UN CAFÉ, LA LLUVIA Y TÚ

Primera Parte

UN CAFÉ, LA LLUVIA Y TÚ

Yolanda García Vázquez


(Primera Parte)


¡Quiero estar sola..! repitió en voz alta y apagó la televisión.

Aurora acababa de ver una película antigua que habían echado esa noche por la segunda cadena, y tenía aún los ojos húmedos de haber llorado.

No recordaba las veces que había visto Margarita Gautier de 1936, pero si recordaba la primera vez que la vio.

Tenía 15 años y había hecho novillos aquella tarde para poder verla en el viejo cine de su pueblo.

¡Cuanto había llovido desde entonces..!

Intentó evocar aquel momento y con los ojos cerrados se vio a si misma sentada en una incomoda butaca, temblando de miedo, visiblemente emociónada.

Recordó el mágico instante de apagarse las luces de la sala, descorrerse las gruesas cortinas que cubrían la pantalla y aparecer el león de la Metro, anunciando que el espectáculo iba a comenzar.

Nunca pudo comprender la fascinación que ejercían sobre ella aquellas viejas películas en blanco y negro y porqué extraña razón se identificaba tanto con aquella bella y enigmática estrella de cine que siempre parecía flotar sobre el éter. Se había retirado del cine a los 36 años, apartándose del mundo y de todos, rogando una sola cosa, que la dejaran sola.

Greta Garbo, la mujer de los silencios elocuentes, había roto las amarras que la retenían en un mundo que no era el suyo, y durante años vivió recluida en su soledad, observando con indiferencia a los curiosos tras sus gafas oscuras; refugiándose para siempre en su universo sutil y etéreo, como su propia sombra.

"Quiero estar sola" era la frase fetiche que pronunciaba la célebre actriz sueca en todas sus películas; para la joven Aurora de 15 años, aquella frase implicaba toda una declaración de intenciones, pues al igual que la diva de la pantalla, ella deseaba lo mismo, que la dejasen en paz, en su mundo, con sus rarezas y peculiaridades. Sola y libre para soñar su propia vida, al igual que su heroína de la pantalla.


Aurora, una chica de provincias creció en la España franquista, donde las muchachas eran educadas para casarse y tener hijos; saltarse esa norma era todo un desafío para una sociedad que marcaba los patrones a seguir por sus mujeres. Revelarse contra eso era aceptar ser tildada por su entorno como un "pez raro", y aunque no era agradable verse alienada de los demás, era la mejor opción para poder dar rienda suelta a todo su mundo interior. Ella escapó hacia dentro, al igual que Greta, sin dar ningún escándalo, en silencio. Nadie supo nunca de su huida, pero escapó.

Se evadió por los pasadizos de los sueños, dando forma a todos sus secretos anhelos y vivió de espaldas a un mundo que era hostil con ella, creándose uno propio, más acorde con su verdad interior.
Tal vez no fuera casualidad que Greta Garbo hubiera fallecido aquella misma semana y ella fuera a cumplir 50 años. Podría decirse que la vida había pasado fugaz y al mismo tiempo con insoportable languidez. Era el precio pagado, por haber escogido como compañera, su propia soledad. Poco importaba eso ahora, la madurez había llegado y tenía que aceptarlo, le gustase o no.

 
Dio la luz del saloncito y encendió un cigarrillo.

Miró el viejo reloj de cuco. Eran las dos y media de la mañana.

No importaba mucho, ya que al día siguiente no tenía que ir a trabajar.

Presentía que el fin de semana sería largo y tedioso.

Se asomó a la ventana. Una fina cortina de lluvia se dejaba caer contra los cristales. Le gustaba la lluvia, pero precisamente aquella noche se le antojaba inquietante, como el presagio de que algo triste y perturbador estaba a punto de suceder.

Aurora se miró en el espejo; sus cabellos grises caían sin forma alguna sobre sus hombros.

¡Que vieja se sentía..!

Tan lejana de aquella muchacha que suspiraba al ver a Robert Taylor besar a la Garbo moribunda en la última escena de su película favorita.

En una cosa no se equivocó Aurora en su adolescencia, el amor era absolutamente imposible en el mundo real, de eso estaba segura, pues sólo en la tierra inconquistable de los sueños podía manifestarse con total plenitud. Así que de nada tenía que reprocharse.

