NUBES DE MISTERIO





NUBES DE MISTERIO

Yolanda García Vázquez 

España 

Derechos de autor reservados



Primera Parte


Londres 1935

Estación Victoria 


El reloj marcó las nueve en la estación de trenes Victoria. Era una fría mañana de invierno de 1935. Como de costumbre, a esa hora punta, la estación estaba abarrotada. En el andén, un hombre de avanzada edad, abrigado hasta las orejas, andaba apresuradamente para no perder el tren. Iba chocando su vieja maleta con los demás transeúntes. ¡Gracias a Dios, llegó a tiempo! Entró en su compartimento resoplando. ¡Que cansado estaba..! Se quitó el sombrero y el abrigo y se sentó junto a la ventanilla, mientras una anciana le observaba intrigada. Al fin respiró tranquilo. Vio alejarse la ciudad envuelta por la fina neblina matinal. Se había levantado aquella mañana con una indescriptible sensación de angustia. Como si toda la vejez le hubiera caído de golpe. A sus 78 años, Alec Rogers empezaba ya a notar los estragos propios de la edad, y además estaba aquel asunto personal, en el que no quería pensar. En ese momento sólo quería disfrutar de un momento de relajación antes de enfrentarse a sus fantasmas, relacionados con su habitual hipocondría. Comenzaba un largo fin de semana y no debía pensar en nada que le turbara.
Raymond Colbert, que estaba sentado en el mismo compartimiento, frente al señor Rogers, no dejaba de divagar en su fuero interno, " ha sido un caso muy difícil..". Era inspector de policía de Scotland Yard; se acababa de enfrentar a uno de los casos más complicados de su carrera, pero por fortuna, ya estaba resuelto. Al principio parecía imposible que el amable señor Menfrey que regentaba aquella tienda de antigüedades, fuera el chantajista que había embaucado y estafado miles de libras a medio condado. El agente Brown, siempre tan intuitivo, había dado en el clavo, y al fin había logrado su ansiado ascenso. ¡Bien por él! Caso cerrado. Ahora necesitaba unas vacaciones y olvidarse de todas sus responsabilidades. Comenzó a observar al anciano que estaba sentado frente al él, junto a la ventanilla. "El típico abuelo al que sus nietos adoran..", pensó, y por asociación de ideas se acordó de su suegro, y frunció el ceño irritado.


La anciana que estaba sentada junto al señor Rogers, abrió su libro y comenzó a leer. ¡Que aburrimiento! Iba ya por el quinto capitulo y no se había enterado de nada. Para Hortensia Lord, que así se llamaba, la vida era mucho más interesante que la ficción, por lo que su distracción favorita era observar el comportamiento de sus semejantes, y también prejuzgar sus acciones. Para ella todo el mundo ocultaba alguna historia sórdida. Desde que había entrado en el compartimiento no dejaba de analizar el aspecto del hombre que estaba sentado en el rincón. Le inquietaba de una forma especial. Llevaba el sombrero echado hacia delante, y el cuello levantado de su raído gabán ocultaba parte de su rostro. Parecía dormido. ¡Que locura¡ A ella nunca se le ocurriría dormirse en el tren; con la de cosas que pasaban...No, no, ni en broma; Echó otro vistazo a su extraño compañero de viaje. ¡Que aspecto tan desagradable tenía aquel hombre! Seguro que no era de fiar. Últimamente había mucho indeseable suelto. Los jóvenes pensaban que podían hacer lo que les viniera en gana, sin pagar por las consecuencias. La culpa era del cine y de todas las modas que habían surgido al finalizar la guerra.

Hortensia Lord suspiró recordando épocas mejores...


El hombre que era atentamente observado por la señora Lord, se desperezó en su asiento y abrió los ojos. Se encontraba mal. Había dormido muy poco aquella noche. Dio un largo bostezo y estiró los brazos. Se había gastado el poco dinero que le quedaba comprando aquel billete de tren. Richard Doyle, que así se llamaba, volvió a cerrar los ojos, y rió para sus adentros...La anciana del asiento de enfrente lo escudriñaba como si él fuera un peligroso delincuente...Volvió a reír para sí.. ¡Ay, si ella supiera..!


Al lado de la señora Lord se hallaba sentado un joven que debía tener unos 25 años. Arthur Blore, miró inquieto su reloj de pulsera. Ya eran las 10 en punto de la mañana. Se sentía frustrado y resentido con el mundo. Se dirigía a la campiña a pasar unos días en casa de su tía Mildred. La vida en el campo le sentaba bien, al menos eso le decía su médico. ¡Médicos! Estaba harto de ellos, siempre inventándose enfermedades que él no tenía. Lo que él necesitaba era saborear la emoción y los peligros de la aventura, tal y como los describían en las novelas policiacas que tanto le gustaban. Eso pensaba, pero su vida hasta entonces había sido todo lo monótona y aburrida que su débil salud le permitía, aunque algún día, de eso estaba seguro, todo cambiaría. Arthur Blore miró a través de la ventanilla imaginando que viajaba en un tren rumbo a lo desconocido.

