CARTAS A LA ISLA PERDIDA

Dedicado a una persona muy especial, dondequiera que esté.


Primera Parte


A propósito de la soledad se han escrito muchas cosas, pero hoy no sé porqué razón, se me viene a la memoria ésta historia que alguien me relató una vez. Espero que os guste.


Era finales del mes de Febrero del año 1990. Todavía no existía internet, ni los teléfonos móviles. Las personas con gustos comunes y las almas afines no podían buscarse como hoy en día, en las redes sociales, por lo que sólo la casualidad o el destino podía hacer que se encontraran. Una noche cualquiera, Esmeralda, la protagonista de ésta historia, regresaba a casa después de un duro día de trabajo como dependienta de unos grandes almacenes. Había sido aquella una jornada algo traumática para ella, ya que su jefa la había recriminado severamente, sin ningún motivo y delante de todas las compañeras y la clientela.

¡Como odiaba aquel trabajo!, pero no tenía más remedio que agachar la cabeza y resistir hasta que llegara algo mejor. Era una chica tímida y solitaria, lectora empedernida, excesivamente romántica, y algo chapada a la antigua, motivo por el cual se había sentido siempre como un pez raro entre sus conocidos. Esmeralda tenía 20 años, y un montón de sueños a sus espaldas. Entre viejos recortes de estrellas de cine y montones de libros se había forjado su personalidad. La vida no era como en las novelas que leía..ella bien lo sabía, pero, qué más daba... Una atracción casi mística sentía cuando se sumergía en aquellas novelas románticas que la evadían de los sinsabores de la vida cotidiana.

A lo largo de los años y a golpes de soledad e infortunio se fue creando un mundo a su medida, en el que los problemas de la realidad apenas rozaban su mundo mágico. Levantó un muro entre ella y los demás para no ser atacada. Así de éste modo aprendió a aislarse..Del trabajo a casa, y viceversa..Sin amistades con las que poder compartir sus sueños y aficiones. Sola, pero llena de vida en su interior..
Aunque últimamente sentía que todo la agobiaba y no sabía el motivo.

Eran cerca de las ocho ya; tomaría un café, como de costumbre y cogería el autobús para volver a casa.
Vivía con su tía, ya que Esmeralda no tenía parientes, y la tía Aurora contribuía a su manutención, desde que ésta quedó huérfana a los diez años. No era una mujer cariñosa, ni comprensiva, incluso tenía mal carácter, pero era muy generosa con ella, y era su única familia en el mundo.
Esmeralda estaba agotada; toda una semana de trabajo, y la desagradable escena de esa tarde, en la que no quería pensar...

Esa noche sólo quería cenar y dormirse escuchando la radio, como siempre. Su tía se quedaba hasta las tantas de la madrugada, viendo la programación que daban en la tele todos los viernes, pero ella sólo veía la televisión cuando echaban una de aquellas películas antiguas que tanto le gustaban.

Una vez en su cuarto, puso la radio, se sentía melancólica, y con una sensación de vacío y soledad como nunca antes había experimentado. Presentía una noche inundada por el llanto y los recuerdos...

A sus veinte años se sentía como un náufrago en una isla perdida..Sí, eso era...

Últimamente estaba atravesando, según ella misma se decía, una crisis existencial.

Giró el dial de la radio, hasta que una música suave la relajó. Abrió la ventana, y miró al pequeño trozo de cielo que se colaba por el patio de luces. Una estrella nada más... Lo demás era puro hormigón. Se sintió atrapada..¡Demasiados sueños habían nacido y muerto entre aquellas cuatro paredes..!

No, esa noche no, no quería recordar...Cerró lo ojos y se dejó llevar...
De repente una cálida voz la sacó de su ensimismamiento.


Era un programa de radio que nunca antes había escuchado, de una emisora libre y comunitaria, como se llamaban entonces aquellas radios que emitían sin licencia por todo el país. Intentó dejarse acunar por aquellas voces desconocidas. Curiosamente aquel programa se llamaba "La isla perdida", y entre varios jóvenes locutores debatían temas de actualidad y ponían canciones. Le llamó la atención la juventud de todos ellos y la madurez y educación con que se expresaban. De pronto se sintió interesada en la tertulia que mantenían. El tema era la soledad...