Sin embargo desde hacía un tiempo se sentía presa de una insoportable angustia, que achacó a la temida crisis de los 50, debía ser eso o tal vez, el resurgir de aquellos viejos fantasmas que la atormentaban cada cierto tiempo, fuera lo que fuese, pasaría como pasaban todas sus tormentas.

Era ya primavera, y siempre se sentía más susceptible y vulnerable en esta época del año.


Aurora vivía en un pisito de alquiler de un viejo barrio de Madrid. No tenía familia, ni amistades cercanas. Ahora que iba a cumplir medio siglo de vida le preocupaba obsesivamente el hecho de no tener prácticamente a nadie en el mundo, nadie que se ocupase de ella en el caso de que perdiera su puesto de trabajo, o cayera enferma. De nada le servirían los sueños cuando no pudiese valerse por si misma, y ese hombre que de tanto soñarlo y esperarlo se había convertido en un espectro que inundaba las paredes amarillentas de su casa, ese hombre que nunca existió se le hacía ahora más necesario que nunca.

Pero no debía pensar en eso esta noche, no podría soportarlo...

Puso la radio de su mesita de noche, siempre le relajaba escuchar la radio antes de irse a dormir. Sin embargo aquella noche ningún programa lograba interesarle, giró el dial del aparato con la esperanza de encontrar una voz que lograra salvarla de aquella noche.

Cerró los ojos y se dejó llevar...

¡Que maravilloso sería dormir durante horas y horas..!

De repente sintió un pinchazo en el corazón, la envolvente melancolía de "En un mercado persa" inundó su habitación.

¡No podía ser..!

Tragó saliva, ¿porqué tenía que escuchar aquella música precisamente esa noche..?

Era increíble como aquella melodía sacaba a flote tantos recuerdos...

Sólo ella sabía lo que sucedía cuando aquel aluvión de retazos del pasado emergía en el nadir de su madrugada.

Si, lo presentía, el camino hacia la mañana sería largo. Debía haber estado preparada después de haber vuelto a ver aquella película. Cuando se estresaba le entraba un apetito voraz, como autodefensa ante el ataque emocional que iba a recibir.

Se levantó de un salto y fue hasta la pequeña cocina.

Se preparó dos emparedados y un vaso de leche.

La tormenta había arreciado y la lámpara del pasillo parpadeaba con laxitud.

Aurora sentía que la tormenta exterior era un reflejo de su propia tormenta interior, y que por alguna razón debía de soportarla, y pasar ese trance,  ya llegarían las horas de calma. Siempre pasaba así. De una forma u otra llegaría a tierra firme. Se conocía demasiado bien a si misma.

 
De nuevo en su habitación respiró. La música había cesado.

Ahora un locutor desconocido leía poemas de Antonio Machado.


"Para escuchar tu queja de tus labios, yo te busqué en tu sueño, y allí te vi vagando en un borroso laberinto de espejos.."


Después de una retahíla de versos de diferentes poetas, una canción de Joan Manuel Serrat la sumió en un estado de ensoñación.

Tenía la vaga sensación de que todas las emociones que estaba experimentando aquella noche formaban parte de un misterioso puzzle y que encontraría la solución cuando amaneciera.


Aurora finalizó su improvisada cena, encendió otro cigarrillo y se acomodó en su butaca frente a la ventana.

"Noche de lluvia, noche de lágrimas", pensó.

Había leído esa frase en algún libro.

Tras los cristales se percibía la noche húmeda y solitaria. No había forma, su ansiedad no menguaba.

De pronto desde la radio el locutor volvió a hablar.

Rogó a todos los oyentes que estuvieran escuchando el programa a esas horas, que lo llamaran por teléfono e iniciar así una conversación.

Ella siempre se había reído de esa gente que llamaba a la radio para contar sus problemas e inquietudes a un extraño.

Miró el número de la frecuencia, no conocía aquel dial. Debía ser otra de aquellas emisoras comunitarias que emitían sin permiso. Últimamente estaban de moda; aunque tan pronto como las abrían, una orden judicial las cerraba. La mayoría de esas radios piratas se convertían en alegatos a favor de la anarquía y la república; aunque esta parecía ser totalmente diferente.

Un rayo iluminó su habitación y Aurora tembló.