 
Al lado del inspector Colbert se hallaba sentado un hombre de mediana edad. Llevaba lentes de cristal grueso, y se hallaba extendiendo el periódico para su lectura. John Sean O'Hara, que así se llamaba no podía negar su ascendencia irlandesa; su aspecto rollizo, sus ojos claros y su fino cabello rubio le delataban, cosa que él llevaba con mucho orgullo. Era un pequeño comerciante que iba a encontrarse con su familia en Dover. Fumaba un enorme puro, mientras con el talón de uno de sus lustrosos zapatos taconeaba ligera, pero intermitentemente el suelo, un gesto nervioso que había heredado de su padre y que sacaba de quicio a su esposa. Hojeando la portada del periódico dio un brinco en su asiento...¡Menuda noticia!, se dijo para si mismo. Acercó más el diario a sus lentes y releyó la noticia principal completamente boquiabierto. El inspector Colbert le pidió fuego mirando de reojo la portada del periódico y también dio un respingo en su asiento.
- Si, tome - le respondió John O'Hara, alargándole la lumbre sin despegar la mirada de la página que estaba leyendo.
- ¡Vaya, esto si que es una noticia! - dijo el inspector Colbert señalando el periódico.

Repitió en voz alta

- William Roberts Arstromg, el millonario americano ha desaparecido misteriosamente.
- ¡Oh, si..! - respondió O'Hara haciendo una mueca - Probablemente lo hayan secuestrado. Con esta gente ya se sabe...
Un silencio sepulcral invadió el compartimiento, sólo cortado por el traqueteo del tren y la respiración de los pasajeros, que en su fuero interno ya iban recopilando datos sobre el famoso millonario.
- ¡William Roberts..! - dijo en voz alta el anciano señor Rogers, recién salido de sus cavilaciones - ¿secuestrado..?
- No, no, no dice nada de eso, caballero - le contestó el señor O'Hara envuelto por el humo de su puro - Desaparecido. No saben nada de su paradero.

- ¡Eso es un notición, señores! Habrá sido la mafia, o un ajuste de cuentas - dijo enérgicamente el joven Arthur Blore, quien era todo un entendido en sucesos e historias policiacas.


Desde su rincón en un extremo del compartimiento, Richard Doyle parecía dormido. El juego que hacían las luces del tren con los equipajes le mantenía en la sombra. Nadie podía ver bien su rostro; él en cambio podía observarlos a todos. "¡Pobres ignorantes..! Se creen todo lo que sale en los periódicos... ¡Así les va..!" Sintió un impulso irrefrenable de reírse de todos ellos, en su cara, y echar por tierra toda aquella maldita pose victoriana que tanto le repugnaba, no obstante, se contuvo. Al cabo de unos segundos, espetó de repente y con tono enigmático :

- Siempre que desaparecece un poderoso, o alguien importante, es una noticia. Si desapareciéramos cualquiera de nosotros a nadie le importaría. Y no digamos cuando le sucede algo a un pobre obrero, yo creo que hasta se alegran. Uno menos, y se frotan las manos, deseando que baje el índice de superpoblación. ¡Que asco de mundo! - y añadió en tono lúgubre - me importa muy poco lo que le suceda a un potentado...

"Que hombre tan desagradable" - pensó la señora Lord con gesto de desaprobación.


