos antiguos amigos de la señora Aguilar. Fue la primera Navidad felíz en la vida de David. Mientras todos cantaban villancicos, en los oídos de David seguía sonando la misma melodía que sonó cuando vio el rostro de Amelia por primera vez, aquella noche en la cantina. Amelia ya lo miraba de una manera especial, como si fuera un hombre diferente y maravilloso. ¡Dios bendito! Ella lo amaba! Se sentía el hombre más afortunado de toda la tierra.


Amelia y David se casaron tres meses después de aquella noche en la que él le declaró su amor en la estación de "Siete encinas". La boda se celebró en una pequeña iglesia de Burgos. La señora Aguilar corrió con todos los gastos y como regalo de bodas les entregó una importante suma de dinero para comenzar su vida de casados.
Cuando David vio a Amelia vestida de novia, avanzando por el pasillo de la iglesia del brazo de un amigo de la señora Aguilar, que se había ofrecido como padrino, David sintió un nudo en la garganta. Había soñado tantas veces con ese momento y ahora al fín se había hecho realidad. Isadora Aguilar fue la madrina, y el "Si quiero" de Amelia llegó al corazón de David como mil amaneceres, y bendijo en su interior el momento en que encontró el pañuelo de seda en la estación de Oviedo.
Comenzaron su nueva vida de casados en un pueblecito de Oporto, muy cerca de la residencia de la señora Aguilar, quien recomendó a David a importante fábrica donde fue contratado como peón. Al mismo tiempo, David terminó sus estudios y se graduó en Filosofía y Letras. Poco a poco David fue perdiendo su carácter introvertido, y continuaba en sus ratos libres dedicado a su vocación como escritor. Sentía que el amor había renovado su espíritu y Amelia bendecía el día que le había conocido. A los 2 años de casados tuvieron su primer hijo, una niña, a la que pusieron por nombre Clara Isadora, en recuerdo de la madre de Amelia, y de la señora Aguilar.
David publicó su primer libro de poemas, al que siguieron muchos más. Comenzó a tener éxito en el mundo literario, y fue contratado por una importante editorial. Varios libros suyos fueron traducidos al inglés. Fue reconocido como el último de los grandes escritores románticos. Su estilo literario fue comparado con el de Goethe y el de Schiller.
Amelia y David tuvieron dos hijos más a los que bautizaron como Federico y Tomás respectivamente, en recuerdo del difunto señor Revert, y del Padre Tomás, la primera persona que iluminó la triste infancia de David.
Al poco tiempo, y debido a los logros literarios de David, se trasladaron a vivir a París y más tarde fijaron su residencia en Versalles, donde adquirieron una casa distinguida y señorial, que casi parecía un pequeño castillo, con un precioso jardín, en el que había un pequeño rincón, donde un ángel de piedra blanca dejaba caer de sus alas un chorro de agua fresca y cristalina sobre un pequeño estanque de nenúfares. Aquel precioso lugar estaba también rodeado de violetas y azucenas, y también había un pequeño cenador.
David lo llamaba el rincón de Amelia.
Y era su lugar favorito. 



Capítulo XXV


El éxito de David como escritor les llevó a viajar por todo el mundo, desde Europa a Japón, desde Egipto a Australia, Estados Unidos y Sudamérica.
De de vez en cuando pasaban alguna temporada en Oviedo, y paseaban cogidos de la mano por la estación de trenes donde todo empezó.
La señora Aguilar había fallecido; poco antes donó su pequeña fortuna a los hijos de Amelia y David. La última gran novela de David : "Los lirios del campo" fue dedicada a la memoria de la señora Aguilar.
También viajaron un verano al pueblecito de Burgos, "Siete encinas". La vieja casa del señor Revert era ahora una escuela. El jardinero Miguel había muerto. Amelia llevó violetas a la tumba de su padre, en la que nunca faltaban flores frescas, por expreso deseo de Amelia, que así se lo pidió al alcalde antes de marcharse del pueblo para casarse con David, años atrás.
David depositó un ramo de rosas blancas sobre la tumba del jardinero Miguel. En la cantina de la estación rememoraron el momento en que se conocieron, y se sentaron en el mismo banco del andén donde habían sellado su amor con un beso. ¡Cuántos recuerdos maravillosos! Jamás olvidaron aquella mágica noche.

Poco tiempo después, David escribió la que fue considerada su obra maestra : "Un extraño en el andén", que desde su publicación se convirtió en un best seller, siendo traducida a casi todos los idiomas y obteniendo el reconocimiento internacional. Recibió el premio Nacional de literatura  y varios galardones literarios por aquella obra. Un productor de Hollywood le compró los derechos del libro y produjo una gran película, que obtuvo un enorme éxito mundial. El nombre de David Freire era ya reconocido en todo el planeta como el de uno de los más grandes escritores del siglo XX; pero David no le daba a eso mucha importancia. Jamás perdió su humildad. Para él, el mayor triunfo de su vida, su obra maestra, era que su adorada Amelia se hubiera enamorado de él y siguiera amándolo cada vez más durante el paso de los años. Haber fundado un hogar juntos, sus tres hijos, su preciosa casa de Versalles... pero no, no había sido él el creador de la obra maravillosa de su vida, había sido un logro absoluto del destino.