Era ese miedo de naturaleza desconocida que cada cierto tiempo la agobiaba.

Sin saber porqué sintió un extraño deseo de comunicarse con alguien, fuera quien fuese.

¡Qué más daba!

La madrugada era dura e implacable.

Necesitaba hablar con alguien para evitar su naufragio.

Apuntó apresuradamente el teléfono de la emisora sin tener muy claro si llamaría o no.

 
"Cuentame tus secretos, aquello que no te deja dormir. No le tengas miedo a la noche, quiero ser tu confidente.. "

Era la voz del locutor invitando a que lo llamaran por teléfono.

"Bueno, no tengo nada que perder.."- se dijo a si misma.

 Apagó el cigarrillo a medio encender, descolgó el auricular del teléfono y con los dedos temblorosos marcó el número de la emisora.

Espero unos largos segundos, apagó la radio y cuando estaba a punto de colgar escuchó una voz al otro lado del hilo telefónico...


- Buenas noches, ¿quién es..?


Con el corazón desbocado Aurora tragó saliva.

Por unos instantes pensó que se había quedado muda y con una voz que no pudo reconocer como la suya contestó:
- Bu..Buenas noches...Soy..yo...

- ¡Muy bien! ¿Prefiere darme su nombre o utilizar un seudónimo..? - a través del teléfono la voz del locutor era más cálida y agradable
No supo qué contestar. Por supuesto que no iba a dar su nombre.

Al cabo de unos segundos dijo :
- Llámeme simplemente..Melancolía... 
- Encantado, Melancolía.. ¿Qué es lo que le ha impulsado a llamar..?
Aurora titubeó.

No sabía que decir, pero algo tenía que contestar.

Dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
-Acabo de ver una película de Greta Garbo...- Se paró dándose cuenta de lo ridículo de la frase
- ¡Ya..! Y le ha traído muchos recuerdos..¿no es cierto..? - preguntó el hombre
Ella guardó silencio unos segundos.

El locutor había dado en el clavo.
-Si..eso es.. Me ha hecho sentirme vieja y solitaria..- esta última palabra la pronunció poniendo un énfasis especial.


Otro silencio sepulcral


- Entiendo. Y por lo que percibo en su voz no es una soledad deseada...
Un motorista cruzó de repente por la avenida.

Aurora miró el reloj de la mesilla; eran todavía las tres de la madrugada.

No recordaba una noche tan larga como aquella.

No sabía qué decir.
-Bueno, verá, es algo difícil de explicar.. Hubo un tiempo en que la soledad era para mi algo deseable... - se paró para encender otro cigarrillo. Continuó hablando - Ahora..se ha vuelto contra mi...
Y de nuevo el silencio suspendiendo en el aire la agobiante realidad
- La soledad, deseada o no, siempre se vuelve contra nosotros...- El locutor habló dando a sus palabras un extraño matiz. - Oiga, Melancolía.. ¿Sigue usted ahí..?


Aurora salió de su ensimismamiento y contestó rápidamente.
- Si, si..Por favor no me cuelgue...
- No pienso colgarle. Me interesa lo que dice. Siga si es tan amable.
Ella volvió a titubear. Pensó en la gente que podía estar escuchando el programa a esa hora. Mejor que no siguiera hablando, seguro que luego se  arrepentiría. Era preferible enfrentar aquella amargura como siempre lo había hecho, y sin embargo sentía la imperiosa necesidad de ser escuchada.
- Es que no se qué decir..
- Cuénteme lo que quiera. Estoy aquí para escucharla. Veamos, ¿le parece bien que hablemos de música? ¿Qué tipo de música le gusta?
-¿A mi..? Pues no sé.. Toda la que me gusta me hace llorar...
- ¡Mujer..! Si que está usted deprimida esta noche. No pienso despedirla hasta que suelte una carcajada.
Aurora comenzó a impacientarse. Aquel hombre parecía estar burlándose de ella.
- No le he llamado para que me haga reír o para que me anime la noche, si no para que me escuche.
Esta vez el silencio fue más largo e intenso.

Aurora percibió la respiración del hombre al otro lado de la línea telefónica.
- Lo siento, Melancolía, pero veo que tampoco quiere contarme nada...- se excusó él
- Perdone, es que estoy muy nerviosa. Es la primera vez que hablo por la radio...
Un relámpago la hizo saltar de su butaca; tuvo un extraño presagio.