En verdad sí que era una noticia muy importante aquella. Wilfred Roberts, padre del desaparecido, había amasado una gran fortuna en América, antes de la Gran Guerra, con su negocio del acero, y en 1920 había adquirido una mansión de la época Tudor, en Newcastle. Se rumoreaba que al divorciarse de su esposa había enfermado de los nervios, y necesitaba de la calma, y el aire puro que sólo la tierra de sus antepasados le proporcionaban. Su único hijo se vino a Inglaterra a vivir con él cuando falleció su madre en California. Tenía 18 años cuando pisó suelo británico por primera vez. También hubo rumores de las malas relaciones entre Wilfred Roberts y el joven William, ya que este culpaba a su padre del triste final de su madre, quien después de una colección de jóvenes amantes que la habían estafado, acabó sus días alcoholizada y repudiada por toda su familia. El carácter del joven William eran tan impetuoso como el de su madre y las discusiones con su padre eran muy frecuentes. No obstante, a pesar de su carácter díscolo e indomable, William Roberts acabó su carrera universitaria y entró a trabajar en los negocios de su padre, en puestos de alta responsabilidad. El patrimonio del padre iba aumentando con el paso de los años hasta convertirse en uno de los hombres más poderosos, ricos e influyentes de Europa. Al morir le dejó toda su fortuna a su único hijo. Todos estos detalles salieron a la luz en los periódicos en 1930, cuando el joven William fue acusado del asesinato de la hija de Sir Laurence Carrington, trágico hecho que conmocionó a la opinión publica. A pesar de algunas pruebas concluyentes, William pudo probar su coartada y con un buen grupo de abogados fue declarado inocente en el juicio posterior. Aunque para la mayor parte de la ciudadanía seguía siendo el único culpable del asesinato de la joven Lillian Carrington, su prometida, que apareció muerta en la orilla de la playa con evidentes signos de estrangulamiento, en la noche de autos. La prensa sacó todo su jugo a aquella terrible historia, convirtiendo el juicio en un circo mediático. William fue absuelto y sin cargos, pero con la condena unánime de la prensa y una gran parte de la sociedad. A pesar de la tragedia y de la recesión económica, el negocio heredado de su padre fue más boyante que nunca, y William Roberts, después de su puesta en libertad, levantó un gran imperio económico, muy superior al de su difunto padre. Su fama cruzó el Atlántico y se convirtió en el soltero más codiciado por las familias elitistas de los Estados Unidos. Después del sorprendente auge de los negocios de William Roberts, la prensa británica obvió por un largo tiempo los dramáticos sucesos de su enjuiciamiento. Ahora, unos años después de todo aquello, saltaba a primera plana de los periódicos la noticia de su misteriosa desaparición...
- La opinión publica llegará a la conclusión de que alguien se tomó la justicia por su mano - sentenció John O'Hara
- Es posible que así haya sido. ¡Aquello no fue un juicio...! - contestó airado el anciano señor Rogers
- ¿Cuándo desapareció? - preguntó intrigado el joven Arthur Blore
- Aquí dice en la noche del jueves de la semana pasada, o sea hace exactamente ocho días - leyó con avidez John O'Hara - Nadie ha vuelto a saber nada de él desde entonces. Dieron parte a la policía este miércoles, y se ha iniciado una investigación. Su mayordomo ha declarado que el señor Roberts le anunció el viernes pasado que iba a cenar con unos amigos, y que regresaría tarde. También declaró que su jefe estaba últimamente muy alterado, y que frecuentaba amistades muy poco recomendables. Diana Suárez, una bailarina cubana, le estaba sacando bastante dinero. Por lo visto era un mujeriego incansable. Hace un mes cumplió cuarenta años. Ha dejado un vasto imperio tras él, en caso de que no aparezca.
- ¡Un asesino y un mafioso, eso es lo que era! - espetó con acritud la anciana señora Lord - ¡Pobre chica..! ¡Aquello si que fue una tragedia! La única hija de Sir Carrington; luego falleció su esposa, y el hombre no lo pudo soportar y...bueno, todos lo leímos en los periódicos. Alguien habrá hecho ahora justicia, sí señor.

Hortensia Lord apretó los labios con acritud

El señor Rogers meneó la cabeza con tristeza mientras decía:

 - Y el muy canalla seguía defendiendo su inocencia hasta hace bien poco. A aquel viejo borracho debieran de pagarle bien para que testificase a su favor. Un esperpento de juicio. Lamentablemente siempre hay gente intocable en este mundo. Muy triste.
El ambiente comenzaba a cargarse con el humo de los cigarrillos y la indignación que subyacía en la conversación. El señor Rogers abrió ligeramente la ventanilla.

- Lo más importante no puede comprarse con dinero...- dijo con profunda amargura Richard Doyle, desde su asiento en la sombra.

Todos le miraron con velada irritación.

El inspector Raymond Colbert rompió su silencio y comenzó a revelar todo lo que sabía del caso

- Fue casi una tragedia nacional, como todos sabemos. Para Scotland Yard fue una tarea verdaderamente complicada, ya que la prensa nos pisaba siempre los talones. Yo entonces estaba en otra jurisdicción, pero mis compañeros en la investigación me mantenían muy bien informado. Por lo que sé se libró por muy poco. En nuestro entorno corrió el rumor de que había una "poderosa mano negra" detrás, entorpeciendo la labor de la justicia.
- Bueno, pues al fin ha tenido su merecido - repitió satisfecha la señora Lord
- ¡Pobre chica! Era muy bonita y además era su prometida. Iban a casarse en un breve plazo de tiempo. ¿Porqué haría algo así..? - dijo con pesar el señor Rogers, quien a continuación se sumió en sus propias reflexiones, cavilando sobre todo lo que recordaba del caso. Al cabo de unos instantes, levantó la cabeza y exclamó en voz alta, sorprendido de sus propias palabras - ¿...y si después de todo, no lo hizo él...? es una posibilidad...¿No creen?
- ¡Claro que lo hizo él! - contestó alarmado John O'Hara - Todas las pruebas estaban en su contra. Fue un simulacro de juicio. La coartada no se sostenía por ningún lado, usted mismo lo ha dicho, y yo opino lo mismo. Ese muchacho nunca estuvo muy bien de la cabeza, eso decían todos los que le conocían.
Transcurrieron unos largos minutos, durante los cuales todos aprovecharon para tener en su fuero interno sus propias cavilaciones sobre aquel trágico suceso y sobre el protagonista de la noticia del día.