Sin saber cómo, Esmeralda se sintió cálidamente envuelta por aquellas voces que parecían leer en su propia alma.

"- Yo admiro a las personas solitarias..- " había dicho uno de ellos, el que parecía ser el conductor de aquel programa, David decía llamarse.

Dieron las 12 en el reloj y despidieron a los oyentes con la famosa obra de Ketelbey, "En un mercado persa".
Esmeralda durmió esa noche dulce y profundamente por primera vez en mucho tiempo.

A la mañana siguiente se despertó extrañamente renovada y con nuevas fuerzas; se prometió volver a escuchar ese mismo programa la próxima semana, y apuntó el número del dial para que no se le olvidara sintonizar esa frecuencia.


Pasaron las semanas y un pequeño milagro tomó forma en el interior de Esmeralda, que sólo vivía para escuchar su programa de radio, que se emitía una vez a la semana.

Descubrió un mundo nuevo en aquel programa. Ella tan aislada y huraña con la gente de su edad, ahora empatizaba y se identificaba con los ideales de aquellos jóvenes que se asomaban a su habitación a través de la radio.

¡Que rápidos pasaban ahora los días!..

¡Quien lo diría..!

La vida le había cambiado sin salir de su casa; la misma casa que últimamente caía como una gigantesca losa sobre ella. Ahora existía un porqué, una motivación, mucho mayor que la que le provocaban todos sus libros y novelas.

David, el chico de la radio, el mismo que había pronunciado aquella frase sobre los solitarios,  se había convertido sin saber porqué, en el centro de todo su mundo.

Durante toda la semana contaba los días que faltaban para escuchar su programa de radio. Cuando la luz roja del aparato se encendía en aquella frecuencia, su corazón daba un vuelco de emoción. Y allí estaba la voz de él, suave y envolvente como una melodía que quedaba suspendida en el aire de su habitación.

Con frecuencia pasaban por antena llamadas de los oyentes, pero Esmeralda jamás se hubiera atrevido a llamar a la emisora. Su timidez innata la hubiera enmudecido por completo delante del teléfono. Decidió al fin y después de mucho meditarlo, escribir una carta al programa, ya que normalmente daban el apartado de correos, pidiendo a los oyentes que les escribieran alguna vez.

Ella escribió su carta una noche, después de finalizar el programa, cuidando cada palabra, y dando las gracias por tan maravilloso programa.

Cuanta emoción y felicidad sintió Esmeralda cuando leyeron su carta por antena. Ella había escrito sin remite y con un seudónimo : "Soledad".

Desde aquella tarde ya nunca más se sintió sola. David, el locutor, no dejaba de repetir por antena, que por primera vez habían recibido una carta en "La isla perdida", y que la autora era una chica llamada "Soledad".

¡Que extraña y maravillosa historia le estaba sucediendo, precisamente a ella.!

No se lo contó a nadie, ni siquiera a su tía. Era su secreto. Durante las siguientes semanas se sintió como si flotara en una nube.

¿Cómo era posible que una voz desconocida, que hablaba a través de un programa de radio, hubiera despertado en ella tanta esperanza y tanta vida..? No sabía nada de David, sólo que su voz llenaba su corazón como nadie antes lo había llenado. Sin tener apenas experiencia en el mundo de la radio, David se expresaba como un profesional, pero con la frescura y sinceridad propias de su juventud. Su forma de hablar, sus ideales, su sensibilidad, su carisma y naturalidad inundaban la habitación de Esmeralda de infinitos sueños. Ella presentía que sólo él podría comprenderla como nadie lo había hecho antes, y presa de un arrebato escribió al programa su segunda carta. En ésta ocasión volcó todo su interior, mostrándose tal como era, solitaria e incomprendida.

Cuando echó la carta al buzón sintió una pequeña punzada de arrepentimiento, tal vez había desnudado demasiado su alma. Sin embargo esa semana cuando comenzó el programa después de la sintonía habitual, David leyó su carta por antena con una emoción y delicadeza que hicieron llorar a Esmeralda de alegría.