- ¿Radio..? ¿Qué radio..? Esto no es ninguna emisora de radio...
Por unos momentos pensó que el hombre bromeaba de nuevo. Le estaba tomando el pelo, eso era. Le estaba bien empleado por hablar con desconocidos. Colgaría enseguida.

Una sonora carcajada sonó desde el otro lado del teléfono. Aurora se sobresaltó.
- ¿Porqué se rie? ¿Adónde he llamado..? ¿Quién es usted..? - le espetó indignada
- ¿No me ha reconocido..?
Se quedó paralizada. ¿Qué estaba pasando?

Otra vez aquella inquietante sensación de irrealidad; como una nube de confusión que bajaba desde su cerebro hasta su corazón.

Trató de calmarse, respiró profundo y volvió a hablar.
- Ignoro qué clase de broma o juego se trae usted entre manos, pero yo estaba escuchando un nuevo programa de radio, en el que el locutor dio este número de teléfono, al que acabo de llamar, para tener una conversación. ¿Es usted el mismo hombre que escuché por la radio..?
Aquellos eternos silencios parecían expandir el tiempo.

- Tranquila, mujer. Soy el mismo..- contestó él en tono conciliador
- Entonces, ¿porqué me ha dicho antes que eso no era una emisora de radio..? ¿Acaso pretende asustarme?
Tal vez aquella lluvia sería eterna, como la noche y la mañana nunca llegaría..
- Porfavor, no se enfade conmigo, Melancolía. Me entendió usted mal. Dije eso porque esto no es una emisora de radio legalmente establecida. No sé si me entiende. Tampoco es una emisora de radio. Hablo a través de un complejo aparato de música. Soy radioaficionado y emito en una frecuencia muy baja. Sólo se me escucha en una manzana a la redonda. El programa que estaba escuchando lo fundé hace unas semanas, y lo hice expresamente para..usted...Sabía que me llamaría..


Aurora enmudeció de repente.

Debía estar soñando. Dentro de poco despertaría y se encontraría mejor.

Su corazón comenzó a latir con fuerza.

El misterioso hombre continuó hablando. Ella le escuchaba desde otro universo.

Nada era real. Ni siquiera el dolor que sentía.

 
- Te reconocí enseguida...porque sólo tú puedes seguir siendo tú...Sentada en tu sofá..viendo aquella vieja película que viste tantas veces...Te hice una señal, pero no me reconociste. Sumergida en tu tristeza y en tus sueños, como siempre...Sin embargo sentía tus ojos clavados en los míos, como entonces...Lo más triste de todo es que te vi llorar como una niña... ¿Aún no sabes quién soy..? Soy tu adorado y fiel Armand Duval.



El hombre colgó el teléfono y Aurora se quedó petrificada con el auricular en la mano, mientras un velo de niebla y palabras sueltas cerraba sus ojos sumiéndola en un profundo y perturbador sueño.

 
Se durmió al despuntar el alba. Hundida en un torbellino de ambiguas sensaciones se dejó llevar al reino de Morfeo.

Un nombre se repetía en su cerebro sin cesar :

¡Armand Duval..! El joven amante de la dama de las camelias...

Arman Duval con el bello rostro de Robert Taylor.

Se veía a si misma como Margarita Gautier, con la cara de Greta Garbo, abrazada a su querido Armand, haciendo planes para el futuro. Después seguía siendo Margarita, pálida, enferma de tuberculosis, presintiendo su final y llamando a Armand para dejarse morir en sus brazos. Luego la moribunda Margarita recobraba la salud  y se transformaba en ella misma a los quince años, paseando por un laberinto de espejos, llorando y repitiendo sin cesar:

 "Quiero estar sola.. Quiero estar sola..."



Segunda Parte



La lluvia parecía ser el testigo silencioso de la apatía que se instalaba en la ciudad cada lunes por la mañana. Aurora estaba sentada en el frío vagón de un tren de cercanías, que a las 7 de la mañana todavía no iba muy lleno.

Tenía el cuerpo entumecido y la sensación de haber despertado de un largo y pesado sueño. Ahora debía enfrentarse a la monotonía de un día laborable, en aquella gris oficina de las afueras.