Una desagradable voz rompió el silencio reinante...
Todas las miradas se concentraron en él...

- La corrupción siempre planea en las altas esferas - Richard Doyle, el pasajero en la sombra, parecía hablar desde algún lejano sueño. Una profunda sensación de incomodidad se reflejó en los rostros de los allí presentes.

- Creo caballero, - respondió irónicamente el señor Rogers - que la corrupción se instala en todos los estratos de la sociedad. También entre la clase obrera se producen espantosos crímenes todos los días. Lo leemos en los periódicos diariamente. La naturaleza humana es así, por desgracia.
Richard Doyle sin levantar la cabeza permaneció impasible y como si hablara con un interlocutor imaginario, pronunció en tono sombrío :

- ...pero siempre pagan por sus delitos, sean culpables o no. El pobre siempre paga...

El joven Arthur Blore que seguía la conversación ensimismado se aventuró a exponer sus propias hipótesis del caso :

- A mi entender, creo que la misma persona que le estuvo enviando aquellas cartas anónimas durante el juicio, es la misma que ahora se ha tomado la justicia por su mano. ¿Lo recuerdan? La prensa hizo hincapié en ello. Alguien se la tenía jurada... - y añadió entusiasmado - No me negarán que es otra probabilidad...
- Puede que sea así... - añadió el inspector Colbert - pero nada hace pensar que William Roberts esté muerto...
- Tal vez hayan tirado su cadáver al mar - contestó Arthur Blore - Una persona tan importante y conocida, con tanto prestigio entre la élite de la sociedad, con su vasto imperio del acero, y todas las empresas que dependen de él, ya habría dado señales de vida. Créanme en 48 horas anunciarán su asesinato, estoy seguro.
"Cuanta imaginación tienes jovencito, deberías dedicarte a escribir novelas policiacas..." - pensó divertido el inspector Colbert, procurando no reírse.
- Quizá su desaparición no tenga nada que ver con el antiguo asunto, tal vez sea por otras causas...- dijo pensativo el señor Rogers. 
En ese preciso momento el tren atravesó un largo túnel, y el compartimento quedó sumido en una pesada y agobiante oscuridad.


Fue entonces cuando le oyeron, con aquel tono insoportablemente burlón. Ya no podían disimular lo mucho que les desagradaba aquel hombre. Si al menos pudieran verle la cara...
- Damas y caballeros...- dijo Richard Doyle desde su inquietante penumbra - No se crean nunca lo que sale en los periódicos...Lo que no transforman, se lo inventan...Hay que darles basura a las masas para tenerlas contentas. Siempre ha sido así. ¡Canallas...! 

Los corazones de los que allí estaban comenzaron a latir apresuradamente...
Una nube de misterio envolvió el compartimiento de aquel viejo vagón, al salir del túnel.

Mientras el suave repicar de la lluvia golpeaba el empañado cristal, el tren proseguía su viaje...



Segunda Parte



La expectación quedó suspendida en el ambiente...
Aquella dramática historia había sacado a la luz unos fantasmas muy viejos, que parecían haber poseído a los pasajeros.
Afuera arreció la lluvia; pronto se desataría una tormenta. El cielo caía plomizo y amenazante sobre aquella región de Inglaterra.

De nuevo la tortuosa voz cortó el silencio...
- ¡Perro mundo! ¿Qué te hice yo para que me trates así..? - Richard Doyle retornaba desde algún recóndito y oscuro sueño para escupir sus miserias a su interlocutor imaginario - Ya no me sujetarán más tus cadenas...


Todas las miradas volvieron a clavarse en él con profunda desaprobación.
¿Quién se creería que era aquel hombre, de aspecto desaliñado y afilada lengua, para hablarles en ese tono..? Ni siquiera podían ver bien su rostro, oculto por el sombrero y el cuello levantado de su gabán.
Sin duda estaba ebrio, debía ser un vagabundo o tal vez algo peor...
A pesar de la evidente incomodidad que les suscitaba hicieron caso omiso de sus extrañas elucubraciones.

 -¡ Está lloviendo..! - dijo asombrado el anciano señor Rogers, mirando por la ventanilla - ayer en el parte meteorológico de la radio dijeron que hoy no llovería.
- Jajaja, siempre se equivocan...Apostaría a que lo hacen a propósito. - dijo divertido el joven Arthur Blore
- Me puede dejar el periódico, porfavor. Quiero echarle un vistazo - preguntó el señor Rogers a John O'Hara
- Si, por supuesto - contestó amablemente el irlandés - aparte de un amplio resumen de la noticia del día, no se olvidan de los resultados de las carreras de ayer y de las predicciones meteorológicas.