Él la había comprendido y desde su programa de radio la apoyaba...

- Soledad, no estás sola. Llámanos y comunícate con nosotros...-

Esmeralda ya no necesitó volcarse en los sueños para huir de la realidad, porque aquello era un sueño hecho realidad. Se sintió protagonista de aquel programa de radio, que llegaba hasta su habitación desde algún punto desconocido de la gran ciudad.


Y llegó la primavera con todo su radiante esplendor.

El chico de la radio no dejaba de repetir por antena

- Soledad, sé que estás ahí, escuchándonos.. Llámanos.. -


Por primera vez alguien estaba interesado en ella. Demasiado hermoso para ser verdad, pero ésta vez no era a un personaje de ficción a quien le estaba sucediendo aquello, sino a ella misma.

Y el amor fue prendiendo en los corazones de ambos jóvenes, que sólo se conocían a través de aquel mágico aparato de radio. Sin darse cuenta una conexión de sentimientos se estableció entre ellos.. Él, desde la emisora, ella desde su habitación y a través de sus cartas al programa.

Ella sabía que él lo sabía..Y por su parte él percibía lo mismo. No hacía falta palabras de amor, porque el amor estaba como las ondas de la radio, flotando en el aire. Los dos lo percibían. Y la habitación de Esmeralda era ya un rincón mágico y confortable, el lugar donde el alma de David se había asomado a través de aquella radio.


Conforme su amistad fue avanzado, el tono de David en el programa fue tornándose más y más romántico, hasta el punto en que Esmeralda percibía que se dirigía sólo a ella...

¡Que hermoso sería si alguna vez llegaran a conocerse..! Pero a ella le bastaba con saber que él era su amigo en la distancia, su primer amigo , confidente de sus sueños e inquietudes.


Una tarde que regresó pronto del trabajo, Esmeralda se decidió a llamar por primera vez a la emisora. Pediría que la pasaran por la linea interna, porque no se atrevía a salir por antena. Se armó de valor y encerrada en la vieja salita donde se hallaba el único teléfono de la casa, marcó el número de la emisora. Una voz cálida y conocida le habló desde el otro lado del auricular.

- Hola. Soy Soledad...-   dijo ella con el corazón desbocado.

 
Un silencio envuelto en emociones y palabras nunca dichas flotó entre él y ella.


Al fin, él, muy nervioso y emocionado, habló :

- ¡Que alegría que hayas llamado Soledad! No sabes lo que tus cartas han significado para mi programa... -

Ella tembló. No sabía qué decir..Gracias era la palabra que ella más repitió...
- Nadie escribe cartas como tú...Cuando estoy deprimido por algo, suelo leer tus cartas y me siento mejor. Eres una persona muy especial. Me gustaría poder conocerte alguna vez... 


Lo había dicho, a él le gustaría conocerla...
Por primera vez un chico deseaba conocerla y admiraba su forma de ser.
Tampoco ésta vez supo qué decirle, de tantas emociones que se agolpaban en su ser.
- ¿Puedo escribirte una carta Soledad? - preguntó él.
Por supuesto, nada la hubiera hecho más feliz.


Y a partir de aquella noche su amistad fue tornándose más profunda. Por fin habían hablado. Y algún día llegarían a conocerse.


Al fin llegó a su buzón la primera carta de David, era la primera vez que un chico le escribía. ¡Cuanta emoción! Entre lágrimas de felicidad leyó su carta, en la que él le agradecía su fidelidad con su programa y le expresaba su profunda admiración por ser una chica tan especial y diferente.

Dormía con aquella carta bajo su almohada y se imaginaba que él haría lo mismo con las suyas.

No trató de imaginar como sería el físicamente, porque no le importaba, ya que ella percibía la luz de su alma a través de aquella voz que la envolvía como un manto a un mendigo en medio del frío.


Una noche de verano, su tía estaba ausente a causa de un viaje, y Esmeralda se disponía a escuchar su programa de radio; era la primera vez que se quedaba sola en casa. Escuchó la amada sintonía que daba comienzo al programa y allí estaba su dulce voz acariciando todas las grietas de su corazón.


- Soledad, nuestra fiel oyente y amiga que siempre nos escuchas. Este programa te lo dedicamos especialmente a ti...