Su trabajo de secretaria no le satisfacía mucho, pero le proporcionaba el dinero justo para su manutención. Tal vez algún día podría dedicarse a su auténtica vocación, la escritura. Todavía no era demasiado tarde.

Se distrajo mirando el paisaje lluvioso y cerró los ojos pensando en todo lo acontecido la madrugada del viernes. Tenía la absoluta certeza de que no lo había soñado, sin embargo aquella misteriosa conversación con el radioaficionado había mantenido en vilo su espíritu durante las últimas 48 horas.

Después de la última parada habían subido más pasajeros al tren.

Aurora se acurrucó en su asiento y de pronto una voz ligeramente familiar la sacó de su letargo.

Abrió los ojos y dio un respingo.

¡No podía ser..! ¡Era increíble..!

Aguzó sus oídos y ya no tuvo ninguna duda. Era la voz del misterioso locutor con el que había mantenido aquella sorprendente charla la noche del viernes pasado.

Giró su cabeza y de espaldas a ella había un hombre de pie conversando con el revisor.

La misma textura de la voz, profunda y con un acento característico, y el mismo modo pausado de hablar. Aurora podía reconocer una voz al instante, al igual que un fisonomista podía reconocer un rostro. Era la misma voz, no cabía duda.  Su oído y su intuición no le engañaban nunca. Todo su ser tembló. No sabía qué decisión tomar. Pensó en apearse en la próxima estación. 

No podía ver su rostro, ya que le daba totalmente la espalda. Era muy alto y delgado. Llevaba una gabardina y de refilón pudo observar que su sien derecha estaba ligeramente plateada. Era de mediana edad y parecía encontrarse de buen humor aquella mañana.

Aurora se ocultó tras sus gafas oscuras y agachó la cabeza cuando el hombre pasó junto a ella para sentarse en un banco libre del fondo. Transcurridos 15 minutos el tren hizo una parada y el misterioso caballero salió.

Después de un breve intervalo que a ella se le hizo eterno decidió salir detrás del hombre. Una gruesa capa de lluvia la empapó casi por completo. Abrió su paraguas y caminó con paso firme hasta donde se encontraba el hombre, que se había resguardado de la tromba de agua bajo el toldo de un kiosko.

De nuevo se hallaba de espaldas a ella. Acababa de encender su pipa, y Aurora con actitud determinante tiró de la manga de su gabardina. El hombre se giró visiblemente contrariado.
-  ¿Qué quiere..? ¿Quién es usted..? - le espetó
- ¿No me reconoce..? Soy Margarita Gautier..o si lo prefiere Melancolía..- contestó ella con tono triunfal.


Después de un pequeño lapso de tiempo que los dos aprovecharon para estudiarse mutuamente, el hombre le sonrió levemente, inclinó la cabeza con gesto de cortesía y le ofreció su mano. Aurora observó un extraña luz en sus ojos, debía tener la misma edad que ella. Iba impecablemente vestido y parecía tener prisa. Ella estrechó su mano y le dijo intrigada :

- Creo que me debe usted una explicación...
El hombre asintió; encogió sus hombros y señaló la copiosa lluvia que estaba cayendo. Volvió a sonreír y con  gesto infantil le dijo:
- No es este el lugar más apropiado. ¿No le parece..?
Sin pensarlo dos veces cogió a Aurora del brazo y cruzaron la calle hasta la pequeña cafetería de la esquina. Ella se dejó guiar dócilmente, ya que necesitaba conocer el misterio de aquella llamada telefónica. No le importaba llegar tarde a la oficina, con tal de desentrañar aquel enigma que la mantenía en ascuas.


Se sentaron junto a la ventana, el recinto estaba casi vacío. El familiar aroma del café estableció una agradable conexión entre los dos.
- ¿Para qué quiere saber nada..? ¿No es preferible dejarlo todo como está..? Además, usted no lo entendería..ni yo mismo lo entiendo del todo... - empezó él con expresión divertida
- Yo lo único que quiero saber es quién es usted y porqué razón me gastó esa broma la otra noche. ¿Sabe que me ha tenido asustada todo el fin de semana? - le dijo ella desafiante.
- Ya se lo dije. Soy Armand Duval.. y no fue ninguna broma. Siento mucho haberla asustado. No fue esa mi intención. - contestó el hombre sorbiendo su taza de café.
Aurora comenzó a impacientarse; de nuevo sorprendió aquella expresión divertida en los ojos del desconocido que comenzó a silbar distraídamente :