 
Pasó el tiempo. Ya no hablaban entre ellos. Se habían replegado en su fuero interno, divagando sobre aquella noticia y sus posibles consecuencias.
Robert Doyle, apenas había modificado su postura en el asiento y parecía dormir profundamente.
A la hora del almuerzo todos tomaron algún tentempié, salvo el inspector Colbert y John O'Hara que se dirigieron al vagón restaurante.
Después de comer, y ya más relajados, reanudaron la conversación. Hablaron de temas comunes, como el tiempo, la salud y el coste de la vida.
El joven Arthur Blore conversaba con el inspector Colbert sobre novelas policiacas; y la señora Lord, el señor Rogers y John O'Hara charlaban animadamente sobre cine y música. El ambiente se volvió más ameno y distendido.


Pasó el tiempo lánguidamente, y algunos pasajeros aprovecharon para echar una pequeña siesta. Era un viaje más largo de lo habitual.  Otros en cambio, como la señora Rogers y el joven Arthur Blore prefierieron enfrascarse en la lectura. 

A las 5.30 de la tarde el tren hizo una pequeña parada de diez minutos en una estación local. Algunos pasajeros que aún no habían llegado a su destino, cansados del largo viaje, aprovecharon para salir a estirar las piernas, Arthur Blore fue uno de ellos. El aire fresco del atardecer le golpeó en el rostro. Ya no llovía, y la amenaza de tormenta se había disipado. Entró en la cantina de la estación y allí estaba la Gaceta de Londres, con la noticia del día a toda página. "William Roberts Arstromg, el millonario, desaparecido en extrañas circunstancias..". Compró una cajetilla de caramelos para la tos y subió al tren con el nuevo periódico.

- ¿Qué dicen en La Gaceta..? - le preguntó el inspector Colbert
Arthur Blore entusiasmado con la posibilidad de retomar la historia, leyó en voz alta, con su inconfundible acento galés : 

" William Roberts Arstromg, desaparecido en extrañas circunstancias. Desde hace una semana nadie tiene noticias de su paradero. No ha dado señales de vida. Su mayordomo ha declarado que desde hace algún tiempo se encontraba muy irritable, y que en ocasiones caía en estados de profunda melancolía. Se barajan todas las hipótesis, incuso la de un posible suicidio."

- La verdad es que esto cambia mucho las cosas... - añadió intrigado John O'Hara - melancolía...
Volvieron a retomar el tema y esta vez lo enfocaron desde todos los ángulos posibles. Sin ninguna duda durante los próximos meses, los noticiarios, tanto de prensa, como de radio, no hablarían de otra cosa. Disfrutaron desgranando el caso e indignándose como se suele hacer en estos casos.

A las 6 ya había anochecido y pronto llegarían a su destino. El suspense reinaba en el compartimiento, mezclado con el humo de los cigarrillos.
Seis pasajeros, menos uno, intercambiando sus opiniones para tratar de arrojar luz sobre aquel enigma.

Y de nuevo la inquietante voz del hombre de aspecto desaliñado rompió el hilo de la conversación.
- ¡Que rara y desconcertante es la vida..! - pronunció en tono sepulcral

" Tú si que eres desconcertante..", pensó el anciano señor Rogers


Richard Doyle siguió divagando, siendo plenamente consciente de que todos estaban pendientes de él...
- ... y además imprevisible. ¿No creen? nunca sabemos lo que nos vamos a encontrar al leer la siguiente página...jajajaja. Todos ustedes, desconocidos entre sí, hablan y hablan de un tema del que lo ignoran todo, salvo por la información tergiversada de la prensa. Hablan, juzgan y sentencian, como si les fuera la vida en ello; Fingen interés y amabilidad unos hacia otros, y probablemente ya no volverán a encontrarse nunca más. Así somos y así es la vida. Una cruel y estúpida fantochada, donde cada cual representa su papel. Somos pasajeros del absurdo. Vamos y venimos...Criaturas ridículas y mezquinas; así somos todos nosotros. Nos creemos sabios y eternos y no somos más que volutas de humo en medio de la nada...

Pronunció estas palabras sin apenas inmutarse.

Hortensia Lord apretó los labios con severidad. " Las personas como usted son las que contribuyen al estado caótico de nuestra sociedad. ", pensó airada ante la insolencia de aquel hombre.


Richard Doyle prosiguió con su habitual tono sarcástico : 
- Citando a La Rochefaucauld : "Todos poseemos la fortaleza necesaria para soportar las desgracias de los demás..". Jajaja, si ustedes supieran...