Nunca hasta entonces había sabido ella que de alegría también se podía llorar y eso le estaba sucediendo ahora. Varios amigos y amigas de David habían acudido al programa para despedir la temporada. Como siempre él se explayaba en sus temas preferidos, la amistad, el pacifismo, la filosofía, la literatura y el más allá.

Sin embargo aquella noche el tema escogido para debatir era el amor.

Ella intuía porqué..


Fue otra noche mágica para ella. David desde la emisora tembló cuando dijo estas palabras:

- Para esa persona que aunque ahora esté lejos, siempre llevo en mi pensamiento...


Y sonó la canción :  'Woman' de John Lennon.

Esmeralda besó el aparato de radio con la mirada, mientras su alma volaba hasta la emisora. En el fondo de su corazón ella presentía que esas palabras estaban dirigidas a ella.

Esta vez no titubeó cuando marcó el número de la emisora; sabía que él estaba esperando su llamada.

David visiblemente emocionado respondió a la llamada por la línea interna 
- Sabía que serías tú, mi querida amiga...
Imposible explicar todas las sensaciones que ella estaba sintiendo.
- Precisamente ahora estabamos hablando de ti. Con tu permiso les he hablado de nuestra oyente incondicional, Soledad. Cuando recibí tu última carta me emocioné mucho, la he leído montones de veces. El otro día cuando me desperté, me fui a la playa temprano para ver la salida del amanecer, y me llevé tu carta. La leí una y otra vez, sobre la arena, mientras el sol salía y la playa estaba desierta. Nadie escribe cartas como tú, mi querida amiga...


No había novela en el mundo que superase aquella historia tan hermosa que estaba sucediendo entre ella y el chico de la radio.
- Amiga mía, no quiero que te sientas sola nunca más.

 Esmeralda deseó que no amaneciera nunca.
Y profundamente conmovida recordó la letra de una canción de Joaquín Sabina :

Cualquier noche puede salir el sol..



Segunda Parte



Cuando el resto de compañeros abandonaron la emisora, pues ya eran cerca de las dos de la madrugada, David, ya solo frente al micrófono parecía hablarle sólo a ella...
- A ti que escuchas mi programa desde algún lugar, quiero que sepas que aunque no te conozca, te quiero, y que sin ti esto no sería lo mismo... También quiero decirte una cosa más, amiga que me escuchas desde tu receptor:  Aunque pienses que la soledad en la que te resguardas de ese mundo que no te comprende, es preferible a la compañía de los demás, yo no quiero que la vivas tan plenamente como la vives. No me gusta que vivas sólo de soledad,  quiero que salgas y compartas. Sé feliz y ayuda a ser feliz a los demás. Hay un mundo ahí afuera esperándote. Un mundo de gente agradable, simpática, con tus mismos sueños e inquietudes, que desea tu compañía y amistad. Tienes la vida por delante, no desperdicies tu juventud tras ese muro que tú misma has construido. El mundo necesita de tu luz. No nos dejes en la oscuridad...Todos somos náufragos en éste océano que es la vida, pero nos necesitamos unos a otros para salir a flote. Quiero que lo pienses bien amiga. Te brindo todo mi apoyo y amistad. Sal de tu mundo y ven al nuestro. Toma mi mano y no tengas miedo, con cariño, desde la isla perdida...


¡Oh señor, si aquella noche fuera eterna..!

Esmeralda lloraba y sonreía al mismo tiempo.

Sí, estaba segura que aquellas palabras tan hermosas estaban dirigidas a ella. Aquella calidez con la que él se expresaba la envolvía en un velo mágico. No despertar jamás de aquel sueño, eso era lo único que ella deseaba.


Se imaginaba a David en aquella destartalada habitación donde estaba instalada la emisora, en algún lugar desconocido de aquella ciudad. El quinto piso de un viejo edificio, habían dicho, rodeado de discos gastados, papeles y los mandos radiofónicos de segunda mano que casi siempre se estropeaban. Emitiendo sin licencia y apuntando directamente a su corazón.

Se había colado en su alma a través de un aparato de radio y le había regalado el más bello sueño.