 "En un mercado persa"


- Porfavor, me esta poniendo nerviosa. Deje de silbar eso, ¿es que me quiere volver loca? ¿Intenta hacerme luz de gas? - le increpó ella
El hombre guardó silencio. Se miraron con inquietud y perplejidad
- ¡Está bien! Usted gana señorita..Melancolía. - Dijo él con tono diferente, y mirándola como si se encontrara en otro planeta - Voy a contarle una historia. Todo empezó una tarde hace 25 años. Ha llovido mucho desde entonces, ¿no es cierto? Yo acababa de cumplir 17 años, y por numerosas razones me encontraba en un estado de profunda amargura y desesperación. Ya sabe a esa edad se magnifican mucho las cosas. Por lo que fuera me sentía hundido, atrapado, y terriblemente solo. Tenía que tomar una decisión, pero me veía incapaz de afrontar cualquier cambio en mi vida, no veía ninguna salida. Estaba pasando una temporada con mi familia en un viejo pueblo de provincias - hizo un alto para mirarla fijamente - Si, esos pueblos de la España profunda donde todo el mundo sabe todo de los demás, excepto yo, que era un forastero. Aquella tarde necesitaba tiempo para pensar. Me sentía muy agobiado, así que decidí meterme en el cine para calmar mis nervios. Nunca olvidaré la película que echaban, era: Margarita Gautier, de 1936 - de nuevo hizo otro inciso para observar la reacción de Aurora que lo miraba absorta - Me senté en una butaca. El cine estaba casi vacío...Al principio no presté mucha atención a la historia que me estaban contando en la pantalla, aunque luego fui adentrándome y me descubrí a mi mismo profundamente conmovido por aquel viejo melodrama. Recuerdo que en un momento de intensa emoción me sobresaltó el llanto de una chica que estaba sentada detrás de mi...Me llamó la atención, ya que parecía muy joven, una adolescente. Iba vestida de un modo un tanto infantil, no era muy bonita, pero había en ella algo profundamente doloroso y perturbador...Era como si...

Volvió a guardar un profundo silencio. Esta vez era ella la que lo miraba de forma extraña, como si contemplara por primera vez un cuadro que había estado oculto durante años en lo más profundo e íntimo de su ser.

- Aquella chica desconocida me hizo sentir algo extraño..Verá...  lloraba con tal desesperación y abandono que sentí el impulso de intentar hablarle, aunque lo cierto es que no tuve valor. No sé bien cómo explicarlo, pero sentí que su dolor era también el mío. Aunque era una completa desconocida, la sentí muy cercana a mi, no sé si me entiende..¿Empatía..? ¿Simbiosis?¿O que vi en ella algo de mi mismo que no conocía..? No sabría decirlo con exactitud. Lo cierto es que me impresionó profundamente. No sería exagerado decir que fue un revulsivo para mi, ya que tomé la decisión que había pospuesto durante mucho tiempo aquella misma tarde, después de salir del cine. Ya ve, nunca olvidé esa tarde, aquella película, y aquella chica...

Otro profundo silencio quedó suspendido entre los dos, esta vez mucho más intenso que los anteriores