Todos se miraron extrañados e inquietos. Aquel hombre ya se estaba excediendo en su insolencia. Faltaba poco para llegar a la próxima estación, donde se apearían casi todos los pasajeros del tren.
Por la ventanilla se asomaban tímidamente las primeras estrellas de la noche.
El frío de Enero se calaba en los huesos. Había sido un día largo y se sentían agotados.
Ahora les esperaban a cada uno de ellos sus quehaceres cotidianos.
De improviso, como en él era costumbre, Richard Doyle, representó su última escaramuza. 
El inquietante pasajero del sombrero de ala ancha se levantó de su asiento de un salto, y comenzó a soltar estridentes carcajadas.
Y de nuevo la irritación se asomó a los ojos de los cinco pasajeros del compartimiento al observar con más detenimiento a su misterioso compañero de viaje.
Era muy alto y delgado. Un grueso bigote enmarcaba una mueca de desprecio en sus labios, y una larga cicatriz le cruzaba el rostro. Había algo salvaje en él, como si de un momento a otro fuera a saltar sobre alguno de ellos.
Un depredador, un lobo solitario, un comunista, un ex presidiario, un perturbado...fueron los adjetivos que se cruzaron por las mentes de los cinco pasajeros.

 
- Voy a contarles una historia...


Un peso agobiante...Una sombra de locura y perdición expandía la realidad hacia algún punto de lo inmutable, donde tal vez la luz les devolviera la calma.

- ...Voy a contarles la historia de un pobre infeliz, que lo tuvo todo, y no tuvo nada. Un miserable llamado William Roberts Arstromg...al que... tuve que matar...

 Un silencio sepulcral invadió el compartimento mientras Richard Doyle se quitaba el bigote y la cicatriz postizos. Con una exagerada reverencia se despojó de su sombrero de ala ancha, dejando a los cinco pasajeros sin aliento...


¡No podía ser...! Era increíble, y sin embargo, el hombre que tenían delante era la viva imagen de William Roberts Arstromg, el hombre cuya imagen aparecía en los periódicos y en las revistas de sociedad.
Cinco pares de ojos se abrieron estupefactos ante aquel giro inesperado de la situación.
El protagonista de la noticia del día había viajado con ellos con un aspecto y personalidad distintos.
El pasajero insolente, al que apenas habían distinguido con claridad su rostro por tenerlo oculto bajo el cuello levantado de su viejo gabán, y bajo el ala de su sombrero, durante todo el viaje. Ahora ya podían apreciar sus facciones. Era sorprendente, pero allí tenían al mismo William Robert Arstromg en persona.


- ¡Increíble! ¿no es cierto..? - prosiguió el pasajero insolente, consciente de la expectación que había causado. - ¿No lo dije..? La vida es desconcertante..Si, damas y caballeros;  Yo soy el hombre del que han estado hablando todo el día; el millonario americano desaparecido, el potentado sin corazón. - volvió a hacer una reverencia, divertido con la nueva situación.