Esmeralda abrió las ventanas de su habitación.

Esa noche divisó un sinfín de estrellas en el firmamento, y aquella luna llena, la misma que él estaría observando ahora desde algún lugar de esa ciudad, tal vez pensando en ella, su oyente amiga.


Intercambiaron varias cartas más hasta que quedaron para conocerse en persona.


Llegó el día de su primera cita, al fin iban a verse, aunque ya sus almas se habían juntado para siempre en el espacio.

Era la primera vez que Esmeralda quedaba con un chico, y aunque los nervios estaban a flor de piel, una maravillosa sensación de dicha y esperanza la embargaban. Por fin iban a conocerse y mirarse a los ojos...


A la hora acordada y temblando de pies a cabeza, Esmeralda acudió a la cita con David, el chico de la radio, su amigo del alma.


Pasaban ya de las cuatro de la tarde y la avenida estaba casi desierta. El cielo estaba nublado, probablemente llovería esa tarde. Ella no llevaba paraguas, aunque tampoco importaba. ¿Cómo lo reconocería..? Apenas habían hablado de su aspecto exterior. No sabía cómo era David, y él tampoco sabía como era ella. Habían obviado inconscientemente cualquier alusión al aspecto físico de ambos, ya que la conexión existente entre los dos estaba muy por encima de esos menesteres.

Habían quedado en un sitio concreto. A punto de dar las 4:30 en el reloj lo vio llegar.

Supo al instante que era él...


David abrió los brazos cuando la tuvo delante y con una afable sonrisa le dio un beso en ambas mejillas. Al fin se habían conocido el joven locutor de radio y su fiel oyente.


Los dos se sentían algo incómodos. Aunque durante meses sus almas se habían abierto mutuamente, la presencia material parecía instalar un muro de hielo entre ellos...

David rompió el silencio y la invitó a tomar algo en la cafetería de la esquina. Ella lo observaba medio asombrada e inquieta.

Era él un joven alto y delgado; su rostro aún conservaba vestigios de la adolescencia, algo pecoso y rubicundo. Detrás de unas gafas se asomaban unos grandes ojos azules llenos de sinceridad y calor. Parecía más joven que los 20 años que decía tener. Esmeralda no dejaba de sentirse incomoda y no sabía lo que le estaba pasando.

Una vez en la cafetería intentaron cortar el hielo que había entre ambos. En el fondo eran dos desconocidos , aunque llevaran meses amándose en secreto, a través del espacio intangible de los sueños.

Los dos se habían enamorado, aunque se guardaron mucho de comunicárselo el uno al otro, ni por teléfono, ni a través de sus cartas. La palabra amistad era la única que estaba permitida, aunque un mar de emociones fluyera entre ambos.

Sin embargo aquella tarde de su primera cita todo era bien diferente...


Se observaban como dos extraños en aquella cafetería casi desierta, como si nunca se hubiesen abierto el alma el uno al otro. La realidad estaba tirando por tierra aquel pequeño castillo de sueños que habían levantado durante meses.

La conversación derivó por temas comunes, hasta que David incomodado por la situación, miró su reloj.
¡Que extraño era todo.. !

Ahora que estaban tan cerca el uno del otro, se sentían más lejanos y distantes que nunca...Resultaba paradójico que aquel chico y aquella chica que se habían conocido de un modo tan mágico y poco usual, ahora que por vez primera estaban cerca, no tenían nada que decirse...

Una ligera llovizna salpicó los cristales de la cafetería, después de pagar las dos consumiciones, David le dijo a Esmeralda que debía marcharse, pues tenía un importante compromiso al que debía acudir. Antes de volverla a besar en las mejillas para despedirse, él le dijo :

- Cuidate mucho amiga. Ya nos veremos.

La lluvia comenzó a arreciar y Esmeralda volvió a casa triste y desolada...Todo aquel hermoso sueño de amistad y palabras se había hecho añicos al primer contacto con la realidad.

No comprendía lo que había sucedido, tan sólo que aquel océano de sentimientos que había emergido entre los dos cuando no se conocían en persona, se había evaporado como la ligera niebla que ahora cubría la ciudad.