- Fue después de aquello cuando decidí romper con una vida que ya tenían prefabricada para mi desde mi nacimiento, y al igual que la Garbo rompí las amarras y decidí seguir mi propio camino. Reconozco que no fue fácil. Tropecé con muchos inconvenientes, pero lo hice todo como dice la canción : "A mi manera". Me convertí en escritor, mi verdadera vocación, y aunque no alcancé el éxito soñado, pude aprender a mantenerme por mi mismo. Publiqué un par de libros que se vendieron muy mal, pero alcancé lo que me había propuesto, renunciar a un maravilloso porvenir, anclado en una insoportable opulencia, asfixiado por la tradición, el lujo y la comodidad. A cambio logré mi libertad, la ansiada libertad. Si, aquella lejana tarde de 1965 algo sucedió dentro de aquel muchacho inquieto e inseguro, y..usted tuvo mucho que ver... Al contemplar su desolación delante de la pantalla, comprendí que de un modo u otro todos estamos solos en este mundo, solos en nuestro dolor, en nuestros sueños, en nuestro interior, y que el tren de la vida sólo para una vez.. ¿Me comprende..?
Aurora tenía los ojos anegados en lágrimas. Algo de lo que le había contado el hombre se parecía a su propia existencia. Aunque aún quedaba algo, la pieza que encajara en aquel extraño mosaico, ella comenzaba a atar cabos, ahora todo cobraba sentido.
- Espero que no se enfade mucho conmigo, Aurora..- ella abrió los ojos desmesuradamente
-¿Cómo sabe mi nombre..?
- Sé mucho de usted. No se escandalice, porfavor. Creo que después de lo que le he contado eso carece de importancia. A mi puede llamarme Armando. Es mi verdadero nombre. - continuó el hombre - ... Ya le he dicho que nunca olvidé a aquella chica triste y solitaria. Pasó el tiempo, y con él media vida se esfumó ante mis ojos, casi sin darme cuenta. Ya ve, no voy a contarle los pormenores de mi existencia cotidiana, una vida corriente, igual que la suya. Con el tiempo aprendí que lo importante en la vida no era triunfar, ni ser feliz, ni siquiera ser independiente o libre, lo importante es..vivir..como sea, pero vivir...
Hará unos meses por algún motivo que no voy a contarle regresé a Madrid y hojeando la cartelera leí que en un viejo cine reponían Margarita Gautier. No la había visto desde aquella lejana tarde y sentí la urgente necesidad de volver a verla, esta vez con una perspectiva diferente, claro está. Pero el destino me tenía preparada una sorpresa, ya que junto a mi en el cine, se encontraba una mujer con un asombroso parecido con aquella chica del viejo pueblo. (No ha cambiado usted mucho desde entonces, permita que le diga. Incluso se sigue peinando igual y sigue usando esa boina ladeada tan característica); Cierto es que al principio dudé. Había idealizado tanto a aquella joven, pero algo en su forma de llorar o tal vez un aura que desprendía me recordó a la otra muchacha - la miró fijamente - Hay ojos que no se olvidan, y tampoco luces, y usted emitía una luz especial.  Algo dentro de mi me decía que usted era aquella chica. Me perdonará si le confieso que al salir del cine me tomé la libertad de seguirla y así pude averiguar dónde vivía y cómo se llamaba. No me intérprete mal. No había ninguna oscura intención en ello, sólo quería hablar con usted, aunque sólo fuera una vez. Vagabundeaba por su barrio con la esperanza de verla y entablar una conversación, pero siempre que la veía no me atrevía a dirigirle la palabra. Nunca fui tímido con las mujeres, más bien todo lo contrario, pero delante de usted me siento tremendamente vulnerable, no sé si me entiende. En otra ocasión la observé mientras conversaba usted con una vecina en la cafetería que hay debajo de su casa. Hablaban sobre programas de radio, y usted le confesó a su interlocutora que era una apasionada de la radio, sobretodo de los programas nocturnos, y que se quedaba hasta las tantas escuchándolos. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea. Siempre me atrajo el mundo de los radioaficionados, y desde hacía algún tiempo venía practicando en mi casa con mi aparato de radio. Al principio fue algo complicado, pero con ayuda de un amigo conseguí crear mi propia emisora de radio, ilegal, por supuesto, pero nada malo hacía. A mi no me interesa la política. Como nadie me escuchaba perdí el interés y abandoné el asunto, hasta que la escuché conversar con su vecina sobre su afición de escuchar la radio por las noches. Así que volví a emitir desde mi casa con la esperanza de que alguna vez usted me escuchara. Sentía la imperiosa necesidad de comunicarme con usted, de saber si algo la angustiaba, conocer su verdad interior, aunque no cara a cara, por supuesto; eso hubiera roto el encanto, la magia. Debía ser de un modo diferente. Así que todas las noches hablaba a través de mi aparato de radio, esperando que usted me escuchara por casualidad. Tenía el presentimiento de que más tarde o más temprano giraría usted el dial y me escucharía. Así pasaron los días, al principio de mi aventura sólo me llamaban estudiantes aburridos para burlarse de mi o del programa; ya estaba a punto de abandonar mi empresa cuando la otra noche por arte de magia llamó usted. La reconocí enseguida cuando me nombró la película de Greta Garbo. No sabe la emoción tan intensa que experimenté al tenerla al otro lado del teléfono. Nada más reconocerla desconecté la emisora, para que nadie pudiera oírnos, pero ya ve, usted no quiso contarme nada, y yo tampoco supe qué decir. Se puso usted a la defensiva y yo me inquieté, por eso le colgué. Espero que sepa disculpar mi atrevimiento, pero hay algo en usted que me recuerda mucho a mi mismo, y después de aquella lejana tarde en el viejo cine de su pueblo es como si aquel hilo invisible que unía nuestras almas se hubiera estrechado. Otra vez le pido disculpas. Nunca olvido que soy escritor, por eso le hablo de este modo. - Aurora ya no oponía resistencia, escuchaba embelesada las palabras de aquel hombre, como si toda su vida hubiera deseado escuchar algo así.- Ahora ya sé un poco más de usted. Ya ve, toda la vida intentando ser como Greta Garbo que al final a acabado pareciéndose a ella. No me refiero físicamente, es evidente, (disculpe, no es una crítica; más bien todo lo contrario), sino en su comportamiento y actitud frente al mundo. Usted odia estar sola, pero al mismo tiempo quiere estar sola, ¿no es cierto? Y por alguna razón es lo mismo que me sucede a mi. Creo que somos almas gemelas, eternamente solos y a contracorriente.
Aurora sonrió tímidamente. Él hombre la había dejado sin palabras, no sabía qué decir; se sentía profundamente halagada, pero al mismo tiempo confundida, y con la duda de si todo aquella historia no sería otro de sus sueños.