- Así es, - prosiguió el hombre - me acusaron del asesinato de mi prometida Lillian Carrington, pero soy tan inocente de aquello como cualquiera de ustedes. Eso sí, me convertí en el chivo expiatorio, ya que alguien tenía que cargar con las culpas, y quién mejor que su futuro esposo, que además tenía fama de ser un poco tarambana, y de tener muy mal carácter. Sí, fui el cabeza de turco perfecto. Verán, Lilian y yo no estábamos enamorados. Iba a ser un matrimonio de conveniencia. Sus padres lo arreglaron todo y yo acepté encantado. El matrimonio aportaría a mis descendientes unos apellidos ilustres y entraría a formar parte de un noble linaje. Yo por mi parte aportaría mi inmenso patrimonio, algo muy apetecible para la familia Carrington, quienes a pesar de su alta alcurnia, se encontraban por aquella época en la bancarrota. Acepté porque me convenía y porque en las altas esferas todo se arregla así, con dinero, y pactos de poder. Despreciable, pero así se ha hecho siempre. A pesar de esto, Lillian y yo nos llevábamos muy bien; eramos buenos amigos, y además confidentes. Ambos aceptamos interpretar el papel de enamorados porque era mucho lo que estaba en juego, al menos eso nos parecía entonces. Su padre quería que el apellido de sus antepasados volviera a resurgir con el lustre de antaño, pero para ello necesitaban mi dinero. Fue una alianza muy deseable para ambas partes. Nobleza y prosperidad. Los Carrington se encargaron de hacer los preparativos, pero al poco tiempo de anunciar nuestro compromiso, Lillian me confesó que iba a tener un hijo de un pintor francés, con el que había mantenido un breve romance. Yo le di todo mi apoyo moral y le prometí que guardaría el secreto, y también que le daría mis apellidos al futuro bebé. Nadie sabría nunca que era ilegítimo. Adelanté la fecha de la boda, pero Lillian estaba muy angustiada, ya que el padre de la criatura la amenazaba con hacer públicas unas cartas muy comprometedoras si ella no le daba una cuantiosa cantidad de dinero. Un vil chantajista, sucio e inmoral. Lillian no hubiese soportado el escarnio público. Era una chica muy aprensiva y muy temerosa de su familia. Desgraciadamente, se habia enamorado de aquel bastardo , y se culpaba a sí misma por haber confiado en él. El chantajista no dejaba de amenazarla con difundir el contenido delicado de las cartas de ella que obraban en su poder, y ella estaba muy asustada. Yo le dije que confiara en mi, que yo me haría cargo de todo, pero una noche recibí una carta suya en la que me comunicaba que ya no podía soportar más la angustia, y que prefería quitarse la vida a seguir sufriendo. Me dijo que ansiaba la libertad, y sabía cómo hallarla. Cuando aquella noche fui a su casa para avisar a su familia, ya era tarde. Lillian se había adentrado en el mar con sus miedos y sus preocupaciones. La encontraron en la playa, ya sin vida. Nadie la mató; ella tomó esa decisión. Su familia, como es natural, se tragaron todas las sucias mentiras que tanto la policía como la prensa inventaron sobre mí. Les confieso que llegué a sentirme culpable por no haber podido llegar antes, por no haber hecho más por ella. La prensa mintió, la policía mintió, los forenses mintieron. No hubo señales de estrangulamiento, ni de violencia en su cuerpo. Todo fue un macabro montaje. ¿Porqué?, se preguntaran. Muy sencillo; aprovecharon la terrible circunstancia para elaborar una sucia artimaña contra mi. Verán, en vida, mi padre se hizo muchos enemigos, y muy poderosos. Él era un hombre de carácter débil, no quería problemas, pero había cierto sector de la élite financiera que no toleraban el auge económico que en los últimos tiempos habían tomado los negocios del acero, de los cuales mi padre era propietario. Él siempre se había negado a aceptar las condiciones de la élite, de seguir su "agenda". Era un hombre íntegro, muy cabal, aunque débil e inseguro; Aún así, nunca cedió al soborno, ni a la presión. Su monopolio de ciertas empresas del acero, incomodaba a ciertas personalidades, por lo que desde hacía tiempo se la tenían jurada. Al morir mi padre me convertí en su único heredero, y redoblé la fortuna y el patrimonio de papá. Intentaron conmigo las mismas tácticas que con mi padre, pero resulté un rival intratable e insobornable. Me convertí en su principal objetivo. Desde hacía tiempo buscaron involucrarme en algún asunto turbio, para "pringarme" judicialmente y sacarme del negocio del acero. Lo intentaron todo, pero gracias a mi astucia salí airoso. Al morir Lillian en extrañas circunstancias aprovecharon la ocasión para lanzarse sobre mi como buitres. Tengan en cuenta que esos tipos son muy poderosos e influyentes. Nuestra honorable sociedad. Controlan los medios de comunicación, el sistema judicial, el poder económico y legislativo. Gobiernan en la sombra, y todo el que les incordia o estorba lo apartan de un manotazo. Tienen en su poder muchos medios para quitarse de encima a aquellos que nos negamos a colaborar...Ellos son el verdadero gobierno...Lobos con piel de cordero...Cometen toda clase de crímenes y tropelías. Nunca son juzgados, y jamás se pone en duda su intachable moralidad. Revestidos con la sagrada aureola de la democracia maquinan toda clase de argucias para explotar al pueblo, fomentar guerras y revoluciones, y todo para llenar sus arcas y rebosarlas con el oro de la inmundicia. El orden en el caos; así lo llaman ellos. Yo me convertí en un estorbo. Nadie puede tener el monopolio de un negocio tan boyante y lucrativo sin pasar por su agenda. Así es, caballeros. Nada es lo que parece ser...Se ocultaron pruebas y se manipularon otras. Los que manejan los hilos saben bien como hacerlo. Todo lo pusieron en mi contra. Desde el primer momento supe que nada que yo pudiera decir o aportar, como la carta de Lillian anunciando su suicidio, iba a servirme de nada, así me lo hicieron saber. No fue hasta que me vieron hundido y acorralado, incapaz de demostrar mi inocencia, cuando me ofrecieron un trato, ceder la mitad del monopolio de mi compañía a una empresa controlada por ellos, y a cambio prepararían una coartada falsa para declararme inocente y sin cargos. Como comprenderán no tuve más remedio que aceptar, ya que la negativa hubiese implicado mi condena. En las altas esferas se soluciona todo así, con pactos de poder y silencio. Es demoledor; Soy consciente de ello. He visto como a muchos grandes empresarios les arruinaban sus negocios y la vida, por negarse a cumplir lo que ellos llaman su "agenda". Nada se puede hacer contra esta gente, ya que tienen todo el poder en sus manos. El único consuelo que nos queda es saber que todos irán cayendo más tarde o más temprano. Fui declarado inocente en medio de un considerable revuelo, aunque para la opinión publica ya estaba condenado. Pasó el tiempo, y muchos de mis amigos, en los que confiaba ciegamente, empezaron a darme de lado. Es lo que tiene el escarnio público. Regresé a América y adquirí una nueva empresa, con la que redoblé mi fortuna. El mago de las finanzas, me llamaban. Las familias acomodadas se disputaban mi amistad, y los peces gordos me introducían en sus círculos, pero yo me sentía vacío y roto por dentro. Porque sabía lo que eran capaces de hacer, si alguien no se doblegaba a sus intereses. Así que me exasperé...Comencé a sentir asco del vil metal que todo lo destruye. Miren, en el mundo de las grandes finanzas existe un veneno que todo lo corroe: la codicia. ¡Sí! Va penetrando lentamente en sus mentes y almas hasta convertirlos en momias podridas de dinero y poder, sin el menor atisbo de humanidad. No quería que eso me sucediera a mi. Así que durante mucho tiempo estuve preparando mi desaparición pública. Volví a Inglaterra y estuve analizando todos los pormenores e inconvenientes. Quería ser libre, pero para ello debía matar a William Roberts Arstromg. Dentro de un tiempo conveniente me darán por muerto, y cuando abran mi testamento verán que he repartido toda mi fortuna en varias instituciones de caridad. Todas las acciones de mi empresa, y el control total de mis negocios, los he donado a una pequeña compañía extranjera, dedicada al altruismo y a las obras de beneficencia. He roto las cadenas que me unían a la élite financiera para siempre. Ahora puedo decir que soy libre. Voy a empezar otra vez, pero desde abajo, y con una personalidad diferente. Siempre sentí cierta envidia de la vida de los vagabundos. Libres y sin ataduras. Cuando alguien les expresa amabilidad suele ser de corazón y no por conveniencia, como en el mundo de donde provengo. Tal vez me dedique a la poesía, que siempre fue mi vocación frustrada, o me enrole en un barco mercante. No lo sé..., pero sé que ahora me siento libre y en paz conmigo mismo. Richard Doyle es mi nueva identidad. William Roberts Arstromg, el esclavo millonario ya no existe. Voy a recordarles que todos esos peces gordos que tanto alardean y presumen que nos tienen en sus manos, en realidad sólo son dueños de su propia avaricia, y la avaricia, señores, nunca se da por satisfecha. ¡La avaricia será su caída!