ALGO MISTERIOSAMENTE BELLO 
Pasajeros Del Destino


EPÍLOGO

Yolanda García Vázquez
Derechos de autor reservados



Una noche de 1972, David con casi 53 años, asistió a una gran cela de gala en Londres a la que había sido invitado. Amelia no había podido acompañarlo, pues estaba muy ocupada preparando la boda de su hija Clara Isadora. Amelia siempre le acompañaba en sus compromisos sociales, pero aquella era la excepción. David sentado junto a una lujosa mesa estaba rodeado de príncipes, políticos y personalidades de todo el mundo. También había alguna que otra estrella de cine. Durante toda la cena se había sentido algo melancólico, pues sólo disfrutaba de las cosas si ella estaba a su lado. Un príncipe árabe intentó conversar con él en inglés, pero el sólo le respondía educadamente con monosílabos. Ojalá acabara pronto aquella cena y pudiera marcharse pronto a su hogar.
Miró su reloj inquieto, de repente la orquesta como respondiendo a su subconsciente, tocó "El humo ciega tus ojos". David como movido por un resorte se levantó de la mesa y se dirigió a un rincón del gran salón. Algunas parejas bailaban.
Todos lo observaron. Se había convertido en un hombre maduro muy atractivo, pero su mayor encanto, solían decir, eran aquellos eternos y elocuentes silencios... Nunca hablaba mucho de su vida, sólo sabían que había sufrido muchas penurias en sus comienzos y que su esposa era la inspiración de toda su obra.
Mientras sonaba aquella hermosa melodía de Jerome Kern, David Freire recordó aquella noche de 1946 , en la estación de trenes de Oviedo, cuando encontró tirado en el andén, "algo misteriosamente bello, el pañuelo de Amelia.
A ella se lo debía todo, pensaba mientras acariciaba el pañuelo de seda. El aroma de violetas del pañuelo hizo que se le embriagara el corazón de felicidad. Vio en su mente, el rostro de Amelia, tan hermosa como ayer, tan bella como él la imaginó en sueños y tan fascinante como la primera vez que vio su rostro aquella noche en la cantina de "Siete encinas".

Cualquiera que le observara, allí de pie, con su frac, tan alto y apuesto; famoso y respetado en todo el mundo, nadie hubiera creído la historia de aquel joven que fue; enfermo y asustadizo, eternamente aterrorizado ante la vida y ante los demás.
Todo aquello había sido tragado por la niebla del tiempo...
Un camarero le ofreció una copa de champán, él nunca bebía, pero quiso brindar por aquella noche mágica en que Amelia aceptó su amor. Alzó la copa de champán y también brindó por sus hijos, por su hija Clara que pronto se casaría con un pianista francés.
Un periodista americano se acercó a él. Era joven y parecía amable
- Señor Freire.. - le dijo el periodista - Disculpe, ya sé que no le gustan mucho los periodistas, pero he leído casi toda su obra, y siento una gran admiración por usted y por su estilo literario, que considero propio de un genio.
David sonrió tímidamente
- No se preocupe.. - le contestó - y... no es cierto que no me gusten los periodistas, es que como sabrá, suelo hablar poco. No tengo mucha facilidad de palabra, y todo lo que tengo que decir lo expreso mejor en mis libros.
El joven periodista continuó sin darse por vencido
- Bueno, perdóneme entonces. Ya sé que sus comienzos fueron muy difíciles. No tema, no voy a entrevistarle. Sólo quiero saber una cosa, una nada más. - prosiguió intrigado  - A lo mejor le parece una tontería, pero he observado que cuando usted está en público, a veces, y distraídamente, acaricia un pañuelo. Me he dado cuenta que siempre parece ser el mismo pañuelo. Verá, yo estaba en la cena con el embajador de Estados Unidos en París, hace un año y usted tenía en sus manos ese mismo pañuelo, igual que ahora. Lo saco a colación porque en su célebre novela : "Un extraño en el andén" relata usted algo sobre un pañuelo de seda y me llamó poderosamente la atención. Además ese pañuelo que usted lleva siempre, es de mujer y bastante delicado; lo que quiero preguntarle es si es una especie de amuleto, o para usted tiene un valor sentimental.
David rió para sus adentros. Un periodista siempre será un periodista.
Nunca le había contado a nadie la historia del pañuelo de seda. Era un secreto entre su mujer y él. Solamente su hija Clara conocía aquella historia. Se la contaron cuando ya era una adolescente, ya que siempre había sido muy observadora, pero nadie más lo sabía. David había hecho una especie de guiño literario a Amelia al relatar en su famosa novela algo referente a un pañuelo de seda perdido en una estación de tren; pero era algo que sólo ella, su hija y él, podían descifrar; y ahora, este avispado periodista americano había dado en el clavo. David guardó silencio unos instantes.
- Si le dijera la verdad... - añadió cortésmente - usted, no la creería. Es demasiado fantástica e increíble.
El periodista aún más intrigado y con fingida emoción afirmó :
- ¡Siempre creeré la palabra de un poeta!
- Gracias - contestó David
Le caía bien aquel joven, y los bellos recuerdos le habían animado
- ¿Cree usted en el destino? ¿no...? Bueno, no importa... porque este hermoso pañuelo de seda cambió por completo mi vida. Sin duda le parecerá una tontería, una pequeñez, o tal vez las manías propias de un escritor, pero a este delicado trozo tela le debo todo lo que soy. Pensará usted que tal vez debo de estar chiflado. Los jóvenes de hoy se ríen del romanticismo y de todo aquello que tiene que ver con el más allá...
- No, no, en absoluto. Siga hablando, porfavor - continuó intrigado el periodista
Pero David reflexionó; No, jamás le contaría a nadie su secreto. Era solo suyo, de Amelia y de su hija, y además a nadie le importaba. Era algo tan misteriosamente bello, que nadie lo comprendería.
Pero le caía muy bien aquel joven periodista que obserbaba a David con curiosidad a través de unas pequeñas gafas. Se lo revelaría de otro modo, de una forma tan vaga que sólo un espíritu afín podría comprender.
- Es un secreto... - prosiguió David - pero le daré una pista... ¿se acuerda de aquel pasaje de "Un extraño en el andén", el momento en que un anciano pordiosero se encuentra un pañuelo en la estación de trenes de Nueva York ; pues sustituya esa ciudad por Oviedo, y al anciano pordiosero por mi cuando tenía 26 años y entonces si es usted un poco romántico y tiene una mente de altos vuelos quiza pueda comprender...
- Entonces... dijo el periodista asombrado - ¿su célebre novela es una autobiografía encubierta?
David volvió a sonreir
- ¡Oh, no! En absoluto. Sólo en el pasaje de la estación de tren, porque me sucedió algo parecido. Al pordiosero le dio mucha suerte encontrar aquel pañuelo y a mi también... - concluyó David
El joven periodista se quedó boquiabierto. No había entendido nada. ¡Estos escritores y sus juegos de palabras! Tendría que releer la célebre novela. Le hubiera gustado preguntarle más cosas a aquel enigmático escritor español, al que consideraba un genio, pero como todos los genios, debía estar un poco chiflado.
David Freire después de aquella breve conversación con el periodista americano se despidió cortésmente de todos y se alejó de allí camino de su hotel. Debía recoger su maleta y prepararse para el largo viaje hasta su hogar. Tenía que coger el tren esa misma noche, rumbo al aeropuerto que le llevaría junto a Amelia y sus hijos.