Miró su reloj. Se hacía tarde. Dio un sorbo de su taza de café. Estaba casi frío. A través de los cristales, la lluvia daba a la ciudad un halo de envolvente misterio, como si todo cuanto sucediera formara parte de un espejismo.

Le hubiera gustado detener el tiempo y que él le siguiera hablando de ella...

Se sentía cómoda escuchando a aquel desconocido, como si se tratara de un viejo amigo.
- Gracias por contarme esta historia, Armando. Me alegro de haberle conocido al fin. Ahora ya tengo algo que contar en mi diario ... - le dijo con tono amable
- Yo también me alegro. Sólo quiero saber una cosa más, ¿porqué la angustia tanto escuchar "En un mercado persa"..? Es una música tan hermosa, tan profunda...
Ella bajó los ojos con expresión melancólica
- Pues..verá, cuando era niña siempre que escuchaba esa música soñaba que algún día cuando fuera mayor, alguien vendría y me llevaría muy lejos..a un lugar maravilloso, donde no hubiera sitio para la soledad y la tristeza. Ya sabe: Sueños adolescentes...Pasó el tiempo, esperé, esperé y nadie vino...
A él le brillaron los ojos intensamente
- Todos hemos soñado algo así alguna vez. Sabemos usando la lógica que ese lugar no existe, pero en nuestro corazón guardamos esa pequeña esperanza. No comprendemos que es el sueño lo que importa, y no la realización del sueño. Vivir es aceptar la vida con todos sus sinsabores, trampas, y obstáculos. Es recorrer el camino lo que importa, no llegar a la meta. Soñar y caminar es nuestro destino...

Aurora asintió. Terminó su café y se levantó. Armando hizo lo mismo.

- Ha sido un placer conversar con usted y verla sonreír por primera vez...- le estrechó la mano, inclinó su cabeza y la miró fijamente - Me voy fuera una temporada. Estaré lejos, pero volveré...Espero que nos volvamos a ver algún día, para seguir intercambiando confidencias, si no hay inconveniente. Ha sido algo mágico...Un café, la lluvia y tú...
Ella volvió a sonreír. Él la miró intensamente antes de salir y desvanecerse con la primera niebla de la mañana.



Aurora de repente sintió frío y la vaga sensación de que acababa de despertar de un largo sueño...

Sabía que no lograría librarse nunca de esa sensación.
Él se había ido, pero volverían a encontrarse...  Eso había dicho.


Cerró los ojos; otro día más, de vuelta al trabajo y a la gris oficina.
Suspiró y continuó su camino...


¡Quiero estar sola, quiero estar sola..!



FINAL


YOLANDA GARCÍA VÁZQUEZ

España 

Derechos de autor reservados

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