Richard Doyle volvió a colocarse su bigote y su cicatriz postizos; Se llevó la mano al bolsillo y con gesto triunfante exclamó :

- ¡Un chelín!! Jajaja, la primera vez en mi vida que sólo poseo un miserable chelín..pero todo es efímero en esta vida. La pobreza y la riqueza son dos espejismos ante la luz que se abre al alma del que vive en paz. Ya nada tengo que temer. Aunque vayan con mi historia a la policía o a los periódicos, nadie les creería, ¿saben porqué...? porque a los de arriba les conviene que William Roberts Arstromg esté fuera de combate, y curiosamente, a mi también. Ya me entienden...Que se devoren entre ellos. Estén seguros de que lo harán. Ahora soy un pobre vagabundo entre la multitud, pero conozco la auténtica libertad. No quiero entretenerles más. Ahora comprenderán que no se debe juzgar tan a la ligera el comportamiento de los demás...Ha sido un placer conversar con ustedes. Hasta siempre, caballeros. Señora - se inclinó galantemente ante la señora Lord - lamento no ser de su agrado.

Richard Doyle hizo su última reverencia. Levantó el cuello de su gabán y abandonó el tren, dejando un espesa nube de silencios tras de si...


En el andén, cinco personas lo vieron alejarse con paso firme por la estación, envuelto en la niebla nocturna.
Cinco personas, que sin saberlo habían viajado junto al protagonista de la noticia del día.
Cinco personas estupefactas con la noticia que acababan de escuchar.
Se miraron extrañados sin dar crédito todavía a las palabras de aquel misterioso hombre. Aunque en su fuero interno, cada uno de ellos comprendía los motivos que habían llevado a William Roberts Arstromg a tramar su desaparición pública.

Millonario o vagabundo...Aquel hombre había roto sus cadenas. No había que dudar de su valor y entereza. Ellos también tenían sus cadenas, y muy pesadas...
Aunque por suerte o por desgracia, la vida es completamente imprevisible...

Nada es lo que parece ser...

Se despidieron y siguieron caminos distintos.
Nunca volverían a encontrarse...La vida es así...
Vamos y venimos como volutas de humo en el espacio que se deshacen sin dejar el más mínimo rastro...
Pasajeros del absurdo rumbo a lo desconocido, entre nubes de misterio y vanidad...



FINAL

Autora :

YOLANDA GARCÍA VÁZQUEZ

España 

Derechos de autor reservados
Febrero de 2016

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