Una vez instalado en su compartimento del tren vio alejarse aquella estación de Londres.
¡Como le gustaban las estaciones de tren! ¡cuántos bellos recuerdos le traían!
La niebla nocturna parecía querer acaparar todas las cosas con su halo mágico, ofreciendo un espectáculo fantasmal y profundamente hermoso.
Se sintió muy comodo y recordó otro viaje en tren hacía más de 25 años... cuando pensaba que la vida había acabado para él...
Y se vio a si mismo tan asustado y vulnerable, tan enfermo y ajeno para el mundo.
¡Como había cambiado su vida desde entonces!
Volvió acariciar su amado pañuelo de seda.

La noche estaba propicia para dejarse envolver por los recuerdos.. y recordó los primeros años de su vida, ahora ya sin ningún rencor, y sin ningún dolor ; y volvió a reírse de todos sus antiguos miedos; y sintió que todos los sufrimientos de su juventud habían sido el camino a recorrer para poder disfrutar del amor más maravilloso y verdadero del mundo.
¡Oh, Amelia! ...Bendijo en su interior todos los padecimientos que lo llevaron hasta ella.
El amor se llamaba Amelia.. ¡Qué afortunado había sido!
y pensó en una futura novela.. ¿qué tal si esta vez relataba toda su vida de forma encubierta? El periodista le había dado la idea. Contarlo absolutamente todo, sin obviar nada. Nadie más que Amelia y él lo sabrían. Sería una gran novela, su propia vida. ¿Qué título le pondría..? y comenzó a pensar ... ¿Palacios en los charcos, tal vez? No, demasiado rebuscado... algo más sutil, más... y de repente surgió... "Algo misteriosamente bello"; Sí, sonaba bien. Le gustaba. La historia de su vida.
Desnudaría por completo su alma en aquella novela.
Aspiró de nuevo el perfume del pañuelo de seda.
¡Las violetas de Amelia!
Y regresó en el tiempo hasta aquella mágica noche, 25 años atrás, cuando en la estación de trenes de Oviedo, tropezó con algo misteriosamente bello en el suelo del andén, y a partir de aquel instante su vida comenzó a cambiar. El artista que había llevado en su interior vio la luz que habría de llevarle a culminar la obra de su destino.

Todo estaba conectado.


FINAL


YOLANDA GARCÍA VÁZQUEZ
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1988 - 2018

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