Pasaron los días y no volvió a tener noticias de David, ni a través de la radio, ni por carta.

Tal vez se habían idealizado demasiado..
Que triste era la vida...

Volvió a sentirse naufraga...

Sin embargo ella deseaba volver a sentir aquella dulce sensación de sentirse parte de alguien.
Era su primer amigo y aunque aquella primera cita hubiese tendido un puente de sombras y dudas entre ambos, ella no dejó de sentir aquel amor que le había dado alas a su alma.


La isla perdida dejó de emitirse y Esmeralda cayó en una profunda melancolía, que a punto estuvo de minar su salud.

¿Dónde había ido a parar toda aquella belleza que había experimentado en su ser..? Tal vez se había fundido en la nada, junto con las ondas de aquella emisora que seguía emitiendo, pero sin David.


La vida carecía de sentido para ella, perdió su puesto de trabajo, y su tía comenzó a recriminarle que estaba viviendo a costa de una anciana, y qué iba a ser de ella cuando su tía ya no estuviera para mantenerla.

¡Cuanta soledad..!

¡Como añoraba escuchar la voz que tanto había acariciado su alma..!
Encerrada en su habitación, se aisló por completo de todo. Ya nada le importaba. Buscó consuelo en sus libros sin éxito. Le faltaba la voz de David para iluminar todos los huecos de su soledad.

Esperó en vano una carta de él, pero no llegó nunca.

Él no la necesitaba, como ella a él.

Ella tenía su dirección, pero se negó a escribirle una carta, si él todavía la quería como amiga, al menos ya habría dado señales de vida.

Todo aquel silencio sólo podía significar una cosa...


Esmeralda no volvió a escuchar la radio por un tiempo. Salió a flote por sus propios medios, como siempre había hecho. Dejó a un lado su infantil romanticismo, y puso todo su empeño en sobreponerse de aquel primer desengaño. Encontró un trabajo y salió adelante.

Sin embargo se sumió más profundamente en su soledad, nunca volvió a enamorarse y endureció su carácter para acostumbrarse a aquel mundo tan hostil con ella.
A pesar de todo, no dejó de pensar en su amigo de la radio, su primer amor platónico.


Pasaron varios años. Esmeralda ya vivía sola, puesto que su tía había fallecido, y ya había agotado toda esperanza de reencontrarse con David algún día.

Vivía como una ermitaña, del trabajo a casa, y viceversa. Se había volcado por completo en la lectura, donde podía viajar y escapar del mundo real.


Una noche cualquiera del mes de Febrero, Esmeralda se sentía especialmente inquieta. No podía dormir acuciada por los recuerdos, y la ansiedad.

Puso la radio como último recurso, e inconscientemente giró el dial hasta la frecuencia donde había surgido tiempo atrás, la voz de David.


El viejo reloj de cuco del saloncito dio la una de la madrugada y su corazón dio un vuelco...


Allí suspendida como una mágica melodía del pasado, flotaba la amada voz de David...


Después de tanto tiempo, al fin había vuelto a su programa.
Un sinfín de emociones traspasaron el alma de Esmeralda.


Allí estaba de nuevo la voz que había sido el motivo de su alegría...repitiendo la misma frase de entonces:

- Soledad, sé que estás ahí escuchándonos. Llámanos...


Sin pensarlo dos veces se dirigió a la vieja salita y marcó el número de la emisora, poniendo la mano sobre su pecho para calmar los latidos de su corazón...

Una voz cálida y agradable la acogió desde el otro lado del teléfono.
La noche estrellada enmarcaba una luna resplandeciente tras los cristales de su ventana. La primavera no tardaría en llegar...


Ignoro lo que sucedió después entre Esmeralda y David, pero supongo que como todas las bellas historias de amor, cada uno siguió su camino por separado, sin olvidarse jamás el uno del otro. Creo que en las noches de lluvia, cuando los problemas de la vida cotidiana agobian a David y se siente solo y vacío, abre el cajón de su escritorio y vuelve a leer aquellas hermosas cartas dirigidas a la isla perdida..



FIN



YOLANDA GARCÍA VÁZQUEZ

España 

Derechos de autor resevados
Febrero / 2015

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